CAPÍTULO 2

2. PRESA ESCOGIDA

La alarma sonó puntual como todos los días y tras darle un manotazo, Marianne se incorporó aún adormilada y comenzó a arreglarse por inercia. Sólo hasta que se plantó frente a su espejo y vio la superficie rota, recordó todo lo que había ocurrido el día anterior.

—Buenos días —dijo Samael y ella dio un respingo.

—¡No hagas eso! Me tomas por sorpresa.

—Lo siento, pero creo que deberías empezar a acostumbrarte.

—Lo sé, lo sé —respondió ella con un suspiro.

Aún no sabía de qué forma comportarse con las demás personas después del cambio radical en su vida en las últimas horas, pero aún así salió de su habitación y bajó las escaleras. A punto de llegar a la puerta vio que había un par de oficiales en la sala interrogando a su hermano.

—¿Qué está pasando? —Su madre se levantó después de excusarse con los oficiales y se aproximó a ella con su sonrisa exclusiva para visitas.

—Tu hermano fue atacado ayer mientras iba por ti a la biblioteca, así que lo llevaré a la escuela una vez que terminen con el interrogatorio, tú puedes adelantarte.

—¿No es algo exagerado? Está bien después de todo.

—Si hubieras estado ahí podrías haber sido testigo. ¿Dónde estabas, por cierto? Llegaste y te fuiste directo a tu cuarto sin decir nada… ¿dónde quedó tu collarín?

—¡Ya me voy, se me hace tarde!

Sin hacer más preguntas, se precipitó hacia la puerta, alcanzando a escuchar a uno de los oficiales antes de salir.

—…Y entonces se apareció la muchacha con armadura, ¿es correcto?

—¡Sí, eso mismo!

La puerta se cerró de forma que no pudo seguir escuchando, pero la sola idea de que estuvieran haciendo referencia a ella la dejaba en ascuas.

—¿Te preocupa tener problemas?

—¿Crees que debería?

—Mientras permanezcas al margen del ojo público, no creo que debas preocuparte.

—Pues espero que estés en lo cierto —expresó ella aún algo inquieta cuando a punto de entrar en el distrito escolar, notó un gentío reunido a un costado de una de las calles transversales.

—¡Está muerto! —gritó una mujer entre la multitud.

Movida por la curiosidad, Marianne se puso de puntillas e intentó abrirse paso entre la gente hasta que logró vislumbrar varias patrullas y ambulancias frente a un banco. Los paramédicos iban sacando a varias personas heridas del edificio y a un hombre le aplicaban los primeros auxilios.

—Hubo un asalto, muchos heridos y un muerto al parecer. Pero al menos atraparon al culpable —comentó una mujer a su lado, como si le hubiera pedido explicaciones.

Marianne fijó su atención en el hombre que permanecía en el suelo mientras los paramédicos hacían lo posible por salvarle la vida.

—…No veo sangre.

—Fue un ataque al corazón —respondió la mujer, volviendo su atención hacia el hombre que, a pesar de los esfuerzos por salvarlo, terminaron por colocarle una manta encima.

Marianne miró su reloj. En 10 minutos empezaban las clases, así que se dispuso a retomar su camino cuando comenzó a escuchar varias expresiones de sorpresa entre la muchedumbre. El hombre había reaccionado nuevamente, como devuelto a la vida. La gente empezó a aplaudir al unísono mientras lo metían a una ambulancia.

Marianne soltó el aliento que había estado conteniendo y decidió retomar su trayecto.

—Detente, tienes que regresar, ese hombre podría ser la siguiente víctima.

—Tengo que ir a la escuela. Además ¿cómo puedes estar tan seguro?

—Confía en mí, tengo un presentimiento.

—Pues tu sexto sentido tendrá que esperar, no pienso seguir metiéndome en más problemas de los que ya tengo —concluyó ella, sin admitir más argumentos, pero apenas dio la vuelta a la calle, acabó golpeándose de cara contra un poste—… ¡¿Qué tengo que atraigo los accidentes?!

En el baño de la escuela intentó lavar el raspón que le había quedado en la frente.

—En el hospital podrías tratarte esa herida.

—¡No insistas! Sobreviviré. Y de hecho podrías hacer el mismo truco que hiciste ayer con mi cuello. ¡Vamos, hazlo!

En ese momento entró una chica con el cabello color frambuesa sujeto en una cola alta y el mismo uniforme que ella. Era un poco más baja y menuda que ella. No recordaba haberla visto antes, así que supuso que era de otro salón.

La chica se acercó a los lavabos para lavarse las manos y arreglarse el fleco cuando la vio tallando el raspón con agua, así que revolvió en la pequeña bolsa que colgaba de su hombro.

—Toma, una bandita —dijo la chica con una sonrisa y Marianne tomó la tira que le ofrecía con algo de sorpresa, devolviéndole la cortesía.

—… Gracias, qué amable.

La muchacha asintió mientras se secaba las manos y finalmente salió de ahí tras acomodar su fleco, agitando la mano en señal de despedida.

—¿Sentiste eso? —preguntó Samael de repente.

—Sí, ésa fue mi fe en el mundo restaurándose. Pensé que no había más personas amables en este colegio aparte de Belgina, pero parece que me equivoqué.

—No me refería a eso.

—¡…Listo! —dijo ella tras ponerse la bandita en la frente, y revolviéndose el pelo para que la cubriera un poco—. Ahora a clases.

Aquel pequeño gesto había tenido un efecto positivo en ella y llegó a su aula con renovados ánimos, ignorando las miradas y susurros de sus compañeros. Belgina permanecía en su asiento más seria que de costumbre y unas sillas más adelante descubrió el cabello frambuesa intenso de la chica que había conocido poco antes. Al verla, la muchacha le sonrió e hizo un ademán con la mano, a lo que ella respondió con el mismo gesto, pero su sonrisa se borró al ver que la chica del rostro afilado le decía algo al oído que la hacía cambiar de expresión.

Miró de reojo a sus compañeros y vio que algunos hacían gestos circulares con el índice contra sus sienes. Sabía lo que significaba esa seña, pero no entendía cómo había pasado de ser la “fenómeno” a ser la “loca”. Así que, como se le estaba haciendo costumbre, esperó a que terminaran las clases para acercarse a Belgina y preguntar.

—¿Por qué me miraban todos de esa forma?

La chica de lentes miró hacia la puerta, esperando a que los demás salieran y volteó nuevamente hacia ella.

—Kristania se encargó de decirles a todos… que te escuchó hablando sola en el baño. Que discutías con un ser invisible, y que debías estar demente. —Marianne tan sólo pasó un trago de saliva al sentirse descubierta—… ¿Es cierto eso?

—Bueno… tanto como hablar sola… en realidad… —titubeó, pensando de qué forma podría salir de ésa—…Solamente me daba ánimos a mí misma. Es difícil ser nueva en la ciudad y tener que aguantar tanta negatividad, así que… hablar conmigo frente al espejo ayuda. —Belgina se limitó a asentir con aquella misma expresión sombría que había tenido el resto del día—. ¿Es por eso que tienes esa cara? ¿Piensas que estoy loca?

—¡No! Sólo…estoy cansada, llevo un par de días que no duermo nada bien.

—¿Pesadillas?

—… Podría decirse.

Marianne la observó con un dejo de preocupación y luego posó la mirada en el asiento donde había estado la chica del cabello frambuesa.

—¿Conoces a la chica nueva que vino hoy? —preguntó, señalando la silla.

—¿Angie? No es nueva, ha estado con nosotros desde secundaria, pero hay días en que falta a clases… ¿por qué preguntas por ella?

—Ella me dio esta bandita —explicó haciendo a un lado su cabello para mostrarla—. Fue muy amable de su parte, considerando la actitud de los demás.

—Lamento mucho el trato que te dan —dijo Belgina de forma sincera.

—No es nada, ya estoy acostumbrada, sus desplantes no me afectan.

—Por cierto…tu cuello… —Marianne se llevó las manos a la garganta al instante.

—Ah, sí…bueno…no fue tan grave después de todo.

—El hospital, tienes que ir al hospital —interrumpió de repente Samael en sus pensamientos y en la cara de ella se congeló una extraña sonrisa mientras pensaba de qué forma disimular la interrupción ante Belgina, quien la observaba intrigada ante aquel gesto.

—¿Pasa algo?

—Dile que tienes que irte, pero no le digas a dónde, de lo contrario te seguirá.

—Es que…acabo de recordar que debo hacer una diligencia, así que mejor me apresuro o se me hará tarde.

—Te acompaño —dijo la chica de ojos violeta con la intención de seguirla, pero ella de inmediato estiró las manos para detenerla.

—¡No es necesario, en serio! Mejor ve a tu casa y trata de descansar algo, ¡nos vemos mañana! —Decidió salir de ahí antes de que ella replicara, aunque tener que rehusar su compañía le sabía mal—. ¡No puedo creer que me escucharan hablando contigo! ¡Fui tan descuidada!

—Podrías simplemente pensarlo, igual lo captaré.

—Me es más fácil enfocarme de esta forma. —Al ver que el hospital se alzaba a unas calles más adelante lanzó un suspiro—. Más vale que tu presentimiento esté en lo correcto, porque si no, voy a molestarme mucho.

—Estoy seguro, será la siguiente víctima.

—Pues no quiero ser ave de mal agüero, pero eso espero —finalizó ella mientras corría lo más rápido que podía por la calle.

El hospital estaba más repleto que de costumbre, entre familiares de los heridos en el asalto y testigos que necesitaban asistencia médica. No sabía hacia dónde dirigirse ni a quién preguntar entre tanta gente. Normalmente los hospitales la ponían muy nerviosa y trataba de evitarlos lo más posible. Esto claro, cuando no despertaba en uno después de sufrir un accidente.

Se acercó al área de recepción, que parecía no darse abasto, y esperó a que la atendieran, sólo para caer en cuenta de que no tenía idea alguna de a quién estaba buscando. No sabía ni su nombre. Alicaída, fue a buscar asiento en una de las salas de espera y se cruzó de brazos.

—Debe haber alguna forma de que puedas pasar o averiguar quién es.

El lugar está lleno, ¿qué más puedo hacer? Tú dime expresó Marianne en sus pensamientos, mordiéndose los labios para no abrir la boca.

—Puedo ayudarte a escuchar con atención.

¿Escuchar con atención? —Una multitud de voces abarrotaron su mente, como si un amplificador estuviera en plena prueba de sonido justo en sus oídos. Se llevó las manos a la cabeza cubriéndose las orejas, pero las voces se oían desde adentro y eran tan intensas que no podía ni escuchar sus propios pensamientos—. ¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué me hiciste?!

—Tranquila, sólo aumenté tu capacidad de percepción.

¡Me estás dando pero un dolor de cabeza! ¡El ruido es demasiado fuerte!

—Trata de concentrarte en las personas a tu alrededor y el ruido intenso se irá convirtiendo en palabras e ideas claras.

Marianne intentó seguir sus indicaciones, pero todas las voces se amontonaban unas sobre otras y no lograba captar su significado.

¡No puedo, son demasiadas voces! ¡Apenas y puedo escuchar mis pensamientos!

—Mira entonces a la persona que tienes frente a ti. —Ella alzó la mirada hacia una mujer sentada en la hilera de enfrente que leía una revista—. Enfócate solamente en ella. No hay nadie más. En breve comenzarás a escuchar sus pensamientos. —En cuestión de segundos, las demás voces fueron aminorando hasta escuchar por encima de todas, una sola: hablaba sobre compras pendientes, gastos que debía dividir y cosas que a ella no le interesaban, pero al menos había logrado escuchar un pensamiento con claridad—. Bien, ahora abre el umbral que habías cerrado, y empezarás a escuchar las demás voces, lo único que tienes que hacer es seleccionar un pensamiento para concentrarte en él, y así hacerlo con todos los que estén presentes.

Al cumplir sus instrucciones, comenzó a escuchar frases aisladas más inteligibles. La mayoría era de gente preocupada por sus parientes internados, alguno que otro estaba ahí por puro compromiso pero le desagradaban los hospitales, sentimiento que ella compartía.

Fue recorriendo los pensamientos de las personas más cercanas, algunos eran demasiado íntimos así que los abandonó de inmediato pues sentía estar invadiendo su privacidad y eso le incomodaba. Hasta ahora ninguno parecía relacionado con el hombre del que ella necesitaba información, por lo que se deslizó en la silla con expresión derrotada.

¡Me rindo! Es inútil, no conseguiré nada de esta forma.

—…No me dejaron pasar, pero me dijeron que su condición es estable a pesar del infarto —dijo de repente una persona en el asiento a sus espaldas y ella de inmediato se enderezó al escucharlo, pegándose un poco más a su respaldo para oír mejor. Entre los asientos habían dispuestas varias plantas de interiores que dividían ambas hileras de sillas, bloqueándole la vista—. Estuve llamándoles, pero no contestan, supongo que no habrá nadie en casa… Está bien, me quedaré a esperar noticias. Volveré a intentar más tarde.

Esperó unos segundos a que continuara hablando, pero no pudo aguantar más y se giró, apoyando las rodillas en el asiento y apartando con impaciencia las hojas.

—Disculpe, ¿habla del hombre que sufrió un infarto esta mañana en pleno asalto al banco? ¡Necesito hacerle unas preguntas! —expresó Marianne con alivio al escuchar que alguien sabía sobre él, pero pronto sus ánimos se fueron por la borda al descubrir que se trataba del mismo muchacho del accidente, y ahora él la miraba arqueando las cejas con cierta animosidad al reconocerla—… Ay, no puede ser cierto.

—…Tú de nuevo —dijo él con recelo y comenzó a mirar precavidamente hacia los costados—… ¿Me estás siguiendo?

Marianne arrugó el entrecejo y tomó aire con indignación.

—¿Por qué iba yo a seguirte?

—Me he topado contigo tres días seguidos, no puede ser simple casualidad así que, o intentas chantajearme para sacarme dinero por el “accidente” o eres una acosadora que ha decidido seguirme a todos lados… No sería la primera vez.

Ella sintió aquello como una provocación, por lo que clavó los dedos al borde del respaldo y rechinó los dientes.

—¡…Escúchame bien, no sé de qué tipo de gente te rodeas para que puedas pensar algo así, pero no quiero tu dinero ni mucho menos soy una acosadora! ¡Si por mí fuera no tendría que volver a ver tu cara nunca más! —El muchacho observó con atención el uniforme que ella traía puesto y dio un suspiro con expresión resignada.

—Parece que se multiplican…

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella mientras él buscaba algo en su bolsa de deporte—… ¡Hey, te estoy hablando! Sólo necesito saber dónde está el hombre del que hablabas y te dejo en paz, ¿de acuerdo?

—¿Por qué quieres saberlo si ni siquiera lo conoces?

—¿…Y-Y quién dice que no? Tal vez sea de mi familia y tú me estarías negando la posibilidad de reunirme con él.¿Por qué me lo niegas, eh? ¿Por qué eres tan insensible?

—¿Cuál es su nombre? —la cuestionó, mirándola fijamente en espera de una respuesta mientras ella permanecía en silencio al sentirse acorralada y terminaba sacudiendo la cabeza negativamente.

—Bueno, ¿y tú qué? ¿Es familiar tuyo o qué?

—Empleado de mi padre, pero aún no dices por qué te interesa tanto saber de él.

—¡Tengo mis razones!

—¡Demian! —interrumpió una voz que a ella se le hizo conocida, y que de inmediato puso al muchacho rígido como una tabla. Echó un vistazo a espaldas de él y reconoció enseguida el ondulado cabello castaño que caía en la espalda de una chica que en ese momento miraba con ojos soñadores al muchacho que tenía enfrente. Kristania.

Marianne se apartó rápidamente, dejando que las hojas de la planta le taparan la vista y regresó a su asiento, confiando en que no la hubiera visto.

—¡Qué suerte encontrarte por aquí! ¿Vienes a visitar a alguien? ¡Oh, no me digas que alguien de tu familia fue herido durante el tiroteo en el banco! ¡Si ése es el caso, lo siento mucho! —El tono de su voz era completamente distinto a la actitud que mostraba en la escuela. Pensó que quizá la conducta que tenía en clases era pura pose y ésa era en realidad su forma de ser, una chica atenta y preocupada por los demás. Aunque bien podía ser pura actuación la que estaba dando en ese momento.

—¡Sólo vine de paso! ¡Ya estaba por irme! —soltó secamente el muchacho en tono de urgencia. Realmente se escuchaba desesperado por alejarse de ahí.

—Ohh, qué pena. Espero volver a verte pronto.

—… No lo dudo —respondió él de forma cortante y de un instante a otro, para sorpresa de Marianne, apartó las hojas tras las cuales ella permanecía escondida y le entregó algo en las manos—. Como dije, me los debes.

—¿Qué? —Al fijarse bien en lo que le había entregado, notó que eran unos lentes rotos, lo cual la indujo a fruncir el ceño y a empuñar los lentes con fuerza—. ¡No piensas dejarlo ir, ¿verdad?!

—¡Habitación 607, segundo piso, área de cardiología! —dijo él, alzando la voz mientras se alejaba de ahí a paso acelerado. Eso era todo lo que ella necesitaba.

—¿Tú qué haces aquí? —preguntó Kristania volviendo a su tono frío y despectivo de costumbre. Sospechas confirmadas, lo anterior había sido pura actuación.

—Yo podría preguntar lo mismo.

—No te hagas la lista. Mi padre es médico aquí. ¿Qué motivo tendrías tú de venir? Además…¿de dónde conoces a Demian?

Así que el tipo del accidente tenía nombre después de todo…

Era claro que el tema sobre cómo podía precisamente ella conocerlo era lo que la estaba mortificando. De cierta manera se le hacía gracioso generarle algún tipo de inseguridad a quien había estado haciéndole la vida de cuadritos en los últimos días, así que estaba dispuesta a aprovecharlo al máximo.

—No creo que sea de tu incumbencia el cómo nos conocimos, pero si tanto te interesa saberlo creo que deberías preguntarle a él, después de todo ¿cómo podrías creer cualquier cosa que te diga una demente que habla sola?

La muchacha la miró con el mayor desprecio que sus pequeños ojos grises le permitían mientras Marianne se alejaba, sintiéndose orgullosa de su pequeño triunfo. Tanto que por un momento olvidó el propósito original que la había llevado al hospital.

—Recuerda al hombre, ya tienes su ubicación.

—¡Es cierto! —Se detuvo y desvió su camino, cuidando que Kristania no la viera regresar y tomando ventaja de la gran cantidad de gente en la sala de espera para poder infiltrarse hacia el interior.

Al llegar al segundo nivel, una placa anunciaba la entrada al área de cardiología, y mientras se detenía a pensar la excusa que daría si encontraba a alguien en el camino, la puerta se abrió y vio salir a la chica de cabello frambuesa, quien dio un pequeño brinco al descubrirla ahí.

—…Hola —la saludó Marianne tratando de ocultar su sorpresa. La otra lucía inquieta, pero aún así le respondió con una sonrisa seguida de un silencio incómodo—. Ahm…creo que no nos hemos presentado oficialmente, mi nombre es Marianne.

—Soy Angie —respondió ella antes sumirse nuevamente en el silencio total. Parecía ansiosa por marcharse de ahí.

—¿Vienes a visitar a alguien? —preguntó ella por ser cordial y Angie abrió la boca pero no dijo nada; era como si pensara mil cosas a la vez sin saber cuál de todas expresar.

—…Sí, estoy de visita —respondió finalmente con una sonrisa que parecía más bien triste y Marianne decidió no preguntar más al sentir que cruzaba alguna línea sensible.

—¡Yo también vengo de visita! Vengo a ver a… mi tío, tuvo un… infarto esta mañana cuando estaba en el banco.

—Escuché algo sobre eso, tuvo mucha suerte. Bueno… en ese caso no te distraigo, igual ya me iba.

Le dedicó nuevamente una sonrisa, ahora de despedida, y se dirigió al ascensor con algo de impaciencia. Apenas se cerró la puerta automática, Marianne sacó el aire de los pulmones.

—En serio, no sé si pueda resistir este estilo de vida. Estoy al borde de la histeria todo el tiempo.

—Se irá haciendo más fácil, por ahora debes concentrarte en proteger a ese hombre.

—Aún no entiendo por qué habrían de atacarlo, pero si tanto insistes…

Un grito atravesó de pronto las paredes, dejándola petrificada.

—¡Ve ahora, tienes trabajo que hacer!

Tras dar un respirar profundo, entró con rapidez al área. Mientras corría por el pasillo, la coraza se fue formando sobre su ropa, ciñéndose a su cuerpo hasta cubrirlo. Las alarmas se habían activado, así que no dudaba que pronto el lugar se llenaría de autoridades. Al pasar por una de las puertas de cristal vio su reflejo y no pudo evitar detenerse. Era una armadura articulada de tono verduzco y un casco liviano que le cubría medio rostro a pesar de que podía ver todo perfectamente, como si no lo tuviera. Era primera vez que se veía a sí misma con la armadura puesta.

—¿Así es como me veo con esta cosa encima? ¡Parezco un robot!

—¡Preocúpate luego por la apariencia, ahora tienes algo más importante que hacer!

—¡…Ya voy!

Al dar la vuelta al corredor, descubrió a varias enfermeras inconscientes en el piso, por lo que supo de inmediato que se encontraba cerca del lugar del ataque.  Torció los dedos de la mano derecha y la espada fue formándose entre ellos, brotando de su misma palma. Bajó el ritmo al llegar al fondo del pasillo y miró cuidadosamente hacia el interior del cuarto.

Ahí estaba el demonio de los colmillos, encima del hombre que había estado buscando, con una esfera brillante en la mano e intentando introducirla en un contenedor. Echó un rápido vistazo a la habitación y no vio a nadie más al interior a pesar de saber que debía haber otro demonio acompañándolo, pero no podía perder más tiempo así que empuñó la espada y entró apuntándole con ella.

—Apártate si no quieres que te corte el otro brazo —dijo, tratando de sonar amenazante, pero el demonio sonrió al escucharla.

—Esperaba que aparecieras. —El contenedor desapareció al no coincidir con el don, y el brillo de éste terminó extinguiéndose. Con toda calma, el demonio se incorporó, y ella notó con sorpresa su brazo intacto—… ¿Qué? ¿Mi brazo? No creías de verdad que iba a funcionar, ¿o sí? Soy un demonio, no puedes vencerme tan fácilmente.

—¡Te-te cortaré entonces los brazos todas las veces que sean necesarias! —replicó ella, sosteniendo la espada con ambas manos, tratando de evitar que temblaran.

—No cabe duda de que eres una principiante.

En cuanto dijo esto, algo sujetó los pies de Marianne, y al mirar hacia abajo vio unas manos que sobresalían del piso como si fueran humo. Ni tiempo le dio de reaccionar pues al instante cayó al suelo soltando la espada y comenzó a ser arrastrada por el piso fuera de ahí. Aprovechando esto, el demonio levantó la espada y la observó más de cerca.

—Veamos qué tienes de especial.

Afortunadamente, la coraza que la rodeaba actuaba como amortiguador, pero le preocupaba hacia dónde la estaría conduciendo. Saliendo del área de cardiología, pensó que la estrellaría contra la pared, pero se desvió hacia las escaleras, pasando del suelo a las paredes y al llegar a la planta baja siguió siendo arrastrada a través del techo, provocando las miradas estupefactas de la gente que continuaba en la sala de espera. La velocidad con que tiraba de ella le hizo suponer sus intenciones, las cuales terminó confirmando al llegar a media sala y ser aventada con fuerza hacia una de las paredes.

Tan sólo alcanzó a arquear el cuerpo y encoger las extremidades para sufrir el menor daño posible. Los gritos histéricos no se hicieron esperar.

Al abrir los ojos y comprobar que gracias a la protección de la armadura no tenía nada roto, miró a su alrededor y vio no sólo que la pared se caía a pedazos sino que todas las personas estaban congregadas alrededor, mirándola como si fuera un monstruo salido de la nada. Kristania estaba entre ellas, ocultándose tras la recepción, hablando por el celular visiblemente aterrada. Angie estaba al otro extremo, más próxima a la salida, mirándola desconcertada con sus enormes ojos azul cobalto.

Los guardias del hospital se mantenían expectantes a lo que haría a continuación, con las manos sobre sus armas, listos para sacarlas. Deseaba levantarse y asegurarles a todos que no tenían de qué preocuparse, que ella estaba ahí para protegerlos, pero por un lado temía que las dos chicas la reconocieran sólo por la voz y por el otro tampoco estaba tan segura de poder siquiera pronunciar una palabra.

Y entonces vio al demonio traspasar el techo, cayendo de pie en medio de la sala entre una nueva oleada de gritos. Los guardias al instante sacaron sus armas y apuntaron hacia él, que comenzó a mover las manos y a tronarse los dedos, mientras la gente lo observaba sin saber con seguridad cómo actuar. Sus dedos comenzaron a alargarse, tomando forma de cuchillas, y hasta entonces ella pudo comprender sus intenciones.

—¡Apártense! ¡Aléjense de él! —gritó ella, incorporándose de un salto, pero justo entonces los dedos del demonio se alargaron de golpe, clavándose al instante en los guardias cercanos a él, hiriéndolos—. ¡No!

Agitó el brazo en dirección a él y una fuerza invisible pareció golpearlo, lanzándolo hacia el fondo y devolviendo sus dedos a su tamaño original, tras lo cual se levantó y ascendió por el techo como si fuera de humo. Ella observó sus manos con desconcierto, pero no veía nada diferente en ellas.

—¿…Yo hice eso?

—Te dije que irías manifestando ciertas habilidades. Ahora debes seguirlo.

Ella se puso en marcha, dedicándole una mirada a los heridos que eran asistidos mientras el resto de la gente intentaba huir y pedir ayuda. Kristania continuaba oculta tras el recibidor y ya no veía a Angie por ningún lado.

—Me detuvo —avisó el demonio, apareciendo frente a su amo, quien seguía examinando aquella espada en la habitación del hombre.

—¿Cómo que te detuvo? —En ese momento la espada escapó de sus manos y llegó a las de Marianne, quien sin pensarlo la apuntó hacia ellos con firmeza.

—Entrégame el don en este momento —ordenó ella sin que le temblara la voz esta vez. El espectro sólo la miró y unos segundos después sonrió, lanzándole la esfera.

—Te lo puedes quedar, de todas formas no nos sirve de nada.

—¿A dónde crees que vas? ¡No hemos terminado aún, tú…demonio!

—Por favor, llámame Umber —dijo el demonio con indiferencia. De pronto una onda de energía golpeó a Marianne, arrojándola, y el demonio sonrió con arrogancia a modo de advertencia, antes de que ambos desaparecieran entre cenizas.

Le tomó un momento levantarse y corrió hacia la camilla, sosteniendo la esfera a unos centímetros del pecho del hombre.

—¿…Ahora qué? Ya no recuerdo lo que hice ayer.

—Sólo deja que tu poder te guíe.

—¡De verdad lo intento! —repuso con impaciencia y apenas tomó el don con ambas manos, éste volvió a resplandecer, sorprendiéndola al principio, pero tras retomar el control sobre sí misma, acercó lentamente la esfera hacia el pecho del hombre y ésta se introdujo por completo, haciéndolo volver en sí con un espasmo.

—¿…Quién eres? —preguntó el hombre, tratando de enfocar la vista, y ella estaba a punto de responder cuando escuchó un estrépito proveniente de los corredores.

—¡Policía! —exclamó alguien cerca, con el bullicio de varios pasos aproximándose.

—Soy una Angel Warrior y le salvé la vida, recuérdelo bien —le dijo al hombre justo antes de correr a esconderse detrás de la puerta, descubriendo con sorpresa que su armadura se mimetizaba con la pared. Esperó a que los oficiales entraran a la habitación, manteniéndose inmóvil para que no repararan en ella, y al final de todos vio entrar a Demian.

—Sí, es él —dijo Demian mientras que Marianne, con suma cautela, se deslizaba hacia el exterior y apresuraba el paso para marcharse de ahí.

Demian se asomó en la puerta al escuchar un ruido y alcanzó a verla brevemente doblando el corredor. Se le hizo muy extraño, pero decidió no hacer mención de ello.

Al aproximarse hacia la entrada del área, la coraza de Marianne fue retrayéndose hasta que una vez fuera, ya había desaparecido por completo. Se detuvo agotada en la pared, pero después de jalar una gran bocanada de aire, tomó impulso y continuó corriendo hasta llegar a las escaleras, donde se detuvo a descansar.

—¡Eso estuvo muy cerca!

—Lo manejaste muy bien, debo felicitarte.

—Olvida eso, mejor explícame lo que pasó porque ni yo lo entiendo.

—Telequinesis, es un poder que ha estado dormido dentro de ti por largo tiempo, pero que ahora estás comenzando a manifestar —explicó Samael con gran naturalidad.

—… Ah, mira qué curioso, siempre sí resulté un fenómeno.

—No digas eso. Deberías estar orgullosa. Yo lo estoy.

—Mucha gente resultó herida por mi descuido, por suerte no murió nadie, pero aún así… ¿cuántas veces más atacarán sin que yo esté cerca para evitarlo? No voy a estar todo el tiempo ahí, disponible. Es demasiada carga para mí sola.

—Y no lo estarás, ya te dije que hay más como tú, es cuestión de tiempo para hallarlos.

—Más como yo… —murmuró exhausta—… Bueno, creo que mejor me voy a casa.

Se estiró entonces, dispuesta a salir del hospital, preparándose psicológicamente para pasar por todo el alboroto remanente tras los ataques.

El hombre que había sido el objeto del ataque estaba rodeado de médicos y oficiales, y a pesar de todo, permanecía consciente.

—¿Recuerda algo de lo que pasó?

—Eran dos demonios… Querían robarme el alma. Y luego apareció otra. Creo que era un ángel… Eso es lo que dijo que era. Una Angel Warrior —relató el hombre con la voz entrecortada mientras un oficial apuntaba todo a un lado de la cama.

—¿Era algo así? —preguntó un joven policía, cuya placa lo señalaba como el oficial S. Perry, mostrándole un dibujo que semejaba a la armadura de Marianne.

—Sí, así era el ángel —afirmó el hombre apuntando el retrato. En ese instante otro policía cruzó la puerta llevando unas cintas de video consigo.

—Tengo las grabaciones que nos proporcionó el hospital, aquí debe haber algo.

—Bien, creo que con esto tenemos suficiente. A trabajar.

Tomaron las cintas y se marcharon; ya se encargaría el personal médico del paciente.


SIGUIENTE