Capítulo 10

10. HEROÍSMO NO SOLICITADO

 

—Lo hicieron muy bien; deberían sentirse orgullosas —dijo Lucianne mientras se dirigían al siguiente punto del itinerario.

—Considerando que ni siquiera habían jugado de verdad, no lo hicieron tan patéticamente —coincidió Frank, caminando detrás de ellas, y Lucianne le dio un manotazo en el brazo.

—¡No seas grosero! Lo hicieron bien y si hubieran tenido más tiempo seguro lo hacían mejor —afirmó Lucianne—. Es más, me han convencido de unirme al equipo también.

—¡¿En serio?! ¡No te imaginas lo feliz que me hace escuchar eso! —dijo Lilith, apretando sus manos con emoción—. ¡Al menos una adepta más al club es muestra de que cumplimos nuestro objetivo! ¡Es la mejor noticia que he escuchado en todo el día!

—¡No es para tanto! —replicó Lucianne, riendo ante su entusiasmo, y pronto se dio cuenta de que Frank la miraba con gesto malhumorado.

—…Me pregunto de dónde viene tanto interés en el básquetbol.

—En serio, déjate ya de eso —respondió ella, poniendo los ojos en blanco y continuando su camino.

—¿Estás bien, Marianne? —preguntó Angie al ver que ella parecía desconectada—. No pareces muy conforme con el resultado.

—No es eso, es que… —Ella trató de pensar en alguna excusa, pero no podía quitarse la imagen de la pelota cambiando de direcci­­­­ón estando fuera del aro para luego volver a entrar en él—… ¿No vieron nada raro con esa última canasta?

Los chicos intercambiaron miradas como si supieran más de lo que estaban dispuestos a admitir y finalmente Lucianne le dio unas palmadas en la espalda.

—No te preocupes. Nadie se pondrá a hacer averiguaciones por una canasta que ni siquiera les hizo ganar —aseguró su prima en un intento por tranquilizarla.

—Además era solo un juego de exhibición, no cuenta dentro de los campeonatos —agregó Mitchell, tratando de mantener su distancia de Belgina tal y como había prometido.

—¡Te debo una! —dijo Lilith con un abrazo apretado. Marianne parecía confundida, pero pronto entendió que seguramente pensaban que ella había tenido que ver con ello.

—Esperen… ¿acaso piensan que yo…?

—No pensamos nada. Nadie ha dicho nada. Dieron todo su esfuerzo y al menos tendrán ahora la experiencia —dijo Lucianne para zanjar el tema.

Marianne fue quedándose atrás con el rostro contrariado y apartó a Samael al pasar junto a ella.

—¿…Viste lo que pasó en la cancha? —preguntó ella—… ¿Lo vieron todos?

—No tienes que preocuparte. Nadie más se dio cuenta. Cuando mucho lo considerarán una ilusión óptica.

—¡No! ¿Pero de verdad todos piensan que yo…?

—¿Vas a decirme que no usaste tus poderes durante el partido? —inquirió Samael, alzando una ceja para darle a entender que no podía engañarlo a él.

—Yo… bueno, sí —admitió ella avergonzada—… Pero no estoy orgullosa de ello.

—No esperaba que lo estuvieras.

—Lo hice sin pensarlo. Cuando me di cuenta ya había desviado la pelota del aro y la había manipulado para poder detenerla —se justificó ella, aún sabiendo que no había excusa que contara—… Sin embargo, la última canasta no fui yo. Me habría dado cuenta como las otras veces.

—¿Quién pudo haber sido entonces?

—No lo sé. Pensé que yo era la única con el poder para… —recordó entonces lo que Demian había hecho para dejar a Lester fuera de la exhibición. Admitió haber “convocado una sombra” para actuar de intermediario, pero ella no recordaba haber visto ninguna cerca de Lester o de la canasta, en cualquier caso. Quizá se trataba de una sombra figurada, una manifestación invisible de su poder que se corporizaba por fuera de él y podía actuar a su voluntad. En cualquier caso, no había razón para que lo hiciera, pero ahora que la idea se había metido a su cabeza, necesitaba una confirmación de su parte.

—¿Recuerdas algún detalle? —preguntó Samael al notar su gesto abstraído.

—Creo que… regresaré un momento al auditorio.

—Voy contigo —decidió Samael dispuesto a acompañarla, pero ella lo detuvo.

—No, tú ve a la exhibición de Angie y si te preguntan por mí, di que olvidé algo y que ya luego los alcanzaré. No tardo —afirmó ella, retrocediendo de espaldas para asegurarse de que no la siguiera.

—…Está bien —aceptó Samael sin más remedio, observándola alejarse.

Marianne volvió al auditorio y esperó unos segundos a relajarse antes de abrir la puerta. Demian estaba con el equipo y el entrenador planeando su exhibición del viernes, y sentados en las gradas, escuchando las palabras del entrenador en completo silencio; tanto que podría escucharse hasta el aleteo de una mosca. Por lo tanto, fue especialmente audible el chirrido de la enorme puerta al abrirse y todas las miradas se posaron en ella. Se sintió incómoda, pero fingió que buscaba algo entre las bancas, así que el entrenador retomó su discurso y todas las miradas se concentraron en él nuevamente, aunque Demian parecía aún pendiente de lo que hacía, mirándola de reojo por momentos.

Para darles tiempo, Marianne se acercó a la mesa de inscripciones y revisó la lista para el equipo femenil. Vio tres nombres apuntados, lo cual sumaba cuatro adiciones más al equipo junto con Lucianne. No estaba del todo mal, pensó. Al menos ahora podrían disponer de reservas. Su celular comenzó a sonar de pronto y lo sacó rápidamente de su bolsillo antes de llamar más la atención. Era un mensaje de su padre.

“Pasaré por ustedes después de clases. Los llevaré a almorzar.”

El ceño de Marianne se frunció con un leve espasmo. Aquello era el inevitable primer almuerzo post-divorcio que tendrían que enfrentar y la sola idea le provocaba un amargo sabor en la boca que bajaba a su estómago hasta convertirse en ácido. El partido y todo lo demás volvían a quedar en segundo plano y su mente se llenó de pensamientos sobre la palabra con “D”. Su madre se veía entera y digna en la mañana, como si el haber escuchado sus sollozos la noche anterior hubiera sido su imaginación, pero estaba segura de que se trataba de una máscara, tal y como ella cada vez que quería ocultar sus emociones.

—Nada mal para el primer día —dijo Demian apareciendo a su lado y mirando la lista también. Ella dio un respingo tras volver de sus pensamientos y cerró el celular, guardándolo de nuevo en su bolsillo—. Aún queda el resto de la semana para que más chicas se decidan a unirse.

—Sí, pues… yo diría que es suerte que haya siquiera alguien que quiera hacerlo después de la derrota de hoy.

—No seas tan dura. El primer partido siempre es el más difícil. Estoy seguro de que lo harán mejor en el siguiente.

—Todos nos lo han estado repitiendo desde hace rato —replicó Marianne con un resoplido, harta de escuchar lo mismo—. Francamente estoy algo cansada de eso. No puedo enorgullecerme de una derrota que ni siquiera fue honesta. —Demian no respondió, pero por su gesto supo que sabía bien a lo que se refería—… Supongo que te habrás dado cuenta de lo que hice durante el partido.

—¿Estás segura de que quieres hablar de eso justo ahora? —inquirió Demian, señalando discretamente con la cabeza hacia las bancas donde el entrenador aún recogía sus cosas en vista de que el resto del equipo ya se había marchado. Marianne guardó silencio y fingió seguir mirando la lista mientras Demian tan solo se apoyó de espaldas a la mesa y se despidió del profesor mientras este finalmente salía.

—Buen trabajo. Lo harán mejor en el siguiente partido —dijo el entrenador en dirección a Marianne y ella se limitó a agradecer con un asentimiento y una sonrisa forzada. Hasta que no escuchó la puerta no se atrevió a girarse por completo y hablar de nuevo.

—¿…Ves? Es como si intentaran hacerme confesar. Y ni siquiera fue un truco que nos hiciera ganar, eso es lo más patético de todo.

—Al menos no se trató de un partido oficial. Ni siquiera tuvo la duración normal. No cuenta para nada.

—…Eso es justo lo que me repetía después de evitar esa canasta. Quizá lo asumiría mejor si también hubiera sido responsable de esa última anotación… pero no lo fui —dijo ella, atenta a la reacción de Demian. Él se mantuvo apoyado en la mesa por un rato sin decir nada hasta que de pronto sonrió, meneó la cabeza, y por fin la miró.

—…Supongo que así va a ser esto ahora, ¿no? Cada que ocurra algo de lo que no tengas explicación acudirás a mí para saber si he sido yo.

Marianne se mordió el labio sabiendo lo que aquello podía parecer, pero tampoco quería inventar ninguna excusa como solía.

—…No quiero dudar de ti.

—Y yo tampoco quiero que lo hagas, por eso te responderé antes de que te atrevas a hacer la pregunta siquiera: Yo fui el responsable de esa última canasta.

Marianne lo observó desconcertada, tratando de descubrir si lucía arrepentido o al menos avergonzado, pero ni lo uno ni lo otro, así que contrajo el entrecejo.

—¿…Por qué lo hiciste?

—Perdiste el control por un segundo y no pensé que fueras a recobrarlo. Solo quise ayudarles un poco. Una canasta no parece gran cosa, pero ayuda a la confianza.

—¡Pero no fue nuestra canasta! —reclamó ella y Demian le dedicó una mirada confusa.

—Creí que no importaría si de todas formas ya habías utilizado tus poderes.

—¡Pues… hice mal! ¡Fui presa de la desesperación, ni siquiera lo planeé! Fue como si mi poder actuara por voluntad propia.

—Eso mismo me pasa a mí. Solo que cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, a veces simplemente dejo que suceda.

—¿…Eso fue lo que pasó con Lester?

Demian lo pensó por un instante hasta terminar por encogerse de hombros.

—Como dije, no podía quitarme la idea de la cabeza. Cuando me di cuenta ya lo tenía sujeto del pie en mi mente. Finalmente tomé la decisión de continuar y empujarlo. Una mala decisión, ahora lo sé. Pero por una fracción de segundo no pensé las consecuencias si algo salía mal.

—Pues entonces debes entender que yo también tomé una mala decisión durante el juego. No le habré hecho daño a nadie, pero no quiero que se vuelva una constante en mi vida, el usar mis poderes a mi beneficio o de los demás cuando no es realmente necesario, así como el recibir ayuda de la misma forma. Por favor, no vuelvas a hacerlo tú tampoco.

Demian la miró fijamente por varios segundos, dejando que sus palabras terminaran de asentarse, y luego asintió, desviando la vista.

—Prometo no volver a hacerlo entonces.

Marianne se mordió el labio, sintiendo que quizá había sonado demasiado autoritaria, y paseó la vista por el suelo, buscando la forma de remediarlo.

—…No es que te esté dando una orden. Solo pienso que… sería lo mejor para nosotros. Evitar cualquier tentación por usar nuestros poderes a nuestro beneficio —expresó ella, tratando de que su tono fuera más suave, y él esbozó de pronto una de sus sonrisas de lado.

—…En ese caso deberías saber que la próxima semana inician las eliminatorias para las interestatales… y el entrenador ya agendó su próximo partido.

—¡¿Qué?! —exclamó Marianne, abriendo más los ojos.

—Justamente eso estaba diciéndonos antes de que entraras. Las siguientes prácticas continuará enfocándose en ustedes y quiere que nosotros las ayudemos. Así que tendrán que esforzarse el doble si quieren mejorar su juego… y no acabar recurriendo a tus poderes.

—¿Cuándo pensaba decírnoslo? ¡Apenas estamos recuperándonos de uno y ya nos quiere meter a otro! ¿Qué cree que somos? ¿Máquinas? —se quejó Marianne, comenzando a entrar en pánico de nuevo y Demian rió.

—No sé qué esperabas, firmaste para eso en el momento en que te uniste al club —dijo Demian, apartándose de la mesa para enderezarse—. Y será mejor que te hagas a la idea, porque no solo empiezan las eliminatorias de básquetbol, sino de todos los demás deportes elegibles para las interestatales. Eso significa también esgrima. —Ella le dedicó una mirada aún más horrorizada y él volvió a reír mientras señalaba con la cabeza hacia la puerta—. No te preocupes, los novatos normalmente deciden si participan o no. A partir del segundo semestre ya es obligatorio.

—Solo espero que tus compañeros no sean condescendientes conmigo o me den problemas —dijo Marianne, siguiendo su señal y encaminándose hacia la puerta.

—No lo harán. Al menos yo no se los permitiré —respondió él de forma casual y Marianne no pudo evitar mirarlo de reojo como si esperara ver alguna expresión diferente en él tras decir eso, pero parecía igual que siempre, como si simplemente lo hubiera dicho por decir. Empezó a sentirse decepcionada sin motivo aparente, así que agradeció el buen tino de su celular al sonar antes de que comenzara a sentirse incómoda consigo misma. Sin embargo, no tardó en mudar de expresión al ver que era otro mensaje de su padre:

“Olvidé mencionar que tengo una noticia que darles.”

Seguramente un divorcio era una gran noticia digna de ser compartida en el almuerzo y crear expectativa alrededor de ella. Por el rabillo del ojo se dio cuenta de que Demian también observaba la pantalla como quien no quiere la cosa, así que cerró el auricular y se lo guardó en el bolsillo.

—…Era mi padre. Almorzaremos con él después de clases.

—¿Alguna noticia importante? —preguntó él, y ella tan solo se encogió de hombros, tratando de aparentar desconocimiento total. Si él y su padre habían estado hablando y sabía lo que estaba ocurriendo en su familia, prefería no averiguarlo. Así que, para evitar cualquier pregunta sobre el tema, se echó a correr una vez fuera del auditorio.

—¡La exhibición de Angie ya debe haber iniciado; no quiero perdérmela! —dijo ella, deteniéndose a unos metros y haciéndole una seña con la cabeza para que la siguiera—. ¡Vamos! No te quedes ahí.

Arrancó a correr nuevamente y él la siguió segundos después, sabiendo que lo hacía para evitar hablar de su padre, así que más le valía no ahondar en el tema.

 

 

Los miembros del equipo de atletismo se habían separado en grupos de cinco, y una vez que el primer grupo llegó a la meta, fueron dispersándose para dar paso al grupo en el que se encontraba Angie. Cada uno fue acomodándose en su carril y ella echó un vistazo hacia el público, haciendo sus manos de visera para proteger sus ojos del sol, recorriendo grada por grada hasta ver a sus amigos. Marianne recién se había sentado y le hacia una señal a modo de saludo, deseándole a su vez buena suerte. Angie sonrió mientras continuaba pasando la mirada por los rostros de sus amigos hasta detenerse en Samael, que parecía atento a lo que Vicky le estuviera diciendo en ese instante. Una de sus tantas historias y divertidas anécdotas.

Volvió la vista hacia el frente enseguida, borrando su sonrisa y sintiendo aquella punzada en el pecho que le advertía que debía poner en blanco su mente y concentrarse únicamente en la exhibición, pero le resultaba imposible sabiendo que a unos cuantos metros su mejor amiga de la infancia intentaba acaparar la atención del chico que le gustaba. Era ridículo, por dentro sabía que de todas formas ninguna tenía más posibilidad que la otra debido a su naturaleza, pero eso no le impedía a su controlador corazón nublar su mente con una racha irracional de celos a pesar de que eso significara su propia agonía antes de comenzar la carrera. Era prácticamente una tortura auto infligida de la que no podía escapar.

—¡En sus posiciones! —gritó el entrenador y Angie se obligó a inclinarse sobre la línea de inicio a pesar de los agudos aguijonazos que sentía en el pecho, colocando los pies en sus bases y reclinando el cuerpo adelante con las rodillas flexionadas. Enderezó las piernas a la voz de “Listos” y en cuanto escuchó el disparo de salida, corrió tan veloz como sus pies se lo permitieron.

Al principio, creyó que podría soportarlo si imaginaba que las punzadas eran por el esfuerzo de la carrera, pero cuando sintió que la respiración le faltaba, fue disminuyendo la velocidad y sus demás compañeros comenzaron a rebasarla. Aquello no pintaba nada bien, no quería ser la única en colapsar a medio camino a la vista de todos y menos en presencia de sus amigos. Era su primera oportunidad de demostrar sus avances y en vez de eso lo estaba arruinando por culpa de su estúpido corazón.

—¡Vamos, Angie! ¡Tú puedes! —escuchó gritar a Vicky y aunque no se atrevió a voltear, el solo hecho de que la estuviera apoyando a pesar de sus incontrolables celos, la hacían sentir peor persona, pero también le dio el empuje para remontar la carrera, intentando bloquear el dolor.

Logró cruzar la meta apenas unos microsegundos detrás de los primeros dos chicos y luego se detuvo, encorvada hacia el frente con las manos apretadas contra el pecho, aspirando violentamente por aire mientras sentía que su corazón se retorcía por dentro. Levantó levemente la cabeza para mirar hacia las gradas y vio a sus amigos observándola preocupados, esperando una señal para saber que estaba bien, y aunque no lo estaba, no podía permitir que pensaran que aquello tenía algo que ver con la carrera, que quizá sería mejor que renunciara al club, así que tomó una profunda bocanada de aire por la boca y agitó el brazo en dirección a ellos para indicar que todo estaba bien.

Ellos se mostraron aliviados y comenzaron a bajar de las gradas mientras ella intentaba relajarse para sosegar su corazón antes de que la alcanzaran.

—¡Por un momento nos preocupaste! Pensamos que estabas teniendo problemas —dijo Vicky tras darle un fuerte abrazo, señalando su corazón para no decirlo en voz alta.

—Es solo… cosa de respiración —respondió Angie entre jadeos.

—¿De verdad estás bien? —preguntó Samael con expresión dubitativa; era más difícil engañar a quien podía leer la mente y saber cómo se sentían los demás.

—…Sí, en serio lo estoy —respondió ella con una sonrisa más genuina al ver su preocupación, y con la triste resignación de que tendría la misma reacción con cualquiera.

—Quizá deberías tomar una de tus pastillas. Solo por precaución —sugirió Marianne, entregándole el pequeño bolso que les había encargado.

—…Gracias —respondió Angie, tomando el bolso y sacando una botella de agua junto con una tira de pastillas que ya no se molestaba en ocultar estando frente a ellos.

—Hey, ¿tú qué haces ahí? —preguntó Marianne al ver a su hermano sentado en las gradas, mirando hacia todos lados como si estuviera esperando que algo se le apareciera en cualquier momento—. ¿Se te perdieron tus compañeros de clase o qué?

—Tranquila, yo le dije que podía estar con nosotros —intervino Vicky, agitando el brazo en dirección al niño—. ¡¿Todo bien ahí?! —El chiquillo se retrajo en cuanto la vio, casi hundiendo la cabeza entre los hombros y limitándose a asentir mientras ella daba un suspiro—… Es como si me tuviera miedo. Voy a comenzar a pensar seriamente que tengo algo malo como para que las personas me eviten.

—¿Y Addalynn? —preguntó Demian al ver que no estaba con su hermana.

—La dejé sentada en las… oh —dijo ella al voltear de nuevo hacia las gradas y ver que no estaba ahí.

Detrás de las tribunas, Addalynn apoyaba la espalda en una columna mientras tenía la vista fija en la pantalla de su dispositivo y sus dedos se movían veloces sobre el pequeño teclado. Varios de los chicos del equipo de básquetbol iban saliendo del campo en ese momento y en cuanto la vieron, no tardaron en detenerse a base de señas y codazos. Con susurros y movimientos de cabeza parecieron finalmente ponerse de acuerdo y fueron acercándose a ella.

—Hola, ¿estás perdida? —preguntó el cabecilla y Addalynn tan solo se limitó a cerrar su dispositivo con un movimiento y se marchó de ahí sin dignarse siquiera a mirarlos—. Hey, tranquila, somos inofensivos; lo único que queremos es conocerte mejor.

—Ya luego quién sabe, hasta te damos la libertad de escoger —comentó otro, sintiéndose protegido en medio de sus compañeros y como monos que ven y hacen lo que otro, comenzaron a reír. Addalynn no se detuvo, continuó su camino haciendo oídos sordos hasta que alguien la sujetó del brazo haciéndola voltear.

—Oye, en serio, no tienes que comportarte así. Solo queremos platicar —dijo de nuevo el cabecilla, tratando de no sonar amenazante ni intimidante.

La peliazul únicamente miró el punto de donde la tenía sujeta y luego alzó una mirada intensa hacia él. Los chicos comenzaron a sentir de pronto como si una ola de calor invadiera sus cabezas, quizá insolación, aunque pareciera poco probable a la sombra de las gradas, y en eso una mano tomó la muñeca del muchacho, haciendo que soltara a Addalynn.

—¿…Algún problema? —Demian les dirigió una mirada de advertencia y los muchachos se miraron unos a otros con expresiones cautas, y como si se hubieran puesto de acuerdo negaron con la cabeza.

—…Ninguno, solo estábamos hablando —respondió el chico al que sujetaba de la muñeca y Demian acabó soltándolo.

—Pues tendrán que disculparnos, pero debemos irnos. Deberían mejor concentrarse en la exhibición del viernes, ¿no creen? —finalizó Demian, sonriendo forzadamente y siguiendo a Addalynn, que ya había retomado el camino hasta pasar junto a Vicky, que asomaba la cabeza en un extremo con curiosidad.

Los chicos volvieron a intercambiar miradas mientras por encima de ellos, Dreyson observaba todo acomodado al tope de las gradas, aunque sentado del lado contrario al campo, mirando de los muchachos hacia donde marchaban los otros tres.

 

El restaurante escogido por Noah se hallaba dentro de la plaza principal de la ciudad, así que era bastante concurrido. Marianne interpretó su selección como un seguro contra escenas y berrinches, aunque dudaba mucho que eso detuviera a Loui. Impulsividad genética cortesía de su madre.

—Espero que les agrade. Tal vez no sea tan elegante como el restaurante del hotel, pero quería variar un poco —dijo Noah mientras revisaban el menú—. Pensaba que después de comer les gustaría tal vez ir al cine o algo.

Marianne le echó un vistazo a su hermano, que tenía la mirada fija en el menú infantil con expresión desanimada, y luego a Samael, que no parecía estar realmente leyendo el suyo, más bien parecía usarlo de escudo.

—…Dijiste que tenías una noticia que darnos, ¿cuál es? —preguntó Marianne de forma abrupta, haciendo a un lado el menú como si estuviera ya cansada de las apariencias y no quisiera seguir participando en aquel acto.

—Pensaba decirles una vez que hayamos comido algo, quizá durante el postre. ¿Qué tal helado o pastel de chocolate?

—Quiero el menú normal. Estoy cansado de que siempre me den el de niños —expresó Loui, asentándolo en su lado de la mesa.

—Puedes ver el mío; ya sé lo que voy a pedir de todas formas —dijo su padre, ofreciéndole su menú.

—Quiero uno propio —exigió Loui con gesto desafiante.

—No vamos a pedir uno de más cuando puedes usar éste —replicó Noah, haciendo gala de su infinita paciencia.

—¿Por qué esperar hasta el postre cuando puedes decirlo de una vez, aquí y ahora? —insistió Marianne, también empecinada en su propio tema, mientras Loui ya comenzaba a alzar la mano para llamar a una de las meseras.

—¿Podría traerme un menú normal y llevarse este?

—No es necesario, por favor. A mí tráigame la especialidad del día y limonada —intervino Noah, dejándole a Loui su menú.

—¡Quiero un menú propio!

—Y yo quiero saber cuál es la noticia ahora.

Los hermanos se turnaron como si se hubieran puesto de acuerdo para sacarlo de sus casillas, y aunque Noah parecía estar a punto de perder la paciencia, únicamente se llevó las manos a las sienes como si estuviera sufriendo una migraña y levantó la vista hacia la mesera con su usual expresión cordial y sonriente.

—¿Podría apuntar mi orden y regresar en unos minutos por las demás, por favor? Muchas gracias.

La mesera asintió indecisa y les dedicó una mirada fulminante a los demás, juzgándolos por complicarle la velada a tan virtuoso hombre. Noah continuó masajeándose las sienes en cuanto la mujer se retiró, mientras los chicos se mantenían callados y Samael lo observaba con cautela por encima del menú.

—¿…Me disculpan un momento? —dijo él finalmente, alejándose de ahí ante la mirada atenta de los tres, dirigiéndose a los sanitarios.

Apenas desapareció de su vista, Marianne le dio una patada a Loui por debajo de la mesa y él respondió de la misma forma, lanzándose miradas. Samael se limitó a volver los ojos al menú y pegar sus piernas a la silla para que no le tocara a él también.

Cuando Noah volvió a la mesa, lucía tan fresco como siempre, les dedicó una sonrisa como si nada hubiera ocurrido y se sentó frente a ellos.

—¿Ya decidieron entonces qué comerán?

Los tres se miraron y tan solo asintieron, perdiendo las ganas de discutir, así que la mesera no tardó en volver para apuntar sus órdenes.

—Bien, la noticia que quería darles… —comenzó a decir Noah mientras comían; Loui y Marianne intercambiaron una mirada de preocupación, suponiendo que por fin confirmaría lo que no se habían atrevido a mencionar las últimas horas. Su padre hizo una pausa, entrelazando las manos sobre la mesa en pose pensativa, y podría decirse que grave incluso. Sin embargo, cuando alzó la vista de nuevo hacia ellos, sonrió, alimentando por un momento la esperanza de que aquello innombrable no se había llevado finalmente a cabo—… Conseguí trabajo en la ciudad. No será necesario volver a la carretera.

El silencio que le siguió a su noticia fue tan inesperado como la noticia en sí. Tanto Marianne como Loui se le quedaron viendo sin saber cómo reaccionar y Samael se mantuvo callado, sintiéndose fuera de lugar. Aquella era una reunión familiar en la que no merecía ser incluido.

—Creí que les alegraría —volvió a hablar Noah ante aquel silencio.

—Es… una muy buena noticia, papá —dijo Loui por fin, sintiéndose sinceramente más sosegado ante aquella noticia pues significaba que no volvería a ausentarse por tanto tiempo.

—¿…Dónde? —preguntó Marianne con urgencia. Al contrario de Loui, su inquietud pareció aumentar, como si una diminuta espina se hubiera clavado en su pecho y pudiera sentirla a cada respiración.

—Seré representante de relaciones públicas de una empresa. Si todo sale bien podré incluso conseguir otro lugar donde mudarme. Buscaré uno que quede cerca de casa para poder verlos todos los días.

Relaciones públicas, por supuesto. Ningún otro trabajo podría ajustarse mejor a su perfil. Pero no era eso lo que ella quería (necesitaba) saber y antes de darse cuenta ya tenía las uñas clavadas en el mantel de la mesa, sintiéndose invadida por una ansiedad que no pareció captar sino hasta después, cuando al fin su mente pareció ponerse al corriente de lo que su propio cuerpo le advertía como por reacción automática: la idea de que pudiera haber alguien más detrás de su nuevo trabajo, que estuviera empeñado en facilitarle las cosas a su padre, impulsado por la culpa.

—¿Dónde? —insistió Marianne con un tono más enfático a pesar de hacer todo lo posible por mostrarse contenida. Su padre pareció entender lo que estaba pensando, y tras unos segundos de silencio, sonrió de aquella forma que solo él sabía.

—Es una compañía de publicidad y representaciones. Se llama Corporación Dayton. Es de reciente creación, así que no encontrarán gran información sobre ella todavía, pero tiene grandes planes próximamente y yo estaré ayudando en ellos si todo sale bien.

—¿Publicidad y representaciones? ¿Eso significa que estarán ligados con el cine y la televisión de algún modo? —preguntó Loui, sonando más entusiasta ante la idea.

—Y todo lo que requiera de publicidad y organización de eventos —agregó su padre, guiñándole un ojo.

—¿Me disculpan? —Marianne se puso de pie y caminó hacia los baños, sin embargo, los pasó de largo y se escabulló fuera del restaurante, apoyando la espalda en la pared, dejando escapar un suspiro que demostraba el alivio que sentía de que no fuera la compañía del sr. Donovan. Aun así, no había hecho mención alguna sobre el divorcio. ¿Pensaba simplemente evitar el tema y dejarle la responsabilidad a su madre? No sería la primera vez, considerando sus extensos viajes como una forma de rehuirle a sus responsabilidades.

Dejó que el ruido de la plaza se llevara sus inquietudes para eventualmente regresar a su mesa, pero al levantar el rostro, vio una larga figura de saco amplio en la tienda del frente. Dreyson. Observaba unas revistas con atención en una de esas tiendas departamentales con una gran variedad de productos. Quizá lo que más le sorprendió fue que se hubiera detenido justo a mirar las revistas de modas, siendo lo último que se le vendría a la mente relacionar con él.

Antes incluso de pensarlo, ya estaba cruzando, como si inconscientemente intentara retrasar su regreso al restaurante. Dreyson tenía entre sus manos una revista de modas y observaba su portada donde un modelo con un corte que rivalizaba con el de Mitchell en volumen y atomizador portaba un traje de diseñador que parecía también sacado de su armario, con la diferencia de que ese sí coordinaba y lo hacía lucir impecable.

—¿Estás pensando en un cambio radical de imagen?

Dreyson volteó hacia ella sin soltar la revista ni mostrarse sobresaltado ante su repentina aparición, como si tuviera completo control sobre sus emociones.

—O sea, no tienes que hacerlo por nadie mientras te sientas a gusto contigo mismo… Bueno, quizá un guardarropa más acorde a tu complexión no te sentaría mal, pero quién soy yo para juzgar la moda de los demás, ¿verdad? —continuó ella, sintiéndose invasiva ahora que era consciente de lo que hacía, aunque Dreyson no parecía tomar a mal su comentario.

—Solo estoy mirando —respondió él, devolviendo la revista al aparador y al hacerlo, se quedó viendo su manga, más larga que el largo de su brazo—… ¿Por qué crees que necesito un nuevo guardarropa?

—Bueno, quizá te sentirías más cómodo con algo más de tu talla. Aunque igual y vestir así es lo que te gusta, no sé, solo estoy suponiendo; de cualquier forma, no es de mi incumbencia y tampoco soy la más apta para hablar de ello.

Dreyson sacudió levemente el brazo, manteniéndolo estirado, viendo la manga del saco bailar y esconder sus dedos casi por completo.

—…Tal vez sí lo necesite después de todo.

Él sonrió mientras continuaba mirando su manga suelta, como si apenas se diera cuenta de lo grande que le quedaba.

—…Bueno, pues yo tengo que volver con mi familia —dijo ella, extrañada ante su reacción—… Te dejo para que sigas haciendo… lo que sea que estuvieras haciendo.

—¿Vienes con tu padre? —preguntó él y Marianne le dedicó una mirada aguda para advertirle que se fuera con cuidado.

—No empieces con ese tema.

—Solo hice una pregunta.

—De acuerdo, entonces yo me reservo el responderla. Hasta luego —finalizó ella, despidiéndose con la mano y cruzando de nuevo hacia el restaurante.

—Ya nos estábamos preocupando; incluso hasta pedimos el postre —dijo Noah al verla regresar, haciendo una seña a la mesera para llamar su atención mientras Samael le dedicaba una mirada interrogante, a lo que ella respondió con un ligero sacudir de cabeza para indicar que todo estaba bien, pero en cuanto levantó la vista, descubrió más adelante a Dreyson, asomándose en la entrada con curiosidad.

Marianne frunció el ceño y le hizo gestos para que se marchara.

—¿Pasa algo? —preguntó Noah y el gesto de ella se congeló al darse cuenta de las caras que estaba haciendo.

—No. Solo… intento decidir qué ordenar —respondió ella, tomando rápidamente el menú y colocándolo verticalmente por delante de ella para disimular más miradas de advertencia dirigidas a Dreyson. Sin embargo, él ignoró sus intentos por ahuyentarlo y echó un vistazo a sus acompañantes a pesar del ángulo complicado, dándole la espalda.

—¿En serio te sientes bien? —volvió a preguntar Noah con preocupación.

—Tienes cara de enferma. Espero que no se te ocurra vomitar en la mesa —replicó Loui, alejando su silla de ella.

—¡No me siento enferma! ¡Yo no soy la que se pone mal tras abusar de los dulces! —le reviró ella, volteando luego hacia la mesera—. Ya me escuchó, si le pidió algún pastel o algo extremadamente dulce, más le vale no traérselo si no quiere que le dejen la mesa tapizada como arco iris.

—¡Hey! ¡Puedo comer dulces cuando quiera, solo debo tener moderación!

Marianne ya se disponía a responder para seguir con aquella rutina de distracción cuando notó que su padre volteaba hacia la entrada. Sabía que si descubría que alguien los observaba era capaz de invitarlo a la mesa una vez que reconociera el uniforme de su escuela. Nunca se sentía receloso de los extraños.

—¡Papá, no…!

—¿Qué? —Noah volteó de nuevo hacia ella, pero ella se detuvo a media frase al ver que Dreyson ya no estaba en la entrada. Había simplemente desaparecido. Quizá una vez satisfecha su curiosidad se había marchado.

—…Nada. Estoy lista para ordenar —finalizó ella, tratando de mostrarse más relajada y dando un suspiro que disimuló con su bebida.

Cuando volvieron a casa, su madre apareció en la cima de las escaleras.

—Qué bueno que ya llegaron, así podrán ayudarme a decidir qué ordenamos para la cena porque hoy no pienso cocinar nada.

Marianne alzó la vista y se detuvo boquiabierta al ver a su madre con el mismo corte que ella.

—¿Les gusta? —inquirió Enid al notar sus gestos sorprendidos—. Pensé que ya era hora de un cambio. Es el comienzo de una nueva vida.

—¡…Esa es mi ropa! —Marianne señaló de forma acusadora en cuanto logró salir de su asombro. Además de tener ahora un corte similar al suyo, llevaba un pantalón deslavado de mezclilla con los bordes deshilachados y una blusa a cuadros cuyos extremos había amarrado a falta de botones.

—Ah, ¿sí? —dijo ella como si apenas reparara en lo que llevaba puesto—. Pues no parecías muy interesada en volver a usarla como para haberla dejado en una de las cajas del almacén. Intentaba terminar de inventariar su contenido y esto fue lo primero que encontré. Pensé que era ropa de mi adolescencia y quise comprobar si aún me quedaba. Algo ajustado, pero ¿qué tal? ¡Somos casi de la misma talla!

Marianne solo mantuvo la vista fija en ella con gesto incrédulo. Ahora sí que parecía estar teniendo un retroceso. Si las cosas iban a ser así a partir de entonces, con su madre usando su ropa sólo para probar que aún podía o, peor aún, intentando recuperar su adolescencia perdida, no sabía si sería capaz de soportarlo.

—…Me voy a mi cuarto y no quiero hablar con nadie —fue lo único que dijo antes de subir las escaleras para huir de aquella pesadilla.

—¡Ay, no seas tan delicada! ¡Si tanto te molesta ahora mismo te la devuelvo! —replicó su madre, pero ella ya estaba camino a su habitación, cerrando la puerta no tan fuerte como para hacerla retumbar. A continuación, se dejó caer sobre la cama quedándose inmóvil con la vista fija en el techo, intentando no pensar. Samael apareció en medio de la habitación.

—Dije que no quería hablar con nadie —repitió ella sin apartar la vista del techo.

—No deseo molestarte, solo necesito algo.

Marianne volvió a respirar profundamente antes de voltear la cabeza hacia él sin cambiar de posición.

—Mientras no se trate de hablar de nada de lo que ha pasado el día de hoy.

—Si algo sé sobre ti es cuándo necesitas a alguien a tu lado, aunque digas lo contrario y cuándo no. Y sé que ahora necesitas estar sola, así que seré breve. Necesito dormir.

—Pues… duerme —dijo ella, levantando una ceja como si fuera la petición más extraña y a la vez más simple que haya salido de él.

—No, no entiendes. Puedo dormir, el problema es que ya no recibo estas pequeñas ráfagas de conocimiento del plano superior. Quizá forzando el sueño ocurra. Y necesito saber qué es lo que está pasando últimamente si queremos resolverlo pronto.

—¿Qué es lo que necesitas de mí entonces?

—Las pastillas que te dieron después del accidente. La vez que las tomé dormí más de un día, pero conseguí información que necesitaba al momento. Debo intentarlo otra vez.

—El problema es que te las acabaste y ya no he vuelto a necesitar de ellas así que… —respondió ella, incorporándose hasta quedar sentada y encogiéndose de hombros.

—¿Hay forma de conseguir más?

—Pues podríamos conseguir en una farmacia, pero esas son de efecto leve, las que yo tenía eran con prescripción… aunque… —de pronto su gesto cambió de la forma en que lo hacía cada vez que tenía una idea—… Demian toma píldoras para dormir desde niño. Y estoy segura de que son con prescripción, dijo que el médico se las había recetado.

—…No sé si me sienta cómodo pidiéndole algo —dijo Samael con expresión indecisa.

—Le enviaré un mensaje —dijo ella, sacando enseguida su celular y comenzando a teclear, su mal humor ya disipado—. Supongo que con un par bastará; son bastante fuertes y no queremos que te hagan daño. Aún no sé cómo lo lograste con todas las que te tomaste esa vez, por suerte solo te dejaron inconsciente por un día; no puedes arriesgarte solo para repetir las condiciones. —Samael se limitó a asentir mientras su alarma comenzaba a sonar en cuanto recibía respuesta—. ¡Listo! Mañana las llevará a la escuela. Tu experimento tendrá que aguardar un día, así que paciencia.

—La tendré. Al menos esto sirvió de algo —dijo Samael y ella torció las cejas—. Ya no estás de mal humor. Conseguí distraerte, aunque sea un momento.

Marianne estrechó los ojos e hizo una mueca para contener una sonrisa a la vez que tomaba su almohada para arrojársela, aunque él ya había se había desvanecido antes de que esta lo alcanzara.

 

Dreyson se apareció con un uniforme más acorde a su talla al día siguiente, y como era costumbre de sus compañeros de clase, hasta eso fue motivo de burlas. Lo cierto era que el nuevo uniforme acentuaba su altura, pero quizá era el peso de la mochila que cargaba que lo hacía encorvarse al caminar.

Apenas llegó a su escritorio y se sentó, se encontró con una bola de papel encima. Sin prisas y tras acomodarse, la desarrugó y leyó:

“No les hagas caso, se burlan de cualquiera.

Es bueno saber que estás abierto a consejos.

Ahora solo te falta trabajar en tu postura.”

Dreyson guardó el papel y unos segundos después otra bola de papel cayó ahora sobre el escritorio de Marianne.

“¿Qué tiene de malo mi postura?”

Marianne bufó, pero antes de responder, Vicky comenzó a revolotear con Kristania con una lista por delante de ellas.

—¡Llevamos diez personas ya! —dijo Vicky, intentando convencerlas de nuevo—. Estamos listas para proponer este nuevo club. ¿No quieren unirse? ¡Será tan divertido!

—¿Saben que necesitan de un profesor que les respalde y sirva como tutor de cualquier nuevo club? —les informó Belgina—. De lo contrario nunca dejarían el club en manos de estudiantes.

—¡Oh, pero ya tenemos una profesora! Kristania se encargó de buscar su apoyo y estuvo totalmente de acuerdo en representarnos —respondió Vicky sin mermar sus ánimos—. La señorita Anouk, creo.

—¿Por qué no me sorprende? —Marianne meneó la cabeza, segura de que la habían convencido usando las palabras mágicas: Lissen Rox.

—Hoy de nuevo toca esgrima, ¿regresarán? —preguntó Vicky, revisando los horarios.

—Es tu nuevo club, Marianne. Deberías ir —dijo Angie, dándole unas palmadas con un destello en la mirada que le recordaba a Lilith. Marianne entornó los ojos y trató de pensar en la mejor respuesta para no seguirle el juego.

—Solo si me acompañan.

—Me encantaría ir con ustedes, pero aún tenemos muchas cosas que hacer si queremos sacar adelante esto —anunció Vicky, mostrando la lista de nuevo—. Debemos reunirnos con la profesora Anouk para ir a hablar con el coordinador escolar. Si terminamos a tiempo las alcanzamos, ¿sí? —Se acercó un poco más a ellas y agregó algo más en voz baja—… ¿Puedo encargarles a Addalynn? Solo podemos estar Kristania y yo presentes en la reunión.

—…Claro, no creo que haya problema —respondió Marianne, echándole un vistazo a Addalynn que permanecía alejada de ellas con la vista fija en su dispositivo.

Vicky sonrió aliviada y se acercó a la chica peliazul para decírselo, a lo que esta reaccionó con un gesto displicente y giró los ojos como si no le quedara más remedio.

Al llegar la hora de los clubes, volvieron al gimnasio, y cuando los chicos se les unieron, Angie hizo espacio para Samael, mostrándole su mejor sonrisa. Samael observó la fila de abajo donde Addalynn se sentaba solitaria, manteniendo su distancia de los demás.

—Samuel —la voz de Angie lo sacó de sus pensamientos y obligó a atender al presente—… ¿Estás bien? ¿No piensas sentarte?

—…Claro —respondió él, observando a Addalynn por el rabillo del ojo y notando que ella también parecía reaccionar a la mención de su nombre, levantando la cabeza más derecha, como si decidiera poner más atención a su alrededor.

Angie sonrió en cuanto se sentó junto a ella y comenzó mentalmente a reproducir varias conversaciones y sus distintos resultados; claro que los resultados se ajustaban más a su ideal y antes de que pudiera siquiera pronunciar palabra alguna, ya se había desanimado al hacer un comparativo mental de sus expectativas y la realidad.

La exhibición de esgrima había ya casi terminado y ella aún no sabía qué decir. Se sentía torpe y tonta, incapaz de mantener la atención de nadie. Quizá si tuviera la facilidad de conversación de Vicky, las historias que tenía siempre para contar… Pero ¿qué estaba pensando? No podía seguir auto compadeciéndose por más tiempo. Debía ser ella misma… aún si no era tan interesante como los demás… Tenía que parar. No podía seguir haciéndose eso a sí misma. Él estaba ahí, a un palmo de distancia; no tenía más que voltear y decir cualquier cosa, por más insignificante que fuera, al menos daría pie a algo. Solo debía dejar de llenarse la cabeza de pensamientos pesimistas y lanzarse por ello.

Y así lo hizo. Procuró quitar la expresión de derrota anticipada y dejar que una sonrisa adornara su rostro antes de voltear hacia él con la mente en blanco y soltar lo primero que se le ocurriera, pero al descubrir su mirada fija y atenta en la fila de abajo se contuvo. Estaba observando a Addalynn con el mayor interés que le había visto mirar a alguien. Su corazón volvió a darle otro vuelco para devolverle los pies a la tierra.

Pronto la exhibición terminó y los muchachos del equipo se dispersaron. Demian fue directo por su bolsa deportiva y sacó una botella de agua mientras Marianne se levantaba.

—…Iré a ver cuántos más ya se inscribieron al club.

Sin esperar respuesta, Marianne bajó de las gradas y se dirigió a la mesa de inscripciones para mirar la lista, aunque en realidad esperaba que Demian se acercara discretamente. No creía conveniente que le entregara las pastillas a la vista de los demás.

—…No es cierto —murmuró de pronto con incredulidad al ver en la lista el nombre de Dreyson junto con otros más—… Ha perdido la cabeza.

—¿Estás reconsiderando tu decisión de unirte al club? —Demian apareció junto a ella, apoyando una mano sobre la mesa mientras con la otra sostenía la botella de agua—. Espero que no sea por eso por lo que estás viendo la lista.

—¡Por supuesto que no! Me mantengo firme en mis decisiones —replicó ella mirándolo ceñuda, pero al notar que sonreía, entendió que estaba bromeando—. ¿Qué tan difícil puede ser manejar un florete que no pesa ni la mitad de mi espada?

—Supongo que lo sabremos el lunes —respondió él, asentando la botella en la mesa y sacando un pequeño frasco que le entregó discretamente—… A decir verdad, no pensé que tuvieras problemas para dormir.

—¡Gracias! —dijo ella, cogiendo el frasco y cerrando la mano para ocultarlo—. No son para mí sino para Samuel. Parte de un experimento.

La sonrisa de él se borró, aunque Marianne no pareció darse cuenta pues observaba las indicaciones del frasco con cautela.

—¿Estás seguro de querer darme el frasco entero? Solo necesita unas cuantas.

—Tengo de sobra en casa. Puede hacer con ellas lo que quiera —dijo él, adoptando una actitud indiferente. Tomó de nuevo su botella de agua y se apartó de la mesa—. Debo ir a cambiarme.

Marianne contrajo el entrecejo ante su repentino cambio de actitud, y al darse la media vuelta para volver con los demás, descubrió que Addalynn la miraba fijamente antes de sacar su dispositivo móvil y enfocarse en él. Ella se limitó a dar un bufido y entregarle el frasco a Samael con discreción.

—Solo ten cuidado, ¿de acuerdo? Recuerda que la última vez estuviste inconsciente por más de un día. Quizá prefieras hacer tu experimento durante el fin de semana que no hay clases —dijo ella en voz baja al sentarse junto a él.

—Confío en que podrás cubrirme si eso pasa.

—Pues no te confíes demasiado —advirtió Marianne—… En serio, debes tener cuidado; no te extralimites ni presiones solo por conseguir respuestas que ni siquiera es seguro que recibas.

—Te prometo que lo tendré —respondió él con una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora y aunque ella intentó devolvérsela, al día siguiente sus temores probaron ser ciertos al verse de pie en medio del ático, observándolo dormir sin que nada lo despertara.

—…No podías esperar un día —gruñó ella, meneando la cabeza con reproche—… Ya verás cuando despiertes.

 

Demian se dirigía al auditorio para la exhibición del club de básquetbol con expresión cansada. La noche anterior había sido de nuevo una de aquellas en las que la ansiedad amenazaba con apoderarse de él y había tenido que recurrir a uno de los pocos métodos efectivos que conocía para mantenerse en control.

Saludó a sus compañeros con un movimiento de cabeza y aunque estos le devolvieron el saludo, no pudo evitar sentir que parecían recelosos, pero pronto se sacudió aquella idea pensando que se debía al agotamiento.

Cuando llegaron al auditorio y abrieron la puerta, se toparon con una imagen que los dejó aturdidos por varios segundos, pensando que habían entrado al sitio equivocado o que les estaban jugando una broma, pero por la cara del entrenador supieron que no podía serlo. El lugar entero había sido vandalizado: las bancas habían sido lanzadas hacia las gradas, las paredes y la cancha rayadas con grafiti, las pelotas dispersas por todos lados y algunas incluso desinfladas o estalladas; hasta largas piezas de papel sanitario decoraban los techos y las canastas como si intentaran emular una simple broma de estudiantes, pero aquello parecía algo más: se habían ensañado con el lugar, incluso había huellas de quemaduras en el piso.

—¡Entrenador! ¿Qué pasó aquí?

—Vandalismo. Eso es lo que ha pasado. Esto no puede ser obra de un estudiante jugando una broma. Alguien irrumpió en la noche e hizo todo esto.

—No hay ventanas rotas y la puerta no está forzada.

—¡Las casillas están destrozadas! —gritó alguien desde los vestidores y todos se trasladaron hacia ahí. Los casilleros de los muchachos no estaban precisamente destrozados, pero sus puertas estaban abolladas como si alguien hubiera descargado un mazo contra ellas.

Demian recorrió el lugar con la mirada hasta posarse en la ventana alta que daba hacia la parte trasera del edificio. Estaba completamente sellada y seguía sin haber indicio alguno de que alguien pudiera haber entrado al lugar por la fuerza. Era como si… hubiera aparecido de la nada en el auditorio y de la misma forma se hubiera ido. Sin detenerse a pensar siquiera en lo que estaba haciendo ni en los motivos, de pronto sintió aquella energía que salía de su cuerpo dirigirse hacia la ventana y entreabrirla. En cuestión de segundos, aquella sombra que había invocado regresó a su cuerpo, haciéndolo estremecer ligeramente, y sacudió la cabeza como si apenas se diera cuenta de lo que acababa de hacer.

—¡Miren, la ventana del fondo está abierta! —dijo uno de los chicos y aquel fue el siguiente punto al que todos se dirigieron.

—Bien, al menos ya sabemos cómo entró —dedujo el entrenador, dando un suspiro—. Hablaré con la administración para que la exhibición se posponga hasta la noche. Necesitaré de su ayuda para dejar el lugar lo más decente posible para entonces.

Nadie se opuso. Así que mientras el entrenador se dirigía a las oficinas principales, los muchachos comenzaron el arduo trabajo de limpieza del auditorio. Demian intentaba tallar el grafiti del piso, aunque por dentro no dejaba de pensar en la extraña reacción que había tenido al abrir la ventana. ¿Intentaba encubrir lo que realmente había ocurrido ahí? ¿Y en todo caso por qué? Sus manos temblaban mientras sujetaba el cepillo con fuerza y se detuvo al pasar por una de las zonas quemadas de la cancha. Líneas nítidas. Casi como si hubieran sido tatuadas con láser. Soltó el cepillo y giró las palmas hacia él. ¿No recordaba acaso haber disparado con ellas recientemente? Pero no había sido ahí… aunque ¿podía estar realmente seguro? Algo que provocaba aquel poder maligno corriendo por sus venas era la ceguera temporal, no del tipo físico, sino mental; sus sentidos se nublaban de tal forma que era necesario descargarlo como fuera. Pero siempre se aseguraba de que nadie saliera perjudicado. ¿Podrían sus cálculos haber fallado en esta ocasión? No, no era posible. Aunque sus sentidos se nublaran, seguía estando consciente y recordaría al menos fragmentos de ello. Siempre lo hacía. Desechó todo pensamiento de ese tipo y tomó el cepillo nuevamente para continuar tallando sin darse cuenta de las miradas de encono que sus compañeros le dedicaban mientras trabajaban, aunque tras varios minutos comenzó por fin a notarlo.

—¿…Hay algún problema? No han dejado de mirarme desde que entramos al auditorio.

Los muchachos intercambiaron miradas, como decidiendo si hablar o no, hasta que uno de ellos dejó a un lado la bolsa donde había estado metiendo las tiras de papel sanitario y se plantó frente a él.

—De hecho, sí. Nos parece muy ventajista de tu parte que acapares la atención de la chica nueva si ya te gusta alguien más.

—Esperen… ¿qué? ¿De quién están hablando?

—De la chica con la que hablas todo el tiempo, la que está en el equipo de las chicas —otro de los chicos se unió a las quejas, aprovechando que varios del equipo parecían estar en la misma sintonía.

Demian enseguida enmudeció y por un momento no supo qué decir hasta que pareció recordar que tenía voz para responder.

—…Están equivocados. Somos amigos solamente.

—Nos da igual. No nos interesa la relación que tengas con ella, simplemente que te ocupes de tus propios asuntos y nos dejes a nosotros hablar con la chica nueva. Que vivan bajo el mismo techo por ser amiga de tu hermana no te da derecho a nada.

Los demás asintieron en apoyo mientras Demian no podía creer su osadía. Ya regresaban a sus labores de limpieza, como si el asunto hubiera quedado zanjado, pero él no podía dejarlo así.

—…Pues no se ilusionen mucho.

Sus compañeros voltearon de nuevo hacia él mientras la puerta del fondo se abría.

—¿Y eso por qué?

—¡Porque ella me gusta, ¿de acuerdo?! ¡Addalynn me gusta y no quiero que se acerquen a ella! —exclamó Demian para que la dejaran en paz, pero al notar que ellos se quedaban callados y miraban por detrás de él, volteó también, descubriendo que en la puerta estaban ya varios de segundo año, incluyendo la misma Addalynn.

Ahí estaba su hermana con la boca abierta, Kristania a un lado con las uñas prácticamente clavadas en sus palmas y mordiéndose los labios. La expresión de Addalynn era inquisitiva y a la vez curiosa, pero sus ojos se posaron de inmediato en Marianne, quien no parecía sorprendida en absoluto.

Demian se quedó estático ante la audiencia. Intentó hablar, pero su garganta se había cerrado.

—A un lado todos, lo siento, pero no pueden estar aquí. La exhibición se pospone hasta esta noche. —El entrenador comenzó a abrirse paso entre los chicos, acabando con el silencio que había imperado por varios incómodos segundos—. Solo pueden quedarse miembros del equipo. Regresen en la noche, por favor.

—¿Podemos ayudar en algo, entrenador? —preguntó Marianne mientras los demás estudiantes eran sacados de ahí.

—Si son tan amables.

—No hay problema. Nos pondremos enseguida a ello —aseguró Lilith solícita, tomando a Marianne del brazo y llevándosela lejos.

En minutos ya estaban las cinco chicas ayudando en la limpieza del lugar. Se había hecho un largo silencio durante todo ese tiempo y mientras Lilith y Marianne tallaban las paredes para borrar los rayones de grafiti, Demian miraba de reojo en su dirección desde el piso de la cancha mientras Marianne se mantenía enfocada en su labor. Lilith les dedicó una mirada furtiva y él desvió la vista.

—Pero ¿a quién se le ocurre? Quien haya hecho esto es un enfermo —espetó Marianne.

Lilith la observó en silencio, tratando de descubrir algún tipo de emoción en su rostro, pero únicamente parecía determinada a eliminar aquel grafiti.

—¿…Estás bien?

Marianne le dedicó una mirada confundida, arqueando una ceja.

—¿Por qué no iba a estarlo?

Lilith estuvo a punto de decir algo, pero se contuvo. Entendió por su gesto que solo conseguiría una negativa de su parte, además… ¿qué tal si habían estado equivocados todo ese tiempo? No parecía afectada en lo absoluto. Quizá… todo estaba en sus cabezas.

—¿No deberías ir a consolar a tu amiga “Kri”? —añadió Marianne, señalando con la mirada hacia Kristania. Ella parecía un espíritu errante en la pared del fondo, tallando con desgana y a la vez apretando el cepillo y los dientes en una silenciosa rabieta sin que nadie más lo notara. O eso creía ella.

De pronto lanzó un chillido y se miró la mano con frustración; se había roto una uña y aquello había acabado por hacer mella en su impaciencia, dejando que se escucharan sus quejidos mezclados con gruñidos.

—Regreso en un minuto —dijo Lilith y Marianne le sonrió para que fuera sin cuidado, pero en cuanto se alejó, regresó a su gesto inexpresivo y continuó tallando con mayor intensidad, sin darse por enterada de que Demian la observaba por momentos.

Cuando acabó su hora, los miembros del club comenzaron a retirarse. Demian tomó su bolsa e hizo como que la revisaba, pero en cuanto el último chico salió del auditorio y se encontró solo, la dejó caer a sus pies, ocupando su lugar en la banca. Se llevó las manos a la cabeza y apoyó los codos en las rodillas. Podría enviar un mensaje para aclarar las cosas. Había ya sacado su celular y buscado el número de Marianne, pero se detuvo a medio escribir, preguntándose por qué tendría que explicarse ante ella. Eran solo amigos, después de todo. Bien podría enviar un mensaje a todos los que estaban presentes si de eso se trataba. Y aun así, un mensaje era demasiado informal, prefería aclararlo en persona. Así que guardó de nuevo el celular. Todavía tendría que enfrentarse a su hermana y, sobre todo, a Addalynn, de modo que suspiró y se sintió con ganas de escapar de ahí.

Quería desaparecer y trasladarse a algún lugar recóndito donde no hubiera nadie a la redonda para poder así descargarse todo lo que necesitara. Pero no lo hizo, se quedó ahí sentado, a solas en un auditorio que seguía mostrando las huellas del vandalismo. Huellas que encajaban muy bien con el poder que él mismo poseía. Sumido en sus pensamientos, no dejó de frotarse la muñeca.

 

—Tenemos que hablar —dijo Vicky en cuanto se encontraron fuera de la escuela al terminar las clases. Tenía los brazos cruzados y lo miraba fijamente con talante inflexible. Addalynn estaba junto al auto con la espalda apoyada en la puerta trasera y la vista fija en la pantalla de su dispositivo, pero enseguida alzó la vista al aparecerse él. Su mirada traslucía más curiosidad de la que normalmente demostraba.

—Creo que puede esperar. Estoy cansado y aún tengo un partido de exhibición esta noche. En pocas palabras: no estoy de humor —repuso Demian cortantemente para evitar hablar del tema, subiendo al auto enseguida y esperando a que ambas hicieran lo mismo.

Vicky se subió al asiento pasajero con los brazos cruzados y torciendo la boca para evitar hablar. A Demian le vino bien y mientras conducía todo el camino en silencio, por momentos miraba a Addalynn por el retrovisor. En buen momento había decidido decir tal cosa. ¿Cómo se suponía que podría acercarse a ella para averiguar lo que sabía acerca de los óbitos si ahora a sus ojos se había puesto al mismo nivel que los otros chicos?

Acabó refugiándose en el estudio de su padre e intentó concentrarse en los informes semanales que le hacían llegar de la empresa de este, pero los números se le revolvían hasta provocarle dolor de cabeza, así que terminó apoyando la cabeza en las manos con los ojos cerrados hasta que escuchó el ruido de la puerta.

—Vicky, en serio, no estoy de humor. Si quieres mañana hablamos, pero hoy no. —Escuchó entonces pasos acercándose al escritorio, por lo que dio un resoplido y decidió levantar el rostro—. Vicky, te dije que…

Frente a su escritorio no había otra más que Addalynn, mirándolo fijamente como si estuviera escrutándolo. Se quedó callado y a la expectativa, sabiendo que no había nada que él pudiera decir al momento, tan solo esperar a que ella fuera quien hablara primero.

—¿Qué es lo que te gusta de mí? —preguntó ella tomándolo totalmente desprevenido—…Y no digas que soy bonita porque eso lo sé de sobra.

Demian levantó las cejas y permaneció en silencio por varios segundos, pensando qué responder a eso.

—Eres… eres misteriosa y… diferente… y…

—Ahórratelo —lo interrumpió Addalynn, girando los ojos con exasperación—. Me queda bastante claro que lo dijiste únicamente para que esos chicos dejaran de molestarme, así que no tienes que continuar con la farsa aquí; nadie te está viendo. Lo que me indigna es que hayas pensado que necesitaba ayuda para lidiar con ellos solo por ser una chica y que hayas decidido hacerlo poniendo una especie de marca sobre mí para mantenerlos alejados. Creí que eras mejor que eso.

Demian lucía realmente sorprendido ante aquel abrupto reclamo, considerando lo poco comunicativa que solía ser, pero a la vez entendía su indignación; había sido una decisión impulsiva de su parte y al menos ella lo había entendido.

—…Lo siento. Tal vez debí pensarlo antes de hablar, aunque debo admitir que de cierta forma… me intrigas. Supongo que no puedo explicarlo, pero tampoco quiero que te sientas incómoda ni que pienses que soy como los demás chicos, porque mis intenciones no son las mismas —dijo él, esperando de esa forma conseguir por fin más información de ella, sin embargo, Addalynn entornó los ojos y lo observó de pies a cabeza.

—Puedo ver que no… Al menos no conmigo —dijo ella y él reaccionó algo inquieto. Ella entonces se enderezó y se acomodó el cabello en la espalda—. Bien, te dejaré para que puedas estar solo. La próxima vez consúltame antes de decidir que necesito ayuda en algo.

Se dirigió a la puerta y se marchó sin decir nada más, dejando a Demian tanto o más intrigado que antes.

 

Esa noche el auditorio estaba listo para la exhibición de básquetbol de los chicos y la gran mayoría de los estudiantes acudió como se les solicitó.

—No pudieron borrar esas horribles líneas —comentó Lilith, observando el rastro de líneas quemadas que habían quedado sobre la cancha. Si no hubiera sido por ellas, el lugar habría parecido el mismo de siempre—. ¡Quienquiera que haya mancillado de esa forma nuestro santuario merece que le quemen el trasero con un soplete!

—Tendrán que reemplazar las tablas del piso —convino Marianne mientras esperaban que iniciara la exhibición. Samael aún no despertaba de su sueño inducido, así que tuvo que decirles a todos que no estaba disponible todavía.

—Supe lo de Demian —dijo Lucianne antes de notar las señas que hacía Lilith para no mencionarlo.

—Ah, ¿sí? Qué rápido corren las noticias por aquí —respondió Marianne.

—Bueno… ya sabes cómo es cuando se trata de los chicos populares —continuó Lucianne, tratando de desechar el tema en cuanto captó los gestos de Lilith.

—Es como si no tuvieran mejor que hacer que volver tema de conversación la vida privada de los demás —opinó Marianne mientras a lo lejos se acercaban Vicky y Addalynn.

—…Iré a ver si le hace falta algo al entrenador —se excusó Lilith para huir de ahí.

—Qué extraño, ¿no? Lo que le hicieron al auditorio —comentó Vicky en cuanto se sentó junto a ellas—. Cualquiera diría que alguien odia al equipo de básquetbol.

—Otros clubes usan el auditorio además de ellos. Quizá simplemente era una broma que se les escapó de las manos —conjeturó Angie mientras Marianne observaba de reojo a Addalynn, sentada en la fila de adelante. En la puerta vio que Dreyson iba entrando y de pronto se puso de pie.

—Ahora vuelvo —dijo ella, esquivando asientos y estudiantes para llegar hasta él antes de que pudiera siquiera darse cuenta—. Sé que esto es repentino y ya habíamos quedado en reunirnos en casa de Vicky este fin de semana para el trabajo de equipo, pero ¿podría ser en la tuya? Prometo que no tardaremos mucho, es sólo para… cambiar un poco.

Dreyson la miró a través de aquellas enormes gafas como si apenas estuviera asimilando su petición. Ella ya estaba lista para una negativa, pero para su sorpresa asintió.

—En el parque central a las diez. Iremos a mi casa desde ahí.

—…Bien. Ahí estaremos mañana sin falta —finalizó ella, sorprendida de que hubiera aceptado tan fácilmente. Regresó con sus amigas y se sentó más relajada—. Cambio de planes. Haremos la investigación en casa de Dreyson.

—¿…En serio? ¿Y aceptó así sin más? —inquirió Vicky, enarcando una ceja con incredulidad.

—Puede ser cooperativo cuando quiere —respondió ella con un encogimiento de hombros al momento en que sonaba el silbatazo inicial del partido.

Los chicos habían sido divididos en dos equipos distinguidos por una cinta de color atada a sus brazos. El que lideraba Demian portaba el azul mientras que el otro, cintas rojas. Él parecía concentrado en el juego y se la pasaba dando instrucciones a diestra y siniestra sin permitir que nada lo distrajera.

—Yo podría hacer eso —dijo Frank, apareciendo detrás de Lucianne con los brazos cruzados—. Es sólo lanzar la pelota a la canasta, ¿qué tan difícil puede ser?

—Te aseguro que es más que eso —espetó Lucianne, sintiendo que lo decía únicamente para provocarla—. Tienes que seguir varias reglas, tener coordinación y sobre todo disposición para jugar en equipo.

—Bla, bla, bla. Yo también puedo hacerlo —insistió él sin abandonar su postura.

—¿…Qué pasa contigo? Últimamente estás de un humor insoportable —interpeló ella, bajando la voz y acercándose más a él. Él le devolvió la mirada con un dejo de resentimiento.

—Estoy perfectamente, solo quería informarte que me uniré también al club.

—Frank… —Lucianne lo miró, meneando la cabeza, y él tan solo esbozó una sonrisa retadora, poniéndose de pie y dándole un golpe a Mitchell en el hombro al pasar a su lado en señal de que lo siguiera.

Este respondió con un suspiro y le dirigió una mirada a Belgina antes de ir tras él, a pesar de que el partido ni había terminado. Pasaron por la mesa de inscripciones y Frank se apuntó cumpliendo así su amenaza justo antes de salir ante la exasperación de Lucianne.

La exhibición llegó a su fin sin percances, y dada la hora, todos fueron saliendo de ahí, pasando por la mesa de inscripciones quienes desearan unirse. Demian estuvo todo ese tiempo pegado a su bolsa deportiva sin atreverse a mirar a nadie.

—¿Aún te falta por terminar?

Demian levantó la vista para ver a su hermana frente a él y a Addalynn detrás de ella.

—No, yo… veré si el entrenador tiene algo más que decir y nos vamos… ¿ya se fueron todos?

—Sí. Sus padres esperaban a la entrada de la escuela. ¿Te importa entonces si esperamos afuera?

Demian negó con la cabeza; parecía algo decepcionado de que se hubieran ido sin decirle nada, pero no podía hacer nada al respecto. Así que observó a las dos chicas salir del auditorio mientras él esperaba las últimas palabras del entrenador a puertas cerradas. Pronto la escuela fue vaciándose hasta no quedar casi nadie alrededor, excepto tal vez en el campo tipo estadio, donde Dreyson yacía tumbado en las gradas mirando hacia el cielo despejado y sin estrellas, a punto de quitarse los lentes cuando escuchó ruido de pasos.

—¿Estás seguro de que hagamos esto?

Dreyson se deslizó por los huecos de las gradas y desde ahí observó hacia el campo. Dos figuras avanzaban escudadas en la oscuridad, la del frente a paso firme y la de atrás algo más vacilante.

—¡Por supuesto! Lo he pensado y esta es la mejor manera de atraerlo para así no estar esperando a que se le ocurra aparecer quién sabe cuándo. ¡Ahora cállate que podrías llamar la atención! —La figura del frente se detuvo de golpe, volteando hacia la que venía detrás, que trastabilló unos pasos antes de también detenerse por completo—… No te estarás acobardando, ¿o sí?

—Pues… no eres tú el que va a exponerse después de todo.

—¡No seas gallina! ¡Nada debe salir mal si te atienes al plan! Ahora quédate aquí y haz lo tuyo mientras yo me oculto. ¡Es hora del espectáculo! ¡Pon tu mejor cara! —dijo el primero, dándole unas resonantes palmadas en el rostro al segundo antes de dirigirse corriendo al pequeño cobertizo a un lado de la cancha, donde se guardaban los instrumentos de jardinería y repuestos. El otro suspiró con nerviosismo y comenzó a mover la cabeza a los lados y a tirar de sus extremidades mientras hacía tiempo para terminar de convencerse—… ¡¿Qué rayos esperas?! ¡Me van a salir raíces!

—¡Esto requiere de extrema concentración! ¡Tú no eres el que está exponiendo el pellejo aquí, así que no me presiones!

Mitchell se sentía perder la paciencia e intentó concentrarse de nuevo. Plantó los pies en el pasto y cerró los ojos, relajando los músculos. Dreyson trató de enfocar la vista a esa distancia y sus ojos fueron ampliándose al presenciar cómo empezaba a cambiar.

La piel de Mitchell fue perdiendo pigmentación a la vez que su ropa era recubierta por un material negro hasta quedar completamente acorazado por él. Su rostro había cambiado y aquella coraza oscura terminó por cubrirlo también, resaltando unos ojos azules que le daban el único toque de color. Se había transformado en Demian en su forma de demonio.

—¡…Hey! ¡Aquí estoy, demonio de pacotilla, ¿por qué no vienes a buscarme?! ¡Estoy esperándote, ¿no era eso lo que querías?! —comenzó a gritar—… ¡Me estabas buscando, ¿no?! ¡Pues aquí estoy! …No creo que esté dando resultado.

—¡Tú sigue con el plan, tendrá que aparecer tarde o temprano!

Mitchell continuó profiriendo gritos, pensando que era inútil pues no poseía la misma clase de energía que Demian, pero para su sorpresa, comenzó a formarse una especie de perturbación frente a él, como nubes de tormenta de las que surgió aquella sombra, que permaneció flotando por encima de él, observándolo con sus ojos felinos, como si estuviera decidiendo si aquel era o no su amo mientras Mitchell se quedaba paralizado ante aquella visión.

—…Te tenemos —murmuró Frank con una sonrisa de triunfo mientras Dreyson observaba atentamente desde las gradas, hasta que salió por detrás y se marchó sigilosamente sin llamar la atención.


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