Capítulo 15

15. EL CIRCO DEL PASADO

Angie observaba con ansiedad a su padre mientras este se tomaba un café y comía unas tostadas del otro lado de la mesa a la vez que leía el periódico de un muy peculiar buen ánimo. Incluso podía escucharle tararear una tonada sin que pareciera advertirlo. Ella apenas y había tocado su desayuno tratando de pensar de qué forma hablar con él, aunque supuso que su buen humor quizá le beneficiaría un poco después de todo.

—¿Qué pasa, Mona? No veo que te hayas acabado ese desayuno y sabes que no puedo permitir que vayas a la escuela sin haber comido algo antes —dijo su papá sin apartar la vista del periódico a pesar de que claramente seguía sonando de buen humor.

—Ahora lo termino. Yo solo… me preguntaba si aún recuerdas que el semestre pasado me uní al club de atletismo. Esta semana comienzan las eliminatorias, y si por algún milagro llego a ser seleccionada, solo quiero saber que vas a apoyarme y a cambio asegurarte que estaré bien —dijo ella, decidiendo soltarlo de sopetón antes de arrepentirse.

Su padre mantuvo la vista fija en el periódico, pero su expresión animada había cambiado drásticamente y ahora parecía contenida.

—…Me parece haberte dicho que renunciaras, es peligroso para ti.

—Te lo juro, papá; correr no me hace daño, al contrario, me hace sentir libre y olvidarme de mis limitaciones. Si me vieras, lo entenderías.

—Muy bien. Enséñamelo entonces —replicó su padre doblando el periódico y apartándolo para poder mirarla directamente a los ojos.

—A-Aquí no es buen lugar para correr. No podría…

—No digo que lo hagas aquí. Enséñame en ese dichoso club. Quiero ver una de esas pruebas de selección para decidir si te permito continuar o no —continuó su padre, aunque su expresión parecía decir que viera lo que viera seguiría manteniendo su posición al respecto, y solo el pensar tenerlo presente en una de sus pruebas sabiendo esto, no hacía más que agregarle presión a Angie.

—Las… Las pruebas preliminares se hacen a puerta cerrada. Solo alumnos de la escuela pueden estar presentes.

—Pueden hacer una excepción conmigo. ¿Cuándo son las preliminares? —insistió su padre con mayor ahínco.

—…El miércoles —respondió ella finalmente con resignación.

—Muy bien. El miércoles estaré ahí sin falta. Ahora termina tu desayuno antes de que se te haga tarde —finalizó él, volviendo a tomar el periódico y extendiéndolo justo frente a su rostro, bloqueando la vista de Angie que ahora había perdido definitivamente el apetito.

En cuanto el auto se estacionó, Vicky salió como un huracán, cargando con múltiples rollos de tela y bolsas con lo que parecían revistas, dirigiéndose apresurada hacia la entrada.

—¡No se preocupen por mí! Solo necesito dejar este material en nuestro club antes de clases. Ustedes sigan adelante —dijo Vicky, corriendo sin parar, sin darle oportunidad a Demian de ofrecer su ayuda. Addalynn bajó también del auto y él la siguió.

—Espera. ¿Tienes un minuto? —dijo él, alcanzándola en cuanto entraba al edificio—. He querido preguntarte esto por un par de días, es por algo que… mencionó Samuel…

—¿Han estado hablando también sobre mí? —preguntó ella, frunciendo el ceño.

—No, no. Fue solamente un comentario que hizo de pasada. La cosa es que… mencionó algo sobre los demonios a los que se enfrentaron antes de venir aquí… ¿Había alguno cuya piel parecía tallada en hueso?

—¿Te suena de algo?

—Yo… tal vez me lo haya topado alguna vez durante el breve tiempo que estuve en… ese lugar —admitió Demian con renuencia—. Quiero saber si llegaron a escucharle decir algo referente a lo que estaban buscando, aunque no le hayan encontrado sentido en su momento. —Addalynn únicamente movió la cabeza en señal de negación—. ¿Establecieron al menos alguna relación entre las personas a las que atacaron? —Ella volvió a negar con la cabeza mientras él trataba de ocultar su frustración—. Debe haber alguna conexión. Estoy seguro de que tiene que haberla.

—Quizá si volvieras, lo averiguarías por ti mismo —comentó Addalynn y Demian consideró su respuesta.

En boca de cualquier otro podría fácilmente sacarlo de contexto, incluso ofenderse si se hubiera tratado de Frank o el ángel, pero viniendo de ella parecía tener sentido, ser un paso tan lógico como peligroso. El problema era que había perdido la conexión con la Legión de la Oscuridad y no podía simplemente transportarse a voluntad… además, dudaba que lo dejaran ir y venir a su antojo tras renegar de su sangre.

—…Dime algo más —agregó Demian con semblante pensativo—. ¿No recuerdas haber visto entre esos demonios a uno con ojos ámbar?

Addalynn permaneció en silencio sin denotar ninguna reacción, y por un instante casi parecía ausente, como si estuviera escuchando algún ruido distante, hasta que volvió a enfocarse en él y a negar con la cabeza.

—Ningún demonio de ojos ámbar… pero deberías mantenerte alejado.

El rostro de Demian se contrajo confundido, pero antes de que pudiera responder, ella ya se encaminaba hacia la intersección.

—…Oye, espera. —Él le bloqueó el paso antes de que avanzara más—. ¿Qué quisiste decir con eso?

La campana de entrada lo interrumpió y por el cambio de postura de Addalynn, supo que había perdido la oportunidad de seguir interrogándola.

—Debo ir a clases —anunció ella, esperando a que se apartara de su camino.

Él deseaba insistir en el asunto, pero al verse en el centro de las miradas de los estudiantes que iban llegando, posiblemente sacando sus propias conclusiones de la escena, y de paso quizá dando pie a nuevos rumores, prefirió hacerse a un lado y subir las escaleras.

Addalynn remontó la marcha, ignorando las miradas fijas en ella, pero apenas dio unos pasos sintió unos empellones que casi la hacen caer, de no ser porque poseía un sentido del equilibrio impresionante. Sin embargo, su bolso no corrió con la misma suerte pues acabó en el suelo, con su interior volcado sobre el piso. Ella tan solo miró sus pertenencias sin inmutarse y luego volvió a levantar la vista. Cuatro chicas la miraban de reojo con sonrisas disimuladas.

No solía prestar atención a las demás personas, pero las reconoció como integrantes del club de natación. Las cuatro chicas mantuvieron aquellas sonrisitas displicentes mientras subían las escaleras. No sería de extrañar que aquel cuarteto fuera también responsable del vandalismo en su casillero.

Addalynn se acuclilló para recoger su bolso cuando vio que alguien más se arrodillaba junto a ella y empezaba a recoger sus cosas. Su celular, un cepillo, un estuche de plumas, una libreta; su aversión porque alguien tomara sus cosas era casi tanto como el que tocaran su cabello.

—Aquí tienes.

Dreyson le ofreció los objetos con aquella intensa mirada fija en ella, como si estuviera retándola a tomarlos de su mano para poder retirarla de manera abrupta. Ella casi se los arrebató con rapidez, y él dejó la mano extendida unos segundos antes de regresarla a su bolsillo. Esbozó una de sus sonrisas torcidas y se puso de pie en completo silencio, continuando su camino hacia el pasillo.

Addalynn estrechó los ojos con recelo y al notar que los demás que pasaban junto a ella la observaban con curiosidad, rápidamente se enderezó con la cabeza en alto, se pasó la mano por el cabello y marchó de ahí como si nada.

Los chicos del equipo de básquetbol estaban ya reunidos en el auditorio cuando Demian llegó. Parecían estar discutiendo algo importante y de pronto todos se quedaron callados en cuanto lo vieron. Demian únicamente frunció el ceño, extrañado de su secretismo mientras cerraba la puerta y se dirigía a los vestidores con su bolsa de deportes a la espalda. Los chicos siguieron su trayecto en completo silencio.

—¿…Ocurre algo? —preguntó él antes de entrar, una mano posada en la puerta y la otra sosteniendo su bolsa.

—Todo está perfectamente —respondió uno de los chicos de forma cortante, como si esperara a que él entrara para continuar con su pequeña reunión.

Lo que fuera que estuvieran hablando y decidido excluirlo, Demian optó por no mostrar interés en ello. Se introdujo en los vestidores y mientras acomodaba la bolsa y comenzaba a desabotonarse el saco, la puerta se abrió dando paso a Dreyson. A pesar de dirigirse una mirada de reconocimiento, no se saludaron; el muchacho simplemente se dirigió al extremo opuesto.

Demian pensó que quizá esa fuera su oportunidad de verificar por sí mismo la existencia de tales moretones, aunque la idea de observarle mientras se vestía no le agradara en absoluto. Debía ser discreto. Continuó en lo suyo por unos minutos más, tratando de hacer todo como acostumbraba, aunque acelerando el proceso un poco más de lo habitual, de modo que cuando ya casi terminaba y miró de reojo hacia el chico, este ya estaba quitándose la camisa del uniforme, dejando su espalda al descubierto. Demian desvió la vista de nuevo para convencerse a sí mismo de lo que debía hacer, y cuando volvió a mirar, vio los moretones en la parte baja de su espalda.

—¿…Te golpeaste con algo? —preguntó de forma casual para tantear el terreno. Dreyson se detuvo y miró extrañado sobre su hombro—… Tu espalda.

El muchacho trató de contorsionarse para poder mirar su espalda y se acercó al espejo pegado a una de las paredes. Había unas manchas oscuras, justo sobre la curvatura de su columna, y las miró con un interés casi científico. Parecía la primera vez que lo notaba y sin embargo no mostraba reacción alguna, lo más que hizo fue lucir pensativo, como si intentara recordar de dónde las había obtenido. Unos segundos después se produjo un leve cambio en su rostro, un destello de reconocimiento que al instante languideció en su semblante con la misma rapidez con que había aparecido, desviando a continuación su atención de los moretones como si hubiera perdido el interés.

—No sé. ¿Tiene alguna importancia? ¿Me estabas observando mientras me cambiaba?

—¡…Por supuesto que no! ¡Solo fue de reojo! ¡Ya estaba por salir de todas formas! —Demian salió de ahí mientras meditaba en la reacción del chico (o falta de ella).

Fuera de los vestidores, vio a las chicas reunidas en su propio lado del auditorio, mientras los chicos se hallaban del lado opuesto a ellas, aún enfrascados en su plática secreta y constantemente echando miradas en dirección a Demian, haciéndolo sentir que de algún modo él debía ser el tema principal.

—Ya basta, por favor. No fue gran cosa lo que hice; fue todo trabajo en equipo —dijo Lucianne incómoda ante tantos cumplidos.

—A la próxima podría jugar también —comentó Kristania, seguramente deseosa de participar en el siguiente juego para que ella también pudiera adjudicarse parte del crédito del triunfo.

—¡La próxima vez arrollaremos! ¡Será una victoria aplastante! —afirmó Lilith.

—Felicidades —dijo Demian, aproximándose a ellas con una sonrisa—. Hicieron un buen trabajo ayer. Deben estar orgullosas.

—En realidad sabemos que se lo debemos a Lucianne; pero al menos no fue una victoria injusta —dijo Marianne, haciendo un leve movimiento con las manos para indicar que se refería al uso de sus poderes.

—¡Basta! No merezco todo el crédito que me dan.

—No seas tan humilde, disfruta de tu momento. ¡Porque a la siguiente yo seré la estrella del partido! —decretó Lilith en una pose de heroína, provocando la risa de las demás, incluso la de Demian, que de paso echó un vistazo hacia la puerta y vio que el entrenador iba entrando y que el resto de los chicos lo interceptaba, provocando su recelo inmediato.

Sintió un leve codazo y notó que Marianne le señalaba hacia el otro lado. Dreyson estaba saliendo de los vestidores y fue a tomar asiento en las bancas, en espera de instrucciones. Con un discreto movimiento de cabeza, Demian intentó hacerle saber a Marianne que no había descubierto gran cosa, lo cual ella pareció entender.

Un fuerte sonido en la puerta atrajo entonces su atención y vieron entrar a Frank con una amarga expresión malhumorada. Su entrecejo se contrajo aún más al ver a Demian tan cerca de Lucianne y tan solo aporreó la puerta al entrar a los vestidores.

—¿Cuál es su problema ahora? —preguntó Marianne.

—Más bien cuál no lo es —replicó Lilith restándole importancia y Lucianne se limitó a dar un suspiro de cansancio.

—Bien, chicos, como saben, dentro de dos semanas inician las interestatales y siempre enviamos doce miembros titulares del equipo. En los últimos años hemos gozado de buenos resultados con nuestro capitán actual —expuso el entrenador minutos después al reunir a todos y gesticulando para señalar a Demian. Frank enseguida giró los ojos con hastío—. Ahora, ha llegado a mis oídos que algunos de ustedes desean un cambio, lo cual algunos consideran justo para reavivar el trabajo y la igualdad en el equipo. —Demian frunció el ceño y echó un vistazo hacia sus compañeros que se mantenían en la misma posición frente al entrenador, con gestos satisfechos, como si estuvieran consiguiendo lo que se habían propuesto—. No digo que esté completamente de acuerdo, pero estoy abierto a nuevas propuestas que quizá o no funcionen, para eso tenemos las pruebas preliminares. Así que les pregunto… ¿quién de aquí está de acuerdo en que el equipo necesita un nuevo capitán?

Los chicos del equipo comenzaron lentamente a levantar las manos como si fuera una decisión difícil para ellos, aunque en sus gestos podía notarse la satisfacción con que lo hacían. Demian los miró impasible, pero se sintió traicionado, y luchó por mantenerse en control, empuñando las manos.

Frank, por su parte, enseguida se unió a la ola de manos alzadas sin importarle si podía o no votar. Los titulares actuales voltearon entonces hacia los chicos nuevos que preferían mantenerse al margen, y por medio de miradas intimidantes, algunos terminaron por alzar también las manos por temor a futuras represalias. Dreyson no lo hizo; se mantuvo sentado con los brazos cruzados y sin intervenir.

—Bien, es casi unánime —concluyó el entrenador con un sacudir de cabeza—. Como dije, estoy dispuesto a escuchar opiniones, sin embargo, al final del día lo único importante es lo que hará funcionar al equipo. Demian ha demostrado mejor desempeño, así que a menos que él diga lo contrario…

—Hágalo —dijo Demian, dirigiendo un gesto desafiante a sus compañeros—. Ponga el título de capitán en competencia… No tengo ningún problema en ganarlo otra vez.

Los muchachos del equipo no mostraron reacción alguna. Tan solo le devolvieron el gesto con una mirada desprovista de emoción.

—Bien, entonces… la próxima semana decidiremos al capitán del equipo —resolvió el entrenador, con un gesto de desacuerdo. A continuación, dio un silbatazo seguido de unas palmadas—. ¡Regresen todos a sus puestos ahora! ¡Hay que comenzar la práctica de hoy!

Los muchachos fueron dispersándose, satisfechos con lo conseguido y chocando las manos por lo bajo, provocando la creciente furia de Demian. Se obligó a desviar la vista para no seguir tentando a su sangre de demonio y notó que Marianne lo observaba desde el otro extremo, como si intuyera su lucha interior. Quiso hacer un gesto de que todo estaba bien, pero no pudo, porque no era así. Sentía deseos de destrozar algo, ardía por dentro, su palpitante cicatriz le escocía como si estuviera de acuerdo con él. Lo único que podía hacer era darse la vuelta y dejar la cancha, sin hacer caso de nada más hasta salir de ahí. Solo quería desaparecer, recuperar el control sobre sí mismo. Y lo hubiera hecho si al salir del auditorio no hubiera visto a varios estudiantes a punto de entrar al gimnasio. Tuvo que continuar, sintiendo cómo sus músculos se endurecían y su piel empezaba a cosquillear, su forma de demonio pugnando por salir.

En cuanto llegó al arco que conectaba con el edificio central, empezaba a imaginarse las columnas que sostenían aquel tramo techado hechas añicos a su paso mientras su sombra ya buscaba distintos puntos en los que podría iniciar aquel caos. Necesitaba poner distancia, buscar algún lugar donde no hubiera nadie alrededor, pero se detuvo de golpe al ver a su hermana y Addalynn caminando en su dirección.

—¡Hermano! ¿Estás saliendo ya del club? Pensé que apenas estaban iniciando.

—No… yo… olvidé algo —Demian intentó sonar normal, pero su tensa postura y gesto turbado denotaba el esfuerzo que le suponía.

—¿Lo dejaste en el auto? Porque justo me dirigía a buscar unos rollos de manta que olvidé sacar del maletero.

Demian no supo qué responder; su cabeza era un revoltijo y sentía una presión en su pecho que impedía que le saliera la voz. La temperatura de su piel iba descendiendo y casi podía jurar que no tardaría en perder su color.

—¿…Te sientes bien? Estás algo pálido.

—¿Por qué no te adelantas? —Addalynn de pronto tomó el control de la situación—. Creo que habla de su celular, por error se quedó dentro de mi bolsa.

—¿Y cómo terminó ahí?

—Chocamos con unas chicas y nuestras cosas cayeron al suelo y se mezclaron —mintió ella con una facilidad y firmeza que no daba pie a dudas.

—Bueno, ya regreso entonces. ¡Quizá pueda alcanzarlos después! —dijo Vicky, apresurándose hacia el estacionamiento.

No pasaron ni cinco segundos y Demian retrocedió unos pasos, comenzando a frotarse la muñeca y buscando con la mirada algún sitio donde ir sin que nadie lo molestara.

—Gracias… y disculpa que me aleje… No estoy en condiciones para estar cerca de nadie —se excusó él, posando la vista en la parte trasera del auditorio, preguntándose cuánto más lograría resistir hasta poder escabullirse.

Addalynn observó cómo se frotaba la muñeca insistentemente por debajo de la banda a la vez que sus dedos y nudillos iban tornándose blancos, como si la sangre hubiera dejado de circularle, y entonces hizo algo que tomó a Demian por sorpresa. Se acercó a él y extendió las manos con las palmas hacia arriba.

—Dame tus manos. —Demian parecía confundido, y ella tomó la iniciativa, sujetando sus manos y colocándolas palma arriba tal como las suyas un momento antes. Atisbó la línea roja e hinchada debajo de aquella muñequera, pero se concentró en sus manos, colocando las puntas de sus dedos directamente sobre su piel—. Será solo un chispazo.

—¿Qué? —Antes de entender lo que quería decir, vio sus manos emitir una sutil chispa eléctrica, enviando una breve sacudida por su cuerpo que le hizo temer que finalmente sus impulsos demoníacos habían tomado el control. Pero el estremecimiento duró apenas unos segundos; el cosquilleo en la piel y la opresión que sentía en el pecho remitieron y sus dedos recuperaron su color. Abrió y cerró las manos, aquella necesidad de destrozar había desaparecido. Había recuperado el control—… ¿Qué hiciste?

—Energía positiva, energía negativa, no dejan de ser impulsos eléctricos. Lo único que hice fue revertir la polarización de la que estaba cargándose en tu interior. No te confundas, eso no significa que ahora tengas una carga de energía positiva, tan solo engañé a tu sistema para hacerle creer que la habías descargado, como supongo que eventualmente habrías hecho —explicó Addalynn, sacudiéndose las manos como si quedara alguna especie de polvo eléctrico en ellas—. De ti depende ahora mantenerte así, a menos que sientas otra oleada en camino.

—No, creo que… se acabó por ahora —respondió Demian después de un breve análisis—. Ya no siento ganas de… destruir cosas.

—¿Pasa muy a menudo?

—Solo cuando me siento estresado —dijo él, omitiendo el creciente número de veces en que sentía aquella necesidad surgida de la nada desde unas semanas atrás, con la aparición de aquel demonio de humo.

—¿Y qué es lo que haces entonces? —preguntó Addalynn de nuevo, como sometiéndolo a un interrogatorio con el propósito de determinar si era o no meritorio de una oportunidad.

—Busco la forma de descargarme.

Casi parecía avergonzado de admitirlo. Addalynn no hizo más preguntas, pero continuó observándolo analíticamente.

—La próxima vez que te sientas así, puedes acudir a mí. Tal vez no sea la solución definitiva, pero al menos servirá temporalmente. A la larga, sin embargo, solo una persona puede tomar el control de tus acciones: tú mismo.

Demian parecía sorprendido ante su inesperado ofrecimiento. ¿Por qué querría ayudarlo a superar aquellos accesos? No lo entendía, pero en algo tenía razón: a la larga solo él podría controlarlo.

—…Gracias. Y agradecería tu discreción sobre… esto.

—¿A quién podría decírselo? —dijo ella con un encogimiento de hombros. Y era cierto; su hermetismo era tal que ni siquiera su hermana había podido sacarle gran información a pesar de conocerla de más tiempo. Se acomodó la muñequera de modo que cubriera bien su cicatriz y se limitó a asentir con una sonrisa agradecida.

Unos metros más allá, Marianne los observaba sin atreverse a dar unos pasos más afuera del edificio. Había pensado que podría ayudar a tranquilizarlo, pero al parecer no había sido necesario después de todo. Addalynn lo había conseguido muy bien. Retrocedió sigilosamente y regresó sobre sus pasos antes de que llegaran a percatarse de su presencia.

Angie había conseguido superar su propia marca por unos milisegundos, y si seguía a ese ritmo en la siguiente semana, según le había dicho el entrenador, ya tenía un lugar asegurado en el equipo titular de relevos, sino es que también conseguía ser la titular en los 400 metros planos. Estaba exultante en ese momento.

Aprovechó que el siguiente grupo se estaba preparando para su prueba de velocidad para salir un instante del campo e ir a los lavabos. Samael se dirigía hacia el domo de natación en ese momento. Se sentía tan emocionada que se olvidó por completo de la ropa sudada y el cabello revuelto cuando lo llamó y corrió hacia él.

—¡Tendré un lugar titular en el equipo de relevos! —exclamó ella, ansiosa por compartir su entusiasmo, y mejor aún tratándose de Samael—. Bueno, no es oficial aún, pero solo debo mantener mi ritmo y si logro incluso mejorar mi tiempo, quizá hasta quede como titular en la carrera individual.

—¿En serio? Me alegro mucho por ti —respondió Samael con una sonrisa—. Quizá incluso también nos toque ir a las interestatales juntos; el entrenador piensa que podría ir con el equipo de nado.

La sonrisa de Angie se amplió aún más ante la perspectiva de ir juntos a los juegos.

—Lo único que tenemos que hacer es competir con los otros candidatos del equipo, Addalynn y yo —agregó él y el rostro de Angie enseguida se ensombreció ante la sola mención de ella—. Pero el entrenador parece tener mucha confianza en que lo lograremos, incluso nos ha pedido venir después de clases para practicar.

—Al parecer uhm… has estado pasando algo más de tiempo con ella —dijo Angie, tratando de no sonar abatida.

—Es interesante —dijo él en tono casual, a pesar de que sus palabras no hacían más que clavarse en el corazón de Angie.

—Quizá… si pasaras más tiempo con otras personas… también las hallarías interesantes —replicó Angie. Samael levantó la mirada hacia el cielo como si meditara seriamente en sus palabras para terminar asintiendo.

—Tal vez tengas razón.

Parecía un pequeño rayo de esperanza, pero pronto volvió caer en la realidad sobre quién estaba depositando sus fantasías. Y entonces Addalynn pasó cerca de ahí, dirigiéndose hacia el domo de natación mientras Samael la seguía con la mirada. Ahí estaba de nuevo, aquella hoja invisible que se hundía un poco más en el corazón de Angie.

—Bueno, debo ir al club —dijo Samael, haciendo una seña de despedida, pero antes de que pudiera dar un paso, Angie lo sujetó de pronto de la muñeca en un intento impulsivo por retenerlo un poco más, aunque casi enseguida se dio cuenta de su patético arrebato.

—Solo quería desearte suerte… Nos vemos después de clases —dijo ella, tratando de enmendar su repentino impulso y Samael se giró hacia ella como si de pronto el chispazo de una idea hubiera brotado en su mente.

—Pasar más tiempo con otras personas es buena idea. ¿Te gustaría ir a algún lado mañana?

Los ojos de Angie parpadearon con perplejidad. ¿Había escuchado bien? Pasaron varios segundos hasta que pudo mandar la orden a su cerebro de relajar las manos que atenazaban a Samael para al fin liberarlo.

—¡Y-Yo… claro! ¡P-Por supuesto! ¡Me encantaría! —exclamó ella sin poder ocultar su emoción. Incluso sus pecas parecían vivas.

—Muy bien, entonces nos vemos después —finalizó él con el mismo tipo de sonrisa congelada en el tiempo. Mientras se marchaba, su entrecejo fue arrugándose en un gesto confuso, preguntándose qué había pasado ahí.

Angie, por su lado, no cabía de la felicidad. Le parecía demasiado increíble. Aquel debía de ser su día de suerte. Y pensar que ella únicamente lo había sugerido, nunca se imaginó que fuera a tomárselo en serio, ¡y ahora saldría con él! ¿Podría considerársele siquiera una cita? Ya tendría ocasión para decidirlo. Quizá incluso llegaran a tomarse de las manos, pensó ella con inocente fervor, pero entonces se detuvo en seco al mirarse las palmas, regresando de forma abrupta del reino de las fantasías. Era demasiado bueno para ser verdad; realmente lo era. Le había sujetado la muñeca justo antes de que de pronto “decidiera” invitarla. Qué casualidad que le pidiera algo así en el momento en que ella secretamente lo deseaba.

Su felicidad previa se apagó con rapidez mientras observaba sus manos, preguntándose si había usado su poder sin ser consciente de ello. Si así era, no sabía qué le resultaba más triste, si el que solo por medio de su poder hubiera conseguido algo de su atención, o el que a pesar de ello siguiera deseando esa salida más que nada en el mundo.

Lilith corrió por los pasillos justo después de terminar la primera reunión de su recién formado nuevo club, en el que habían asignado ya los roles de la “organización”. La habían designado tesorera, lo que la ponía extremadamente nerviosa, pero trató de mostrarse confiada para probar que era de fiar. Como primera actividad les habían dado la responsabilidad de organizar el comité de despedida para las interestatales. Era una prueba para validar la existencia del club y necesitaban pasarla. La desventaja era que tendría que trabajar muy cerca de Vicky y aún no se sentía cómoda cerca de ella.

Finalmente cruzó la avenida, pero en vez de encontrar la cafetería abierta, vio a sus amigos pegados a las ventanas, intentando mirar al interior.

—¿Qué ocurre?

—Llegamos y estaba cerrado —dijo Marianne, apartando la cara del cristal—. Hemos estado llamando desde hace rato y nadie contesta.

—¿Ya intentaron llamar a Monkey? —preguntó Lilith, también pegando el rostro a la ventana y viendo el sitio completamente oscuro y solitario; no había señal alguna de vida.

—Escuchamos el teléfono sonar al interior, pero nadie contesta.

—Ya les dije que rompamos un cristal y entremos —sugirió Mitchell como si no existiera solución más lógica.

—¡No podemos simplemente romper el cristal y entrar como vulgares ladrones!

—Pero podría haber ocurrido un accidente ahí dentro y mientras nosotros discutimos las implicaciones legales de nuestras acciones, quizá Mankee esté desangrándose en el piso de la cocina, desnudo y con la cabeza abierta.

—¿Por qué iba a estar desnudo en la cocina?

—¿Y por qué no? —replicó él como si fuera de lo más natural.

—No sé ni por qué me molesto —bufó Marianne, meneando la cabeza con hastío.

—Quizá deberíamos avisarle a Demian, él debe tener una llave de repuesto —sugirió Belgina para evitar discusiones y Lilith comenzó a revisar su mochila hasta sacar un colgante repleto de llaves de distintas formas, tamaños y hasta colores.

—Perdemos tiempo valioso; mientras él llega, Mankee podría ya haberse desangrado y lo encontraremos flotando en un charco de su propia sangre… Y desnudo —insistió Mitchell mientras Lilith pasaba de llave en llave hasta detenerse en una pequeña de extremo achatado y pintada con lo que parecía barniz de uñas rosa nacarado, del mismo tono que llevaba en sus propias uñas.

—¿Quieres dejar de decir eso? Solo conseguirás ponernos más nerviosas.

—¿Por la idea de que se desangre o de encontrarlo desnudo? —volvió él a la carga a la vez que Lilith ya introducía la pequeña llave rosa en la cerradura.

—¡Deja de tomártelo todo a broma!

—Me lo tomo muy en serio, ¿o acaso me ves riendo?

Antes de que Marianne pudiera replicar, escucharon un chasquido y el tintineo de las campanillas de la puerta.

—Listo. Ahora intentemos resolver este misterio —dijo Lilith, dejándoles paso para que entraran y guardándose su alijo de llaves.

—¿Tienes copia de la llave?

—Un día la vi colgada en la cocina y pensé que sería útil tener una copia por si acaso, ¡y miren! Mujer prevenida vale por dos —respondió ella mientras se encaminaban a la cocina tras dejar la puerta nuevamente cerrada para evitar que alguien más entrara.

—¿…Tienes la costumbre de hacer eso con toda llave con la que te encuentras? —preguntó Marianne, pareciéndole perturbador.

—¿Recuerdas la vez que llegamos a tu casa a tiempo para evitar que aquel demonio te hiciera daño y dijimos que la puerta de entrada estaba abierta? —Lilith sacó nuevamente su colgante lleno de llaves y lo arrojó hacia ella—. La tuya es la verde con rayas blancas como un caramelo de menta.

Marianne observó desconcertada la llave y sintió escalofríos.

—¿Son las llaves de todos? ¡Me sería útil un alijo así! —dijo Mitchell alargando la mano con la intención de tomar el colgante lleno de llaves y Marianne le dio un manotazo antes de que pudiera hacerse con él.

—Hazle un favor a la humanidad y mantén esto lejos de Mitchell —dijo Marianne, devolviéndole las llaves a Lilith no sin antes tomar la suya del montón.

—No importa que la tomes; tarde o temprano volveré a tener copia —repuso Lilith con una sonrisa al ver que Marianne se guardaba la llave que parecía bastón navideño.

Pasaron la puerta de la cocina y no parecía haber sido utilizada desde el día anterior, estaba limpia y arreglada y vieron que la puerta que bajaba al calabozo estaba abierta.

—¿Listos para llamar a una ambulancia e incluso la policía? —comentó Mitchell mientras se armaban de valor para bajar, temiendo lo que encontrarían. Finalmente, Lilith decidió ser la primera, recorriendo con las manos las paredes a los costados hasta dar con el interruptor de la luz y la habitación se iluminó mientras se detenía en medio de esta.

—…Oh, por dios —musitó Lilith, cubriéndose la boca con las manos y los demás bajaron corriendo, imaginando lo peor. Sin embargo, la habitación estaba casi tan pulcra y ordenada como la cocina, como si el equipo entero de limpieza de un hotel hubiera pasado por ahí para dejarla, si no como nueva, al menos como el altar tributo que parecía antes de ser habitada—…Se ha ido.

—Quizá solo salió a hacer las compras y no ha regresado.

—¡No! Se ha ido y dejó todo limpio y ordenado para borrar todo rastro de él, como si nunca hubiera estado aquí.

—Tiene razón, recuerdo que así estaba todo cuando bajaba por los videojuegos —confirmó Mitchell, analizando la disposición de los muebles y los libreros con las revistas perfectamente alineadas.

—Pero ¿a dónde pudo haber ido y por qué? Nada de esto tiene sentido. ¿No dejó una nota siquiera? —preguntó Marianne, comenzando a revisar la habitación al igual que el resto mientras Lilith no dejaba de pensar que ella podría haber sido la causante, después de todo, había estado mostrándose algo distante desde que declinara su invitación.

—¡Sí! —exclamó Mitchell tras abrir un gabinete y comprobar en su interior.

—¿Qué pasó? ¿Encontraste una nota?

—No, pero a donde sea que se haya ido al menos no se llevó consigo la consola de videojuegos ni los cartuchos de colección. Será un ilegal, pero al menos es honrado.

Marianne le dedicó una mirada reprobatoria, pero en vez de gastar inútilmente saliva, tan solo hizo un movimiento con la mano y uno de los cajones del estante se abrió de improvisto, golpeándolo en el estómago y sacándole el aire.

—¿Qué se supone que hagamos ahora? Podría estar en cualquier lado en este momento, dependiendo desde hace cuánto se haya ido —dijo Angie, echando un vistazo a la colección de revistas que llenaban los anaqueles pegados a las paredes.

—Al menos ayer por la noche seguía aquí. Después de todo, estuvo presente en el partido —mencionó Belgina a pesar de que Mitchell intentó hacerle señas para que no continuara.

—¿Fue al partido? —preguntó Lilith, arrugando el entrecejo con sorpresa.

—Imposible que no lo hayas visto con ese conjunto sacado del ropero de alguna serie policial de los años 20 —intervino Marianne, revisando el armario, aunque tampoco encontró nada.

—Pero ¿por qué iría a verlo? ¿Y por qué no se quedó al final? —inquirió Lilith en lo que parecían más bien preguntas retóricas. Las chicas se limitaron a encoger los hombros y seguir buscando pistas de su paradero mientras Mitchell continuaba retorciéndose del dolor.

Desde arriba les llegó el sonido de la puerta y Lilith enseguida se echó a correr por las escaleras seguida de los demás, pero únicamente encontraron a Samael que observaba a su alrededor, esperando a que apareciera alguien.

—¡Qué bueno que llegas! ¡Mankee ha desaparecido! ¡No lo encontramos por ningún lado! —exclamó Marianne para no perder tiempo entre especulaciones. Samael frunció el ceño y volvió a echar un vistazo alrededor como si estuviera analizando el lugar.

—…No hay señas de que haya habido algún ataque. Ni físicas ni energéticas —aseguró Samael tras un breve análisis.

—No creo que esto tenga que ver con ningún ataque. Más bien parece haberse marchado por su propio pie.

—Yo insisto, ¿por qué iba a irse así nada más? No tenía ningún motivo para marcharse sin avisar a nadie.

Samael permaneció pensativo y luego cerró los ojos, como si hubiera entrado en una especie de trance. Los demás lo observaron con curiosidad hasta que volvió a abrir los ojos tan repentinamente que dieron un paso atrás con un respingo.

—…Lo encontré. No ha llegado muy lejos.

Y así como lo dijo, desapareció con un destello mientras los demás enseguida voltearon hacia el frente de la cafetería para comprobar que no hubiera nadie apostado en la entrada, intentando mirar al interior.

—¿…Deberíamos sentarnos y esperar? —preguntó Angie para romper el silencio.

—¡Buena idea! Yo iré por las bebidas y si alguna de ustedes sabe al menos freír unas papas, no nos vendría nada mal para pasar el rato —dijo Mitchell, yendo detrás de la barra y comenzando a manejar el dispensador de bebidas como si fuera un experto.

—Mitchell, esta no es ninguna reunión casual. No es el momento para relajarse con refrescos y botanas —le increpó Marianne.

—¿Pues tienes una mejor idea entonces? —replicó él con los vasos ya ordenados y listos para ser llenados. Hubo otro destello en medio de la cafetería y apareció Samael sujetando a Mankee del hombro. Este llevaba una pequeña bolsa a cuestas donde cargaba con las pocas pertenencias que había logrado reunir y parecía desorientado tras el viaje de teletransportación. Parpadeó para ajustar su vista, y en cuanto echó un vistazo a su alrededor pareció decepcionado.

—…Oh, meelban —profirió él con un resoplido a la vez que su cuerpo se encorvaba hacia el frente y su bolsa se deslizaba de su hombro hasta el suelo.

—¿Pensabas simplemente marcharte sin avisarle a nadie? ¿Por qué harías eso? —reclamó Marianne con los brazos cruzados.

—Yo solo… surgió un imprevisto y… necesitaba salir cuanto antes de aquí —intentó explicar él a pesar del semblante derrotado.

—¿De verdad deseas tanto no formar parte de nosotros? —preguntó Samael, pensando que era por su petición. Mankee calló unos segundos y terminó por dar un suspiro.

—…No lo entenderían.

—Intenta explicarlo al menos.

La campanilla de la puerta volvió a sonar y vieron a Demian entrar con expresión confundida.

—¿Puedo saber qué ocurre aquí? Escuché que la cafetería estaba cerrada y aun así había gente dentro.

—Justamente eso nos iba a explicar Mankee, ¿o no? —dijo Marianne, volteando nuevamente hacia este para que les diera la tan esperada explicación, sin embargo, él se limitó a aclararse la garganta y recoger su bolsa del piso.

—…No hay nada que explicar. Ahora mismo preparo todo en la cocina para iniciar la jornada. Con permiso —dijo él, entrando en la cocina y dejando a los demás con un palmo de narices.

—¡Ya casi lo teníamos!

—Perdón, ¿interrumpí algo? ¿Quieren que me retire para que puedan continuar con sus asuntos privados de equipo? —preguntó Demian con sarcasmo, claramente resentido de que de nuevo lo dejaban fuera de cualquier asunto concerniente a ellos.

Los demás se limitaron a tomar asiento como siempre mientras él quitaba de la puerta el cartel de cerrado y se dirigía hacia la barra, de donde Mitchell salía sonriente con una bandeja llena de bebidas rebosantes.

—Solo facilito las cosas habiendo un mesero menos; deberías agradecer que no somos tan quisquillosos con el servicio —se justificó Mitchell sin borrar aquella sonrisa tan propia de él. Demian únicamente giró los ojos y asentó su bolsa debajo de la barra.

Echó un vistazo hacia los chicos y trató de pensar en una forma de llamar la atención del ángel para hablar sobre el asunto de los moretones. Pronto empezaron a entrar clientes, así que intentó hacer tiempo acomodando los vasos, y cuando se volvió hacia la barra vio que Marianne estaba de pie ante esta, observándole fijamente.

—¿…Qué ocurre? —preguntó él tras dar un leve respingo.

—Solo quiero saber si te encuentras bien.

Entendió enseguida a qué se refería. Después de su intempestiva salida de básquetbol seguramente habría pensado lo peor, que no sería capaz de controlarse esa vez; y no estaba del todo equivocada, de no haber sido por Addalynn.

—…Estoy bien. Me mantuve en control, que es lo importante —dijo él finalmente, bajando la vista hacia los vasos mientras los reacomodaba como buscando algo qué hacer con las manos para evitar su mirada—… Supongo que tenías razón al decir que podía conseguirlo si me esforzaba.

—…Sí. Eso parece —dijo Marianne, recordándolo con Addalynn, pero decidió no mencionarlo—. No entiendo por qué tus compañeros decidieron darte la espalda de esa manera. Eso no es de amigos.

La boca de Demian se alzó levemente hacia un lado en una sonrisa amarga. Eso era porque nunca había tenido verdaderos amigos, parecía decir. Al menos hasta ahora; a veces se sentía excluido, y por momentos dudaba de su veracidad; pero no eran más que ardides paranoicos de su sangre de demonio intentando alejarlo de su humanidad adquirida.

—…Da igual. No me dejaré vencer tan fácilmente —dijo él, levantando de nuevo la vista para mostrarse más animado—. Ganaré el título de vuelta y será como si nunca lo hubiera dejado.

—Pareces muy confiado en los resultados. Espero que eso no termine jugando en tu contra. Nunca es bueno confiarse demasiado.

—Conozco el juego de todos, sus fortalezas y sus puntos débiles. Creo que puedo manejarlo —aseguró él, sonriendo con mayor confianza una vez dejado atrás el asunto de su casi pérdida de control.

—Pues ya que estás tan seguro de ti mismo, espero que así sea. Hazlos puré para que se les quite lo montoneros.

A Demian se le escapó una risa que lo hizo sentir más relajado de lo que había estado durante el día. Marianne pareció satisfecha y decidió regresar a la mesa con los demás.

—Aguarda —dijo antes de que se marchara y ella vio que sujetaba su muñeca, por lo que enseguida la soltó—… ¿Podrías decirle a Samuel que venga un momento, por favor?

Ella levantó ambas cejas en un gesto de sorpresa y volvió a acercarse a la barra, colocando los brazos encima de esta con expresión confidencial.

—¿Se trata de Dreyson? ¿Averiguaste algo más?

—…No tenía idea de que tuvieras tanto interés en él.

—Hey, ustedes fueron quienes decidieron de pronto que YO debía tener cuidado con él, así que por supuesto que me interesa el tema y espero mínimo que me actualicen al respecto —replicó Marianne y Demian dio un resoplido de mala gana.

—…Vi los moretones en su espalda —admitió finalmente, paseando la mirada por la cafetería para verificar que nadie estuviera cerca escuchando—. No puedo asegurar su procedencia, pero él no parecía estar consciente de ello. Se veía genuinamente sorprendido cuando lo mencioné y se miró en el espejo. Cualquiera que sea su origen, no creo que él sepa más de ello que nosotros mismos. En cualquier caso, no se había dado cuenta de tenerlos.

Marianne volvió a acomodar los brazos en la barra con expresión meditabunda mientras tamborileaba los dedos como si fueran el acompañamiento de su proceso mental.

—…No sé si deba decir esto —comenzó ella con un ademán dubitativo—… Quizá esté haciendo suposiciones erróneas, pero… tal vez haya una posible explicación para esos moretones.

Demian arrugó el entrecejo de forma inquisitiva.

—Parece tener una especie de complejo con su padre, y por algunos detalles que pude captar, este podría ser algo violento —comentó Marianne, recordando las huellas en el cuello de su madre antes de que volviera a acomodarse la bufanda—… No es agradable pensar que cosas así sucedan, pero… es probable que de ahí haya sacado esos moretones.

—¿Y cómo es que has llegado a tal conclusión?

—Hemos ido a su casa para un trabajo en equipo —respondió ella sin fijarse en su tono—. Su madre nos mostró un álbum de fotos y cuando nos topamos con una de su padre, ella enseguida lo cerró y Dreyson no parecía nada complacido de que lo hubiéramos visto. Casi enseguida nos pidió que nos marcháramos. Si lo hubieras visto, estoy segura de que también te habría dado la sensación de que han vivido bajo el yugo de ese hombre por mucho más tiempo del que cualquiera aguantaría.

Demian parecía más atento a su forma de expresarse que a sus palabras.

—…Suenas preocupada. Pareciera que lo conoces mucho más de lo que dices.

—Más que preocupada, me horroriza la sola idea de algo así. Es decir, sé muy bien que no hay familia perfecta, pero debe ser terrible vivir aterrado de tus propios padres… o incluso odiándolos —al decir esto último alzó la vista para notar por fin la dura expresión en el rostro de Demian y pensó que aquello quizá les pegaba también a ambos de cierta manera; él con lo de su verdadero padre siendo esencialmente la encarnación del mal y ella con aquel irresoluto rencor contra el suyo por cosas que eran quizá demasiado exiguas en comparación—… Lo siento, creo que no es un tema del que estemos precisamente exentos.

—Todos tenemos nuestros… demonios personales —espetó Demian, haciendo una breve pausa antes de completar su irónico comentario.

—Tres malteadas de chocolate para la mesa cinco y dos sodas de cereza para la siete —anunció Lilith, asentando las hojas de los pedidos en la barra y yendo a la cocina—. Puedes encargarte de eso, ¿verdad, jefe? Debo hacerle una petición especial a Monkey.

No esperó a que respondiera, se adentró en la cocina mientras Demian tomaba ambas hojitas para confirmar las órdenes.

—…Ni siquiera está ocupada la mesa siete —comentó Demian, mirando del papelito a la mesa mientras Lilith ya había entrado en la cocina y se colocaba en pose recriminatoria, cruzando los brazos y con los pies un poco separados, observando a Mankee que ya había puesto en función las parrillas y había sacado ingredientes de la alacena.

—Muy bien, ¿puedes ahora sí decirme por qué decidiste marcharte sin despedirte siquiera? —preguntó ella con un duro tono acusatorio que le ocasionó un sobresalto.

—…No creo que importe ya. Dentro de un rato estaré tan estresado con el trabajo como todos los días que habré olvidado hasta mi nombre… con algo de suerte —respondió él sin detenerse de sus labores.

—¡Claro que importa! ¡Uno no decide simplemente abandonar todo de la noche a la mañana por razones sin importancia! ¡Y menos teniendo tantos lazos y responsabilidades importantes!

—¿Por qué no? Ya lo he hecho antes —repuso él como si no fuera la gran cosa; había preparado ya sartenes y cacerolas sobre las parrillas y comenzaba a cortar papas para la freidora. Lilith acentuó más la arruga que se le formaba entre las cejas y desde su nariz comenzaba a extenderse una mancha roja hacia el resto de su cara.

—¿Es acaso porque no acepté salir contigo? Porque si es así, te estás comportando como un niño cobarde.

Mankee la miró, dolido ante su aseveración, y aunque también a ella le pareció excesivo, se mantuvo firme, esperando así conseguir que hablara.

—…Oh, no. Te aseguro que por más egoístas que pudieran ser mis motivos, no se reducirían a un rechazo —respondió Mankee, volviendo su atención a las papas que estaba cortando y Lilith sintió un aguijonazo de culpa. No lo consideraba en sí un rechazo, sino una advertencia de su propia naturaleza coqueta.

Mankee tomó el montón de rodajas y al dejarlas caer en la freidora, el aceite le salpicó la mano dejándole una marca roja en la piel.

—¿Estás bien? —Lilith se acercó para ver la quemada que se había hecho.

—No es nada, solo… me pondré algo de crema y con eso bastará.

—El hielo puede servir también. Ven aquí, el dispensador tiene hielo triturado —dijo ella, empujándolo fuera de la cocina y revisando el interior de la fuente de bebidas sin importarle si los demás la miraban con curiosidad. Mankee se limitó a sonreír nervioso y señalar su mano para indicar que se había quemado y solo necesitaba hielo.

En ese momento entró Vicky seguida de Kristania y un poco más atrás, Addalynn. Las dos primeras iban riendo como si hubieran visto algo gracioso mientras la última se mantenía igual de estoica que siempre.

—¡Oigan, oigan! ¡Parece que viene un circo! —anunció Vicky en cuanto cruzó la puerta—. Vimos algo así como un séquito con disfraces orientales, caminando por la calle y repartiendo volantes mientras unos más atrás llevaban cargando una especie de carruaje sin ruedas con alguien dentro. ¿Creen que sea un circo o una feria?

—¡…Oh, no! —Mankee de pronto entró en pánico, tirándose al suelo detrás de la barra y manteniéndose ahí como si estuviera en medio de un terremoto.

—¿Se te perdió algo? —preguntó Lilith, pero antes de obtener alguna respuesta, la puerta volvió a abrirse y varios hombres con túnicas entraron, colocándose en doble fila frente a esta, como si fueran un cortejo real a la espera de que entrara alguien importante para presentar armas.

—¿…Qué es todo esto? —preguntó Demian, echando un vistazo a Mankee por debajo de la barra, pero este parecía demasiado aterrado para responder.

Los hombres permanecieron firmes, formando dos flancos desde la puerta, el más cercano manteniéndola abierta mientras otro grupo se detenía afuera de la cafetería cargando las esquinas de un carro y bajándolo cuidadosamente al piso. Un par se colocó a ambos lados de la portezuela y la abrió para dar paso a una figura ataviada con una vestimenta consistente en telas de seda que parecían bordadas con oro e incrustaciones de piedras preciosas y un velo que cubría su rostro por completo. Parecía la hija del sultán de una tierra lejana y exótica.

La figura entró a la cafetería, flanqueada por los dos hombres que le ayudaron a salir del carro y caminó en medio de la comitiva. Hizo una señal a dos de los hombres formados en la fila que, tras hacer una breve reverencia, comenzaron a repartir hojas entre los presentes mientras la primera se detenía al llegar al frente y se quitaba el velo, dejando al descubierto a una chica de tez bronceada, ojos del color de la arena y cejas tan negras que parecían tatuadas. En las aletas de su nariz destacaban unas pequeñas joyas incrustadas como zarcillos que se unían por medio de una delgada cadena de oro a otro conjunto que perforaba los lados más delgados de sus cejas; y como para terminar de coronar el ensamble, otra piedra preciosa de mayor tamaño y vistosidad adornaba su frente.

La cafetería entera se quedó en completo silencio, contemplando fascinados a aquella chica que parecía salida de una tierra de fantasía estilo las mil y una noches.

—Saludos, ciudadanos de Arkelance, no pretendo quitarles mucho de su tiempo —dijo la chica con un acento todavía más marcado que el de Mankee—. Mi nombre es Latvi Mitra del lejano reino de Gerbinkav. Hemos venido a esta ciudad en busca de alguien. Tenemos fuertes motivos para pensar que puede encontrarse en esta zona, así que les agradecería que observaran las fotos que se les ha proporcionado y cualquier información que puedan darnos será ampliamente recompensada.

Demian observó la hoja que básicamente consistía en una versión completa de la foto que meses atrás les habían mostrado los hombres que se habían presentado como agentes de inmigración cuando había estado ocultando a Mankee. En las fotos aparecía en medio de lo que parecía ser un jardín con un arador y vistiendo un burka como el que llevaba la primera vez, pero limpio y aseado con su encrespado cabello recogido en una trenza. De nuevo bajó discretamente la vista hacia Mankee, que se limitaba a mover la cabeza negativamente en clara petición de que no lo delataran.

—¿Qué quieren de Monkey? —preguntó Lilith, sin darse cuenta de los desesperados gestos que este hacía para que se mantuviera callada.

La chica del velo entornó sus delineados ojos y los posó sobre ella, así que Demian intentó arreglar su desliz.

—…Se marchó durante la noche; no sabemos dónde se encuentra. Lo más probable es que a estas alturas ya se haya ido de la ciudad, y si así es, más le vale no volver a poner un pie aquí. No puede simplemente largarse sin avisarle a nadie y dejar el trabajo colgado —replicó Demian, adoptando una expresión hosca, esperando así ahuyentarlos.

La chica posó ahora la mirada en él y no parecía nada complacida. En cuestión de segundos ella hizo una seña con la mano y de pronto todos los hombres alrededor desenvainaron unos sables de la nada y apuntaron de forma amenazante en dirección a Demian, quien ni siquiera se inmutó.

—…Rahkasa —susurró ella con tono y expresión condenatoria. Demian arrugó el entrecejo sin entender qué quería decir.

Los demás permanecieron inmóviles ante la visión de aquellos sables, y por varios segundos reinó el silencio, tanto que casi hasta podía escucharse el sudor rodando por sus caras. Aquellos segundos parecieron extenderse demasiado hasta que la chica habló de nuevo.

—…Ustedes saben algo y de aquí no nos iremos hasta obtener información —advirtió la chica.

Nadie respondió, el ambiente se mantuvo tenso y Demian ya empezaba a idear la forma en que su sombra se encargaría sigilosamente de ellos cuando de pronto alguien alzó la voz.

—Si es al cocinero al que están buscando… —dijo Kristania y todas las miradas se posaron en ella—… quizá quieran empezar mirando detrás de la barra.

Lilith la miró horrorizada mientras mantenía las manos arriba como si estuviera en medio de un asalto.

—Lo tienen —dijo la chica, haciendo otra señal tras la cual los hombres blandieron sus sables con mayor firmeza, dispuestos a abrirse paso hacia la barra en cuanto ella lo indicara—. Entréguenlo ahora mismo y no habrá consecuencias.

Demian bajó la vista hacia Mankee, que había cerrado los ojos con una mueca al saberse descubierto y sin salida. Dio a continuación unos pasos hacia la barra sin importarle los sables que seguían sus movimientos y se apoyó sobre esta para cerrarles el paso.

—…De aquí no pasan —dijo de forma retadora.

Varias expresiones de sorpresa y miedo fueron inevitables, incluyendo la de Mankee, conmovido por su resolución de protegerlo.

La chica, sin embargo, no se dejó intimidar. Mantuvo la mano en el aire en un ademán sostenido para dar la señal de ataque en cualquier momento.

—…Que así sea entonces —dijo finalmente, su mano comenzando a describir un arco hacia abajo.

—¡Alto! —repentinamente Mankee se puso de pie de un salto—. E-Esto no tiene por qué llegar al extremo… Me rindo.

—¿Qué rayos haces? —masculló Demian, lanzándole una mirada de advertencia.

—Lo correcto… creo —respondió Mankee, tomando aliento para armarse de valor.

La chica hizo un rápido movimiento para introducirse en la barra y Demian no alcanzó a interponerse a tiempo, pero justo cuando pensaban que algo ocurriría, dada la expresión temerosa de Mankee, de pronto ella se detuvo frente a él e hizo una inclinación a modo de reverencia.

—Príncipe Hisham, por fin te encontramos.

El resto de los hombres con sables se inclinó también con reverencia y enfundaron las armas mientras los demás estaban tan sorprendidos que sus mandíbulas colgaban.

—…Por favor, paren. Dejen de hacer eso —pidió Mankee, abrumado y avergonzado.

—¡Está herido! —exclamó la chica de pronto al ver la marca de quemadura en su mano y a su señal los sables enseguida volvían a estar a la vista de todos—. ¡¿Quién se atrevió a herir al príncipe?!

—¡Nadie! ¡Fue un accidente, ¿de acuerdo?! ¡Basta ya!

—¿Qué significa esto? Será mejor que empieces a explicar quiénes son estas personas y qué hacen aquí —exigió Demian.

—¿Y por qué te llaman “príncipe”? —preguntó Lilith azorada.

—Es… eso es por… —intentó explicar Mankee.

—¿Cómo se atreven a hablarle de esa forma? ¡Es el príncipe heredero al trono de Gerbinkav y más les vale dirigirse a él con deferencia!

—…Gracias, Latvi. Te agradecería no volver a interrumpirme —replicó Mankee, intentando no dejarse llevar por la frustración, y la chica hizo otra reverencia a modo de conformidad—… Yo, eh… quizá tergiversé un poco las cosas la primera vez que llegué…

—¿Solo un poco? —interrumpió Mitchell—. A menos que en tu pueblo “príncipe” signifique lo mismo que esclavo, creo que la diferencia va un poco más allá de un cambio de ropa y unos cuantos centavos de más en la bolsa.

—…No espero que entiendan por qué lo hice; yo solo… las cosas no son tan suntuosas como parecen en realidad…

—Te conseguí trabajo y techo —agregó Demian. Parecía realmente indignado ante aquella revelación—. Te apoyé cuando creía que escapabas de una vida de esclavitud, ¿y todo este tiempo no eras más que un mocoso de la realeza huyendo de sus responsabilidades?

Mankee ya no supo qué responder; hasta entonces no se había puesto a pensar en alguna explicación en el dado caso de que fuera descubierto y mucho menos ahora que la verdad había salido a la luz de forma tan inesperada.

—Es hora de volver a casa —dijo la chica del velo, colocándose a su lado y tomándolo del brazo—. No debes ninguna explicación a nadie. Solo volvamos.

—¡No! —exclamó Mankee, soltándose y retrocediendo—. ¡No me iré de aquí y no pueden obligarme! Este ha sido mi hogar durante los últimos meses y ahora sé que aquí pertenezco. Prefiero quedarme aquí, trabajando como cocinero toda mi vida que regresar ahí… Eso si aún tengo un trabajo.

Dirigió entonces una mirada cautelosa hacia Demian, que aún lucía cabreado.

—Bien, si eso es lo que quieres —replicó la chica, tronando los dedos. Como si hubiera sido una señal, uno de sus escoltas se aproximó cargando una pesada bolsa y la depositó sobre la barra con un fuerte tintineo metálico. Los chicos presentes levantaron un poco la cabeza para intentar ver con más claridad mientras la chica abría la bolsa y dejaba al descubierto una gran cantidad de monedas de oro que ofrecía a Demian—. En ese caso compramos el lugar. Si eso no es suficiente, tenemos más bolsas en el carro.

Demian levantó incrédulo la vista de la bolsa a ella y luego miró a Mankee que se notaba avergonzado y en espera de que la tierra se abriera y terminara de tragárselo.

—…Quédenselo. Hagan con este sitio lo que quieran —dijo Demian finalmente con un tono que denotaba su indignación. Tomó a continuación su bolsa de deporte y salió de ahí, ignorando al grupo de hombres que ocupaba gran parte del espacio en la cafetería. Vicky vaciló unos segundos antes de seguir a su hermano y Addalynn hizo lo mismo.

—Olvidó la bolsa, llévensela —indicó la chica, señalando la bolsa con el oro, y el mismo hombre volvió a cogerla y llevarla consigo—. El lugar es tuyo, ahora puedes hacer lo que desees con él.

—Esto no está pasando. —Mankee se llevó las manos a las sienes para masajeárselas.

—¿Y a todo esto ella quién es? —preguntó Marianne a un lado de la barra—. ¿Algo así como tu asistente real?

—¿Asistente? ¡Por supuesto que no! ¡Soy su prometida! —respondió la chica, levantando la cabeza en pose digna y Mitchell enseguida escupió su bebida hasta que su atragantamiento fue transformándose en risas, a la vez que las bocas de los demás se quedaban abiertas, como si se les hubieran dislocado las quijadas.

Mankee se cubrió el rostro con vergüenza, deseando poder desaparecer de ahí como Samael. Kristania se abrió paso entre los hombres de los sables hasta llegar a la barra e inclinarse en dirección a Lilith.

—…Ups, ¿quién lo iba a decir? Parece que sí era un buen partido, después de todo —comentó ella en un susurro, aunque Lilith no respondió nada.

Se quedó ahí de pie frente a la puerta de la cocina, con unos trozos de hielo derritiéndose en su mano y observando pasmada a Mankee y la chica que había llegado a cambiarlo todo. Su prometida.


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