28. UN BREVE CHISPAZO DE CLARIDAD
—¿Puedes caminar? —preguntó Marianne, rodeando a Samael con un brazo mientras este intentaba dar unos pasos.
—No estoy muy seguro… Ni siquiera sé cómo llegué aquí.
—Tu pecho —señaló Vicky con expresión preocupada y él bajó la mirada para ver su camisa desgarrada en ese punto y una extensa mancha de sangre seca. Se llevó la mano rápidamente al pecho, palpándose con cuidado, pero su piel seguía tan lisa e inmaculada como siempre.
—…Solo es la ropa. No estoy herido —respondió Samael con un alivio cauto que se transformaba en confusión—… Al menos ya no.
—Debemos llevarte a casa, pero no puedes ir por la calle luciendo así, llamarás la atención. ¿Podrás usar la transportación? —preguntó Marianne, sosteniéndolo firme por temor a que pudiera colapsar. Samael negó con la cabeza, luciendo más frágil que nunca.
—Ni siquiera sé si pueda resistir de pie por mucho tiempo.
Marianne repasó mentalmente sus opciones y la visión de una chamarra frente a ella la obligó a volver de su ensimismamiento.
—Que se ponga esto mientras —dijo Demian, ofreciendo su chamarra—. Yo puedo transportarlos, si no tienen inconveniente.
Marianne miró de reojo a Samael, en espera de su respuesta, pero él lucía demasiado débil para responder siquiera. Le ayudó a ponerse la chamarra y asintió en dirección a Demian, de modo que él ayudó a sostener al ángel del otro costado.
—…Ustedes también deberían volver a casa —le dijo a Vicky justo antes de desaparecer con un estallido de humo negro.
—¿Por qué siento que sigue evitándome? —se quejó Vicky, dando un zapatazo mientras Addalynn seguía de pie detrás de ella, recuperando el estoicismo que la caracterizaba. La alarma de su celular sonó, alertándole de un mensaje nuevo, y cuando lo abrió, se quedó con el mismo gesto congelado al ver el video que venía adjunto—. Pero ¿qué…?
Addalynn giró el rostro y descubrió a Vicky a un lado de ella, con la vista fija en su pantalla y la boca abierta. Ahí salía su hermano, entrando a una habitación, guiado por Addalynn. Levantó entonces la mirada confusa hacia la chica, tan perturbada que se había quedado sin palabras, y peor aún, Addalynn seguía sin poder obligarse a sí misma a dar una explicación.
…
Aparecieron a las puertas de la casa. El pequeño porche era lo suficientemente cerrado para protegerlos de miradas desde la calle, y además necesitaban una excusa en el caso de que su madre ya hubiera llegado a casa.
—Recuerden, estaban haciendo un trabajo juntos cuando de pronto Samuel se sintió mal y creen que sufrió una intoxicación —dijo Marianne antes de abrir la puerta. Entraron sosteniendo a Samael de cada lado, y al cruzar hacia las escaleras vieron que Dreyson estaba sentado a la mesa del comedor, con expresión aburrida—… ¿Sigues aquí?
—Nadie me dijo que la reunión había terminado —respondió él, jugueteando con unos lápices, y su mirada se posó entonces en los otros dos chicos con curiosidad.
—…Sí, bueno, lo lamento, pero la reunión se pospone para otro día —dijo Marianne, soltando a Samael y colocándose por delante de él para evitar que Dreyson viera su estado.
Con una sola mirada le indicó a Demian que llevara a Samael al ático, y así lo hizo, aunque no sin antes dedicarle una mirada de encono a Dreyson.
—…No es buen momento. Será mejor que te vayas —espetó ella una vez que Demian y Samael subieron. Dreyson continuó en su asiento, mirándola de aquella forma tan fija y penetrante que la inquietaba, hasta que finalmente se levantó.
—Supongo que ya veré otro día esas fotos. —Caminó con desgarbo hacia la puerta y ella se apartó cautamente para dejarlo pasar—. Hasta mañana.
—Ve con cuidado, Dreyson. —Esperó hasta que él estuvo fuera de la casa para cerrar la puerta y subir corriendo. Samael estaba ya en la cama, aún con la chamarra de Demian puesta y recogido casi en posición fetal. Demian permanecía apartado con semblante meditabundo. Marianne fue directo a la cama, arrodillándose en el suelo y tomando la mano de Samael para hacerle saber que estaba ahí—…Hey, ¿estás bien? ¿Necesitas algo?
Samael apenas pudo abrir los ojos y apretó su mano en respuesta.
—¿…De verdad estoy de vuelta?
—Lo estás —respondió ella, sonriendo tranquilizadoramente, y él también dejó que una débil sonrisa se dibujara en su rostro.
—Tuve un sueño… Al menos creo que lo era —dijo él con voz cansada—. Estaba en este lugar vacío, muy parecido a antes de tomar forma física, y entonces escuché tu voz llamándome… aunque no parecías estar hablándome a mí directamente sino preguntando por mí. Pero te desvaneciste. Empecé a escuchar otras voces lejanas pronunciando mi nombre, como si me buscaran, cada vez más cerca… pero por alguna razón yo no quería ser encontrado… No por ellas. ¿Tiene sentido?
Marianne hizo una breve pausa, pensando en la visita de Latvi el día anterior y el “ritual” que había llevado a cabo. Decidió callarlo por el momento y volvió a sonreír.
—…Quizá. Pero ya no importa porque estás aquí. De vuelta con nosotros.
Demian se aclaró incómodo la garganta y se dirigió hacia la puerta.
—Creo que es hora de que me vaya.
—¡Espera! —Marianne corrió hacia él—. ¿Podrías quedarte unos minutos más y vigilarlo? Solo bajo a la cocina por algo de agua y regreso.
Ella salió corriendo del ático, bajando los escalones casi a saltos, mientras él se quedaba parado a un lado, sintiéndose inquieto y tenso, mirando de reojo a Samael que tan solo reposaba en la cama. Finalmente, no se resistió más y se acercó a él, que volvió a abrir los ojos al sentir su presencia.
—¿Qué es lo que recuerdas? —preguntó él, y Samael se limitó a parpadear por varios segundos sin entender—… Estabas herido de gravedad cuando fuiste absorbido por un agujero que luego te trajo de vuelta, ileso. Tal y como yo. Tiene que haber alguna conexión, algo que recuerdes.
—Debería, es verdad —respondió Samael, frunciendo el ceño con expresión reflexiva—… Pero por más que lo intento, no logro recordar nada. Solo esta sensación… extraña. Como si una calidez hubiera estado acompañándome todo el tiempo. ¿No lo sentiste también?
Demian se mantuvo en silencio, su rostro era una máscara; pasaron varios segundos hasta que se removió en su lugar y respondió.
—…No. Yo no sentí nada. —Apartó la mirada mientras Samael parecía inmerso al rememorar aquella sensación, tratando de escarbar en sus recuerdos.
—Pero es todo. Fuera de eso no recuerdo nada más.
—¿Ni siquiera antes de ser absorbido por ese agujero?
—Lo último que recuerdo fue haber visto a dos de los chicos del video y al demonio de humo y haberlos seguido… Después de eso nada. —Demian asintió decepcionado al ver que no podría establecer alguna conexión entre ambos eventos, además del hecho de que Addalynn podía de alguna forma presentirlo—. Aunque también… tengo esta imagen grabada en mi mente de unos ojos ámbar mirándome fijo.
Demian volteó de inmediato hacia él, abriendo más los ojos.
—¿…Lo viste? —preguntó casi empujando las palabras, sintiendo cómo su pulso aumentaba cada que escuchaba mencionar al demonio de ojos ámbar—… ¿Fue antes o después de ser absorbido por el agujero?
—No lo sé. No tengo nada claro justo ahora. Mi cabeza es como un estanque turbio y apenas puedo captar pequeños destellos de mis recuerdos. Necesito despejarlo.
—¿Es el verdadero? —Ambos voltearon hacia la puerta y vieron a Loui asomándose con curiosidad—… ¿O es el impostor que se hace al gracioso?
—Solo soy yo… que yo sepa —respondió Samael sin comprender bien lo que quería decir y Loui se decidió a entrar.
—Te ves como una de esas lagartijas pálidas a punto de volverse transparentes. Una medio muerta —comentó el niño, al que solo le hacía falta un palo en la mano para picarlo con él. Samael rió, aunque el esfuerzo le causara dolor abdominal.
—Creo que también me siento como una —replicó el ángel tomándoselo con humor.
Marianne entró apresurada, llevando un vaso con agua y fue directo hacia la cama para ayudar a Samael a tomarlo.
—¿Qué haces aquí? Deberías estar en tu cuarto, castigado.
—¡Por tu falta de apoyo! —espetó Loui con un puchero.
—Por tu descuido, querrás decir —replicó Marianne con desdén.
—…Es hora de que me vaya. —Demian decidió que ya no tenía nada más que hacer ahí. Marianne dejó el vaso vacío en el viejo buró y se puso de pie de un salto.
—¡Espera! Loui, quédate con Samuel unos minutos. Voy a acompañarlo a la puerta.
Demian ralentizó inconscientemente sus pasos hasta que ella lo alcanzó y bajaron juntos las escaleras en silencio hasta llegar a la puerta.
—…Gracias de verdad por habernos traído. No sé cómo lo hubiéramos hecho sin ti.
—Hice lo que era debido. No es necesario que me agradezcas.
—No empieces con esa falsa modestia —replicó Marianne con un resoplido y Demian se limitó a sonreír de lado de modo que ella terminó sonriendo también. Al abrir la puerta se encontraron con Vicky, mirando a su hermano con expresión contrariada—. ¿Vicky?
—¿Qué haces aquí? Te dije que volvieras a casa.
Vicky levantó la mano, sosteniendo un celular, y lo colocó frente a él sin decir nada. Demian miró la pantalla y su gesto se fue contrayendo al darse cuenta de qué se trataba.
—¿…Por qué no mejor me explicas esto? —dijo Vicky por fin y Demian pasó rápidamente la vista entre ella y Marianne, que alcanzaba también a ver el video, y su expresión se había ensombrecido—… ¿Esta es la razón por la que te marchaste de casa?
No podía responder. Lo único que podía ver era la decepción en los ojos de Vicky mientras esperaba una explicación, y Marianne… ni siquiera se atrevía a mirarla. No había nada que pudiera decir, todo lo que contaba era lo que podían ver con sus propios ojos, de modo que acabó por hacer lo mismo que había estado haciendo hasta entonces: evadir la situación. Desapareció en medio de una cortina de humo mientras Vicky daba un bufido y un zapatazo de frustración.
—¡¿Por qué nadie me cuenta nada?! —exclamó ella, olvidando la presencia de Marianne frente a ella.
—¿…De dónde sacaste ese video?
—Addalynn lo recibió y yo estaba ahí cuando abrió el mensaje —respondió Vicky—. ¡Y ninguno dice nada! ¡No me lo puedo creer!
Marianne no sabía qué decirle, ni siquiera ella misma estaba segura de cómo debía reaccionar. Había estado atormentándose todo el día con la noción de la existencia de aquel video, y ahora que lo había visto se sentía extrañamente entumecida.
—¿Quieres pasar?
—No. No. Me iré a casa. Si él no se atreve a dar la cara para responder a mis preguntas, intentaré al menos sacar alguna respuesta de Addalynn —decidió Vicky, marchándose mientras Marianne cerraba la puerta con expresión perdida y subía de regreso al ático.
—Regresa a tu cuarto. Samuel necesita descansar —dijo en cuanto volvió al ático a pesar de las protestas de Loui, cerrando la puerta en cuanto lo sacó de ahí. A continuación, dio un suspiro, pegando la espalda a la puerta y notó que Samael la observaba desde la cama, intentando dilucidar lo que estaba pensando—… ¿Estás intentando leer mi mente?
—Lo siento. Necesitaba hacer la prueba —dijo Samael con resignación—. Siento como si hubieran drenado mis poderes por completo. No puedo hacer nada. No puedo recordar. Me siento como un completo inútil.
—Quítate la chamarra —dijo ella, acercándose a la cama, y Samael hizo lo que le pedía. Marianne examinó la mancha de sangre seca en el pecho, el agujero de tela desgarrada en su camisa y la piel lisa e indemne del ángel por debajo—. ¿Te duele siquiera un poco?
—Justo ahora no siento nada. Es como si tuviera no solo el cuerpo entumecido sino también mis capacidades. Temo que pueda ser una condición permanente.
—Ni siquiera lo pienses. Solo necesitas descansar —aseguró ella, sacando ropa de un cajón y dejándola encima de la cómoda—. Ponte esto mientras. Si llega mi madre y te ve así pondrá el grito en el cielo. Esa camisa tendrá que desaparecer. —Samael asintió, tratando de incorporarse para hacer lo que le pedía. Marianne ya se dirigía a la puerta, pero se detuvo a medio camino y volteó de nuevo hacia él—… ¿Te acuerdas de algo? ¿De quién te hizo eso?
—Demian me preguntó lo mismo —respondió el ángel, meneando la cabeza—… pero, tal y como le dije, en este momento tengo la mente hecha un caos. No puedo pensar con claridad. Solo tengo estos pensamientos que vienen y van, nunca logro atraparlos del todo.
—Entiendo. No te preocupes, estoy segura de que recordarás. Lo importante es que estás de vuelta —dijo Marianne sonriéndole mientras Samael se incorporaba un poco en la cama para tomar las prendas que ella le había dejado a un lado, y aunque Marianne ya estaba cerrando la puerta, vaciló unos segundos y entró corriendo de nuevo, dándole un fuerte abrazo que lo tomó por sorpresa. Apenas duró un segundo antes de regresar corriendo a la puerta—. ¡Descansa!
La puerta se cerró y Samael se quedó sentado en la cama con expresión perpleja. Se puso de pie con dificultad y fue quitándose el remedo que le quedaba por camisa mientras observaba el pijama que Marianne había sacado para él, azul con rombos amarillos. Mantuvo la vista fija en ella con la mente en blanco, como hipnotizado por las formas romboidales, y de pronto volvió a ver destellos de unos ojos ámbar contemplándolo, seguido de una mano atravesando su pecho. Se tambaleó hacia atrás y cerró los ojos, llevándose las manos al pecho con la respiración entrecortada. Volvió a abrirlos para asegurarse de que seguía en la habitación y bajó la mirada hacia su pecho, como si esperara ver un agujero ahí, pero su piel seguía igual de lisa. Sin embargo, había sido herido, ¿cierto? ¿De qué otra forma podría haberse manchado de sangre la camisa y formarse aquel agujero? Necesitaba desesperadamente recordarlo pues tenía la sensación de que de ello dependería la vida de los demás.
…
La pantalla del celular volvió a encenderse y a vibrar encima de la cómoda a un lado de la desarreglada cama sobre la que Frank permanecía recostado, con la vista fija en el techo al que lanzaba una pequeña pelota que rebotaba de vuelta hacia él. Había decidido no entrar a la escuela finalmente y había vuelto a casa, buscando diversas formas de perder el tiempo mientras ignoraba el teléfono.
Su solución constante a los problemas era evadirlos, pero ahora estaba además el hecho de que su orgullo pesaba más que la razón, y refugiarse en su habitación sin que nadie lo molestara era la cosa más sensata que se le ocurría.
El timbre de la puerta principal resonó entonces por toda la casa, causándole una sacudida que le hizo perder el control de la pelota.
—¡Sea quien sea, márchese! ¡No hay nadie en casa! —gritó a pesar de saber que su voz no llegaría a la puerta. El timbre se detuvo por un minuto hasta que volvió a sonar con un repiqueteo constante, como si estuvieran apretando el pequeño botón varias veces, lo que condujo a Frank levantarse por fin de la cama de un salto y sortear los cables que serpenteaban por toda su habitación—. ¡…Ya voy! ¡Dejen de estar apretando el timbre que lo van a echar a perder! —Caminó de mala gana a la puerta principal, con el timbre de fondo sonando insistentemente, hasta que abrió tan abruptamente que el viento entró como si hubiera estado cerrado al vacío—. ¡¿Qué?! —Al otro lado de la puerta estaba Lucianne, mirándolo desconcertada. Apartó la mano del timbre y él dio un suspiro, cerrando los ojos y frotándoselos con semblante arrepentido, limitándose a maldecir por lo bajo.
—…No respondes al teléfono —se animó a hablar Lucianne tras el sobresalto inicial.
—¿Cómo es que viniste aquí? ¿Te trajo tu “niñera”? Se supone que no puedes verme fuera de la escuela.
—Salí sin que se dieran cuenta; están demasiado ocupados con su nuevo caso, de todas formas —respondió ella para salir del paso con las explicaciones de una vez y concentrarse en lo que la llevaba ahí— … Te he estado llamando todo el fin de semana.
—…Lo sé —respondió él como si hubiera agotado ya todos sus recursos.
—¿Qué pasa contigo? ¡He estado preocupada!
—…Lo sé —repitió él y Lucianne frunció el ceño ante su aparente apatía, aunque luego pareció llegar a una conclusión que la hizo abrir más los ojos.
—…Me estás evitando. —Frank no respondió, pero tampoco hizo nada por hacer contacto visual con ella—… Pero ¿por qué? Pensé que éramos amigos.
—Sí, bueno, quizá ese sea precisamente el problema.
—No entiendo… ¿Preferirías que no fuéramos amigos entonces?
—¡No es eso! ¡Solo que…! —replicó Frank con frustración, buscando las palabras correctas—… Preferiría no quedarme estancado en la “zona de la amistad”. Si tan solo no me enviaras tantas señales confusas… Siento que por cada progreso, termino retrocediendo dos pasos más.
Lucianne se quedó en silencio por varios segundos tratando de procesar sus palabras.
—¿…Es por lo que pasó en la heladería?
Frank se frotó la cara con un gruñido, tan fuerte que parecía a punto de arrancarse el rostro.
—¿Estás segura de que quieres hablar de eso? Porque me parece que preferirías seguir actuando como si yo no hubiera intentado besarte y tú no me hubieras empujado para evitarlo. —El rostro de Lucianne se encendió con la sola mención y ahora fue ella la que desvió la mirada.
—Lo… Lo siento, es que yo… no quisiera apresurar las cosas y…
—Te sigue gustando Demian entonces —la interrumpió con dureza.
Lucianne se quedó incrédula ante aquella inesperada pregunta.
—¿…Disculpa?
La alarma de su celular comenzó a sonar y ella se llevó las manos a los bolsillos, intentando sacarlo mientras Frank esperaba cruzado de brazos, inundado por una nueva ola de indignación. Cuando finalmente logró sacar su celular y abrió el mensaje que le había llegado se quedó mirando la pantalla con una expresión que fue cambiando de confusión a desconcierto en cuestión de segundos.
—¿…Qué? —preguntó por fin Frank, abandonando su postura de indignación al no poder contener la curiosidad.
—Esto no puede ser verdad —dijo Lucianne sin despegar la vista de su celular, por lo que él terminó también metiendo la cara para saber qué estaba viendo. Era el video en el que Demian entraba a la habitación de Addalynn.
Frank arqueó una ceja y luego volteó hacia Lucianne, estudiando su reacción.
—¿…Y? ¿Eso cómo te hace sentir?
—¿Qué? ¿Por qué harías una pregunta como esa? —replicó Lucianne, frunciendo el ceño. Frank se encogió de hombros y ella puso los ojos en blanco—. Por dios, Frank, no sé cuántas veces lo he dicho ya. Solo somos amigos, no lo veo de otra forma.
—Dicen que el primer amor nunca se olvida —masculló él, apartando la mirada con molestia tras obligarse a decir tal cosa.
—¡Éramos solo unos niños! ¡Yo no llamaría a eso amor! —respondió ella con enfado—. ¡Estaría igual de sorprendida si en el video apareciera cualquier otro! Bueno, quizá no si fuera Mitchell. Pero aun así…
—Si no te gusta de esa forma, ¿entonces por qué me rechazas? —inquirió él, sin poder quitarse aquella idea de la cabeza.
—No… No es que te rechace, yo solo… no quiero cometer el mismo error —respondió ella, vacilante por tener que hablar de ello—… Cuando me arrebataron el don… si no me hubieran encerrado, no quiero pensar de lo que habría sido capaz. Todavía lo recuerdo y me enferma. Por eso quiero llevar las cosas con calma, ¿entiendes?
Frank suavizó el gesto, y pareció dispuesto a aceptar a regañadientes que quizá se había apresurado en su juicio.
—Bien, de acuerdo… Tal vez pueda hacer algo para arreglar este asunto.
—¿Arreglar? —volvió a preguntar Lucianne, aún con el dispositivo en la mano y el video reproduciéndose—… ¿Acaso tuviste algo que ver con este video?
—¡No! ¿Cómo puedes pensar algo así?
—El video es claramente tomado de la seguridad del hotel. Alguien tuvo que conseguirlo y luego enviarlo masivamente a toda la escuela, y sé perfectamente que es algo que puedes hacer con unos cuantos clics.
—¿Me crees capaz? —replicó Frank con indignación, aunque casi al instante colocó la mano al frente para evitar que contestara—. Mejor no respondas.
—Si no has sido tú, ¿entonces quién? ¿Y cómo se supone que vas a arreglarlo?
—Necesito primero hablar con tu ex.
Lucianne apartó el celular de su rostro y le lanzó una mirada, y él levantó las manos en señal de rendición.
—Juro que es la última vez. No lo dije en serio.
Lucianne meneó la cabeza y volvió a concentrarse en el mensaje mientras Frank planeaba mentalmente lo que tendría que hacer a continuación… pero lo primero sería buscar el GPS.
…
Demian se hallaba de vuelta en aquella austera habitación donde había estado quedándose, recostado con los audífonos puestos y retomando el libro que había estado intentando leer, aunque seguía sin poder concentrarse. Saber que hablan de ti es una cosa, conocer la razón por la que hablan es otra, pero ver el gesto de las personas que te importan enterándose de ello… eso ya era demasiado para él. No podía ir a la escuela. Todos habrían recibido el video a esas horas. La mirada que vio en el rostro de su hermana, la de Marianne…
Unos golpes en la puerta lo distrajeron de sus pensamientos. Se arrancó los audífonos y levantó rápidamente la vista cuando esta se entreabrió.
—Solo quería saber si te parece bien que ordene pizza para cenar —dijo Noah, asomando el rostro por la abertura. A pesar de estar prácticamente de arrimado en su casa, aún le sorprendía lo atento que podía ser.
—…Sí, claro. No hay problema.
—Bien, pediré hawaiana si no tienes inconveniente. A mis hijos no les gusta la piña, así que debo abstenerme cuando estoy con ellos.
—Con piña está bien para mí.
—Perfecto. Por cierto, tienes visita —añadió Noah, abriendo un poco más la puerta. Frank estaba junto a él, con las manos en los bolsillos y postura despreocupada.
—¿Qué hay? —Entró a la habitación sin esperar a que lo invitaran a pasar y se apoyó la vieja cómoda que había a un lado de la cama mientras Demian lo observaba con recelo.
—¿…Se puede saber qué haces aquí?
—¿No puedo pasar a visitar a un amigo para pedirle la tarea de hoy?
Demian arqueó una ceja para obviar el hecho de que ni siquiera compartían las mismas clases, y Noah tan solo decidió retirarse, cerrando la puerta detrás de él.
—Los dejo para que platiquen, chicos.
Una vez que la puerta se cerró, Frank volvió a enderezarse y comenzó a revisar sus bolsillos mientras Demian casi esperaba que en cualquier momento fuera a sacar una pistola paralizadora y le disparara.
—¿…Ahora sí puedes decirme qué pasa? ¿Cómo supiste siquiera dónde encontrarme?
—¿No has escuchado, viejo? Soy mago —respondió Frank, sacando un USB de su bolsillo—. ¿Tienes laptop aquí? Hay un video que debes ver.
—…Sé de qué video hablas y no tengo interés en volver a verlo. Si has venido únicamente a burlarte de mí, puedes empezar a marcharte —espetó Demian, malhumorado.
—Cálmate, señor de las tinieblas. Solo consigue la maldita laptop y entenderás a su tiempo —replicó Frank, sosteniendo el USB y agitándolo por lo alto.
Demian dio un resoplido y solo se inclinó para sacar su bolsa deportiva de bajo la cama de la que a su vez extrajo su laptop, asentándola sobre la cama.
—Te advierto que no estoy de humor para tus jugarretas.
—Deja de lloriquear y solo inserta el USB. Créeme, te interesa verlo. —Demian tomó de mala gana la memoria flash que Frank le ofrecía y esperó a que el escritorio apareciera para insertarla en una de las ranuras—. Ah, veo que llevas puesta la misma chamarra. Perfecto, eso lo facilitará.
—¿Y eso qué se supone que significa? —inquirió Demian, torciendo las cejas cada vez más confundido.
—Solo abre el archivo.
Demian detestaba que le hablara de aquella forma tan autoritaria, pero en verdad quería llegar al fondo del asunto ya que estaba ahí, así que solo apretó la mandíbula y abrió el único archivo que venía dentro del dispositivo. La pantalla quedó negra por un momento antes de que un video comenzara a reproducirse. Al principio no le encontró sentido, la imagen se agitaba y parecía estar en constante movimiento como si alguien llevara la cámara cargada al hombro, y lo único que se veía era la espalda de alguien y una calle desconocida que, sin embargo, le sonaban de alguna forma.
—¿Cuánto falta para llegar?
Al escuchar la voz, Demian abrió más los ojos y levantó el cuello al reconocerla.
—Pero ¿qué rayos…?
—Es en la siguiente calle.
Frank volteó desde el frente y segundos después señaló hacia un letrero en que se leía con luces parpadeantes “La tuya”. Demian de inmediato levantó la vista hacia el Frank que tenía junto a él, que parecía estar esperando a su reacción.
—¿Qué demonios significa esto? ¿Cómo es que…?
Sin decir nada, Frank alargó la mano hacia él y tomó algo de su chamarra, a pesar de que intentaba apartarse.
—Una micro-cámara —explicó Frank, sosteniendo entre los dedos un chip tan pequeño que Demian tuvo que enfocar la vista para poder distinguirlo.
—Pero ¿en qué momento…? —comenzó a preguntar, pero el recuerdo de haberse topado con Frank afuera del hotel ya no le pareció más una coincidencia y el momento en que le había dado una palmada antes de seguirlo aún menos—… ¿Por qué?
—Digamos que tenía una idea metida en la cabeza y pensé grabarte a escondidas para que en algún momento hicieras algo que pudiera usar en tu contra más adelante —admitió Frank sin ningún tapujo e ignorando la mirada cargada de animosidad que Demian le lanzó. El video se encontraba ya en el momento en que estaban dentro del bar bebiendo y Mitchell no dejaba de hablar—. Adelántale. No es eso lo que quería que vieras.
Demian no abandonó su airado gesto de indignación mientras adelantaba el video hasta ver el momento en que aparecía Addalynn y lo conducía al interior del hotel, quedándose la imagen estática por unos segundos en la puerta de la habitación del frente hasta que la chica volvió a aparecer a cuadro para ayudarlo a entrar, y una vez dentro, la cámara hizo un movimiento brusco hasta que pareció estabilizarse de nuevo, enfocada en la cama, viéndose a sí mismo enfrente de esta.
—…No necesito ver más —dijo Demian, pausando incómodo el video, pero Frank lo hizo a un lado, sentándose en su lugar frente a la laptop.
—A un lado, deja que los adultos se hagan cargo.
Frank apretó algunas teclas y el video fue acelerándose. En él, Demian se limitó a sacarse los zapatos con un movimiento rápido y se dejó caer sobre la cama, con la cabeza sobre la almohada, quedándose ahí inmóvil como si hubiera sido noqueado. En un segundo plano se podía distinguir a Addalynn yendo de un lado a otro, ocupándose de sus propios asuntos; quitándose el abrigo y revisando su teléfono, intentando hacer una llamada, luego escribiendo algo en él y finalmente sentándose en un sillón frente a la cama con expresión de cansancio, como si estuviera decidiendo qué hacer con el cuerpo inconsciente que ocupaba un extremo de su cama. El video continuó en modo acelerado y en él se vio que Addalynn pasó bastante tiempo en el sillón, cada vez con más sueño hasta que finalmente pareció darse por vencida y se recostó del lado contrario, dándole la espalda, quedando rápidamente dormida. El recuadro que mostraba la hora siguió pasando con velocidad sin ningún otro cambio hasta llegar la mañana y ser Demian el primero en despertarse. Justo lo que recordaba.
—Pues ahí lo tienes —dijo Frank por fin, dando una palmada y poniéndose de pie de nuevo, mientras Demian se quedaba ahí sentado, tratando de procesar lo que había visto, sin saber si sentirse aliviado por tener pruebas de que no había pasado nada, o furioso por haber sido espiado por Frank.
—¿…Por qué me muestras esto? Pensé que tu propósito era buscar una excusa para usar en mi contra y el rumor ya lo estaba haciendo bastante bien por ti.
—Párale ahí. Que quede claro que yo no inicié ese rumor ni sabía de la existencia del otro video —aclaró Frank con una mano al frente y el índice extendido—. Yo ya cumplí con hacer lo correcto, ahora el resto depende de ti.
—¿De mí?
—Es tu decisión qué hacer con el video —repuso Frank, encogiéndose de hombros.
Demian se quedó callado con pose reflexiva mientras seguía mirando la pantalla justo cuando se escucharon golpes en la puerta y se vio a Addalynn levantándose de forma automática. Se escucharon voces fuera de cuadro, pero lo suficientemente claras para reconocer la otra. Sintió que un nudo se le formaba en el estómago al verse aparecer en la pantalla, recogiendo su chaqueta antes de regresar al baño. La cámara hizo otro movimiento brusco y vio a Marianne despedirse con un tono de urgencia que le hizo comprender que lo había visto.
ELLA lo había visto. Y claramente había llegado a la misma conclusión que todos al ver el primer video.
—…Esa cara me dice que has tomado una decisión —comentó Frank, apoyado en la pared del frente con los brazos cruzados en espera—. Y aunque no es de mi incumbencia, solo quiero mencionar que, a pesar de que el video que está circulando por ahí sugiere que algo más ocurrió y que este podría acallar esos rumores, también puede traer burlas para ti. Ya sabes cómo son los chicos… y por lo mismo tampoco prometo no unirme a ellas a la menor oportunidad, porque así soy yo y no puedo evitarlo.
—No me importa. Quiero que ese rumor desaparezca. Addalynn no lo merece.
—Bien, como quieras —respondió Frank, apartándose de la pared de un empujón y sacudiéndose las manos—. Puedo hacer unos cuantos arreglos, acceder a algunas cuentas y para mañana ya toda la escuela lo habrá recibido. —Demian estrechó los ojos, sospechando que debía haber una trampa, pero Frank enseguida lo descartó dando un resoplido con los ojos en blanco—. ¡Cálmate, virgen de los infiernos! No pediré nada a cambio si eso es lo que estás pensando. ¡Y quita esa cara que claramente dije que tomaría la menor oportunidad para molestarte con eso! ¡Sobre advertencia no hay engaño! —A continuación, sacó su memoria flash, la guardó en su bolsillo y salió de ahí bajo la mirada irritada de Demian—. Disfruta de tus últimas horas como el semental de la escuela.
Demian dejó que se marchara sin decir nada y volvió a mirar el video que se había quedado grabado en su disco duro. No podía negar que sentía que le habían quitado un gran peso de encima, aunque seguía sin comprender por qué Addalynn no había sido capaz de decir nada. No dejó de retroceder el video a la parte en que Marianne huía apurada de ahí.
En unas cuantas horas ese video llegaría a toda la escuela de la misma manera que el primero se había propagado, pero había solamente un puñado de personas cuya opinión le importaba. Y de ese puñado, solo una a la que no tenía idea de cómo enfrentar.
…
Destellos de luz, espacio vacío, la sensación de ingravidez. Fogonazos de recuerdos iban atravesando la mente de Samael, mezclados con lo que había registrado de otras memorias a las que había accedido antes. El sujeto de ojos ámbar de la fiesta, el que había visto Loui cerca del puerto, el sujeto de la capucha gris de Marianne, nuevamente el de ojos ámbar sentado a horcajadas sobre tres cuerpos inconscientes, llevándose un dedo a los labios con secretismo y sonriendo.
—Tienen que detenerlo.
La voz llegó desde una figura frente a él, recortada por una luz tan brillante que no le dejaba discernir ningún rasgo más allá de un largo cabello tan claro que casi parecía una fuente de luz por sí misma.
—…Espero que un día me perdones.
Samael abrió los ojos de golpe y miró agitado a su alrededor para asegurarse de que estaba de vuelta en casa. Una vez comprobado, su respiración fue estabilizándose y dejó caer la cabeza de nuevo sobre la almohada. Seguía sin recordar lo que le había pasado, pero los destellos que había tenido eran suficientes para dejarlo pensando.
Cuando bajó a la cocina, vio que Marianne y Loui ya estaban sentados a la mesa, esperando su desayuno. Ella le sonrió y le hizo una seña para que se sentara a su lado mientras Enid asentaba un plato de buñuelos.
—Buenos días, ¿ya te sientes mejor? Puedo hacerte algo más ligero si aún te sientes delicado del estómago —lo saludó Enid, señalando el plato de buñuelos.
—…Oh, no. Está bien así —respondió él, tratando de no mostrarse tan desubicado como sus primeros días en casa, a pesar de que justamente así se sentía. Necesitaría tiempo para acostumbrarse de nuevo a aquella familiaridad. Una vez sentado y con el plato de buñuelos en frente, sintió que su estómago rugía.
—Come lo que desees, querido, puedo hacer más —dijo Enid con una sonrisa antes de darles la espalda nuevamente.
Samael tomó el frasco de maple y Marianne colocó de pronto la mano sobre su hombro, provocándole un respingo que casi le hace derramarla toda sobre el plato.
—¿Estás bien?
—Sí, solo… algo distraído aún.
—Tómatelo con calma. Estás de vuelta y nadie volverá a apartarte de nosotros, ¿de acuerdo? —susurró ella, sacudiéndolo con suavidad.
Él asintió con una sonrisa y volvió a concentrarse en su desayuno, mostrándose nuevamente abstraído. Había algo en aquellos destellos de memorias que creía importante, pero ¿qué? El recuerdo le rehuía.
El celular de Marianne vibró, anunciando un mensaje recibido. Ella se apuró en sacarlo y se quedó mirando la pantalla por un momento con la mirada ensombrecida para a continuación guardarlo de nuevo sin decir nada.
—¿Algún problema? —preguntó Samael, captando enseguida su cambio de ánimo, pero ella se limitó a menear la cabeza con un intento de sonrisa, aunque no volvió a tocar su desayuno.
…
—¿Estás seguro de que estás listo para volver? —preguntó Marianne, deteniéndose a la entrada de la escuela para darle la oportunidad a Samael de pensárselo mejor—. Si crees que sería mejor tomarte este día para recuperarte y tratar de recordar algo…
—Estaré bien —aseguró Samael, aunque una inexplicable agitación comenzó a producirse en su interior, la cual aumentó cuando entraron al edificio, mientras pasaban junto a otros estudiantes que iban llegando como ellos. No entendía por qué; era como si de pronto hubiera desarrollado fobia a las multitudes. Miraba de un lado a otro como si fueran a ser atacados en cualquier momento, e incluso comenzaba a sentirse algo mareado. Pero no quería preocupar a Marianne, necesitaba estar ahí y tratar de estimular su memoria.
—¿Seguro que te sientes bien? Luces más pálido de lo normal.
—…No es nada, en serio —dijo él, tratando de sonreír a pesar de sentirse febril. Aprovechó para desviarse hacia las escaleras antes de que ella advirtiera que algo no andaba bien—. Nos veremos después de clases.
Marianne lo vio subir con apuro y casi tuvo que contenerse para no ir tras él. Trató de desechar su inquietud, atribuyéndoselo a la necesidad de protección que le inspiraba en ese momento, y siguió su camino hacia su propio salón de clases. Se percató entonces que por donde pasara, todos estaban inusualmente callados en contraste con el día anterior y escuchó el rechinar de unos zapatos aproximándose a toda carrera; antes de voltear siquiera ya se le habían colgado del brazo fuertemente hasta casi dislocárselo.
—¡Hey! ¿Recibiste un mensaje esta mañana? Creo que todo mundo lo recibió.
—…Sí. Solo vi que tenía un video adjunto y lo borré —respondió Marianne, dando un bufido sin dejar de caminar con Lilith colgando de su brazo.
—¿Por qué? —preguntó Lilith genuinamente confundida.
—Porque no creo que debamos verlo, sería como participar de ello. Somos sus amigos, no sería correcto.
—Sí, pero… ¿cómo vas a saber de qué se trata si no lo ves?
Marianne se detuvo y volteó hacia ella para escudriñarla con los ojos.
—¿…Lo viste?
—¡…Sí, lo vi! ¡Soy curiosa, ¿de acuerdo?! —aceptó Lilith—. ¡Pero no es lo que crees! Si me dejas explicártelo o mejor aún mostrártelo, lo entenderás.
Marianne contrajo el ceño, indecisa. Quizá no se trataba del mismo video sino de otra cosa. Minutos más tarde, se habían detenido en el primer pasillo que encontraron solitario y Lilith sostenía su celular frente a ella, que observaba la pantalla con una expresión imposible de describir.
—¿Ves? ¿Sabes lo que eso significa? —dijo Lilith sin aguantarse un minuto más callada—. ¡Los rumores eran totalmente falsos!
Marianne se mantuvo en silencio durante la reproducción total del video (no mayor a 5 minutos con la velocidad acelerada) y cuando terminó, tan solo se removió en su lugar mientras Lilith seguía sosteniendo el teléfono.
—¿Y bien? ¿No piensas decir nada?
Marianne no sabía qué decir, su mente estaba en otro lado, y cuando se disponía por fin a hablar, optó por evadir el tema.
—…Vamos antes de que empiecen las clases.
La mayoría de sus compañeros permanecían en silencio cuando entraron, y no precisamente por la llegada del profesor. La única que parecía satisfecha consigo misma era Kristania, muy probablemente a raíz del nuevo video. Ni siquiera cuando Addalynn llegó hubo la misma cantidad de murmullos que el día anterior, se limitaron a observarla en su camino, centrándose de nuevo en el maestro que llenaba de ecuaciones la pizarra. Marianne también estaba absorta, tanto que acabó dando un respingo cuando tocaron con firmeza la puerta del salón y el profesor salió a ver de qué se trataba. No tardó ni un minuto antes de volver a entrar, acompañado por un par de oficiales de policía, reconociendo a uno de ellos.
—No queremos quitarles mucho tiempo —dijo el oficial Perry, tomando la palabra y paseando la vista por el aula, mostrando un leve destello de reconocimiento al ver a las chicas, pero manteniendo el profesionalismo que la situación requería—. Estamos pasando por todas las escuelas de la ciudad, esto es solo un procedimiento de rutina. Les pediremos que miren unas fotos y que nos informen si reconocen a alguien. —Mientras decía esto, su compañero ya había comenzado a repartir un par de fotos a la fila del frente con indicaciones de que las fueran pasando hacia atrás—. Solo queremos hacerles unas preguntas, eso es todo.
Las fotos fueron pasando de mano en mano desde el frente hacia atrás, cada quien mirándolas sin mostrar ningún tipo de reacción para a continuación entregarlas a la fila siguiente. Marianne recibió las fotos de manos de Angie y en cuanto las miró, su gesto cambió de inmediato. Eran copias de un par que ya había visto antes en casa de Dreyson. Volteó hacia él y vio que tenía la vista fija en ambas fotos con la mirada ensombrecida.
Miró a su alrededor, esperando ver alguna reacción de sus compañeros, pero ninguno parecía haberlo reconocido a él y mucho menos a su madre. Luego recordó que nadie más había visto esas fotos del “antes”. Lucía ahora muy diferente y había perdido mucho peso… pero al menos Vicky y Addalynn sí, y aunque la segunda lucía inexpresiva, estaba segura de que lo había reconocido. Vicky, por su lado, fruncía el ceño y retorcía la boca, como si se debatiera internamente entre hablar o no.
—¿Bien? ¿Alguien? —los instó el oficial Perry a la espera, pero al final ni Vicky dijo nada ni tampoco Marianne, que se limitó a devolver las fotos en cuanto pasó el otro oficial a recogerlas. De reojo, vio que Dreyson también las entregaba, mirando fijamente al policía como si lo retara a reconocerlo, pero este ni siquiera lo notó.
Perry lucía algo decepcionado, pero no tan sorprendido; al parecer habían recorrido ya varias escuelas sin resultados. Marianne se preguntó por qué no simplemente los buscaban por nombres, y luego cayó en cuenta de que debían estar usando nombres falsos. Y todo por algo que su padre había hecho… Sintió pena por él.
—Bueno, uhm… ¿está bien para ustedes si nos reunimos hoy en mi casa? —dijo Vicky cuando las clases terminaron y todos iban ya saliendo. No se atrevía a mirar directamente a Dreyson, como si pensara que se daría cuenta de que lo había reconocido, aunque su comportamiento lo hacía obvio; no obstante, a él no parecía importarle.
—Si eso significa que haremos tu árbol genealógico, entonces cuenta conmigo —respondió Marianne, tratando de aligerar el ambiente. Vicky sonrió y esperó a que Dreyson contestara, pero este tan solo guardaba sus cosas sin prestar atención, así que Marianne se aclaró la garganta y le lanzó una mirada para que respondiera, lo cual terminó haciendo, aunque no precisamente como esperaba sino con un simple encoger de hombros.
—De acuerdo. A las cinco estaría bien —finalizó Vicky, retrocediendo hacia la puerta—. Mi hermano prometió volver a casa después de clases, así que quiero asegurarme de que lo cumpla. —Esbozó una sonrisa nerviosa y huyó. Era tan transparente; obviamente no podía esconder su reacción a las fotos.
Marianne se llevó su mochila al hombro y también se puso de pie, pero solo avanzó unos pasos y volteó hacia Dreyson. Lucía distraído, pero en el poco tiempo que llevaba de conocerlo, sabía que su silencio significaba que estaba analizando la situación para decidir su siguiente movimiento.
—¿Estás bien? —preguntó ella. Dreyson levantó la vista y sonrió de lado.
—¿Por qué? ¿Crees que me preocupan esas fotos? —dijo, encogiendo los hombros—. Te aseguro que no. Pero me agrada saber que a pesar de todo te interesas por mí.
—Y hasta ahí llegó mi preocupación —replicó Marianne, girando los ojos y dándose la vuelta para continuar hacia la puerta, mientras este no hizo más que seguirla con una mirada inexpresiva.
…
—¡No te imaginas lo felices que estamos de que estés de vuelta, Samuel! —dijo Lilith al reunirse todos después de clases y no pudo evitar echarle un vistazo a Angie, que se mantenía impertérrita a un lado—… Incluso Angie, aunque no tenga la capacidad para demostrarlo en este momento.
Angie puso los ojos en blanco mientras Samael parecía analizarla con la mirada.
—…Entonces su don no volvió a aparecer y siguen sin saber quién pudo haberlo tomado —dijo Samael una vez puesto al corriente de todo lo que había pasado.
—Esperábamos que tú pudieras rastrearlo de alguna forma —sugirió Marianne y él cerró los ojos como si estuviera dispuesto a hacer el intento, pero de nuevo se sintió invadido por aquella oleada de malestar desde que había puesto un pie en la escuela.
—Lo siento. Aún no me siento del todo yo mismo —se disculpó tras su fracaso—. Mis facultades no están al 100% todavía.
—¡Samuel! —Vicky se acercó corriendo hasta colgarse de él en un abrazo efusivo—. ¡Ahora sí puedo expresar apropiadamente lo feliz que me siento de que estés bien! Ayer te veías en tan mal estado que temí hacerte daño.
—Gracias. También me alegra estar de vuelta —respondió Samael con una sonrisa. Demian entró en ese momento y se detuvo con vacilación al verlos a todos reunidos ahí, sus ojos topándose con los de Marianne por un instante antes de recomponerse.
—¡Hey! No seas tímido. Acércate que no mordemos —dijo Mitchell con su usual actitud llena de confianza.
Demian echó un vistazo a su alrededor para comprobar la manera en que los demás lo observaban. Lo cierto era que, aunque lo miraban de reojo, no era como el día anterior, más bien como si les hubieran arruinado la diversión demasiado pronto. Así que avanzó hacia ellos, tratando de no mostrarse a la defensiva, pero Mitchell lo recibió con unas fuertes palmadas y sus hombros se pusieron tiesos de forma automática.
—Relájate, hombre. No tenemos que actuar como si los últimos días no hubieran ocurrido, pero tampoco tienes nada de qué avergonzarte —dijo Mitchell a la ligera, acrecentando aún más su incomodidad ante la sola mención.
—No te preocupes, hermano. Ya todo está aclarado y ahora es agua pasada.
—Nunca lo creímos de todas formas, así que olvídalo y déjalo atrás —añadió Lilith, que, aunque bienintencionada, terminó de martillar el último clavo de su cruz.
—Quizá deberían simplemente dejar de hablar de ello —intervino Marianne y Demian se atrevió por fin a mirarla—. No debe ser muy agradable tener que soportar esa clase de rumores para que además deba escucharlo de sus propios amigos.
Los demás estuvieron de acuerdo y asintieron avergonzados, apartando la vista como si pudieran deshacer sus comentarios de esa forma. Demian continuó mirando a Marianne, sorprendido por su intervención, y ella mostró una leve sonrisa. Eso pareció ser suficiente para conseguir que se relajara y sonreír también en respuesta.
—No te lo tomes a mal —susurró Mitchell, tirando de él como si fuera a decirle algún secreto—. Supongo que el asunto te estaba afectando de verdad, así que me alegra por ti que se haya aclarado. Yo, por mi parte, sé que hubiera disfrutado de la fama un poco más, pero ¡hey, ese soy yo!
Demian tan solo le dedicó una mirada de reprobación. Addalynn se asomó entonces desde la puerta; varias miradas se desviaron hacia ella, que se mantuvo imperturbable y se limitó a cruzarse de brazos con impaciencia. Vicky se despidió de todos y se puso de pie, tirando de su hermano.
—¡Nos vemos esta tarde, ¿de acuerdo?! —dijo al alejarse y Marianne asintió mientras Demian le dirigía rápidas miradas de reojo hasta desaparecer de su vista.
El flujo de alumnos dirigiéndose a la salida iba aumentando, y la sensación de vértigo que había estado acompañando a Samael toda la mañana llegó a su punto álgido, e incapaz de seguir resistiendo, colapsó.
—Si te sentías débil, no debiste ir a la escuela —le reprochó Marianne mientras este tomaba agua de vuelta en casa.
—No me sentía así al salir de casa —dijo Samael, devolviéndole el vaso y recostando la cabeza sobre su almohada—. Fue en el transcurso del día. No sé qué pudo provocarlo.
—Como sea. Te quedarás aquí y no quiero ver que te levantes de la cama a menos que sea absolutamente necesario. Cualquier cosa que quieras, pídela y te la traeremos.
Samael sonrió con los ojos cerrados y expresión serena provocando que Marianne contrajera el ceño.
—¿…Qué? ¿Dije algo gracioso?
—Solo pensaba en cómo cambian las cosas. Se supone que yo debería ser quien te proteja, y aquí estoy en cambio, tendido en esta cama sin estar seguro de recuperar algún día el total de mis habilidades mientras tú cuidas de mí.
—…Bueno, de cierta forma es cierto, es un poco gracioso —aceptó Marianne con los labios curvados hacia arriba mientras Samael mantenía la cabeza sobre la almohada, reposando los ojos con aquella misma expresión plácida y ella decidió que sería mejor dirigirse en silencio hacia la puerta.
—…Marianne —dijo Samael y ella se detuvo de nuevo con la mano en la perilla—… Gracias por todo. No sé cómo, pero sé que de alguna forma tú me trajiste de vuelta. Si no puedo recordar, si no recupero mis habilidades, si no consigo dominarlas de nuevo… nada de eso importa mientras pueda seguir a tu lado y sepa que estás bien.
Marianne se sintió conmovida, pero no quería caer en sentimentalismos innecesarios, así que simplemente sonrió y tomó aliento.
—Olvídate de tus poderes y tu deber por un momento; si tenemos que cambiar los roles, yo te protegeré y cuidaré de ti si hace falta, ¿entendido?
Samael la miró con sus expresivos ojos de lago cristalino, sintiendo que su pecho se llenaba de una cálida sensación de familiaridad, de pertenencia. Marianne salió de ahí, y mientras se dirigía a su habitación escuchó las quejas de su hermano desde la sala.
—¡Mamá! ¡No puedes hacerme esto! ¡No soy un animal para encadenarme!
—Nadie te está encadenando. Tienes total libertad para ir y venir a tu antojo por la casa. Es solo si sales de aquí que tendrás problemas. El sistema funcionó muy bien ayer, ¿para qué arreglar lo que no está roto? —replicó su madre, y Marianne supuso que de nueva cuenta le habría puesto aquella pulsera electrónica, lo que significaría que saldría otra vez… en una cita con el padre de Angie.
No tenía tiempo de pensar en ello. Debía salir dentro de unas horas para continuar con el trabajo de equipo pendiente y eso significaba ir a casa de Demian. Después de haberse pasado prácticamente toda la mañana en un extraño estado de ánimo, ahora se sentía tranquila, como si se hubiera sacado una espina.
Estaba ya preparando todo lo que llevaría a la reunión minutos antes de salir, cuando escuchó que tocaran a la puerta.
—¡Loui, ve a ver quién es! —Los golpes siguieron escuchándose tras unos segundos—. ¡Loui! —Dejó a un lado todo y se dirigió a la habitación del niño, pero nada más empujar la puerta vio que tenía los audífonos puestos y estaba inmerso en un gameboy.
No tuvo más remedio que ir a abrir ella misma, arrugando el entrecejo al ver quién aguardaba del otro lado.
—Mmmh… Creo que entendiste mal, la reunión de hoy es en casa de Vicky, no aquí —dijo Marianne, estrechando los ojos ante Dreyson.
—Lo sé. No estoy aquí por eso. No voy a ir.
Ella contrajo más el entrecejo.
—Ah, ¿no? ¿Entonces por qué viniste?
—Quería despedirme apropiadamente —respondió él, y Marianne inclinó la cabeza hacia un lado, confundida—. Quizá no regrese a la escuela mañana.
—¿Eh? ¿Es acaso por… lo de las fotos? —inquirió ella y Dreyson sonrió como si supiera que diría eso.
—Te dije que las fotos no me preocupaban. No. Existen otras razones de peso… pero no creo que quieras saberlas.
Marianne continuó observándolo atentamente, la curiosidad abriéndose paso, a pesar de que algo en su interior le pedía contenerla.
—¿…Tu padre los obliga a marcharse? —se atrevió a preguntar por fin y los ojos de Dreyson destellaron con un brillo que parecía revelar algo oculto detrás de ellos.
—…Mi padre no puede obligarme a nada —respondió él, esbozando una sonrisa que le puso la piel de gallina y la contuvo de preguntar algo más. Aferró la mano a la puerta, y lo único que le impidió cerrarla de inmediato fue su deseo de no dejarse intimidar.
—Bueno… me da pena que tengas que irte, pero yo aún tengo que quedarme a lidiar con lo del trabajo en equipo, así que si me disculpas… —dijo ella, empujando lentamente la puerta con la intención de cerrarla, pero Dreyson colocó el pie en el resquicio y dio un paso más al frente.
—¿No te preguntas por qué te digo todo esto? ¿Por qué he venido hasta aquí solo para decir que me marcho?
—…No sé, pero si dices algo como que es porque quieres salir conmigo al menos una vez, juro que te cierro la puerta en las narices —espetó Marianne, intentando mostrarse impávida. La sonrisa de Dreyson se extendió aún más, lo cual aumentó su intranquilidad.
—Eso es lo que me gusta de ti —dijo Dreyson, dando otro paso que cruzaba el umbral de la puerta mientras Marianne retrocedía—. No temes plantarle cara a nadie, pero a la vez puedes ser atenta y desinteresada. Lamento no poder decir lo mismo de mí.
—…Pues justo ahora no me siento muy “atenta y desinteresada”, así que, si te vas a ir, será mejor que lo hagas ahora antes de que se acabe el poquito de estima que te tengo —advirtió Marianne, evitando mostrar su nerviosismo ante su avance. Dreyson se detuvo como si sus palabras surtieran efecto, y ella se contuvo de exhalar un suspiro de alivio.
—…Lo veo —dijo él de pronto con una expresión que parecía haber alcanzado la iluminación, pero que a Marianne le heló la sangre. Estaba actuando demasiado raro y ella ya no podía ocultar su inquietud—… Ahora lo veo.
Él estiró la mano para sujetarla de la muñeca, pero Marianne tenía ya los sentidos alertas y reaccionó rápidamente golpeando su mano con la que tenía libre, aunque él fue más ágil y sujetó la otra.
—¿Qué crees que estás haciendo? ¡Suéltame! —protestó ella, forcejeando.
—No voy a hacerte daño. Solo quiero entenderlo mejor.
Su agarre era fuerte, pero entrar en pánico no era una opción, necesitaba mantener la cabeza fría para usar sus poderes si era absolutamente necesario.
—Suéltala.
Samael estaba de pie en los escalones, descalzo y sosteniéndose de la barandilla, mirándolo con ferocidad. No estaba completamente recuperado de su experiencia cercana a la muerte, pero parecía dispuesto a hacer lo que fuera necesario para proteger a Marianne. Dreyson levantó la vista hacia él, más irritado por la interrupción que preocupado.
—…No lo volveré a repetir —agregó Samael con un tono intimidante que rara vez usaba, y tras varios segundos de silencio y tensión, Dreyson terminó aflojando su agarre, lo que Marianne aprovechó para soltarse y colocarse junto a la escalera, frotándose la muñeca con la mirada fija en Dreyson, más contrariada que nada.
—…No tenía intención de lastimarte —aseguró él, retrocediendo. Pasó la mirada entre Marianne y Samael y parecía querer decir algo más, pero finalmente se dio la vuelta y se marchó, dejando la puerta abierta.
—¿Estás bien?
—Estuve a nada de usar mi poder —comentó Marianne con un bufido.
—…No me agrada ni me da confianza —agregó Samael, observando con recelo hacia la puerta.
—Está atravesando por varios problemas. Quiero pensar que los últimos acontecimientos lo están quebrando.
—¿Qué quería? —preguntó Samael y ella negó con un suspiro.
—No tengo idea, pero no quiero pensar más en él. Aún tengo que reunirme con Vicky y Addalynn para nuestro trabajo de equipo y preferiría concentrarme en ello.
—¿Piensas salir aún después de lo que acaba de pasar? No me parece prudente.
—¿Crees que me seguirá o algo así? Yo lo dudo —argumentó Marianne muy segura de sí, pero Samael no estaba dispuesto a dejarla ir tan fácilmente.
—No irás sola. Yo te acompañaré. —Él bajó lo que restaba de las escaleras y tomó una chamarra de la percha antes de que Marianne pudiera protestar.
—¿En serio? ¿Piensas ir así? —replicó ella, levantando una ceja y bajando la vista. Samael miró sus pies descalzos tocando el piso.
—…Iré a ponerme los zapatos y luego nos vamos —resolvió él, subiendo a toda velocidad las escaleras como si Marianne fuera a aprovechar para escaparse en ese lapso.
Ella meneó la cabeza y decidió también subir por sus cosas, notando que Loui se asomaba desde arriba. Marianne inclinó la cabeza con expresión inquisitiva, pero en vez de decir algo, el niño retrocedió y regresó corriendo a su habitación. A ella se le hizo algo extraño, pero se limitó a encogerse de hombros y seguir subiendo.
Al llegar a la casa, se apoyaron de las rejas y mirando al interior.
—Llámame cuando termines, aunque tenga que venir por ti caminando.
—Lo haces ver como si no fuera algo común entre los seres humanos, el tener que caminar para desplazarse de un lugar a otro —comentó Marianne con una breve risa.
—Bueno, tú me entiendes. Si pudiera transportarnos de un lado a otro sería más rápido.
—Deja de atormentarte pensando que has perdido tus poderes de manera definitiva, siempre te preocupas por ello. Si es así, bueno pues eso te convierte en un humano como cualquier otro, pero no te hace menos ángel. Sigues siendo nuestro guía y líder.
Samael intentó sonreír, aunque no podía evitar sentirse preocupado; el único rastro que podía percibir de sus poderes era su conexión con Marianne, aunque de poco le serviría quedándose ahí, con Demian cerca, pues de alguna forma su presencia enmascaraba la de ella.
—¿…Es ese un coche de la policía? —preguntó Marianne al fijarse en una patrulla aparcada justo a orillas de los escalones de entrada; tenía las luces apagadas, pero no dejaba de resultar inquietante. Antes de que Samael pudiera decir algo, ella ya había apretado el timbre con insistencia, y tras escucharse el zumbido de la reja, ella prácticamente se introdujo entre los barrotes como si fuera de goma.
Se detuvo jadeante ante la puerta y le echó un vistazo a la patrulla antes de golpear con urgencia hasta que esta se abrió. Su mano se detuvo antes de acabar golpeando a Demian, que la miró sorprendido.
—…Hola —fue lo único que se le ocurrió decir, mirando de ella a Samael.
Marianne titubeó antes de mirar sobre su hombro de nuevo hacia la patrulla, dándole oportunidad también a Demian de fijarse en ella.
—¿Por qué está la policía aquí?
Demian levantó las cejas tan sorprendido como ella y volteó hacia el interior de la casa.
—…La verdad, no tengo idea. Estaba en el despacho de mi padre, revisando unos papeles, y se me pasó el tiempo. Entren. Iré a ver qué ocurre.
Pero antes de que pudieran avanzar más, una de las puertas del fondo se abrió, saliendo Vicky acompañada por el oficial Perry, que cargaba una carpeta bajo el brazo.
—¡Ah, qué bien que ya llegaste! —dijo Vicky, corriendo hacia ella—. Eso significa que solo nos falta Dreyson.
—Él no vendrá —respondió Marianne, mirando de reojo al oficial—… Pasó por mi casa para decírmelo.
—¿De verdad? —Vicky parecía contrariada ante la noticia y Demian no pudo evitar entornar los ojos.
—¿Qué significa esto, Vicky? —murmuró Marianne, acercándose más a ella para que el oficial Perry no la escuchara—. ¿Por qué llamaste a la policía?
—No viene con carácter oficial, si es a lo que te refieres. Solo pensé… que quizá podría hacerle unas preguntas a Dreyson aquí, fuera de la escuela. No le dije que es a quien buscan ni en dónde vive, solo le dije que… quizá él sepa algo del asunto. —Marianne meneó la cabeza. Enviar a la policía para interrogarlo era demasiado—. Bueno, pues tendré que explicarle que no vendrá… Solo espera aquí y en unos minutos nos pondremos manos a la obra, ¿de acuerdo?
Vicky regresó con el oficial Perry mientras Marianne meditaba al respecto.
—¿Puedo saber por qué la policía quiere interrogar a ese tipo? —preguntó Demian, sintiendo que se había perdido de algo.
—No es por lo que pasó hace rato, ¿cierto? —intervino Samael y Demian los miró cada vez más confundido.
—¿…Por qué no regresas a casa? Estaré aquí un buen rato —dijo Marianne para no tener que hablar de ello, y aunque Samael no parecía convencido, terminó asintiendo.
—Avísame cuando termines. —Dirigió una breve mirada a Demian y una sutil inclinación de cabeza para darle a entender que ella se encontraba ahora bajo su protección. Él pareció captarlo y se limitó a asentir.
—Te cuento cuando acabemos nuestro trabajo de equipo, ¿de acuerdo? —dijo ella en cuanto Samael se había marchado.
—…Bien. Estaré en el patio trasero. Hay una canasta ahí, así que jugaré un poco. No he salido del despacho en toda la tarde.
—Iré a verte… Es decir, para hablar de todo ese asunto de Dreyson.
Demian sonrió para hacerle ver que lo entendía, y mientras salía de ahí, Marianne sintió un calor que se agolpaba en sus mejillas, así que rápidamente se dio palmadas en la cara y sacudió la cabeza, temiendo que se le estuviera subiendo la presión.
—Listo, le avisaré a Addalynn que ya estamos y ocuparemos el despacho ahora que mi hermano salió —le comunicó Vicky, subiendo las escaleras mientras el oficial Perry pasaba junto a Marianne e inclinaba la cabeza a manera de saludo.
—Con permiso —dijo él educadamente, dirigiéndose a la puerta.
—¡…Aguarde! ¿Puedo preguntar algo?
El joven oficial miró hacia afuera y luego a ella, preguntándose qué se traería entre manos.
—Con respecto a las fotos que nos mostraron hoy… —comenzó ella, tratando de pensar la mejor forma de expresar su pregunta sin parecer sospechosa—… ¿Tiene algo que ver con el caso en el que han estado trabajando?
—¿Qué sabes de eso? —preguntó el oficial, entornando los ojos con suspicacia—… ¿Lucianne te comentó algo?
—No, bueno, es que… —No llegaría a ninguna parte si seguía yéndose por las ramas. Al menos en una cosa podía ser sincera sin lanzar a Dreyson bajo las ruedas—… Lo siento, yo… vi los expedientes que estaban en la mesa cuando fui a ver a Lucianne. Desde entonces las imágenes me atormentan y no dejo de pensar en la clase de persona que haría algo así.
—Entiendo —respondió el oficial Perry, reflexionando sobre lo que podría o no decirle en ese caso—… No debiste revisarlos, pero no podemos hacer ya nada. Es comprensible que te sientas así, las fotos de la escena del crimen son muy fuertes.
—¿Y están seguros de que ese hombre lo hizo? Es decir, ¿tienen alguna prueba?
—¿De qué hombre hablas? —preguntó el joven, volviendo a su expresión suspicaz.
—El de la foto que estaba entre los documentos del caso. ¿Una foto policial me parece? —dijo ella, tratando de no sonar como que sabía demasiado, pero el gesto del oficial Perry no era el que esperaba.
—…Creo que entendiste mal. El hombre de la foto no es el sospechoso, sino la víctima.
Marianne enmudeció. Todo ese tiempo había pensado que el padre de Dreyson era sospechoso de asesinato cuando en realidad…
“Mi padre no puede obligarme a nada”. Él mismo había intentado decírselo a su manera. Pero si su padre había sido la víctima y él y su madre habían huido, entonces…
Una melodía interrumpió sus pensamientos y Perry sacó rápidamente su celular para contestar.
—…Disculpa —dijo él, apartándose para contestar en privado, aunque a Marianne ni siquiera pareció importarle, su mente seguía dándole vueltas a aquella nueva revelación.
—Hey, ¿vas a venir? —Vicky ya la esperaba a un lado de las escaleras junto con Addalynn.
Marianne aún deseaba preguntarle más cosas al oficial Perry, pero apenas este acabó con su llamada se dirigió con premura hacia su coche.
—Con permiso, debo volver a la jefatura. Surgió algo de última hora. —Antes de que ella pudiera decir algo, él ya estaba conduciendo hacia las rejas.
No podía hacer nada más, su fuente de información se había marchado, dejándola con la sensación de haber estado cargando una granada con media anilla de fuera todo ese tiempo. No le quedó más que seguir a Vicky y Addalynn hasta el despacho donde todo estaba limpio y ordenado como una especie de mausoleo que preservara la pulcritud y organización de su padre fallecido. Se acomodaron en una mesa desocupada a un extremo de la oficina y se pusieron a trabajar a pesar de que Marianne no podía concentrarse con lo que había descubierto.
—¿Quizá quieras un receso? —sugirió Vicky al notar su distracción, pero Marianne negó con la cabeza y tomó uno de los libros para fingir mayor interés. Desplegada sobre la mesa tenían un largo pliego de papel donde Vicky había estado trazando con mucho cuidado las líneas que darían forma al árbol genealógico—. Bueno… ¿te puedo encargar terminar entonces con el trazado? Mi pulso es terrible y debo ir por nuestros álbumes.
Marianne tomó el relevo para terminar de trazar el árbol, intentando mantenerse enfocada en ello mientras Vicky salía de la habitación. Addalynn había dejado ya a un lado el libro de genética que se le había asignado y tenía la atención puesta en su celular, tecleando algo con la agilidad propia de unos finos dedos como los de ella.
—¿…Puedo hacerte una pregunta? —dijo de pronto Marianne tras observarla por un momento. Addalynn levantó la vista de la pantalla y le devolvió una mirada inquisitiva—. ¿Por qué no dijiste nada?
Addalynn volvió su vista a su dispositivo con el ceño contraído.
—…No podía —fue lo único que dijo con un encogimiento de hombros.
—¿Y eso qué se supone que significa? ¿Cómo que no podías? ¿Alguien te amenazó para guardar silencio? ¿Por qué querría alguien…?
—¡No sé! ¡No tengo idea del por qué! ¡Simplemente no podía hablar de ello por más que lo intentara! ¿Por qué siempre tienes que interrogar a todo mundo como si tuvieses derecho a saberlo todo? —replicó ella, perdiendo la paciencia, por lo que Marianne torció la boca. No se consideraba especialmente curiosa, al menos no más de lo normal, pero cuando se trataba de algo a lo que no le encontraba sentido, no podía evitarlo. Y que Addalynn no pudiera hablar sobre algo no lo tenía. Que no quisiera, tal vez, ¿pero que físicamente algo se lo impidiera? No era experta en la biología de los ángeles a pesar de convivir diariamente con uno, así que no podía estar segura de ello.
—¡Volví! ¿Me perdí de algo?
Vicky entró, cargando varios ejemplares tan gruesos como enciclopedias y los asentó con un sonoro golpe sobre la mesa. Marianne dio un suspiro, suponiendo que los revisarían todos para completar el árbol, pero en vez de protestar se pusieron manos a la obra.
—Papá nos contó una vez que la abuela Anika trabajó cuando era joven para una organización secreta que se encargaba de descifrar códigos de guerra —comentó Vicky, sacando una foto en blanco y negro de una mujer vestida con un traje formal y el pelo recogido acorde a la época—. Se supone que era confidencial, pero no quería secretos en su familia. Una semana después de contarles, sufrió una embolia que la mató.
Marianne únicamente le dedicó una mirada desconcertada ante la ligereza con que hablaba de ello.
—Nunca la conocí —agregó Vicky al notar su gesto—. Es como leer en los libros de historia sobre alguno de tus ancestros del siglo pasado. Te interesas por ellos, pero no hay una conexión emocional.
Marianne tuvo que estar de acuerdo. Ella tampoco había conocido a ninguno de sus abuelos, y a pesar de que su madre a veces hablaba de ellos, un par de artistas bohemios muy partícipes de la comunidad artística de la ciudad, nunca los sintió cercanos. Su padre, por otro lado, nunca hablaba de los suyos…
—Los abuelos Vance y Norah trabajaban juntos en un periódico de su ciudad natal —continuó Vicky, sacando ahora otra foto, a color esta vez, de una pareja posando junto a un automóvil—. Pero hubo un tiroteo en la oficina central y no sobrevivieron.
—…Wow. No sé qué decir.
—No es necesario que digas nada. Como dije, no llegué a conocerlos, así que en realidad no me afecta —respondió Vicky con una sonrisa, pasando las páginas llenas de fotografías, obviando el hecho de que había evitado hacer comentario alguno sobre sus padres cuando escogieron sus fotos para incluirlas en el árbol—. ¡Ah, aquí está el que me faltaba! El abuelo Dayton. De acuerdo con papá, siempre iniciaba algo y nunca lo terminaba. Se emocionaba con una idea, hacía toda la planeación, pero una vez que se le metía otra idea a la cabeza, abandonaba la otra por completo y se enfrascaba en la nueva. Un aneurisma acabó con su vida meses después de la muerte de su esposa. En fin, dejó cientos de proyectos inconclusos y papá se decidió a concretarlos, de ahí fue de donde surgieron algunas de sus primeras empresas que poco a poco fue fusionando en una sola.
—¿…Qué nombre dijiste? —preguntó Marianne, su mente haciendo corto circuito.
—El abuelo Dayton. Igual murió mucho antes de que mis padres se conocieran siquiera, pero es a quien papá recordaba más seguido porque fue su inspiración.
Dayton. Dayton. El nombre danzó esquivo en la mente de Marianne, segura de que lo había escuchado antes. Vicky ya se había puesto a hablar de nuevo mientras incluía la foto en el bosquejo, pero ella ya no le prestaba atención, estaba buscando en sus recuerdos la conexión directa con ese nombre, hasta que la obtuvo de boca de su padre: Corporación Dayton. El lugar donde lo habían contratado.
Sintió enseguida un regusto amargo que le llenaba la boca y no volvió a hablar durante el tiempo que estuvieron completando el árbol. Cuando finalmente se despidió, en vez de seguir su camino hacia la reja, rodeó la casa y camino con pasos apurados hacia la parte trasera, con los brazos tiesos a los lados.
Demian estaba sentado en una silla de jardín, mirando al cielo ya oscurecido, mientras jugueteaba con la pelota de básquetbol, haciéndola girar entre sus dedos.
—…Creí que ya no vendrías. No imaginé que tardarían tanto con ese trabajo en equipo —dijo Demian, levantándose con una sonrisa al percibir su presencia, pero al instante se borró al ver su expresión.
—¡¿Corporación Dayton?! —exclamó ella, deteniéndose frente a él con el cuello casi enterrado entre sus hombros—. ¡¿De verdad creíste que nunca iba a darme cuenta?! —Demian no habló, simplemente permaneció ahí de pie, incómodo—. ¡Dime que no la creaste solo para poder emplear a mi padre, por favor!
—Yo no… Ya estaba planeada —contestó él finalmente, viendo que ya no tenía caso seguir ocultándolo—… Lo único que hice fue autorizar el proyecto.
Marianne recordó la anécdota de Vicky sobre los proyectos inconclusos de su abuelo y por alguna razón aquello la hizo enfadar más.
—¿Por qué mi padre? ¿Sigues pensando que nos debes algo por lo que pasó?
—No es que piense que…
—¡Porque no necesitamos de tu caridad! —continuó ella sin detenerse, comenzando a exasperar a Demian—. ¡Y menos aún si eso significa crear un puesto, ya no digamos la empresa entera, para poder ofrecerle un trabajo a mi padre por pura indulgencia! ¡Te pedí que no le facilitaras las cosas y eso es precisamente lo que hiciste!
—¡¿Te has puesto a pensar que quizá lo hice por ti?! —espetó él de manera impulsiva, solo para darse cuenta al ver su rostro invadido por la perplejidad y sus ojos brillando de confusión. Supo entonces que ya no había vuelta atrás.
—¿…Por mí? ¿Por qué… por qué harías eso? —preguntó ella, como si no tuviera sentido, pero la expresión entre incrédula y contrariada de Demian ante su incapacidad para ver lo obvio, la hizo lentamente comprender lo que se había estado negando a aceptar. Y lo único que pudo hacer fue contener la respiración y quedarse en silencio.
En ese lapso, Demian pudo ver la vacilación en sus ojos, mil pensamientos pasando por su mente. Ojos que lucían como dos grandes esmeraldas que brillaban en la oscuridad. Y ya no pudo resistirse. Dejó caer la pelota y se acercó a ella, impulsado por un momento de claridad que no podía ignorar más.
La tomó de los hombros e inclinó el rostro hacia ella sin un vestigio de duda, bajando lentamente hasta que sus labios se tocaron; una corriente eléctrica fluyó entre ellos, como energía estática, un chispazo breve que les dejó una sensación de cosquilleo en los labios aún después de separarse.
El rostro de Marianne era una máscara, mezcla de confusión y desconcierto, sus ojos tan abiertos que casi parecían a punto de salirse de sus cuencas. Dio un paso atrás, sintiendo las piernas de gelatina, y luego otro. Demian vio su intención y trató de decir algo.
—Espera, yo…
Pero demasiado tarde, ella se dio la vuelta y se marchó corriendo de ahí como si huyera de él. Demian se contuvo de seguirla, recogiendo la mano que había alargado al frente con sensación de fracaso, convencido de que en su intento por ser al fin honesto consigo mismo y actuar conforme a sus sentimientos no había hecho más que ahuyentarla.
…
Samael seguía convencido de que no soñaba. Sin embargo, eso no significaba que no pudiera repasar sus propios recuerdos al dormir. Era casi como si los presenciara en vivo. Caminaba por unos pasillos con la intención de reunirse con los demás en una fiesta cuando vio a aquellos dos chicos dirigirse al fondo y luego al demonio de humo, flotando distraído antes de deslizarse por el aire como un sabueso espectral siguiendo un rastro invisible. No lo pensó mucho y fue tras él, guardando las distancias. Lo siguió por varios corredores hasta verlo detenerse ante una de las salidas del hotel y vacilar antes de atravesarla como una fuerza incorpórea que sacudió la puerta de sus goznes. Él se había acercado y pegado el oído para escuchar del otro lado. Se oía el siseo gutural proveniente del espectro y una segunda voz que parecía agitada. Había alguien ahí afuera con él.
—¡Aléjate! —la segunda voz se alzó, y Samael se decidió a empujar la puerta con el hombro. Se detuvo entonces al ver a los dos chicos que había visto antes de pie a los lados como custodios y varios metros más adelante, junto a una pared del callejón, al demonio de humo revoloteando por encima de alguien más.
El chirrido de la puerta hizo que voltearan hacia él, y Samael tuvo que detenerse un momento para ajustar su vista a la penumbra de la calleja, apenas iluminada por un solitario poste de luz. El reconocimiento le llegó con un golpe tal que traspasó el umbral del sueño y acabó por despertarlo, con la respiración agitada y recorriendo la mirada a su alrededor con urgencia para asegurarse de que seguía en casa.
—…Marianne —murmuró con alarma. Necesitaba encontrarla y hablar cuanto antes con ella ahora que recordaba por fin parte de lo ocurrido ese día antes de desaparecer, pues la persona que había visto frente al demonio de humo era Dreyson.
…
La puerta de la casa se abrió, iluminando por un breve instante las paredes desnudas del interior con el farol de la calle, tan solo para volver a ensombrecerse cuando esta se cerró. Dreyson atravesó la estrecha estancia a un lado de la sala con pasos lentos, pero con un aire de gravedad en sus pisadas. Comenzó a subir las escaleras, apretando el barandal con un tenso agarre, hasta detenerse al ver a la mujer que le esperaba en la cima, casi cubierta por completo de pies a cabeza y unos lentes oscuros que ocultaban sus ojos. Sin necesidad de decir nada, ella simplemente abrió los brazos, y como si fuera un bálsamo, él de inmediato pareció relajarse y se dejó estrechar por aquellos brazos tan llenos de adoración por él, deslizándose hasta el suelo donde ella quedó sentada en el último escalón dejando que él reposara su cabeza sobre su regazo.
—Shhhhh. —La mujer lo meció como si fuera un bebé, pasando su mano por su cabeza y su cabello, mientras con la otra se quitaba los lentes oscuros. Manchas oscuras con formas de moretones circundaban sus ojos, pero en vez de mantenerse estáticos iban extendiéndose lentamente bajo la piel, como una mancha de petróleo vertido en el mar.