13. CUIDADO CON LOS MORETONES
Lucianne se quedó en silencio por un rato, mirando a su padre con el rostro contraído en una mueca de confusión, tratando de procesar lo que acababa de decir.
—¿…Por qué? —fue la única pregunta que pudo salir de su boca.
—Porque soy tu padre y sé lo que es mejor para ti, así que no quiero volver a ver ni enterarme que estás cerca de ese chico a partir de ahora.
—Es un poco demasiado tarde para eso: estamos en la misma clase y somos compañeros de equipo —masculló Lucianne, con el cuerpo tan tenso que no podía desenredarse de aquella posición.
—Siempre existe la posibilidad de cambiarte de escuela —replicó su padre con un dejo de amenaza y el rostro de ella se contrajo aún más.
—¡…No puedes estar hablando en serio! ¡Ya perdí un año entero, no puedes hacerme perder otro año solo por tu prejuicio contra alguien a quien ni te has tomado la molestia de conocer!
—Toda la evidencia apunta a que tengo razón en estar preocupado por ti; alguien que se atreve a golpear a su profesor y no tiene respeto alguno por la autoridad no es conveniente ni para ti ni para nadie de la forma en que lo quieras ver. Es una bomba de tiempo esperando por explotar en la zona más transitada y en hora pico.
Lucianne abrió más los ojos y la boca. Que él supiera lo del profesor solo podía significar una cosa.
—…El profesor Leiffson habló contigo.
—Y le agradezco su advertencia. De ninguna manera permitiré que te expongas al peligro por frecuentar a ese muchacho —expresó su padre con determinación—. Quizá tengas razón, no podré hacer gran cosa para mantenerlo alejado mientras estén en la escuela, pero fuera de ella no volverás a acercarte a él. Ni siquiera estando con tus amigos.
—No puedes prohibírmelo… ¡No tienes derecho! —replicó Lucianne con desesperación mientras el comandante Fillian se mantenía firme y de pie.
—Claro que puedo. Soy tu padre y tienes que hacer lo que yo te diga.
—…Pues no pareció importarte demasiado cuando decidiste abandonarme e iniciar una carrera delictiva —replicó Lucianne, temblando de ira, y su padre la miró con ojos desorbitados como si le hubiera dado una bofetada.
Nunca hablaban de ello, era como un tema tabú. Meses extraños y difusos en que había actuado completamente fuera de sí, y como si fuera polvo habían decidido barrerlos debajo de la alfombra y hacerse de la vista ciega. Pero ahí siguió acumulándose bajo capas y más capas que finalmente terminaron por desbordarse. Lucianne sabía que no era justo echárselo en cara pues era algo fuera de su control, pero en ese momento estaba tan molesta que prefirió subir a su habitación mientras él permanecía aturdido (y herido) por su comentario.
Cerró la puerta y se quedó de pie frente a su ventana por un largo rato, dejando que el viento entrara y despejara su cabeza. Debía redimir a Frank ante los ojos de su padre, aunque ella misma admitía que por el registro que llevaba hasta el momento lo hacía una tarea casi imposible. Frank tenía razón, con su intervención quizá había empeorado las cosas un poco más, pero aun así no se le quitaba de la cabeza que debía averiguar qué había desatado su furia contra el profesor Leiffson en primer lugar. Y para ello recurriría a Mitchell tal y como había planeado.
Así que, una vez recuperada la serenidad, localizó el contacto de Mitchell en su celular y le mandó un mensaje rápido para a continuación prepararse mentalmente para bajar de vuelta con su padre y pedirle disculpas, con tal de mantenerlo al margen por el momento.
…
Por segundo día consecutivo, Samael estaba de pie frente a una puerta que conducía a un club al que pertenecería ahora. Varios chicos pasaron a su lado y entraron al gimnasio, dirigiéndole miradas como si se preguntaran qué rayos hacía ahí parado, así que se decidió a seguir su ejemplo, viendo que la mayoría ya traía puesto el traje de entrenamiento y los nuevos se sentaban en las gradas, esperando instrucciones.
—Y yo que pensé que era una simple excusa para hablar conmigo —dijo Demian al salir de los vestidores y verlo. Samael no respondió, parecía aún algo desorientado. Demian giró los ojos y cogió uno de los trajes doblados en la mesa para arrojárselo—. Toma. Póntelo y te sientas con los nuevos. Ya casi comenzamos.
Samael solo cogió el traje y siguió sus instrucciones sin protestar. Demian se colocó detrás de la mesa, contando los trajes que aún quedaban mientras se preguntaba si la razón por la que el ángel se había unido era para vigilarlo. Después de todo, no dejaba de ser una amenaza latente. Entendía la necesidad de ser cuidadoso, pero no dejaba de molestarle. Trató de distraerse volviendo a contar los trajes cuando la puerta se abrió y un chico más entró al gimnasio. Reconoció al muchacho con el que Marianne había llegado a esgrima el día anterior, y al ver que se aproximaba a la mesa, decidió que no se quedaría ahí como si fuera un repartidor de uniformes. Trató de escabullirse discretamente, pero no se había alejado del todo cuando escuchó la primera pregunta.
—¿Todos son de la misma talla?
Él se detuvo con un bufido y no tuvo más remedio que volver sobre sus pasos mientras el chico lo miraba fijamente, esperando una respuesta.
—La primera fila son medianos, la segunda son grandes y la tercera, extra grandes. Solo… toma uno y ve a los vestidores.
El chico pasó la mano por las tres filas hasta que tomó uno de talla grande, volteó hacia Demian y sonrió de una forma que no le agradó.
—…Gracias.
Se dirigió entonces a los vestidores, seguido por la mirada escrutadora de Demian. Según había dicho Marianne, se trataba del mismo chico con el que habían estado haciendo equipo, pero ahora lucía completamente diferente. Se preguntaba la causa de ese drástico cambio.
Samael ya se había puesto el traje y lo único que no lograba descubrir era cómo acomodar el frente, así que probó de distintas formas con la cinta hasta que la puerta se abrió y entró Dreyson, caminando hacia el otro extremo de los vestidores. El ángel no le prestó mucha atención, estaba demasiado ocupado luchando con el nudo hasta que por fin pareció conseguir que quedara más o menos presentable. Tomó su ropa cuidadosamente doblada y observó la hilera de casilleros. Por encima había un cartel que decía “Novatos, no olviden agregar su clave de cuatro dígitos o sus cosas desaparecerán al finalizar el día”.
Introdujo su ropa en uno de los casilleros y volvió a echarle un vistazo al cartel que tenía por encima. Decidió que era mejor seguir las instrucciones, así que agregó los primeros cuatro dígitos que se le vinieron a la mente y el candado quedó herméticamente cerrado. Se apartó para contemplar lo que había conseguido por sí solo y se dio la vuelta para dirigirse a la puerta. En su camino vio de reojo al chico alto que se desvestía al otro extremo de espaldas a él. Lo largo de su torso lo hacía lucir delgado, pero sus hombros parecían anchos, fuertes y definidos.
Samael tan solo lo miró de reojo y sujetó la manija de la puerta para salir de ahí; fue entonces que se fijó en la espalda del chico en cuanto este se inclinó. Unas manchas oscuras subían desde la curva baja de su columna formando unos moretones encima de ésta. Aquello trajo a su memoria las manchas de los chicos del hospital y se detuvo en seco.
Dreyson se dio la vuelta mientras se ponía el uniforme y notó la mirada de Samael fija en él.
—¿…Algún problema?
Samael reaccionó aturdido por un momento hasta que su mano por fin consiguió accionar el tirador para abrir la puerta.
—…No. Disculpa —Samael se forzó a decir algo antes de salir de ahí.
Caminó hacia las gradas con expresión inquieta, pensando una y otra vez en los chicos del hospital y los moretones que no lo eran del todo. Era ingenuo pensar que aquello no volvería a pasar, pero antes de adelantar conclusiones necesitaba comprobar si tenía razones para preocuparse, y la única forma en que podría hacerlo era tocando esos hematomas… y posiblemente al muchacho no le haría mucha gracia que lo hiciera.
Dreyson salió minutos después que él y se unió al grupo sentado en las gradas bajo la mirada escrutadora del ángel.
Los nuevos miembros serían emparejados con los más experimentados para practicar los movimientos básicos de ataque y defensa. Cuando el entrenador comenzó a emparejarlos, Demian temió el nombre que pronunciaría en cuanto tocara turno a Samael, dada su suerte reciente, así que fue una sorpresa escucharle mencionar a alguien más al señalar al ángel. Alguien más acorde a su talla, al parecer. Y eventualmente se dio cuenta de la única opción para él si estaba emparejando a todos de acuerdo a sus tallas.
—Tú, ponte con Donovan —dijo el entrenador señalando a Dreyson, que dirigió una mirada insondable hacia Demian mientras los demás se colocaban en parejas.
Ambos se quedaron de pie en el centro. Dreyson observó con atención a Demian como si esperara indicaciones.
—…Tal vez podamos empezar con algunas técnicas para controlar la precisión. Solo intenta apuntar directamente a la manopla o de lo contrario en un torneo podrían considerarlo una falta y te descalificarían —comenzó a explicar Demian, tomando una manopla de entrenamiento de una de las mesas y colocándose frente a él. Dreyson no dijo nada, siguió observándolo fijamente, lo cual comenzó a irritarle—… ¿Vas a hacerlo o no?
—No me reconoces, ¿verdad?
—…Estás en el equipo de mi hermana; has ido un par de veces a mi casa. Solo que ahora te ves diferente.
—Supongo que es más fácil llamara la atención así. Pero apuesto que eso ya lo sabes.
—¿Puedes limitarte a la práctica? Mi brazo empieza a entumirse —replicó Demian, tratando evitar cualquier plática.
Dreyson sonrió y dio el primer golpe a la manopla, que Demian trató de mantener quieta a pesar de la inesperada fuerza del impacto. Cambió entonces de posición y ahora fue una patada la que alcanzó la manopla. Hizo otros cambios más y el chico atinó en todas las posiciones con gran precisión.
—Nada mal para el primer día —dijo Demian, abandonando la posición defensiva y llevando la manopla de vuelta a la mesa.
—¿Cuándo empiezan los combates? —preguntó Dreyson, que no parecía exhausto en absoluto.
—Los nuevos pueden participar pasado un mes de entrenamiento.
—Escuché que hay un torneo próximo. Yo quiero participar —insistió Dreyson a pesar de la resistencia de Demian a seguir hablando.
—Como dije, los nuevos tienen la opción de entrar o no a los torneos después del primer mes de entrenamiento.
—No necesito un mes.
—Yo no hago las reglas.
—Pero eres el campeón actual, ¿no? Quizá si te venzo, no haría falta esperar un mes entero a que me permitan participar.
Demian se contuvo de tomar aquello como una provocación. Respiró hondo y volteó hacia él.
—Deberías hablar directamente con el entrenador. Quizá tengas suerte y te toque el primer combate conmigo.
La boca de Dreyson se curvó en una sonrisa satisfecha.
—…No crees que pueda vencerte, ¿verdad?
—Creo que te sientes perfectamente capaz de hacerlo y no voy a discutir eso —espetó Demian, intentando deshacerse del chico.
—No es solo que lo crea. Pero supongo que habrá que esperar y ver —finalizó Dreyson con un aire confiado que ponía a prueba su paciencia, y a pesar de que Demian mantenía su cara de póquer, no podía ocultar la tensión concentrada en sus manos, tanto que ya comenzaba nuevamente a sentir la necesidad de rascarse la muñeca. Pero justo cuando se sentía a punto de replicar, el chico sonrió e hizo un movimiento de cabeza a manera de despedida. Hasta que se marchó, Demian pudo relajar las manos y soltar la manopla, apoyándose sobre la mesa dando una fuerte exhalación. Cuando volvió a alzar la vista, Samael estaba frente a él.
—¿Lo conoces? —Demian necesitó otra exhalación para hacerse a la idea de que aquello todavía estaba pasando, el ángel seguía hablándole al demonio como si nada.
—¿…Se volverá esto una costumbre? ¿Irás a mi casa a tomar el té y cosas así? —replicó Demian con un bufido.
—No pensaba en eso… pero me gusta el té. Eso suena bien.
—…Olvídalo —dijo Demian, sacudiendo la cabeza con resignación—. Supongo que te refieres al chico con el que practicaba. Solo sé que va en el mismo salón que mi hermana y están en el mismo equipo. Ha ido un par de veces a mi casa por tarea.
—¿Y no has notado nada raro en él?
Demian resopló una risa. El ángel ahora también preguntaba al demonio si había notado algo extraño.
—¿Aparte de que luce por completo diferente? Y definitivamente más comunicativo.
—¿No percibiste nada más?
—¿Qué se supone que debía percibir?
—No sé, yo solo… pensé que tal vez… —Samael se quedó meditabundo a media frase y esto despertó la suspicacia de Demian ante su repentino interés en aquel chico.
—Habla. Algo te tiene intrigado y quiero saber de qué se trata.
—¿Recuerdas a los chicos del hospital? ¿Los que fueron atacados por el sujeto de ojos amarillos? —inquirió Samael y Demian enseguida se tensó ante la sola mención.
Había optado por no hablarles de su propio incidente con un sujeto de ojos ámbar, en parte convencido de que debía tratarse de una coincidencia ya que no había ningún testigo confiable (¿Kristania una fuente de confianza? ¡Por favor!), pero en el fondo no quería admitir que también parte de la razón de su silencio era lo vulnerable que le hacían sentir los retazos de memoria de cuando era un bebé y aquel demonio había intentado asesinarlo. Eso y su imposibilidad para reaccionar cuando lo tuvo frente a frente tras el breve encuentro con su padre.
—¿…Qué hay con eso? —se forzó a decir.
—Ese mismo día fui al hospital para averiguar todo lo que pudiera.
—Sí, lo supuse por la forma en que desapareciste.
—¿Te dijo alguien lo que descubrí al buscar en los recuerdos de esos chicos?
—…Al parecer nadie consideró necesario que yo supiera —espetó él, consciente de que aquello hacía evidente su posición como alguien ajeno a su círculo exclusivo.
—Vi en sus recuerdos al sujeto de ojos amarillos. Era real —explicó Samael, ignorando su tono resentido—. Usaba una máscara con forma de demonio bajo una capucha. Parecía humano a simple vista, no despedía energía alguna, pero cuando vi sus ojos… resplandecían en la oscuridad con un destello dorado. Como los ojos de un gato o un lobo.
Demian se estremeció ante aquella frase. Ojos de lobo. Podía todavía verlos a través de las penumbras, merodeando su cuna con sigilo y presteza, planeando su muerte y quizá responsable de su eventual desaparición. Sin embargo, no se lo imaginaba fuera de la Legión de la Oscuridad; parecía uno de los guardianes más cercanos de su padre, aparte del demonio con la piel tallada en hueso, aunque tras enterarse que posiblemente este último habría estado también en busca de “algo” que no parecían ser los dones, entonces tampoco era descabellado pensar que el otro podría tal vez estar haciendo lo suyo.
—¿…Te has puesto a pensar que quizá no sentiste nada porque estabas viendo los recuerdos de una persona y no estabas realmente ahí?
—Es posible. Pero lo que vi luego me convenció que definitivamente no se trataba de un humano. No uno común al menos. —Demian esperó a que continuara, mientras Samael observaba a su alrededor que ya prácticamente se había despejado; no quedaban más que ellos dos en el gimnasio—… Descubrí una serie de moretones en cada uno de los chicos. Pero no moretones regulares; estos se iban propagando lentamente debajo de la piel y al toque producían una descarga eléctrica. Estaban hechos de energía maligna.
Demian ponderó aquella información, tratando de encontrarle algún sentido. Sonaba a algún tipo de manipulación demoníaca, pero no podía hacer la conexión con el tema inicial.
—¿…Tiene eso alguna relación con aquel chico?
—Cuando estaba por salir de los vestidores, él se estaba cambiando. Vi su espalda y tenía moretones. No pude ver más de cerca, pero no deja de parecerme sospechoso.
—¿Piensas que es el mismo caso que los chicos de la fiesta? ¿Qué el sujeto de ojos ámbar lo está haciendo con otros más?
—No esperamos a ver el eventual efecto que aquellos hematomas tendrían en ellos, Mankee se encargó de absorberlos, así que no podemos saber con claridad cuál era su propósito… Pero ¿y si hay otros afectados que se nos han escapado de las manos? Después de todo, no llegamos a detectar el primer ataque. Este sujeto quizá posea alguna especie de… aislante de energía para no ser localizado cada vez que ataca —continuó Samael, olvidando por completo con quién estaba hablando, solo siguiendo su tren de pensamiento.
—Si esos “moretones” tienen como propósito manipular a las personas… quizá también sean capaces de provocar algún cambio en ellas, producir alguna mejora física de modo que les de una resistencia superior al resto —añadió Demian también meditando sobre ello.
—No sería la primera vez. Hollow hizo algo similar con Frank en su momento; le proporcionaba cantidades ingentes de energía que aumentaban sus capacidades y le daban ciertas habilidades propias de los demonios, pero a cambio fue perdiendo su voluntad. Si no hubiéramos intervenido a tiempo, habría acabado convertido en un demonio.
—Déjame primero memorizar eso para la siguiente vez que intente menospreciar mi origen —repuso Demian, tomándose un momento para disfrutar aquella información—… Entonces, es probable que por medio de los “moretones” establezca una conexión con sus víctimas. Por lo tanto, tal vez sean propensos a un cambio además del aumento de sus capacidades. —Mientras decía esto, no dejaba de pensar en el repentino cambio de aquel chico, antes sombrío y anodino, ahora rebosante de una confianza que no parecía poseer antes—… Si eso es cierto, quizá ese chico esté siendo afectado por esa energía, pero hay que asegurarnos primero antes de actuar.
—Tiene que haber una forma de acercarse a él y estar en contacto directo con esos moretones —añadió Samael y Demian hizo una mueca ante la sola idea.
—Arrinconarlo en los vestidores definitivamente no es una solución —dijo Demian cuando las puertas se abrieron y comenzaron a entrar los miembros del club en turno. El tiempo se les había agotado—… Habrá que pensar en otra cosa. Alerta por lo pronto a los demás. Si lo de los moretones es un hecho, quizá no sea el único en la escuela que los tiene, y también… dile a Marianne que tenga cuidado. —Samael frunció el ceño, confundido—. El chico está en su clase. Los he visto hablar.
—…Le diré —asintió Samael para a continuación dirigirse a la salida mientras Demian entraba de vuelta al vestidor, sorprendido de lo fructuosa que había resultado aquella conversación, pero sobre todo convencido de que, si el demonio de ojos ámbar había decidido dejar su posición junto a su padre, sin duda debía estar buscando la forma de eliminarlo de forma discreta, a escondidas y a espaldas de la Legión de la Oscuridad.
…
—¡Eso es basura! —exclamó Frank al escuchar a Lucianne hablarle sobre el ultimátum de su padre—. Te dije que no hablaras con él, que solo empeorarías las cosas. ¿Ahora lo ves? Al final tendré que cambiarme de escuela tal como pensaba.
—Tenía que intentarlo y ni se te ocurra hacer alguna tontería, ¿entendido? Yo me encargaré de mi padre, solo… hay que dejar que las cosas se enfríen un poco.
—Eso significa que no podré acercarme a ti, ¿estás de acuerdo con eso?
—Pues justo ahora estás cerca de mí, ¿no? No veo a nadie tratando de impedirlo —replicó ella mientras caminaban por el pasillo antes de llegar a la intersección.
Frank tiró de ella inesperadamente hasta arrinconarla contra la pared, deteniéndose apenas a unos centímetros de su rostro con una intensa mirada fija en ella. Mirada que para su padre significaría indudablemente peligro y que a Lucianne le cortó la respiración de manera momentánea. Él solo entornó los ojos y endureció el gesto.
—…Parece que no es necesario después de todo, tú estás haciendo el trabajo muy bien.
Lucianne parpadeó unos segundos antes de darse cuenta de que había colocado inadvertidamente su bolsa por delante de ella a manera de escudo. Antes de que pudiera reaccionar, Frank ya se había apartado de ella.
—Saldré primero. Así nadie te verá acompañada de mí —finalizó él, metiendo las manos a los bolsillos y alejándose con pasos apresurados, dejando a Lucianne aturdida y desconcertada.
Consiguió por fin bajar su bolsa y expulsar el aire en una sola exhalación. Su reacción había sido automática y no podía explicarla. Quizá era la forma en que su subconsciente trataba de protegerla de alguna decepción. Y luego de aquel período en el que todas sus inhibiciones sufrieron un cambio radical sin su don, haciéndola actuar fuera de sí, tal vez deseaba llevar las cosas con más calma. Tal vez…
Vio que Mitchell iba bajando por las escaleras con total despreocupación y enseguida se apresuró a llegar al pie de las escaleras antes de que él pisara el suelo y le salió al paso de improvisto, provocándole un respingo.
—¡Uoh! Creo que has pasado demasiado tiempo con Frank; empiezas a tomar su mala costumbre de aparecerse como ninja —dijo Mitchell, exagerando su reacción—. Por cierto, ayer me llegó por error un mensaje tuyo.
—No fue un error, el mensaje era para ti.
—¿En serio? —Ahora su sorpresa era genuina y sus cejas se levantaron tanto que parecieron juntarse con la marcada línea de su pelo.
—Necesito que me ayudes a averiguar qué pasó entre Frank y el profesor Leiffson.
—Eso es fácil. Le dio un buen golpe a la mandíbula y lo expulsaron. Fin de la historia.
—Eso ya lo sé. Hablo de lo que provocó ese golpe. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué pudo hacerlo reaccionar de esa forma?
—Uhhh, te estás metiendo en terreno pantanoso. Él nunca habla de ello y enfurece cada vez que se le menciona. Será mejor que no desentierres el pasado.
—Demasiado tarde. Con el profesor Leiffson aquí y sin querer entrar a su clase, es cuestión de tiempo para que acabe dejando la escuela.
Mitchell dio un silbido y movió la cabeza con expresión pensativa hasta terminar meneándola en un ademán negativo.
—No veo en qué pueda serte de ayuda. Nunca ha hablado de ello. Dijo que lo había calificado injustamente y que simplemente se dejó llevar por el coraje, pero sus notas siempre fueron destacadas.
—Bien, pues si no lo sabes, vas a ayudarme a averiguarlo.
—¿Y cómo se supone que piensas hacer eso?
—Ven conmigo —finalizó ella, encaminándose hacia la salida lateral y obligándolo a seguirla. No bien llegaron cerca de la parada de autobús, y un carro se apeó frente a ellos, inclinándose Lucianne por la ventanilla con la mejor de sus sonrisas—. Hola, Perry. ¿Podrías llevarnos al hospital?
El oficial Perry pasó la vista de ella a Mitchell, que parecía tan confuso como él, y Lucianne sonrió para transmitirle confianza.
—No te preocupes por él, es mi compañero de equipo. Vamos a hacer una investigación —explicó ella con naturalidad, y a pesar de que técnicamente era cierto, lo hacía sonar como si se tratara de un trabajo escolar.
El joven oficial no hizo ningún comentario, se limitó a quitar el seguro de la puerta trasera y mientras Lucianne subía al asiento copiloto, Mitchell se introducía no muy convencido al de atrás.
—Eso fue… peculiar —comentó Angie tras haber presenciado aquella escena junto con Marianne y Belgina al llegar unos segundos después a la parada de autobús.
—Por decir algo —la secundó Marianne, tan intrigada como ella, y aunque Belgina no dijo nada, su gesto denotaba inquietud mientras seguía con la mirada la trayectoria del auto hasta doblar la esquina—. Aunque no tan peculiar como el que Belgina por fin decidiera unirse al equipo de gimnasia.
Belgina salió de su ensimismamiento al escuchar su nombre y volteó hacia ellas.
—Sí, dijiste que no estabas interesada.
—Yo solo… pensé que ya era hora de regresar a la práctica; podría ser útil en el futuro.
El celular de Marianne sonó antes de que pudiera decir algo y en la pantalla vio el nombre de su hermano.
—¿…Qué quieres? Te dije que te fueras a casa. Si no quieres ir caminando, toma el autobús —espetó ella para deshacerse de él.
—Papá vino por nosotros. Si me dejas de nuevo solo en esto, le diré que vaya a verte a la cafetería —advirtió Loui desde el otro lado de la línea.
—…Pequeño chantajista —farfulló Marianne.
—Llámame como quieras. Para mí es igualdad de condiciones.
Marianne dio otro bufido; no le quedaba de otra más que acceder o de lo contrario cumpliría su amenaza.
—…Voy para allá. Y será mejor que hoy duermas con un ojo abierto —finalizó Marianne, dejando caer el celular en su mochila—. Debo irme. Mi padre vino por nosotros.
Ambas chicas la despidieron mientras ella daba vuelta a la esquina, justo cuando Samael iba saliendo de la escuela.
—¿A dónde va?
…
Demian entró en la cafetería y vio a Vicky sentada en la mesa “especial” con Kristania mientras Addalynn se sentaba sola en otra.
Aunque no le daba gusto ver a Kristania ahí, hizo alarde de diplomacia y saludó a todos con un movimiento de cabeza, notando enseguida las ausencias.
—Hola, Demian. ¿Todo listo para los torneos? —Kristania procuraba sonar casual, aunque su lenguaje corporal mostraba el esfuerzo que le costaba mantenerse contenida.
—Siempre estoy preparado —replicó él, centrando su atención en su hermana—. Veré si Mankee necesita algo antes de irnos.
Apresuró el paso hacia la cocina y vio a Mankee preparando unas hamburguesas con expresión alterada, como si hubiera tomado algún tipo de bebida energizante.
—Listas las órdenes de la mesa cinco, la siete está en el horno y ahora mismo empezaré con las de la cuatro; tengo perfectamente claro las que faltan, no necesito que me las repitan —espetó él sin molestarse en voltear siquiera, a la vez que comenzaba ya a llenarse las manos de ingredientes de la alacena y hacía malabares para evitar que se le cayeran.
—Hey, tranquilo. Tómatelo con más calma, ¿quieres? —intervino Demian, alcanzando a atrapar varias papas al vuelo y desembarazándolo de la mitad de su carga—. Nadie se va a morir por esperar un poco por sus órdenes. En cambio, tú pareces a punto de estarlo.
Mankee dejó que cargara con el resto de los ingredientes y se apoyó en la mesa dando una larga exhalación. Círculos oscuros surcaban sus ojos y tenía toda la pinta de haber pasado la noche en vela.
—¿Has dormido algo? Te ves incluso más cansado que ayer.
—Si duermo quizá la vea o peor aún, tal vez me vea a mí y es lo que menos deseo —dijo Mankee sin pensarlo y Demian arrugó la frente.
—¿De qué estás hablando?
—Nada, nada. Yo… tengo aún varias órdenes que terminar —replicó Mankee, dándose cuenta de lo que había dicho, pero antes de que alcanzara a tomar las órdenes pendientes, Demian lo detuvo del hombro.
—¿Por qué no te tomas unos minutos de descanso? Yo me encargo de esto. Quizá y también vaya siendo hora de que busquemos un ayudante de cocina.
Mankee se limitó a asentir con la cabeza, tomando la oportunidad para despejarse un poco y salió de la cocina a refugiarse en la barra.
—La mesa seis se quejó de que sus porciones de papas eran menos que las de la siete. —Lilith se apareció de improvisto, dejando una bandeja a su lado en la barra y provocándole un sobresalto mientras sacaba un refresco de la nevera—. Uy, alguien está nervioso. Descuida, suelo causar ese efecto.
Él rió con una mezcla de alivio y vergüenza por su reacción. Tenía que mantener la calma, no tenía nada que temer ahí (dejando de lado toda la cuestión de ser un guerrero destinado a luchar contra demonios y eso).
—En serio, Monkey, te ves fatal. ¿Qué van a decir las clientas si además de haber perdido el servicio de un ángel encantador tienen que ver a su sexy cocinero extranjero hecho una piltrafa? Vas a espantarlas.
—…Quizá esté necesitado de unas vacaciones, solo eso.
—¡Yo también quiero vacaciones! ¿A dónde piensas ir? ¡Me apunto! —dijo Lilith, sonriendo coquetamente, y él casi se atragantó con su refresco. Apretó la lata y comenzó a balbucear con mirada esquiva. Su rostro bronceado había adquirido una tonalidad rojiza que se acumulaba especialmente en sus mejillas.
—P-Pues… si… si quieres…
—¿Podrías rellenar mi vaso? Y agregarle más hielo también —interrumpió Kristania, asentando su vaso justo frente a él con una firmeza que le hizo respingar.
—Eh… sí, sí. Claro. —El chico vaciló unos instantes antes de tomar el vaso y mostrar su sonrisa más servicial.
—Es una lástima que no tengas tiempo para sentarte con nosotros. Trabajar aquí de medio tiempo debe ser cansado, sobre todo el tener que servirle a tus propios compañeros de escuela —dijo Kristania en cuanto se quedó sola con Lilith.
—A veces. ¡Pero también puede ser divertido! Siempre y cuando no vengan las niñas obsesionadas con Samuel; pueden ser un verdadero dolor de cabeza. —Kristania sonrió condescendientemente mientras echaba un vistazo a la puerta de la cocina.
—Seguro no es el único al que vienen a ver. Digo, debe haber uno que otro chico que venga específicamente por tu servicio.
La rubia sonrió de forma pícara.
—Han venido chicos muy guapos, no voy a negar que me he deleitado la pupila trabajando aquí. Pero definitivamente nada como las groupies de Samuel y las de Demian no se quedan atrás. Parece que no rompen un plato ahí sentadas, pero son igual de tóxicas.
Con un discreto girar del cuello, miró por encima de su hombro hacia una de las mesas más cercanas a la barra. Kristania siguió su mirada hacia cuatro chicas que debían estar ya en último año, tomando café como si estuvieran tomando té en el palacio de Buckingham.
—Se las dan de muy propias, pero cuando Demian no está, se la pasan malhumoradas y no tardan nada en irse. Ni propina dejan —explicó Lilith, bajando la voz—. Creo que son de esas que, si no tienen algo para ellas, tampoco quieren que lo tenga nadie más. Ponen unas caras cuando Demian se pone a platicar con cualquier chica…
—Ya veo —replicó Kristania mientras las estudiaba disimuladamente, su mente parecía estar urdiendo algo a gran velocidad.
—Aquí tienes —dijo Mankee, regresando con su bebida y girando nuevamente hacia Lilith—. Por cierto… no creo que vaya a tener vacaciones muy pronto, pero… quizá quieras algún día de estos… ¿salir a algún lado?
Lilith lo miró genuinamente sorprendida y pudo percibir el gesto de desaprobación de Kristania mientras daba un sorbo de su refresco. Lilith se mordió el labio, sintiendo una presión sobre su pecho, y miró a Mankee con el gesto contraído.
—…Escucha, Monkey, no quise darte la impresión equivocada. Solo estaba jugando, no esperaba que te lo tomaras en serio.
—Oh… sí, claro. Entiendo —dijo Mankee con el rostro desencajado, riendo incómodamente con la mirada esquiva para que no notara su decepción—… No hay problema, igual y siempre acabo cansado después de cerrar… Creo que mis minutos de descanso han terminado. Debo volver a la cocina.
Caminó rápido hacia la puerta y Kristania sonrió a Lilith con sorna.
—¡Qué pena! ¡Imagínate saliendo con el cocinero! —comentó ella riendo con desdén y Lilith la miró con ojos como canicas. Mankee se detuvo por un breve instante ante la puerta, como si hubiera alcanzado a escucharla, hasta empujarla y entrar.
…
—Me gustaría escuchar la historia de cómo descubrieron lo que son —dijo Vicky una vez que Samael y las chicas llegaron mientras Kristania no estaba en la mesa—. Yo ya les dije sobre mí, así que lo más justo sería que ustedes hicieran lo mismo.
—Lo supimos por Marianne —dijo Belgina tras un breve intercambio visual.
—¿Así de simple? ¡Pero quiero detalles! ¿Cómo fue todo? ¿Ella cómo lo supo?
—Lo supo por mí —respondió Samael.
—¿Entonces tú fuiste el que comenzó todo?
Samael movió la cabeza suavemente a los lados, meditando la pregunta y considerando si era el momento para decirle también a ella lo que era.
—…Podría decirse.
—Hora de irnos. —Demian apareció junto a la mesa con su bolsa deportiva a cuestas.
—¡Un rato más, por favor! —suplicó Vicky, deseosa de escuchar más, pero aún cuando Demian se debatía en concedérselo dada la extensa atención que le prestaba al ángel, Addalynn demostró ser más implacable al ponerse de pie enseguida y encaminarse hacia la salida ante la decepción de la chica.
—Creo que ella ya tomó la decisión por ti.
—¡Qué injusto! —se lamentó Vicky, haciendo pucheros y levantándose de mala gana, aunque recordando algo de última hora—. ¡Oh, por cierto! Aquí está lista que nos pidieron el otro día. —Sacó una hoja de su bolsa y se la entregó a Samael con una sonrisa—. ¡Hasta mañana!
—¿Ibas a decirle a Vicky lo que eres? —preguntó Angie en cuanto se marcharon.
—No pensaba ocultárselos de todas formas —respondió Samael, encogiéndose de hombros mientras revisaba la lista—. Solo no he tenido oportunidad… aunque Addalynn ya lo sabe.
—…Oh. Ya le… dijiste —expresó Angie, sintiendo una punzada en el pecho.
—Pensé que sería mejor no mantenerlo en secreto esta vez. Aunque no parecía muy sorprendida al decírselo.
—Quizá no hay mucho que pueda sorprenderla —supuso Belgina al ver que Angie no parecía en condiciones para replicar—… O tal vez ya lo sabía de alguna forma.
Samael contrajo el ceño ante esa posibilidad. Quizá dedujo algo cuando había entrado en su mente, pero dadas las distintas habilidades que cada uno de ellos poseía, no lo consideraba algo especialmente distinto del volar objetos o manipular los elementos. Desde luego él poseía unas cuantas otras habilidades más, pero ninguna que gritara “soy un ángel”. Quizá estaba pasando algo por alto, tal vez una habilidad escondida que hasta ahora ella no había mostrado. Era bastante hermética, después de todo. ¿No había parecido por completo estoica y nada impresionada cuando se expusieron ante ellas? Tal vez tenía una habilidad especial para identificar la naturaleza de las personas tras un breve análisis y una vez que lo confirmaba no le caía de sorpresa. Sin embargo, no dejaba de inquietarle el hecho de que parecía saber cosas que ni siquiera él sabía y por alguna razón se negaba a compartirlas. Pero continuaría observándola de cerca y tarde o temprano lo descubriría.
…
Después del almuerzo, Noah condujo de vuelta a casa, pero cuando se desvió en otra calle, empezaron a preguntarse hacia dónde los estaría llevando hasta que se detuvieron frente a una casa que lucía deshabitada, y aunque parecía estar en buenas condiciones, el pasto estaba descuidado y crecido.
—¿Qué les parece? —preguntó él, señalando la casa. Marianne y Loui miraron confundidos por sus ventanillas—. He estado viendo varios lugares en la ciudad, pero este es el que más me gusta. Aún estoy en pláticas con la dueña, pero si todo sale bien como espero, estaré mudándome el fin de semana.
—¿La comprarás? —preguntó Loui, viendo la casa ahora con mayor interés.
—Rentarla por lo pronto, pero eventualmente tal vez lo haga —respondió Noah, volteando hacia el asiento trasero desde el que Marianne observaba el lugar sin gran entusiasmo—. ¿Tú qué piensas?
Lo único que ella podía pensar era que podría comprar la casa y seguramente saldría más barata que una noche en el pent-house donde actualmente se estaba alojando.
—…Es bastante grande, ¿piensas acaso pelear nuestra custodia? —replicó ella sin detenerse a pensar seriamente en sus palabras hasta que ya habían salido de su boca.
—…Jamás le haría algo así a su madre —aseguró Noah.
—Oh, no pelearías por nosotros entonces —continuó Marianne sin poder detenerse, aunque su rostro inexpresivo no denotara aquella lucha interna. Loui le lanzó una mirada de advertencia mientras su padre parecía afligido.
—¡…Me pregunto si estará embrujada! —intervino Loui para interrumpir aquel momento incómodo creado por su hermana—. Debe haber alguna razón para que esté deshabitada en una zona tan buena y céntrica. ¿Tiene alguna historia? ¿Alguien fue asesinado dentro? ¿Hallaron al asesino?
—Simplemente se fueron a otra ciudad —respondió Noah, recuperando el habla y tratando de mostrarse también más animado—. Puedo solicitar una visita antes de mudarme… Igual deseaba una casa lo suficientemente grande por si decidían algún día quedarse a dormir.
Marianne supuso que aquella era su respuesta, les dejaba a ellos la decisión de estar con él cuando quisieran. Inhaló profundamente y se reclinó en su asiento con los brazos cruzados sobre su pecho.
—…Supongo que de todas formas lo veremos cuando te ayudemos a mudarte.
Noah sonrió y puso el auto en marcha de nuevo. El lugar quedaba apenas a unas calles de su casa, así que llegaron en cuestión de minutos.
—Qué bueno que llegan; estaba a punto de llamarles si no se aparecían.
—¿Piensas salir? —preguntó Marianne al ver a su madre vestida con unos jeans y una camisa abotonada que la hacían lucir casual.
—Iré a tomar un café por ahí.
—¿Con tus nuevas amigas? —volvió a preguntar ella, imaginándosela reunida con las madres de sus propias amigas y que el tan temido club de padres se hiciera realidad.
—Tengo también derecho a distraerme, ¿no crees?
—¿Quieres que te lleve? —preguntó Noah, apoyado en su coche. Ella evitó mirarlo mientras revisaba su bolsa y metía sus llaves.
—Puedo caminar, gracias, no es muy lejos.
—Vamos. Yo te llevaré —insistió Noah, abriendo la puerta del copiloto. Enid dio un resoplido, pero finalmente caminó de mala gana hacia el auto y se subió, asegurándose de mostrar con su lenguaje corporal que no se sentía cómoda al respecto.
—Regresaré en un par de horas. No cociné porque supongo que ya comieron, pero si luego tienen hambre pidan una pizza o algo —dijo Enid, bajando la ventanilla del auto—. ¡Y a ver si ya terminan de revisar esas cajas de la mudanza antes de que las entregue a la caridad!
—Sí, mamá —dijeron ambos a coro, cerrando la puerta apenas veían el auto alejarse.
—¿A dónde vas? —preguntó Loui al verla subir enseguida las escaleras.
—¿A dónde parece? A mi habitación.
—¿Cuándo volverán a reunirse?
—¿Para qué quieres saberlo? Te he dicho miles de veces que no importa cuánto creas saber sobre nosotros, no puedes estar presente cuando nos reunimos. Puede ser demasiado peligroso para involucrarte.
—¡Pero puedo ser de ayuda!
—¡Ni siquiera puedes ayudarte a ti mismo! ¡No creas que no sé lo de esos bravucones!
Loui frunció el ceño y apretó la boca con tanta fuerza que sus mejillas enrojecieron.
—¡…Pues aunque no lo creas lo tengo controlado! ¡Y te voy a demostrar que puedo ser de utilidad! —exclamó Loui, buscando rápidamente a su alrededor algo que pudiera servirle, hasta recordar que tenía su mochila a cuestas. Con un raudo movimiento la arrojó al piso para a continuación señalarla—… ¡Recógela!
Marianne pasó la vista de él a la mochila y luego de vuelta a él a la vez que Loui volvía a señalar la mochila con mayor énfasis.
—RE-CÓ-GE-LA —repitió él, enfatizando sus palabras y mirándola con mayor intensidad, pero lo único que consiguió fue que Marianne levantara una ceja y se cruzara de brazos en señal de que no movería un dedo.
—¿Has perdido la cabeza o qué? ¡Tú la tiraste, tú la recoges! ¡Fin de la discusión! —replicó Marianne mientras Loui daba un fuerte pisotón ante su fracaso.
—¡Tal vez aún no lo tenga del todo controlado, pero ya verás, lo conseguiré y entonces no podrás negarme el derecho a formar parte del equipo! —aseguró el chiquillo con una convicción inquebrantable.
—No tengo tiempo para juegos —finalizó ella, subiendo las escaleras e ignorando la rabieta de su hermano. Samael estaba ya en su habitación, sentado en su escritorio y leyendo una hoja de papel como si estuviera haciendo tiempo a su llegada—… ¿Qué tal estuvo hoy? ¿De qué hablaron?
—No mucho con aquella chica, Kristania, presente.
—Si tan sólo abandonara el acto y volviera a su estado natural de odio infinito hacia nosotras.
—¿Por qué preferirías que te odiara?
—Simplemente sería más honesto y sabría a qué atenerme con ella —respondió ella, dejando caer su mochila en el colchón a la vez que se sentaba pesadamente sobre este—. ¿Vas a explicarme ahora lo que fuiste a hablar con Demian ayer?
—Solo… cambiamos impresiones sobre los acontecimientos recientes —dijo él, evitando entrar en detalles, sabiendo lo mucho que le molestaría enterarse del pacto—. Lo importante ahora es que hemos llegado a un consenso con respecto a un chico que va en tu clase; Dreyson creo que se llama.
—¿Qué hay con él?
—Según tengo entendido han estado hablando últimamente y creo que debes tomar tus precauciones con él.
—…Creo que no estoy entendiendo —dijo Marianne con el ceño contraído—. ¿Llegaste a un consenso… con Demian, de que YO debo tener cuidado con Dreyson solo porque hemos intercambiado algunas palabras?
—Tiene moretones —intentó explicar Samael a pesar de no entender a qué quería llegar con eso—. En la espalda. Yo lo vi, en los vestidores.
Poco a poco, Marianne pareció comprender a qué se refería. Su rostro pasó de confusión a preocupación.
—¿…Te refieres a moretones como los de los chicos del hospital?
—De eso… no estoy seguro. No pude acercarme para comprobarlo.
—Hazme un favor y no se te ocurra tocarle la espalda cuando estén en los vestidores, podría malinterpretarlo —aconsejó Marianne.
—¿De qué forma lo malinterpretaría?
—En serio, ya deberías estar más versado en el asunto. Llevas conociendo a Mitchell varios meses —dijo ella con una ceja levantada, acercándose a continuación a la ventana para meditar sobre aquella noticia. Cierto era que Dreyson había sufrido un cambio radical de la noche a la mañana, pero no percibía ningún aura de energía negativa alrededor de él (que su comportamiento podía rayar en lo perturbador era distinto), y si había sido “marcado”, quizá había visto algo. Aunque podían tratarse de simples moretones tras una caída o un golpe; alguien como él no sería ajeno al acoso escolar, pero… ¿y si no era así? Quizá estuviera bajo influencia maligna y él aún no lo sabía, como Frank en su momento. Buscaba atención después de todo y definitivamente la estaba consiguiendo; aunque tal vez no fuera enteramente cosa de él—… Estaré pendiente por si veo algo extraño.
—Espera. No querrás decir con eso que vas a vigilarlo de cerca; la razón por la que te lo dije fue precisamente lo contrario, para que te mantuvieras alejada mientras no tuviéramos alguna confirmación.
—¿O sea que no pensabas decírmelo si no fuera por eso? ¿Cuántas cosas más has estado ocultándome?
Samael no se atrevió a responder. «Solo unas cuantas. Las necesarias para poder seguir protegiéndote.»
—Se supone que no deberías tener secretos conmigo, ¡eres mi ángel!
—Técnicamente, al contrario; tú eres la que no debería mantener ningún secreto para mí. Así era cuando estaba en tu mente. Lo sabía todo y ahora tengo que esperar a que tú me lo digas.
—No intentes volteármelo. Me has estado escondiendo cosas últimamente. Si crees que haré lo que ustedes decidan sin intervenir de alguna forma, estás equivocado. Deberías saberlo ya muy bien después de intentar dejarme fuera de la lucha por los dones.
Samael suspiró. Era inútil discutir con ella y tampoco quería hacerlo. Lo único que deseaba era que entendiera lo mucho que le preocupaba.
—Solo te pido precaución, ¿de acuerdo? Promete que no harás nada impulsivo solo por intentar demostrar algo, sabes que no es necesario. Confío en tu capacidad, pero no podemos saber lo que hay detrás de esos moretones ni el efecto que ejercerán.
—Relájate. No haré nada que vaya en contra de lo que creo —aseguró Marianne, pero Samael no parecía tranquilizado por sus palabras, así que ella acabó poniendo los ojos en blanco—… Bien, de acuerdo, prometo no exponerme de forma innecesaria, ¿satisfecho?
—No del todo, pero supongo que por el momento me basta.
Marianne meneó la cabeza, considerando su preocupación excesiva y sin fundamentos. Volvió a apoyarse en el marco de la ventana para asomarse y vio entonces que Loui iba saliendo de la casa, llevando una bolsa que parecía de la basura, pero en lugar de detenerse a vaciarla en los contenedores, se siguió de largo con determinación.
—¡Hey! ¿A dónde crees que vas? ¡Mamá no dijo que podías salir a donde quisieras! —exclamó Marianne abriendo enseguida la ventana para hacerse oír desde el segundo piso.
Loui se detuvo por un instante tan solo para mirarla con expresión airada, y luego se echó a correr sin decir palabra alguna.
—¡¿Cómo se atreve?! Samael, ¿podrías ir por él y evitar que se meta en problemas? No es capaz de aceptar una negativa como una persona madura y civilizada.
—Me recuerda a alguien.
Ella le dedicó una mirada indignada mientras él sonreía para a continuación desaparecer de ahí con un destello. Marianne soltó un bufido y volvió a mirar por la ventana, pensando a su vez en Samael hablando con Demian, sobre todo que se hubieran puesto de acuerdo en algo, eso era lo que le parecía más prodigioso aún. El ángel y el demonio por fin dejando atrás sus diferencias por un objetivo en común. Y ella ni siquiera había tenido que intervenir. La idea de que pudiera acabarse la desconfianza mutua le complacía y le daba la esperanza de que un día pudieran considerarse parte del mismo equipo y colaborar juntos (oficialmente).
En esto pensaba cuando le pareció ver una sombra deslizándose por el jardín, yendo de un punto a otro con extrema rapidez. Por un momento pensó que lo habría imaginado, pero entonces volvió a ver movimiento del lado contrario por el rabillo del ojo y llegó a vislumbrar el esbozo de una figura desapareciendo en la esquina. Con la diferencia de que no era una sombra proyectada en el piso, sino que parecía tener cuerpo, aunque no alcanzó a verle forma. Desconcertada, se apartó de la ventana y retrocedió, pensando que probablemente estaría bajo ataque en cualquier momento, así que con un rápido movimiento de la mano provocó que la ventana se cerrara sola y se mantuvo en el centro de su habitación, con los dedos flexionados en caso de que necesitara su espada a la menor señal de peligro. No podía entrar en pánico. Necesitaba estar preparada, pero tras varios minutos de espera, nada ocurrió. Se preguntó si no lo habría realmente imaginado como pensó al principio, tal vez una ilusión inducida por la paranoia.
Mientras intentaba convencerse de que el peligro había pasado (o no había existido en todo caso), se llevó las manos a las sienes y empezó a masajeárselas, esperando atenuar así el dolor de cabeza que había comenzado a asaltarla.
Mientras tanto, una figura la observaba a la distancia, inclinando la cabeza a un lado de forma inquisitiva, como una novedad. No pasó mucho tiempo hasta que la figura sonrió y finalmente desapareció, mezclándose con la oscuridad.