CAPÍTULO 18

18. MÁS ALLÁ DEL BALCÓN

—Déjenme ver si entendí.

Lucianne estaba de pie en medio de su sala, apretándose las sienes para concentrarse, aunque le resultaba casi imposible con la estampa que tenía ante ella.

La sala era ocupada por seis chicos en lamentables condiciones, con la ropa sucia y rasgada, rostros decaídos y ánimos por los suelos. Les quedaban algunos rasguños y golpes, aunque Samael se había encargado de curar sus heridas más graves, como la mano fracturada de Marianne. Habían escapado de un peligro inminente; sin embargo, era la derrota lo que más parecía afectarles. De no haber sido por Samael, estarían muertos. Había alcanzado a cubrirlos con su capa de energía y transportado a casa de Lucianne, apenas saliendo con vida.

—Hollow atacó a Belgina, que resultó poseer uno de los dones que tanto buscan. Pelearon contra él, pero no pudieron vencerle y estuvo a punto de matarlos. Samuel decidió transportarlos a todos aquí, suponiendo que funcionaría como un hospital de guerra, pero lo que sigo sin entender es… ¿qué hace él aquí? —expuso Lucianne, señalando a Mitchell, que en ese instante usaba un portavaso metálico de la mesita del centro para mirar su reflejo y tratar de acomodarse el cabello.

—Él también resultó ser… uno de nosotros —respondió Marianne, dando un breve suspiro antes de terminar su frase.

—Así que de esto se trataban sus misteriosas reuniones. Ahora entiendo muchas cosas. Siento como si hubiera obtenido boletos VIP para un club muy exclusivo —dijo Mitchell con una sonrisa.

—No te emociones tanto, acabamos casi de morir por si no lo recuerdas.

—Pero no pasó —respondió él, restándole importancia y centrándose en lo que parecían ser más importante para él—. Y díganme, ¿hay algún tipo de rito ceremonial por el que tenga que pasar para oficializar mi pertenencia al equipo? Algo como, no sé, correr desnudo a media noche durante la luna llena o intercambiar saliva.

—¡No seas idiota y tómate esto con mayor seriedad! —exclamó Marianne, perdiendo la paciencia.

—Sólo bromeaba. En realidad, todo esto parece aún bastante irreal, pero me acostumbraré, supongo… Aunque lo de intercambiar saliva no me desagradaría —dijo dando un guiño, provocando que Marianne pusiera los ojos en blanco y meneara la cabeza.

—¿Estás bien, Belgina? —preguntó Lucianne al notar que ella permanecía distraída, mirando a través del ventanal que daba a la calle.

—Sí, es sólo que… siento como si flotara, como si no estuviera aquí. Es raro —respondió ella con aire de otro mundo.

Los demás la contemplaron con remordimiento. Habían sido incapaces de recuperar el don que le habían arrebatado y ahora tendría que arreglárselas sin él, aunque Marianne sabía que no sería por mucho tiempo.

—Necesitamos con urgencia un entrenamiento más severo —intervino Samael—. Y no me refiero a estas prácticas que hemos estado teniendo bajo techo y a puerta cerrada. Debe ser al aire libre, tan alejado de la civilización como para pasar desapercibidos y así no tendríamos que contenernos.

—Pues… la siguiente semana comienzan nuestras vacaciones de primavera. Nos darán dos semanas. No es mucho, pero supongo que servirán de algo —sugirió Lilith.

—En la situación en la que estamos, cualquier tiempo disponible es bienvenido.

—¿Sugieres que vayamos a algún lugar alejado donde nadie nos interrumpa? —terció Marianne y los demás lo meditaron.

—No puedo dejar a mi padre solo por tanto tiempo —replicó Lucianne.

—Tenemos tiempo para solucionar todas esas dificultades, por lo pronto creo que deberíamos descansar. No sé ustedes, pero siento que me pasó encima un ejército de mamuts —concluyó Lilith, restregándose la cara antes de levantarse y estirar las extremidades. Los demás siguieron su ejemplo.

—Vamos, nena, te acompaño a tu casa —dijo Mitchell, ofreciendo su brazo a Belgina.

—¡Hey, tú, mucho cuidado! —le advirtió Marianne, señalándolo con recelo y él sólo levantó las manos en señal de que no haría nada.

El resto comenzó a dirigirse en procesión a la puerta; un batallón inexperto recién salido de la guerra. Sucios, cansados y derrotados.

—Toma —dijo Marianne, lanzándole un paquete de galletas a Samael apenas entraba a su habitación, secándose el cabello después de darse un baño a conciencia.

Él estaba sentado en el piso con la espalda pegada al costado de la cama y semblante reflexivo. La derrota parecía haberle afectado a él más que a nadie.

—Quita esa cara. No eres el único que fracasó.

—Pues así lo siento —respondió él con un suspiro—. Soy quien les ha estado aconsejando y guiando, así que nuestra derrota de hoy tiene que ser un reflejo de que no he hecho bien mi trabajo. Por lo tanto, yo les fallé, así que lo lamento.

—¡Deja de decir tonterías! Se trata de trabajo en equipo, has hecho todo lo que has podido para aleccionarnos, que aún seamos demasiado inexpertos no es tu culpa. Tú mismo lo has dicho, necesitamos más tiempo, más entrenamiento, sobre todo Mitchell que se le lanzó al ruedo sin saber nada.

—Lo siento por eso, debí decirles en cuanto me di cuenta.

—¡Ya deja de disculparte!

En ese momento tocaron a la puerta y ella volteó alarmada, justo cuando ésta ya iba abriéndose.

—¿Estás bien? Como llegaste tarde, pensé que había pasado algo —preguntó su padre, asomándose en la puerta. Marianne de inmediato giró el rostro hacia atrás y notó que Samael ya había desaparecido—. ¿Hablabas con alguien?

Ella trató de pensar rápido qué responder, hasta que su vista se posó en su celular.

—¡Sí, por teléfono! —resolvió ella, tomando el móvil en una fracción de segundo—. Discutía con… Lilith. Sin querer me empujó en uno de sus juegos, por eso tenía la ropa tan sucia. Caí en pleno lodo. Ella insiste en disculparse y me ha estado llamando a cada rato.

—Oh. Bueno, espero que se resuelva. Traje hamburguesas, ¿tienes hambre?

—Al rato bajo —dijo ella sin cambiar de posición y su padre asintió, cerrando la puerta de nuevo. Marianne se relajó y al darse la vuelta vio que Samael estaba de nuevo en el mismo lugar, sin quitarle la mirada de encima.

—Mi oferta para leer su mente sigue en pie —comentó él, haciéndola titubear por un momento, pero de inmediato sacudió la cabeza de forma negativa.

—Olvídalo, hay cosas que prefiero no saber y lo que haga mi padre en sus «viajes de trabajo» es una de ésas.

—De acuerdo, hazme saber cuando cambies de opinión —respondió él, abriendo el paquete de galletas y dándole una mordida a la primera.

Marianne lo observó meditabunda, con una cuestión que había estado rondando su mente toda la noche.

—Belgina… ¿Qué pasará ahora con ella?

Samael volvió a levantar la vista con media galleta en la boca, y tras unos segundos la bajó de vuelta hacia el resto del paquete para poder responder.

—Tú ya sabes lo que ocurre con quienes pierden un don.

—Sí, pero… Hasta ahora, a quienes se los habían arrebatado eran personas ajenas, se podría decir. En cambio, con Belgina es diferente —continuó ella—. ¿El carecer del don intelectual le afectará también en su capacidad como Angel Warrior?

—Es improbable, su habilidad especial es independiente del tipo de don que poseía. Como te había dicho, el don es una característica propia de la persona, eso lo hace vital, mas no significa que su esencia completa esté englobada en él, considéralo como una pieza importante de ésta. Sí, su ausencia puede provocar cambios en el carácter o habilidades físicas según su índole, pero su esencia permanece inalterable.

—… Cambios de carácter o habilidades —repitió Marianne, pensando en el repentino cambio que había sufrido el comandante Fillian o el deterioro de salud que había padecido su madre, además de la pérdida de coordinación y destreza de Lester—. Belgina ya no seguirá siendo la chica brillante que había sido hasta ahora.

Samael asintió y ella dio un suspiro, sin estar segura si era de alivio porque aún mantuviera su estatus de Angel Warrior, o de aflicción por que perdiera una de sus características más prominentes.

—Bien, sólo eso quería saber. Iré… por las hamburguesas. Ahora vuelvo —finalizó ella, saliendo de la habitación.

Samael permaneció un poco más en su sitio, jugueteando con el resto de la galleta, hasta que hizo a un lado el paquete y estiró el brazo hacia la cama para tomar una de las libretas de Marianne.

Buscó una pluma, y colocó la libreta sobre sus rodillas, comenzando a trazar en ella varios círculos contiguos hasta formar una circunferencia entre ellos con uno al centro. Eran doce en total. Acto seguido comenzó a escribir algo dentro de cada círculo. Regresó a lo que había escrito y rayó con una cruz cuatro de los círculos que había trazado, los cuales representaban los dones que la Legión de la Oscuridad ya tenía en su poder: Atlético, Moral, Salud e Intelectual. Miró con atención los demás que formaban la circunferencia y se detuvo en el que había dejado al centro, en él había escrito «Muerte». Subrayó éste en especial y mantuvo su mirada fija en él por más tiempo.

—¿A quién le perteneces? ¿Por qué existes, siquiera? —se preguntó, entornando los ojos con aprehensión, hasta que arrancó la hoja y la guardó en su chaqueta.

Al día siguiente, una aglomeración de estudiantes se había reunido detrás del auditorio, observando con asombro el área abrasada en el suelo como si hubiera ocurrido una explosión en ella, acordonada por cintas amarillas.

Algunos osados se atrevían a atravesar las cintas y se introducían como si se tratara de un juego, tan sólo para que les llamaran la atención y les ordenaran regresar a sus salones.

A su vez, un grupo de especialistas enfundados en trajes de protección nuclear se preparaban para analizar la zona junto con un equipo científico en una tienda improvisada que habían instalado a un costado. De inmediato se dispararon los rumores entre los estudiantes de que se trataba de uno de los famosos círculos que aparecían en los campos de cultivo y que tal vez hubieran quedado residuos de actividad radiactiva en la zona. Esto, por supuesto, no hacía más que aumentar la curiosidad de los estudiantes que buscaban cualquier momento y excusa para regresar y tomar fotografías, incluyendo selfis en poses chuscas.

—Es ridículo. Extraterrestres. ¡Por favor! —comentó Kristania, quien no parecía interesada en el tópico del momento y permanecía en su asiento, sintiéndose muy por encima de los demás—. Algún chistoso debió pensar que sería divertido excavar el lugar durante la noche para así llamar la atención de los demás. Sólo están perdiendo el tiempo.

—Me pregunto qué habrás pensado del ataque al hospital. ¿Dirías que eran sólo un par de tipos jugando con cables? —la cuestionó Lilith desde su lugar y ella le dirigió una mirada despectiva, como si el sólo hecho de que se dirigiera a ella fuera un descaro total.

—Ya que lo mencionas, pienso que eran terroristas con un arsenal desconocido de último nivel —respondió con aire de superioridad—. Así como no conocemos a todas las especies animales que moran el planeta, dudo que se tengan registradas todas las armas creadas hasta ahora, ni hablar de los avances tecnológicos. Obviamente no se trató más que de un truco y no de extraterrestres ni mucho menos demonios como algunos ignorantes han estado diciendo.

—Si eso es lo que piensas, ¿quién soy yo para sacarte de tu poco imaginativo mundo? —concluyó Lilith, volteando mejor hacia sus amigas. Kristania se limitó a dar un bufido y reviró la cara con arrogancia.

—Es mejor que piense eso a que vaya indagando por ahí —murmuró Marianne.

—¿Saben qué es algo raro? —agregó Lilith, pasando una idea por su mente—. Ese sujeto, las veces que lo hemos visto… siempre ha estado solo.

—Es verdad —la secundó Marianne, reflexionando sobre ello. Umber tenía en Ashelow un sirviente, si se le podía llamar así, pero Hollow parecía no tenerlo.

—¿Creen que tenga algún… ayudante? Como Ashelow —intervino Angie.

—Quizá no lo necesite —supuso Marianne, temiendo que si Hollow tuviera un sirviente también fuera de origen humano.

Al terminar las clases, la mayoría de los estudiantes se fueron arremolinando en dirección al auditorio para continuar mirando con curiosidad el circo que se había montado alrededor del misterioso círculo en el pasto.

Entre la horda que se dirigía a espaldas del auditorio, Mitchell intentaba abrirse paso hacia la puerta, pero fue arrastrado hasta que tuvo que aferrarse a una de las columnas para no acabar aplastado por la turba. En los segundos que estuvo ahí afianzado, alcanzó a ver un volante frente a su rostro, y esperó a que se despejara el lugar para desasirse de la columna y observarlo bien. Era un cartel que convocaba a un campamento para jóvenes de entre quince y diecisiete años. Eso significaba estar lejos de la civilización y al aire libre por un par de semanas, así que de inmediato comenzó a hacer planes mentales. Arrancó el cartel y lo llevó consigo.

—Buenas tardes, se les extrañó ayer, ¿van a ordenar algo? —comentó Mankee, acercándose a atender la mesa que solían tomar.

—¡Monkey! —saludó Lilith, agitando el brazo.

—Mankee —la corrigió en lo que le parecía ya la centésima vez.

—Pierdes tu tiempo, sería más fácil cambiarte el nombre de ahora en adelante —intervino Marianne con la vista fija en el menú.

—Tiene razón —la secundó Lilith con una sonrisa despreocupada, así que el muchacho no tuvo más remedio que dar un suspiro de resignación.

—¿No ha llegado Demian? —preguntó Angie, dirigiendo una mirada hacia la barra que estaba vacía en ese momento.

—No, pensé que aún no habría salido de la escuela.

—A lo mejor sigue ahí, tampoco Mitchell ha venido —supuso Marianne, y justo en ese instante entró Mitchell con un entusiasmo mayor al de costumbre, llevando en su mano una hoja de papel que asentó de un manotazo en la mesa.

—¡Soy el mensajero de las buenas noticias, traedor de soluciones, alabado sea yo, aleluya! —exclamó, señalando la hoja con actitud triunfante y moviendo las manos de forma teatral, pero en vez de ver el panfleto, lo miraron a él con fastidio.

—A veces me pregunto si te habrán dejado caer de cabeza al nacer —expresó Marianne, girando los ojos.

—¿No vino Demian contigo? —preguntó Lilith.

—No, hoy no llegó a clases —respondió él, encogiéndose de hombros—. Raro, ¿no?

—Le avisaré al jefe, entonces —decidió Mankee, volviendo a la cocina.

—¿Le habrá pasado algo?

—¿No puede haber decidido faltar un día? No tiene que haberle ocurrido algo —intervino Marianne de nuevo, sin pensar que fuera algo serio.

—Podrías preocuparte un poco más por él. Apuesto a que él sí lo haría por ti —replicó Mitchell, alzando una ceja con una expresión que ella no alcanzaba a comprender.

—No sé qué te traes, pero no me agrada tu mirada ni tu tono —le espetó ella, señalándolo malhumorada, pero antes de que pudiera decir algo más, su teléfono comenzó a sonar. Al ver la pantalla, sus ojos se agrandaron con perplejidad, pues en ella decía claramente el nombre de Demian.

Parpadeó incrédula. Debía tratarse de un error ya que ni siquiera tenía registrado su número, pero por más que posaba la mirada en los demás, enfrascados en otros asuntos, al regresar la vista hacia la pantalla el nombre seguía sin cambiar. La única explicación viable era que alguien había tomado su celular a espaldas de ella. Miró de reojo a los demás con suspicacia, preguntándose quién podría haber sido, pero como el teléfono seguía sonando, decidió hacer a un lado su sorpresa y responder.

—¿Diga?

—¿Hablo con Marianne?

La voz del otro lado de la línea no pertenecía a Demian, lo cual disparó aún más su alerta. Varias ideas comenzaron a pasar por su mente; que había sufrido un accidente o tal vez se tratara de un secuestro, pero seguía sin explicarse por qué en ese caso le llamarían a ella. ¿Cómo es que tenía siquiera su número?

—¿Quién habla? —preguntó, atrayendo la atención de los demás.

—Perdón, debí presentarme desde el principio. Mi nombre es Dante Donovan, soy el padre de Demian. —Ella arqueó las cejas con mayor asombro—. Él no se encuentra bien… y debo salir de viaje en un par de horas. Como se niega a que lo lleve al hospital y no puedo cancelar, pensé que quizá podría pedirle a alguno de sus amigos que viniera a verlo, aunque sea por un rato. Este número aparecía en el discado rápido. Eres amiga de él, ¿cierto?

—Ahm… yo…—balbuceó Marianne sin saber qué responder a eso. No tenía idea si a esas alturas podían considerarse amigos o conocidos en circunstancias fuera de lo común.

—¿Conoces a su círculo de amistades? ¿Podrían venir a visitarlo? Me preocupa dejarlo solo en estas condiciones —continuó el hombre, poniéndola en un predicamento.

Podía percibir la preocupación en su voz, pero no podía imaginarse cómo tomaría Demian el que de repente se aparecieran en su casa sin avisar. Él mismo había comentado lo exagerado que su padre solía ser con respecto a su salud, así que quizá no era tan grave como suponía; además, no tenía idea de qué esperar de aquel hombre, la única vez que lo había visto había sido en el hospital y estaba de espaldas.

Con un suspiro, terminó aceptando.

—Sí, claro, ahí estaremos.

Tras colgar, los demás se le quedaron viendo expectantes, aunque ella no sabía cómo empezar.

—¿Y bien? ¿Quién era?

—Era… el padre de Demian —respondió y las miradas que recibió le confirmaban lo extraño que sonaba.

—¿Por qué te llamaría el padre de Demian?

—De hecho, eso mismo quisiera saber. Alguien tomó mi celular y agregó su número sin mi consentimiento, así que ¿quién fue? —replicó ella, mirando a todos y cada uno como si tratara de descubrir al culpable en una fila de sospechosos.

—¡Bueno, pero no perdamos de vista lo importante! —interrumpió Mitchell de inmediato para cambiar el tema—. Si él llamó es que algo ocurrió, ¿cierto?

—Al parecer Demian está enfermo y su padre tiene que salir de viaje, pidió de favor que vayamos a verlo por un rato.

—¿Y cómo vamos a llegar? ¿Alguien sabe dónde vive?

—Yo sé —dijo Angie, alzando la mano—. Solía ir cuando era niña. Puedo llevarlos.

—¡Bien! Vayamos, entonces. De paso piensen bien en esto, creo que sería perfecto para nosotros, se ajusta a nuestras necesidades actuales —sugirió Mitchell, incitándolas a levantarse a la vez que agitaba frente a ellas el panfleto que había llevado.

—¿No hay que esperar primero a Samuel y Lucianne?

—Les enviaremos un mensaje, andando.

Una vez resuelto aquello se encaminaron a casa de Demian, guiados por Angie. Ésta quedaba justo a unas calles más allá de la de Marianne, para sorpresa suya.

—Llegamos —anunció Angie a la cabeza de todos y deteniéndose ante una reja, permitiendo que los demás se acercaran a la altura de ella para ver a través del enrejado.

Frente a ellos se alzaba una casona de tres pisos de estilo victoriano cuya fachada parecía baldosada con un balcón circular en la lateral, el cual permanecía cerrado. Un enorme y bien cuidado jardín rodeaba la propiedad, con setos podados en formas cónicas flanqueando la periferia.

—¿Cómo entramos?

—Ahí está el timbre y el intercomunicador —señaló Angie hacia la columna donde se fijaba la reja. Los cinco permanecieron en el mismo lugar sin moverse, hasta que Marianne notó que las miradas se posaban sobre ella.

—¿Qué? ¿Por qué me miran?

—A ti te llamaron, así que lo más justo es que tú avises de nuestra llegada.

—¡Pero yo…! ¡Aggh, es el colmo! —gruñó ella en señal de protesta, aunque se acercó a tocar el timbre para acelerar las cosas y tras unos segundos de espera, una voz solemne se escuchó en el intercomunicador.

—¿Quién es?

Marianne sintió un nudo en el estómago y volteó hacia los demás en busca de apoyo, pero sólo le hicieron señas para que respondiera, así que acercó el rostro al intercomunicador y tomó aliento.

—Disculpe, recibí su llamada hace poco, soy Marianne y…

—¡Ah, claro! ¡Adelante, por favor! —respondió la voz en un tono más afable.

Un zumbido proveniente de la reja los obligó a apartarse y ésta se abrió automáticamente, cediéndoles el paso. Los cinco intercambiaron miradas por unos segundos hasta que por fin se decidieron a entrar.

Se quedaron en el umbral de la puerta tras cruzar el jardín, hasta que ésta se abrió y salió un hombre con barba bien cortada y una enorme sonrisa, vestido de traje gris sin corbata, dándole un ligero toque informal.

—¡Bienvenidos! Tú debes ser Marianne —dijo aquel hombre con tono jovial, tomándola de la mano para saludarla.

—¿Cómo sabe que yo…?

—Hay una cámara en el intercomunicador —respondió él con semblante alegre, enmarcado por un cabello castaño y ondulado con varias canas repartidas. Sus ojos eran oscuros y sólo a la luz podía notarse un atisbo de azul marino en ellos. No era nada como se imaginaba al padre de Demian, serio y en extremo formal, sino todo lo contrario, parecía un hombre cálido y agradable. Debía rondar los cincuenta o sesenta años.

—Ah, me parece que a ti sí te conozco —comentó al mirar a Angie, entornando los ojos y colocándose los lentes para verla mejor. Ella estuvo a punto de responder, pero él se adelantó, dando un chasquido con los dedos—. ¡Angie! Venías a jugar todo el tiempo con mi hija Vicky cuando eran niñas.

—Así es, me da gusto que lo recuerde —contestó ella—. ¿Ella está bien?

—¡Claro! Le diré de ti la próxima vez que la vea. Voy a visitarla cada semana. Quizá algún día regrese a la ciudad y puedan reunirse.

—¡Hola, señor padre de Demian! —interrumpió Mitchell, presentándose ante él y saludándolo con ánimos—. Mi nombre es Mitchell y soy el mejor amigo de su hijo. A estas dos ya las conoce, y ellas son Lilith y Belgina.

—Mucho gusto —añadió el hombre con una leve reverencia, a lo que ellas respondían con unos rápidos saludos nerviosos—. Estoy muy agradecido de que hayan venido. Hoy es el día de descanso de nuestros empleados, así que no hay nadie más en casa y no quería molestarlos. Mi vuelo sale dentro de una hora…

—Usted no se preocupe, nosotros cuidaremos de él —aseguró Lilith—. Mi madre es enfermera, así que sé qué hacer.

—En ese caso vengan, los llevaré con él.

Los condujo a continuación hacia la escalera principal, justo al centro de la estancia y alfombrada, con barandales que acababan en cabezas de león. En las paredes podían verse réplicas de pinturas famosas y varias piezas de arte posicionadas en puntos estratégicos. Temían tanto romper algo por accidente que procuraron subir casi de puntillas y con las manos pegadas a los costados.

Apenas llegaron al segundo piso fueron conducidos a través del extenso corredor que tenía un enorme ventanal al final por donde entraba la luz, proporcionando la iluminación perfecta. Al final de éste se detuvieron ante una puerta de cedro y tras tocar en ella, el hombre la abrió sin esperar una respuesta.

—¡Hijo! Vinieron a visitarte.

Reclinado en la cama, con la espalda apoyada en un par de almohadas y un libro sobre su regazo, Demian se congeló con un gesto de estupefacción al verlos ahí, entrando a su habitación justo detrás de su padre.

—¿Qué hacen aquí? —dijo tras una fracción de segundo sin saber cómo reaccionar. Llevaba puesta una camisa simple con unos pantalones de pijama cuadriculados en varios tonos de azul.

—Llamé a tus amigos para que vinieran a verte, fue muy amable de su parte hacerlo.

—¡Papá, te dije que ya me sentía mejor! ¡No tenías que llamar a nadie para que vinieran a cuidarme! ¡No soy un niño! —reclamó él, avergonzado de que lo vieran en esas circunstancias.

—Oh, pero no vienen a cuidarte, sólo vinieron de visita, ¿verdad, muchachos?

—Awww, pero ¿qué tiene el enfermito, eh? ¿Qué es lo que tiene? —comenzó a decir Mitchell en tono burlón, como si le estuviera hablando a un bebé, por lo que Demian soltó un gruñido y de inmediato se reclinó sobre su costado, dándoles la espalda y cubriéndose por completo con las sábanas, mientras su padre se dirigía hacia la ventana para abrir las cortinas y dejar que entrara la luz.

—Pónganse cómodos, por favor. Están en su casa.

Las chicas hallaron de inmediato unas sillas para sentarse, aunque Marianne prefirió quedarse en la puerta, sintiendo que estaban invadiendo su espacio privado. Estaba claro que él no los quería ahí y ella no quería que aquella especie de equilibrio kármico entre ellos volviera a desnivelarse, y menos a favor de él.

—¡Adelante, no seas penosa! ¡Pasa! —insistió el señor Donovan, tomándola por los hombros y empujándola hacia el interior—. Mira, hijo, es Marianne.

Él se destapó la cabeza y volteó con expresión confusa, sin entender por qué lo decía con aquel tono tan particular, y ella por su lado tampoco se veía muy cómoda siendo expuesta de aquella manera.

—¡Sí, Demian, mírala! —se unió Mitchell, arrellanándose a un lado de la cama para formar parte del festín—. ¿Puedes creer que hace poco casi le pasas el auto encima?

Demian de inmediato le lanzó una mirada asesina mientras su padre parecía confundido ante aquella revelación.

—¿Ella es la chica del accidente?

—¡El auto ni siquiera la rozó! —exclamó Demian, harto de tener que aclararlo como por milésima vez.

Marianne tan sólo miró hacia la puerta con anhelo, pensando en alguna forma de escabullirse.

—¡Pero qué coincidencia! De modo que así se conocieron —añadió él, riendo de repente—. Sin duda el destino actúa de formas misteriosas, ¿no lo creen así?

Demian le dirigió una mirada de hartazgo, sin entender a dónde quería llegar con aquellos comentarios, pero no tenía intención de seguirle la corriente.

—¿Acaso no tenías que irte de viaje?

—¡Ah, cierto! Pero antes necesito hacer algo.

Se acercó a la cama, abrió un cajón que tenía a un lado y sacó un termómetro digital, ante la mirada incómoda de Demian.

—Papá, por favor… —suplicó él, sintiendo deseos de meter la cabeza bajo las almohadas y ser tragado por el colchón, pero su padre hizo caso omiso y le introdujo el termómetro en la boca, quedándose de pie mientras esperaba a que pasara un minuto.

—Así que estudian en la misma escuela —preguntó en dirección a los demás, ignorando el rostro abochornado de Demian.

—Sí, estamos en el mismo salón, las chicas van en primero —respondió Mitchell, sentado a sus anchas en la esquina de la cama, como si estuviera en su propia casa.

—¡Su casa es muy hermosa, señor! —comentó Lilith, admirando la vista del jardín junto con Angie y Belgina.

Marianne ya se las había arreglado para huir hacia la puerta y sólo le quedaba esperar el momento oportuno para poner pies en polvorosa.

—Gracias, también es su casa, pueden regresar cuando gusten. Los amigos de mi hijo siempre serán bienvenidos.

—¡Aww, ¿no me adopta?! ¡Prometo portarme bien! —expresó Lilith, juntando las manos como si pidiera un deseo, a lo que el hombre respondió con una risa afable mientras revisaba el termómetro.

—Mmmh, aún tienes fiebre, ¿estás seguro de que te sientes bien?

—Te digo que sí, ya se me pasará —insistió Demian con impaciencia.

—Usted vaya sin cuidado, nosotros cuidaremos de él —aseguró Lilith, apartándose de la ventana y aproximándose a la cama con presteza.

—Bien, supongo que será mejor que me apresure, no puedo perder ese vuelo —dijo él, consultando su reloj y poniéndose en marcha, no sin antes voltear hacia Demian para darle las últimas indicaciones—. Recuerda que en el primer cajón están tus pastillas. Si llega a pasar algo me llamas. Y a todos, de nuevo, siéntanse como en su casa.

—¡Permítame lo acompaño! —apostilló Mitchell, levantándose de un salto como si tuviera una idea en mente, y Demian lo siguió con la mirada, tratando de imaginarse qué planeaba ahora.

—No dejen que se duerma sin tomar sus pastillas —murmuró el señor Donovan al pasar junto a Marianne. Ella tan sólo asintió, aunque le pareció una petición algo extraña de su parte.

—Bien, veamos qué tanto tienes de fiebre. —Lilith se acercó a revisar el termómetro, adoptando de inmediato el papel de enfermera—. 39 grados. No es bueno.

—No pasa nada, ya me siento mejor, de hecho. No tienen que quedarse sólo porque mi padre se los pidió. —En ese instante recibió un manotazo en el brazo por parte de Lilith, tomándolo desprevenido—. Auch.

—¿Por quiénes nos tomas? Estamos aquí porque nos preocupamos por ti, así que será mejor que te vayas acostumbrando a tenernos cerca. Ahora recuéstate y no te atrevas a levantarte mientras estés en tratamiento, ¿entendido?

Su tono resultaba tan autoritario que no sólo dejó a Demian un tanto azorado, sino que las chicas mantuvieron su distancia, temerosas de meterse en su camino y recibir también un sermón.

—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó Angie con cautela.

—Necesito un recipiente con agua templada, paños o compresas, y podría haber algo en la cocina para hacer una infusión o un té.

Tanto Angie como Belgina salieron de ahí en busca de los materiales que pedía.

—En serio que nada de esto es necesario…

—¡Shhhh! —Lilith lo calló con un ademán pronunciado, como si la hubiera interrumpido en un momento de meditación—. Eucalipto, eso también puede servir.

—Te estás tomando demasiado en serio el papel —dijo Marianne, apoyada en el marco de la puerta.

—Alguien tiene que hacerlo. ¡Alcohol! También hace falta alcohol —determinó ella, con la mente ocupada—. Tú ve por alcohol y yo buscaré eucalipto en la cocina. Por cierto, ¿dónde queda?

—Bajando las escaleras, en la parte de atrás —respondió él, dándose por vencido al ver que no serviría de nada resistirse.

Lilith salió corriendo de la habitación, mientras Marianne se enderezaba para realizar su parte.

—¿Hay un baño cerca?

—Ahí hay uno —respondió, señalando una puerta frente a la cama.

Ella entró aún con ciertas reservas y comenzó a inspeccionar el lavabo hasta hallar un estante empotrado detrás del espejo. Ahí encontró una pequeña botella de alcohol sin abrir.

—Cuando dije que con un virus de vez en cuando acostumbrarías a tu padre a que puedes enfermarte, no tenías que tomártelo tan literal.

—Créeme, ojalá y lo tuviera todo bajo control.

—¿Qué fue ahora? ¿Resfriado? ¿Algo que comiste?

—Supongo que algo que no comí. Ayer estuve todo el día ocupado siendo staff en el evento, así que me la pasé en ayunas y hoy desperté con fiebre.

Marianne se acercó para dejar el frasco de alcohol en la cómoda y notó el celular de él ahí asentado.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —inquirió con ciertas reservas—. ¿Por qué tienes mi número en marcado rápido?

—¿Cómo? No sé de qué hablas.

—Tu padre me llamó desde tu celular. Dijo que mi número estaba en marcado rápido, pero yo no recuerdo habértelo dado.

—Debe haber un error, yo no lo tengo —replicó él, tomando su celular y verificando su registro de contactos, descubriendo con sorpresa que ahí tenía el de Marianne—. No sé cómo, alguien debió tomarlo. No suelo revisarlo mucho así que…

—¿Quién podría haberlo hecho y por qué razón? —preguntó ella, intrigada también por la forma en que había aparecido el número de él en su propio celular.

Demian lo meditó por algunos segundos hasta que recordó lo latoso que había estado Mitchell, así que no tuvo duda alguna de que debía tratarse obra de él.

—Mitchell —pronunció, dando un resoplido de irritación.

Marianne no entendía por qué él haría algo así, pero Demian prefirió no hablar de ello y tan sólo volvió la vista hacia su celular, con el número de ella en pantalla.

—Puedo borrarlo si así lo prefieres.

Ella observó también el suyo por un instante, hasta terminar cerrándolo con un ligero encogimiento de hombros.

—Si quieres conservarlo no hay problema, igual y ya tengo el tuyo. Así quedamos a mano de nuevo.

—¿Qué obsesión tienes con el balance? —replicó él con una media sonrisa.

—Hoooola, ¿interrumpo algo?

Mitchell apareció en la puerta, apoyado del marco con los brazos cruzados y expresión socarrona.

—¡Tú! —exclamó ella, señalándolo con mirada acusadora.

—¿Qué? ¿Yo qué?

Ambos alzaron sus teléfonos con gestos amenazantes, a lo que él reaccionó extendiendo su sonrisa y huyendo por donde había llegado.

—¡Cuidado, casi me haces tirar todo! —reclamó Lilith al cruzarse con él a su regreso junto con Angie y Belgina, llevando todo lo que había pedido—. Pues que no hubo eucalipto, pero encontré unas hierbas en la cocina que pueden servir.

Lilith le ofreció a Demian una taza humeante en cuyo interior había un líquido verdoso y oscuro que burbujeaba como si fuera fango hirviendo. Él contempló el contenido viscoso y luego la miró a ella con expresión sombría.

—¿Esperas que me tome eso?

—Te hará bien. Vamos, abre la boca. Abre grande, aaaaaaa —ordenó ella, abriendo la boca como si eso hiciera que él fuera a seguir su ejemplo.

Detrás de ella, Angie le hacía señas con la cabeza de que no lo tomara, aumentando su de por sí rechazo instintivo hacia aquel menjunje.

—No, gracias, estoy bien así.

Lilith permaneció de pie, sosteniendo la taza sin moverse un centímetro, hasta que en cuestión de segundos se abalanzó sobre él, sujetándole la cara con mano de hierro para que abriera la boca y vertiendo el contenido de la taza dentro de ella hasta que lo tragara todo, ante las miradas desconcertadas de sus amigas.

—¡Listo, me lo agradecerás luego! —concluyó ella, sacudiéndose las manos, convencida de que había hecho lo correcto.

—¿Estás desquiciada? —la reprendió Marianne mientras Demian se cubría la boca con ambas manos; su rostro fue adquiriendo en segundos un tono verdoso y de un salto salió de la cama, cruzando la habitación como bala directo al baño.

—Es normal, está sacando las toxinas que tiene dentro. Todo está fríamente calculado —justificó Lilith, desviando la vista y tratando de mantener un aspecto inocente.

—A veces me das miedo —repuso Marianne, meneando la cabeza, y en eso el sonido de su celular atrajo su atención. Había recibido un mensaje nuevo—. Es Lucianne, dice que ya están en camino. Saldré a recibirlos.

—¡Yo voy, no se preocupen! —se ofreció Angie al instante, saliendo de ahí a toda prisa, como si su vida dependiera de ello.

Marianne y Lilith intercambiaron miradas, esperando que alguna de ellas dijera por fin lo que estaba pensando. Belgina intentaba llenar una compresa con agua, pero terminaba vaciándola sobre la cama.

—Espero que estén listas para correr antes de que nos saquen a patadas —comentó Marianne al ver la cama mojada. Demian salió del baño en ese momento, deteniéndose de la pared con rostro desencajado, y mientras intentaba aproximarse a la cama, estiró el brazo en dirección a Lilith para mantenerla a raya.

—Basta de remedios caseros, sólo déjenme descansar —pidió él con la intención de acostarse de nuevo, y aunque ellas intentaron ponerlo sobre aviso, terminó sentándose sobre las sábanas húmedas y frías, provocando que se levantara de vuelta como resorte y comenzara a resollar—. Salgan… de… mi cuarto.

Las tres salieron de ahí apresuradas, sin decir una palabra, y la puerta se cerró detrás de ellas, tras lo cual Belgina se echó a llorar.

—Lo siento, ya no sé ni lo que hago —se lamentó ella, sollozando. Ambas resolvieron darle unas palmadas de consuelo.

—Busquemos a Mitchell y bajemos a esperar —sugirió Lilith, dando un suspiro y animándolas a emprender la marcha.

—¿Yo qué? ¿Me perdí de algo? —Mitchell apareció dando la vuelta en el pasillo con una tira de regaliz en la boca—. ¿Por qué lloras, nena? ¿Qué te hicieron?

—Nada, sólo bajemos ya —insistió Marianne.

Cuando llegaron a la rectitud de las escaleras, un cuadro en el pasillo contrario llamó su atención. Mientras ellos bajaban, ella se separó del grupo y se aproximó al retrato para mirarlo más de cerca. Era casi la mitad de alto que la pared y la moldura del marco tenía un acabado tradicional de ribetes de oro y plata. Era el retrato de una mujer con un largo cabello castaño claro y hermosos ojos topacio que traspasaban el lienzo. Tenía un aire antiguo en la forma en que posaba y una belleza clásica que le recordaba a la madre de Lucianne. Cautivaba a simple vista y daba una sensación de melancolía el verla.

—Es mi madre.

Marianne dio un respingo y se dio la vuelta, encontrándose con Demian a unos pasos de ella. Se había cambiado de ropa y ahora vestía más apropiado para las visitas. Ya no estaba tan pálido como lo habían visto al llegar.

—¿Cómo se llamaba? —preguntó ella, devolviendo la vista al cuadro.

—Damaris. Murió cuando yo tenía diez años. —Miró el retrato, sintiéndose absorbido por él, trayéndole inmediatos recuerdos de cuando era niño y ella aún seguía con vida—. Le encantaba posar para fotos y retratos. La mayoría está ahora guardada en la que era su recámara, éste es el único cuadro que mi padre dejó a la vista desde su muerte. No quería convertir la casa en un museo, sobre todo por nosotros… Ahora su habitación permanece cerrada.

—¿Es la habitación del balcón?

—Sí… El balcón —repuso él con tono afligido, mirando los ojos del retrato, que de un momento a otro pasaba de ser una imagen a una figura tridimensional con los ojos abiertos como platos, mirándolo apagados e inertes, por encima de un verde pasto que iba tornándose rojo. Se sacudió la cabeza, tratando de apartar esa imagen de su mente, y desvió la vista del cuadro, dando un suspiro—. En fin, ya pasó. Fue difícil en su momento, pero creo que he podido sobrellevarlo con el tiempo.

—Igual Lucianne debió ser un gran apoyo —comentó Marianne, aún admirando el retrato. Demian la miró con sorpresa.

—¿Cómo sabes…?

—Ella me contó —replicó mientras observaba los rasgos de la mujer del cuadro y los comparaba con Demian. En lo único que se asemejaban era en la forma de la mirada, a pesar de que sus ojos no eran del mismo tono.

—¿Qué más… te ha contado? —preguntó Demian con algo de inquietud.

Ella volteó para analizar su reacción y mostró un esbozo de sonrisa.

—Si lo que te preocupa es que pudiera habérsele escapado alguna indiscreción, descuida, ella no es así. No me ha dicho nada más sobre ustedes.

Él dio un suspiro como si eso lo tranquilizara, aunque de inmediato trató de minimizarlo.

—Tampoco es como que hubiera mucho que contar.

—Pues ella viene en camino, atrévete a decirlo en su cara —replicó ella con tono divertido, cruzándose de brazos en actitud retadora.

Él contuvo la respiración por un instante y dio un trago lento. Desde la noche en que decidió ir a su casa siguiendo un impulso no había vuelto a verla.

Escucharon el sonido de la puerta principal y Marianne corrió hacia las escaleras. Demian la siguió tras unos segundos y alcanzó a ver a todos reunidos en torno a la puerta. Platicaban animados, como si se conocieran de toda la vida, incluso Mitchell, que hasta hacía poco era casi un paria para ellas y ahora parecía compartir un repentino nuevo vínculo, el cual no entendía cómo ni en qué momento había ocurrido.

De repente comenzó a sentirse un extraño en su propia casa, como si no debiera estar ahí. Pensó que quizá debía dar media vuelta y regresar a su habitación, no interrumpir en donde no era requerido, así que retrocedió un peldaño con la intención de alejarse de ahí, pero los demás notaron su presencia.

—¡Ah, Demian! —exclamó Lucianne, adentrándose en la casa y caminando en dirección a las escaleras—. ¿Cómo te sientes? Escuché que estabas enfermo.

—Estoy mejor, gracias —afirmó él, intentando sonreír, pero su sonrisa desaparecía al percatarse de que en la puerta estaba el chico rubio, mirando al interior sin atreverse a entrar. Su rostro debió reflejar alguna reacción de rechazo subconsciente pues Samael pareció percibirlo y decidió mantenerse fuera de la casa.

Antes de que pudiera decir cualquier cosa, Lucianne ya había subido hasta posicionarse un escalón debajo de él y alzaba la mano para colocarla en su frente, tomándolo por sorpresa.

—Pues no pareces tener fiebre, eso me tranquiliza —concluyó, sonriendo con alivio.

—¿Ven? ¡Fue gracias a la infusión que hice! ¡Les dije que funcionaría! —aseguró Lilith con aire victorioso.

—Bueno, a decir verdad, ya me siento bien, aunque… si no les importa, quisiera descansar un poco más, así que pueden marcharse. Supongo que tienen cosas que hacer.

Ellos intercambiaron miradas, preguntándose si estaría bien dejarlo solo.

—Es verdad, tenemos asuntos pendientes —intervino Samael con la intención de marcharse de ahí tal y como Demian había sugerido.

Los demás parecían indecisos, pero con sólo una mirada significativa parecían entender que quedándose ahí no podrían hablar de lo que les concernía.

—¡Bueno, pues nos pasamos a retirar, pero te dejo los apuntes de hoy! Da gracias que esta vez presté atención a las clases.

Mitchell subió apresurado a entregarle su libreta para bajar en dirección a la puerta, donde ya comenzaban a salir en tropa, despidiéndose de él.

—¿Estarás bien? —preguntó Lucianne con preocupación, aún sin decidirse del todo a bajar las escaleras—. ¿No quieres que me quede?

Varias miradas de inmediato se posaron en ellos con increíble sincronización, como si le estuvieran dando otro tipo de connotación a aquel ofrecimiento.

—¡No, de verdad, no es necesario! Me siento bien —se adelantó él para evitar malos entendidos.

—Bien. Nos vemos luego —se despidió ella con una sonrisa para a continuación reunirse con los demás en la puerta.

Él los observó apoyado del barandal, con expresión inescrutable. Marianne le dirigió una breve mirada, justo en el instante en que la puerta se cerró.

Permaneció unos segundos más ahí de pie, hasta que se soltó del barandal y comenzó a subir de vuelta con aparente serenidad, sin notar que el sitio donde se había apoyado momentos antes estaba astillado.

De regreso en casa, Marianne revisó la página de su escuela en busca de más fotos de sus padres mientras Samael comía unas galletas acompañadas de un vaso con leche, sentado en el piso como se le estaba haciendo costumbre. A cada rato se escuchaba el sonido del celular recibiendo un mensaje y él respondiéndolo.

—¿Puedo saber por qué tantos mensajes?

—Ah, son de Angie. Me envía mensajes todos los días para preguntarme cómo estoy. Es muy amable de su parte.

Ella arqueó una ceja, consciente de que él era ajeno a lo que aquellos mensajes significaban, o que al menos parecían implicar. No quería hacer ninguna conjetura sin antes hablar con ella.

—Creo que deberíamos tomar la recomendación de Mitchell —añadió él mientras asentaba el celular a un lado y le daba una mordida a otra galleta.

—¿Lo del campamento? ¡Olvídalo! No es el momento con mi mamá en el hospital y el papá de Lucianne de prisionero en su propia casa.

—Sería una buena oportunidad para pulir nuestras habilidades, piénsalo bien.

Marianne continuó negando con la cabeza, resistiéndose a escuchar razones.

—Vamos, no te ocurrirá nada por estar en la naturaleza, lo prometo.

Ella tan sólo refunfuñó y devolvió la vista a la pantalla del ordenador para continuar pasando las fotos; ya las había guardado todas, pero aún así seguía revisando las imágenes del sitio, aunque no tenía idea de qué era lo que buscaba.

Esa noche, la ventana del balcón había sido abierta. Apoyado en la barandilla, teniendo por única iluminación la luz de la luna, Demian se mantenía de pie, rígido frente a la balaustrada. Sus ojos miraban hacia abajo, hacia un punto en el jardín en el que no había nada más que pasto; punto en el que él veía un par de ojos topacio apagados en un cuerpo inerte que iba tiñendo el pasto de rojo.


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