14. TOURETTE PAVLOVIANO
Caminó con firmeza por varias calles, cargando aquella bolsa que tintineaba a cada paso con el movimiento. Había decidido tomar cartas él mismo en el asunto de su “graduación” como superhéroe en vista de que su elitista y aguafiestas hermana se negaba a incluirlo. Le demostraría que tenía las herramientas necesarias para ser tan heroico como ellos. Eso le enseñaría.
Llegó finalmente a la altura de un parque en el que ya había estado anteriormente, sólo que ahora ya no tenía miedo ni estaba huyendo de nadie, así de confiado se sentía. Continuó hasta el fondo, donde los tres chicos se encontraban reunidos en círculo con las cabezas muy juntas y examinando un botín de dulces que no le sorprendería que los hubieran robado de algún jardín de niños.
Ante el sonido de los pasos de Loui y el creciente ruido de la bolsa, uno de los chicos alzó la vista y les dio de codazos a sus compañeros al verlo acercarse. Pronto, los tres estaban de pie en poses amenazadoras, aunque él no parecía preocupado en lo más mínimo.
—¿Qué haces aquí, enano? ¿Acaso perdiste la cabeza? Sabes que no eres bienvenido —dijo el cabeza de cepillo, dando un golpe a su palma para mostrarle lo que le esperaba.
Los tres chicos tenían apenas uno que otro raspón y leves verdugones que les habían quedado de la pelea a la que los había inducido y que aparentemente no había sido suficiente para enemistarlos ya que parecían listos para atacar en conjunto a la menor provocación. Sin embargo, Loui no se mostraba intimidado; caminó con seguridad hasta detenerse justo frente a ellos y soltar la bolsa que llevaba a sus pies. Los tres chiquillos se pusieron en guardia y apretaron los puños.
—Alto ahí —ordenó Loui haciendo un gesto con la mano y los tres permanecieron en las mismas posiciones, mirándose perplejos al sentir sus cuerpos paralizarse. Mientras tanto, él se inclinó para abrir la bolsa y de esta sacó unos aparatos que lanzó hacia ellos—. Atrápenlos.
Los tres chicos atraparon los artefactos en el aire y los observaron intrigados. Parecían unas pequeñas bocinas que se acomodaban a la forma de la mano y tenían un par de botones en la base. Eran unos walkie-talkies que Loui había recibido de regalo dentro de un juego de detectives cuando cumplió 10 años y estaba obsesionado con las historietas de “El detective de las sombras”. Sacó uno para sí mismo con más botones y en cuanto los presionó para probar la frecuencia, uno a uno los walkie-talkies comenzaron a emitir un sonido de estática.
—¿Qué rayos es esto? ¿Para qué los querríamos?
—Silencio —volvió a ordenar Loui, convencido de que harían exactamente lo que les dijera, y no estaba equivocado pues los tres se quedaron en completo silencio, mirándose con creciente frustración—. Harán lo que yo les diga, aunque no les agrade. No podrán hacer nada para rechazar mis órdenes.
El trío lo observó como si hubiera perdido la razón, pero Loui siguió, sacando a continuación unos papeles de la bolsa. En las hojas venía una impresión ampliada del ser de sombra y un dibujo bastante bien hecho que representaba a un sujeto de capucha con ojos amarillos.
—A partir de ahora son mi escuadrón de búsqueda y rastreo de villanos. Patrullarán las calles por las noches y cualquier cosa extraña, cualquier aparición remotamente similar a las que se muestran en esas imágenes, me la reportarán de inmediato por medio de los walkie-talkies.
—¡Esto es ridículo! —exclamó el líder del trío tras echar un vistazo a las hojas.
—No dije que pudieran hablar. Se callan —replicó Loui, extendiendo el dedo índice para indicar silencio, imposibilitándoles de nuevo el habla—. Tomarán distintas áreas de la ciudad cada día y me reportarán a mí y solo a mí. No hablarán de esto con nadie más, ni siquiera entre ustedes. En la escuela podrán decirme e insultarme lo que quieran, pero no podrán tocarme y fuera de ella me dirán “Señor”, ¿quedó claro? —Los tres chicos lo miraron con la rabia de tres toros a punto de embestirlo, pero ni así se inmutó—. Digan “Sí, señor”.
—…Sí, señor —repitieron los tres al unísono con incredulidad, sintiéndose víctimas de algún síndrome de tourette pavloviano.
—Muy bien. Eso es todo por el momento, escuadrón. Empiezan sus rondas esta misma noche. No olviden mantener encendidos sus walkie-talkies para avisarme de sus progresos. Y recuerden, cualquier cosa extraña me la reportan enseguida. Esa es mi orden y la deben cumplir.
Guardó en la bolsa el dispositivo principal y se marchó de ahí con la seguridad de que no lo seguirían ni lo atacarían por la espalda.
—¿Qué fue eso? —Samael le salió al paso fuera de la zona del parque por el mismo camino que había tomado.
—¿Me estabas siguiendo? —preguntó Loui tras el sobresalto inicial.
—Marianne me pidió que evitara que te metieras en problemas.
—¡Claro! ¡Típico de ella creer que me la paso buscando problemas! —protestó Loui con un puchero y volviendo a marchar—. Solo jugaba con mis amigos, ¿acaso no puedo?
—Marianne dice que no son tus amigos, que te han estado molestando.
—”Marianne dice”, “Marianne me pidió”. ¿Tienes que hacer todo lo que ella te diga? Pareces su esclavo —espetó Loui mientras Samael iba caminando detrás de él.
—No puedo evitarlo; creo que ya conoces bien la razón —replicó Samael sin mostrarse ofendido ante sus señalamientos. Loui se detuvo en la esquina y se giró hacia él con expresión lastimera.
—…Yo soy su hermano, ¿no podrías también ser mi guardián?
—Las cosas no funcionan así. Estoy ligado a ella desde su nacimiento, así que tengo una predisposición a protegerla y anteponerla por encima de todo. Pero igual me preocupo y velo por el bienestar de los demás, y eso te incluye a ti.
Loui volvió a inflar las mejillas y soltó el aire en un resoplido de frustración.
—No vale. Quiero mi propio guardián que me cumpla mis deseos —repuso él con tono caprichoso mientras retomaba el paso para cruzar la calle. Samael únicamente suspiró con resignación y siguió sus pasos.
…
Sentados en el área de cardiología, Mitchell y Lucianne esperaban a la madre de Frank mientras hojeaban unas revistas, aunque a diferencia de Lucianne, los dedos de Mitchell se retorcían inquietos como si las hojas le quemaran al contacto, y sus pies hacían lo propio, agitándose con impaciencia.
—¿Sabes lo que hará Frank si llega a enterarse de esto?
—Déjame adivinar: ¿se enojará tanto que dejará la escuela, dejará de hablarnos y volverá a sus viejos hábitos?
—Quisiera. De entrada, se enojará, de eso no hay duda, pero tratándose de ti no tardará en dejártelo pasar, en cambio a mí me agarrará en el momento menos imaginado. Que no te engañe su tamaño, es tan escurridizo que hallará la forma de irrumpir a escondidas en mi habitación y llevar a cabo las peores torturas imaginables con tanta eficacia que podría extenderlas por varios días sin que nadie en casa se diera cuenta.
—Por dios, ¿por qué crees que haría algo así? ¡Son familia!
—Bueno… no me da orgullo admitirlo… pero puede que me haya portado un poquitín mal con él cuando éramos pequeños —explicó Mitchell, haciendo muecas como si le remordiera hablar de ello—. Ya sabes cómo suelen ser los niños de implacables. Era el primogénito de una familia bien acomodada: un padre doctor, una madre consentidora, una hermana que aún no se revelaba como el engendro de Satanás; en fin, lo que se podría decir la familia perfecta, así que cada vez que él y su madre llegaban a casa de visita me encantaba presumir mi estatus como si fuera un pequeño lord acostumbrado a hacer su voluntad, y eso incluía negarle algunos juguetes o prohibirle hacer ciertas cosas porque “esa era mi casa y no la suya”. Ten en cuenta que en ese entonces aún no habíamos pasado la pubertad y él era incluso de menor estatura que yo, así que se me hacía muy fácil molestarlo o tomarle el pelo.
—Pero así son los niños. Ya han crecido y supongo que madurado, debería entenderlo.
—Es que aún no he terminado —continuó Mitchell, tomando aliento para poder proseguir con el resto—. Por esa época carecía de filtro, hablaba sin discreción alguna —Lucianne pensó que no había mucha diferencia con el Mitchell actual, pero no hizo comentario alguno y lo dejó continuar—, y también me había vuelto muy curioso, así que un día pregunté por el padre de Frank ya que solo lo veía con su madre, y básicamente obtuve toda una lección sobre los tipos de familias y cómo algunas estaban formadas únicamente por uno de los padres o incluso ni siquiera eso; más blablablá sobre adopciones y hogares roto, padres no consanguíneos y cosas así, en realidad me aburría tan fácilmente que me la pasé divagando durante toda la explicación y lo único que había captado con claridad era que Frank no tenía padre y nunca lo había conocido. Así que la siguiente vez que fuimos a la escuela se me hizo muy fácil interrumpir una lección de historia sobre la inquisición para preguntarle a la maestra si a la madre de Frank la hubieran ejecutado en esos tiempos por tener un hijo bastardo.
—¡Mitchell! ¡Eso es horrible! —expresó Lucianne de forma condenatoria.
—Lo sé, pero yo no me detenía a pensar entonces si hería los sentimientos de alguien con mis palabras. El caso es que después de eso comenzaron a burlarse frecuentemente de él y se volvió cada vez más aislado y agresivo. En teoría yo debí haber hecho algo para disculparme y darle mi apoyo como familia… pero la verdad es que hubo ocasiones en que me uní a las burlas.
—Ahora mismo estoy teniendo dificultades para recordarme que eso ocurrió hace años y no abofetearte —espetó Lucianne, cruzando los brazos.
—Hey, era solamente un niño. He cambiado, ahora entiendo que lo que hice estuvo mal. Hoy soy una mejor persona.
—¿Llegaste al menos a disculparte con él después de todos esos años?
—Eh… no realmente. Supuse que eventualmente lo olvidaría o le restaría importancia como solía pasarme a mí. ¡Todo el mundo sabe que los niños son inherentemente crueles y despiadados sin proponérselo!
—No todos. Yo no me la pasé atormentando a mis compañeros de clase durante la primaria.
—Bueno, es distinto, tú eres una chica… aunque el único argumento en contra que daría a eso es mi hermana, pero supongo que una no equivale a todas.
—…Como sea. El punto es que una disculpa pudiera haber sido la diferencia y tal vez Frank no habría estado acumulando años de odio y resentimiento contra el mundo.
—¿Quieres decir que yo podría ser el responsable de su conversión en un agresivo resentido social? Wow, quizá tenga futuro en la formación de organizaciones criminales, después de todo.
Lucianne meneó la cabeza en desaprobación y justo en ese momento la puerta del consultorio se abrió, dando paso al padre de Angie.
—Gracias, doctora. Volveré puntual en un mes para la siguiente revisión.
—Cuídese —se despidió la mujer con una sonrisa y un agitar de la mano para a continuación fijarse en Lucianne y Mitchell, que ya se habían puesto de pie.
—¡Hola, tía!
—¿Mitchell? ¿Qué te trae por aquí? —Le dedicó entonces una mirada intrigada a Lucianne y luego volvió a posarla en su sobrino—. ¿Hay algún problema?
—¡No, no, no, para nada! —respondió Mitchell y Lucianne le dio un codazo bajo las costillas—. Bueno, sí, quizá un poco, pero nada grave… aún.
—¿Qué hizo Frank esta vez? —preguntó la mujer, dando un suspiro de resignación y esta vez fue Lucianne la que habló.
—No se preocupe, no ha hecho nada; esta es más bien una visita… extraoficial. Es decir que preferimos que él no se entere sobre esto.
—¿Tienes alguna relación con mi hijo?
—So-Somos amigos. Estamos en la misma clase —respondió Lucianne, intentando no sonar nerviosa, aunque sin éxito, pues la mujer la observó con suspicacia y segundos después abrió la puerta de su consultorio para dejarlos pasar.
—Bien, ¿de qué se trata? —preguntó ella, sentándose detrás de su escritorio mientras Lucianne y Mitchell se sentaban al frente.
—Verá… es por un nuevo maestro —comenzó Lucianne—. Por alguna razón, Frank se siente incómodo en su clase y… algunas veces incluso prefiere evitarla.
—Frank faltando a clases, qué sorpresa —dijo la mujer con un resoplido, como si ya estuviera acostumbrada a ello. Lucianne se mordió el labio. Quizá podría haber complicado las cosas nuevamente en su empeño por descubrir la verdad.
—En realidad va muy bien hasta ahora… el problema radica en esa clase; no soporta a ese profesor y no ha querido darnos razón de ello.
—Entonces SI hay un problema.
Lucianne suspiró, preguntándose cómo abordar el tema sin que Frank se viera además confrontado por su madre.
—…Escuche, entiendo que en los últimos años se ha labrado una “reputación”, pero le aseguro que ha cambiado. ¿No cree que el regresar a la escuela es un indicio? Creo que… son más bien las cosas del pasado las que le impiden avanzar.
La doctora se mantuvo en silencio por un momento, observándola como decidiéndose si era honesta o no. Finalmente, dio un suspiro y se reclinó hacia atrás en su asiento.
—¿Quién es este profesor?
—Se apellida Leiffson, es nuestro profesor de biología, él…
—¿Leiffson? —repitió la mujer, alargando sus facciones con sorpresa.
—Oh, ha escuchado hablar de él.
—Nunca entendí su problema con él en primer lugar. El profesor Leiffson siempre fue un hombre duro y directo, pero jamás dio notas injustas y no dejaba que su juicio personal sobre alguien influyera en su desenvolvimiento profesional.
—¿Lo conoció?
—Tomé un curso de genética con él cuando estaba en la universidad —respondió la mujer como si no fuera gran cosa—. Fue por un breve período, pero me pareció un hombre íntegro, así que cuando me enteré de lo que Frank hizo… me pareció terrible.
Lucianne únicamente asintió en silencio. Minutos después ya habían salido del consultorio y se dirigían hacia la salida del área.
—Bueno pues, te dije que no hallaríamos nada revelador. Frank puede ser muy hermético y hay cosas que se llevará a la tumba, y supongo que su rencor hacia aquel maestro será una de ellas.
—Eso es lo que crees —replicó Lucianne, que parecía más que decidida a seguir con su cruzada por la verdad—. Ahora sabemos algo más: su madre también tomó clases con el profesor Leiffson, y no sé por qué, pero presiento que eso jugó un papel importante en el origen del problema. ¿Crees que podamos hacerle una visita a tu padre?
—¿Mi padre? ¿Él qué tiene que ver en esto?
—Es su hermano, ¿no? Quizá él pueda decirnos más sobre la época en que ella tomó clases con el profesor.
—Mmmmh, tal vez, pero… él casi siempre está ocupado. No sé si tenga tiempo.
—Podemos al menos intentarlo —insistió Lucianne, a pesar de que Mitchell no parecía convencido, así que decidió tomar la iniciativa—… ¿Dónde está su oficina?
El padre de Mitchell tenía el cabello cobrizo y lacio tal como su hermana, perfectamente peinado y sin un sólo mechón fuera de lugar, lo que seguramente revelaba un uso del gel más efectivo y mesurado que el de su hijo. De pequeños ojos grises como Kristania, lucía severo con su bata de médico encima de un discreto traje de vestir que contrastaba con la desbordante mezcla de colores que Mitchell solía llevar encima. Si de algún lado había obtenido su muy particular sentido de la moda, definitivamente no era de su padre.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó el hombre con actitud flemática y de cierta forma desapegada, todo lo contrario de Mitchell que parecía estar siempre relajado y en plan bromista, aunque justo en ese instante se notaba tenso y cauteloso en presencia de su padre.
—Solo… necesitamos hacer un par de preguntas, eso es todo.
—¿Por fin te estás interesando en la medicina? No diré que no me sorprende, pero nada me complacería más que decidieras seguir mis pasos.
—…Sí, me imagino —respondió Mitchell con una risa nerviosa, así que Lucianne intentó tomar las riendas de la conversación.
—En realidad veníamos a hacerle unas preguntas acerca del profesor Leiffson… ¿Tobías Leiffson? Fue ummmh… ¿profesor de su hermana hace años? —expresó Lucianne con vacilación al darse cuenta de lo ridículo que sonaba el preguntarle por un maestro de mucho tiempo atrás y ni siquiera suyo. El hombre, por su parte, fijó su atención en ella para luego mirar de vuelta a su hijo.
—Creí advertirte que podrías regresar con la condición de que te concentraras únicamente en la escuela y evitaras distraerte buscando conquistas.
Mitchell fingió un acceso de tos y desvió la mirada hacia el techo o cualquier otro punto en el que no tuviera que mirar a su padre a los ojos.
—¡…No! ¡Se equivoca!¡Yo no soy una… una conquista! —exclamó Lucianne, sintiéndose ofendida—. Somos únicamente amigos y créame, no tengo intenciones de cambiar eso. Él no es mi tipo.
—Oh, vaya, gracias. Recuérdamelo la próxima vez que me pidas un favor —replicó Mitchell, cruzándose de brazos con indignación, y ella le lanzó una mirada para recordarle que debía apegarse al plan.
—Solo necesitamos que nos diga cualquier cosa que recuerde sobre el profesor Leiffson; es doctor también, quizá haya oído hablar de él. Se especializa en genética y dio clases tanto a su hermana como a Frank, su sobrino.
El padre de Mitchell se quedó un minuto pensativo, acariciándose la barbilla con expresión contemplativa. Finalmente se reclinó y se quitó los lentes, comenzando a limpiar los cristales con un pañuelo.
—No tengo mucho qué decir sobre él, nunca nos conocimos. Lo único que llegué a saber fue por mi hermana que tomó unas cuantas clases con él hace como dieciocho años y luego por el problema con Frank. Fue una enorme vergüenza para ella, sobre todo tratándose de alguien que respetaba y admiraba. Ni siquiera se atrevió a presentarse en la reunión con el director para tratar el asunto, así que tuvo que ir mi esposa en su lugar —explicó el hombre mientras limpiaba sus lentes con calma extrema, con un tono tan desprovisto de intención que casi sonaba robótico. Tan diferente de Mitchell.
—Y… ¿nunca supo por qué Frank tuvo problemas con él en primer lugar? —preguntó Lucianne, tanteando el terreno para ver si podía sacarle más información al respecto.
—Lo único que sé es lo mismo que les dijo a todos. Sus notas habían sido injustas —respondió el hombre, poniéndose los lentes y colocando las manos sobre el escritorio con los dedos entrelazados—. Lo cual a mi parecer habla de lo mucho que se preocupaba por la escuela en ese entonces. Un ocho no es una mala nota, pero obviamente para él no era suficiente; ya quisiera yo que mi hijo hiciera al menos el esfuerzo por obtener una nota así en vez de conformarse con seis.
—¡Ups, miren nada más la hora que es! ¡Y nosotros aún sin almorzar! Hora de irnos —dijo Mitchell, poniéndose de pie mientras fingía mirar un reloj inexistente en su muñeca.
—No tienes que tomar esa actitud conmigo, muchacho. Si no estudias como debes, no podrás continuar con la profesión familiar.
—¡Gracias por prestarnos un poco de tu tiempo, pá! ¡Nos vemos en la noche si es que no ocurre un brote de cólera en algún restaurante que te mantenga ocupado!
Lucianne no tuvo más remedio que seguirlo y se limitó a hacer un leve asentimiento de gratitud en dirección al hombre, que tan sólo meneaba la cabeza con desaprobación al ver a su hijo escabullirse ante la sola mención de sus responsabilidades.
—Te advertí que sería inútil. Ahora nos quedamos exactamente igual que al principio. ¿Podemos, por favor, ahora sí marcharnos de aquí? Creo que mi colonia empieza a adoptar el olor a desinfectante —pidió Mitchell, ansioso por salir de ahí o al menos alejarse de su padre.
—No realmente —respondió Lucianne pensativa, alentando sus pasos a pesar de que él procuraba adelantarse—. Según la historia oficial, el problema de Frank con el profesor Leiffson fue por una nota “injusta”. ¿De verdad crees que Frank haría tanto alboroto por un ocho?
—…No especialmente —admitió Mitchell—. Sus notas siempre son buenas, pero tampoco se esfuerza mucho en obtenerlas. Si tuviera alguna por debajo de lo usual no creo que le preocuparía mucho.
—Exacto, eso quiere decir que les mintió a todos acerca de sus razones y el profesor Leiffson tampoco se molestó en desmentirlo.
—Lo cual significa —Mitchell levantó el índice de modo detectivesco—, que probablemente el profesor tampoco deseaba que la verdadera razón saliera a la luz.
—Quizá ni siquiera fue Frank quien inició el conflicto después de todo —agregó ella, esperanzada de poder resolver el misterio.
—¿Te refieres a… que en realidad haya reaccionado como un mecanismo de defensa? —inquirió Mitchell, abriendo más los ojos con una idea no muy agradable en la cabeza.
—¿Por qué pones esa cara? ¿En qué estás pensando?
—Dime una cosa, ¿este maestro ha mostrado algún tipo de interés fuera de lo normal por algún estudiante de tu clase? Digamos… algún chico atractivo a quien suela hacerle demasiadas preguntas o le dé por tocarlo en el hombro o el brazo tanto si responde bien o mal y de vez en cuando le pida que se quede después de clases para “discutir” sus notas.
—¡Por dios, Mitchell! ¿Qué se te ha metido a la cabeza ahora?
—¡Bueno, no sería tan descabellado! Piénsalo bien, quizá el problema radicó en que el profesor le prestó más atención de la que debía —teorizó él, levantando las cejas para darle otra connotación a sus palabras. Lucianne sintió un escalofrío. Ciertamente consideraba la reacción de Frank demasiado radical para una simple nota, ¿pero eso? Ni siquiera le parecía que el maestro le prestara atención individual a nadie. Era frío, distante y totalmente centrado en dar su clase. Pero eso no significaba que siempre hubiera sido así.
—…He tenido suficiente por hoy. Salgamos de aquí —finalizó Lucianne, ansiosa por marcharse y ante la idea que le había plantado Mitchell en la cabeza.
—¡Por fin! —dijo él, levantando los brazos en señal de alivio y abriendo la puerta.
A varios metros de ahí, Frank se detenía frente al ascensor para observarlos confundido mientras se dirigían a la salida sin notar su presencia.
…
Desde el momento en que llegó a su salón, Marianne observó cautelosamente a Dreyson, sentado junto a ella tal y como había estado haciendo desde el lunes, pensando en la advertencia de Samael y preguntándose si habría alguna forma de comprobar la naturaleza de los supuestos moretones en su espalda. Necesitaba la menor oportunidad de estar a solas con sus amigas para poder advertirles que también estuvieran atentas a él. Pero en cuanto sonó la campana, Kristania se apareció a un lado de sus asientos con una sonrisa corrosiva.
—Saben que hoy es día de novatos, ¿verdad?
—¡Sí, será fantástico! ¡Tendremos nuestros pequeños saltamontes para guiar y darles el ejemplo! —dijo Lilith entusiasmada.
—Deberíamos llegar antes si de verdad queremos poner el ejemplo —continuó Kristania, mirando hacia la puerta y luego de vuelta a ellas—… Las reto a una carrera.
Con un brillo competitivo en sus ojos, se echó a correr y cruzó la puerta sin esperar a nadie. Animada por el reto, Lilith se puso de pie.
—¿…Qué crees que haces? —preguntó Marianne, terminando de guardar sus libros.
—¡Ya la oíste! ¡Es un reto, debemos alcanzarla! ¡Hay que poner el ejemplo con las nuevas integrantes! —dijo Lilith, metiendo todas sus cosas de sopetón en su mochila y corriendo también fuera de ahí.
—¡Aguarda! —gritó Marianne, tratando de cerrar su mochila lo más rápido posible y saliendo detrás de ella, solo para encontrarse con que Dreyson estaba en la puerta.
—Creo que nos dirigimos al mismo club —dijo él, apartando la espalda de la pared y enderezándose en cuanto la veía salir.
—…No era necesario esperarme. El auditorio está junto al gimnasio —espetó Marianne y la puerta volvió a abrirse, saliendo ahora Addalynn. Ella miró de reojo a ambos y caminó en medio de los dos sin hacer ningún comentario.
—Solo quería acompañarte —replicó Dreyson lo suficientemente alto como para que lo escucharan.
Marianne frunció el ceño mientras Addalynn daba la vuelta al corredor y retomó el paso con Dreyson pisándole los talones, aunque a él tan solo le bastaba alargar sus pasos para ponerse a la par de ella.
—Si lo que intentas es de alguna manera usarme para provocar los celos de Addalynn, te advierto que no va a funcionar —espetó Marianne tajantemente y Dreyson la miró en silencio, hasta que sonrió como si hubiera dado en el clavo.
—No tienes forma de saberlo.
—Aun así. No creas que funcionará solo por tu linda cara. Hace falta más que un drástico cambio de imagen, ¿sabes?
—¿Tengo linda cara? —replicó él con diversión. Claramente no parecía estar tomando en serio sus palabras, así que Marianne le dedicó una mirada irritada y decidió concentrarse en su camino—. Noté que me observabas durante clases.
—¿…Y eso qué? —inquirió ella, recordándose ser más discreta la próxima vez.
—Que en ese caso debo estar haciendo algo bien y tu argumento es inválido —concluyó él, y aunque Marianne rechinó los dientes, se guardó la verdadera razón, y por mucho que le disgustaba, dejó que se quedara con aquella idea.
—¿Has visto algo extraño últimamente? He escuchado que algunos chicos han… presenciado misteriosas apariciones por la ciudad —Marianne cambió de tema, tratando de sacarle información a su manera.
—¿Qué tipo de misteriosas apariciones?
—Algo como… en la fiesta donde algunos chicos acabaron en el hospital. Escuché que hay quienes afirman haber visto a un tipo raro por ahí buscando víctimas a quienes ummmh… asaltar.
—No he escuchado nada así —replicó Dreyson, encogiéndose de hombros.
—Bueno, que no lo hayas oído no significa que no haya pasado; pero puedes tomar precauciones a partir de ahora —continuó Marianne mientras trataba de pensar rápidamente en otra forma de abordar el tema. Dreyson, por su parte, volteó subrepticiamente hacia ella como si estuviera analizándola.
—¿Te preocupas por mí?
—¡…No! ¡Solo digo…! —saltó Marianne, esperando que no la malinterpretara, pero no hallaba de qué manera justificarse sin levantar sospechas, y de todas formas Dreyson ya se mostraba nuevamente más que satisfecho consigo mismo. Por un momento consideró echarse a correr hacia el auditorio y dejarlo atrás.
—…Puede que sí haya visto algo extraño la semana pasada —comentó Dreyson y aunque Marianne esperó con disimulado interés a que continuara, él no dijo nada más.
—¿…Entonces? ¿Qué fue lo que viste? —preguntó para animarlo a decir algo más, pero él no parecía dispuesto a seguir hablando… al menos no tan fácilmente, y la sonrisa que esbozó a continuación lo demostró.
—No me has dado razones para decírtelo; quizá lo haga más adelante cuando tenga algún motivo —respondió como si se tratara de un juego, lo que la sacaba de quicio, pero tampoco estaba dispuesta a seguirle la corriente; su paciencia tenía un límite.
—¡Pues como quieras! No es como que te estuviera obligando o algo así. Solo intentaba alertarte de los peligros que rondan por la ciudad —finalizó ella, empujando la puerta del auditorio para poder acceder antes que él.
El rostro de Demian se contrajo cuando vio a Dreyson atravesando la puerta. Buscó a Marianne con la mirada para asegurarse de que hubiera sido advertida y ella se limitó a hacer un leve asentimiento con la cabeza para confirmárselo mientras atravesaba el auditorio para reunirse con las chicas.
—Así que por eso tardaste en llegar: estabas… ocupada —comentó Kristania con una sonrisa que iba más allá de la simple picardía que sus amigas a veces le dirigían.
—Apenas fueron como cinco minutos —le espetó Marianne, esforzándose por no enzarzarse en una discusión con ella a pesar de desagradarle su tono.
—¡Bueno, en cinco minutos podrían pasar muchas cosas! —dijo Lilith, secundando la idea de Kristania, y Marianne le dedicó una mirada incrédula, sintiéndose traicionada.
—Eso es lo que se tarda en llegar aquí como una persona normal y no como un caballo desbocado —replicó ella, mirando a su amiga con reproche.
—¡Era una broma! ¡No te lo tomes tan en serio! —dijo Kristania, riendo como si se esperara aquella reacción de ella. Marianne se mordió el interior de la boca y vio que Lilith hacía un mohín ante su respuesta.
—…Tenemos que hablar. ¿Dónde está Lucianne?
—No ha llegado. Pensé que sería más puntual —justo cuando Lilith decía esto, la puerta volvió a abrirse y Frank entró con expresión seria mientras Lucianne llegaba justo detrás de él. Parecía agitada, intentando hablarle, pero sin atreverse en presencia de los demás y optando por reunirse con las chicas—. Parece molesto.
—No sé lo que le pasa ahora, no me quiere hablar.
—Quizá haya escuchado que ayer no te fuiste precisamente sola a casa —intervino Kristania con aquella actitud de inocente por fuera, pero realmente diabólica por dentro.
Lucianne frunció el ceño en confusión, sin embargo, no le dio tiempo de cuestionarla pues el entrenador convocó a todos al centro de la cancha.
Con el primer partido oficial de las chicas en apenas un día, necesitaría concentrarse en ellas, de modo que pidió a los chicos que se encargaran de los nuevos, y dado que la mayoría del equipo seguía resentida con Demian, decidieron colectivamente dejarle la responsabilidad a él, así que minutos después estaba delante del grupo, maldiciendo su suerte mientras los nuevos integrantes lo observaban, entre ellos Frank con los brazos cruzados y malhumorado.
—…Bien, lo primero que deberán aprender son las posiciones básicas y técnicas de calentamiento. Con eso será suficiente por hoy.
—¿Suficiente por hoy? Yo lo que quiero es meter la pelota por el aro, de eso se trata el juego, ¿no? —interrumpió Frank con actitud desafiante.
—Es más que eso. Primero debes aprender las reglas si quieres que tu tiro valga y no cometer una falta.
—Pero básicamente es eso: meter la pelota en el aro. Quiero primero aprender a hacer eso y ya luego me preocupo por las reglas, no quiero perder el tiempo con ejercicios para tontos —replicó Frank, ansioso por un enfrentamiento, mientras los demás chicos permanecían en silencio y Dreyson solo observaba sin intervenir.
—Muy bien. Si crees que es tan fácil, perfecto —contestó Demian, perdiendo la paciencia y tomando una pelota de la caja para a continuación lanzársela—. Vamos, haz la prueba.
—Con todo gusto —respondió Frank, aceptando el reto como era de esperarse. Le arrebató la pelota y caminó al frente de todos. Flexionó las rodillas sin despegar la vista de la canasta y lanzó la pelota con un salto. Chocó con potencia contra el tablero y entró en la canasta, provocando enseguida los aullidos de triunfo de Frank, aplaudiendo y dando brazadas mientras Demian permanecía impasible a un lado—. ¡¿Qué tal?!
—Nada mal. Sin embargo, el tiro es inválido, el equipo no obtiene ningún punto y además le has regalado la pelota al equipo contrario. Un esfuerzo valioso, pero inútil.
—¡¿De qué rayos hablas?! ¡El balón pasó por el aro, es claramente una anotación! —reclamó Frank.
—No driblaste el balón y no puedes sostenerlo por más de 5 segundos o estarías cometiendo una falta. Es por ESO por lo que necesitas conocer las reglas básicas primero.
Frank parecía a punto de hacer una de sus escenas, pero Lucianne lo observaba desde el otro lado de la cancha (varios en realidad, pero los demás no le importaban), de modo que se contuvo.
—…Pero aun así he encestado. Cuando conozca las reglas no será tan diferente —aseguró él, cruzándose de brazos en una pose digna mientras Demian únicamente meneaba la cabeza, aguantándose las ganas de replicarle.
—¿Qué pasa ahí? ¿Ya están practicando tiros? Ni siquiera he visto que empiecen por los movimientos básicos —exclamó el entrenador desde el lado de las chicas.
Demian recogió la pelota y regresó con el grupo de chicos nuevos mientras la botaba.
—¿Alguien más quiere exhibir sus habilidades antes de tiempo? —El grupo permaneció en silencio y ni siquiera Dreyson pareció interesado en hacerlo; se limitaba a observar sus movimientos con atención—. Bien. Entonces empecemos de nuevo con las reglas básicas.
…
Addalynn entró a los vestidores mucho después de que la práctica había terminado y no le sorprendió hallarlos vacíos. Nada mejor que tener el lugar para ella sola. Se dirigió a las regaderas para darse un baño, y como era su costumbre permaneció varios minutos bajo el chorro de agua sin moverse y con los ojos cerrados, simplemente dejando que este cayera sobre ella, como si el sonido y la sensación la relajaran. Era difícil conseguirlo con el lugar lleno de chicas platicando de tonterías y que inevitablemente acabarían tomando atención de sus singulares costumbres. Y sin duda alguna harían de ella otro tema de conversación. Chicas huecas que no tenían una sola idea del peligro en el que se encontraban. El peligro que su mera existencia como Angel Warriors conllevaba para todos.
Abrió los ojos finalmente y cerró la llave de la regadera. Había tenido suficiente. Se cubrió con la toalla y caminó a lo largo de las hileras de casilleros hasta detenerse frente al primero de la fila derecha. El candado estaba forzado. Lo abrió y miró en su interior sin inmutarse hasta introducir sus manos y sacar el montículo que previamente había sido su ropa.
Tomó la prenda que estaba encima del montón y la extendió. Fue prácticamente como plegar una pieza de kirigami hecha con su propio saco. Había sido tijereteado varias veces de modo que tenía orificios a lo largo de la espalda y varias rasgaduras en las mangas. Ella, sin embargó, lo contempló impávida, como si no le sorprendiera en absoluto. Ni se molestó en revisar el resto del uniforme pues sabía que lo encontraría en el mismo estado.
Puso el montículo de ropa de vuelta en el casillero, se sentó en el banco junto con el bolso que llevaba siempre consigo y sacó su celular. Volvió a ponerse de pie y dejó la toalla para ponerse nuevamente el bañador. Salió de los vestidores, pensando tener la piscina para ella sola, pero descubrió que Samael estaba ahí, ya vestido y sentado en las gradas.
—Sigues aquí.
—El entrenador habló conmigo cuando todos se fueron. Quería esperarte también, pero tenía cosas que hacer, tuvo que marcharse —explicó Samael mientras ella se dirigía a la orilla de la piscina, dejaba su bolso y la toalla a un lado y se lanzaba al agua con un clavado limpio—. Dijo sentirse sorprendido por nuestro potencial en tan poco tiempo y que le gustaría trabajar con nosotros horas extra para las interestatales.
Addalynn se limitaba a dar suaves brazadas, atravesando la piscina como si no estuviera prestando atención, así que Samael abandonó las gradas y se acercó a la orilla, siguiéndola a lo largo de su trayectoria para asegurarse de que lo escuchara.
—Dijo que podríamos representar al equipo si nos lo proponemos. Primero, claro, tendríamos que competir por nuestro lugar, pero él tiene confianza en que lo lograremos, por eso quiere reunirse con nosotros aquí mismo después de clases —continuó Samael, caminando por la orilla de ida y vuelta al mismo tiempo que ella llegaba al extremo y tomaba impulso para nadar de regreso. Ante su silencio, él no dijo nada más hasta que ella volvió al punto de partida y colocó los brazos sobre la orilla, sin salir del agua.
—¿Y es por eso por lo que decidiste esperar que saliera?
—Bueno… eso y una alerta que intentamos hacer llegar a todos, para estar atentos a un chico que va en su clase, se llama Dreyson. No hemos podido comprobar nada aún, pero tiene unas marcas particulares que lo estarían vinculando con algún demonio y podría tenerlo bajo su control de esa forma. Según me han informado, él parecía tener un especial interés en ti, quizá deberías tomar precauciones a partir de ahora.
—¿Según te han informado? —repitió Addalynn, arqueando una ceja.
—Marianne me dijo —respondió Samael y ella dio un breve resoplido exasperado. Volvió a sumergirse en el agua y segundos después surgió con un impulso, quedándose sentada en la orilla mientras se pasaba su largo cabello mojado al frente y comenzaba el delicado proceso de exprimirlo.
—Lo tomaré en cuenta —fue lo único que dijo mientras se concentraba en su cabello.
—Y… con respecto a la propuesta del entrenador… —El celular de Addalynn sonó y ella lo sacó de su bolsa con gran rapidez, echándole un vistazo y guardándolo de nuevo para continuar exprimiendo las últimas gotas de agua de su cabello.
—¿Eso significa pasar más tiempo aquí sin tener que compartir la piscina con nadie más aparte de ti? Puedo hacer excepciones —dijo ella para finalizar así la conversación y dedicándole una última mirada—. ¿Eso es todo o algún otro tema que desees discutir?
Samael únicamente negó con la cabeza, comprendiendo que era hora de irse, y mientras Addalynn procedía a ponerse de pie y utilizar ahora la toalla para terminar de secarse el cabello, él se dirigió hacia la salida. Ahí casi choca con Vicky, que iba acompañada de Angie y cargaba con una bolsa alargada.
—¡Samuel! ¡No pensé encontrarte aquí! ¿Apenas te vas? —expresó Vicky, entusiasmada y a la vez sorprendida. A su lado, Angie lucía desconcertada, intentando mirar hacia el interior del domo como si ahí fuera a encontrar respuestas.
—Sí, ya me iba —respondió él, sonriéndoles a ambas mientras les detenía la puerta para que pasaran—. ¿Vienen a ver a Addalynn?
—¡Sí! Ella… me pidió que le trajera algo y Angie estaba disponible para acompañarme, así que… —explicó Vicky, haciendo un ademán para señalar la bolsa que cargaba cuidadosamente entre sus brazos.
—Está en la piscina; parece gustarle mucho el agua —dijo Samael con un asentimiento.
—¡Curioso, ¿no?! Pudiendo controlar la electricidad y eso —Vicky intentó prolongar la conversación, aunque Angie supo que ya se había acabado en cuanto él volvió a esbozar una de sus sonrisas de despedida.
—Nos vemos más tarde.
Esperó a que entraran al domo para marcharse, tras lo cual Vicky intercambió una mirada extrañada con Angie, aunque ella parecía más desanimada que nada. Se adentraron en el domo de natación y vieron la figura estilizada de Addalynn a la distancia, de pie con la toalla sobre su espalda como si esperara por ellas.
—Aquí tienes; por suerte llevamos siempre los uniformes de repuesto en la cajuela del auto. ¿Dices que la tela se atoró en el casillero y se rasgó al intentar sacarla?
—Eso fue lo que pasó —respondió Addalynn, tomando la bolsa y dirigiéndose a los vestidores sin decir nada más.
—…Qué raro —agregó Vicky—. Con lo meticulosa que es, no la concibo tirando de su uniforme tan fuerte como para terminar desgarrándolo.
Angie se limitó a encogerse de hombros; en lo único que pensaba era en que Samael parecía pasar demasiado tiempo a solas con Addalynn; era como si algo de aquel halo de misterio que la envolvía lo atrajera también a él, y era consciente de que no había forma de competir contra algo así.
…
A minutos de iniciar su segundo partido (el primero de manera oficial), las chicas permanecían en la banca, moviendo los pies con impaciencia y mordiéndose las uñas de los nervios. El par de prácticas previas con las nuevas integrantes habían resultado un éxito, no solo porque estas demostraban un interés mayor que el de Kristania y sus compinches, sino porque Lucianne había mostrado tener conocimientos más allá de los principios básicos, y sobre todo agilidad con la pelota, así que el entrenador la consideraba el arma secreta del equipo.
—Tú tranquila, te tenemos cubierta; solo ocúpate de inundarlas con canastas y nosotras nos encargamos del resto. Contamos contigo —dijo Lilith dándole unas palmadas. Lucianne le dedicó una mirada más nerviosa aún ante el peso que ponía sobre sus hombros.
—No la presiones, Lilith. Suficiente tiene con que el entrenador tenga puestas todas sus esperanzas en ella —replicó Marianne, observando la banca del frente, donde sus contrincantes hacían calentamiento—. Apenas lleva un par de días en el equipo, si perdemos no será responsabilidad suya.
—¿…Me disculpan? Creo que necesito… salir un momento —dijo Lucianne caminando apresurada hacia la salida, sintiéndose abrumada.
Frank se levantó de pronto en las gradas e intentó abrirse paso hacia la puerta para alcanzar a Lucianne.
Ella estaba lívida, temiendo no estar a la altura de sus expectativas y decepcionarlos.
—¡Ah, qué bien! Aún no ha comenzado el partido —dijo Mitchell, provocándole un sobresalto al aparecerse de improvisto junto a ella y asomarse hacia el auditorio—. ¿O es que ya terminó y fue masacre rápida e indolora?
—Todavía no empieza; solo salí por un poco de aire —respondió Lucianne, tomando aliento profundamente para después expulsarlo.
—Nervios, ¿eh? Descuida, se te pasará una vez en el juego. Quizá esto te ayude a olvidar el pánico por un momento. Tengo noticias; información fresca sobre el asunto en el que me has involucrado a fuerzas.
Lucianne de inmediato se apartó de la pared y se enderezó; si algo podía hacerle olvidar por un momento su preocupación por el partido, era algo que le parecía más importante aún, el descubrir qué había pasado entre Frank y el profesor Leiffson.
—¿Qué averiguaste?
—Resulta que a pesar de que mi madre nunca ejerció su carrera y se convirtió en ama de casa al nacer yo, estudió con la tía Iris. Eran amigas desde muy jóvenes, así que le pregunté si había tomado clases con el profesor Leiffson también.
Lucianne esperó con impaciencia a que continuara hablando, pero él se había quedado callado como si intentara crear expectativa alrededor de su revelación.
—¿…Y? ¿Ella qué respondió?
—Ésa es la cuestión, que no respondió nada, pero su reacción por otro lado…
—¿Por qué? ¿Qué fue lo que hizo? —volvió a inquirir Lucianne, deseosa de que se dejara ya de tantas pausas dramáticas.
—Primero se puso pálida; paseó la vista por la habitación como si estuviera buscando alguna salida y luego simplemente dijo “Hay cosas que es mejor no recordar”. Creo que sabe algo, pero prefiere no hablarlo, quizá porque no le corresponde.
—…Esto es cada vez más intrigante —comentó Lucianne mientras intentaba mentalmente armar aquel rompecabezas. En ese instante la puerta volvió a abrirse y se asomó Frank, que enseguida frunció el ceño al verlos ahí de pie, en pose cómplice.
—¿…Puedo saber qué rayos ocurre aquí?
—Nada, nada. Acabo de llegar —respondió Mitchell a la defensiva y dando de inmediato unos pasos atrás para apartarse de Lucianne.
—Solo salí a tomar un poco de aire —repitió Lucianne, tratando de mantener la vista fija en él para que así no sospechara que ocultaban algo.
Sin embargo, no se podía timar a un timador, y para Frank era claro que algo estaba ocurriendo, sobre todo después de verlos salir juntos del hospital, pero se mantuvo en silencio y se limitó a dedicarles una mirada recelosa, regresando al interior del auditorio.
—…Los dejo solos entonces; perdón por interrumpir. Olvidé que no debo acercarme a ti fuera del horario de clase —espetó Frank antes de cerrar nuevamente la puerta.
Lucianne dio un suspiro, sintiéndose mentalmente agotada.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡El partido ya va a comenzar! ¡Te necesitamos en la cancha! —Lilith se apareció para arrastrarla de vuelta con el equipo mientras ella veía a Frank llegar a su asiento y dejarse caer en él con expresión malhumorada.
Si supiera lo que en realidad estaban investigando a sus espaldas quizá se enfadaría más, pero no podían detenerse ahora que estaban avanzando.
—Hey, hombretón. No estés enfadado; no intento comerte el mandado o algo así —dijo Mitchell, sentándose a un lado de Frank y dándole una palmada en la espalda. Este le dedicó una de sus miradas mortales que le obligó a apartar la mano como si temiera que fuera a arrancársela de un mordisco.
—¿Qué hablabas con ella ahí afuera? —exigió saber, y los demás voltearon enseguida.
—Ah… yo… como dije, apenas había llegado. Únicamente la saludé —respondió Mitchell, pasando nervioso la mirada entre los demás, incluyendo Belgina.
—Eso es basura y lo sabes —replicó Frank, importándole poco si los demás lo escuchaban—. Algo se traen ustedes dos entre manos y créeme que cuando lo sepa vas a desear no tener trasero que yo pueda patear.
Dicho esto, se puso de pie y se alejó al otro extremo mientras Mitchell permanecía en el suyo con una sonrisa forzada para hacerles creer a los demás que solo bromeaban. Por fortuna para él, el sonido del silbato desvió su atención en cuanto inició el partido.
El entrenador había conservado la misma alineación al iniciar el juego, con la excepción de Lucianne en lugar de Kristania, quien por su parte parecía más que aliviada de poder permanecer en la banca y no tener que mover un dedo en la cancha.
Los primeros minutos transcurrieron con errores y tropiezos, pero en cuanto fueron dejando los nervios de lado, comenzaron a mostrar mayor precisión en sus jugadas y firmeza en sus movimientos, sobre todo con la inyección de confianza que les había brindado la presencia de Lucianne en el equipo. Con sus conocimientos del juego lograron girar la balanza a su favor, y aunque no fuera un dominio total del partido, habían conseguido bloquear un par de canastas seguras y robar el balón un par de veces más.
—¿Cómo van? ¿Me he perdido de mucho? —Mankee apareció de pronto detrás de los chicos con una gorra que casi le cubría el rostro y un gabán que lo hacía parecer uno de esos investigadores privados antiguos que intentan pasar desapercibidos, pero que terminan llamando más la atención con su vestimenta.
—¿Qué haces aquí? Solo alumnos pueden estar presentes —dijo Demian, sorprendido de verlo ahí.
—Me metí por una de las bardas traseras. Frank me enseñó el sitio durante la fiesta de graduación —explicó Mankee, observando el partido—. Lilith dijo que jugarían hoy, y pensé venir a verlas una vez cerrada la cafetería.
—No tenía idea de que te interesara el básquetbol.
—Oh, ni siquiera sé de qué se trata el juego. Solo pensé venir y echarle un vistazo.
—¿Y lo hiciste únicamente para ver a Lilith? Awwwww —intervino Mitchell, dejándose caer en el asiento contiguo a ellos.
—¡No lo hice por…! Ni siquiera le digan que estuve aquí, ¿de acuerdo? Vengo de incógnito —replicó él, ajustándose la gorra y el gabán
—Pues lo que llevas puesto no ayuda —aseguró Demian, arqueando las cejas.
—Pero ¿qué dices? Así se viste ese detective de las revistas que hay en el calabozo cada vez que va en una misión secreta.
Tanto Demian como Mitchell menearon la cabeza de forma negativa.
—Es un personaje de cómic; ese es su traje distintivo —aclaró Demian.
—Si querías pasar desapercibido, debiste escoger algo que no llamara la atención. Piensa en lo opuesto a mí. Siempre visto para atraer miradas —dijo Mitchell, portando con orgullo su conjunto del día, compuesto por unos pantalones capri y una colorida camiseta a rayas que iniciaban con colores cálidos y hacia abajo se torcían perdiendo el color, y encima un chaleco de un vivo color morado—. Hubieras vestido como siempre y nadie te habría notado.
Mankee echó un vistazo a su alrededor para ver si llamaba mucho la atención. Terminó el primer cuarto del partido y las chicas regresaban a sus respectivas bancas cuando Lilith levantó la vista hacia las gradas y lo primero que notó fue al sujeto del gabán y la gorra entre Mitchell y Demian. Estrechó los ojos y se hizo visor con las manos como si así fuera a distinguirlo mejor y Mankee se arrojó enseguida entre los asientos para ocultarse.
—¡Meelban, meelban! —exclamó él de forma recriminatoria—. ¿Me vio? ¿Sigue mirando hacia aquí?
—Para no haber venido a ver que Lilith juegue, pareces muy preocupado de que ella pueda verte a ti —comentó Mitchell, levantando una ceja y sonriendo.
—…Solo díganme cuando deje de mirar hacia aquí, ¿de acuerdo?
—Pronto comenzarán el segundo cuarto. Puedo explicarte de qué trata el juego, así al menos podrás saber lo que está pasando y tendrás una excusa más plausible para haber venido a verlo —dijo Demian, reprimiendo una sonrisa que intentaba aflorar en su rostro.
—No necesito una excusa. Simplemente no ser visto —refunfuñó Mankee, sin moverse de aquel estrecho espacio horizontal.
—Un poco tarde para ello, pero mantente firme, siempre puedes negarlo después. Aprende del maestro —dijo Mitchell, dando unas palmadas en la espalda de Demian.
—¿Qué insinúas con eso?
—Nada, nada; solo intentaba sacudirte una pelusa de la espalda —espetó Mitchell, haciéndolo parecer como si estuviera sacudiéndole algo y él le apartó el brazo.
—…Creo que será mejor que me vaya. No fue buena idea venir —dijo finalmente Mankee, dando una exhalación resignada desde su apretado escondite.
—¡No te des por vencido tan pronto! Hasta los inmigrantes ilegales como tú tienen derecho a sentirse atraídos por alguien. Si los demonios pueden… —intervino Mitchell, volviendo a dar de palmadas ahora sobre el hombro de Demian y él le dirigió otra mirada de hastío.
—…En serio, a veces me pregunto por qué te dejo con vida.
—Porque por dentro me amas, aunque no lo quieras admitir —replicó Mitchell en actitud juguetona.
Mankee dio un suspiro y se incorporó, volviendo la vista hacia la cancha. El segundo cuarto había comenzado y las chicas estaban inmersas nuevamente en el partido.
—…No estuve aquí, ¿de acuerdo? —Y sin decir nada más, bajó de las gradas, sorteando pies y estudiantes hasta que, a punto de llegar a la puerta, sintió que alguien lo detenía del brazo, provocándole un sobresalto antes de descubrir que se trataba de Samael—… ¿Por qué tienes que hacer eso? Casi me da un infarto.
—Noté que entraste y necesitaba hablar contigo sobre un asunto delicado.
—Al parecer todo mundo notó mi presencia, gracias por el recordatorio —replicó Mankee con un resoplido y quitándose la gorra.
—¿Ves a ese chico al frente de las gradas, el que está inclinado hacia delante y pendiente del partido? —preguntó Samael, señalando hacia Dreyson, sentado en una de las esquinas.
—¿El de aspecto y estatura intimidantes? ¿Me vas a preguntar si lo conozco? Porque nunca antes lo he visto.
—No. Necesito que hagas algo. Es muy importante. ¿Recuerdas a los chicos con moretones en el hospital? —En cuanto Samael dijo esto, la tensión se apoderó del cuerpo de Mankee al recordar aquella terrible sensación de ser devorado por dentro.
—…Oh, no. No, no, no. NO —espetó Mankee, volteando de nuevo hacia la puerta.
—No es algo seguro, solo una sospecha. Podría resultar que los moretones ni siquiera sean del mismo tipo. Si conseguimos que te acerques lo suficiente como para entrar en contacto con él…
—¡Ya dije que no! Dije que no iba a volver a hacerlo. Respeta mi decisión —finalizó Mankee, luchando por abrir la puerta hasta conseguirlo—. Buenas noches.
—Mankee…
—¡Buenas noches dije!
Mankee consiguió por fin salir de ahí, ignorando los intentos de convencimiento por parte del ángel, así que este decidió regresar al ver que había fracasado y notó varios ojos mirando en su dirección, incluyendo Dreyson, que había desviado su atención del partido para observarlo con curiosidad. Samael intentó mostrarse despreocupado y se limitó a regresar a las gradas como si no hubiera pasado nada.
…
Mankee atravesó el terreno de la escuela a oscuras, atento a su alrededor como si temiera que algo fuera a saltarle encima a la menor distracción, hasta llegar a la barda trasera. Saltó ayudado de un árbol torcido y cruzó hacia la cafetería con las manos en los bolsillos, sintiéndose ridículo tras lo que había hecho. Las cosas no habrían sido así si no hubiera huido jamás de su país, pero era algo que tenía que hacer si deseaba su libertad.
Vio el resplandor de la lámpara que iluminaba tenuemente la fachada de la cafetería y dejó escapar un suspiro. Esa era su vida ahora y tenía que continuar. Dio unos pasos para cruzar la calle, solitaria y en penumbras a esa hora, y de pronto un escalofrío lo detuvo en medio de esta. Era una sensación que iniciaba en el centro de su cerebro y lo recorría por completo, como una mano helada intentando asirlo. Sus ojos se abrieron en toda su capacidad y sintió el pánico a punto de apoderarse de él.
—…Me encontró —dijo él en un susurro, dominado por el miedo.
Dio unos pasos lentos que degeneraron en una carrera hasta entrar a la carrera en la cafetería y encerrarse en ella, apagando todas las luces hasta dejarla a oscuras, como si no hubiera nadie ahí.
…
Un largo rato después de que el partido había terminado (con un marcador a favor de las chicas por una canasta), los chicos del equipo de básquetbol fueron los últimos en salir, riendo y bromeando entre ellos, confiados en tener un lugar seguro para las interestatales.
—¿Qué dicen entonces? ¿Le levantamos la ley del hielo a Demian?
—Es el capitán después de todo, en algún momento tendremos que comunicarnos.
—Yo digo que propongamos un nuevo capitán; tenemos aún oportunidad de decidirlo antes de que vayamos a las interestatales. Lleva tres años siéndolo, ya es hora de cambiar —sugirió otro de los muchachos y todos parecieron estar de acuerdo mientras atravesaban la salida lateral.
Mientras se aproximaban al estacionamiento, de pronto una figura surgió de la noche y permaneció ahí de pie junto a la reja, como si estuviera esperando. Ellos no prestaron mucha atención hasta que la figura se colocó en medio para impedirles el paso. Traía un suéter gris con una capucha que les impedía ver su rostro.
—¡Hey, tú! ¿Qué quieres? Déjanos pasar —exigió uno de los muchachos, pero la figura no se movió ni se inmutó, oculta bajo la capucha—… ¿Quién eres?
La figura levantó lentamente el rostro, revelando una máscara en forma de demonio y unos ávidos ojos ámbar que resplandecieron en la oscuridad. Ojos que al estrecharse parecían sonreír.