26. PORTAL ABIERTO,
FRONTERAS CERRADAS
Había estado vagando sin rumbo por un largo rato, simplemente pasando por corredores y pasillos hasta terminar saliendo del hotel. Se detuvo en la entrada para mirar la luna, que iba apenas alzándose, y finalmente continuó su camino, tomando una dirección al azar. Necesitaba alejarse un rato de todo.
Sin embargo, en cuanto llegó a la esquina, alguien le salió al paso tan súbitamente que él levantó de forma automática las manos en postura defensiva.
—Tranquilo, chico demonio. Vengo en son de paz.
Demian bajó las manos al darse cuenta de que se trataba de Frank, aunque no por eso bajó la guardia. Nunca sabía qué esperar de él; en un momento juraba acabar con él a la menor oportunidad y al otro le pasaba la pelota en un partido cuando nadie más lo hacía.
—Mitchell y yo planeamos ir a tomar algo no muy lejos de aquí —dijo Frank en tono casual, con las manos en los bolsillos—… Tal vez quieras venir con nosotros.
—¿Mitchell te pidió que me invitaras? —preguntó Demian.
—No, él no sabe nada. Simplemente supuse que tal como nosotros necesitarías de un tiempo fuera y pensé que quizá podríamos dejar nuestras diferencias a un lado al menos por esta noche —agregó Frank a pesar del recelo de Demian—… ¡Intento ser amable, ¿de acuerdo?! ¡Tómalo o déjalo!
Demian se preguntó por un momento si se trataría de algún truco, pero finalmente decidió aceptar. Frank le dio una palmada en el hombro para sorpresa suya y lo condujo varias calles hasta llegar a una especie de pub con anuncios de luces neón y un guardia en la puerta que verificaba las identificaciones.
—…No nos dejarán entrar —dijo Demian, señalando con la cabeza uno de los anuncios neón en el que tintineaba la leyenda “Mayores de 21 años”.
—Por suerte siempre vengo preparado —replicó Frank, sacando un par de credenciales de su bolsillo y entregándole una a Demian. Su foto era de la credencial de la escuela con el uniforme alterado e incluía datos falsos como la edad (21 años) y el nombre.
—¿…En serio? ¿Donald Duke? —inquirió Demian, alzando una ceja.
—Creí que apreciarías la duplicidad sonora, como en tu nombre —respondió Frank con una sonrisa torcida que mostraba un dejo de burla.
Demian dio un resoplido, pero lo dejó pasar. Cuando el guardia echó un vistazo a ambas credenciales, les dedicó una mirada que parecía decir que a él no lo engañaban, y aun así los dejó pasar tan solo meneando la cabeza con desaprobación. La iluminación en el interior era mínima, limitándose a unos focos de colores en el piso y unas lámparas que decoraban las mesas, lo cual le daba un sentido de irrealidad a todo, la sensación de estar caminando a través de un sueño.
Tomaron asiento en un rincón y Frank enseguida tomó las riendas como experto en ese tipo de lugares; ordenó bebidas con nombres que Demian desconocía sin necesidad de mirar siquiera el menú. Lo dejó hacerse cargo de ello mientras observaba a su alrededor, un sitio en penumbras con estelas de luces que aparecían y desaparecían bajo sombras recortadas que iban de un lado a otro. Casi se sentía de vuelta en la Legión de la Oscuridad y eso acrecentaba la sensación onírica.
—Admito que cuando dijiste “Nos vemos en La tuya” tuve un debate interno para decidir si me estabas insultando o hablabas en serio.
Mitchell se dejó caer directamente en el taburete que mediaba entre los dos chicos y solo entonces se fijó en Demian. Parpadeó por varios segundos e incluso se frotó los ojos como si necesitara enfocar la vista, y justo cuando parecía estar a punto de dar un salto y volcar su asiento por la sorpresa, tan solo exhaló y apoyó los codos sobre la mesa como si hubiera decidido acoger la locura.
—…Bueno, “dos enemigos juramentados entran a un bar” parece el inicio de un chiste del que deseo conocer el final, así que ¿por qué no?
Las bebidas que Frank había ordenado no tardaron en llegar, y mientras él tomaba de un enorme vaso como si se tratara de simple agua, Mitchell lo hacía por sorbos, haciendo muecas, y Demian probaba del suyo con cierta reserva. Tenía un sabor fuerte y cítrico que le quemaba la garganta al tragar, pero eventualmente terminaba por refrescar y dejarle una sensación efervescente que no le resultaba desagradable, así que decidió dar otro trago para luego asentar el vaso en la mesa y esperar a que su garganta se acostumbrara.
—¡En serio! ¡Ya no sé qué hacer! —dijo Mitchell tras obligarse a terminar su bebida de un solo trago y dejarlo sobre la mesa con un sonoro golpe, haciendo señas a un mesero para que le llevara otra—. He hecho todo a mi alcance para acercarme a Belgina, pero no hago más que empeorarlo. Ya hasta tengo miedo de intentar algo más y que termine odiándome… si es que no lo hace ya.
—Diría que tu problema es que no sabes cuándo parar ni esperar al momento adecuado para actuar, pero he llegado a la conclusión de que nada de eso importa de todas formas. Justo cuando crees que lo tienes todo resuelto y descifrado, al final terminas estrellándote contra un muro de concreto como una hoja en el aire al menor cambio de corriente —espetó Frank con un inesperado tono resentido que hacía suponer que se lo tomaba muy personal.
—¡Amén a eso! —concordó Mitchell, levantando su segundo vaso y dando un trago con un arrebato frenético que casi lo hizo atragantarse.
Demian mientras tanto se limitaba a escuchar sin decir nada, bebiendo a su propio ritmo y mirando a ambos chicos con una especie de afinidad reticente. Mitchell se acabó de un solo trago su segunda bebida y tras aclarar su garganta, volteó hacia él dándole una palmada en la espalda.
—¡Ya oíste, compañero! Somos simples hojas arrastradas por el viento. Solo dale tiempo.
—No sé de qué me hablas —espetó Demian antes de tomar de nuevo de su vaso.
—¡Dice que no sabe! —cacareó Mitchell con una risa hipada, codeando a Frank como si fueran cómplices del mismo chiste y alzando ya el brazo para ordenar su tercera ronda—. Vamos, Demian, compañero, estamos entre amigos. Nada de lo que se diga aquí saldrá por esas puertas. Lo que escuchemos en La tuya, se queda en La tuya. —Un ataque de risa se apoderó de él en cuanto las palabras salieron de su boca y se apoyó de la mesa para esperar que pasara—. ¡La tuya! ¡A quienquiera que se le haya ocurrido ese nombre es un genio! ¡Brindo por eso! —Alzó su vaso entre risas, dio un trago y al depositarlo de nuevo en la mesa, dejó caer la cabeza entre sus brazos, perdiendo el sentido. Frank por su parte continuó bebiendo sin prestarle atención, mirando de soslayo a Demian.
—…Él tiene razón, ¿sabes? De aquí no saldrá nada; puedes hablar con confianza —dijo Frank que parecía extrañamente interesado en escuchar lo que tuviera que decir.
—No sé qué esperan que diga —replicó Demian, encogiéndose de hombros y terminando por fin su bebida, imitando a los otros dos y pidiendo otra.
—A veces simplemente hay que descargar algunas cosas para no ahogarnos en ellas —agregó Frank, fingiendo desinterés—. Tómalo de mí que estuve tanto tiempo viviendo prácticamente bajo agua que casi terminé desarrollando branquias.
—Tenía la impresión de que vivías orgulloso de ello —dijo Demian a la vez que tomaba de su segunda bebida y Frank sonrió al ver que intentaba eludir el tema.
—…Eso creía hasta que conocí a alguien. —Demian hizo una leve pausa antes de dar otro trago, sabiendo que se refería a Lucianne—. Y también creo que puedes entenderlo, aunque lo niegues ante todos.
—…Si esto es por Lucianne, creía que a estas alturas ya habrías entendido que entre ella y yo solamente ha existido amistad desde que éramos niños —espetó Demian.
—Creo que sabes a qué me refiero —replicó Frank, entornando los ojos ante la sola mención de ella—. Simplemente no eres capaz de admitirlo.
Demian siguió sin responder, espaciando cada vez menos el llevarse el vaso a la boca.
—Creía que los demonios no teníamos sentimientos, de acuerdo contigo —espetó Demian, removiendo el vaso a medio acabar. Frank esbozó una sonrisa torcida al ver que seguía en el mismo plan de no ceder.
—Parece que sabes bien en qué momento usar la carta del “demonio”, te concedo eso.
—No hay nada de qué preocuparse —terció Mitchell, comenzando a arrastrar las palabras, esforzándose en levantar la cabeza y mantener los ojos abiertos a la vez que trataba de atinar a coger su vaso—… Siempre supe que lo de Addalynn era una cortina de humo. Como cuando desapareces. ¡Puf!
Demian parecía dispuesto a rebatirlo, pero en vez de eso mantuvo la vista fija en su bebida, su mano cerrándose en torno a esta y la arruga del entrecejo acentuándose.
—…Qué pérdida de tiempo —bufó Frank con expresión de fastidio—. No esperes que cambien las cosas cuando no eres capaz de admitir nada ni a ti mismo.
—¡O quizá esa sea la clave! —intervino Mitchell de nuevo alzando el rostro—. Yo no he parado de demostrar lo que siento y eso no me ha traído más que problemas. ¡Tal vez debería cambiar de táctica!
—Conociéndote, dudo mucho que dures siquiera un día en la práctica —replicó Frank con desdén, y en los siguientes minutos se enfrascaron en toda una discusión sobre sus errores y sus propios métodos mientras Demian se mantenía al margen, escuchando todo con una sensación de mareo que iba aumentando conforme se terminaba su bebida. Fue hasta que ya llevaba la mitad de la cuarta que decidió que ya había tenido suficiente y apartó el vaso de sí.
—…Disculpen. No me siento muy bien, regresaré al hotel. —Se levantó, dando un pequeño tambaleo, y todo a su alrededor dio vueltas por un segundo, aunque al instante recuperó la estabilidad y pudo continuar su camino a pesar de los intentos de Mitchell de convencerlo de que se quedara. La combinación de penumbras y luces coloridas del lugar comenzaba a dañar su vista y desorientarlo tanto que tardó un momento en dar con la salida.
Los siguientes minutos pareció perder la noción del tiempo y de sus acciones pues cuando se dio cuenta ya había llegado al hotel, pero en vez de entrar, permaneció fuera, contemplando de forma hipnótica lo que parecían fuegos artificiales en el cielo.
—No deberías hacer eso. Alguien podría verte.
Demian volteó como si apenas volviera en sí, y vio a Addalynn de pie ante la puerta trasera, observándolo como quien mira a un niño haciendo algo que acabaría mal. Él contrajo el ceño hasta que finalmente se dio cuenta de a qué se refería. No eran fuegos artificiales lo que estaba viendo, sino un despliegue de su propio poder. Enseguida se detuvo, retrocedió unos pasos y trastabilló, sosteniéndose la cabeza como si le doliera.
—No me di cuenta… No sé qué estoy haciendo. —Intentó dar unos pasos al frente, pero el lugar volvía a darle vueltas, así que terminó sosteniéndose de una columna y apretó los ojos esperando que el efecto se le pasara. Sintió de pronto un brazo por la espalda y al abrir los ojos descubrió que era Addalynn ayudando a mantenerlo en pie.
—Vamos. Si alguien sale no debe verte aquí.
Entraron por la salida de emergencia, Demian apoyándose en ella con una sensación tan ingrávida e irreal como la experimentada en el pub que pronto fue perdiéndose en las brumas de la inconsciencia.
Al abrir los ojos, se dio cuenta de que estaba en una habitación diferente y no, no estaba teniendo un deja vu; recordaba bien que la noche anterior había acudido a casa de Noah en busca de refugio y además podía recordar ahora lo ocurrido dos noches atrás… al menos en parte. Sin embargo, aquella habitación no era en la que se había instalado, y para agregar más misterio al asunto ni siquiera estaba en una cama sino de pie frente a un armario con la mano en la perilla.
Sus pastillas para dormir… no las había tomado. La última vez que no lo había hecho había despertado a orillas de un lago intentando empujar a Marianne en él… y mucho antes fue el balcón, con el cuerpo inerte de su madre yaciendo abajo, en el jardín. Sacudió la cabeza para despejarse y echó un rápido vistazo alrededor. No había más que una cama y una cómoda a su lado, por demás el lugar era bastante minimalista como el resto de la casa. Aun así, sintió alivio al comprobar que no había un cuerpo sin vida tirado por ahí.
Se apartó del armario y se apresuró a salir de la habitación, esperando regresar a la suya antes de que lo descubrieran merodeando en casa ajena, pero se detuvo ante las escaleras al percibir el olor del café. No sabía la hora, pero al parecer ya era de mañana por la luz que entraba por las ventanas, así que no le veía mucho sentido volver a acostarse. Bajó las escaleras siguiendo el aroma y se asomó por la puerta de la cocina, tratando de no parecer intrusivo. Noah estaba ahí ante la mesa, tomando de una taza con la vista fija en el periódico, y en cuanto escuchó el rechinido de la puerta levantó la mirada y sonrió.
—Adelante. ¿Tienes hambre? Me temo que solo quedan huevos, pero en mi defensa no me quedan nada mal —dijo Noah, levantando su taza de café a modo de saludo y dando un sorbo. Demian vaciló por un instante sin saber qué responder.
—No quiero causar más molestias de las que ya…
—No es nada. Siéntate. Estaba por hacerlo de todas formas —lo interrumpió, señalando la silla opuesta mientras ponía manos a la obra, abriendo el refrigerador y sacando los ingredientes que utilizaría—. Me gusta tomar un café por las mañanas y leer el periódico justo antes de desayunar. Me hace sentir en casa. La rutina, es decir.
Demian no dijo nada, pensando en lo renuente que Marianne estaría de discutir sus circunstancias familiares actuales si estuviera presente, y además debía corresponder el hecho de que su padre tampoco hubiera ahondado en los suyos, así que tan solo tomó asiento donde le había indicado y paseó la mirada a su alrededor sintiéndose fuera de lugar. Estaba todo limpio y pulcramente ordenado, pero se notaba que había dejado el lugar tal y como estaba al mudarse. Solo tomaba lo que necesitaba para después volver a colocarlo en el mismo punto. Una especie de trastorno compulsivo enfocado a la pertenencia.
—Aquí tienes —anunció Noah, colocando cuatro platos frente a él—. No te pregunté cómo te gustan, así que los hice de cuatro formas: revueltos, estrellados, escalfados y en omelette. Eres el invitado, así que tú escoges primero.
Demian miró los platos y por varios segundos no reaccionó hasta que se obligó a tomar el plato del omelette. Si era la primera opción de Noah, no lo hizo notar, se limitó a sonreír con afabilidad y a tomar los huevos estrellados mientras servía jugo de naranja en vasos de plástico y colocaba los cubiertos a ambos lados de la mesa. Justo después se sentó frente a él, aunque Demian tan solo se jugueteaba con su plato. Se le hacía difícil sentir apetito ante lo inverosímil que le parecía toda aquella situación en ese momento, ahí sentado frente al padre de Marianne que lo había acogido de forma tan simple y sin preguntas, y que hasta entonces no había tenido más que atenciones para él y su hermana sin pedir nada a cambio. A veces parecía tan irreal.
Unos meses antes prácticamente le había arrebatado la vida para provocar a los Angel Warriors… pero no quería pensar en eso. Por suerte su cuerpo había aceptado el don que había pertenecido a su padre, de lo contrario no habría podido perdonarse jamás… aunque todavía había momentos en que las culpas acumuladas lo asaltaban. Era algo con lo que tendría que aprender a vivir.
Viendo a Noah ahora, nadie supondría que apenas unos meses antes estuvo muerto, ni siquiera parecía tener consecuencias… aunque por momentos se preguntaba si de alguna manera el don que perteneciera a su padre ejercía algún tipo de influencia en él, aparte del hecho de devolverlo a la vida; después de todo, siempre estaba al pendiente de él y su hermana, incluso con más dedicación que antes del “trasplante de don”. Era ridículo, lo sabía, pero en ocasiones tenía la idea de que una pequeña parte de su padre vivía aún a través de él, y que a veces se manifestaba por medio de aquellas atenciones. Irónico sin duda, al sentirse responsable de la muerte de ambos.
—…No soy tu padre —dijo de pronto Noah mientras remojaba un trozo de pan en una yema de huevo, tomando desapercibido a Demian. ¿Sabría de alguna forma lo que estaba pensando?—. Y nunca podré reemplazarlo. Pero eso no significa que no me preocupen, y no solo como tutor legal. Quizá al principio no haya sabido de qué manera conducirme cuando Marianne me pidió serlo de forma tan imprevista, pero creo que ahora tengo una mejor idea, y puedes estar seguro de que mientras viva estaré siempre pendiente de ustedes. Quiero que me consideres un amigo y confíes en mí para lo que necesites.
Demian no supo qué responder. Aún le parecía algo irreal estar desayunando en la misma mesa con el hombre al que había asesinado meses antes, y que al poseer ahora el don de su padre no podía evitar ver algunas características de este vivas a través de él a pesar de ser al menos veinte años más joven de lo que su padre había sido en vida. No sabía de qué forma sentirse al respecto, pero realmente apreciaba el interés mostrado.
—Le agradezco en verdad. Eso significa… mucho para mí —dijo Demian por fin, intentando al menos sonreír con gratitud dado que no podía hablarle de sus razones para marcharse de casa. Sabía que no le preguntaría directamente, pero aquellas palabras habían sido lo más cercano a una invitación para que le hablara de ello y Noah sonrió comprensivamente.
—No se diga más. La comida se está enfriando y aún nos quedan dos platos por vaciar —replicó Noah alzando su vaso como si fuera a hacer un brindis, y volviendo a concentrarse en su plato con la ocasional plática casual que se tiene durante el desayuno, la cual Demian siguió lo mejor que pudo, aunque su mente se distraía constantemente recordando a su padre cuando desayunaban juntos por las mañanas. De haber sabido que perdería todo aquello de un momento a otro…
…
—El primo Samsa está actuando raro —dijo Loui en cuanto Marianne acudió a abrir la puerta de su habitación aún a medio despertar, frotándose los ojos y frunciendo el ceño ante el sueño interrumpido. Le tomó unos segundos captar sus palabras hasta finalmente reaccionar, llevándose una mano a la frente y pasándosela por el rostro con irritación.
—¿…Qué hizo ahora? —dijo ella, más bien como pregunta retórica, pues sin esperar respuesta se dirigió hacia las escaleras de servicio y mientras bajaba podía escuchar risitas provenientes de la cocina.
Su madre estaba de pie ante la batidora, agregándole chispas de chocolate a la mezcla mientras el falso Samael se apoyaba a un lado con postura relajada, como si estuviera en medio de una plática casual, todo sonrisas y provocando las risas de la mujer mientras seguía cocinando.
—¡Ah, por fin bajaron a desayunar! —dijo ella al notar su presencia—. Samuel me estaba contando anécdotas de las competencias, algo que no fuiste capaz de hacer. —Dedicó una mirada de reproche a Marianne al decir esto último—. ¡Pero ya no importa! Conociéndote, seguramente habrías omitido detalles jugosos como la botarga de delfín que cayó en la piscina interrumpiendo la competencia de nado, o el sujeto que irrumpió en esgrima vestido de mujer. ¡A veces puedes ser tan desdeñosa conmigo solo por ser tu madre!
Marianne le dirigió una mirada exasperada y a la vez inquisitiva a Mitchell tras la última referencia y él se limitó a encogerse de hombros con una sonrisa despreocupada, como si fuera un pequeño detalle que se le hubiera escapado mencionar antes.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Marianne, haciendo caso omiso de su comentario pasivo-agresivo y lanzándole miradas fulminantes a Mitchell para que se alejara de ella.
—Samuel sugirió que hiciera waffles con chispas de chocolate y eso estoy haciendo. Con todo gusto cocinaré algo para quien sepa apreciarlo —dijo su madre de nuevo, haciendo énfasis en lo último.
—Y yo más que agradecido ante tal atención. Si no fuera porque soy pésimo en la cocina ayudaría con mucho gusto, tía Enid —dijo él, inclinándose a darle un beso en la mejilla, ante lo cual la mujer rió sonrojada, haciendo una seña para que parara, y la mirada de Marianne se hizo más intensa y capaz de lanzar rayos por los ojos si tuviera tal poder.
—¿…Qué demonios estás haciendo? —masculló Marianne en cuanto se sentaron a la mesa y fue capaz de decir algo sin sentir que estaba a punto de escupir fuego.
—Represento mi papel a la perfección como podrás ver —respondió Mitchell con voz igual de baja y sin borrar su sonrisa en caso de que la madre de Marianne volteara de nuevo.
—¡Te representas a ti mismo en la piel de alguien más, querrás decir!
—Papas y patatas, nadie más ha notado la diferencia, yo lo llamo una suplantación exitosa —replicó Mitchell, gesticulando con ambas manos como si fueran una balanza.
—Tú no eres el primo Samsa —dijo Loui, sentándose también a la mesa y mirándolo con suspicacia—. No lo es, ¿verdad? Tiene una mirada demasiado atrevida para tratarse de él.
—Hasta un niño puede ver a través de tu sucia conciencia —espetó Marianne y Mitchell se hizo al ofendido, colocando una mano teatralmente sobre su pecho y luego señalando a Loui como si fuera a declamar un mal poema.
—¡Este niño está roto! ¡Hay que componerlo cuanto antes! —exclamó Mitchell como si fuera un pastor televangelista a punto de realizar una de sus curaciones milagrosas, tras lo cual procedió a hacerle cosquillas al niño, que no pudo evitar retorcerse de risa mientras su madre los miraba de reojo desde la estufa con una sonrisa, complacida con aquel cuadro aparentemente familiar, pero en cuanto volteó de nuevo para seguir cocinando, Marianne aprovechó y le dio un zape a Mitchell para que parara.
—¡Basta ya! ¡Si sigues así vas a llamar la atención!
—Creo que con esta apariencia es algo inevitable de por sí —replicó él, que parecía demasiado encantado consigo mismo—. Y ya que estamos en eso, ¿crees que tu madre aceptaría salir con un chico guapo, divertido y con gran estilo ahora que está soltera?
Marianne respondió con otro golpe directo al hombro y gesto malhumorado.
—Definitivamente no eres el primo Samsa, ¿quién eres y por qué te haces pasar por él? —intervino Loui apenas consiguió recuperarse del ataque de cosquillas.
—Mi dulce e inocente niño. ¿No sabes lo que la curiosidad le hace al gato? Créeme, no quieres ser ese gato —espetó Mitchell, dándole palmaditas en la cabeza de forma condescendiente, y aunque Loui sacudió su cabeza y estaba a punto de replicar, no alcanzó a decir nada pues su madre se acercó en ese momento con la primera ronda de waffles recién hechos.
—Listo, chicos, sírvanse los que gusten —dijo ella, mostrando un enorme plato con una torre de waffles con puntos de chocolate derritiéndose al interior. La mano de Mitchell enseguida voló para tomar los cuatro de la cima a pesar de quemarse los dedos al contacto, seguido por Marianne que cogió únicamente uno y en cuanto Loui intentó tomar el último, su madre le dio un manotazo para evitarlo—. Tú aún sigues castigado, jovencito. Confórmate con cereal y leche. A ver si sigues comportándote de la forma que lo hiciste esta semana.
Colocó el último waffle en el plato de Marianne y se regresó a preparar el resto de la mezcla que había hecho mientras Loui se frotaba la mano con gesto adolorido.
—…Parece que alguien estuvo ocupado esta semana —dijo Marianne, alzando una ceja.
—Solo cumplí mi deber y no me arrepiento de nada —aseguró Loui, sacudiendo la mano. Hasta ahí les llegó entonces el sonido de golpes de la puerta principal.
—¿Podría alguien ir a ver de quién se trata? Tengo las manos ocupadas —dijo Enid sin moverse de su lado de la cocina.
Marianne se levantó, dejando sus waffles sin tocar, y mientras ella salía para responder la puerta, Loui se inclinó hacia su lado de la mesa para tomarlos y apresurarse a devorarlos antes de que alguien pudiera detenerlo.
Marianne atravesó la cocina y el comedor sin mucho ánimo, y todavía se tomó el tiempo de acomodar algunas de las figuras de porcelana en su camino, a pesar de que el golpeteo de la puerta era insistente. Solo hasta que estuvo a unos metros de esta pareció tomar la resolución de abrir cuanto antes para acabar con la visita inesperada, aún si se trataba del padre de Angie, pero para sorpresa suya se trataba únicamente de Lilith, que parecía ansiosa y como si estuviera corta de tiempo.
—…Hola. ¿Ocurrió algo? Pareces nerviosa.
—No estoy segura… Creo que hice algo que debí consultarte primero —comentó Lilith, entrando a la casa y mirando a su alrededor, cuidando que no hubiera oídos ajenos que pudieran estar escuchando.
—¿De qué hablas? —preguntó Marianne, confundida ante su extraño comportamiento.
—No sé cómo explicarlo sin que pienses que es una locura —continuó Lilith, caminando por la sala sin dejar de pasear la vista por todos lados—. ¿Tu familia está en casa? Porque quizá sea mejor que te deshagas de ellos por unas cuantas horas… al menos mientras se hace lo que tiene que hacerse.
—Pero ¿qué…? Lilith, no entiendo una palabra de lo que estás diciendo y francamente empiezas a ponerme nerviosa, caminando de un lado a otro con mirada paranoica.
—Solo dime, ¿estás dispuesta a cualquier cosa por traer de vuelta a Samuel o qué tanto sería ir demasiado lejos para ti? —inquirió Lilith, sujetándola de los hombros con un brillo maníaco en sus ojos.
—…Estás comenzando a asustarme.
—¡¿Quién es?! —gritó su madre desde la cocina, sobresaltándolas ligeramente.
—¡Es Lilith; solo vino a hablar conmigo de algo! —respondió Marianne, tratando de sonar relajada y volviendo su atención a Lilith que se mostraba nuevamente nerviosa, mirando a todos lados—… Escucha, no sé si todo ese estúpido asunto del vestido es lo que te tiene así, pero creo que tal vez necesitas descansar un poco.
—¡Yo estoy bien! ¡Nada de esto se trata de mí! Te estoy diciendo que quizá haya una posibilidad de traer a Samuel de vuelta, ¿lo intentarías sin importar el medio ni la fuente? —repitió Lilith, incrementando la ansiedad e intriga en Marianne, pero dada su última reacción al dejarse llevar por sus emociones, trató de mantenerse impasible y escéptica.
—¿…Qué propones?
—Yo no propongo nada, solo soy la mensajera. Es difícil de explicar, solo… asegúrate de que tu familia esté fuera para cuando regrese dentro de un par de horas. Ni siquiera estoy segura de que funcionará, pero… hay que intentarlo todo, ¿no?
Marianne asintió a pesar de tener también sus dudas al respecto, y antes de que pudiera preguntar cualquier otra cosa, Lilith ya se estaba despidiendo de ella y saliendo a toda prisa de la casa. No sabía qué pensar. Sin embargo, terminó haciendo lo que le había sugerido e intentó convencer a su familia de salir de casa. Aunque no fue tan sencillo. Su madre estaba decidida a quedarse en casa y pasar el día en familia, lo cual no sentaba bien con lo que fuera que Lilith tuviera planeado. Trató de pensar en alguna forma de sacarlos de la casa sin levantar sospecha hasta que se le ocurrió algo que, no obstante, le causaba conflicto, pero dado que no le quedaba mucho tiempo no tuvo más remedio que llevarlo a cabo.
Más tarde volvieron a tocar a la puerta y esta vez quien estaba del otro lado resultó ser el padre de Angie, tomando por sorpresa a Enid que no lo esperaba ese día.
—Disculpa que me aparezca así tan súbitamente. Solo me pareció un día demasiado hermoso como para desaprovecharlo y salir a dar un paseo, quizá.
Enid no supo qué responder, y giró el rostro hacia atrás pues tenía público. Loui observaba con recelo desde la sala, dejando en pausa el videojuego que había comenzado con Mitchell, y Marianne permanecía de pie en las escaleras.
—Eh… No sé qué decir. No estaba preparada para salir, pensaba pasar el día en familia —dijo finalmente Enid vacilante.
—¡No hay ningún problema! —dijo de pronto Mitchell, saltando del sillón y acercándose a la puerta—. Adelante, salgan a divertirse, nada pasará por quedarnos en casa solos un rato. Creo que somos lo suficientemente maduros. Ve, tía Enid, te lo mereces.
Loui bufó claramente en desacuerdo, pero Marianne se mantuvo inexpresiva desde las escaleras y Enid finalmente accedió.
—…Deja me cambio de ropa y nos vamos.
El hombre sonrió satisfecho ante su respuesta mientras Loui dejaba escapar bufidos de indignación, y aunque Marianne seguía sin decir nada, se dio la vuelta para regresar a su habitación a la vez que sacaba su celular y tecleaba rápidamente una respuesta: “Gracias por tu ayuda” y se la envió a Angie.
—¡No entiendo cómo puedes estar tan tranquila! ¡El impostor acaba de convencer a mamá de que saliera con ese hombre después de todo lo que hemos hecho! —le recriminó Loui, apostándose en su puerta con los brazos cruzados en pose indignada.
—No lo estoy, pero mamá es adulta y puede hacer lo que desee con su vida —respondió Marianne, volviendo a teclear otro mensaje en su celular hasta dejarlo asentado en su buró y finalmente centrar su atención en él—… Lo que no significa que la vamos a dejar sin vigilancia, ¿me entiendes?
El rostro de Loui se suavizó al entenderla y asintió con gesto cómplice, corriendo enseguida hacia su cuarto para estar listo en cuanto su madre saliera. Marianne cerró la puerta dando un fuerte suspiro que casi salió como gruñido. Lo último había sido fácil, con eso ya se había asegurado la ausencia de su madre y su hermano en las siguientes horas, pero aún no estaba segura de qué forma deshacerse de alguien que siempre encontraba la forma de aferrarse como un parásito.
Pasados quince minutos de que tanto su madre y su cita se habían marchado, seguidos de cerca por su hermano, decidió bajar a la sala algo impaciente porque llegara Lilith y enterarse por fin de qué se trataba todo aquél extraño asunto del que había hablado.
—Muy hábil deshaciéndote de tu familia de esa forma —dijo Mitchell, sentado cómodamente en el sillón de la sala ya sin la apariencia de Samael y con una expresión que remontaba a su época de casanova… lo cual no era mucho decir, considerando lo poco que había cambiado desde entonces—. Debo decir que me siento halagado de los extremos a los que llegas con tal de quedarnos solos en casa.
Marianne hizo una mueca al verlo mover las cejas, y tan solo volteó hacia el sillón más próximo, hizo un movimiento con la mano y uno de sus cojines voló directo a su cara.
—No pareces tan afectado por todo el asunto con Belgina como pensábamos —espetó ella, sacudiéndose las manos mientras Mitchell se liberaba del cojín, jadeando por aire.
—¡Era broma, cielo santo! ¿Ya no se puede tener un poquito de humor sin que te crucifiquen por ello?
—Pues deberías aprender a escoger el momento y el lugar para tus bromas, y ya deberías saber a estas alturas que yo NUNCA estoy de humor para ellas —replicó ella, asomándose por la ventana y luego volviendo a apartarse de esta para comenzar a dar vueltas en el espacio entre la sala y el comedor con ansiedad.
—Estás esperando a alguien, ¿a quién? —preguntó Mitchell con curiosidad.
—No es de tu incumbencia, ¿por qué no mejor vas a hacerle una visita a tu familia para que al menos sepan que te encuentras bien?
—Podría. Pero me causa más curiosidad quedarme a ver qué es lo que están tramando. Porque tiene que ver con la visita de Lilith esta mañana, ¿no? —dijo Mitchell, estudiando su reacción con creciente interés—. ¿Es lo que suelen llamar “cosas de chicas”? ¿…Vendrá Belgina también?
Marianne estuvo a punto de responderle que no y mandarlo a callar para poder así concentrarse en sus propios pensamientos, pero se fijó en su cambio de semblante y tono en cuanto mencionó el nombre de Belgina y cambió de táctica.
—…Así es, viene ella también, y si le tienes al menos un poquito de consideración por lo que le hiciste pasar, te marcharás antes de que llegue para no someterla al estrés constante de tu presencia.
El ánimo de Mitchell mermó de inmediato y su expresión ya no era de total desfachatez sino de tímida culpabilidad. Se enterró más en el sillón y encorvó los hombros.
—…Saldré en un momento —dijo él con el rostro alicaído y Marianne no pudo evitar sentir remordimiento ante el trato que le había dado.
—…Solo ve con tu familia para que vean que sigues con vida. No puedo abogar por Kristania dado nuestro historial, pero tu madre se veía muy preocupada. Hazlo por ella al menos —agregó ella en tono más calmo y Mitchell asintió con un intento de sonrisa al que le siguió un instante de silencio.
—…No quería que las cosas terminaran así con Belgina. De verdad hice todo lo que estuvo en mi poder para arreglar las cosas y volver a ganarme su confianza…
—Lo sé —respondió Marianne comprensivamente—… Ese fue el problema.
Mitchell volvió a asentir, y tras pasar otro momento mirándose las manos, se puso de pie y se estiró como si estuviera aún despertando.
—…Bien, creo que me daré una vuelta por casa entonces y con suerte quizá mamá me llore solamente un par de horas y me reprenda otro par más —finalizó Mitchell tras una larga exhalación, pero se detuvo antes de llegar a la puerta algo indeciso—… Cuando veas a Belgina, ¿podrías decirle…? No, nada… Olvídalo. Si necesitas de la presencia de Samuel para evitar cuestionamientos, solo avísame.
Salió de la casa y Marianne se quedó completamente sola. Estaba tan impaciente y con la cabeza tan llena de ideas que se la pasó caminando en círculos por varios minutos, asomándose constantemente en la ventana y mirando el reloj de pared. Lilith a veces tenía la mala costumbre de no fijarse del tiempo que pasaba, así que lo único que pedía era que no se le ocurriera aparecerse en la tarde o en la noche cuando seguramente su familia estaría ya de vuelta. Tan absorta en sus opciones estaba que al escuchar los golpes en la puerta sufrió un sobresalto, aunque casi de inmediato recuperó el dominio sobre sí misma y tomó un profundo aliento antes de abrir.
—¿No hay moros en la costa? —preguntó Lilith, asomándose con cautela al interior mientras Marianne se quedaba mirando confundida a la chica que la acompañaba, envuelta en una túnica de colores oscuros que le pasaba también por encima de la cabeza como si fuera un velo de manera que le ocultaba parcialmente la cara, aunque no era necesario preguntar quién era dada su selección de vestimenta.
—¿…Qué significa esto? ¿Qué hace ella aquí, Lilith?
Ambas chicas entraron a la casa y Latvi se apartó la tela que le cubría la cara, dejando al descubierto su bronceado rostro y delineados ojos del color de la arena.
—Mis respetos —dijo ella, inclinándose hacia delante a manera de saludo.
—Eh… igualmente… ¿Lilith? —dijo Marianne, buscando con la mirada a su amiga por una explicación mientras la otra chica se adentraba en la casa y procedía a observar todo con interés analítico.
—No te preocupes, parece saber lo que hace, solo déjala —susurró Lilith apartando a Marianne a un lado para poder hablarle confidencialmente.
—¡¿Que no me preocupe?! ¡¿Qué tanto es lo que sabe?! ¡No se supone que vayamos por ahí contándole sobre nosotros a cualquier persona que tengamos enfrente por más… mística que parezca! —musitó Marianne, tratando de mantener la voz baja.
—¡Tranquila! Lo único que sabe es que Samuel desapareció y ya; ella dice que puede intentar rastrearlo o establecer comunicación con él.
—¿“Comunicarse”? ¡Eso suena como si planeara hacer una sesión espiritista y te recuerdo que él NO está muerto! —espetó Marianne, tensándose ante la idea.
—No sé lo que vaya a hacer o lo que tenga en mente. Solo démosle una oportunidad, ¿sí? No perdemos nada. ¿No estás dispuesta a intentar todo por traerlo de vuelta?
Marianne se quedó callada ante esto último y miró de reojo hacia Latvi, que seguía recorriendo la estancia, contemplando hasta el más mínimo detalle de los muebles y objetos que la adornaban, como si no hubiera llegado a sus oídos ninguna de sus palabras.
—…Bien, de acuerdo, le daré el beneficio de la duda —aceptó ella con reluctancia—… Pero te advierto que a la menor mención sobre el “espíritu” de Samuel estoy fuera.
Lilith se limitó a levantar las manos, dándole a entender que dejaba todo a su criterio. Marianne dio un empujón a la puerta para cerrarla, pero fue detenida a unos centímetros de que encajara con el marco y abierta de nuevo ante la confusión de las chicas. En el vano de la puerta apareció Mankee con expresión agitada, como si hubiera estado corriendo en un maratón por varios kilómetros.
—¿Qué…? ¿Por qué…? ¿Qué están…? —intentó articular él, pero sus resuellos se lo impedían, y tuvo que tomarse un momento apoyado de la puerta y varias exhalaciones profundas antes de intentar hablar otra vez.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Lilith apenas salió de su sorpresa.
—¿Qué hago YO aquí? —dijo Mankee por fin, con ojos tan abiertos que bien se podría medir la circunferencia total de sus ojos—… Vi que Latvi salió misteriosamente de la cafetería, y temiendo que se metiera en problemas la seguí, pero cuando vi que se reunió contigo a pesar de todas las advertencias que te he hecho…
—¿Me seguiste porque estabas preocupado por mí? —dijo Latvi volteando desde donde estaba, con una mano al pecho y expresión conmovida como si fuera un cumplido, aunque Mankee la mirara como si hubiera perdido la razón.
—…Por favor, no continúen con lo que sea que estén planeando. No saben en lo que se están metiendo —agregó Mankee, volviéndose hacia Lilith con gesto implorante.
—Relájate, siempre estás haciendo una tormenta en un vaso de agua —replicó Latvi, restándole peso a sus palabras y colocándose delante de la escalera, dándoles la espalda—. Necesito estar en la habitación de la persona a la que desean contactar. Ayuda estar en un ambiente cargado de su energía y su esencia.
—¿Contactar? —repitió Marianne, nada a gusto con la selección de palabras. Mankee volvió a dedicarles una mirada suplicante; su cabeza daba breves pero perceptibles movimientos a los lados en señal de negación, pero las chicas estaban decididas a continuar y Marianne se enderezó para comenzar a subir las escaleras—… Es por aquí.
Latvi fue tras ella seguida por Lilith, que antes le dirigió una mirada resignada al chico.
—Lo siento. Tenemos que probar todas las opciones posibles —dijo ella con un encogimiento de hombros mientras Mankee soltaba una exhalación de derrota.
—¿Todo bien? —preguntó Lilith al alcanzar la cima de las escaleras y detenerse en la puerta del ático donde Marianne se había quedado parada, observando a Latvi recorrer el lugar como si estuviera examinándolo.
—Te diré cuando termine todo esto.
—…Si no estás convencida, podemos cancelarlo. Aún estamos a tiempo antes de que Mankee sufra un colapso ahí abajo.
—No —dijo Marianne sin apartar la vista de Latvi—. Si existe de verdad una remota posibilidad de que funcione lo que sea que esa chica piensa hacer, no seré yo quien lo impida. Jamás me lo perdonaría.
—¿Y si no funciona después de todo?
—El intento se habrá hecho —respondió Marianne con un leve encogimiento de hombros, aunque se notaba conflictuada al respecto.
—Bien, he terminado —anunció Latvi, deteniéndose frente a ambas chicas tras hacer el recorrido por el ático—. Estoy preparada si ustedes también lo están.
Marianne y Lilith intercambiaron una mirada dubitativa, y con un ligero movimiento de cabeza, Lilith le hizo saber que estaba en sus manos, así que la primera tomó aliento para finalmente obligarse a asentir, señal que la exótica chica tomó con entusiasmo para empezar enseguida a hacer arreglos sin molestarse en preguntar primero.
—Necesitaré entonces que cubran todas las aberturas que permitan el paso de la luz, eso incluye la puerta que deberá estar cerrada todo el tiempo —indicó ella mientras se sacaba literalmente de las mangas unas velas con incrustaciones de piedras preciosas distribuidas en la cera a modo de formas geométricas que creaban símbolos desconocidos para ellas y empezaba a colocarlas sobre el piso, en el centro del ático —. No hablarán hasta que yo les indique, y en ningún momento pueden romper el círculo; no me hago responsable de las consecuencias que puede acarrear. Estaremos lidiando con fuerzas más allá de la comprensión humana, y lo mínimo que espero es que me dejen hacer mi trabajo sin interferir. Y una última cosa… tendrán que convencer a Hisham que suba y tome su lugar como punto cardinal, o de lo contrario todo esto habrá sido en vano.
Latvi sonrió ante su última indicación, consciente de que lo que había pedido era tarea casi imposible dado el fuerte rechazo que Mankee profesaba por lo que fuera que ella hacía. Las dos chicas volvieron a mirarse sabiendo que aquella empresa estaba destinada al fracaso y que solo existía una manera de conseguirlo.
Minutos después ambas tiraban de Mankee, tratando de arrastrarlo escaleras arriba mientras este se sujetaba con fuerza del pasamanos.
—¡Vamos! ¡Deja de resistirte! ¡Solo tienes que estar presente, no harás nada que no quieras!
—¡No! ¿Creen que no he escuchado ese cuento miles de veces ya? ¡Crecí con ella, sé lo que significa y no caeré! ¡Tal vez no pueda impedir que sigan adelante con sus planes, pero a mí no me arrastrarán con ustedes! —exclamó Mankee, aferrado al barandal.
—No tenemos tiempo para esto.
Marianne retrocedió unos pasos, dándose cuenta de que no conseguirían nada de esa forma, y tras hacerle señas a Lilith para que se apartara también, concentró su mirada en él, frunciendo el ceño como si estuviera realizando un esfuerzo que excedía sus capacidades. Mankee observó impotente que sus manos comenzaban a resbalar del barandal, y en cuestión de segundos ambos brazos quedaron doblados a su espalda, forzándolo a encorvarse.
—Será mejor que subas y tomes tu lugar voluntariamente o de lo contrario no tengo ningún problema en hacerte volar como Peter Pan —ordenó Marianne, temblando ligeramente ante el esfuerzo requerido—. Veremos qué piensa tu prometida cuando te aparezcas flotando en el aire. Quizá piense que fuiste poseído por algún espíritu malvado e intente exorcizarte.
—¡…Que NO es mi prometida! —replicó Mankee con un grito de dolor. Quería al menos mantener la fachada de tener voluntad inquebrantable, pero su voz lo traicionaba, y finalmente terminó cediendo. Minutos después ya estaban sentados en círculo al centro del ático, con las velas encendidas entre ellos y el lugar oscureciéndose en cuanto Marianne cerraba la puerta e iba a ocupar su lugar a un extremo del círculo que formaban.
Latvi encendió un cerillo y lo sostuvo a un lado de ella mientras los observaba uno a uno con aire místico. La curiosidad de Lilith, el escepticismo de Marianne y el pavor de Mankee se acentuaban con las sombras que la luz de las velas formaba en sus rostros.
—…A partir del momento en que encienda el incienso no se debe escuchar una sola voz que no sea la mía ni deben levantarse de su lugar bajo ninguna circunstancia —indicó Latvi, sin soltar el cerillo que no parecía consumirse a pesar de que la llama oscilaba en la punta—. No deben romper el círculo a menos que yo les indique que es seguro… De lo contrario, dejarían una puerta abierta para que fuerzas de otro plano entren a este y créanme, no querrán lidiar con ellas.
Marianne y Lilith intercambiaron una mirada como si aquello les sonara demasiado familiar, aunque Latvi no dio muestra de darse cuenta y procedió a acercar el cerillo hacia una copa de metal en el centro, hasta que Mankee la sujetó de la muñeca.
—Por favor —dijo él con voz temblorosa y el rostro pálido a la luz de las velas—… Aún están a tiempo de reconsiderarlo.
Latvi no dijo nada, se limitó a esperar la respuesta de las dos chicas y Marianne miró fijamente a Mankee de forma que recordara lo que podía hacer.
—Déjala continuar.
Mankee soltó intimidado a la chica y dio un suspiro resignado. Cerró los ojos y se llevó las manos a los oídos. No quería ver ni escuchar lo que sucedería a continuación.
—…Me avisan cuando acabe todo.
—No se preocupen por él, siempre ha sido demasiado dramático —aseguró Latvi, sonriendo tranquilizadoramente y estirando el brazo para encender por fin el incienso. Al instante recompuso el rostro y se sentó con la espalda recta y las manos sobre su regazo con los dedos vueltos hacia arriba, el índice y el pulgar unidos, los ojos cerrados en gesto de concentración mientras el humo del incienso comenzaba a subir de la copa y ella recitaba una letanía en un idioma desconocido. Pasado un minuto, Latvi tomó la prenda que tenía a un lado de ella con los ojos aún cerrados, y la sostuvo por el frente, como si la ofreciera a un ser invisible—. Padre Yima, guardián del portal y juez del fin, te presento mis respetos y solicito tu invaluable ayuda para localizar a un alma sujeta a tus leyes en las fronteras de los reinos. De pago mi linaje y de promesa otro año de servicio.
Latvi sacó unas tijeras que no le habían visto hasta entonces y cortó un pedazo de aquella prenda, una de las primeras que habían pertenecido a Samael, lanzándola en la copa del incienso para consternación de Marianne; a continuación, acercó su propia mano izquierda y ante la mirada alarmada de las dos chicas se hizo un pequeño corte en el pulgar con las tijeras, dejando caer unas gotas de sangre sobre los restos chamuscados de tela.
Chispas ardientes brincaron de esta como si hubiera echado aceite para alimentar las brasas, y aunque esto les ocasionó un pequeño sobresalto, ambas hicieron un enorme esfuerzo por mantenerse en sus lugares tal y como Latvi les había advertido. El humo del incienso fue subiendo y espesándose, dificultándoles la visibilidad a pesar de que increíblemente parecía contenido dentro del espacio que tanto las velas como ellos delimitaban. Creció hasta formar un remolino de humo en medio de la habitación con la copa como ojo. La chica que lo había iniciado se mantenía tan impávida como al principio, con los ojos cerrados en completa concentración, ropa y cabello agitándose con la fuerza del tornado confinado entre ellos.
Mankee permanecía encogido en su lugar, con la cabeza enterrada entre sus rodillas y las manos apretadas contra sus oídos, luchando contra sus instintos de huir aterrado de ahí, aunque las chicas dudaban que fuera a aguantar por mucho tiempo y parecían listas para detenerlo en cuanto hiciera el menor movimiento. Estuvieron alrededor de un minuto esperando alguna reacción de Latvi, y el tornado de humo de pronto se detuvo, quedando únicamente una columna serpenteante que subía hasta el techo. Latvi abrió los ojos, solo que, en vez de arena, no vieron más que brumas arremolinándose en ellos. Estaban rodeados por una membrana blanca, y las chicas sospechaban que en ese momento estaba inmersa en un profundo trance, su consciencia fuera de este plano.
—El nombre —dijo ella con una voz distorsionada, imposible de identificar el género. No miraba a nadie en específico, pero enseguida entendieron que se dirigía a ellas y que esa era la señal que indicaba que podían hablar.
—Samuel. Samuel Darwin —contestó Lilith y Latvi, o lo que fuera que hablara a través de ella, guardó silencio por un instante.
—No hay ningún Samuel Darwin.
—¡Samael! —exclamó Marianne como si apenas recordara que tenía voz—. Buscamos a Samael. —De nuevo otro momento de silencio. Marianne esperó ansiosa a su respuesta con los dedos casi clavados en las perneras de su pantalón.
—Ningún Samael —volvió a decir Latvi con ojos ciegos y gesto inexpresivo. Marianne exhaló por fin el aire que había estado conteniendo, decepcionada ante la negativa, pero en corto, la chica volvió a abrir la boca—… No aquí, al menos.
Ella volvió a levantar sorprendida el rostro, por dentro preguntándose a qué se refería con “aquí”, pero estaba tan desesperada por conocer el paradero de Samael que decidió pasarlo por alto.
—¿Puedes seguir buscando? ¿En otros… planos quizá? —se arriesgó a preguntar, a pesar de no tener idea alguna de la clase de ser al que se dirigía. Latvi se mantuvo en la misma postura sin decir nada por varios segundos, como considerando su pedido.
—¿Y qué me darás a cambio, divunumen? —Los labios de Latvi se curvaron en una sonrisa, como si el misterioso ser que hablaba a través de ella supiera algo que Marianne no, pero que tampoco estaba dispuesto a compartir. Y esa palabra…
—¿…A cambio? Yo no…
No supo qué responder. No podía simplemente ofrecer algo sin conocer los riesgos, y con Latvi fuera de circulación mientras fuera un simple conducto no tenía forma de saber a qué se atenía. Miró de reojo a Lilith, pero ella parecía casi tan paralizada del miedo como Mankee. Cuando sus miradas se cruzaron, Lilith trató de sacudir la cabeza negativamente, pero tenía el cuello tan duro que apenas se agitó un poco como si se estremeciera. Una risa las sacó de su intercambio, provocándoles escalofríos.
—Te ahorraré el pensar en ello —dijo Latvi con aquella voz que no parecía provenir de ella—. Se aproxima una rebelión, y cuando creas estar en el bando correcto, no estés tan segura. Danos tu lealtad y tendrás lo que pides.
Marianne titubeó ante las palabras. ¿Rebelión? ¿Lealtad? Aquello la estaba poniendo cada vez más nerviosa y no se atrevía a responder algo de lo que no estaba segura. Sentía sus palmas frías y sudorosas y no le agradaba el rumbo que estaban tomando las cosas. Necesitaba mostrar algo de firmeza, que ella no estaba dispuesta a negociar de esa forma.
—Yo no puedo…
—Se percibe su presencia en nuestras fronteras —interrumpió Latvi—. Una vez que la atraviese será nuestro y no lo soltaremos. Una gran adquisición.
—¡No! ¡N-No, un momento, yo…! —Marianne tartamudeó, tratando de pensar en algo rápido, pero no podía concentrarse con el peso del significado de aquellas palabras. ¿Qué frontera? ¿En dónde estaba? No podía pensar con claridad con toda esa información ambigua lanzada hacia ella.
—Responde entonces. Decide.
¿Qué pasaba si era verdad? ¿Y si podía traerlo de vuelta? La vida de Samael estaba en sus manos entonces, ¿qué hacer cuando no tenía idea de lo que aceptar aquellas condiciones podría significar para ella en el futuro? No era para tomarse a la ligera, pero el tiempo se estaba agotando y no podría estirarlo más.
—Yo quiero…
Fue interrumpida de pronto por una voz que recitaba invocaciones en otra lengua. Era Mankee. Había levantado el rostro y con las palmas unidas a la altura del pecho no dejaba de repetir aquellas palabras hasta despegar las manos con un movimiento raudo. Latvi volvió a cerrar los ojos y el remolino de humo se reanudó. Marianne quiso decir algo, pero Mankee indicó con una seña tanto a ella como a Lilith que mantuvieran silencio. El humo volvió a crecer en una vorágine hasta el techo, las rachas que le acompañaban cada vez más intensas. Entre el humo parecían formarse imágenes que iban acompañadas de voces lejanas e ininteligibles, pero que les helaba la sangre, de modo que Mankee volvió a encogerse y a taparse los oídos mientras Marianne observaba fijamente las imágenes. Eran siluetas oscuras que iban congregándose, como si el humo fuera una pantalla o una ventana que conectaba a algún lado. Y a pesar de la sensación de ser observada, Marianne no podía apartar la vista, por más desconcertante que fuera. Era casi hipnótico.
La puerta se abrió de golpe, como si la fuerza centrífuga del remolino la hubiera azotado, y fue atravesada por una sombra que profirió un sonido tan escalofriante que Lilith se soltó a gritar y por más que Marianne intentó sujetarla, esta dio un salto fuera del círculo. Al instante el remolino estalló, creando una onda expansiva que alcanzó a todos, arrojándolos al suelo y quedando únicamente el rastro disperso del incienso en la habitación.
—¡Wow! ¡¿Qué demonios fue eso?! ¡Tiene que ser la sesión espiritista más radical que ha existido!
Marianne fue incorporándose algo aturdida y volteó hacia el origen de aquella voz.
—¿…Qué estás haciendo aquí? Se supone que irías a tu casa.
Mitchell se sacudió la ropa y se enderezó como si no hubiera pasado nada.
—Pensaba hacerlo, pero luego decidí esconderme y esperar a que las demás llegaran solo para estar seguro de que no querías simplemente deshacerte de mí. Debo decir que fue algo decepcionante ver que la única en aparecerse fue Lilith con la novia psicópata de Mankee, y luego cuando este también se les unió inesperadamente supe que algo raro se traían entre manos, así que decidí quedarme y averiguarlo… y de paso asustarlos un poco. Creo que lo conseguí, ¿eh? Esa reacción de Lilith no tuvo precio.
—¡Idiota! ¡Lo arruinaste todo! —reclamó Marianne, apretando los puños, pero antes de que pudiera avanzar hacia él, escuchó los quejidos de Lilith.
—¿Qué pasó? ¿Fuimos atacados? —preguntó Lilith, tratando de levantar la cabeza.
—Nada de eso. Fue solo el imbécil de Mitchell siendo un imbécil como siempre.
—…No, no, no, se rompió el círculo —murmuró Mankee a un lado de ellas, observando a su alrededor con expresión fatalista.
—Culpa a Mitchell por eso. Ahora ayúdenme a recoger todo y dejarlo como estaba —dijo Marianne, comenzando a recoger libros que habían quedado regados en el piso tras la onda expansiva que los había golpeado.
—El círculo no debe romperse nunca. JAMÁS —continuó él, aunque parecía más estar hablando consigo mismo, observando alerta todo como si algo fuera a saltar y atacarlos en cualquier momento.
—¿Y qué si se rompió? Seguimos vivos e ilesos y eso es lo que importa, ¿no? —replicó Lilith, frotándose la cabeza en busca de chichones.
—No entienden. Nunca entendieron desde el principio. Debieron escucharme.
—Creo que a tu novia le pasa algo —interrumpió Mitchell tras haberse desplazado por la habitación, observando los daños y deteniéndose junto a Latvi.
Mankee gateó hacia ella y vio que su cuerpo se agitaba como si estuviera sufriendo una convulsión. Tenía los ojos abiertos, pero éstos continuaban cubiertos por aquella película blanca que la cegaba.
—¡Ayúdenme a sujetarla!
Marianne y Lilith titubearon antes de acercarse y detener a la chica por los brazos, una de cada lado, mientras Mitchell también se les unía y le sujetaba las piernas. Mankee hizo unos movimientos con las manos como si fuera lenguaje de señas hasta parar con las palmas apuntando a su rostro; éstas emitieron un resplandor como si fuera el flash de una cámara, y al instante Latvi cerró los ojos y su cuerpo dejó de agitarse, dándoles oportunidad para sentarse a un lado con aspecto exhausto.
—¿Qué fue todo eso? El remolino, las voces, la… cosa que hablaba a través de ella —inquirió Marianne, haciendo un gesto con la mano para señalar a su alrededor.
—Ah, ¿ahora sí se preocupan por las consecuencias de sus decisiones poco acertadas? Porque eso debieron pensarlo antes de seguir con toda esta locura cuando se los advertí.
—Ahórrate el sermón y responde a la pregunta —espetó Marianne con impaciencia.
— “Eso” fue el resultado de permitirle a Latvi jugar con fuerzas con las que no debe —contestó Mankee, comprobando los signos vitales de la chica, que no tardó en abrir los ojos y mirar a su alrededor con aturdimiento.
—¿Qué pasó? ¿Ya terminó?
—¿Y todavía lo preguntas? —replicó Mankee que no tardó en ser empujado a un lado por Marianne buscando la atención de la chica.
—¿Puedes recordar algo de lo que dijiste? ¿De lo ocurrido?
Latvi fue incorporándose lentamente, como si las extremidades le pesaran, y sujetándose la cabeza. Parecía aún dudar del lugar en el que se encontraba, pero poco a poco la claridad volvía a sus ojos color arena.
—…Lo siento. Cuando entro en trance, pierdo noción de todo. Mi cuerpo se vuelve un simple recipiente y conductor —respondió ella, sacudiendo la cabeza para aclarar sus pensamientos—… Aunque usualmente reacciono en la misma postura en la que empecé. ¿Acaso alguien rompió el círculo?
Marianne dirigió otra mirada recriminatoria a Mitchell, que optó por fingir demencia.
—¿Y qué ocurre si el círculo ha sido roto antes de tiempo? —preguntó Lilith con expresión nerviosa, apenas comprendiendo el significado y posibles repercusiones de la pequeña sesión de la que habían formado parte. Latvi permaneció en silencio por un momento, lo cual únicamente sirvió para acentuar aquella sensación de gravedad.
—…En teoría, el círculo actúa como barrera de contención de manera que si alguien lo abandona o viola los acuerdos establecidos antes de que la conexión se haya cerrado por completo, existe el riesgo de que algo se introduzca a nuestro mundo. Algo desconocido y potencialmente peligroso. Sin embargo, nunca antes ha ocurrido —dijo por fin con tono solemne y meditativo—… Al menos no bajo mi mando. Siempre he sido muy metódica y precisa con mi técnica.
—¡Te advertí muchas veces que un día algo se saldría de tu control y finalmente ocurrió! —le increpó Mankee, señalando a Mitchell que se mantenía sentado sobre sus piernas con expresión inocente, hasta que el chico se dejó caer al suelo, abrazándose a sí mismo en postura derrotada—… Ahora no sabemos qué clase de ser o ente pudo haberse filtrado a través de la barrera rota. Podríamos estar viviendo nuestras últimas horas de vida en este planeta. ¡No debí dejarme manipular! ¡¿Por qué soy tan débil?!
—Por favor, Hisham, te estás adelantando a los hechos —dijo Latvi en completa calma, sin permitir que la turbación de Mankee la alcanzara también—. No hay que suponer lo peor ni dejarte llevar por el pánico como siempre. Ya estaba finalizando la conexión de todas formas, lo más seguro es que nada haya logrado cruzar el umbral. ¿O ustedes vieron algo fuera de lo común?
—¿…Quieres decir aparte del enorme remolino de humo que se formó en medio de la habitación de donde salieron voces e imágenes bastante tenebrosas? —replicó Marianne levantando una ceja, incrédula ante su tranquilidad.
—Solo voces, solo imágenes. Suele ocurrir, no hacen daño alguno —desechó Latvi con un aspaviento mientras se ponía de pie—. Bien, creo que terminamos aquí por lo pronto. Si después de lo de hoy llegan a experimentar algún… suceso extraño, háganmelo saber y haré lo posible por solucionarlo, ¿de acuerdo?
—¿…Qué? ¿Eso es todo? —preguntó Marianne con creciente indignación ante su ligereza—. ¿Llegas aquí diciendo que puedes ayudarnos, y en vez de eso nos dejas en medio de un completo desorden y con una posible filtración de otro plano dimensional? ¿Qué clase de ética de trabajo es ésa?
Latvi volteó hacia ella, como si estuviera decidiendo si valía la pena contestar o no, y terminó sonriendo como lo haría con un cliente problemático.
—Tienes suerte que haga esto porque es mi llamado, o de lo contrario la factura te saldría algo cara —respondió ella en tono amable, y sin borrar su sonrisa se inclinó en una reverencia de despedida—. Ahora si me disculpan, debo retirarme. Pero siéntanse libres de mantenerse en contacto por cualquier problema que crean relacionado con lo ocurrido hoy aquí. Con gusto trataré de resolverlo.
Sin esperar ninguna respuesta salió del ático y bajó las escaleras con gran tranquilidad. Mankee meneó la cabeza con desaprobación antes de seguirla y Marianne miró tanto a Lilith como a Mitchell en busca de apoyo, pero ella empezaba a ser invadida por la paranoia mientras él hundía el dedo con curiosidad en las cenizas restantes del incienso de donde apenas y surgía un débil hilillo de humo.
Finalmente se decidió a bajar también detrás de ellos casi a saltos. Mankee y Latvi estaban ya a un lado de la puerta, como si esperaran a que ella misma les abriera. Marianne bufó, pero aun así caminó de mala gana hacia la entrada.
—…Esto no se acaba aquí, aún tengo preguntas que tarde o temprano tendrán que responder —advirtió Marianne, abriendo la puerta y al voltear al frente se encontró con la sorpresa de que su padre estaba ahí parado con la mano levantada a punto de tocar.
—Oh, perfecto. Empezaba a temer que no hubiera nadie en casa —dijo Noah, bajando la mano. Marianne se quedó muda por un instante, mirando de reojo hacia sus dos auto-invitados, y alcanzó a escuchar también los pasos en las escaleras de los dos que restaban.
—¿…Qué haces aquí?
—Escuché que hoy estarían todos en casa, así que se me ocurrió venir a pasar un rato en familia —respondió su padre, pasando al interior y notando la presencia de los cuatro chicos ocupando la estancia—…Vaya, de haber sabido que tendrían una fiesta habría traído unas pizzas tal vez…
—No es una… Solo… vinieron a traerme algo —respondió ella, sin saber de qué manera justificarse y presentando a las dos personas que aún no conocía—. Eh… Ellos son Mankee y Latvi.
Ambos hicieron el ademán de inclinarse en señal de respeto, pero antes de que pudieran completar el movimiento, Noah ya se había adelantado y saludado con un rápido apretón de manos a Mankee, y luego a Latvi para horror del chico que no alcanzó a evitarlo a tiempo.
—Siempre es un placer conocer a los amigos de mi hija.
Latvi mantuvo la vista fija en la mano que Noah le estrechaba, como hipnotizada. Cuando este finalmente la soltó, ella levantó la mirada con una extraña expresión en el rostro. Miró de reojo a Marianne con aquel mismo gesto indescifrable y luego volteó de nuevo al frente, esbozando una leve sonrisa en respuesta al saludo.
—El placer es nuestro. Si nos disculpan, ya nos íbamos —finalizó ella con otra inclinación antes de pasar por la puerta, con Mankee siguiendo sus pasos con una mezcla de confusión y nerviosismo, dedicándoles una última mirada a los demás mientras se alejaban.
—…Bueno, creo que también nosotros deberíamos retirarnos —intervino Mitchell al ver que no le quedaba otra excusa para quedarse sin disponer de la apariencia de Samael—. Esperamos que “eso” que te trajimos te sirva de algo y si no, ya sabes dónde localizarnos.
Con una mano empujó a Lilith hacia la puerta y con la otra se despidió con premura. Lilith parecía aún perturbada y únicamente alcanzó a agitar débilmente la mano antes de que Noah cerrara la puerta.
—Tus amigos siempre me han parecido peculiares —comentó Noah con una sonrisa mientras echaba un vistazo a la sala y luego se daba una vuelta por la cocina.
Marianne, sin embargo, se quedó parada en medio de la estancia con la memoria de lo ocurrido en el ático aún fresca, repasando una y otra vez las palabras dichas a través de Latvi y las imágenes que había visto en el humo. Siluetas oscuras congregándose como si intuyeran que las estaba observando y estas también mirándola a su vez. ¿Qué eran? ¿De dónde provenían? ¿Por qué querrían retener a Samael?
—¿Dónde están todos? —Noah apareció ahora bajando las escaleras. Al parecer había recorrido toda la casa en el lapso que ella había estado repasando los hechos en su cabeza.
—Eh… ellos salieron. No fue planeado en realidad —respondió Marianne aún algo distraída. Noah suspiró y miró a su alrededor, sus planes ya frustrados.
—Bueno, supongo que el día familiar se cancela… ¿Ya comiste? Quizá aún podamos aprovechar el día; ordenar una pizza o algo. A menos que tengas algo más que hacer, claro —resolvió Noah, regresando a la cocina, y aunque Marianne no se sentía con ánimos para hacer nada ni comer, lo siguió como si se sintiera obligada a llenar el espacio de su familia ausente… que, por supuesto, ella misma se había encargado de alejar de casa.
—Es demasiada pizza —dijo ella un rato después en la cocina, cuando su padre apareció con tres cajas que había ordenado.
—Quizá los demás quieran cuando regresen. Nunca está de más prevenir —replicó su padre alegremente, dejando las cajas sobre la mesa y abriendo la de arriba para tomar una rebanada. Marianne se limitó a hacer lo mismo, sentada en la mesa como estaba, dando un bocado desganado con la mirada perdida mientras trataba de pensar en qué haría a continuación en su empresa para recuperar a Samael—. ¿Algo te preocupa?
—No, es solo… Son cosas de la escuela.
Su padre la estudió desde el otro extremo, en su postura de pie con una mano apoyada en la mesa y la otra sosteniendo su rebanada a medio comer.
—¿Alguno de tus amigos tiene problemas? —preguntó él y Marianne titubeó por un instante sin saber cómo responder a ello. Sonaba como si supiera algo que no se atrevía a decir directamente, pero no tenía forma de saber lo de Samael; habían sido cuidadosos al respecto (al menos tanto como el narcisismo involuntario de Mitchell se lo permitía). Aunque claro, ella tampoco ocultaba precisamente su preocupación, así que era de lo más normal que adivinara que algo no andaba bien. Estaba siendo descuidada y no podía permitírselo. Se dispuso a inventarle algo tan sólo para disipar sus sospechas, pero lo que él dijo a continuación no se lo esperaba—. ¿Es por tu amigo Demian?
Marianne parpadeó confundida ante aquella pregunta. No comprendía la razón por la que de repente lo sacaba a colación, pero ahora se sentía impelida a indagar a pesar de que una parte de ella no quería escuchar sobre él en ese momento.
—No… ¿por qué…? ¿De dónde…?
Unos golpes en la puerta la hicieron callar y dar un respingo. ¿Habrían regresado los demás? ¿Olvidarían algo? Noah ya estaba dejando su rebanada en la caja e irguiéndose, pero ella se puso de pie de un salto. Si Latvi había vuelto, necesitaba unas palabras con ella.
—¡Yo iré a abrir!
—No te apures. Sigue comiendo, yo me encargo —replicó su padre con su sonrisa tranquilizadora, pero antes de que pudiera dar un paso, su celular comenzó a sonar en sincronía con la puerta, y con un solo vistazo a la pantalla, su rostro experimentó un leve cambio. Marianne no tenía duda, era el gesto que ponía cuando se trataba de las cartas misteriosas. La mujer del perfume lavanda.
Su mandíbula se tensó y apretó los dientes, pero debía pensar con la cabeza fría, no podía permitirse que el enfado la cegara en ese momento.
—¿…Por qué no contestas mientras yo voy a abrir? —sugirió ella entre dientes. Sabía que no podía evitar que la indignación se reflejara en su voz, así que antes de que él pudiera decir algo, salió a toda prisa de la cocina y se dirigió a la entrada, tratando de controlar la furia que la invadía. Se tomó apenas unos segundos con la mano en la perilla antes de abrir la puerta. Su rostro se tornó confuso al ver a la persona frente a ella—… ¿Qué estás haciendo aquí?
—No hemos tenido oportunidad de hablar en los últimos días —dijo Dreyson con las manos a los bolsillos—. Quería felicitarte apropiadamente por la victoria de su equipo.
—Mmmh, gracias… Aunque solo tenías que esperar a mañana. Por si lo olvidas, vamos a la misma clase.
—Sí, bueno, supongo que en realidad era una excusa para venir hasta aquí y decirte algo antes de que los rumores llegaran a ti.
Marianne frunció el entrecejo, tratando de imaginar de qué podría estar hablando, y de pronto recordó las fotos que había visto en casa de Lucianne. Había carpetas llenas de documentos que su tío, el comandante Fillian, estaba estudiando junto con parte de su escuadrón. Entre todas ellas estaba la foto del padre de Dreyson; una foto del registro policiaco como parte de la evidencia en un caso de asesinato, según tenía entendido.
Quizá durante la semana que estuvieron fuera de la ciudad comenzaron las pesquisas en el caso y habían hecho circular la foto en algunos medios.
—¿Es por lo de tu padre?
Dreyson entornó los ojos con recelo.
—¿…Por qué lo mencionas? ¿Él qué tiene que ver?
Error. Quizá no debía haberlo dicho hasta que él mismo se decidiera a hablar de ello… pero ya que había sacado el tema…
—…Vi una foto suya —explicó, tratando de zanjar ese asunto de una vez—. Estaba en un expediente policíaco… El expediente de un caso de asesinato.
Dreyson no dijo nada, pero su mirada estaba fija en ella, y su gesto ensombreció con un toque lóbrego. Fue hasta pasado alrededor de un minuto que por fin habló.
—…Será mejor que no vuelvas a mencionarlo. No tienes idea de nada —espetó él con tono seco, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por no replicar, y cambiando rápido de tema—… Vine aquí por otro motivo. Desde ayer empezaron a circular los rumores y pensé que deberías estar prevenida… Sobre todo, considerando el objeto de tu afecto.
—¿…De qué hablas?
—Se dice que Donovan pasó la noche en…
—¿Dónde lo escuchaste? —Marianne lo interrumpió antes de que terminara siquiera de hablar; no necesitaba escuchar el resto. Ya se lo temía, pero ¿cómo? ¿De qué forma había llegado a oídos de los demás?
—…Ya lo sabías —dijo él, esbozando una sonrisa torcida, pero Marianne únicamente le sostuvo la mirada, esperando una respuesta.
—¿Quién inició el rumor? —insistió Marianne.
—No tengo idea —respondió él con un encogimiento de hombros—. Alguien lo vio saliendo de su habitación e hizo correr la noticia.
A Marianne se le ocurría una persona capaz de hacer tal cosa, y que casualmente tenía su habitación justo frente a la de Addalynn. Había estado desaparecida toda esa mañana, después de todo, y no dio muestras de vida hasta la hora de irse. Y no se veía nada feliz.
—Así que ya lo sabías —repitió Dreyson—. Admito que esperaba otro tipo de reacción, aunque no voy a negar que esta me parece más interesante.
—Bueno, ya que cumpliste tu propósito, supongo que querrás marcharte —finalizó ella con la intención de cerrar la puerta, pero Dreyson se lo impidió, colocando la mano al frente.
—Espera. ¿Querías hablar sobre mi padre? Hablemos entonces sobre él —dijo él, enseriándose súbitamente para sorpresa suya. ¿Y si le contaba algo en confidencia que terminaba convirtiéndola en cómplice? No quería agregar más carga emocional de la que ya venía arrastrando últimamente—… ¿Estás sola en casa?
Algo había en su forma de decirlo que le produjo escalofríos. Mantenía la mano contra la puerta, no solo bloqueándola sino también empujándola levemente, como si quisiera abrirse paso mientras ella trataba de mantenerse firme, incapaz de apartar la vista de él, como si algo la forzara a mirar fijamente aquellos ojos oscuros.
—¿Quién es? —surgió una voz desde la cocina que rompió con el trance del momento; Dreyson apartó la mano de la puerta y dio un paso hacia atrás, como si de pronto le hubiera salido al paso un enorme perro guardián que enseñara los colmillos amenazadoramente.
—…Olvidé mencionar que mi padre está en casa —comentó Marianne, recuperando el aplomo y alzando una ceja de forma retadora—. ¿Aún quieres pasar?
Dreyson retrocedió otros pasos hasta llegar a la orilla del escalón y se dio la vuelta, como si de pronto hubiera decidido que tenía otras cosas que hacer.
—…Nos veremos en clases, supongo —dijo él para finalizar, llevándose las manos a los bolsillos y marchándose de ahí.
—Claro —replicó ella con recelo. Para cuando su padre llegó a la puerta, ya lo había perdido de vista.
—¿Era alguno de tus amigos? —preguntó Noah, asomándose con curiosidad—. Lo hubieras invitado a comer con nosotros. Tenemos pizza de sobra.
—Tenía prisa —respondió ella para evitar mayores explicaciones.
En ese momento, un auto se detuvo frente a la casa y de él salió Enid, visiblemente enfadada, pero en vez de seguir de largo hacia la casa, giró hacia la puerta trasera y la abrió, sacando a Loui del brazo. El niño mantenía la mirada fija en el piso con el ceño fruncido y la boca formando un puchero mientras era reprendido y arrastrado por su madre hacia los escalones de entrada, deteniéndose a medio camino al ver que Noah estaba en la puerta junto a Marianne.
—¿Qué haces aquí?
—Quería sorprenderlos, pero no contaba con que saldrían.
—Uhm… quizá sea mejor que me vaya.
Asomando por encima del techo del auto con semblante indeciso, el padre de Angie lucía bastante incómodo ante la situación. Enid giró el rostro azorado hacia él, como si apenas recordara que seguía ahí, y al ver el dilema en el que aparentemente la ponía, Noah decidió evitarle el inconveniente.
—No hay necesidad. De todas formas, ya me iba —replicó él con su sonrisa conciliadora, apartándose de la puerta y poniéndose en marcha—. Recibí una llamada urgente del trabajo y debo regresar a resolver unos asuntos. Hay pizza en la cocina, por si se les ofrece.
Loui alzó la vista hacia él con expresión traicionada, mientras este le revolvía el cabello al pasar junto a ellos para dirigirse a su coche, estacionado en la calle lateral. Y aun así se desvió para saludar al padre de Angie con toda corrección y cortesía, a lo cual este respondió con la misma diplomacia, aunque no menos incómodo. Cuando llegó a la esquina, Noah alzó nuevamente el brazo para despedirse y desaparecer de su vista.
—…Bien. Entremos a la casa —espetó Enid con tono áspero, como si aquel breve encuentro no hubiera hecho más que amargarle el día.
—Yo creo… que mejor me voy —insistió el padre de Angie, sintiendo que no era oportuno quedarse dadas las circunstancias—. Claramente cambié muchos planes con mi aparición imprevista, así que… podríamos dejarlo para otro día.
Enid lo miró de aquella forma como cada que se sentía desafiada a llevar la contraria para demostrar un punto (característica que Marianne había heredado muy a su pesar), pero en vez de refutar y forzarle a quedarse, su semblante pareció perder la resolución y acabó por asentir con languidez, su llama interior ya extinguida.
—…Sí. Mejor otro día con planeación anticipada. —El padre de Angie se acercó para despedirse con un beso en la mejilla, pero ante la presencia de Marianne y la mirada condenatoria de Loui, terminó optando por un respetuoso estrechar de manos. Cuando se hubo marchado, Enid reanudó la marcha, tirando del niño en medio de una reprimenda—. ¡Y tú, jovencito, estarás castigado toda la semana sin televisión ni videojuegos hasta que se te quite esa mala costumbre de espiar a tus mayores!
Marianne se limitó a hacerse a un lado cuando pasaron por la puerta mientras Loui le lanzaba miradas ceñudas, esperando que intercediera por él, pero esta no movió un dedo. Había sido descubierto por su propio descuido, no podía hacer nada al respecto. Así que regresó a su habitación y se quedó en la cama, con la vista clavada en el techo, imaginando el ático por encima, un total caos después del fiasco que había resultado el intento de “comunicación” con Samael.
…Aunque ¿había sido un total fracaso realmente? Tal vez no habían establecido contacto directo con Samael, pero… lo que fuera que hablaba a través de Latvi afirmó haberlo rastreado, eso significaba que aún estaba vivo, en algún lugar…
Dio un suspiro y se dio la vuelta con desaliento; su mirada se detuvo justo en el archivo que reposaba bajo distintos objetos que actuaban como pisapapeles y que pretendían en parte camuflar su importancia a ojos ajenos. Una idea cruzó por su mente y rápidamente se incorporó, cogiendo el dossier como si fuera un mago haciendo el truco del mantel, aunque no de forma tan efectiva pues varios objetos terminaron volcados sobre la cómoda. No importó mucho pues ya se había puesto de pie y abierto uno de los cajones para sacar un sobre. Luego volvió a sentarse en la cama, carpeta y sobre en mano, y se puso a hojear el contenido del archivo hasta detenerse en la página donde venían los datos que buscaba. Sacó la carta del sobre con un rápido movimiento y la colocó en medio del archivo de manera que pudo tener ambas hojas frente a sus ojos. Miró de una a otra, centrándose no en la carta en sí sino en la firma, una solitaria H. y luego en la siguiente página con el nombre de Embeth Harmony Grenoir resaltando para ella.
Embeth Harmony. Con “H”. Era ella. Tenía que serlo. Y sabía que, si quería más respuestas, solo las obtendría en la casa donde aquella mujer había vivido… y aparentemente también su padre cuando tenía más o menos su edad. La casa que ahora habitaba.
Se quedó mirando absorta los papeles, como tomando una decisión. Después de todo, su padre no debía estar en casa si es que tomaba por cierto que la llamada recibida había sido de su trabajo o incluso de aquella mujer. Quizá era una oportunidad que debía tomar… y de paso dejar de atormentarse con el asunto de Samael por un momento.
Al final se decidió. Se dirigió a la dirección, llevando una llave de repuesto que su padre les había proporcionado. La casa tenía aspecto poco cuidado al exterior por tantos años de abandono e incluso pasaría aún por deshabitada de no saber que su padre la ocupaba recientemente… además de la ausencia de su auto, prueba de que este no se encontraba. Aun así quería asegurarse primero, así que tocó a la puerta lo suficientemente fuerte como para ser escuchada hasta la otra calle. Esperó varios segundos y no hubo respuesta. Echó un vistazo alrededor y notó algunas miradas desde las casas vecinas que enseguida se ocultaban tras las cortinas de las ventanas.
Según había leído en el expediente, durante muchos años posteriores a la muerte de la dueña y con el abandono en que acabó la casa, había quienes juraban escuchar voces al interior e incluso sombras proyectadas en las paredes y en las ventanas. Y si alguien se había dado cuenta de que el hombre que se había mudado era el mismo chico que había vivido ahí por un tiempo, no dudaba que los rumores se reactivarían… pero era algo que carecía de importancia en ese momento. Sacó la llave de su bolsillo y procedió a abrir la puerta para no perder más tiempo. Debía ser rápida si quería estar fuera de ahí antes de que su padre regresara.
Dentro estaba todo casi tan vacío como la primera vez que estuvo ahí, solo que ahora lucía limpio, sin embargo, aún podía percibirse un olor a guardado bajo los químicos de los productos de limpieza. Tenía casi la misma estructura que su casa, así que supuso que cualquier documento debía conservarse en el ático… si es que existía. Se dispuso a subir las escaleras con premura, aunque el chirrido de las tablas la obligó a desacelerar sus pasos e irse con mayor cautela; sería muy patético llegar hasta ahí tan solo para terminar bajo los escombros de las escaleras derrumbadas.
Caminó hasta el fondo del corredor una vez arriba, pensando justamente en cómo estaba todo dispuesto en su casa (la habitación de su madre, la de Loui, la de visitas, las escaleras que subían al ático y por último su propia habitación), pero al llegar al fondo se dio cuenta de que no había escaleras, tan sólo la pared que separaba una habitación de otra. Se quedó unos segundos de pie en medio del pasillo sin saber qué hacer ahora, ¿debía probar suerte en las habitaciones? ¿Buscar en armarios y cajones? ¿Darse por vencida e irse a casa? Empezaba a sentirse frustrada por todo lo que había estado saliendo mal, y ahora aquello para acabar de coronar su día.
Tiró la cabeza hacia atrás en un gesto de hartazgo y fue entonces que notó una especie de cadena que oscilaba colgando del techo. Le tomó unos segundos comprender de qué se trataba y a continuación comenzó a dar saltos en un intento por alcanzar el arillo del extremo, pero le quedaba demasiado alto. Buscó a su alrededor algo que pudiera serle de ayuda y al no conseguirlo terminó por dar varios pasos atrás hasta casi llegar al otro extremo del corredor. Plantó un pie detrás, el otro por delante y se echó a correr con la vista fija en el aro de metal que quería alcanzar, cogió impulso en cuanto estuvo debajo de la cadena oscilante y dio un salto, estirando el brazo todo lo que podía, logrando por fin enganchar el dedo en el arillo, y en cuanto tiró de este, una trampilla se abrió, desplegándose una escalera que topó en el piso con un sonido hueco.
Encerrado en la habitación del fondo y con los audífonos puestos, Demian leía un libro sentado en la cama. Había apagado su celular para no recibir llamadas y poder así desconectarse de todo al menos por ese día, pero el estruendo al exterior provocó una vibración en el piso y él rápidamente se quitó uno de los audífonos y alzó la vista con expresión alerta. Esperó unos segundos y escuchó golpes y crujidos justo frente a la puerta. Noah había dicho que regresaría casi entrada la noche, pero quizá hubo un cambio de planes… aunque no entendía qué podría estar haciendo ahí afuera para producir tal ruido.
Dejó a un lado audífonos y libro y se aproximó a la puerta con cautela. Si se trataba de un intruso, no quería alertarle de su presencia. Giró la perilla sin hacer ruido y del mismo modo abrió con extrema precaución para asomarse al pasillo. Casi enfrente de la puerta había unas destartaladas escaleras que bajaban de una trampilla en el techo, y alguien había subido a estas de modo que solo alcanzaba a ver unas piernas y el resto del cuerpo engullido por la oscuridad de la escotilla.
—¿…Hola?
Marianne estaba recién echando un vistazo al ático cuando escuchó aquella voz y dio un brinco tal que hizo temblar la escalera, y cuando intentó reafirmar los pies en los escalones, estos acabaron por ceder bajo su peso, partiéndose y desplomándose en el suelo, dejándola a ella colgando de la trampilla de modo que solo se veían sus piernas brotando del techo y pataleando como si intentara nadar en el aire. Le tomó unos segundos a Demian salir de su desconcierto ante lo disparatado de la situación y colocarse debajo de ella.
—…Yo te detengo. Solo tienes que soltarte cuando yo te diga —indicó él, alzando los brazos, aunque vaciló un segundo antes de sujetarla de la cintura—… Ahora.
Marianne se soltó y a él no pareció representarle un gran esfuerzo el sostenerla para ayudarla a bajar, como si no pesara nada. En cuanto puso los pies en el suelo, ella se apartó y se dio la vuelta, mirándolo con perplejidad.
—¿…Qué haces aquí?
—Yo… estoy aquí desde ayer —respondió Demian, de pronto consciente de que no tenía una explicación racional para su presencia ahí. Marianne lo observó con expresión escéptica.
—¿…Problemas con Vicky? —fue lo único que se le ocurrió decir.
—No, yo… solo necesitaba de un tiempo a solas. —Aquello era técnicamente cierto, aunque no pudo evitar que su mirada se paseara a su alrededor, denotando que había algo más que eso—. Tu padre fue muy amable en recibirme… No se me ocurría a dónde más ir.
Marianne parecía aún desconcertada. De pronto la súbita pregunta de su padre pareció cobrar sentido, aunque seguía sin entender de qué estaría huyendo. ¿Sería acaso por todo el asunto de los rumores?
—Preguntaría también qué haces aquí, pero creo que sale sobrando tratándose de la casa de tu padre —comentó él, tratando de aligerar el momento con un intento de sonrisa, pero Marianne seguía ofuscada, así que decidió centrarse en la trampilla aún abierta—. ¿Buscabas algo en especial ahí arriba? ¿Necesitas ayuda para volver a subir?
—No, no —respondió ella, apresurándose en rechazar su ayuda, celosa como siempre de sus asuntos familiares—. No tiene importancia en realidad, solo estaba… buscando una pulsera que perdí cuando ayudamos en la mudanza.
—Una pulsera —repitió Demian inexpresivo. No podía decir que la conocía de toda la vida, pero al menos por varios meses ya, y jamás le había visto portar pulsera, gargantilla, aretes o anillo alguno. Claramente mentía, pero tampoco iba a reclamarle por ello; si no deseaba hablar del asunto, no podía obligarla.
—Sí, una pulsera que mi padre me regaló por… mi cumpleaños —reiteró ella, dejando que su programación automática para las mentiras tomara el control y encaminándose hacia las escaleras, como si buscara la ruta de escape más cercana—… Pero puedo volver otro día a buscar con más calma, no importa. Te dejaré para que puedas seguir… disfrutando de tu tiempo a solas.
—No tienes que irte —dijo Demian por impulso, aunque enseguida pareció arrepentirse—… Es decir, es casa de tu padre y tienes todo el derecho de estar aquí. En todo caso, soy yo el que tendría que irse.
—No digas tonterías, eres un invitado y yo he aparecido de improvisto, mi padre ni siquiera sabe que vine —replicó Marianne, jugando con los cordones de su suéter.
—Al menos déjame llevarte a casa —sugirió Demian.
—No es necesario, en serio —insistió ella sin dejar de avanzar de espaldas hacia las escaleras—. Solo… te agradecería que mantuvieras en secreto mi visita de hoy, ¿sí? Mi padre no tiene que saberlo… Adiós.
Antes de que él pudiera responder algo, ella ya se había lanzado a bajar las escaleras a toda prisa como si estuviera huyendo y aunque Demian hizo el ademán de seguirla, al final se contuvo. Se dio la vuelta y observó la trampilla abierta y escaleras rotas con una mezcla de curiosidad y recelo. Decidió recoger los escombros y cerrarla de nuevo cuando escuchó de nuevo unas pisadas presurosas por las escaleras principales y vio a Marianne asomándose como si hubiera olvidado algo.
—Lo que dije ese día… fue completamente injusto. Entiendo que solo intentabas evitar que me hiciera daño… Lo siento.
Demian no supo qué decir al momento, sabía lo difícil que era para ella el pedir disculpas, y cuando lo hacía era porque ya no podía con el remordimiento, así que vio apropiado el corresponder de alguna forma.
—Si sirve de algo, estoy seguro de que él volverá.
—Yo también lo estoy —respondió ella con una leve sonrisa para a continuación lanzarse nuevamente escaleras abajo. Demian no trató de seguirla. Claramente quería estar sola, y mientras su ángel estuviera desaparecido no tendría otra cosa en mente.
Giró el rostro hacia la escotilla que llevaba al ático y vio la cadena que colgaba de ésta, balanceándose como una invitación a tirar de ella y subir, descubrir lo que fuera que Marianne había esperado encontrar ahí arriba… pero no lo hizo.
Entró de nuevo a la habitación y se puso los audífonos, tratando de retomar la lectura donde la había dejado, pero resultó inútil, su concentración se había ido. Así que simplemente apartó el libro y reposó la cabeza contra la cabecera de la cama, dejándose los audífonos puestos. Dio un suspiro y cerró los ojos, deseando perderse en la música.
Fuera de ahí, sobre el tejado de la casa colindante, una figura encapuchada gris, a juego con la tonalidad del cielo, lo observaba a través de la ventana con las manos metidas en los bolsillos delanteros y ladeando la cabeza con interés. Luego de un momento, caminó hasta la orilla del tejado y se dejó caer, manteniendo el cuerpo perfectamente balanceado, pero jamás llegó a tocar el piso, tan solo se esfumó en el aire.
…
«Abre los ojos»
La voz sonaba lejana y débil, pero más que entrar por sus oídos, parecía provenir de su propia mente. Se sentía ingrávido e incorpóreo, de vuelta a un estado inmaterial en el que desconocía las estimulaciones sensoriales, sin embargo, se descubrió a sí mismo pugnando por abrir los ojos tal y como la voz ordenaba. Una mancha luminosa bailó a través de la fisura que se había formado en el horizonte, pero tal horizonte no existía, eran simplemente sus párpados despegándose poco a poco. Aquella mancha brillante fue tomando forma, aunque no del todo; no se atrevía a abrir por completo los ojos bajo el riesgo de perder la visión que apenas iba recuperando.
—¿Dónde…?
«No puedes quedarte aquí por mucho tiempo» Volvió a escuchar aquella voz remota. La figura que tenía delante parecía acercarse, pero él únicamente alcanzaba a distinguir una forma borrosa y sin facciones inclinándose hacia él.
—¿…Quién eres? —Luchó por abrir los ojos, pero sus párpados seguían pesándole. Sintió una mano sorprendentemente cálida posarse en su mejilla y aquella voz directamente en el oído.
«Ojalá algún día puedas perdonarme»
No entendía nada, pero al instante se sintió absorbido por una sensación de desfallecimiento que le forzó a cerrar los ojos de nuevo.
Al final, Samael se dejó llevar por la inconsciencia.