CAPÍTULO 3

3. OCULTA EN EL VIENTO

En el sueño, la joven de cabello oscuro y tonos cobrizos, amarrado en una trenza, suplicaba a alguien que no se fuera. Alguien que no se podía ver. Estaba atada, retorciéndose en un intento por liberarse de una silla en aquella pequeña y rústica cabaña.

Es la única forma en que puedo protegerte. Prometo que regresaré. En cuanto todo acabe…

La puerta se abrió y el sol delineó una silueta, justo antes de que la luz inundara todo. El eco de un grito resonó a la distancia, cerniéndose sobre el mundo la oscuridad total.

Belgina despertó sobresaltada. Perlas de sudor frío corrían por su frente. Se estiró para alcanzar el reloj y vio que aún eran las cinco de la mañana, así que dejó caer la cabeza sobre su almohada.

—Gina, ¿estás despierta? —irrumpió una mujer en la habitación, con el cabello recogido y abotonándose el saco de un traje sastre oscuro.

—Sí, mamá. ¿Ya te vas tan temprano?

—Me llamaron de la corte, tengo que estar lista para un juicio importante a las ocho, posiblemente dure todo el día así que te aviso si no regreso. Creo que hay comida en la nevera, si no, compra algo y lo cargas a mi cuenta, ¿de acuerdo?

—…Sí, claro. Que te vaya bien —respondió ella con tono afligido al verla marcharse con premura. Parecía acostumbrada, pero al mismo tiempo no podía evitar aquella sensación de vacío, algo que se había vuelto una constante desde que tenía uso de razón.

Apretó las manos en torno a las sábanas y las ventanas se abrieron de golpe, impulsadas por una repentina ventisca.

Rápidamente se incorporó, protegiéndose del viento, y cerró las ventanas de nuevo, tras lo cual permaneció unos minutos con la frente apoyada en el vidrio, observando a su madre entrar en su auto y alejarse de ahí con el mismo ritmo vertiginoso con el que se había manejado toda su vida. Intentaba evocar algún momento en el que hubiera permanecido a su lado más allá de un fin de semana, pero invariablemente terminaba recordándose así, un punto solitario en medio de un océano de nada. Por más comodidades que gozara, no dejaba de sentirse vacía.

Trató de alejar esos pensamientos de su mente y se acomodó el cabello desarreglado por el viento. Aún quedaban tres horas para la escuela, pero ya no podía volver a dormir, así que fue a su escritorio, encendió una lámpara y después de ponerse sus lentes, abrió su libro de física, el cual estaba lleno de anotaciones. Sólo por un instante miró un cuaderno que tenía oculto entre varios libros. Tamborileó los dedos en el borde de la mesa hasta que alargó la mano para tomarlo y comenzó a pasar las páginas, todas bajo diferentes fechas en las que se repetía una y otra vez el mismo sueño, con alguna que otra variante. Finalmente llegó a una hoja en blanco y apuntó la fecha de ese día, dedicándose a describir con detalle el más reciente.

Cuando la mañana ya empezaba a clarear, Marianne se había plantado con el uniforme frente a un espejo de cuerpo entero, bajado del ático para reponer el que había roto. Aspiró todo el aire que pudo y trató de enfocarse en hacer aparecer su armadura, la cual fue cubriéndola por partes, aunque a medias.

—¿Por qué me queda incompleta?

—La armadura es para cuando hay peligro. No es prudente que la hagas aparecer en cualquier momento, puedes atraer la atención del enemigo y eso no es conveniente.

—¿De qué forma podría atraer su atención? —preguntó ella mientras seguía examinando parte de la coraza a través del reflejo.

—En tu forma humana puedes pasar desapercibida para ellos, pero cuando te transformas, el flujo de tu energía también cambia contigo, incrementándose, y eso te hace blanco fácil para ellos pues ya te tienen bien identificada de esa forma.

—¡¿Y no pudiste decírmelo antes?!

—Yo te lo advertí, pero no me hiciste caso —dijo Samael mientras ella luchaba por concentrarse ahora en desaparecer la armadura.

—No hay peligro, no hay peligro —repitió ella como mantra con los ojos cerrados, y poco a poco la coraza comenzó a retraerse.

—Hey, ¿qué tanto parloteas? —preguntó de repente Loui, asomándose por la puerta, y ella abrió los ojos de golpe, mirando nerviosa por el reflejo del espejo, pero afortunadamente ya no tenía la armadura encima.

—¡Te he dicho que toques antes de entrar!

—Lo hice, si no lo escuchaste no es mi problema. Mamá dice que bajemos ya… ¿qué es esa cosa en tu brazo?

Al mirar el punto que le señalaba notó que aún quedaba un pequeño rastro de la armadura, así que sacudió el brazo hasta hacerlo desaparecer.

—No sé de qué hablas, debes estar aún medio dormido. ¡Ahora sal de mi cuarto! —Con una mano lo hizo retroceder y con la otra cerró la puerta—. Tendré que empezar a echar el seguro.

—Y también está el riesgo de que alguien más te descubra.

—¡Sí, de acuerdo, ya entendí, no lo vuelvo a hacer!

—¿Sigues hablando sola? —interrumpió su hermano aún tras la puerta, a lo que ella respondió con un par de golpes para que dejara de fisgonear.

—¡Niños! ¡¿A qué hora piensan bajar?! —gritó su madre con la bocina del teléfono pegada al cuello y justo cuando ambos iban bajando por la escalera de servicio la dirigió a quien quisiera tomarla primero—. Es su padre, quiere hablar con ustedes.

—Yo no estoy, ya me fui a clases —respondió Marianne despreocupadamente, sentándose a la mesa y procediendo a untarle mantequilla a una tostada, con expresión inflexible. Su madre le hizo una mueca mientras Loui tomaba el auricular emocionado.

—¡Hola, papá! ¿Qué cuentas?

—No podrás ignorarlo todo el tiempo, ¿sabes? —le inquirió su madre en un susurro.

—No lo ignoro, sólo no me gusta hablar por teléfono —rebatió ella, dándole una mordida a su pan. Su madre prefirió no hacerle ningún otro comentario mientras Loui permanecía dando vueltas en la cocina sin soltar el teléfono.

Desde que sus padres se habían separado y su madre había decidido regresar a su ciudad natal, Marianne había dictaminado que el culpable de ese cambio drástico en sus vidas tenía que ser su padre, casi siempre ausente por el trabajo. Por lo tanto, constantemente buscaba excusas para no responder sus llamadas, adoptando ante los demás una careta de indiferencia.

—Preguntó papá si ya vino a visitarnos el tío Red —comentó Loui tras colgar el teléfono—. ¿Tenemos un tío Red?

—Llevo años sin hablar con él —respondió su madre con tono amargo—…Bueno, supongo que quizá podría invitarlo a comer uno de estos días.

—Listo, me voy a la escuela —interrumpió Marianne, llevándose la mochila al hombro.

—¡Yo no he desayunado! ¿No me vas a esperar?

—Que te lleve mamá, tengo prisa —replicó ella sin detener su camino ni esperar réplica. No quería saber nada de familiares en ese momento, aunque la escuela tampoco representaba la mejor opción para ella, pero deseaba resarcirse con Belgina después de la forma en que se había marchado el día anterior.

Iba mentalizada para cualquier nuevo desaire de sus compañeros. Estaba preparada para todo, pero no se esperaba que al cruzar la puerta su llegada pasara completamente desapercibida, absortos todos en otro tema que no le concernía a ella, al menos que ellos tuvieran conocimiento.

—…Y luego apareció esa cosa robot/androide/entidad rara y que la estrellan contra la pared, destrozando media sala. ¡Casi me cae encima! Por suerte reaccioné a tiempo y me aparté con toda la rapidez que mis piernas me permitieron ¡Miren cómo me quedaron! ¡Están todas moreteadas! ¡Y los raspones! —relataba Kristania al centro del grupo que habían formado como si fuera sobreviviente de una catástrofe.

Marianne aguantó la imperiosa necesidad de soltar una carcajada ante el recuerdo de ella ocultándose tras la recepción muerta de miedo a varios metros de distancia. Los moretones y raspones vinieron después, cuando el hospital se había llenado de policías. Ella decidió salir de su escondite con aire triunfante, sólo para resbalar al segundo paso y caer de rodillas entre los escombros. Había alcanzado a verlo todo mientras se mezclaba entre la gente antes de marcharse de ahí.

—¿Y tú por qué me miras así? —se interrumpió Kristania al advertir su llegada.

—¿Así cómo?

Marianne le sostuvo la mirada con actitud desafiante, intentando transmitirle de esa forma que la había visto y no se tentaría en ponerla en evidencia. La chica frunció el ceño como si hubiera captado el gesto, y prefirió ignorarla para continuar su relato.

—…En fin, fue espantoso, una experiencia aterradora. Todos pensamos que íbamos a morir ahí mismo. Angie puede confirmarlo, ella también estuvo presente.

La atención se desvió hacia la chica de cabello frambuesa, sentada esta vez más hacia el fondo, desde donde Belgina escuchaba todo con la mirada ausente.

—Yo… no es que hubiera estado presente todo el tiempo, de hecho, ya me estaba yendo cuando ocurrió.

—¿Y qué hacías ahí por cierto? —la cuestionó Kristania, posando la barbilla sobre su palma. Angie pareció de repente acorralada, sin poder hablar.

—Fue a visitar a un familiar —intervino Marianne y las miradas pasaron hacia ella.

—¿Y tú qué hacías ahí? Simplemente desapareciste durante el ataque y luego volviste a aparecer cuando ya todo había pasado. Es muy sospechoso.

Mal paso. Se suponía que debía evitar llamar la atención, no que ésta se centrara en ella. Incluso Belgina la miraba con sorpresa al saber que también había estado en ese lugar. Su mala costumbre de replicar por impulso volvía a pasarle factura.

—Fui a ver a un psiquiatra para dejar de escuchar voces latosas, pero parece que no funcionó pues aún puedo escuchar la tuya —espetó con la actitud retadora que solía tomar ante situaciones como ésa, y las risitas y expresiones de mofa no se hicieron esperar.

Si Kristania antes la tomaba contra ella sin razón, ahora le estaba dando la excusa perfecta para continuar haciéndolo, pero en ese momento no le importaba. Si estaba acostumbrada a que nadie le hiciera frente, definitivamente se había equivocado con ella.

La susodicha la perforó con la mirada mientras Marianne se dirigió a su asiento y buscó la mirada de Belgina, pero ella parecía inmersa en sus propios pensamientos. Quizá el enterarse que también había estado presente en la aventura del hospital la hacía sentirse relegada. De nuevo sintió que el remordimiento la carcomía.

—Psssst, psssst —escuchó de repente por lo bajo, y al voltear notó que se trataba de Angie, intentando no llamar la atención de los demás—… Gracias por eso.

Marianne asintió con la mayor discreción posible. Quizá necesitaba ser así de reservada y no iba a juzgarla, después de todo ella también tenía secretos que ocultar.

—Marianne Greniere, Angemona Minatt y Kristania Krunick, pasen por favor a la dirección. —Escucharon por los parlantes del salón, interrumpiendo sus deberes.

Marianne se levantó de un salto, seguida de Angie y Kristania con similares gestos de confusión, dirigiéndose dubitativas a la puerta. Sus compañeros las observaban como si fueran al patíbulo. Una vez en la dirección, tomaron asiento frente al escritorio del director quien procedió a explicarles el motivo por el cual las habían llamado.

—Recibimos una llamada del departamento de investigaciones de la policía solicitando su presencia. Es por el incidente de ayer en el hospital. Es sólo responder unas preguntas de rutina, y por ser menores de edad estamos obligados a llamar a sus padres para que estén presentes.

—¡No! —exclamó Marianne súbitamente, y al notar la forma en que la miraron, intentó corregir su reacción—. Es que… mi mamá tiene muchas cosas en la cabeza en este momento, no quisiera preocuparla por algo sin importancia.

Las otras dos chicas sólo menearon rápidamente las cabezas, demasiado impresionadas para dar una respuesta concreta.

—Bien, entonces, les tenemos preparado el autobús para que las conduzca a la central. Su ausencia en las clases de hoy estará justificada.

En los siguientes minutos fueron llevadas hacia el autobús escolar en donde el trío permaneció en silencio en sus asientos durante el resto del trayecto.

—Llegamos —anunció el chofer. Las tres chicas bajaron con algo de resistencia, pero sabían que no podían aplazarlo por mucho.

Al entrar al edificio, de inmediato las hicieron pasar a una sala que, a pesar de su gran amplitud, estaba a reventar de personas.

—Mira, dos asientos libres —anunció Kristania de pronto, jalando a Angie sin darle tiempo de reaccionar y apartándola de Marianne.

Angie sólo alcanzó a encoger los hombros, por lo que a ella no le quedó más remedio que tragarse el coraje y comenzar a recorrer el salón en toda su longitud, con la esperanza de encontrar alguna silla desocupada.

Llegó hasta el fondo y finalmente encontró el último par de sillas vacías, se dejó caer sobre una y cruzó los brazos con la mirada fija hacia el frente. El movimiento constante de sus pies demostraba lo inquieta que se sentía. No se había puesto a pensar hasta entonces en su versión de los hechos. Necesitaba una historia convincente para cuando le tocara turno y no estaba segura si debía continuar con el cuento del tío perdido, pero si no llegaba a ocurrírsele algo mejor no tendría otra opción. En estas cavilaciones estaba cuando sintió la vibración del asiento contiguo, alguien lo había ocupado. Giró el rostro y lo primero que vio fue la punta de una espada próxima a su rostro, por lo que se apartó de un brinco.

El portador, cubierto de pies a cabeza con un traje blanco y una careta con rejilla, comenzó a luchar por introducir la espada por completo en el bolso que había asentado en el piso, tras lo cual se quitó la careta.

—¡¿Tú otra vez?! —Los ligamentos de Marianne se tensaron como un gato arisco apenas vio a Demian bajo la máscara. El muchacho se agitó el cabello y guardó la careta en el bolso junto con el florete, luego suspiró resignado y se acomodó en el asiento.

—Estoy pensando seriamente que te han contratado para espiarme.

—¿Perdón? ¡Yo ya estaba aquí antes de que tú llegaras!

—Qué casualidad —enunció él de forma sarcástica, arqueando una ceja.

Ella jaló aire con fuerza con la intención de responderle, pero al darse cuenta de las miradas que había atraído desde los asientos delanteros, guardó silencio y se sentó de nuevo, aunque apartando la silla de él.

—…Y para tu información, no es que quiera estar aquí, me trajeron directo de la escuela —masculló ella lo más discretamente posible.

—Pues a mí también. Me sacaron de mi práctica sin darme la oportunidad de cambiarme y me trajeron aquí. No creas que así visto todos los días.

—Pues es lo más uniformado que te he llegado a ver.

—Como sea, al menos me ayudó a no ser reconocido —comentó él más para sí mismo, vigilando hacia el frente como si estuviera intentando ocultarse de alguien. Marianne siguió la dirección de su mirada hasta donde estaba Kristania de espaldas, hablando sin parar ante una aburrida Angie. Le daba curiosidad saber qué tipo de relación tenía con ella en vista del encuentro pasado y su resistencia a que lo viera, pero se negaba a preguntarle, quería evitar todo tipo de contacto con él, aunque al parecer el azar seguía empeñándose en ponerlo constantemente en su camino. Tenía que ser un mal karma del pasado.

Una de las puertas del frente se abrió y salió un imponente hombre de mediana edad, fornido y con una serie de canas distribuidas en forma de relámpago a un solo costado de su cabello oscuro. Casi parecían pintadas a propósito. A su lado estaba un joven que ella recordaba haber visto en su casa interrogando a su hermano, el cual se presentó como el oficial Sascha Perry. Era alto y moreno, con un corte militar y ojos marrones.

—Buenos días, soy el comandante Fillian, jefe del departamento de policía de la ciudad. —Demian dio un respingo al verlo, como si lo reconociera—. Están aquí por un proceso de investigación de rutina. Únicamente les haremos unas preguntas y podrán irse a casa. Si necesitamos alguna confirmación más adelante, serán convocados de nuevo.  Por el momento relájense y esperen a ser llamados. En unos minutos comenzaremos —recitó el hombre con su autoritaria voz de barítono, y acto seguido se dio la vuelta para entrar de nuevo a las oficinas, dejando al frente a su subalterno con una lista en la mano, de la cual leyó unos nombres, pidiéndoles que pasaran a la siguiente habitación.

Mientras las personas convocadas seguían sus indicaciones, Marianne se apoyó en su respaldo, moviendo los pies con impaciencia y repiqueteando los dedos a los costados de la silla.

—¿Podrías dejar de hacer eso? —la interrumpió Demian—. Me estás exasperando.

—Pues lo siento mucho, pero es mi espacio personal y hago en él lo que quiera. Si tanto te molesta tendrás que buscar otro asiento. Yo estaba aquí mucho antes que tú.

—Tu espacio personal se acaba cuando empiezas a molestar a otra persona.

—Ah, ¿yo te molesto? No sabes cuánto lo lamento, tal vez debiste pensarlo mejor antes de que me atropellaras, así nos hubiéramos ahorrado todo esto —objetó ella con tono sardónico y él puso los ojos en blanco, harto de volver al mismo punto.

—¡Vaya que eres terca! —replicó, alzando la voz y atrayendo nuevamente las miradas de sus vecinos, por lo que se hundió más en su silla, extendiendo las piernas hacia adelante y tratando de bajar la voz—…No vuelvas a mencionar eso, ¿de acuerdo?

—Tengo una mejor idea, ¿por qué no simplemente haces como que no me conoces y dejas de hablarme?

—Eso es fácil, no te conozco.

—¡Muy bien, ya nos estamos entendiendo! —finalizó ella y ambos permanecieron en silencio los siguientes minutos con la mirada fija hacia el frente, esperando a que los llamaran en cualquier momento y sintiendo cómo la ansiedad iba apoderándose de ellos al ver que el resto de la gente iba entrando a las oficinas y el salón se iba vaciando, hasta el punto en que Demian volvió a sacar la careta y se la puso al notar que el campo visual de Kristania había quedado despejado en dirección a él.

Marianne lo miró de reojo y meneó la cabeza en un gesto de desaprobación; incluso sintió por un momento ganas de arrebatarle la careta y llamar a Kristania tan sólo para ver su reacción. Pero debió guardarse esos pensamientos, pues en ese instante volvió a salir el oficial Perry con su lista.

—Kristania Krunick, Angemona Minatt y Marianne Greniere. —Las tres chicas se incorporaron en el orden en que escucharon sus nombres, y mientras las dos primeras ya se aproximaban al extremo del salón, Marianne apenas comenzaba a encaminarse.

—Así que te llamas Marianne —comentó Demian a través de la máscara, sin moverse de su posición y manteniendo las piernas extendidas de modo que le bloqueaba el paso, así que ella únicamente entornó los ojos, se dio la vuelta para pasar por detrás de su silla y de un manotazo le quitó la careta, provocando que ésta cayera ruidosamente al piso.

—¡Ups, lo siento, DE-MI-AN! —reviró ella, asegurándose de pronunciar su nombre lo suficientemente claro y fuerte para que Kristania lo escuchara, y ésta volteó la cabeza como salida de “El exorcista”, mirándolo como ave de rapiña visualizando a su presa.

Eso bastó para ponerle a Marianne una sonrisa en el rostro; el tercer round era suyo. El oficial en turno las apuró a pasar por la puerta, así que Kristania no pudo cruzar la sala a paso de gacela como claramente indicaba su mirada. Pero ya tendría la oportunidad al salir, pensó Marianne.

Ya en el interior, las tres fueron separadas y conducidas hacia distintos cubículos, donde uno de los oficiales les hacía las preguntas de rutina y registraba todo con una grabadora. Al final terminó optando por su historia del tío perdido a quien no había podido ver debido al alboroto que se había desatado en el hospital. Realmente esperaba que cuestionaran más sus motivos al punto de acorralarla, pero una vez que acabaron con la lista de preguntas simplemente le dieron las gracias y le pidieron firmar un documento sobre la confidencialidad del interrogatorio. En cuestión de media hora salía de las oficinas y veía que ya todo el salón se había vaciado por completo. Ni siquiera sabía si Angie o Kristania ya se habían ido o continuaban dentro, pero de acuerdo con el enorme reloj que colgaba en medio de la sala ya pasaban de las cuatro de la tarde, así que decidió mejor salir por el mismo camino que la había llevado hasta ahí. Después de varios días de malcomer, ahora sí sentía un hambre feroz, y sólo quedaría satisfecha hasta llegar a casa.

Al salir por una puerta lateral, notó que el edificio estaba conectado a otro por medio de un extenso pasaje adoquinado.

—Tienes que entrar a ese edificio —dijo de repente Samael.

—Déjame adivinar, tienes uno de tus presentimientos.

—No puedo explicarlo, sólo necesito que estés ahí.

Marianne suspiró y cruzó el pasaje hasta el edificio del frente. En la entrada había una placa que decía “Palacio de Justicia”. Su interior estaba repleto de columnas de mármol que se alineaban hasta conducir a un complejo de enormes puertas de caoba tallada. A los costados, unas escaleras con barandales labrados subían a lo largo de las paredes hasta converger por encima de aquellas puertas. Por una fracción de segundo le pareció ver una figura con capucha gris mirando en dirección a ella desde la planta alta, pero cuando volvió la vista ya no había nadie.

Recorrió el lugar con la mirada, sin saber hacia dónde dirigirse, continuar de frente o subir, y entonces vio al fondo una silueta que le parecía conocida. Se veía diminuta ante aquellas puertas colosales.

—¡Hey! —exclamó al reconocer a Belgina, ocasionándole un sobresalto—. Lo siento, ¿te asusté?

—No hay problema —respondió brevemente, volviendo a su posición anterior. Marianne permaneció detrás de ella, pensando cómo abordarla pues aún sentía esa brecha que ella misma había abierto.

—¿Y… qué haces aquí? ¿No está prohibido espiar en los edificios gubernamentales?

—No estoy espiando, aquí trabaja mi mamá —respondió sin mayor inflexión en la voz. Aquello empezaba realmente a desalentarla. Belgina había sido la primera persona que le había ofrecido su amistad a pesar de ser “la nueva” y no deseaba que todo se arruinara por una tontería.

—¿…Estás enojada conmigo por no haberte dicho a dónde iba? —se arriesgó a preguntar finalmente. Belgina la miró con sorpresa, y aunque pareció meditarlo por unos segundos, meneó la cabeza de forma negativa.

—Eso ya no tiene importancia. Tengo otras cosas en qué pensar.

Una repentina corriente de aire pasó entre las dos y Marianne echó un vistazo alrededor para buscar alguna ventana abierta.

—…Ventus —pronunció Samael.

—¿Ventus? —repitió ella, dándose cuenta de que lo había dicho en voz alta y Belgina la miraba confundida.

—¿Qué?

—¡Nada, digo que el viento, uff, ni idea de dónde salió!

—Síguela a donde vaya.

Marianne tuvo que morderse los labios para no contestar y tan sólo le sonrió a Belgina.

—…Bueno, si necesitas irte lo entenderé, yo pienso quedarme aquí más tiempo.

—Déjame acompañarte. No me urge regresar a casa, además sirve así que me pasas los apuntes —resolvió ella con rapidez, y la chica de lentes lo pensó por un momento.

—Bien, entonces sígueme. —La condujo a continuación por las escaleras hasta llegar al primer descanso, donde en vez de girar para continuar subiendo, dio un par de golpecitos en la pared y se abrió una compuerta por la que se introdujo.

—¿Esto es… correcto? —preguntó Marianne, mirando nerviosa a su alrededor, y Belgina asomó la cabeza por la abertura.

—Tranquila, he hecho esto cientos de veces —aseguró al tiempo que la jalaba hacia el interior y la compuerta se cerraba, comenzando a avanzar a través de un pasillo compacto, apenas iluminado por focos de baja potencia—. Hace 200 años esta construcción era la más importante y simbólica de toda la ciudad, así que era utilizada como base secreta para espiar a las distintas sociedades que celebraban sus reuniones en el salón principal. Construyeron este pasaje secreto que conducía directo a un punto estratégico del salón, de modo que se tenía una vista periférica del lugar además de una acústica perfecta. —Tras llegar al fondo del largo pasillo y virar hacia la derecha, se toparon con una puerta mecánica cuyo sistema de seguridad era de reconocimiento electrónico. Belgina le hizo una seña para que se detuviera y sacó una credencial del bolsillo de su chaqueta que pasó por una ranura de la puerta, abriéndose al instante—. Obviamente con el tiempo han ido modernizando el sistema de seguridad. Adelante.

El interior parecía un compartimento de una nave espacial, con únicamente un mueble en el centro y una pequeña mesa. Al frente, en vez de una pared, había un enorme cristal a través del cual podía verse el salón entero.

—¡Impresionante! ¿Pueden vernos?

—No, es un tipo de cristal polarizado especial, del otro lado parece parte del decorado de la pared, así es como este sitio se ha mantenido secreto por tanto tiempo.

—¡Está increíble! ¿Cómo es que conoces este lugar?

—Mi madre se pasa todo el tiempo en el trabajo desde que yo era pequeña, así que me permitía quedarme aquí cuando nadie más podía cuidarme. Está todo equipado, incluso hay un baño tras la pared del costado y el mueble puede transformarse en cama.

—¿Cuál es tu mamá? —preguntó, acercándose al vidrio para observar mejor.

—Ella es la juez —respondió Belgina, señalando hacia el fondo del tribunal, donde una mujer vestida con toga y expresión seria de aspecto intimidante presidía el juicio.

—Qué imponente se ve, qué suerte tener una mamá así.

—¿…De verdad lo crees? —La expresión de Belgina lucía afligida. Al notar su reacción, Marianne optó por acomodarse en el sillón y sacar su cuaderno.

—¿Qué tal si me pasas los apuntes de una vez? Si nos da tiempo, podríamos incluso hacer la tarea de mañana juntas.

Belgina soltó un suspiro y asintió, tratando de mostrar una mejor cara. En cuestión de minutos tenían la mesita repleta de libretas, lápices y libros, y habían abandonado la comodidad del sillón para terminar sentadas en el piso. Marianne había incluso olvidado el hambre que tenía hasta que un inconfundible gruñido la obligó a llevarse las manos al estómago, avergonzada.

—¿Tienes hambre? Lo siento, no te ofrecí nada. —Apenas dijo esto, Belgina se incorporó y se dirigió a la pared trasera, donde abrió una especie de escotilla y en su interior había una nevera de la que sacó unos refrescos y por encima una pequeña máquina expendedora de la que seleccionó unas galletas—. Aquí tienes.

—Gracias, era en serio cuando dijiste que está todo equipado. Por cierto, ¿para qué sirve este botón? —preguntó, señalando un botón empotrado en el sillón, el cual Belgina presionó al volver a su lugar.

—Escucha por ti misma. —Al instante el pequeño cuarto se llenó con el claro sonido de las voces que provenían del salón.

—Dígame, señor Torry, ¿a qué hora llegó al banco? —preguntó uno de los fiscales dirigiéndose al estrado.

—A las 7, 7:10 —respondió el acusado con indiferencia.

—Y el tiroteo comenzó a las 7:20, ¿podría relatarme lo que pasó en ese momento?

—No lo recuerdo —continuó el hombre con el mismo tono.

—¿Es el juicio por el tiroteo de ayer? —preguntó Marianne, prestando atención.

—Sí, ha recibido tanta atención que decidieron procesar al sospechoso cuanto antes.

—Bien, déjeme refrescarle la memoria. A las 7:20 usted fue hasta el frente, ignorando las quejas de las personas que hacían fila, y sin decir una sola palabra sacó una pistola y disparó a diestra y siniestra hiriendo a la mitad de los presentes. No es necesario que lo niegue pues todo fue captado en video. La pregunta es ¿por qué?

—No lo recuerdo —insistió el acusado, encogiéndose de hombros como si no le diera mayor importancia.

—Se jugará la carta de la insanidad mental —intervino Belgina—. He visto muchos casos en los que deciden tomar ese rumbo para su defensa. Teniendo tantas pruebas en su contra, lo único que les queda es apostar por la locura temporal. De esa forma evitan la cárcel y son ingresados en instituciones mentales bajo custodia.

—Wow, sabes mucho sobre esto. Debes haber presenciado muchos juicios desde aquí.

—Casi todos los que preside mi mamá. Así que ésta se ha vuelto como mi segunda casa. De hecho…no recuerdo alguna tarde familiar en el que hayamos estado únicamente mi madre y yo… Es algo triste, ¿verdad?

Ahí estaba de nuevo, aquella melancolía reflejada en su rostro. Eso hacía sentir incómoda a Marianne pues no estaba acostumbrada a lidiar con las emociones ajenas, ni siquiera con las propias. Realmente no tenía idea de qué decirle.

—Lo siento, no tendría por qué estarte diciendo esto… Debe resultarte incómodo. No es algo que te importe después de todo.

—No es que no me importe… aunque admito que es incómodo —trató de explicar ella mientras sus manos vacilaban ociosamente como cada vez que se ponía nerviosa—. De por sí se me dificulta mucho hablar sobre asuntos personales o emocionales, así que… no sé realmente qué decirte o como ayudarte.

—No es necesario que digas nada, con que estés aquí es suficiente.

—Bien, entonces me quedaré aquí todo el tiempo que lo necesites. Con refresco y galletas puedo sobrevivir.

Se metió una galleta completa a la boca para aligerar el momento, causando que se dibujara una sonrisa en el rostro de Belgina por más que intentaba frenarla. Sin embargo, aquel instante fue opacado por unos gritos provenientes de la sala. Ambas se acercaron al vidrio y vieron a toda la gente corriendo en masa hacia la puerta, empujándose entre ellos para salir de ahí.

—¡Mamá! —exclamó Belgina, apoyándose en el vidrio, y Marianne volteó hacia el estrado dándose cuenta de que Ashelow detenía a la mujer mientras Umber sujetaba al acusado y se encargaba de alejar a la gente, causando destrozos en el juzgado. Varios policías entraron alertados por el alboroto y apuntaron sus armas hacia ellos.

—¡Alto ahí! ¡Levanten las manos donde podamos verlas!

Umber soltó una carcajada y sin soltar al hombre extendió el brazo hacia ellos. Sus dedos se alargaron en forma de cuchillas hasta hundirse en las extremidades de varios de ellos, provocando que algunos soltaran las armas y otros las dispararan inútilmente, pues las balas rebotaban en sus cuerpos y se les regresaban, justo antes de ser expulsados de ahí.

Marianne ya estaba tratando de idear algún plan cuando sintió otra ráfaga de viento. Volteó hacia Belgina, que seguía pegada al vidrio, y vio que parecía estarse generando alrededor de ella una especie de disturbio.

—¿Belgina?

Ella no estaba escuchando. Su atención estaba fija en su madre, rehén de uno de los demonios mientras el otro detenía al hombre contra el piso, ignorando sus súplicas, y tras hacer un gesto circular sobre su pecho, introdujo la mano y sacó una brillante esfera. La madre de Belgina comenzó a gritar al ver aquello, pero Ashelow la sujetaba con fuerza.

Sin embargo, cuando la esfera se apagó al intentar meterla en uno de los contenedores, el demonio la arrojó junto al cuerpo inerte del hombre, y luego posó la vista en la mujer.

—¡Mamá! —gritó Belgina, golpeando el vidrio con desesperación. A su alrededor se iba arremolinando el aire que parecía formarse de la nada y Marianne la observó confundida. Trató de sujetarla, pues temía que el cristal terminara cediendo, pero la voz de Samael la detuvo.

—Ya no tengo dudas.

—¿De qué hablas? Tengo que hacer algo.

—¿Recuerdas que te dije que había otros como tú?

Bastaron un par de segundos para que Marianne conectara lo que acababa de decir.

—Quieres decir que…

Un grito cortó sus pensamientos. El demonio había introducido la mano en el pecho de la mujer y extraído el don, tan brillante que por un momento en sus ojos se notó una chispa de triunfo. Belgina observó todo con el rostro enrojecido y la respiración agitada, había dejado de golpear el vidrio, pero su pecho se inflaba y en su garganta se fue acumulando el grito que finalmente dejó salir en medio de una agitación tan intensa que el cristal terminó haciéndose añicos, llamando la atención de ambos espectros.

—¡Tenemos que salir ahora! —la apuró Marianne, jalándola para salir del compartimiento antes de que Ashelow subiera tras la señal de su amo.

—¡Debo regresar por mi mamá! ¡Tengo que ayudarla! —exclamó Belgina, intentando volver, pero Marianne la detenía.

—¡No, no puedes hacerlo de esta forma, es peligroso! ¡Tendrá que ser como yo!

—¡¿A qué te refieres?! —Marianne se apartó, preguntándose si sería prudente mostrarse ante ella, si Samael tendría razón, pero el tiempo estaba corriendo y no podía seguir desperdiciándolo, así que se concentró hasta que la armadura la cubrió por completo ante la mirada atónita de Belgina—. ¿Qué…qué hiciste? ¿Qué eres? ¡¿Eres como ellos?!

—¡No, no! ¡Escúchame, luego te explico todo! ¡Por lo pronto debes saber que soy de los buenos y esos sujetos son unos demonios, yo lucho contra ellos! ¡Al parecer hay otros como yo! ¡Otros que aún no saben lo que son y sólo necesitan un empujón para entenderlo! ¡Como tú!

—¿Como yo qué?

—¡Eres como yo, también eres una Angel Warrior!

—¿Qué? —dijo Belgina con incredulidad, y justo en ese instante un par de brazos alargados atravesaron la escotilla sellada y atraparon a Marianne, arrastrándola con todo y puerta hasta el suelo del juzgado. Belgina se incorporó y regresó de inmediato al compartimento para ver a través del vidrio roto.

—Debí imaginar que vendrías. Te has convertido en una piedra muy molesta en mis zapatos, ¿sabes? —dijo Umber, jugueteando con la esfera entre sus dedos mientras Ashelow retenía a Marianne—. Pero estoy tan de buen humor que, si éste resulta ser uno de los dones que estoy buscando, te dejaremos ir. ¿Qué te parece, eh? —Acto seguido apareció otro contenedor a su lado y colocó la esfera por encima, la cual fue absorbida. Una enorme sonrisa de satisfacción apareció en su rostro, pero en cuestión de segundos se transformó en una mueca cuando el contenedor la devolvió, perdiendo de inmediato su luz—. Qué mala suerte… para ti, claro está. Acaba con ella, Ashelow. Yo me largo de aquí.

Al decir esto arrojó la esfera junto al cuerpo de la mujer y se disipó entre las cenizas.

—¡Qué valiente de su parte, dejar que su sirviente haga todo por él!

—¡Silencio! —exclamó Ashelow, apretando con más fuerza mientras Belgina observaba, pasando la vista de su madre hacia Marianne constantemente y pensando en lo que ella le había dicho.

Le era imposible imaginarse siquiera algo así. ¿Ella, una especie de guerrera? Tenía que ser un error. Resguardándose tras el vidrio, observaba con atención lo que ocurría abajo. Marianne estaba en problemas pues no podía soltarse y al parecer comenzaba a faltarle el aire, por lo que Belgina se llevó las manos a la cabeza en un gesto desesperado. ¿Qué podía hacer? No podía ayudarla. Ni siquiera sabía lo que significaba ser una Angel Warrior. ¡No podía hacer nada!

Una ráfaga la golpeó, formándose en un remolino que la puso en trance. Una voz ancestral la llamaba desde otro tiempo, desde antes que ella naciera. Sus ojos se abrieron de golpe, una epifanía refulgiendo en ellos, llenando su mente. Un murmullo del viento trajo consigo la respuesta que estaba buscando. Ventus. Ése era su poder.

Su cuerpo comenzó entonces a cubrirse de una coraza que se distinguía de la de Marianne en su tono cerúleo y en algunas formaciones que le daban un aspecto más aerodinámico, incluyendo un casco a medio rostro que se adaptaba a sus propias gafas. Sin permitirse a sí misma sucumbir ante la perplejidad, contuvo la respiración para no perder la compostura y se incorporó ante la abertura que había quedado del vidrio polarizado, y tras realizar unos círculos con las manos como si recolectara el aire, extendió las extremidades y una columna de viento impactó a Ashelow para que soltara a Marianne, quien volteó sorprendida hacia su compañera.

—No puedo creerlo… Tenías razón.

Ashelow alzó la vista, y en un acto arriesgado y totalmente precipitado, Belgina se lanzó desde las alturas, siendo amortiguada por unas ráfagas de aire que la ayudaron a caer de pie con gracia.

—Otra más —expresó el demonio con desconcierto, y Marianne aprovechó aquel momento para levantarse y amenazarlo con su espada.

—¡Así es! Somos dos ahora. ¿Qué piensas hacer al respecto?

Ashelow no respondió, simplemente la fulminó con la mirada y desapareció. Las dos chicas colapsaron entonces en el piso con la respiración agitada. Pasaron unos segundos y Belgina fue corriendo hacia su madre, mientras Marianne trataba de tranquilizarse y volvía a resguardar su espada.

—¡Mamá! ¡Por favor, despierta! —exclamó ella, sin obtener respuesta alguna.

—Tranquila, ahora mismo haré que reaccione, pero antes de eso… será mejor que regresemos a la normalidad, no queremos que nos vean así cuando todos entren. —Señaló hacia las puertas que ya comenzaban a ser forzadas desde afuera, haciéndole ver que no disponían de mucho tiempo.

—¿Y-Y qué hago? ¡Esta armadura de repente apareció y…!

—Sólo relájate. Piensa que ya no hay peligro. Concéntrate —aconsejó Marianne, tratando de sonar como si lo tuviera todo bajo control, a pesar de que por dentro estaba quizá tan alterada como ella.

Marianne acabó devolviendo los dones a sus dueños y tuvo que convencer a Belgina para separarse de su madre y ocultarse antes de que las puertas cedieran y la sala se llenara de gente y oficiales de policía que pudieran considerar extraño el verlas en el interior. Tuvieron que esperar un rato para salir de nuevo y mezclarse con las personas.

Marianne tomó el hombro de Belgina, ansiosa por poder hablar con ella ahora que por fin tenía una “cómplice”.

—Oye, escucha, creo que debemos hablar de lo que…

—Ahora no, quiero estar con mi mamá, por favor. Luego hablamos —respondió Belgina secamente, apartando el hombro.

—…Ah, sí, claro, lo entiendo —respondió Marianne, tratando de darle su espacio.

La chica se alejó con su madre mientras ella se limitó a seguirla con la mirada, sintiendo nuevamente aquella brecha abriéndose entre las dos.

—No te preocupes, ella terminará aceptándolo.

—Lo único que espero… es que esto no haya terminado por alejarla.

Tras dar un último vistazo a la sala, decidió marcharse de ahí, aliviada por un lado de haberse librado de otro peligro nuevamente, aunque era demasiado pronto para cantar victoria pues al otro lado del pasaje adoquinado, en el departamento de investigaciones, el encargado de analizar los videos de vigilancia del hospital le había cedido su asiento al comandante Fillian. Éste observaba atentamente la pantalla, repitiendo una y otra vez la edición entre dos escenas: una con Marianne entrando al área de cardiología, y otra dando la vuelta al final del pasillo, completamente cubierta con su armadura. Antepuso las dos imágenes congeladas y apoyó la barbilla sobre sus manos entrelazadas.

—…Interesante —comentó, balanceándose sobre su silla mientras observaba fijamente las imágenes.


SIGUIENTE