CAPÍTULO 17

17. DESTACANDO EN LA DERROTA

Aquella tarde de noviembre era especialmente gélida y el gris del cielo no hacía más que contribuir a la atmósfera de pesar que se había cernido sobre la casa. Apenas unas horas antes repleta de gente dando el pésame, se había vaciado casi por completo, quedando únicamente un puñado de personas reunidas en la cocina, intentando consolar al comandante Fillian por la trágica pérdida de su esposa.

Apartada de todos, sentada en los peldaños de la escalera, estaba Lucianne, con la cara apoyada entre los travesaños del barandal, mirando hacia el féretro que ocupaba el centro de la sala, decidiendo si debía acercarse y ver su interior mientras tenía oportunidad, cuando sintió una presencia que se sentaba a su lado en los escalones, pero no le quedaban ánimos para voltear.

—Se siente irreal, ¿verdad?

Lucianne reaccionó al reconocer aquella voz, y tras colocar las manos en el barandal, comenzó a apartar la cara con desgana, hasta girar y descubrir junto a ella a Demian, vestido con un traje negro demasiado formal para un niño de su edad. Enseguida reconoció el traje, era el que había usado en el funeral de su propia madre unos meses atrás.

—Piensas que, si cierras los ojos, quizá cuando los abras, todo habrá sido sólo una pesadilla, y la verás nuevamente frente a ti —continuó él, aferrándose al escalón sobre el que estaba sentado y estirando las piernas—. Pero por más que los cierres, por más que te acuestes a dormir esperando despertar al día siguiente como si nada hubiera pasado, las cosas siguen igual. —Lucianne permaneció callada, contemplándolo como sumergida en un sueño—… Yo aún me levanto por las madrugadas y voy corriendo a la habitación de mis padres, pensando que la encontraré ahí, de pie en el balcón, como solía hacer… Pero cuando descubro que no está, la realidad me golpea de frente. No volveré a escuchar su voz, ni su risa, ni volveré a sentir su perfume al abrazarme. Si no fuera por tu compañía… no hubiera podido sobrellevarlo. Estuviste conmigo, aunque no dijera nada, me acompañaste en silencio, y por eso yo quiero estar a tu lado en estos momentos. Si ahora tú no quieres hablar, está bien, yo aún así permaneceré junto a ti, porque nadie entiende por lo que estás pasando mejor que yo.

Lucianne se levantó de golpe con la cabeza gacha y él siguió su ejemplo, bajando un escalón para colocarse delante de ella. A sus diez años aún no había comenzado a desarrollarse, así que era prácticamente de la misma estatura que ella y tuvo que alzar la vista para mirarla. Esperó a que hablara, pero ella únicamente se quedó ahí de pie, dejando que el cabello le cubriera el rostro.

Demian quiso decir algo para reiterarle su apoyo, pero apenas abrió la boca, Lucianne ya había cerrado la distancia entre ellos con un veloz movimiento y antes de que él pudiera reaccionar, los labios de ella estaban encima de los suyos.

Ocurrió demasiado rápido; en cuestión de un par de segundos ella se apartó de nuevo y subió corriendo las escaleras sin dirigirle una mirada ni una palabra, dejándolo pasmado por varios minutos, tratando de procesar lo ocurrido, para finalmente retirarse en cuanto su padre lo llamó.

De haber sabido que ésa sería la última vez que la vería en años, quizá hubiera permanecido ahí hasta tener la oportunidad de hablar con ella de nuevo. Pero no fue así. Lucianne fue enviada a un internado unos días después y él se enteró demasiado tarde, quedándose con la vacía sensación de algo inconcluso.

Aquel anhelo infantil permaneció pausado durante años hasta que se reencontraron recientemente y éste volvió a ponerse en marcha. Aquel breve beso infantil que había dejado tantas emociones congeladas en el tiempo se hizo eco nuevamente en cuanto Demian besó a Lucianne.

Se sintió transportado de vuelta a sus diez años, cuando su mundo giraba alrededor de su familia y de su única amiga, la que había sido su mayor apoyo tras la muerte de su madre. La amiga por la que guardaba una estima especial que no sentía por nadie más.

Y así seguiría, pues esa emoción ciertamente se había quedado congelada en el pasado y ahora lo único que había hecho era resurgir para los niños que ya habían dejado de ser. Eso le quedaba claro ahora. En cuanto se separó de Lucianne y la miró a los ojos se dio cuenta de que a ella también le había quedado claro. Sus ilusiones infantiles no habían logrado madurar después de todo como ellos lo habían hecho.

Demian se quedó en silencio por unos instantes, esperando una reacción por parte de ella hasta que Lucianne finalmente sonrió.

—Supongo que ya no somos los mismos niños de antes… Pero siempre seremos amigos.

Él asintió con una sonrisa amortiguada, pero ésta enseguida se borró al ver que la puerta detrás de Lucianne se abría.

—¿Quién era? —preguntó Marianne, asomándose por la puerta y al ver a Demian, se detuvo algo incómoda al pensar que de nuevo había interferido en el momento menos indicado—… Oh, eres tú.

—…Tengo que irme. Hasta luego —dijo él, dándose la vuelta.

—¿Viniste caminando?

—A veces me gusta recorrer largas distancias a pie —replicó él, alejándose y alzando la mano para despedirse. Ella agitó también el brazo a modo de despedida y cerró la puerta con una sonrisa melancólica.

—Perdón si interrumpí algo.

—No te preocupes. Todo está bien —respondió ella con un tono tan apacible que le pareció aún más extraño.

—…Si tú lo dices —finalizó Marianne, encogiéndose de hombros y dispuesta a regresarse a la cocina cuando de nueva cuenta golpearon a la puerta.

—¿Habrá olvidado algo? —se preguntó Lucianne, abriendo otra vez y encontrándose ahora al oficial Perry—. ¡Hola! Pensé que ya no vendrías.

—Buenas noches, señorita Lucianne.

—Te he dicho que me llames simplemente Lucianne.

—Sí, ehm… iré a ver al jefe si no te molesta —dijo él sin mirarla a los ojos, extrañamente distante.

—Claro. Puedes pasar —accedió ella, cediéndole el paso—. ¿Quieres cenar después con nosotras? Hice tortilla española.

—Gracias, pero aún tengo cosas que hacer —declinó él, subiendo rápidamente por las escaleras mientras ella lo observaba, pareciéndole inusual su actitud.

—Eso fue raro —comentó Marianne al notarlo también.

Lucianne continuó mirando pensativa hacia la planta alta, preguntándose por qué se comportaba distante, pero la respuesta no tardó en llegar a ella, tomando en cuenta lo inmediato que había aparecido apenas Demian se había marchado. Debió haberlos visto. Una extraña sensación de pesar la invadió, no por ella, sino por lo que él pudo haber sentido en ese momento, lo que menos deseaba era lastimarlo.

—Hey, ¿me pasarías la contraseña del wifi? —preguntó Marianne, sacando su ordenador portátil de la mochila—. Nos dijeron que en la página de la escuela iban a publicar los resultados del examen de hoy. Tengo curiosidad de saber cómo me fue.

—…Claro, adelante. Yo mientras iré a recalentar la cena —respondió Lucianne, entrando de nuevo a la cocina.

Marianne no tardó en realizar la conexión y buscó la dirección de la página de su escuela. Al parecer Samael había estado leyendo el manual tal y como le sugirió y le había estado haciendo implementaciones al sistema pues todo cargaba muy rápido y sus programas parecían más ordenados.

Apenas cargó la página, comenzó a revisar sus secciones en busca de los resultados. Cuando por fin dio con ellos notó con sorpresa que al tope de la lista había quedado Belgina con una calificación perfecta.

Pensando que iba a tardar en encontrar su nombre, decidió utilizar el buscador que se hallaba al tope de la página y para sorpresa suya, a un lado de su nombre aparecía el número 25, lo cual consideraba toda una hazaña.

Decidió buscar también el nombre de sus amigas y Angie debía estar más o menos a la mitad de la lista, pero a quien no parecía haberle ido muy bien era a Lilith que ocupaba uno de los últimos puestos.

Bien podía ya cerrar la página al conocer los resultados, pero le daba curiosidad saber cómo le había ido a Kristania, así que buscó su nombre y vio que había quedado en el lugar 30, por debajo de ella. No pudo evitar que una sonrisa se curvara en su rostro. Si tan sólo pudiera ver su cara al enterarse. Le sacaría todo el jugo que pudiera.

Estaba a punto de cerrar cuando notó que había una sección especial dedicada a generaciones anteriores. Había escuchado que sus padres también habían estudiado ahí, así que comenzó a revisar la sección. Entre las fotos que conformaban el álbum alcanzó a reconocer a su madre, con su inconfundible cabello largo y oscuro, participando activamente en lo que era al parecer el club de arte. Debía tener en ese entonces la misma edad que ella, unos 15 o 16 años. Al pie de foto decía “Enid Fillian, primer año, club de arte”.

En la imagen se veía con pincel en mano dándole retoques al cuadro, como si quisiera darle aún mayor profundidad a aquellos ojos verdes fijos en un libro que tenía sobre su regazo, sentado bajo un árbol con algunos toques de luz que se filtraban entre las hojas.

Conocía ese cuadro, era uno de los que habían acabado en la hoguera, el primer retrato que había pintado de su padre. Y justamente unas fotos más adelante estaban ambos, posando juntos con la pintura ya finalizada. Su padre como siempre poseía aquella cualidad magnética que desviaba toda la atención hacia él.

Le sorprendía lo poco que habían cambiado desde entonces y quizá ésa era la razón por la que a veces solía costarle tanto tomarlos en serio. Se habían convertido en padres tan jóvenes que era como tener a dos adolescentes más en casa, sobre todo con los arranques impulsivos de su madre. Ni siquiera había conocido a sus abuelos pues ellos habían muerto antes de que naciera, así que en realidad nunca tuvo la oportunidad de crecer con adultos responsables, o al menos así era como ella lo veía.

—¿Qué haces? —preguntó Lucianne, colocándose detrás de ella para ver la pantalla, provocándole un ligero respingo.

—…Veo fotos de la generación de mis padres, cuando estaban en la escuela –respondió mientras iba pasando las fotos del álbum.

—¡Aguarda, regresa a la foto anterior! —exclamó ella de repente, así que Marianne retrocedió el álbum a la imagen de una chica de largo cabello cobrizo que miraba fijamente a la cámara desde las gradas. Recordaba aquella intensa mirada de algún lugar. Al pie de foto decía “Hossanne Olander, cuarto año, atletismo” —… Mamá.

—¿Es ella? —Marianne miró la foto de nuevo, esta vez con más atención y la reconoció de los retratos que se hallaban desperdigados por toda la casa, aunque tenía la vaga sensación de haberla visto en otro lado—. No sabía que tu mamá había estudiado con mis padres.

—Ni yo —afirmó Lucianne sin despegar la vista de la imagen, sintiendo nostalgia nuevamente tan sólo al verla de esa forma.

—Quizá así conoció a tu padre, siendo hermano de mi mamá.

Según se había enterado justo después de la visita del comandante Fillian a su casa, él era diez años mayor y sus padres habían muerto en un accidente de auto cuando ella tenía catorce, de modo que se había convertido en su guardián legal. Por esa razón no estaba nada contento cuando ella decidió que se casaría después de graduarse. Para ese entonces Lucianne ya había nacido, así que Enid no consideraba justo que se negara a que ella formara su propia familia, y en un arranque de rebeldía terminó huyendo con Noah mucho antes de graduarse. Ni siquiera habían cumplido los diecisiete años.

—¿Podrías… guardar la foto y luego pasármela?

—Claro, te la mandaré por correo —respondió ella, descargando el álbum de fotos completo cuando escucharon pasos en la escalera. El oficial Perry ya iba bajando.

—Todo está bien, parece tranquilo, así que ya me voy.

—¿Tan pronto? ¿De verdad no quieres cenar con nosotras? La tortilla quedó deliciosa, ¿verdad? —dijo en dirección a Marianne, esperando que la apoyara.

—¡…Ah, sí! Nunca había probado una mejor.

El joven oficial se mostró dudoso, mirando hacia la puerta y luego hacia ellas.

—…Preparé una más para ti —añadió Lucianne con una sonrisa y él pareció pensarlo por un par de segundos, como si estuviera en medio de un dilema.

—…Está bien, sólo un rato más —aceptó finalmente, entrando a la cocina con ellas, aunque permaneció callado la mayor parte del tiempo, tratando de evitar la mirada de Lucianne.  Parecía realmente incómodo en su presencia y eso la hacía sentir mal.

Marianne tan sólo hacía gestos por la tensión que se percibía en el ambiente, hasta que él asentó los cubiertos y apartó el plato para levantarse.

—…Bueno, ya me tengo que ir. Gracias por la cena.

—Te acompaño a la puerta —dijo Lucianne, siguiéndolo.

—Yo… aquí me quedo —anunció Marianne, estirando los brazos para luego apoyarlos en la mesa, sintiéndose en parte aliviada de que aquel ambiente tenso hubiera llegado a su fin, al menos en la cocina.

—Buenas noches —dijo el oficial Perry una vez en la puerta, dando media vuelta para marcharse de ahí.

—¿…Estás molesto conmigo?

Él se detuvo, dio un suspiro y volteó nuevamente hacia ella con gesto afligido.

—…No, señorita Lucianne, no podría molestarme con usted.

—¡Que no me llames así! Somos amigos, no me trates como si apenas me conocieras.

—Lo siento. Es sólo por respeto —explicó él, desviando la vista como si buscara la forma de continuar—. Yo sólo… me preocupo por tu bienestar. No quisiera que nadie te hiciera daño.

—No tienes que preocuparte por eso.

—Me resulta imposible. Siempre estoy pensando en ti.

Al decir esto, guardó silencio como si hubiera hablado sin pensar, y de inmediato retomó su camino hacia el auto mientras ella lo observaba pesarosa.

El sonido del celular llamó la atención de Marianne mientras se relajaba en la cocina. En la pantalla salía que la llamada entrante era de Samael.

—¿Qué ocurre?

—Pensé que debías saberlo. Tu padre y tu hermano revisan el ático justo ahora.

Ella giró los ojos. Debió imaginarse que algo así pasaría en su ausencia.

—¿Tú dónde estás? No me digas que me estás llamando desde ahí mismo.

—Estoy en tu habitación. Cuando los dejé estaban inspeccionando los libros de las repisas.

—No dejaste nada que pudiera resultar sospechoso a la vista, ¿verdad?

—No, toda la ropa que me diste está en el armario. A menos que descubran la puerta oculta, no creo que logren encontrar nada.

—Entonces no queda más por hacer —dijo ella, dando un suspiro y repiqueteando los dedos sobre la mesa—. Será mejor que no salgas del cuarto, mañana que regrese podremos saber qué tanto estuvieron revisando. —Vio entrar a Lucianne e intentó apresurarse—. Ahm… tengo que colgar. Descansa.

—¿Con quién hablabas?

—Era… Loui. Exagerando las cosas como siempre.

—Es cierto. Debiste traerlo también para que no se quedara solo.

—No te preocupes, se quedó con papá, él regresó hoy.

—…Oh.

Fue la única reacción de Lucianne, como si esperara a que ella misma hablara sobre ese asunto, pero Marianne simplemente guardó su celular y se llevó la mochila al hombro.

—Subiré a cambiarme.

Sabía que su prima esperaba que le comentara algo sobre su padre, pero ella prefería no hablar sobre el tema, así que Lucianne no podía hacer nada más.

Al volver a casa al día siguiente, Samael y ella le dieron un vistazo al ático, verificando que no hubiera nada fuera de lugar, pero todo parecía estar en orden, y su padre tampoco había hecho comentario alguno, así que supuso que él mismo se había encargado de apaciguar a Loui.

Ese lunes coincidió con las chicas en la entrada y caminaron juntas por el pasillo, platicando sobre sus avances, aunque Belgina lucía distraída y de pronto se detuvo a medio camino. Más adelante, Mitchell aguardaba de pie frente a las escaleras. Apenas las vio, se acomodó el saco y se pasó las manos por el cabello.

Las chicas se limitaron a esperar la reacción de Belgina, hasta que ésta inhaló hondo como para darse valor y continuó caminando con firmeza, esquivando a Mitchell al pasar junto a él.

Marianne lo miró de reojo, recordando la extrañamente esclarecedora plática que había tenido con él.

—Belgina, ¿podríamos hablar de…? —comenzó a decir al llegar a su aula, pero no alcanzó a terminar la frase pues en cuanto entraron, vieron a Kristania en su asiento en medio de una rabieta.

Le habían quitado ya el yeso de la nariz y parecía haber terminado con su voto de silencio. Ésta se incorporó y se dirigió hacia ellas hasta detenerse frente a Marianne y mirarla con inquina.

—…Escuché que tu prima salió con Demian —masculló con la mandíbula tensa, como si la sola mención bastara para activar su modo exterminador.

—¿…Y? ¿Algún problema?

Kristania apretó más los dientes, conteniendo la rabia que aquella confirmación le provocaba. Las chicas optaron por apartarse por si explotaba en cualquier momento, aunque Marianne se mantuvo firme frente a ella.

—¡…Claro que sí! ¡Seguro los presentaste sólo para molestarme!

—Debes estar bromeando —espetó ella, soltando una risa de incredulidad—. Yo no los presenté. Ya se conocían desde niños. Por si no sabías eran inseparables.

Con eso último la dejó callada. Aspiró aire como si quisiera revirarle con algún otro reclamo, pero no lograba pensar en nada más y eso la ponía de peor humor.

Marianne esbozó una sonrisa triunfal al darse cuenta de que había tocado un punto sensible. Era un punto para ella. Podía simplemente dejarlo así, pero no resistió la tentación de añadir algo más.

—…Por cierto, felicidades por quedar en los primeros 30 lugares de la prueba de conocimientos. Tan sólo 5 lugares por debajo de mí. Bravo —remató sin borrar su sonrisa, y como si estuviera a punto de ebullición, el rostro de Kristania enrojeció tanto que casi podía jurar que le salía humo de los oídos. Otro punto más a su favor.

Decidió que era suficiente y se apartó de ella para dirigirse a su asiento, dejando atónitas a sus amigas por haberse atrevido a ridiculizarla tras obtener la ventaja sobre ella.

—¡…Ja! —Lilith soltó una risotada tras unos segundos a modo de celebración.

—Eso fue un poco cruel, ¿no crees? —dijo Angie en voz baja.

—¡Se merecía eso y más! ¡Bien por ti, la dejaste calladita! ¡Para que vea que no siempre puede salirse con la suya!

—Pero ahora puede hacer algo para desquitarse.

—Me da igual. Que haga lo que quiera —bufó Marianne con indiferencia.

No pensaba permitir que nada le arruinara aquella pequeña victoria, aún cuando intentara desquitarse más adelante tal y como Angie le había advertido.

Cuando llegó la profesora, lo primero que hizo fue anunciar oficialmente a Belgina como la representante para la olimpiada de conocimientos, aunque ella no se notaba muy emocionada ni parecía prestar atención.

—El miércoles se llevará a cabo la competencia por la mañana y en la noche será la premiación. No es obligatorio que asistan a esta última, pero se les exhorta a que vengan a apoyar a sus compañeros —anunció la maestra, pasándoles el cronograma de actividades para ese día.

Belgina tomó el suyo con desgana y al reverso venía un temario sobre el contenido de la prueba final. Tan sólo dio un suspiro y lo guardó entre las hojas de su libreta. Eran temas que ella conocía perfectamente pues todos los días los repasaba antes de ir a la escuela, podría realizar una disertación acerca de ellos hasta dormida.

—¿Crees que haya chicos guapos entre los participantes de las demás escuelas? —preguntó Lilith mientras se dirigía con Marianne hacia el club de basquetbol.

—¿Sólo en eso piensas?

—¡Es inevitable! ¡Soy muy visual, estos ojos no son peculiares por nada!

—¿Eso qué tiene que ver?

Kristania pasó junto a ellas corriendo, dándole un empujón a Marianne para apartarla y siguiendo de largo hacia el auditorio. Por detrás de ella iban sus secuaces, flanqueándola como si fueran sus centinelas.

—¡…Ay, esa gárgola! —exclamó Lilith sin importarle si la escuchaban.

—Déjala, si piensa que con eso me va a intimidar se equivoca.

—¿Crees que se atreva a reclamarle algo a Demian?

Las dos se miraron con creciente curiosidad y de inmediato corrieron a la puerta del auditorio y miraron al interior. Los chicos ya se encontraban dentro como de costumbre, en medio de una práctica, y Kristania estaba frente a la cancha con los ojos fijos en Demian, como si fuera un gato esperando el momento oportuno para saltar sobre un ratón.

—¿Qué hacen ahí paradas? —preguntó el entrenador desde el otro extremo de la cancha. Lo habían dado ya de alta y le habían permitido volver al trabajo.

Kristania no pudo evitar un gesto de decepción pues eso significaba que Demian ya no continuaría supliéndolo y por lo tanto ya no pasaría tiempo con ellas.

—Parece que al fin podremos entrenar como dios manda —comentó Lilith, tronándose los dedos emocionada.

El entrenamiento siguió su curso normal y faltando veinte minutos para que terminara la clase, el entrenador las había puesto a correr alrededor de la cancha. Marianne trató de mantener el ritmo cuando notó que a su lado se colocaba Kristania, lo cual le extrañó dada la aversión que sentían la una por la otra, pero aún así trató de ignorarla y continuar con su recorrido, hasta que ella habló.

—…Te crees muy por encima de todos, ¿no es así? Has de pensar que siempre tienes la razón de tu lado, para complacer tu ego.

Era inaudito escuchar precisamente esa palabra de ella, pero no estaba dispuesta a concederle su atención así que mantuvo la vista fija hacia el frente.

—Pero no eres como les has hecho creer a los demás. Sé lo del chico rubio, te he visto con él.

Marianne hizo a un lado su esfuerzo por ignorarla y volteó irritada hacia ella.

—Por supuesto que nos has visto juntos. ¡Es mi amigo! ¡Y no sólo mío de hecho, también lo es de las demás!

—¿Ah, sí? ¿También saben que vive contigo?

Marianne sintió su equilibrio flaquear y volteó hacia ella, dándose cuenta de que sonreía con malicia. No sabía de qué forma se había enterado, pero definitivamente no estaba haciendo un farol, y eso le preocupaba.

—Ahora sí te quedas callada. Te he tomado por sorpresa, ¿verdad?

Ella siguió su camino en silencio. Claramente estaba usando información que ya conocía de antemano para desquitarse de ella; quizá la había estado guardando para algo más, pero el roce de la mañana la había obligado a utilizar esa carta demasiado pronto. ¿Pero cómo se había enterado?

—Te has de estar preguntando cómo es que lo sé —continuó Kristania, sintiéndose en control de la situación, saboreando aquel momento—. ¿Te creíste que me iba a quedar tan tranquila toda la semana sin poder hablar ni haber puesto un pie en la cafetería? Ustedes siempre están ahí metidas en sus misteriosas reuniones con ese muchacho, así que decidí vigilarlos y vi cómo se iban juntos después de sus dichosas juntas. Los seguí. —Hizo una pausa para ver su reacción aunque ella se mantenía impasible—. Sabrás entonces que así es como descubrí que viven juntos.

—Eso no significa nada —respondió Marianne finalmente. Su voz sonaba cansada por el esfuerzo de correr, pero también se podía percibir su creciente disgusto.

—Supongo entonces que no tiene importancia si lo divulgo, ya que dices que no significa nada —enunció Kristania de forma instigadora, provocando que la furia de ella fuera creciendo y su respiración fuera haciéndose más pesada—. Claro que podría no decir una palabra por ahora, pero como últimamente me haces molestar mucho… tendrías que hacer méritos para conseguir mi silencio. Aunque eso depende igual de mi humor.

Aquello fue suficiente. Marianne se imaginó a sí misma saltando sobre ella en medio de un arranque de furia, aprisionándola contra el suelo y pegándole un grito tan fuerte que la dejara sorda, pero sabía que debía controlarse por más que tuviera esos impulsos, sin embargo, con la semilla de la idea ya germinando en su mente era imposible evitar que ésta actuara por cuenta propia, así que en cuanto Kristania dio un paso más hacia el frente, una fuerza externa actuó sobre ella, provocando que perdiera el equilibrio y cayera de lado, torciéndose el tobillo, como si hubiera sido empujada por una mano invisible.

—¡Auuuuuh, mi pie! ¡Me empujaste! —exclamó con mirada acusadora, sosteniéndose el tobillo mientras el entrenador hacía sonar su silbato para que todos se detuvieran.

—¿Qué pasa aquí?

—¡Ella me empujó, profesor! ¡Lo hizo a propósito!

—¿Es cierto eso? —preguntó el entrenador, pero Marianne no respondió, sólo permaneció ahí, luciendo desconcertada.

—No lo hizo —dijo de repente Demian, y todas las miradas se posaron en él—. Alcancé a ver todo, ella simplemente se desplomó.

Kristania lo miró con ojos desorbitados, sin poder creer que la contradijera.

—¡Pe-pero… sí me empujó! ¡Lo hizo, de verdad que lo hizo! —insistió ella con gesto desesperado.

—Aquí hay solamente una verdad, y hasta que no se sepa qué fue lo que pasó…

—Yo la empujé —declaró Marianne para sorpresa de todos, hasta para la misma Kristania.

—…Bueno, pues en ese caso deberás cumplir un castigo. Te quedarás después de clases a ordenar y limpiar el auditorio. No tiene que pasar a más, ¿verdad que no? —dijo el profesor en dirección a Kristania, como si ya supiera lo propensa que era a exagerar las cosas, y ella gimoteó, sorbiéndose la nariz en un gesto dramático.

—…N-No —respondió, actuando vulnerable.

—Llévenla a la enfermería. A este paso terminaremos el año con saldo rojo —ordenó el entrenador, meneando la cabeza mientras sus amigas se la llevaban cojeando.

—¡Ánimo! ¡Si la empujaste, fue porque se lo merecía! ¡Yo te apoyo! —murmuró Lilith, dándole unas palmadas en el hombro, mientras el resto de los chicos comenzaban a dispersarse para marcharse de ahí y Demian le dirigía una última mirada antes de salir.

Apenas se vio sola, Marianne se sentó en el suelo, sintiéndose frustrada por haber perdido el control de su poder y haber permitido que Kristania la sacara de sus casillas. Y lo peor de todo era que ahora ella la tenía en sus manos. No se explicaba aún cómo había logrado pasar desapercibida, cómo no se habían dado cuenta de que los seguía. Apretó las manos y dio un resoplido, tras lo cual se levantó y miró el espacio que debía limpiar; tenía que resguardar los balones de las prácticas y pasar la escoba por la cancha, pero por demás todo se veía en orden, excepto, quizá, por un móvil que encontró entre las gradas. Decidió dejarlo a un lado mientras acababa de limpiar para luego ocuparse de él.

En cuanto terminó su labor, volvió sentarse en las gradas a descansar. Necesitaba un momento para pensar de qué forma contrarrestar la posible revelación de Kristania. Su mente comenzó a urdir distintas soluciones que pudieran servir para tal caso, pero todas tenían un inconveniente, el hecho de que si Loui veía una sola vez a Samael lo reconocería de inmediato. La historia del fantasma ya no le parecía tan buena idea en ese momento. Recordó el celular que había encontrado y lo tomó, preguntándose quién lo habría olvidado, cuando de pronto la puerta del auditorio se abrió y vio entrar a Demian, con una lata de jugo en la mano y su bolsa deportiva a la espalda.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella extrañada y él dirigió una mirada hacia el móvil que tenía en las manos.

—Olvidé mi celular —respondió y ella se recriminó mentalmente, suponiendo que era algo obvio. De modo que alargó el móvil hacia él, quien se sentó a su lado, entregándole inesperadamente la lata de jugo—. Y yo soy el que tiene complejo de héroe.

—…No hay punto de comparación, esto es muy distinto.

—¿Por qué dijiste que la habías empujado? Yo vi lo que pasó, ni siquiera la tocaste.

—…No te habrás fijado bien entonces. Puedo ser rápida si me lo propongo.

Quizá él pensara que se había hecho responsable por algún tipo de razón heroica, para “dar la otra mejilla”, pero la realidad era que ella la había empujado, aunque no fuera físicamente. Incluso debía admitir que parte de la razón por la que había asumido su responsabilidad tenía que ver con la amenaza de Kristania.

Si no hubiera reconocido su culpa y la hacía quedar nuevamente en ridículo, era capaz de revelarle a todos lo de Samael en un arranque de coraje. Y si algo le había quedado claro era que originalmente pretendía usar esa información para amedrentarla un tiempo más, y ella necesitaba ese tiempo para pensar en una solución con la mente fría.

—…Si tú insistes —dijo él, encogiéndose de hombros—. De cualquier forma nadie te culparía si lo hubieras hecho. Ella puede ser muy exasperante.

—Y que tú lo digas —añadió ella, abriendo la lata—. Lo hubieras pensado bien antes de salir con ella.

—¿…Qué? —Volteó hacia ella con gesto confuso, como si se hubiera perdido de una parte de la conversación.

—No es que critique tus gustos, pero fue una pésima decisión en serio.

—Espera un momento, alto —la detuvo él antes de que siguiera hablando—… ¿A qué te refieres con una pésima decisión? ¿De qué hablas?

—Obviamente a que salieras con Kristania —respondió ella, dándole un trago al jugo y Demian la miró con los ojos muy abiertos y el gesto contraído.

—¿…Que yo qué? ¡Nunca he salido con ella! —exclamó él, indignado, como si estuviera siendo víctima de una mala broma.

—Pues… eso es lo que ella ha estado diciendo.

Demian de inmediato se puso de pie, visiblemente molesto.

—¡No sé qué haya dicho exactamente, pero jamás salimos juntos! ¡No entiendo de dónde pudo haber sacado esa idea!

—Quizá… te la hayas encontrado en algún lugar y dijiste algo que le haya hecho creer o imaginar cosas de ahí en adelante —sugirió Marianne por dar alguna explicación y él se quedó pensativo por un momento, como si estuviera recordando algo, hasta que cerró los ojos y dio un suspiro.

—…Hubo una vez hace tres años. Estaba molesto con mi padre, así que fui a refugiarme al cine. Ella se sentó junto a mí. Parecía que iba sola, pero vi que les hacía señas a unas chicas sentadas al otro extremo. No le di importancia, sólo necesitaba distraerme. Fui a comprar algo antes de que empezara la película y cuando  regresé, ella estaba llorando. No sabía qué hacer. Pensé en cambiarme de lugar, pero creí que sería descortés de mi parte, así que le ofrecí un pañuelo y le hablé en un intento por tranquilizarla. Incluso le invité a refresco y palomitas. Después de eso comencé a encontrármela en todas partes en la escuela, e incluso fuera de ella, como si me siguiera. Si no era ella, era alguna de sus amigas. Llegó un punto en que hasta estando en casa me sentía vigilado.

—Así que por eso pensabas que yo podía ser una acosadora —inquirió Marianne, aguantando la risa—. No hace falta ser un genio para suponer que lo del cine fue puro actuación para acercarse a ti. No me extrañaría incluso que aún conservara tu pañuelo.

Demian sintió escalofríos al imaginárselo mientras ella ya no ocultaba la risa.

—…No es gracioso. Todo este tiempo ha estado esparciendo rumores sobre nosotros y yo ni estaba enterado.

—Es como para que tus amigos te hubieran dicho algo, ¿no?

Demian guardó silencio ante eso y miró hacia el piso, como si le avergonzara reconocer que a pesar de tener muchos conocidos, no había formado ningún vínculo de confianza con ellos. Nadie se atrevía a decirle las cosas de frente. Finalmente, aspiró a profundidad y se dio la vuelta.

—¿Qué piensas hacer?

—¿Tú qué crees? La enfrentaré y aclararé las mentiras que ha estado diciendo sobre nosotros todo este tiempo.

Marianne pareció alarmada, segura de que si llegaba a enfrentar a Kristania después del mal día que había tenido, sería capaz de revelar lo de Samael con tal de no caer ella sola. No le cabía la menor duda de que hallaría una forma de culparla también de eso, después de todo era ella quien la había evidenciado ante Demian sin tener siquiera idea. Así que se levantó de un salto y asentó la lata sobre las gradas.

—¡…Espera, no lo hagas ahora! ¡No ha tenido un buen día!

—¿Y eso qué? ¿De verdad te importa después de todo? —espetó él sin detenerse, y ella trató de pensar en algo rápido. Lo único que sabía era que debía detenerlo por mientras.

—¡Te digo que esperes! —exclamó ella, saltando sobre él y tumbándolo en el piso.

Pasaron unos segundos hasta que Demian apoyó los brazos en el suelo y volteó atónito hacia ella. Al caer en cuenta de su acción, Marianne de inmediato se apartó avergonzada, con el rostro ligeramente enrojecido y tratando de pensar en alguna justificación.

—Sólo… aguarda un poco antes de enfrentarla. En este momento tiene la guardia baja, no eres de los que hacen leña del árbol caído, ¿o sí? Mejor espera a que esté en perfecto estado emocional, la abordas para resolverlo en privado, y si ella no quiere aclararlo públicamente, entonces es cuando tomas las riendas sin remordimiento alguno.

Demian continuó mirándola fijamente, signo que ella interpretó como si aún no pudiera creer su atrevimiento. Quizá debió esperar un poco antes de actuar impulsivamente.

—…Está bien, esperaré unos días —aceptó él finalmente, y ella suspiró de alivio mientras él se incorporaba, sacudiéndose el uniforme—. No entiendo tú qué ganas con eso, si es obvio que no se soportan.

—¡N-No se trata de mí! Sólo… hay que darle el beneficio de la duda. Hasta una Gorgona hostigadora como ella tiene derecho a ello —respondió Marianne de forma casual, y al darse cuenta de lo que había dicho se tapó la boca, pues era una broma privada que tenia con Lilith.

—…Gorgona —repitió Demian en tono reflexivo y de repente comenzó a reír—. Tiene sentido.

Acto seguido le extendió la mano para ayudarla a levantarse, y ella se lo pensó brevemente hasta que decidió aceptar su ayuda. Se aferró a su mano para tomar impulso y al menor contacto, él sintió una especie de descarga eléctrica que recorrió su palma y cada uno de sus dedos.

Marianne comenzó a sacudirse una vez de pie, y al mirar de nuevo hacia Demian, notó que observaba su mano con curiosidad, abriéndola y cerrándola varias veces.

—¿…Qué?

—…Nada —respondió él, apartando la mano como si nada hubiera pasado. Debía tratarse de simple estática.

—¿No deberías estar en la cafetería? Aunque claro, tampoco es como que estés en riesgo de que te despidan.

—Hacia allá me dirijo —dijo él, regresando por su bolsa y echándosela al hombro, pero en su camino hacia la puerta se detuvo y volteó nuevamente hacia ella—. ¿Vienes o te quedas?

Marianne lo observó por un instante, preguntándose si realmente había ido por su celular, pero al recordar que sus amigas estarían esperándola, tomó la lata de jugo y fue detrás de él.

No hubo señales de Kristania después de eso por suerte, aunque aquello también significaba que su torcedura de pie podía resultar más seria de lo que se imaginaba, lo cual no le tranquilizaba del todo, conociendo su grado de responsabilidad en el incidente.

Cuando apareció en la escuela con muletas y el pie vendado a la altura del tobillo, aumentó su sentimiento de culpa, pero al menos aquello parecía mantenerla al margen. Eso y que la atención especial de los demás servía para alimentar más su ego. Al parecer tras el percance había adquirido el estatus de víctima, y eso colocaba a Marianne en el rol de villana ante los ojos de sus demás compañeros, lo cual no le importaba. Si aquella satisfacción que Kristania estaba obteniendo le servía para mantenerla callada por mientras, entonces tenía su lado positivo.

—¿Estás nerviosa, Belgina? Yo lo estaría —comentó Angie, acompañándola a la entrada del auditorio donde se habían dispuesto varios escritorios para el concurso.

—Estoy bien —respondió ella, aunque parecía distraída.

—Diría que buena suerte, pero no lo necesitas, eres una cerebrito —afirmó Lilith, dándole unas palmadas en la cabeza con camarería.

—¿De verdad te sientes bien? —preguntó Marianne al verla abstraída.

Ella echó un vistazo alrededor del auditorio y distinguió entre los asistentes a Mitchell; llevaba sus lentes oscuros y movió la mano en dirección a ella con la esperanza de que le devolviera el saludo. Belgina apartó rápidamente la mirada y dio un suspiro.

—…Sí, lo estoy. Iré a ocupar asiento de una vez.

Se adentró en el auditorio y marchó hacia el centro, donde los profesores ya comenzaban a darles indicaciones a los representantes de cada escuela.

Lilith y Angie fueron a comprar refrigerios, mientras Marianne decidió quedarse y esperarlas. Observaba con atención a Belgina, tratando de descubrir si su gesto era de absoluta concentración o realmente tenía el pensamiento encauzado en otros asuntos, hasta que sintió la presencia de alguien sentándose a su lado.

—¿Entonces? ¿Has hablado con ella?

Giró la cabeza a su flanco derecho, descubriendo que Mitchell se había trasladado a su lugar, con la mirada fija en Belgina.

—¿Qué se supone que debía decirle?

—¡Oh, vamos, ya lo habíamos hablado! No soy el monstruo que ustedes creen que soy. Pensé que había quedado claro —afirmó él, tratando de no llevarse las manos a la cabeza y arruinar su bien acomodado copete.

—Debes entender que no se trata simplemente de decirle que ahora te hable, como si necesitara nuestro permiso para hacerlo, ella debe quererlo así.

—¿No ves lo angustiado que estoy? ¡Tengo ojeras! —insistió Mitchell, subiéndose ligeramente los lentes para mostrarle las incipientes manchas grises que se le habían formado por debajo de los ojos—. ¡Nunca había tenido ojeras en mi vida!

—Bueno… siempre hay una primera vez —respondió ella, arrugando la nariz, sin saber si echarse a reír o sentir pena por él.

Belgina alzó la vista por un breve instante y le sorprendió verlos platicar tan tranquilos después de todo. Regresó de inmediato la vista hacia su hoja, aunque parecía más bien mirar a través de ella. Su atención estaba fija en un punto perdido. Se abocó a escribir sin parar y tras asentar su lápiz en el escritorio, se levantó de golpe y entregó la libretilla de la prueba, siendo así la primera en terminar el examen para sorpresa de todos. Acto seguido, salió a paso firme de ahí mientras Marianne bajaba de las gradas a toda prisa, pero al llegar a la puerta ya la había perdido de vista.

Esa noche el auditorio ya había sido reordenado para el evento final y las gradas comenzaban a llenarse mientras las chicas permanecían en la puerta con la esperanza de ver llegar a Belgina.

—¿Habrá terminado siquiera el examen? Con eso de que lo entregó antes que todos.

—No creo que eso importe mucho ahora —espetó Marianne sin perder detalle de la gente que iba llegando, hasta que alcanzó a distinguir a lo lejos a Belgina saliendo del edificio principal y en camino al auditorio—. ¿Podrían adelantarse y ocupar lugares? —Angie y Lilith se miraron y tras encogerse de hombros, ingresaron al auditorio, mientras ella caminaba en dirección a Belgina hasta interceptarla—. ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué te desapareciste así de repente?

—…Sólo necesitaba pensar —respondió ella, fijando la mirada en el piso.

—¿Pensar en qué? ¿Todo esto es por lo de Mitchell?

Belgina la observó en silencio, insegura de lo que debía decir.

—…No, no es eso —replicó con gesto desesperado—. No te imaginas lo difícil que es estar pensando todo el tiempo si soy o no merecedora de tal atención. Toda mi vida me he manejado con un perfil bajo para evitar problemas y he tratado de ocultar mis sentimientos para que nadie fuera capaz de usarlos en mi contra. Por ejemplo… hace unos años… solía gustarme Demian.

Marianne alzó las cejas. Eso no se lo esperaba.

—Aunque claro, no era sólo yo. Kristania en especial se autoproclamaba como la primera en notarlo y por lo tanto la única que tenía derecho a acercarse a él. Fui testigo de las veces que hostigó a otras chicas que llegaban a confesar que les gustaba. Después de divulgar su salida con él se puso peor, sospechaba de todo mundo… pero a mí nunca me dijo nada. Supongo que no le parecía una amenaza, que no me consideraba digna de captar la atención de nadie. Y a eso agrégale que Mitchell sea precisamente su hermano.

—Pero él es distinto a ella. No pensé llegar a decir esto, pero él no es… tan malo. Tiene un lado honesto que no suele mostrar mucho porque está demasiado embebido en sí mismo, o al menos es lo que intenta aparentar. Tal vez sólo necesite una oportunidad para que haga a un lado todo ese artificio que lo rodea, que se muestre más como una persona real y no un payaso.

—Auch, mejor no me ayudes.

Mitchell estaba a unos pasos de ellas, con miras en entrar también al auditorio. Belgina lo miró nerviosa, no esperaba que él las fuera a escuchar. Tras un breve instante de silencio, abrió la boca para decir algo, pero en ese momento escucharon el anuncio de que estaba por iniciar la ceremonia de premiación. Ella volvió a cerrar la boca y rápidamente se introdujo al lugar sin decir nada.

—Eh… ¡Suerte, nena!

Belgina no parecía muy esperanzada, de modo que las chicas no se mostraban tampoco muy optimistas durante la ceremonia. Así que cuando mencionaron su nombre como ganadora, de inmediato estallaron en aplausos y vítores mientras Belgina lucía incrédula.

Subió dubitativa al entarimado, mirando hacia el público aún con expresión escéptica y tras aceptar el trofeo, fue a colocarse a un lado de los demás ganadores por grado, incrédula. Le tomó un rato atreverse a mirar a la audiencia y vio a sus amigas, aplaudiendo y haciéndole señales de victoria, y en el borde de las gradas estaba Mitchell plantado al frente, también aplaudiendo. De un momento a otro se descubrió a sí misma sonriendo

Una vez terminada la premiación, Belgina tenía intención de cruzar el auditorio para buscar a sus amigas, pero les informaron que aún debían tomarse fotos en un kiosco que habían improvisado a mitad del campo deportivo, para la prensa y sus respectivas escuelas, así que no le quedó más remedio que seguir al resto de los ganadores, cargando con su trofeo. Habían salido ya del auditorio y daban una vuelta en dirección al campo cuando Mitchell le salió al paso.

—Hey, ¿puedo hablar contigo? —dijo él con algo de cautela, pero ella se mantuvo en silencio. El resto de los ganadores ya se había adelantado.

Cuando las chicas consiguieron salir del auditorio, lo rodearon para ir al lugar donde estarían los ganadores y por lo tanto Belgina. Sabían que la mayoría de las personas aún permanecía en el auditorio, pero se les hizo raro que mientras avanzaban el campo deportivo, la atmósfera comenzaba a sentirse más pesada e incluso el ruido ambiental había desaparecido.

—¿…Sienten eso? —dijo Lilith, rompiendo el silencio.

—Algo no está bien —respondió Marianne, frunciendo el ceño.

Angie se adelantó hacia el enrejado para entrar al campo y se detuvo justo enfrente.

—¡…Vengan rápido!

Ambas se apresuraron a alcanzarla, y al mirar a través de la reja, descubrieron varios cuerpos sobre el césped, a un lado del kiosco. Fragmentos de lo que parecía un cristal opaco estaban dispersos a un lado de cada uno.

—…Hollow —dijo Marianne, mirando desconcertada los cuerpos.

—¡Hay que buscar a Belgina! —exclamó Lilith, forzando la reja para poder entrar y comenzando a revisar los cuerpos en busca de su amiga.

Marianne apretó las manos en torno a la reja y de repente sintió una mano posarse sobre su hombro, provocándole un sobresalto.

—Soy yo —dijo Samael para tranquilizarla.

—¿…Cómo llegaste?

—Sentí que algo ocurría, pude percibirlo como la primera vez, como si lo viera todo a través de un velo. Llegué hasta aquí guiándome de ti, nuevamente —respondió él, entrando también al campo para ver los cuerpos más de cerca y comenzar a restaurar los dones—… Todos estos se tratan de dones intelectuales, ése debe ser el actual objetivo de Hollow.

—Belgina no se encuentra aquí —añadió Lilith tras haber revisado todos los cuerpos. No resultaba difícil deducir lo que eso significaba.

—… Ella será el siguiente blanco —dijo Marianne con preocupación.

—¿Me permites ayudarte? —dijo Mitchell, tomando el trofeo de Belgina y apartándola del camino empedrado—. Sabía que ganarías. Eres muy inteligente. Ésa es una de las cosas que me gusta de ti.

—¿…Y cuáles son las otras? —preguntó ella, tomándolo desprevenido.

—Pues… eres diferente, no me juzgaste al principio como los demás —respondió él con una sonrisa y ella pareció decepcionada.

—…Podría haber sido cualquiera.

—¡Pero fuiste tú! No porque otra chica me hubiera dado una oportunidad significa que también me habría gustado… bueno, lo más seguro es que sí, pero siendo honestos me gusta todo el mundo. Sin embargo, sentí una conexión muy fuerte contigo. Espero que me perdones si te di la impresión de que sólo estaba jugando, porque no es así. De verdad me gustas por todo lo que eres, aunque no pienses lo mismo. Eres lo opuesto de mí y… digamos que me complementas.

Por primera vez lo vio sonrojarse y ahora fue Belgina la que reaccionó sorprendida. Miró a sus pies, pensando lo más apropiado para decir, y cuando levantó la mirada nuevamente, se encontró con el rostro alarmado de Mitchell, observando detrás de ella como si se hallara ante algo monstruoso.

Ella se mantuvo inmóvil, sospechando de qué se trataba. Había estado sintiendo una vibración en su cabeza que intentaba ignorar, pero ahora sabía que no debió haberlo hecho. Supuso que los demás no tardarían en llegar, así que sólo debía hacer tiempo.

Acto seguido, plantó un pie en el suelo y empujó a Mitchell por medio de una ráfaga surgida de sus manos.

—¡Vete de aquí!

Él salió repelido varios metros lejos de ella, mientras alcanzaba a ver una figura cubierta de un aura oscura deteniendo a Belgina por la espalda. De su pecho salió despedida una esfera que brillaba con intensidad.

El demonio tomó el don entre sus manos y dejó caer el cuerpo inmóvil de Belgina. En ese instante su instinto le indicó que se inclinara hacia un lado, y al hacerlo, el filo de una espada pasó a unos centímetros de su rostro. Marianne lo observaba al extremo de ésta a través del casco. Él sonrió con aquellos ojos rojos encendidos como brasas y un halo oscuro se extendió por todo su cuerpo y continuó expandiéndose, rechazándola y aventándola a varios metros de distancia.

—¡No dejen que se lleve el don! —exclamó Marianne. Lilith tuvo la intención de adelantarse y enviarle un ataque de fuego, pero éste chocó contra una capa que rodeaba la zona donde el demonio se encontraba. Intentaron cruzarla, pero les fue imposible, ésta les repelía como si se tratara de una reja electrificada.

—¡¿Qué es esto?!

—Es un campo de energía negativa, lo ha levantado para que no podamos atravesarlo —explicó Samael, observando cómo su mano era rechazada apenas intentaba tocar la capa.

—¿Eso significa que no podemos hacer nada mientras él está ahí dentro, robándose el don de Belgina? —preguntó Marianne, contemplando a través de la barrera a Hollow tomando ya el contenedor.

—Lo siento, es como cuando yo levanto una capa de protección; a un demonio como él, cuya carga es enteramente negativa, le resultaría difícil atravesarla. La energía positiva les repele y puede ocasionarles mucho daño. Lo mismo ocurriría con nosotros con respecto a la energía negativa.

—Dijiste difícil… pero no imposible.

Samael tomó aliento, entendiendo que lo que ella pretendía era intentar romper la barrera.

—…Haré el intento —accedió él, colocando sus manos frente a la capa y concentrando toda su energía en sus palmas. Sintió que le cosquilleaban los dedos desde las puntas y trató de posarlos sobre la barrera, pero ésta no hacía más que sacar chispas cada vez que él la tocaba.

Marianne les hizo señas a Lilith y Angie, y las tres lo tomaron de los hombros y la espalda para compartirle de su propia energía.

—¡Rápido o lo perdemos! —lo urgió Marianne al ver que Hollow colocaba la esfera en el contenedor y éste lo aceptaba sin ninguna complicación. Samael ponía todo su esfuerzo en fracturar la barrera, pero ésta continuaba firme y, al contrario, él comenzaba a agotarse, hasta que un chispazo los mandó al piso.

—La barrera es demasiado fuerte para mí. Necesitaría más tiempo.

—¡No lo tenemos! —Marianne observó angustiada a través de la barrera al ver que no podrían hacer nada por Belgina, y entonces algo la cruzó súbitamente, yéndose sobre el demonio y embistiéndolo para sorpresa suya y de los demás, pero lo más sorprendente de todo fue el comprobar quién era.

—¿Es Mitchell? ¿Pero cómo logró atravesar la barrera? —preguntó Lilith incrédula.

—…No debería poder. Sería imposible para cualquier persona traspasarla —aseguró Samael sin dar crédito a lo ocurrido, y entonces una idea cruzó por su mente, una posibilidad. Se incorporó para tratar de tocar nuevamente la capa, pero ésta había desaparecido, confirmando su sospecha. Obviamente se había equivocado al creer que su búsqueda había terminado.

Hollow se quitó a Mitchell de encima y lo sujeto del cuello.

—¿Tú de dónde saliste? No eres más que un simple humano—preguntó él, entornando los ojos mientras cerraba la mano alrededor de su garganta, cortándole la respiración.

Un zumbido a su izquierda le alertó que algo se aproximaba, así que giró el cuerpo en esa dirección y con su mano libre detuvo la espada. Marianne trató de recuperar el control de ésta, pero el demonio la sujetaba firmemente.

—… Se requiere más que esto si quieren derrotarme.

—¿Y qué tal esto? —intervino Lilith, apareciendo junto a Marianne y vertiendo su poder de fuego en la hoja de la espada, la cual fue adoptando una tonalidad al rojo vivo y Hollow tuvo que soltarla, arrojando a las dos chicas y liberando a Mitchell.

Samael aprovechó para llevarse al chico de ahí. Angie, mientras tanto, arrastraba a Belgina lo más lejos que podía y buscaba la forma de abrir el contenedor.

—Aguanta, Belgina, sólo tengo que… abrir esta cosa… ¿pero cómo es que se abre?

—¿Me permites?

Ella alzó la mirada y vio a Hollow erguido en toda su altura, esbozando una sonrisa perversa. En cuestión de segundos ya le había arrebatado el contenedor, arrojándolo hacia un agujero negro que apareció por encima de él para luego presionarla del cuello. Un escudo de aura oscura se formó detrás de él, de modo que ni Marianne ni Lilith podían atravesarlo para ir en su ayuda.

—¡Usa tus manos! ¡Como la última vez! —le recordó Marianne mientras luchaban por romper esa nueva barrera.

A pesar de sentir que le faltaba el aire, Angie se concentró en atenazar el rostro de Hollow con sus manos, sin embargo no ocurrió nada, tan sólo incrementó la sonrisa maligna de aquel demonio y la fuerza con que presionaba su garganta.

La situación estaba saliéndose de control y Samael no aparecía por ningún lado. Se apartaron para intentar de nuevo echar abajo la barrera, y alcanzaron a ver una silueta en armadura atravesándola sin ningún problema y echándose a la espalda del demonio, mientras Angie se arrastraba hacia atrás, llevándose las manos al cuello para tratar de recuperar el aliento.

—¿Ése fue Samuel? —preguntó Lilith sin ver claramente si se trataba de él.

—No, yo estoy aquí —respondió él, aproximándose detrás de ellas.

—Pero si tú estás aquí… ¿entonces quién…? —preguntó Marianne, aunque no tuvo necesidad de pensarlo mucho, por dentro ya sabía la respuesta y no pudo evitar soltar un resoplido de incredulidad—…Ay, no.

El demonio logró desembarazarse del bulto aferrado a su espalda con un rápido movimiento, azotándolo en el piso y alzándose por encima de él. Colocó entonces las manos frente a su rostro y de éstas comenzó a emanar un aura sombría. Al sentir el calor ácido que emitía conforme avanzaba hacia su rostro, Mitchell liberó sus extremidades y colocó sus manos por delante para protegerse, sin darse cuenta de que a unos metros por encima de ellos se abría una especie de hoyo, formando un remolino que terminaba por cubrir el perímetro.

—¿Qué es eso? —preguntó Marianne al ser rodeados por una especie de capa gris ahumada. Samael acercó su mano con precaución, pero nada ocurrió al toque.

—No contiene energía negativa. Hollow no pudo haberla creado. Debió ser Mitchell.

El demonio se había incorporado, ocupándose en analizar sus manos mientras el recién estrenado Angel Warrior se arrastraba hacia Belgina, tratando de hacerla reaccionar.

—Necesita su don de vuelta, el que ese demonio le arrebató —dijo Angie, poniéndose de rodillas junto a ellos.

Hollow continuaba examinando con atención sus manos. El aura sombría que anteriormente había comenzado a manar de ellas se había detenido y no parecía responder a sus intentos por activarla de nuevo.

—Interesante —expresó él con cierta fascinación, a pesar de que sus poderes se vieran anulados.

—¿…Eso qué significa?

—Parece que esta nueva capa lo está conteniendo —respondió Samael, observando la reacción del demonio.

—¡Muy bien, eso significa que es el momento perfecto para acabar con él! —interrumpió Lilith, tronándose los dedos y extendiendo los brazos, pero para sorpresa suya tampoco lograba sacar una sola pizca de humo de sus dedos. Era como si se hubiera quedado sin combustible—. ¿Pero qué…? ¿Y el fuego?

Marianne también decidió probar mover algo del piso con el poder de su mente, pero de igual manera resultaba inútil, ni siquiera moviendo las manos.

—¿…Qué es lo que ocurre? ¿Perdimos nuestros poderes?

—No, fueron suprimidos momentáneamente —respondió Samael al tratar de hacerse invisible y fracasar de igual manera—. Al parecer la capa anula cualquier tipo de energía, positiva y negativa por igual. Eso significa que estamos en igualdad de condiciones.

—Suficiente para mí entonces —apostilló Marianne, blandiendo su espada y arremetiendo contra Hollow, quien no hizo más que inclinarse con agilidad y dar un giro para detenerle su mano.

—¿Igualdad de condiciones? Error —afirmó él con una sonrisa confiada y acto seguido comenzó a oprimir con fuerza la muñeca de Marianne hasta escucharse un crujido como de hojas secas, tras lo cual ella pegó un grito, dejando caer la espada al piso y sosteniéndose la mano con dolor.

Samael apareció de inmediato frente a ella, recibiendo en su espalda la siguiente embestida de Hollow, incorporándose una vez más para luchar contra el demonio mano a mano.

—Vamos, tenemos que ayudarlo —dijo Lilith, tirando de Mitchell para obligarlo a levantarse—. Belgina estará bien, primero tenemos que derrotar a ese demonio.

—¿Qué se supone que debo hacer?

—¡¿Tú qué crees?! ¡Ataca! —dijo Marianne, deteniéndose la mano herida contra su pecho. Él se levantó algo dubitativo, mirando de reojo a Belgina, pero en cuanto se dispuso a acudir en ayuda de Samael, se detuvo al ver que el demonio estaba en el piso.

—¿Lo venció? ¡¿De verdad lo venció?! —preguntó Angie, con la mano aún al cuello.

Samael miraba sorprendido hacia Hollow, sin poder creer que lo hubiera superado. Tenía la respiración agitada y mantenía una postura alerta a cualquier movimiento súbito de su parte, aunque lo que menos se esperaba era que éste comenzara a reír desde el suelo.

—Sólo los estaba poniendo a prueba —replicó éste mientras se levantaba completamente indiferente de los golpes recibidos—… Y ha sido más que suficiente.

Ellos intercambiaron miradas de alarma, pero no pudieron reaccionar a tiempo. Con un rápido movimiento, Hollow se desplazó hacia Mitchell y le dedicó una sonrisa.

—Dulces sueños.

Un golpe en la nuca fue suficiente para dejarlo inconsciente y aquella capa grisácea desapareció súbitamente, permitiéndole recuperar por completo el control de sus poderes.

—Llegó la hora de terminar con esto.

—¡…Al suelo! ¡Todos al suelo ahora! —gritó Samael en cuanto notó que Hollow se colocaba al centro y un intenso halo oscuro comenzaba a envolverlo.

El ángel apenas alcanzó a arrojarse sobre ellos cuando una ola de energía expansiva surgió del cuerpo del demonio, cubriendo el suelo que lo rodeaba y a ellos como si fuera un manto de penumbras, ejerciendo presión hasta hacer pedazos todo el perímetro a la redonda, dejando únicamente una nube de polvo que fue despejándose hasta dejar a la vista una enorme circunferencia de tierra devastada.

Nada quedaba al interior de aquella zona que parecía el escenario de un bombardeo.

El demonio tan sólo esbozó una sonrisa mientras detrás de él se abría otro agujero. A continuación se introdujo en él, dejando atrás un campo desolado.

Había sido una victoria aplastante.


SIGUIENTE