31. RAZA MALDITA
Lucianne contó mentalmente hasta diez con la espalda pegada a la puerta de la oficina de su padre para a continuación abrir con extremo sigilo, asomando la cabeza hacia afuera. En cuanto los disturbios habían estallado, Perry había salido con la mayoría de los oficiales que había dentro a contener a los “manifestantes”; pero ella sabía muy bien que en realidad eran personas controladas por la Legión de la Oscuridad, cuerpos que ahora actuaban como mero vehículo de los deseos del demonio que los había atado a su voluntad. Los pocos oficiales que se habían quedado a guarecer su base fueron superados en número, y una cantidad considerable de “marcados” había entrado, causando destrozos a diestra y siniestra, pero pronto parecieron perder el interés al no hallar más a quienes atacar.
Salió acuclillada, tratando de mantenerse pegada a la puerta y con los sentidos alerta. Aún escuchaba la revuelta en el exterior y no podía permitirse llamar la atención. Necesitaba contactar con los demás, pero no tenía señal, de modo que tenía que encontrar una forma de salir de ahí sin ser vista.
Escuchó ruido y se escondió detrás de uno de los escritorios, asomando con cuidado por encima de este y encontrándose frente a frente con una sombra que iba inclinándose hacia a ella. Se le escapó un grito ahogado antes de taparse la boca y echarse para atrás hasta topar con la pared. La sombra se cernió sobre ella para sujetarla de los brazos mientras lo único que ella podía hacer era agitarse desesperada.
—¡Shhhhhh! ¡Tranquila, soy yo!
Lucianne abrió los ojos al escuchar la voz, notando que la sombra que lucía muy parecida al demonio de humo fue transfigurándose hasta convertirse en Mitchell.
—Vamos, creo que hallé la forma de sacarnos de aquí.
—¿Mitchell?
—¿Qué? ¿Esto? —inquirió él, volviendo a metamorfosearse en el demonio de humo—. Se me ocurrió que, si son controlados por un demonio, quizá me pasaran por alto si parecía uno. Hasta ahora ha funcionado. Vamos, solo no te separes de mí en ningún momento. Quizá les hagamos creer que te llevo como prisionera.
Ella no se detuvo a cuestionar el plan, tan solo quería salir de ahí, así que se pegó a él y dejó que la llevara con los brazos a la espalda como si estuviera escoltándola. Salieron a la calle y vieron el caos en el que se había sumido el sitio. Todos aquellos controlados se dedicaban a causar destrozos en comercios y edificios, rompiendo ventanas y puertas, y las pocas personas que quedaban sin controlar trataban de defenderse con uñas y dientes, tan solo para ser reducidos al poco rato. A lo lejos se escuchaba el clamor de la lucha que libraban los oficiales que quedaban en pie, tratando inútilmente de controlar a las masas. Por cada disparo que escuchaban tenían que endurecerse y mantener su paso, ya que no podían hacer nada para evitar el enfrentamiento sin ser descubiertos.
Al principio algunos de los marcados les dedicaron miradas vacuas, como si en alguna parte de su cerebro estuvieran haciendo la conexión, pero pronto parecían perder el interés y continuaban con su tarea de destrucción.
—No se fijen en mí; solo soy un simple siervo de la oscuridad, llevando una presa a su amo —murmuró Mitchell al caminar entre grupos de marcados, demasiado ocupados en recoger lo que encontraran más a mano y lanzarlo hacia las ventanas. Lucianne se mantuvo callada, con el rostro alerta y un rastro de sudor en la frente, mientras cruzaban aquella calle invadida de seres frenéticos que parecían haber involucionado a un estado de salvajismo primitivo—… Cuando lleguemos al pasaje, creo que podremos colarnos al interior del Palacio de Justicia y buscar alguna otra salida…
Lucianne sintió un tirón por la espalda, como si Mitchell hubiera tropezado, y al voltear descubrió que yacía en el piso con una figura sentada a horcajadas encima de él, el brazo levantado amenazadoramente con el puño cerrado.
—Hazle daño y te las verás conmigo, maldito fenómeno —lo retó Frank, a punto de descargar el puño contra su cara.
—¡Espera, espera, soy yo! —exclamó Mitchell, volviendo a transfigurarse ante él.
Frank vaciló por unos segundos para luego acabar descargando el golpe en su mejilla, aunque no con la misma intensidad con que pensaba hacerlo al principio.
—Eso fue por la primaria.
—¡¿…En serio no pudiste escoger un mejor momento para desquitar viejos rencores?! ¡Estamos prácticamente en medio de la invasión de los ladrones de cuerpos! ¡Creo que eso podía esperar! —protestó Mitchell, frotándose su ya enrojecida mejilla.
—Esperé 10 años para eso y no me arrepiento de nada —aseguró Frank, soltándole la pechera y sacudiéndose las manos.
—…Chicos —llamó Lucianne, retrocediendo hasta casi pisarlos, y ambos levantaron la vista tan solo para descubrir decenas de rostros carentes de expresión fijos en ellos.
Los dos chicos se levantaron y se pegaron a los flancos de Lucianne, hombro con hombro, al verse rodeados.
—Te dije que no era el momento —murmuró Mitchell.
—Sigo sin arrepentirme —bufó Frank, colocándose en pose ofensiva, apoyando con fuerza el pie derecho por delante, de tal modo que el asfalto por debajo comenzó a temblar y cuartearse en varias direcciones.
—Frank, no. Recuerda que no son demonios.
—No pretendo hacerles daño. Al menos no de forma irreversible. Solo síganme.
Comenzó a correr justo cuando aquella horda ya se les estaba echando encima, y cada vez que sus pies tocaban el asfalto se iban formando montículos que se extendían a los lados, como Moisés partiendo el Mar Rojo, creando una vía libre hacia el frente para poder escapar, a pesar de que los marcados les pisaban los talones, aferrándose a lo que pudieran de ellos, encajando las uñas en su piel expuesta, de modo que mientras avanzaban, tenían ya jirones de tela colgando de sus ropas y rasguños en brazos y cara. Se vieron obligados a convocar su armadura para reducir los efectos de los ataques. Sin embargo, la horda de marcados parecía no menguar; incluso iban surgiendo más y más, cerrándoles el paso.
—¡¿De dónde salen tantos?! ¡Son como cabezas de hidra: logras desembarazarte de uno y salen otros diez para reemplazarlo! —exclamó Mitchell, tirando de sus extremidades para zafarse de varias manos que intentaban sujetarlo; pronto su camino fue cerrándose a pesar de los esfuerzos de Frank por remover el suelo que pisaban para mantenerlos a raya.
La turba los tenía rodeados por completo, y Frank había ido agotándose poco a poco hasta el punto de solo poder levantar pequeños montículos para causar tropiezos. Estaban en una situación desesperada, y ya empezaban a considerar el abrirse paso a base de golpes, cuando las filas que tenían por delante empezaron de pronto a partirse en dos, con gente empezando a ser arrojada por los aires, acercándose cada vez más hasta que los marcados que los sujetaban fueron también arrancados de su lado, dejando abierta una senda justo al frente por la que vieron aproximarse unas figuras.
A la cabeza iba Belgina, repeliendo con su poder a todo aquel que intentara acercarse, y aparentemente llevaba haciéndolo largo rato pues lucía también a punto del colapso, pero manteniéndose en pie a base de pura voluntad. De cerca le seguían Vicky, que permanecía al centro del grupo, con Samael y Mankee al final de la fila, luchando también por evitar que los marcados volvieran a reagruparse detrás de ellos. Al llegar a su altura, Belgina realizó dos movimientos de barrido con las manos y las ráfagas generadas empujaron al grupo que tenían a sus espaldas, dejando un radio libre entre ellos y los marcados que iban acumulándose alrededor.
—…Eres una diosa —suspiró Mitchell, mirándola embelesado.
El rostro de Belgina enrojeció con una mezcla de fatiga y vergüenza, y rota su concentración fue como si su poder se desvaneciera al instante, dando oportunidad de que volvieran a la carga. Sin embargo, Samael se adelantó y creó una barrera alrededor de ellos, limitada al espacio que ocupaban, de modo que quedaron atrapados en una pequeña burbuja, dejando fuera a las decenas de marcados que se estrellaban contra esta, tan solo para apartarse enseguida al sentir las descargas de energía positiva en sus cuerpos.
—La barrera no aguantará por mucho tiempo —dijo Samael, inclinándose hacia los tres chicos para cerrar sus heridas de una rápida pasada—. Si no hacemos algo pronto, terminarán por destrozar la ciudad. Son más de los que imaginé. No entiendo cómo se han hecho con el control de tantos sin que lo detectáramos.
—¿Qué podemos hacer? Siguen siendo personas comunes a pesar de todo, no se supone que les hagamos daño, aunque sea en defensa propia —preguntó Lucianne.
—Hay que liberarlos de ese control —respondió Samael, acercándose para ver a través de la barrera cómo las personas se lanzaban contra esta, a pesar de los efectos inmediatos de la energía positiva sobre sus cuerpos infectados de energía negativa—… Mankee, tú sabes que es necesario. Solo tú puedes hacerlo. De lo contrario la ciudad entera caerá.
Mankee languideció inmóvil por varios segundos, observando también a los frenéticos seres que cargaban contra la frágil capa invisible que los protegía; ojos vacíos y pieles que parecían cubiertas por tatuajes que se extendían y cambiaban de forma conforme la energía negativa iba fluyendo en ellos.
—…Es demasiada energía negativa y demasiados portadores juntos. Moriré.
—No lo harás. Créeme. Debes confiar un poco más en tu poder —le repitió Samael antes de girar de nuevo hacia ellos—… Necesito llegar al auditorio. Marianne está ahí junto con Addalynn. Lilith y Angie deben habérseles unido ya. Hace rato que no puedo percibirla, así que confío en que también Demian esté ahí.
—No se diga más. Tú ve al auditorio, nosotros nos encargamos del resto y cuando hayamos terminado los alcanzaremos —resolvió Lucianne comprensivamente.
—…En cuanto me haya ido la barrera cederá…
—Nos las arreglaremos —aseguró ella, y aunque los demás parecían dudar, se hicieron eco de su decisión.
—Tengan cuidado y recuerden que siguen siendo personas inocentes controladas por la Legión de la Oscuridad. No deben hacerles daño. —Echó un último vistazo hacia ellos antes de tomar aliento y transportarse fuera de ahí. La capa de energía que los rodeaba comenzó al instante a cuartearse como si fuera de vidrio y a caerse en pedazos.
—…Bien, ¿alguien tiene una idea?
Los demás miraron a Lucianne con ojos desorbitados.
—¡¿Qué?! ¡¿Le dijiste que podía marcharse tranquilamente sin tener siquiera un plan de respaldo?! —reclamó Frank mientras fragmentos de la barrera caían sobre ellos.
—Era lo correcto. Su deber es proteger a Marianne, tiene que ir por ella.
—¡¿Eso en qué nos ayuda a nosotros a sobrevivir?!
La barrera presentaba ya varios agujeros por donde los marcados introducían sus brazos, intentando llegar a ellos como un ejército de zombis hambrientos, obligándolos a reunirse al centro lo más pegados que podían para que no los alcanzaran. Mankee apretó los dientes, tratando de armarse de valor, hasta que estiró los brazos y sostuvo los que tenía enfrente. De inmediato sus dueños comenzaron a agitarse mientras los tatuajes que los surcaban se iban acumulando en el extremo de sus brazos transfiriéndose en los de él, absorbidos por su piel. Una vez acabado, soltó a los dueños de aquellos brazos y estos cayeron inconscientes fuera de la burbuja resquebrajada que los protegía. A continuación, fue tocando las demás extremidades que se introducían por los resquicios para repetir el proceso, pero cada que las manchas oscuras se transferían a su piel, su rostro iba tornándose más pálido y sudoroso, las manchas bailando por la periferia de este como si fuera una lámpara de lava. Los demás lo miraban preocupados, pero no se atrevían a detenerlo hasta que él mismo lo hizo, encorvándose con las manos apoyadas en las rodillas.
—…No puedo respirar —resolló el chico como si tuviera algo atorado en la garganta mientras la barrera iba deshaciéndose en pedazos.
Vicky se quitó uno de sus guantes y tocó la barrera, pensando que quizá podría hacer algo para cerrar los agujeros, pero sus moléculas se desplazaron de un lado a otro, creando nuevos agujeros donde no había y ramificándose hasta deformarla.
—¡Se viene abajo! —advirtió Lucianne y en cuanto se reunieron al centro espalda con espalda, la barrera terminó de cuartearse y caer en pedazos, permitiéndole a la horda de marcados avanzar hacia ellos.
Belgina lanzó ráfagas a diestra y siniestra, tratando de detener su avance, pero en lo que unos caían empujados por el viento, otros les pasaban por encima para ocupar su lugar. Frank intentó elevar el área en un montículo, pero no fue lo suficientemente rápido pues manos convertidas en garras se aferraban en busca de asidero, clavándose en sus extremidades a pesar de sus esfuerzos por sacudírselos.
—¡…Mitchell, levanta una barrera! —gritó de pronto Belgina, concentrada en su menguante poder. Mitchell levantó la mirada con sorpresa por sobre el hombro de Mankee mientras intentaba sujetarlo.
—¿…Eh?
—¡Una capa neutra! —repitió ella cada vez más exhausta, rascando las últimas reservas de su poder.
—Pero si lo hago no podrán usar sus poderes…
—¡De todas formas ya no podremos usarlos más! ¡Haz lo que te dice, pedazo de animal! ¡Nos comprará algo de tiempo! —la secundó Frank, con las rodillas y los brazos temblándole a causa del esfuerzo. Mitchell trató de enderezarse con el peso de Mankee sobre su hombro, y estiró un brazo con el que dibujó un arco sobre sus cabezas, y al instante una capa opaca se alzó alrededor de ellos, encerrándolos en otra pequeña cúpula que les permitió al menos un respiro.
—¿Y ahora qué? ¿Esperamos a que también esta caiga? —preguntó Mitchell, viendo cómo los marcados arañaban la parte inferior de la barrera neutra. Frank había conseguido elevarlos en un montículo hasta casi dos metros sobre el nivel del suelo, pero estos acababan sirviéndose de quien tuvieran enfrente para escalar.
—Quizá cuando caiga yo consiga elevarnos un poco más, y con un poco más de tiempo quizá levantar un puente que nos cruce a salvo, yo qué sé —replicó Frank, sosteniéndose de las rodillas con la respiración agitada.
Mankee se encorvó adolorido con la mano al pecho, tosiendo sin parar y jadeando por aliento. Mitchell intentó sujetarlo, pero él lo rechazó, apartándose de ellos, y trastabilló hasta llegar al borde de la barrera, colocando una mano sobre esta para tener un punto de apoyo. Las manchas oscuras que habían invadido su cuerpo comenzaron a arremolinarse hasta formar una sola, atraída como imán hacia el extremo su palma, y ante la perplejidad de todos, incluyendo el propio Mankee, la mancha comenzó a transferirse en la barrera hasta abandonar su cuerpo y extenderse en la capa, oscureciéndola más. Mankee se apartó de inmediato, con el color de vuelta en su rostro; sus ojos fijos en la cúpula oscura que los rodeaba. Los chicos se reunieron al centro, contemplando confundidos cómo la capa oscurecía al punto de ya no poder ver a través de ella, tan solo escuchar los golpes por fuera de esta.
—¿Qué hiciste, Mankee? ¿Contagiaste mi barrera con tu virus demoníaco?
—N-No sé. Yo solo… me apoyé en ella, es todo —respondió Mankee como esperando que en cualquier momento la barrera se les viniera encima o les explotara en las caras.
—Ya no tienes las manchas en la piel —dijo Lucianne al ver sus brazos libres de ellas.
—Creo… creo que se transfirieron a la capa de alguna forma.
El rostro de Belgina se iluminó como si una repentina idea cruzara por su mente.
—…Hay que romperla —dijo ella con decisión, aunque los demás la miraron como si hubiera enloquecido.
—¿Deshacernos de nuestra única protección por el momento? ¿Y qué haremos luego? ¿Nos harás volar por encima de los techos? Espero que te queden mayores reservas de energía que yo porque si consigo elevar este montículo un centímetro más será un milagro.
—Quizá no sea necesario —respondió Belgina con la mirada perdida en sus propios cálculos—… ¿Puedes crear una barrera alrededor que nos excluya a nosotros?
Le tomó un momento a Mitchell darse cuenta de que se dirigía a él; hacía ya tanto tiempo que lo evitaba que aún le costaba convencerse de que no era un sueño.
—Eh… sí. ¿Como una rosquilla? Creo que puedo hacerlo.
Belgina asintió, y aunque inmediatamente después evitó su mirada, como si se recordara a sí misma los términos en los que estaban, eso bastó para que él se enfocara en lo que debía hacer. Se acercó a la barrera mientras los demás retrocedían de vuelta al centro y colocó las manos en esta con cautela, temiendo que la mancha oscura que se había extendido por toda la capa acabara pegándose ahora a él. Sin embargo, esto no ocurrió, no sintió nada bajo las palmas. Esto le infundió el valor necesario para seguir.
—¿Listos? Aquí voy —anunció Mitchell, apretando más las manos contra la barrera y esta se deshizo en pedazos segundos después, cada fragmento oscuro que chocaba contra el suelo evaporándose en una fumarola de humo ácido que acabó por disiparse en el aire.
Sin tiempo suficiente para sorprenderse, pronto tuvieron que ocuparse del grupo de marcados que tenían a sus pies, escalando el montículo para llegar a ellos sin fijarse si pasaban unos sobre otros para lograrlo. Mientras Belgina lanzaba las últimas rachas de energía que le quedaban para apartarlos del borde, Mitchell cerró los ojos por un segundo para visualizar la forma de la barrera que pretendía levantar y a continuación barrió con ambos brazos la circunferencia en la que estaban, alzándose enseguida una barrera a su alrededor que completó la vuelta del lado contrario a ellos formando un pequeño domo en forma de rosca, encerrando a los marcados más próximos y obstaculizando el avance del resto. Los chicos se quedaron contemplando la barrera opaca que los bordeaba y a las personas atrapadas ahí, golpeándola y lanzando sus cuerpos contra esta sin consideración.
—¿Ahora qué? —preguntó Mankee al ver que el resto que había quedado libre poco a poco encontraba la forma de subir la barrera enroscada y se arrastraban sobre esta con la intención de llegar a ellos.
—…Pon la mano sobre la barrera —sugirió Belgina, viendo con nerviosismo cómo escalaban los muros opacos, quedando más al alcance de ellos.
Mankee acercó la mano dubitativamente a la capa, pero no se atrevía a posarla en ella temiendo lo que pudiera ocurrir.
—¡Hazlo pronto antes de que nos den alcance! —la secundó Frank, tratando de elevar un poco más el montículo sobre el que estaban.
Mankee vio el reflejo de los cuerpos que escalaban la barrera, de modo que dio un suspiro para tratar de concentrarse y colocó las manos sobre la capa neutral. El grupo encerrado quedó inmóvil al instante mientras las manchas oscuras eran extraídas de su cuerpo, como si la capa ejerciera una especie de magnetismo en ellas, hasta oscurecer por completo. Él la soltó a los pocos segundos y retrocedió, intercambiando una mirada perpleja con los demás. Había funcionado a pesar de no tener la menor idea de cómo era eso posible.
—¡…Destrúyela! ¡Hazlo rápido! —Frank empujó a Mitchell hacia la barrera al ver que los marcados se arrastraban sobre la capa hacia ellos, aparentemente sin que ésta les afectara del mismo modo que a los que se encontraban al interior.
Tras perder unos segundos por la impresión, Mitchell se apresuró a colocar las manos en la capa y presionarla para crear una cuarteadura que fue extendiéndose a lo largo de ésta, fragmentándola hasta quebrarse como un cristal que se vino abajo, llevándose consigo a los escaladores. Los fragmentos oscuros se deshicieron en un hilillo de humo negro apenas tocaron el suelo, donde varios cuerpos yacían inconscientes, pero libres de aquellos moretones.
—…Funcionó —murmuró Mitchell con un jadeo incrédulo.
—No hay que perder el tiempo. Hay que liberar a toda esta gente y luego ir al auditorio —sugirió Lucianne al ver que los marcados comenzaban a reorganizarse.
—¡Ya escuchaste, manos de aspiradora! ¡Ponte a trabajar! —Frank dio un fuerte manotazo a Mankee en la espalda para obligarlo a salir de su ensimismamiento, y comenzó a actuar a la par de Mitchell, quien los atrapaba bajo una capa neutra para que a continuación Mankee absorbiera las manchas por medio de la barrera.
En cuestión de minutos ya tenían media calle llena de cuerpos inconscientes mientras que los marcados restantes continuaban lanzándose contra ellos, impulsados por el único propósito de cumplir con la orden de atacarlos. Los demás se turnaban para alejar a los que lograban colarse hasta el montículo sin quedar atrapados por alguna barrera. Era una tarea agotadora la que tenían todos encima, pero el ver la calle despejándose era suficiente aliciente para continuar.
—Oigan… algo está pasando ahí arriba —avisó Vicky, señalando hacia los balcones del palacio de Justicia. Un grupo de marcados salió marchando por las puertas, colocándose en fila al borde del barandal.
—…No me digan que empezarán a disparar. No sé si mi barrera sea resistente a las balas, pero no quisiera ponerla a prueba —comentó Mitchell al ver aquella formación.
—Ignoren lo que estén haciendo ahí arriba y concentrémonos en los que tenemos más cercanos. Un poco más y podremos marcharnos de aquí —replicó Frank, rechazando con un manotazo en la frente a uno que había sorteado todos los obstáculos hasta llegar a ellos, pero pronto fueron sacados de balance cuando salió otro grupo al balcón, arrastrando consigo a unas personas con sacos de arpillera cubriéndoles la cabeza.
Los chicos se detuvieron y levantaron la mirada. Los prisioneros se sacudían en su sitio, forcejeaban, o simplemente permanecían quietos hasta que sus captores asieron los sacos por la punta y tiraron de ellos para dejarlos al descubierto. Un jadeo al unísono surgió de sus gargantas al ver lo que había debajo de aquellos sacos.
—…Oh, no —musitó Lucianne, cubriéndose la boca al ver al final de la fila a su padre maniatado y con la cabeza colgándole sobre el pecho, sin saber si lo habían dejado inconsciente de un golpe o se debía aún al efecto de la pastilla que le había administrado para que Mitchell pudiera tomar su lugar por unas horas.
Junto a este, la madre de Belgina se mantenía estoica, como si estuviera lista para el cadalso, y la madre de Frank se retorcía, tratando de soltarse. A su lado, la madre de Mitchell temblaba de miedo, moviendo la boca en silenciosos rezos, y Kristania pasaba de las amenazas a las súplicas para que las dejaran ir. También había una niña encogida y paralizada en el medio, con ojos aterrados que observaban a su alrededor como si tratara de convencerse de que se trataba de una pesadilla. La hermanita de Lilith.
—Esos malditos… —masculló Frank con las manos apretadas y el cuerpo tan tenso que casi podía sentir sus pies hundirse en el asfalto—… Lo sabían. Saben todo sobre nosotros. Todo este asalto en las calles no era más que una treta para atraparnos.
—¿Qué deberíamos hacer? ¿Qué pasará si nos rendimos? —preguntó Mankee al ver que los marcados estaban volviendo a ganar terreno en torno a ellos.
—Empiecen a correr —sugirió Mitchell, bajando del montículo de un salto y echándose a correr en dirección al Palacio, encerrando a cuanto marcado se cruzara en su camino, con la vista fija en el balcón donde su madre y hermana eran mantenidas cautivas.
Los demás fueron tras él, siguiendo las cúpulas que iba dejando a su paso a la vez que Mankee iba tocándolas en su camino, enfocados en sus familiares que lucían demasiado estresados y desconcertados como para fijarse más allá de su situación.
Kristania vio unas pequeñas figuras aproximándose al edificio, cuatro pisos por debajo del balcón. Sus ojos se entornaron y sus angulosas cejas se convirtieron en una línea recta mientras abría la boca para expresar su confusión.
—Pero ¿qué…? —Un empellón por la espalda cortó en seco lo que estuviera por decir. El vértigo se apoderó de ella al sentir el giro que dio su cuerpo hasta perder por completo su punto de apoyo. Pasó de mirar el suelo a ver las caras inexpresivas de sus captores alejándose. Iba en caída libre con las manos atadas y sin posibilidad alguna de sujetarse de algún lado.
Mitchell vio horrorizado cómo su hermana caía en picada para que a continuación el resto de los prisioneros le siguieran, siendo empujados al vacío en medio de gritos aterrorizados. Todo ocurrió como en cámara lenta para ellos; los grupos de marcados finalmente les cerraron el paso y de un golpe dejaron inconsciente a Mitchell en medio de su distracción. Belgina intentó usar lo que quedaba de su poder para amortiguar la caída de sus familiares, pero sus brazos fueron sujetados detrás de su espalda.
Uno por uno, todos fueron reducidos. Superados en número e imposibilitados para pelear, solo pudieron ver horrorizados la trayectoria de los cuerpos cayendo desde el balcón antes de que su vista fuera totalmente bloqueada por el grupo de marcados que se cerraban en torno a ellos, alcanzando apenas a captar un destello fugaz como del restallar de un rayo atravesando su campo visual antes de que todo se oscureciera en medio de un embrollo de manos y extremidades que los inmovilizaban.
…
No había pasado más de un minuto en silencio, sin embargo, les parecía que llevaban una hora ahí, contemplando con perplejidad aquellas enormes alas negras que le daban a Dreyson un aspecto más amenazante. Él había ido recuperando su postura para alzarse imponente con sus alas extendidas por encima de su cabeza, manteniendo la barbilla levantada para mostrar superioridad.
—Pareces sorprendido —dijo al ver el rostro de Demian demudado de expresión—. Apuesto a que ni siquiera conocías los distintos niveles que podemos alcanzar con nuestro poder. Sabes tan poco sobre tu propia sangre que no logras pasar siquiera del segundo.
—…Vayan por Addalynn y salgan de aquí de inmediato —repitió Demian sin necesidad de voltear. Esperaba toparse con oposición y renuencia, pero algo debieron detectar en su tono que no hubo protestas.
—¿Estarás bien? —preguntó Marianne, dudando por un momento, una última traza de su naturaleza rebelde.
—…Lo que pase conmigo no importa. Me bastará saber que están a salvo —respondió él, mirándola de reojo y mostrando una sonrisa fugaz que parecía exclusiva para ella, seguida de una mirada implorante—… Por favor.
Marianne se mordió los labios para evitar decir lo que aquello le parecía: un acto suicida, un sacrificio. Pero se negaba a pensar en ello. Se limitó a asentir con la cabeza y hacerles señas a Lilith y Angie para que la siguieran a los vestidores, tirando también de Loui; sin embargo, no fue mucho lo que avanzaron pues a unos metros de la puerta, un par de reflectores con vigas incluidas cayeron frente a esta, bloqueándola.
—¡Nadie sale hasta que yo lo diga! —exclamó Dreyson con la mano tensa en el aire, siguiéndole al movimiento que había derrumbado los reflectores—… De aquí solo saldrá con vida quien yo decida.
Demian apretó las manos y una sonrisa irónica apareció en su rostro al removerse en él recuerdos de su enfrentamiento con los Angel Warriors.
—Te diré lo que una vez me dijeron a mí: eso NO ocurrirá.
Y en un parpadear se lanzó contra él, enzarzándose en una pelea desequilibrada desde el principio ante la relativa facilidad con que Dreyson podía adivinar sus movimientos y esquivarlo. Por más que se valiera de su poder para mantener su ritmo, era superado y repelido constantemente, azotando contra el piso, herido y golpeado. Y aun así se limitaba a limpiarse la sangre y tomar aliento para volver a la carga.
Marianne lo vio estamparse contra una parte de las gradas al ser arrojado y se alejó unos pasos de sus amigas como si tuviera la intención de acudir en su ayuda.
—No —dijo Lilith, sujetándola antes de que diera otros pasos más—. Él dijo que se haría cargo, debemos darle ese voto de confianza. Además, tenemos que sacar a Addalynn.
Marianne hizo una mueca antes de continuar su camino con renuencia para intentar apartar las vigas que obstaculizaban la entrada a los vestidores entre las tres.
—¿Y cómo dicen que se quedó encerrada? —preguntó Angie tirando de una de las vigas a la par de las demás mientras Loui observaba con fascinación la pelea que se desarrollaba al otro extremo.
—Shhhhh, ¿escucharon eso? —interrumpió Lilith y las tres se detuvieron para aguzar los oídos por encima de la pelea al otro extremo. Había un zumbido encajonado por debajo de todo aquel ruido, como una corriente atrapada bajo una tumba de piedra. El sonido fue aumentando hasta que Marianne abrió más los ojos al suponer su procedencia.
—¡…Aléjense! ¡Pónganse en cubierto! —advirtió Marianne tironeando de ellas y empujando a su hermano hacia una esquina segundos antes de que la explosión ocurriera y ellas se lanzaran al piso, cubriéndose con los brazos como si eso fuera a protegerlas, pero en cuanto oyeron el estallido sin llegar a sentir la onda de expansión que le acompañaba, se aventuraron a levantar los rostros. Samael estaba de pie frente a ellas, sosteniendo una capa de energía alrededor que había amortiguado los efectos de la explosión.
—¿Se encuentran bien? —preguntó él en cuanto consideró seguro desvanecer la barrera. Marianne lo miró como si se tratara de una aparición hasta finalmente exhalar un largo suspiro.
Samael giró a su alrededor en busca de indicios de lo que había ocurrido, pero la nube de polvo que se había formado tras la explosión le impedía ver más allá del perímetro, hasta que alcanzó a distinguir al otro lado las siluetas de Dreyson y Demian en cuanto el polvo empezó a despejarse, enfrascados en su propia pelea, a pesar de que era el primero quien claramente llevaba la ventaja.
—Era Dreyson —dijo Marianne, respondiendo a una pregunta no expresada—… Todo este tiempo se trató de Dreyson. El demonio de ojos ámbar, el origen de aquellos moretones. Todo proviene de él.
—Lo sé ahora… Recordé todo mientras estuve reuniendo a los demás. Una vez que lo descubrí ni siquiera fingió, ordenó a los dos chicos que estaban ahí que me sujetaran y me atacó directamente sin darme tiempo para reaccionar. De verdad pensé que iba a morir. Así que me resultó difícil no dejar todo a un lado para venir por ti.
—Pero eso no es todo, ¿sabes? No se trata de otro demonio como los que habíamos enfrentado antes —continuó Marianne, mientras se ponían de pie y se sacudían de escombros—. Es hijo de Dark Angel, su primogénito, lo cual lo convierte en…
—Hermano de Demian —completó su frase, con el rostro cada vez más tenso.
El polvo acabó por despejarse y vieron una figura de pie ante una gran abertura en la pared, con virutas de energía centelleando alrededor. Addalynn, recorriendo el lugar con la mirada hasta clavarla en el otro extremo del auditorio.
Demian era arrojado contra la duela de la cancha, destrozando las tablas. Él luchó por volver a ponerse en pie, exhausto y malherido. Marianne hizo el intento de correr a ayudarlo, pero Samael la detuvo.
—Aguarda —dijo él, notando que Addalynn había extendido un brazo electrificado en dirección a Dreyson, disparando apenas tuvo un tiro libre.
Dreyson se encorvó al frente, salpicando de sangre oscura a Demian. Su cuerpo empezó a sacudirse, aquejado por descargas, mientras Demian observaba perturbado, hasta que volvió a enderezarse y se apartó la mano del pecho, dejando al descubierto un agujero que ya empezaba a cerrarse.
Dreyson contempló la perforación y se echó a reír como si no le causara más que cosquillas a pesar de la sangre. A continuación, giró hacia Addalynn con sus alas plegadas.
—¿Era tu intención matarme con eso?
Ella no respondió, pero tampoco se mostró sorprendida ante su rápida recuperación. Dreyson desplegó las alas, dejando claras sus intenciones. Se desplazó velozmente hacia ella, y aunque Samael alcanzó a detener su avance, interponiéndose entre ellos, no le dio tiempo de levantar una barrera de protección, pues a Dreyson le bastó un empellón para mandarlo al piso, sujetando a Addalynn de los hombros con sus ojos ámbar fijos en ella, y sin embargo, ella no se inmutó, solo le devolvió la mirada con desafío, dejando que su cuerpo electrificado descargara toda su energía en él, aunque pareciera resistirlo.
Su cuerpo se puso rígido para soportar las descargas, hasta que ya no quedó ni una brizna de electricidad en ella, pero nada de eso bastó para alterarla. Únicamente levantó la barbilla y lo miró hacia abajo con sus centelleantes ojos azules.
—…Los demonios de ojos ámbar deben ser erradicados —farfulló ella como si estuviera repitiendo de memoria las instrucciones de un manual.
—Inténtalo cuanto quieras —replicó Dreyson, aplicando más fuerza en su agarre para someterla—. Igual te seguiré necesitando con vida, así que hazte a un lado y no vuelvas a interferir.
La sujetó contra la pared; varillas de fierro brotaron de la base de los cimientos para inmovilizarla. Un cambio en la corriente de aire le puso sobre aviso para girar y detener a tiempo el golpe que Samael pretendía propinarle con la mano recubierta de una capa de energía. Dreyson lo mantuvo sujeto de la muñeca mientras retorcía su mano, casi con fascinación.
—Ingenioso. Pero conmigo no funcionará. —Samael gritó al crujir su muñeca; podía sentir sus huesos astillarse conforme Dreyson aumentaba la presión. Luego lo soltó para a continuación tomarlo del cuello y levantarlo hasta quedar a la altura de su rostro—. Ya estuve a punto de matarte una vez. Puedo volver a hacerlo con los ojos cerrados.
Una sensación punzante y ardiente en la espalda lo obligó a soltarlo y girar el rostro. Marianne sujetaba el mango de su espada tras clavarla lo más próximo al corazón que pudo, y aunque el acorazado que cubría su cuerpo y la posición de sus alas habían servido para amortiguar el impacto, la hoja había penetrado lo suficiente para herirlo.
Ella tiró de la espada con fuerza para sacarla y le devolvió la mirada con un gesto feroz, la hoja ardiendo con un resplandor rojizo.
Dreyson se retorció para tocar la herida. No estaba cerrando y sentía que la piel le quemaba al contacto, y a pesar de todo, se atrevió a sonreír como si hubiera hecho exactamente lo que esperaba de ella.
—Esto no cambia nada —aseguró él, retorciendo los hombros y la espalda como si la herida no fuera más una molestia, un desgarro muscular y ya.
Y de pronto, algo saltó sobre su espalda por lo que empezó a sacudirse como un toro mecánico para quitárselo de encima. Pero Angie se había afianzado a él, alargando la mano descubierta hacia su rostro hasta lograr rozarlo con la punta de los dedos, y solo entonces se soltó, dejándose caer al piso y haciendo un movimiento raudo con los brazos para intentar controlarlo como marioneta. Los brazos de Dreyson se movieron apenas unos centímetros mientras él luchaba por mantenerlos rígidos, su rostro concentrado para romper aquel vínculo a la vez que el cuerpo de Angie se sacudía por el esfuerzo. Pero en cuestión de segundos todo se fue a pique. Dreyson estiró súbitamente los brazos, obligando a Angie a realizar un movimiento que acabó lanzándola al piso. Todo mientras Marianne recubría su espada con otra capa del fuego de Lilith, y antes de que pudieran reaccionar, el demonio de humo pasó a través de Lilith hasta surgir del otro lado con una esfera entre las manos, a la vez que a Marianne era sujetada por la espalda, inmovilizándola. Al mirar sobre su hombro pudo distinguir los moretones oscuros alrededor de unos ojos, casi invadiendo la esclerótica de la mujer que Dreyson había estado haciendo pasar por su madre (quizá lo fuera del verdadero Dreyson, no podía descartarlo).
—Ese fue un movimiento muy temerario de su parte. No intenten repetirlo o habrá consecuencias —dijo Dreyson, moviendo los hombros y el cuello como si eso fuera a entumecer la herida de la espalda, mientras el demonio de humo revoloteaba a su alrededor haciendo malabares con el don que le había arrancado a Lilith. A continuación, se inclinó en el piso y recogió la espada, cuya hoja destellaba aún un resplandor rojizo—… Pero te agradezco el regalo. Es hora de eliminar un error que jamás debió nacer.
Marianne vio con horror que se encaminaba hacia Demian, que apenas iba incorporándose, escupiendo sangre y sosteniéndose de la agrietada pared detrás de él.
—¡No puedes…! ¡Esa es mi espada! ¡Devuélvemela! —exclamó Marianne, removiéndose entre los brazos rígidos de aquella mujer; los moretones de energía maligna parecían dotarla de una fuerza extraordinaria.
—¿Eso crees? —replicó Dreyson, girando el rostro hacia ella con una extraña sonrisa.
Marianne se retorció con mayor ahínco, tratando de invocar aquella fuerza que la había liberado anteriormente, pero parecía haber gastado todas sus energías.
—…Sé que piensa que ese es su hijo, pero no es así —musitó ella, tratando de razonar con aquella mujer—. Es un impostor; se ha hecho pasar todo este tiempo por él cuando su verdadero hijo fue encontrado en su patio. Y no dudaría ni por un segundo que él haya sido el responsable, ¿me entiende? ¡Él asesinó a su hijo y tomó su lugar!
El cuerpo de la mujer tembló, dejando escapar un gañido de rabia de sus deterioradas cuerdas vocales a la vez que las manchas bailoteaban en su piel, oscureciéndose más. Marianne aprovechó su distracción para aplicar todo su peso sobre sus pies y balancearse hacia el frente, quedando con la mujer a cuestas para intentar una maniobra que parecía más propia de la lucha grecorromana, pero justo cuando estaba consiguiendo que el equilibrio se inclinara hacia su lado, sintió un peso agregado a cuestas que la hizo trastabillar. Loui había saltado a la espalda de la mujer con la intención de ayudar a su hermana a quitársela de encima, pero complicándole más las cosas en cambio.
El forcejeo duró apenas un par de segundos antes de que las piernas de Marianne cedieran e intentó caer de costado, llevándose en el proceso un buen golpe en la cabeza al rebotar contra el suelo. Su vista se llenó de puntos blancos y su oído se cerró momentáneamente. Distinguió una silueta borrosa en su campo visual con una voz enlatada que no lograba entender hasta que poco a poco fue aclarándose, sintiendo unas suaves palmadas en las mejillas.
—¡Marianne! ¿Puedes escucharme? —Samael mantenía su espalda levantada con una mano mientras con la otra intentaba cerrar la herida que se había hecho en la sien con el golpe. Cuando su mirada volvió a enfocarse y de reojo distinguió a la mujer y Loui inconscientes detrás de ella, abrió más los ojos y se incorporó con un sobresalto.
—¡Demian! ¡Mi espada!
Él estaba del otro extremo, intentando esquivar la espada que blandía Dreyson a pesar de ya lucir un corte al costado que intentaba cubrir con la mano para que dejara de sangrar. Marianne casi dio un salto para ponerse de pie, pero Samael la detuvo con una seña y alargó a continuación el brazo en dirección a ellos para formar una capa por encima que los dejó encerrados. Sabía que también Demian resultaría afectado por la densa carga de energía positiva que había impreso en ella, pero no había otra solución al momento; aunque eso les daría unos minutos para recuperar fuerzas. Al menos, este era su plan improvisado a corto plazo, pero su confianza se hizo pedazos al ver que, mientras Demian caía sobre sus rodillas con expresión agónica, Dreyson permanecía en pie sin un ápice de dolor en el rostro; incluso sonreía como si recordara un chiste privado.
—¿Por qué no le afecta a Dreyson? ¿Qué está pasando?
—No… No sé. No entiendo… —respondió Samael, tan desconcertado como ella. Era un demonio y todo demonio era susceptible ante la energía positiva; ni siquiera habían descubierto o percibido su presencia una sola vez en todo ese tiempo. Aquello iba más allá de un buen camuflaje, parecía de una estirpe diferente entre los demonios—… Debe ser inmune de alguna forma.
Con una mirada triunfante, Dreyson volteó hacia ellos para asegurarse que lo estuvieran viendo y con una sonrisa apretó la empuñadura de la espada, maniobrándola en dirección a Demian que ni siquiera conseguía ponerse en pie.
—¡Deshaz la barrera! ¡Deshazla rápido! —lo urgió Marianne al ver aquel brillo maníaco en los ojos de Dreyson.
Samael se apresuró en realizar un movimiento rápido con la mano, y en cuanto la barrera desapareció, ella estiró el brazo con la misma urgencia. La espada se alzaba ya por encima de la cabeza de Dreyson, con sus alas plegadas al cuerpo y la sonrisa perniciosa, ávida de violencia. Tomó impulso para asestar un tajo, pero antes de que la hoja bajara, le fue arrancada de sus manos y regresó volando a las de Marianne, quien apuntó hacia él a modo de amenaza. Él tan solo rio y se inclinó hacia Demian, levantándolo hasta que sus pies se despegaron del suelo. Luego giró de vuelta hacia ella con actitud provocadora.
—La espada no me es indispensable —dijo él, encogiendo los hombros, y su mano atravesó el pecho de Demian.
Sus ojos se abrieron enormes y comenzó a boquear como si le faltara el aire, aferrándose al brazo que lo sujetaba del cuello y al que sobresalía de su pecho.
—¡No! —gritó Marianne, oprimiendo la empuñadura de su espada, y de un segundo a otro estaba vadeando escombros y agujeros en el piso con la espada lista.
Dreyson la esperaba con el rostro vuelto hacia ella, satisfecho de haber conseguido su propósito, así que no previó que Demian extrajera fuerzas que no creía aún guardar dentro y ante su descuido, acabó partiendo con sus propias manos el antebrazo que sobresalía de su pecho con una brutalidad desconocida para él, desgarrándoselo.
Dreyson se apartó unos pasos, medianamente sorprendido, como si no hubiera hecho más que darle un empujón en vez de arrancarle medio brazo de tajo. Demian se quedó plantado con los pies bien firmes en el piso, arrojando al suelo la extremidad desgarrada y fijando los ojos con expresión frenética en él, su pecho subiendo y bajando en intervalos cortos. Marianne se detuvo conmocionada ante el salvajismo que irradiaba en sus ojos con un azul tan intenso que resplandecía, como si fuera a transformarse en una bestia en cualquier momento y saltar encima de Dreyson para hacerlo pedazos.
—¡Márchense ahora! —gritó él con una voz que sonaba más grave de lo normal, y a Marianne le tomó un momento entender que les hablaba a ellos.
—¿Por qué? —preguntó Dreyson con el mismo control en su voz que si estuviera en medio de una plática, y mientras hablaba, los remanentes arrancados de su muñón iban trenzándose para reconstruir el resto del brazo perdido—. ¿Temes que te vean por lo que realmente eres? Me parece que ese barco ya zarpó hace mucho.
—Esto nos concierne solo a nosotros y no quiero involucrar a nadie más —espetó Demian. Su cuerpo temblaba con aspecto contenido. Pero su distante hermano se limitó a inclinar la cabeza de lado como si escuchara algo a la distancia.
—…Demasiado tarde. Han llegado los invitados.
Escucharon ruidos de múltiples pisadas fuera del auditorio, los crujidos de la madera al cargar contra la puerta y un golpe tan fuerte que hizo retumbar la duela bajo sus pies. Marianne y Samael intercambiaron una mirada preocupada.
—Supongo que un poco de ayuda no les vendría mal —agregó Dreyson, levantando la nueva mano que le había crecido, y tras mover los dedos para confirmar su correcta funcionalidad, realizó un barrido por el aire que apartó todos los obstáculos que había lanzado contra la puerta, dejando el libre acceso a través de ella.
Los golpes desde el exterior se hicieron más intensos hasta que la puerta acabó por combarse, permitiendo la entrada de un grupo extenso cuyas expresiones en blanco los hacían parecer el ejército de los muertos. Poco a poco identificaron a compañeros de clases que portaban moretones que se extendían en sus rostros y distintas partes del cuerpo.
Entraron en tropel a un ritmo casi militarizado, invadiendo todo el espacio desde la entrada hasta ellos, y bloqueando cualquier salida posible. Las filas se partieron en cuanto pararon, y de entre estas surgió otro grupo, deteniéndose al frente y arrojando al suelo unos bultos que llevaban a cuestas. Al descubrirles los rostros, resultaron ser sus amigos, atados fuertemente y con varias heridas visibles.
Marianne quiso dar un paso hacia adelante, pero Samael la retuvo. Los chicos se arriesgaron a levantar la vista y observaron a su alrededor: las tablillas de la duela destrozadas, varias gradas arrancadas, reflectores y vigas derrumbadas. Addalynn atrapada entre unos fierros que sobresalían de la pared, mientras Angie se valía de estos para levantarse del suelo. Y más allá de ellos yacían los cuerpos inmóviles de Lilith, Loui y una mujer desconocida.
—…Bueno, supongo que no fuimos los únicos con dificultades técnicas —expresó Frank con ligereza, escupiendo sangre en el piso.
—¡Déjalos ir! ¡Acabemos esto únicamente entre los dos! —exclamó Demian.
—¿Dónde estaría la diversión en eso? —espetó Dreyson con una sonrisita maliciosa, y con un tronar de dedos, el ejército de marcados reanudó la marcha hacia los que quedaban libres.
Demian apenas dio un paso cuando se sintió arrastrado por una fuerza que lo dejó estampado contra la pared. Pronto el antebrazo de Dreyson ejercía presión contra su nuca.
—Oh, no. Tú y yo tenemos que terminar lo que ya empezamos.
…
Angie se retorció al ser sujetada por sus captores, mientras Lilith y Loui eran simplemente recogidos del suelo como muñecos de trapo. Marianne y Samael fueron rodeados, pero por más que ella intentaba mantenerlos a raya, amenazándolos con su espada o rechazándolos con brotes de su poder, estos seguían avanzando en hordas.
—…Supongo que no tendrás algún plan secreto de último minuto para sacarnos de este embrollo —murmuró Marianne con la espalda pegada a la de Samael.
—Hay que liberar primero a los otros. Toma mi mano.
En cuanto tomó su mano se transportaron detrás de sus amigos. Marianne trató de repeler a los marcados más próximos y Samael calculó el espacio suficiente para levantar una barrera que los encerrara. Los desafortunados portadores de moretones que los sujetaban cayeron como fulminados por un rayo, retorciéndose del dolor.
—Rápido, no resistirán los efectos por mucho tiempo. —Samael arrastró a uno para colocarlo cerca del borde de la capa y lo empujó a través de una abertura; los chicos siguieron su ejemplo, mientras Mankee absorbía los moretones para que dejaran de sufrir.
—Resumen rápido para ponernos al día: nos sobrepasaron en número, iban directo por nosotros y tenían a nuestra familia de rehenes —les informó Mitchell mientras empujaba uno de los cuerpos—. Y si además le agregamos nuestra imposibilidad de defendernos al 100% de nuestro poder, no teníamos oportunidad alguna.
—¿Sus familias? ¿Qué hicieron con ellos? —preguntó Marianne y aunque todos parecían reacios a hablar de ello, Belgina finalmente contestó.
—…Fueron arrojados desde uno de los balcones del palacio de justicia cuando terminaron de rodearnos, pero… hubo algo más. Una especie de borrón que restalló por debajo de ellos, desviando su trayectoria, como si yo misma hubiera logrado usar mi poder para salvarlos. Fue lo último que vi. Pero estoy segura de que no llegaron a tocar el piso —dijo ella, aunque los demás no se veían tan convencidos.
—Regresaremos por ellos, pero antes debemos salir de aquí. Todos.
—Eso significa acabar con ese sujeto. El causante de todo este desastre.
Frank se apoyó en la barrera para mirar por encima de las cabezas del grupo que los rodeaba hacia donde Demian y Dreyson contendían como si fueran los únicos dos en aquel lugar.
—Sabía que algo no me convencía sobre ese bicho raro.
—¿Pero de qué manera podríamos vencerlo? —preguntó Lucianne.
—La energía positiva no le afecta, es como si fuera inmune a ella —explicó Samael, volviendo a sellar la capa tras sacar el último cuerpo—… No hay mucho que podamos hacer en realidad. No conocemos aún el límite de su poder. El único que puede enfrentarlo es Demian. Podríamos quizá girar un poco la balanza a su favor.
—Hagamos eso entonces —intervino Marianne, contemplando a través de la barrera—… Dificultémosle las cosas.
…
—No te muevas. Intentaré ser lo más cuidadosa posible —dijo Vicky al acercarse a Addalynn, quitándose uno de sus guantes y moviendo sus dedos desnudos con vacilación antes de tocar una de las bases de metal.
Al instante comenzaron a brotar raíces de ésta y la misma estructura fue transformándose, fluctuando en su grosor y disposición hasta que las varillas de metal que retenían a Addalynn acabaron por deshacerse, dejándola por fin en libertad.
Vicky soltó la estructura y la chica saltó de ella, indemne. Addalynn se limitó a frotarse las articulaciones y el cuello y posó nuevamente los ojos en la pelea que se desarrollaba al otro extremo del auditorio.
—…Debo decirle —murmuró ella y Vicky pronunció un dubitativo “¿Eh?”, aunque Addalynn no pareció notarla siquiera, simplemente continuó hablando para sí misma—… Al menos hacerle saber que puede derrotarlo.
Vicky estaba más confusa que nunca, pero antes de poder preguntarle, la chica se echó a correr en medio del caos, electrificando a quien se interpusiera en su camino.
—¡Vicky! —la llamó Angie, señalando detrás de ella—. ¡El niño!
Ella volteó hacia los tres muchachitos que sujetaban a Loui, como si amenazaran con tirar de él hasta desmembrarlo si alguien se acercaba. Dejó su mano expuesta y tocó la astillada duela, de modo que fue reformándose y creciendo como una suerte de hiedra de madera hasta llegar a estos y enroscarse en sus pies, provocando que eventualmente soltaran al niño.
Él trastabilló hacia el frente en su prisa por poner distancia entre ellos, y Vicky estiró los brazos hacia él, pero al recordar que aún tenía la mano izquierda expuesta, la retiró dejando únicamente la derecha para sujetarlo.
—Te tengo. Solo no te separes de mí y todo estará bien, ¿entendiste?
Loui se limitó a asentir con un movimiento frenético y la vista en el piso para intentar ocultar su enrojecido rostro, aunque Vicky parecía no notarlo siquiera; tan solo sonrió y le dio unas palmadas en la cabeza.
—Buen chico. Ahora alejémonos de todo este…
Antes de que pudiera terminar, se desplomó en el suelo, seguida de una figura de humo surgiendo de su pecho, con una esfera brillante entre sus manos y ascendiendo en espiral. Loui alzó la mirada, estupefacto. Todo parecía irreal, observando pasmado al demonio que ya iba descendiendo de nuevo hacia él, y su única reacción fue encogerse. Segundos antes de que lo alcanzara, una especie de burbuja se formó alrededor del demonio, dejándolo encerrado en el aire a unos centímetros del niño.
El espectro lucía confundido y al intentar atravesar la burbuja para salir de su encierro, la capa reaccionó como si estuviera electrizada por dentro. Lucía como una nube cargada de rayos.
Samael permaneció a unos metros, con los brazos levantados para mantenerla firme, sus manos ahuecadas alrededor de un espacio vacío, como si sostuviera una burbuja invisible entre ellas. Con los ojos fijos en el demonio, fue lentamente cerrando la distancia entre sus manos, y la burbuja que lo contenía también fue encogiéndose, disminuyendo así el espacio libre en su interior.
—¡Tiene los dones de Lilith y Vicky! —gritó Angie mientras arrastraba el cuerpo de Lilith junto al de Vicky, luchando por mantener alejados a los estudiantes marcados mientras Loui seguía sin atreverse a mover un pie de donde estaba, observando todo con ojos tan abiertos que parecía conmocionado.
—No por mucho tiempo —respondió Samael, reduciendo aún más el tamaño de la burbuja. Una veta de sudor caía por su frente mientras veía al espectro agitarse desesperado en su interior, chillando a cada roce de la capa.
Su cuerpo de humo iba sufriendo cambios, condensándose conforme más tiempo pasaba, transformándolo en una especie de criatura de lodo. Sus manos que sostenían la esfera brillante parecían garras derretidas, y cuando ya no tuvo más espacio para agitarse, quedando comprimido dentro de la burbuja, se produjo el siguiente cambio ante el toque prolongado de la capa; la criatura se solidificó hasta secarse y deshacerse en polvo, de modo que el don cayó libre a través de la barrera sin que esta opusiera resistencia.
—¡Atrápalo!
Loui apenas se dio cuenta de que se refería a él y se lanzó al frente para atrapar la esfera antes de que tocara el suelo. La contempló perplejo en sus manos y levantó el rostro en espera de instrucciones, pero Samael seguía ocupado.
Lo único que se le ocurrió fue gatear de vuelta hacia Vicky, y tras darle vueltas a la esfera, preguntándose qué debía hacer, decidió finalmente posarla sobre su pecho. Esta resplandeció en cuanto entró en contacto con ella. El don fue absorbido y el pecho de Vicky se infló con un fuerte jadeo desesperado por aire. Con ojos asustados, miró a su alrededor y se palpó el pecho para asegurarse de que no estaba herida.
—¡El otro! —gritó Samael y ambos levantaron la vista hacia la cada vez más reducida burbuja que aplastaba lentamente al demonio de humo, que ahora parecía una agonizante criatura de brea, de cuyas fauces surgía otra esfera brillante conforme las paredes presionaban su cuerpo. Tal como la primera, esta traspasó sin resistencia la capa de energía y comenzó su rápido descenso hacia el piso. Loui se lanzó nuevamente para atraparla, pero apenas cayó en su mano, el piso comenzó a sacudirse con tanta fuerza que se le resbaló de entre los dedos y se alejó rodando de él.
El ángel luchó para mantener el equilibrio y no dejar escapar al demonio de humo (que a esas alturas ya era una masa informe y burbujeante que se secaba conforme el orbe se cerraba en torno a él) hasta escucharse un estruendo que sacudió el lugar con tanta fuerza que una larga fisura se extendió por todo el piso, abriéndose una brecha profunda.
Se escucharon gritos del otro lado, cuerpos que yacían en el suelo fueron deslizándose hasta caer por el agujero que se había formado. Vicky se tambaleó, buscando un punto de apoyo, pero acabó por resbalar hacia la brecha. Quedó balanceándose del borde y miró de reojo hacia abajo, sin lograr distinguir nada más que estructuras rotas y la oscuridad que lo engullía todo. Su mano, sin embargo, comenzaba ya a resbalarse, y se dio cuenta de que no lo conseguiría. Se preparó para la caída, y cuando sus fuerzas acabaron por fallarle, fue sostenida a tiempo por Loui, que la asió con ambas manos, a pesar de acabar arrastrado hacia el agujero. Y aún así se negaba a soltarla, apretando su mano con toda la fuerza de la que disponía.
Samael había reducido la burbuja a la mitad del tamaño de un don, oscurecida ya en su totalidad, de modo que al ver las dificultades que se estaban presentando, realizó un último y brusco movimiento con las manos hasta cerrarlas completamente, haciendo que la burbuja colapsara, desperdigando su contenido del que ya no quedaban más que cenizas. Corrió entonces hacia la orilla de la brecha y sujetó las piernas de Loui antes de que acabara cayendo en el agujero y tiró con fuerza hasta que estuvieron sanos y salvos lejos de la orilla.
—¿Están bien? —preguntó, y el niño se limitó a asentir con el rostro pálido, yaciendo debilitado en el suelo. Otro grito del extremo opuesto puso al ángel en alerta—… ¡Manténganse juntos y saquen a todos los que puedan!
En cuanto se marchó, Loui dio un largo suspiro, y solo hasta que vio movimiento por el rabillo del ojo, se percató de que aún sostenía la mano de Vicky. Sintió paralizarse mientras ella se incorporaba y alzaba el rostro hacia él, agotada, pero al mismo tiempo aliviada.
—Mi pequeño héroe —dijo ella con una sonrisa, provocando que el chiquillo casi sintiera sofocarse con toda la sangre agolpada en su rostro—. No nos podemos quedar aquí. Aún queda mucho por hacer.
Creía que sus piernas no responderían, pero aún así Loui se levantó de un salto para servirle de apoyo, su mano aún engarrotada en torno a la de ella. Vicky se impulsó para incorporarse, aceptando de buena gana la ayuda del niño, y mientras se sacudía el polvo, se dio cuenta de que usaba la mano enguantada. Miró entonces con horror la mano que el niño había sujetado.
—¿E-Está bien tu mano? —preguntó, temiendo lo peor al ver que las mantenía detrás de su espalda. El niño continuó mudo, pero eventualmente se obligó a mostrar sus manos. Vicky las miró perpleja; aparte de algunos rasguños y golpes, seguían intactas para su sorpresa. Vacilante y cauta al principio, las tomó nuevamente ante el azoro de Loui, y al comprobar que no ocurría nada, soltó una risita incrédula—… ¿Será posible? ¿Estará por fin controlado?
A unos metros de ahí, el don de Lilith había rodado hasta chocar con su cuerpo, reaccionando con el solo contacto y siendo absorbido enseguida. Ella arqueó la espalda y se enderezó con un respingo; sus ojos paseándose aterrados a su alrededor como si estuviera en medio de una pesadilla, comenzando de pronto a gritar. Angie dejó de arrastrar uno de los cuerpos inconscientes lejos del peligro para voltear hacia ella.
Lilith meneaba la cabeza con desesperación, comenzando a disparar bolas de fuego hacia distintos puntos, presa de un ataque de pánico. Le tomó segundos dominarse y recordar en qué lugar se encontraba, pero para entonces ya era demasiado tarde, una de sus bolas de fuego había golpeado directamente en la espalda de Vicky, que se desplomó en el suelo mientras Loui se había quedado a un lado, atónito y todavía sosteniéndole la mano, viendo el círculo chamuscado que marcaba su espalda y el humo elevándose sobre su cuerpo.
—…No, no, no… —musitó Lilith al darse cuenta de lo que había hecho. Escenas de la pesadilla que la asediaba se agolparon en su mente. Las voces lo sabían, se lo habían advertido, pero ella no escuchó. Y ahora se había cumplido: era una asesina.
Se incorporó tambaleante y dio unos pasos antes de detenerse por completo; no se atrevía a acercarse. En el lugar seguía reinando el caos, pero en ese momento lo único en lo que podía pensar era en el cuerpo inmóvil de Vicky en el piso. Angie examinaba sus signos vitales mientras Loui permanecía de pie conmocionado y aferrado aún a su mano.
—Fu-Fue u-un a-accidente, y-yo… —trató de explicar en medio de hipidos, pero la voz se le quebró antes siquiera de continuar. No podría seguir con ellos, no después de eso. ¿Cómo volvería a mirarlos a los ojos?
De pronto Loui dio un respingo al sentir un apretón en la mano, y dejó el brazo tieso al ver que Vicky se levantaba ante sus miradas estupefactas.
—¿…Qué fue eso? —preguntó ella, mientras Angie examinaba su espalda y sacudía el tizón tras el impacto.
—E-Estás bien… P-pensé que tú… —balbuceó Lilith sin poder creer lo que veía.
—Parece que la armadura fue la que recibió el impacto. La espalda en sí no sufrió daño —informó Angie tras asegurarse de que el círculo quemado era solamente superficial.
—¿Alguien me explica lo que ocurrió? —insistió Vicky, y antes de dar siquiera un paso, Lilith se le echó encima entre sollozos, abrazándola como no había hecho nunca.
—¡Me alegro tanto de que estés bien! ¡No me lo hubiera podido perdonar! ¡Fue un accidente, lo siento tanto!
Vicky solo acertó a darle unas palmadas en la espalda, sorprendida ante su reacción, hasta que otra sacudida del piso las devolvió a la realidad que los rodeaba. Necesitaban terminar el trabajo y despejar el lugar cuanto antes. Voltearon hacia el origen de todo aquel caos al otro extremo del auditorio y se preguntaron si alcanzarían a sacar a todos antes de que la dañada estructura colapsara.
…
Addalynn esquivó a todo aquel que se cruzara en su camino y pasó de largo a sus demás compañeros que se esforzaban por liberar a todas las personas controladas por las manchas de energía. Marianne y Belgina usaban sus poderes para reunir a todos los que pudieran, para que a continuación Mitchell y Mankee pudieran encargarse de ellos.
—¡¿A dónde vas?! —preguntó Marianne al verla pasar corriendo a su lado, pero la chica no respondió, tenía la atención fija en su objetivo al otro extremo—… ¡Belgina, ¿puedes encargarte del resto?!
Belgina volteó con el rostro demacrado. Era visible que tenía dificultades para mantener sus poderes al tope, pero aún seguía en pie de lucha. Se limitó a asentir, exhausta, y se tomó unos segundos para apoyarse en sus rodillas antes de volverse y alejar con una ráfaga a otro par de marcados. Marianne se sintió culpable de dejarla sola con aquella tarea pues seguían adentrándose por la puerta como cucarachas. Reunió toda la fuerza que le fue posible y dio un barrido alrededor, ayudándose con los brazos para canalizar su poder hasta agrupar a unas decenas de marcados de un solo lado.
—¡Ahí! ¡Encárguense de esos! —dio el aviso a Mitchell y Mankee.
Mareada aún por el esfuerzo, se fue corriendo tras los pasos de Addalynn, tan solo para toparse con una enorme cúpula que parecía hecha de un cristal polarizado, que permitía ver su interior. Demian y Dreyson estaban dentro, el primero cada vez más exhausto y debilitado, pero aún parecía decidido a seguir resistiendo sus embates. Le tomó un segundo darse cuenta de que Addalynn, Lucianne y Frank estaban al borde de aquella barrera a unos metros de ella, imposibilitados para acceder.
—No podemos hacer nada, la capa de energía nos repele —explicó Lucianne mientras Frank se la pasaba lanzando golpes y patadas a la capa, recibiendo descargas en respuesta—. Nada logra traspasarla.
—Dreyson —espetó Marianne, amargándosele la boca al pronunciar su nombre.
Quería asegurarse de que nadie pudiera acudir en ayuda de Demian. Sin embargo, Lucianne negó con la cabeza, haciendo caso omiso de la monumental rabieta que Frank estaba haciendo a un lado.
—Fue Demian —aclaró ella para su sorpresa—. Dijo que no quería que interviniéramos. Levantó esa barrera para que no pudiéramos acercarnos más.
Marianne hizo una mueca al escuchar esto y posó la mirada sobre los dos chicos, tratando de pensar en una forma de atravesar la barrera.
—¿Es cierto eso? ¿Que aquel sujeto… demonio, o lo que sea, es su hermano?
Marianne asintió con gravedad. Pensó en las veces que había notado cierto parecido entre ellos, y que acabó desechando al asumir que se debía a su aparente obsesión por seguir los pasos de Demian y ocupar su lugar, pero ahora lo sabía. Se creía con ese derecho. Perseguía lo que pensaba que le correspondía a él como primogénito, el lugar que le había sido arrebatado. Era lo único que conocía después de todo. Y por más que Demian prefiriera desentenderse de todo lo que tuviera que ver con la Legión de la Oscuridad, siempre existiría aquella conexión inextinguible. Al menos mientras siguiera con vida.
—Lo matará —dijo de pronto Addalynn como si hiciera eco a los pensamientos de Marianne—. Si él no lo hace primero, lo matará.
—Está haciendo lo que puede —replicó Lucianne.
—No, no lo hace —aseguró Addalynn y Marianne volvió la vista hacia Demian. Exhausto, jadeante y seriamente herido, tenía la mirada fija en Dreyson con una expresión que ya le habían visto antes cuando se enfrentaron a él una vez, excepto que él tenía un plan diferente en esa ocasión.
—…Es su hermano —murmuró Marianne—. Lo aborrece, representa parte de su vida que desea borrar, pero a pesar de todo se ve reflejado en él, en lo que se hubiera convertido. De alguna forma… se siente responsable de él y lo que haga.
Addalynn volteó hacia ella de una forma que parecía estar de acuerdo con ella, aunque Marianne prefería estar en un error, pues aquello significaba que Demian no se atrevería a acabar con Dreyson sin ver justo el seguir su mismo destino.
De pronto oyeron un estruendo; Demian había sido arrojado al piso desde una altura considerable y Dreyson alzaba de nuevo el vuelo, preparándose para otro ataque directo. Demian se incorporó rápidamente, pero al mirar de reojo y descubrir la presencia de Marianne, titubeó. Esos breves segundos de duda bastaron para que el ataque de Dreyson lo tomara desprevenido.
Se arrojó sobre él con las alas recogidas y lo aplastó, enterrando sus garras en sus hombros. Demian únicamente dejó escapar un grito, intentando levantar los brazos a pesar de tenerlos clavados contra la destrozada duela.
Marianne quiso lanzarse desesperada contra la capa, pero Frank la retuvo antes de que se hiciera daño.
—¡La espada! —dijo de pronto Addalynn con tono urgente, y en cuanto Marianne consiguió soltarse de Frank, hizo aparecer la espada con un rápido movimiento y arremetió contra la barrera tan solo para ser rechazada al instante.
Addalynn se acercó a ella, que miraba con frustración la barrera, y sin decir nada tomó la hoja entre las manos. Virutas de energía comenzaron a recorrerla para sorpresa de Marianne, y cuando se apartó, la hoja se mantuvo electrificada.
—Hazlo ahora —dijo la chica, señalando la barrera, y Marianne no perdió tiempo en preguntarse si funcionaría esta vez. Volvió a blandir la espada y asestó un golpe contra la barrera, creando una reacción como un choque entre dos corrientes de energía contrarias, desvaneciendo la capa al instante.
Frank vio la oportunidad que estaba esperando y se echó a correr hacia ellos, sacudiendo el piso como si diera pasos de gigante. Se lanzó hacia la espalda de Dreyson, intentando llegar a su cuello, pero bastó un agitar de alas para quitárselo de encima. No obstante, apenas tocó el suelo volvió al ataque, esta vez removiendo el piso por debajo para crear salientes que pudieran atravesarlo, sin tomar en cuenta la posibilidad de también herir a Demian en el proceso.
Dreyson volvió a extender sus amplias alas y las agitó para noquear a Frank con ellas y poder enfocarse en Demian. Acortando la distancia, Lucianne apuntó hacia él y comenzó a disparar, tratando de estabilizar su temblorosa mano para no errar los tiros, atravesando sus alas, cuyos agujeros iban regenerándose con más lentitud. Dreyson volvió a agitarse, harto de las interrupciones. Miró sobre su hombro y realizó un movimiento con la mano, reuniendo sombras por debajo de Lucianne que la inmovilizaron. Un agudo dolor en el costado opuesto provocó descargas a todo su cuerpo, y como respuesta automática, sus alas volvieron a agitarse defensivamente para alejar a su atacante, de modo que Marianne fue arrojada al piso a pocos metros, dejando su espada clavada a media hoja entre sus costillas.
Demian sacó fuerzas que creía perdidas, y con un gruñido sujetó una de las alas de Dreyson y tiró de ella hasta desgarrarla. Le arrancó la espada del costado, y lo empujó lejos de él, usando sus piernas como palanca. En cuanto se vio libre, se incorporó con los brazos en carne viva y fue tambaleándose hacia Marianne.
—¿Estás bien?
Marianne se apoyó sobre sus codos y se tocó la mejilla, Una de las alas le había dejado un corte y un verdugón en la frente tras golpearse al caer.
—…Creo que sobreviviré —respondió ella tras limpiarse la sangre del rostro. Demian la ayudó a levantarse y volvió a percibir aquella corriente que recorría su piel como un escalofrío. Ella notó la preocupación en su rostro a pesar de lucir en mucho peor estado.
Por un momento la sangre se agolpó en sus mejillas, pero temió que acabara saliéndose toda por el corte, de modo que se soltó con suavidad y trató de enfocar sus prioridades.
—…No tenemos oportunidad contra él, ¿verdad? —preguntó, tratando de mostrarse práctica y objetiva. Demian hizo una leve mueca que bien podía deberse al dolor que lo aquejaba o al hecho de llegar a la misma conclusión—… Podemos frenarlo. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para ayudarte a derrotarlo. Pero tienes que dejarnos intervenir.
—No. El solo saber que están cerca y que en cualquier momento pueden convertirse en sus objetivos me impide concentrarme, ¿no lo entiendes? Tienen que irse.
Marianne frunció el ceño ante su negativa, pero no pensaba darse por vencida.
—Mira a tu alrededor. Hemos sido sus objetivos desde el principio, así que estamos involucrados, quieras o no. Déjanos ayudarte voluntariamente porque de todas formas lo haremos, aunque te niegues.
Demian le sostuvo la mirada con la misma intensidad, y aunque prefería que estuviera lejos, sabía bien que nada la detendría, encontraría la forma de intervenir. Siempre lo hacía.
Un grito atrajo su atención. Addalynn se había abierto paso hacia Dreyson y hundido las manos en la herida de su costado para a continuación descargar su poder con toda saña, quedándose envueltos en una maraña eléctrica que a ella no parecía afectarle. Dejó pasar unos segundos y se apartó de un salto, volteando enseguida hacia ellos para que terminaran el trabajo mientras estuviera aún vulnerable.
—¡Vamos! ¡Tienes que terminar con esto antes de que recupere fuerzas! —Marianne lo sacudió del hombro herido con urgencia, provocando que él se encorvara del dolor—. ¡Lo… Lo siento! ¡Lo olvidé por un instante!
—No importa —respondió él, volviendo a enderezarse y enfocando su atención en Dreyson. Sus hombros aún seguían regenerándose a una velocidad que parecía depender del daño físico y su energía en general, así que no tenía caso ocuparse de ello por lo pronto. Era Dreyson de quien debía ocuparse. Ahí estaba, con un ala desgarrada, aquejado por las descargas y múltiples heridas, pero no era hasta ese momento que la acumulación de todas ellas parecía estarle pasando factura. Y era entonces cuando más se veía a sí mismo en él.
—¡Hazlo ahora, no te distraigas!
Demian plantó los pies para poder mantener el equilibrio y levantó las manos, entre las que fue concentrando toda su energía hasta resplandecer con un brillo neón.
—Apártate lo más que puedas. Estoy tan agotado que no sé cuánto control me quede sobre mi poder —pidió Demian, manteniendo sus manos unidas antes de atreverse a abrirlas y dejar escapar un potente rayo oscuro que salió disparado en dirección a Dreyson. Él aún trataba de incorporarse, pero su ala desgarrada era un peso muerto que lo retenía.
Apenas tuvo tiempo de levantar el brazo para protegerse cuando ocurrió el impacto. Hubo un breve estallido de luz que los obligó a cubrirse los ojos. Cuando volvieron a abrirlos, Dreyson seguía ahí, de rodillas e indemne, con la vista clavada en la mujer que se había colocado frente a él para recibir el impacto en su lugar.
La madre de Dreyson (del verdadero al menos) permanecía de pie e inmóvil, con los brazos extendidos en ademán protector, libre de las manchas que tenía antes, excepto por una nueva que se extendía desde el agujero en su pecho, abrasando su piel mientras se expandía en todas direcciones. La mujer se giró con lentitud y miró al sustituto de su hijo. Su piel se iba tornando grisácea a un ritmo acelerado conforme la mancha se expandía y esta a su vez comenzaba a deteriorarse y consumirse. Estiró un brazo hacia Dreyson, y con los dedos ya ennegrecidos quiso acariciar su rostro, pero al toque se convirtieron en cenizas. Eso bastó para que el resto de su cuerpo comenzara a disolverse en polvo, siendo su rostro cubierto de lágrimas lo último que se desvaneció de ella, con una última sonrisa que se llevó el viento.
Demian estaba consternado, sus brazos paralizados en la misma posición, mientras Marianne se cubría la boca, desconcertada. Aquella mujer se había sacrificado por Dreyson, a pesar de haber sido liberada de su control. ¿Por qué? Había asesinado a su familia. ¿Qué la impulsaría a dar voluntariamente su vida por él? Y esa última expresión amorosa… ¿Habría acaso algo redimible en él que no habían podido ver?
Dreyson consiguió por fin incorporarse con una calma inquietante, en medio de un silencio perturbador. Sus alas se plegaron mientras su propia sangre de demonio se encargaba de regenerar el apéndice desgarrado, y una vez que se enderezó, levantó el rostro y posó en Demian una destellante mirada cargada de odio.
Demian lucía conmocionado al saberse responsable de la muerte de una mujer inocente. Antes de que Marianne pudiera gritarle algo para hacerlo reaccionar, una ráfaga pasó junto a ella, estrellándolo contra la pared del fondo. Una vez que se despejó el polvo, Dreyson lo sujetaba del cuello con renovado brío y expresión tenebrosa.
Antes de que pudieran ir en su auxilio, el piso comenzó a temblar con mayor intensidad hasta el punto de resquebrajarse, abriéndose grietas en todas direcciones, obligándolos a detenerse para mantener el equilibrio. Una vez que el piso dejó de moverse, vieron que había quedado totalmente cuarteado, formándose varios huecos en apariencia profundos. Demian y Dreyson habían quedado aislados en un tramo, sostenido únicamente por la base.
—¿Aún crees estar por encima de mí? —masculló Dreyson con los dientes apretados y una mueca que acentuaba la fulgurante ira dorada de sus ojos—. Has matado, y sé que no es la primera vez. No pretendas actuar bajo pretensiones de virtud. No eres mejor que yo en ese sentido.
—…Te importaba —dijo Demian, sin poder ocultar su consternación, a pesar de ser retenido por Dreyson contra la pared. El material de su traje debía ser muy resistente, de lo contrario ya le habría triturado el cuello—. Esa mujer… de verdad te importaba.
El rostro de Dreyson volvió a contorsionarse y apretó más.
—…Debí matarte cuando tuve oportunidad, cuando no eras más que un bebé —dijo escupiendo las palabras y bajándolo hasta tenerlo a la altura del rostro. Demian recordó los ojos ámbar, acechándolo como un predador, reviviendo la sensación de sofocamiento ahora que tenía sus manos alrededor de su cuello—. Y lo hubiera conseguido de no ser por tu madre. —Los ojos de Demian se abrieron desmesurados y los dejó fijos en él.
—Mi madre… ¿Dónde… Dónde está ella? —preguntó como si de pronto olvidara que intentaba ahorcarlo. Un brillo malicioso apareció de pronto en los ojos de Dreyson, dibujándose una sonrisa torcida en su rostro. Se acercó más, desviándose hacia sus oídos hasta que pudo escuchar su respiración.
—…Está muerta. Y fue por mí.
Las palabras bastaron para nublar la razón de Demian. Su cuerpo comenzó a vibrar como si fuera una olla de presión a punto de explotar.
—De verdad pensaste que te reencontrarías con ella —agregó Dreyson, disfrutando de su reacción—. Pues no te preocupes. Le harás compañía muy pronto.
Los músculos de sus brazos se tensaron para aplicar más fuerza en sus manos con un halo de energía oscura rodeándolo. Sin embargo, Demian echó hacia atrás la cabeza para coger impulso, y la estrelló contra su rostro.
Dreyson acabó por soltarlo, tambaleándose hacia atrás, pero Demian no le dio oportunidad de recuperarse. Con un grito de rabia cargó contra él, olvidados ya el lugar en el que se encontraban y quienes los rodeaban, arrastrándolo hasta la orilla de uno de los agujeros más anchos que se habían abierto tras el temblor, y arrojándose aferrado a él.
—¡No! —gritó Marianne, corriendo hacia el extremo opuesto del agujero y arrodillándose para intentar ver algo en aquella oscuridad. Samael apareció a unos metros de ella y la retuvo del hombro para evitar que acabara cayendo—… No escuché lo que le dijo. De pronto enfureció y se arrojó hacia él… Creo que ya sabía lo de la grieta.
Samael se asomó con cautela, tratando de atisbar algo, y de pronto tiró del brazo de Marianne para apartarla de la orilla. Una racha de viento los azotó, empujándolos. Dreyson salió volando entonces, luchando por deshacerse de Demian, aún aferrado a él, intentando por todos los medios derribarlo, atacando directo al rostro al ser la parte más vulnerable. Una vez fuera del agujero, cambió de dirección y apuntó al escenario del fondo, arrojándose como bala de cañón con Demian al frente, de modo que él recibiera el mayor daño cuando se estrellaran. La estructura quedó hecha pedazos tras el impacto y todos se vieron obligados a protegerse de los escombros y piezas de madera y metal que llovieron sobre ellos. Dreyson alzó de nuevo el vuelo, despejando de polvo el punto de impacto, aunque se desplazaba de forma errática, como si el golpe lo hubiera aturdido.
Marianne corrió hacia el destrozado escenario, pero Samael la detuvo al ver que Dreyson volvía a arrojarse sobre este para luego alzarse nuevamente varios metros hasta casi tocar el techo.
—…Seguirá haciéndolo hasta agotarlo —dijo Samael—. No podemos acercarnos a riesgo de que también nos toque a nosotros.
—¡No podemos dejarlo así! —replicó Marianne, zafándose y siguiendo su camino.
Saltó huecos y sorteó estructuras destrozadas hasta llegar a Demian que luchaba por ponerse de pie de nuevo.
—Debes alejarte —dijo al verla apartando escombros y piezas rotas de madera para llegar a él.
—Te dije que no vamos a abandonarte —dijo ella sin inmutarse, pero ni cinco segundos habían pasado cuando Demian realizó un movimiento brusco con la mano y Marianne sintió que era empujada por una fuerza invisible lejos de la zona. Dreyson volvía a lanzarse contra él.
—¡Eso fue muy imprudente! —la reprendió el ángel, aunque ella estaba demasiado distraída viendo que Dreyson volvía a ascender.
—…Vamos, tienes que apartarte de ahí —murmuró Marianne con expresión ansiosa mientras él iba incorporándose cada vez con mayor dificultad. De pronto, Addalynn se les unió con la vista fija en Demian.
—Acércame a él. —Samael la miró confundido al notar que le hablaba a él, y aunque dubitativo, finalmente le ofreció la mano, no sin antes voltear hacia Marianne.
—Quédate aquí.
Marianne abrió la boca para protestar, pero ambos desaparecieron antes de que pudiera hacerlo, y en una fracción de segundo ya estaban justo a un lado de Demian. Resopló sintiéndose una niña castigada y levantó la vista hacia Dreyson.
Este iba estirando sus extremidades hasta hacerlas crujir, reacomodando sus huesos. No tardaría en volver a lanzarse. Miró alrededor para observar lo que quedaba del auditorio hasta localizar a quien buscaba.
—¡Belgina!
La chica volteó hacia ella, y aunque parecía demasiado aturdida para reaccionar, abandonó su tarea de reunir los cuerpos inconscientes para reunirse con ella.
—Les dije que se mantuvieran alejados, ¿qué parte no entienden de…?
—Puedes derrotarlo —lo interrumpió Addalynn mientras él se apoyaba sobre sus codos.
—He intentado todo. Lleva más tiempo que yo siendo un demonio. Demasiado. Me resulta imposible…
—No lo has intentado todo —volvió a interrumpirlo con voz firme—. Aún no te has atrevido a dar el paso, llevar tu poder al siguiente nivel.
Demian vaciló ante sus palabras, aunque por dentro sabía bien a lo que se refería. El siguiente nivel; Dreyson no solo había hablado de ello, sino que se lo había mostrado. Pero no se sentía con esa capacidad. Sería aceptar al demonio que llevaba dentro y dejarlo salir. ¿Perdería parte de sí mismo al asumirlo y dejarlo en libertad por el mundo?
Sintieron un empujón contra el suelo, golpeados por una ráfaga. Alzaron la vista y vieron que Dreyson ya se había lanzado de nuevo contra ellos, pero parecía haber chocado con algo invisible, y empujado de vuelta a las alturas, atravesando el techo.
A la distancia, Marianne sostenía su espada mientras el halo plateado que cubría la hoja se disipaba al bajar la empuñadura.
Belgina lucía estupefacta a su lado. Ojerosa y extenuada, movía los dedos de las manos como si intentara desentumecerlos.
—¡…No estoy segura de que podamos repetirlo! —les advirtió Marianne, apoyándose de la espada como si fuera un bastón. Demian la miró pasmado por un momento hasta que al cruzarse sus miradas pareció recobrar la conciencia de lo que debía hacer a continuación. Lo que era necesario si deseaba que todos salieran con vida de ahí.
—No queda mucho tiempo. —La voz de Addalynn volvió a reclamar su atención—. No tardará en regresar, así que debes tomar una decisión. Luchar contra él como iguales.
Demian apretó los ojos y dio un suspiro. Necesitaba reunir todo el coraje que pudiera para actuar.
—…No sé cómo hacerlo. Ni siquiera sé si me queden las energías.
Corta de palabras como era Addalynn, únicamente dejó la mano extendida al frente, más a modo imperativo que opcional. Era evidente lo que pretendía con ello, pero eso no le impedía titubear ante el efecto que podría causar en él. Pero finalmente venció la urgencia que actualmente les acechaba y acabó por tomar su mano, cerrando los ojos por lo que fuera a pasar a continuación. Sufrió un espasmo y una corriente pasó por todo su cuerpo, mientras Samael se limitaba a observar a un lado, alerta al regreso de Dreyson. Tras otro espasmo, Demian se soltó, jadeando como si hubiera recorrido una larga distancia, y levantó la vista hacia el hueco del techo con determinación.
—…Márchense del auditorio. No debe quedar nadie dentro —ordenó Demian. Un halo de energía oscura comenzó a rodearlo mientras se levantaba con el cuerpo rígido y sus ojos azules fulgurando como si fueran fuegos fatuos—. Tienen cinco minutos.
No tuvo necesidad de decir nada más, la temible vacuidad de su rostro fue suficiente para entender que en ese momento tenía un solo objetivo en la mira. A sus pies el piso comenzó a temblar y los escombros a agitarse alrededor suyo. El inquietante crujido de su espalda les indicó que el proceso había iniciado. Samael sabía que no debían quedarse ahí más tiempo, pero Addalynn lo observaba con un gesto que no sabría decir si era de fascinación o simple y llano horror por lo que había provocado.
—…Vámonos. Ya lo oíste. Tenemos cinco minutos —dijo Samael, tirando de ella para alejarse de ahí.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué lo dejaron ahí? ¿Qué fue lo que le dijeron? —preguntó Marianne al verlos aparecer junto a ella.
—No hay tiempo para explicaciones. Debemos sacar a todos de aquí —les urgió Samael—. ¡De prisa! ¡Hay que avisarles!
Marianne dejó que se adelantaran mientras ella se quedaba atrás para ver lo que ocurría con Demian. El aura que lo rodeaba había crecido tanto que casi parecía cubierto de llamas oscuras y de a poco había ido encorvándose como si algo pesara sobre sus hombros hasta que un fuerte crac la hizo pensar que se había roto la espalda, pero no, algo empezaba a sobresalir de esta, creciendo y extendiéndose por encima de su cabeza.
—¡Marianne! ¡¿Qué esperas?! —La voz de Samael la obligó a dar otro respingo al notar que había vuelto por ella—. ¡Tenemos que salir de aquí!
Ella se obligó a asentir, dejándose llevar por él y de reojo notó que Demian había vuelto sus encendidos ojos azules hacia ella antes de que Dreyson se arrojara una vez más.
El impacto removió nuevamente los cimientos del edificio, provocando que las frágiles y dañadas estructuras acabaran por caer. Los chicos hacían todo en su poder para sacar las decenas de cuerpos inconscientes desperdigados para que no fueran aplastados.
—¡No podremos reunir y sacar a todos a tiempo! ¡El techo se nos vendrá abajo en cualquier momento! —gritó Lilith, arrastrando uno de los cuerpos mientras el resto hacía lo mismo. Y la salida parecía tan lejana desde donde se hallaban.
—¿Y si hay más marcados esperándonos ahí fuera? Por lo que sabemos la escuela entera estaba llena de ellos.
Como enfatizando sus palabras, la puerta de entrada acabó por caer, empujada desde afuera, y todos voltearon imaginando lo peor, que otra ola de marcados entraría en ese momento a dificultarles más las cosas, pero quien se abrió paso, apartando escombros a patadas, fue Latvi, sacudiéndose el polvo de las manos y observando a su alrededor con espanto.
—¡Es como si hubiera caído una bomba atómica en este lugar!
—¡Estás viva! —exclamó Mankee.
—¿Y por qué no iba a estarlo? —replicó ella, acomodándose un mechón de cabello y luciendo en perfecto estado a pesar de las circunstancias—. ¿Necesitan ayuda?
—¡Ahora mismo nos vendría bien un par de manos extras! —intervino Lilith tirando del brazo de otro cuerpo para arrastrarlo junto con el que ya tenía.
—No se diga más —finalizó Latvi, dando un par de palmadas, y al instante un grupo de hombres de los sables entró en tropel para ayudarlos a transportar todos los cuerpos fuera del auditorio sin quejarse ni pronunciar palabra. A su alrededor el techo seguía cayéndose a pedazos, así que cuando hubo otro impacto cruzando el auditorio, hasta estrellarse en una pared cercana, trataron de protegerse de la lluvia de escombros que le siguió.
Vieron una figura irguiéndose tras el impacto, unas enormes alas negras desplegadas a su espalda y acercándose a la que se había estampado contra la pared. Marianne dejó todo a un lado y corrió hasta detenerse a orillas de una grieta, tratando de ver más claramente.
—¡Demian! —gritó ella, temiendo que se encontrara en problemas, pero quien volteó fue la figura de pie. Sus ojos azules aún resplandecían fulgurantes en un rostro endurecido y desprovisto de toda calidez y emoción, con aquel par de alas negras como las de Dreyson brotando de su espalda, aunque salpicadas de vetas grises en las puntas. Marianne se estremeció al darse cuenta de que Demian lucía más demonio que nunca; ni siquiera cuando actuaba movido por influencia de los dones lo había visto así, tan temible y carente de emociones. ¿Qué habían hecho con él?
—¿…Hermano?
Marianne apenas consiguió salir de su estupor y vio que Vicky estaba junto a ella, observando igual de atónita el cambio que se había operado en él. Este mantuvo la centelleante mirada fija en ellas, sin alterar su expresión hasta que abrió la boca.
—¡Váyanse! —ordenó con voz atronadora y ellas dieron un respingo de forma tan inesperada que ni llegaron a advertir que Dreyson se aproximaba a ellas desde el fondo. Sin embargo, Demian lo atrapó antes de que las alcanzara, sujetándolo con ambos brazos desde la espalda e inmovilizando también sus alas—. ¡Les dije que se fueran! ¡Márchense ya!
No había ni un matiz de súplica en su voz o gesto, más bien irritación. Era una simple y llana orden que esperaba ver cumplida a cabalidad. Vicky se encogió ante el tono de su voz, pero Marianne mantuvo su postura. Alrededor de Demian se iba formando de nuevo un halo oscuro mientras el piso volvía a sacudirse, desprendiéndose más piezas del techo.
—¡Vamos! ¡Ya casi todos salieron! ¡El lugar se está viniendo abajo! —Samael tiró de ellas con apuro, manteniendo una capa por encima de sus cabezas para protegerse del derrumbe. Ambas estaban tan turbadas que se dejaron llevar hacia la puerta donde los demás chicos los esperaban, luchando por mantenerla abierta para que pudieran pasar. Habían caído tantos escombros obstaculizando el paso que únicamente quedaba una abertura a la que había que llegar escalando.
Marianne fue disminuyendo el paso cerca de la puerta hasta detenerse por completo mientras Samael ayudaba a Vicky a subir el montículo. Volteó hacia el epicentro de toda aquella destrucción y pudo ver el inmenso poder que emanaba de Demian, y de repente se echó a correr de regreso por el camino recorrido, ignorando los gritos de sus amigos.
Desvió con su poder vigas rotas y pedazos del techo que caían en su dirección, esquivó grietas que iban abriéndose más y saltó agujeros sin detenerse, todo sin perder de vista su objetivo cada vez más cercano, al centro de lo que antes solía ser la cancha de baloncesto. Demian sujetaba firmemente a Dreyson, que por más que gruñía y se removía, no conseguía que aflojara ni un ápice. La energía que se acumulaba a su alrededor era tal que hasta el piso sobre el que estaban comenzaba a hacerse pedazos y a flotar convertidas en astillas. Marianne se detuvo ante lo que alguna vez fue el límite de la cancha, cubierto ahora por un montículo de escombros y butacas destrozadas, y subió encima de éstas para ganar altura.
—¡Demian! —gritó con toda la fuerza que le permitieron sus pulmones. Él no perdió la concentración ni soltó a su presa, solo levantó la mirada de fuego azul hacia ella y esperó. Ella vaciló, impresionada por la aparente falta de humanidad en sus ojos, pero inhaló profundamente y volvió a gritar—. ¡Vuelve! ¡Tienes que volver, ¿escuchaste?! ¡Con nosotros! ¡…Conmigo!
¿Fue acaso un leve espasmo lo que vio en su rostro? Quizá solo se estaba engañando, pero por un instante le pareció que la mirada de Demian se había suavizado; sin embargo, la repentina risa de Dreyson volvió a acaparar su atención, y si algo iba a decir a continuación, Marianne no pudo saberlo pues Samael la alcanzó justo a tiempo, y antes de que pudiera protestar, la tomó del hombro y desaparecieron con un destello antes de que el techo acabara por caerles encima.
Cuando Marianne y Samael volvieron a aparecer fuera del auditorio, ella lo miró con indignación, pero en vez de protestar volteó de nuevo hacia la fachada del edificio, escuchando de fondo los gritos de sus amigos. Ocurrió entonces una detonación; un cerco de energía subió hasta el cielo, atravesando lo que quedaba del techo, derrumbándose a continuación la estructura. Samael levantó una capa alrededor de ellos para que les protegiera de los embates de la onda expansiva que le siguió al estallido. El cerco de energía se mezcló con la perturbación atmosférica que se había formado desde su llegada a la escuela, hasta que poco a poco fue disgregándose. En cuestión de segundos la agitación del ambiente se detuvo, siguiéndole un inquietante silencio en el que nadie se atrevió a hacer un solo movimiento por largo rato.
Finalmente fueron levantando las cabezas y a ponerse de pie con cautela. El área que ocupaba el auditorio y el gimnasio había quedado derrumbada por completo, y tras una breve espera, parecieron convencerse de que todo había terminado.
—¿Y ahora? ¿Qué haremos con todos estos cuando reaccionen? —preguntó Mitchell ante todos los cuerpos inconscientes que habían sacado del auditorio, y los que ya estaban ahí cuando salieron.
—¿Supongo que borrarles la memoria si dan muestras de recordar algo al despertar? —aventuró Mankee.
—¡Te queda largo trabajo por delante, alitas! —repuso Frank, sacudiéndose el polvo de la cabeza.
Samael no respondió, dejó que los demás continuaran la tarea de arrastrar los cuerpos a un lugar más seguro y se acercó a Marianne, que seguía contemplando los restos del edificio con avidez, como si esperara encontrarse con algún sobreviviente del derrumbe.
—Hizo lo que tenía que hacer —dijo Samael, colocándose junto a ella y posando una mano sobre su hombro—. Lo sabes, ¿verdad? Era la única manera.
—¿…Qué fue lo que hizo Addalynn?
—No lo sé. Yo solo… la acerqué como me pidió —respondió él, apartando la mano al percibir un tono de reproche en su voz. Como si lo estuviera culpando de lo ocurrido—. Creo que… de alguna forma habilitó su capacidad para alcanzar el máximo de su poder en menos tiempo del que le tomaría con más práctica.
—…Sí. Eso me pareció —contestó Marianne dando un suspiro—. ¿Podrías… dejarme a solas un momento? Necesito pensar.
El ángel retrocedió un paso con expresión dolida, pero no se negó. Asintió con pesar y se retiró no muy lejos para mantenerla a la vista.
En ese momento lo único que ella necesitaba era concentrarse en su labor de observación. Esperaba percibir el mínimo de los movimientos entre los escombros, algún madero apartándose, una roca rodando lejos de su montículo, cualquier cosa que le diera una esperanza, pero todo era desolación. Cuando el edificio colapsó, supo que Demian había logrado su cometido. ¿Tendrían que esperar a que la ciudad enviara algún equipo de rescate para descubrir bajo los escombros sus cuerpos o no hallarían nada en absoluto? La angustia estaba acabando con ella y, por si fuera poco, acabó por desatarse una intensa lluvia, probablemente como efecto colateral de las cargadas nubes de energía arremolinadas por encima de la escuela. Ahora creía ver movimiento en cada rincón alimentado por la lluvia, y eso le distraía más.
—…Se ha ido, ¿verdad? —Vicky se había parado a un lado de ella, devastada ante la idea de haber perdido a la única familia que le quedaba—. No lo volveré… a ver.
Marianne se mordió el labio; simplemente no sabía qué responder. Tomó aliento para recomponerse y levantó el rostro. Debía seguir el ejemplo de los demás y ocuparse de los sobrevivientes.
—…Vamos. Aún queda mucho por hacer —se obligó a decir, tomándola suavemente del hombro para conducirla de vuelta con los demás. Fue entonces que percibió de reojo una figura cruzando los límites de su vista. Se detuvo de golpe y giró el rostro con rapidez, esperando atrapar así al fantasma que se estaba colando en su visión.
Entre la espesa lluvia le pareció ver una escurridiza sombra cabriolando por encima de los escombros, deteniéndose sobre un montículo formado por fragmentos de pared, centrando su atención en ella. Emitió entonces una risita ominosa que le parecía haber escuchado antes, y entonces se desvaneció como si hubiera sido tragada por el suelo.
Marianne parpadeó desconcertada, preguntándose si solamente ella había visto aquella aparición, pero como Vicky no había dicho nada, trató de desecharlo, pensando que estaba todo en su mente alterada (que comenzaba incluso a invocar una jaqueca), y entonces un nuevo movimiento llamó su atención. Las piezas de concreto que formaban aquel montículo comenzaron a sacudirse como un temblor.
—¿Qué ocurre? —preguntó Vicky igual de confundida. Piezas de concreto saltaron de pronto, empujadas por alguna fuerza enterrada entre los restos. Una mano sucia y polvorienta emergió, seguida de otra, buscando asidero de entre los escombros. Las dos chicas se habían quedado inmóviles hasta que vieron surgir una cabeza de revuelto cabello negro de las ruinas. Vicky estaba a punto de echarse a correr cuando Marianne la detuvo.
—Espera —le advirtió con mirada dubitativa y tenso agarre al ver un par de alas plegadas sobre su espalda. Por más que deseara echarse a correr también, no debían actuar con impulsividad. Podría costarles la vida. Hasta no tener la seguridad…
Los chicos habían comenzado a notar aquella presencia e hicieron todo de lado en alerta. La figura finalmente se liberó de aquella prisión de piedra y se incorporó bamboleante para sentir la lluvia; abrió los ojos y sus alas se desplegaron en un acto que parecía de purificación.
Aquellos ojos que aún fulguraban como fuego azul fueron apagándose hasta dejar de resplandecer. Sus alas fueron absorbidas por su espalda y el armazón que lo recubría fue retrayéndose hasta quedar únicamente un cuerpo golpeado y herido, con la ropa desgarrada y cubierta de sangre.
—…Demian —murmuró Marianne en una exhalación, pero él no duró ni dos segundos en pie. Como si todas las fuerzas se le hubieran ido en el acto, sus ojos se cerraron de golpe y cayó sobre los escombros que la lluvia había empezado a enlodar bajo él. Esta vez no se contuvo más; fue corriendo hacia él junto con Vicky y el resto de los chicos a unos cuantos pasos detrás.
—¿…Está vivo? —preguntó Mankee mientras Marianne y Vicky ya se habían arrodillado junto a él y le daban la vuelta.
—¡Aún respira! —exclamó Vicky con alivio.
—Su pulso es débil —declaró Lilith tras comprobar sus signos vitales—. Deberíamos sacarlo de aquí y curar sus heridas.
Marianne tan solo observó sin poder hablar. Tenía la cara enlodada y llena de cortes, cerrándose a paso de caracol, pero la herida que tenía en su tórax hecha por su espada seguía abierta y sangrando profusamente. Acercó la mano a su rostro, como si tuviera la intención de limpiárselo, pero se contuvo y se limitó a cerrar los dedos en el aire.
—…Ayúdennos a moverlo —dijo finalmente.
Samael se había detenido a observar el agujero de donde había salido mientras Frank se dedicaba a remover las rocas con su poder, excavando hasta alcanzar el nivel del piso. Decidió entonces saltar al interior y se puso a rebuscar entre los escombros.
—Nada. Ningún cuerpo —anunció con un jadeo.
Samael saltó también, aterrizando fácilmente a su lado y miró a su alrededor hasta inclinarse en un punto y recoger algo del suelo. Parecía un trapo viejo y destrozado, pero en cuanto el ángel lo sostuvo ante ellos y sacudió, dejando que la lluvia la limpiara de barro, vieron que eran los restos de una camisa anteriormente blanca, hecha jirones y ensangrentada. Los dos chicos solo compartieron una mirada antes de que Samael la guardara entre su ropa.
—…Regresemos. Aquí ya no hay nada más que ver.
Se marcharon una vez que se aseguraron de que todos estuvieran a salvo. Mankee y Latvi se quedaron para hacerse cargo de la limpieza y reparaciones de la cafetería tras una larga noche de caos. No les cabía duda de que cuando amaneciera, la ciudad parecería un campo de batalla, y que tardarían días, si no semanas, para volver a un estado lo más próximo a lo normal, pero no les correspondía preocuparse por ello ahora. Demian fue llevado de vuelta a casa, donde su hermana y Addalynn podrían ocuparse de él mientras siguiera inconsciente, y el resto decidió regresar al centro de la ciudad, al Palacio de Justicia donde habían visto por última vez a sus familiares. Temían lo que encontrarían; no se habían permitido pensar realmente en ello, pero ahora necesitaban saber.
Las calles seguían atestadas de cuerpos inconscientes que parecían haber caído de forma unánime al abandonarles la energía oscura que los controlaba, aunque no sabrían decir exactamente si se debía a la desaparición de Dreyson. Pasaron entre los cuerpos, cuidándose de no pisarlos, hasta llegar a un costado del edificio donde creían que hallarían a sus familias, pero ahí no había nada.
—…Les dije. No tocaron el piso —dijo Belgina tras las miradas inquietas que todos intercambiaron. Samael echó un vistazo a los pisos de arriba, y tras posar la vista en una ventaba abierta, decidió entrar, seguido por los demás.
Pasaron de largo a varias personas inconscientes en los pasillos; casi parecían los únicos sobrevivientes de una pandemia global. Subieron a la segunda planta, y entraron en el ala correspondiente a la ventana, donde descubrieron los cuerpos que habían estado buscando, acomodados con delicadeza en el piso alfombrado como si estuvieran tomando una simple siesta. Cada uno fue corriendo hacia sus familiares, esperando lo peor, pero no tardaron en comprobar que estaban sanos y salvos.
Marianne observó a sus amigos de pie en la puerta, con una especie de entumecimiento, con la mente en otra parte, mientras Samael se colocaba a su lado tras dar una ronda para verificar que todo estuviera en orden.
—¿Y si recuerdan algo? —preguntó Marianne tras varios segundos en silencio.
—…Supongo que puedo borrarles la memoria de hoy como medida de prevención —respondió Samael con un encogimiento de hombros.
—¿…Crees que ahora sí haya terminado?
Samael suspiró. Sabía que no le agradaría lo que iba a decir, pero tenía que hacerlo.
—Demian sigue vivo. Sabes lo que eso significa.
Marianne tensó la boca. Habían tenido muchas veces ya esa discusión y en ese momento no se sentía con ánimos para ello.
—…Significa que debemos encontrar la forma de acabar con Dark Angel o nunca nos dejará en paz —finalizó ella, apartándose de la puerta y de él para no darle oportunidad de decir algo más. Samael la miró alejarse, pero decidió darle su espacio. En ese momento parecía necesitarlo.
Pasó la vista entre los demás, ocupados con sus familias, y al pasarla por la ventana notó una especie de destello rojo al otro lado de la calle. Regresó rápidamente la vista hacia ese punto correspondiente a la ventana del edificio de enfrente y aquella luz roja titiló por un breve instante antes de desaparecer tan repentinamente como la había visto.
El ángel pestañeó desconcertado. Había sido raro, pero lo más preocupante era que por un momento le había parecido ver una silueta unida a la misteriosa centella, junto con otra más pequeña a su lado, como si los hubieran estado vigilando desde esa distancia.
…
Vicky se mantenía a un lado de la cama de su hermano, como si temiera que sus signos fueran a fallar en cualquier momento y dejara de respirar o su corazón de latir, pero al momento se mantenía estable. No tenía idea de cuándo recuperaría la consciencia, pero si era necesario, seguiría ahí velando su sueño. No volvería a dejarlo solo nunca más.
—Deberías dormir un poco —sugirió Addalynn desde la puerta.
—No quiero dejarlo solo. ¿Qué tal si algo le pasa o si despierta y no ve a nadie y piensa que lo hemos abandonado?
—Estará perfectamente bien —respondió la chica, colocándose a un lado de su silla—. Ve a descansar. Yo me quedaré aquí.
Vicky dudó, mirando de ella a su hermano, pero finalmente el cansancio acabó por vencerla y tras dar un bostezo, le cedió el lugar a Addalynn, dirigiéndose a la puerta, volviendo la vista hacia su hermano. Cuando pareció convencerse de que todo estaría bien, cerró la puerta tras ella y Addalynn se quedó sola, sentada con la vista clavada en la cama.
Estuvo un rato sin hacer nada, solo observándolo, como si estuviera a la espera, hasta que se levantó y se acercó más a la cama, escrutándolo con la mirada. Parecía tan relajado y sereno, como si tan solo durmiera plácidamente, pero la enorme cantidad de poder utilizado debió haberlo drenado hasta dejarlo casi en un estado comatoso y su propio cuerpo se estaría encargando de restaurar sus fuerzas lentamente hasta recuperarse por completo. Tal era el poder de regeneración de los demonios.
Suspiró. En fin, le había dado una oportunidad. Con cuidado tomó la almohada libre a un lado de él y le dedicó una última mirada a Demian antes de colocarla sobre su rostro.
—…Debe hacerse —musitó como si intentara convencer a alguna presencia invisible en la habitación. El ceño de Addalynn fue contrayéndose conforme más peso ejercía sobre la almohada, hasta casi parecer molesta—… ¡Debe hacerse! —repitió con énfasis.
El cuerpo de Demian se mantuvo inmóvil, sus manos apenas y sufrieron un espasmo. Addalynn de pronto relajó los brazos hasta que dejó de presionar la almohada y la apartó del rostro de Demian, retrocediendo hasta dejarse caer nuevamente en la silla con expresión descompuesta.
—¿…Por qué hasta ahora? —murmuró ella, aparentemente arrepentida de lo que estuvo a punto de hacer. En ese instante escuchó la alarma de un mensaje entrante de su celular y rápidamente lo abrió:
“Está aquí. Será mejor que vengas.”
Addalynn tomó aliento y se reclinó en el respaldo del asiento con gesto agotado tras leer el mensaje.
—¿…Ahora qué? —lanzó la pregunta al aire, como si esperara ser respondida y volvió la vista hacia Demian, que permanecía inconsciente en la cama, ignorante de que apenas segundos antes había estado a punto de ser sofocado por una almohada contra su rostro, tal como diecisiete años atrás, cuando apenas era un bebé.
…
Cuando Kristania abrió los ojos estaba de vuelta en su habitación y se hallaba en el piso. Se incorporó de golpe con expresión confusa, pues no recordaba cómo había llegado ahí ni lo ocurrido las últimas horas. Debió quedarse dormida en algún momento y ni cuenta se había dado. Tenía que ser eso, pero… ¿por qué su puerta estaba torcida y salida de sus goznes? ¿Acaso los habían asaltado?
El solo pensamiento la hizo levantarse de un salto y correr hacia su armario. Tras luchar con la cerradura unos segundos, se lanzó hacia el fondo con desesperación, esforzándose por atinarle a la cerradura de la caja y comprobar que todo estuviera en orden. Cuando consiguió abrirla y miró en su interior, una oleada de alivio la invadió. No la habían robado. Todo estaba tal y como lo había dejado.
Con una sonrisa de satisfacción tomó lo que guardaba dentro de la casilla y sacó una esfera que brillaba quizá no tanto como la primera vez que la había tomado, pero que seguía siendo en definitiva un tesoro fascinante.