CAPÍTULO 22

22. LA BAHÍA DEL DURMIENTE

Marianne saltó de su cama con urgencia al tener la repentina sensación de que algo ocurría. Salió de la cabaña, esperando que los demás aparecieran, pero tan sólo vio a Samael corriendo en su dirección.

—¿Sentiste eso?

—Sí. Definitivamente es Hollow. Debe estar atacando a alguien en este momento. Pude verlo por un instante, ¿dónde están los demás? —preguntó Samael.

—Dijeron que regresarían al juego, supongo que podemos ir a buscarlos.

Él se cubrió el ojo izquierdo con la mano. Se trataba de la visión detrás del velo, sólo que ahora podía verla al cerrar un solo ojo.

—No hay tiempo, tenemos que ir —afirmó él, viendo en una especie de versión polarizada a Hollow sujetando a alguien del cuello y expulsando por la espalda una esfera brillante.

—Pero… ¿crees que podamos nosotros solos?

Escucharon unos pasos aproximándose, y pronto los demás se acercaban corriendo a toda velocidad. Se detuvieron frente a ellos sin saber qué decirles hasta que Mitchell se decidió a romper el silencio.

—Hora de la acción, ¿no? —pronunció con un resoplido y Samael asintió sin despegar la mano del ojo izquierdo.

Franktick observaba oculto desde la cavidad de aquel enorme árbol, entre sus raíces, al demoniaco ser que dejaba caer el cuerpo de su prima a un lado como si se tratara de un objeto desechable, concentrado en la esfera brillante que tenía ante él.

—Malicia —enunció él con un esbozo de sonrisa al distinguir el brillo particular que la esfera emitía.

Acto seguido hizo aparecer un contenedor por encima y en cuanto la esfera fue colocada justo encima de éste, fue absorbida al instante sin ser rechazada, provocando una mayor sonrisa de triunfo en Hollow. Sin embargo, ésta se borró en cuanto el contenedor voló de sus manos y se estrelló contra el tronco del árbol.

—Creí haber acabado con ustedes —bufó él, volteando imperturbable al momento en que llegaban aquellos que pensó por un tiempo haber eliminado—. Supongo que no debí subestimarlos.

Ellos miraron hacia el piso, descubriendo que era a Kristania a quien había atacado. Mitchell apretó las manos y los demás se encargaron de mantenerlo a raya.

—¡Puedes apostarlo! —afirmó Lilith, chasqueando los dedos y una llama surgió entre ellos, ondeando entre azul y naranja.

El demonio sonrió y se enderezó para hacerles frente por completo.

—No puedo esperar a ver lo que han aprendido desde su derrota.

Al decir esto, hizo un movimiento con la mano y una capa comenzó a cubrir toda la zona en la que se encontraban, abarcando una circunferencia que incluía el árbol en cuya concavidad se ocultaba Franktick.

Éste miró hacia arriba, siguiendo con la vista la imperceptible barrera que se había formado por encima de ellos y que continuaba de largo hasta bajar al suelo a unos metros de donde él se encontraba. Parecía invisible a simple vista, pero en cuanto lograba enfocar la mirada se alcanzaba a distinguir un borde cristalino, como si una enorme cúpula de vidrio los hubiera encerrado.

—¿Es la misma barrera de la última vez?

Samael acercó la mano notando que al sólo roce comenzaba a sacar chispas.

—Lo es. Supongo que su intención es que no podamos escapar a ningún lado.

—Puedo neutralizarla —sugirió Mitchell comenzando a tronarse los dedos, pero Samael lo tomó del hombro para detenerlo.

—Necesitamos nuestros poderes. A ti no te afecta la barrera, aprovecha esa ventaja.

Mitchell asintió ante sus palabras y miraron a Hollow, como si estuvieran esperando a que alguien hiciera el primer movimiento en un duelo. Localizaron el contenedor con el don a unos pasos detrás del demonio, a pies del enorme árbol. Debían ser rápidos y precisos si deseaban recuperarlo y derrotar a aquel espectro.

Franktick volvió a asomarse a través de las raíces del árbol, intentando dilucidar qué ocurriría ahora entre aquel ser y las otras figuras de extrañas armaduras. La única certeza que tenía era que no podría salir de ahí a menos que el sujeto de ojos rojos fuera derrotado, y que mientras nadie supiera que estaba ahí, mejor.

Miró con atención hacia los chicos, preguntándose de dónde habrían salido, si los habría visto en alguna parte, pero antes de que pudiera seguir indagando en ello, estos hicieron el primer movimiento, y con apenas milisegundos de diferencia, el otro sujeto hizo lo propio. Todo fue tan rápido que no le dio tiempo de terminar de exhalar. Vio unas llamas colisionando en el aire, chispas brotando de la nada, rayos de luz cruzando de un extremo a otro y chocando contra el muro transparente.

El ruido metálico de una espada se alcanzaba a escuchar, y si enfocaba su vista podía vislumbrar breves destellos de ésta, luchando por acertar un golpe contra el sujeto de los ojos rojos, ocupado no sólo en rechazar los ataques constantes contra él, sino con la vista fija en el objeto que había sido arrojado a los pies del árbol. Una de las figuras en armadura se había adelantado para recoger el contenedor y pudo ver el tono rosa marmoleado de su armazón. Por la silueta pudo deducir que se trataba de una chica, pero todo transcurría tan rápido que no sabía hacia dónde enfocar su vista.

—¡Lo tengo! —festejó Angie apenas recuperó el contenedor, pero más tardó en decirlo que en tener la mano de Hollow alrededor del cuello, con los largos dedos apretándola hasta conseguir que lo soltara mientras con la otra mano se defendía de los embates de los demás.

—¡Toma el don y llévatelo lejos! —exclamó Marianne en dirección a Mitchell, luchando por dar un golpe certero con su espada.

Él tomó el contenedor, lanzándose a correr lejos de ahí hasta cruzar la barrera y deshacerla ante la mirada airada del demonio.

—No tan rápido —dijo éste, enderezándose con un movimiento rápido que liberó una onda de energía que colisionó con todos, arrojándolos lejos. Su brazo se alargó como si fuera de hule, alcanzando a detener a Mitchell.

Éste se precipitó al suelo, sin soltar el contenedor y protegiéndolo contra su pecho mientras era arrastrado a través de todo el trayecto que ya llevaba recorrido. Apenas se encontró a los pies de Hollow, éste le arrebató el contenedor y colocó la mano frente a él. Su palma brillaba, amenazando con estallar.

Mitchell sabía cuál era su intención, pero también sabía que no le daría tiempo de apartarse, así que colocó las manos a la altura de su rostro con la intención de crear una capa justo cuando el estallido de energía brotó en dirección a él, de modo que la capa incompleta recibió la embestida y, para su sorpresa, acabó reflejando el poder, impactando al desprevenido demonio y aturdiéndolo.

El contenedor salió expulsado tras el impacto, cayendo detrás del árbol, justo a unos cuantos pasos de la cavidad donde Franktick se encontraba. Éste dirigió su mirada hacia el objeto mientras intentaba mantenerse inmóvil y silencioso en su escondite.

—¿Vieron lo que hice? —comentó Mitchell con una mezcla de frenesí y perplejidad.

—No te confíes, mantén la concentración —expresó Samael apenas se reunieron en torno a él—. Ésta puede ser nuestra oportunidad. ¡Que no se levante! ¡No le den tiempo ni de respirar!

—¡Yo iré por el don! —se ofreció Angie, sabiendo que no había nada que pudiera hacer en ese momento para ayudarlos en su ofensiva.

Ellos procedieron a lanzar un ataque tras otro, sin permitir que el demonio se recuperara. Hollow no podía más que escudarse tras sus propios brazos, protegiéndose del fuego y las centellas de luz que le lanzaban, aún aturdido por su propio poder.

—Prepárate, en cuanto deje de cubrirse será el momento para acabar con él —murmuró Samael sin despegar la vista de él y Marianne asintió, también atenta al progresivo derrumbe del demonio de ojos rojos.

No podía creer que lo estaban derrotando; no hacía mucho casi había acabado con ellos y ahora la balanza se estaba inclinando a su favor.

Su reserva de energías iba a la baja y él estaba consciente de ello. Su rostro demoníaco, que demostraba una ecuanimidad perturbadora, se había deformado en una mueca desesperada, llena de cólera e incredulidad ante aquella situación. Se le hacía imposible creer que en tan poco tiempo hubieran alcanzado tal nivel. O quizá el problema no era ése, sino que desde el primer momento los había subestimado. Hasta entonces, para él no eran más que un grupo de chiquillos intentando hacerse a los héroes. Y ahora ahí estaban, a punto de vencerlo. No les había dado la importancia que debía desde el principio y ahora lo estaba pagando, pero no volvería a cometer ese error. Y comenzaría por usar lo que le quedaba de energía para destruirlos. No tendrían oportunidad.

—No quiero preocuparlos…, pero estoy empezando a agotarme —informó Lilith, comenzando a resollar—. Estoy a punto de quedarme sin reservas.

—Yo también. ¿Cuánto tiempo más tendremos que hacer esto? No parece que vaya a ceder muy pronto —la secundó Lucianne.

—Tengo una idea —dijo Marianne de pronto y tocó el hombro de Lilith—. Detente un momento. ¿Tú puedes aguantar un poco más? —preguntó hacia Lucianne y ella asintió con la cabeza, por más exhausta que se veía—. No sé si funcione, pero hay que intentarlo…

Apenas Hollow sintió que la potencia del ataque disminuía, decidió aprovechar esa oportunidad. Usando sus reservas de energía restantes, tomó impulso para incorporarse y apartarse de la línea directa de ataque tras lo cual, tomando previsiones, se trasladó hacia Mitchell sin darle tiempo de reaccionar, noqueándolo al instante y apartándose a la vez que sus heridas iban cerrando como si hubiera un conjunto de minúsculas arañas tejiendo el material dúctil que lo revestía.

Aprovechó la distracción de todos y se dispuso a energizar su cuerpo con sus propias reservas, con miras a convertirse en una especie de bomba de tiempo. Comenzó a emitir un brillo oscuro, como si su cuerpo se estuviera eclipsando.

—¡Hay que detenerlo o hará algo peor que la última vez! —exclamó Samael y Lucianne se apresuró a lanzar sus centellas hacia él, pero éstas eran obstaculizadas en cuanto lo alcanzaban, como si el halo oscuro que lo rodeaba funcionara a modo de barrera que lo protegía de sus ataques.

—¡No funciona! ¿Qué hacemos ahora?

Marianne observó al demonio, sintiéndose impotente, tratando de pensar en algo con rapidez y notó más allá entre los árboles una silueta encapuchada a la que no lograba distinguir su rostro. A punto estuvo de hacer mención de ello cuando de pronto recordó la idea que había tenido.

—Rápido, haz aparecer una llama —le pidió Marianne a Lilith.

—Pero ya casi no me quedan fuerzas, no será suficiente.

—¡No importa, sólo hazlo!

Lilith intentó hacer lo que le pedía, no muy convencida. Una pequeña llama apareció en su palma y a continuación, Marianne tiró de Belgina hasta quedar a su lado.

—Envía una ráfaga, partiendo de esta llama hacia Hollow, ¡rápido!

Belgina no entendía lo que pretendía con eso, pero en vez de preguntar, procedió a realizar lo que le solicitaba. Un bloque de viento atravesó aquella flama, insuflándose con ella y transformándola en una intensa llamarada que se extendió en dirección a aquel demonio, golpeándolo de lleno y abriéndose camino a través del halo que lo cubría, provocando que éste acabara cediendo, resquebrajado por el calor del fuego, para desconcierto de Hollow.

—¡Ahora es el momento! —anunció Samael y Marianne blandió su espada, colocándola en la trayectoria de aquella densa llamarada. La hoja tomó el tono del metal ardiendo y ella se dirigió en pos de su adversario.

Hollow la observó aproximarse, intentando convencerse de que era imposible que lo venciera, pero desde que empezó a sentir los efectos de aquella llamarada traspasando su escudo se dio cuenta de que no podía volver a subestimarla, y teniendo tan sólo una fracción de segundo para tomar acción, alzó los brazos con la intención de detener el ataque, pero apenas tocó la espada, ésta le cercenó de tajo un par de dedos de cada mano, siendo sus reflejos los que impidieron que también lo cortara a él a la mitad, apartándose justo cuando el filo de la hoja descendía hacia él, aunque alcanzando a hacerle un corte profundo a lo largo del torso.

Él se detuvo, trastabillando unos pasos, con el rostro deformado por la conmoción. Se llevó las manos para cubrir la herida que le atravesaba el tórax tan sólo para descubrir que ambas carecían del meñique y el anular, dejándole el aspecto de tener tridentes por manos. Con gesto turbado, dirigió la vista hacia ellos, los ojos a punto de salírsele de sus órbitas. No esperaba que aquello terminara así. No podía creer que en verdad estuviera ocurriendo.

Marianne blandió la espada, presta a terminar lo que había empezado. Era la oportunidad que tanto habían estado esperando. Se apoyó de su talón izquierdo y tomó impulso para reemprender el ataque, alzando la espada con la mira puesta en la cabeza de Hollow. Sólo le restaban centímetros. Sólo debía asestar un golpe y todo habría finalizado. Su espada iba ya bajando cuando una explosión de energía surgió entre ella y su blanco, expulsando a todos varios metros atrás.

Ella de inmediato volvió a incorporarse, descubriendo que había aparecido una especie de vorágine frente al demonio, que lucía tan sorprendido como todos.

«No es tu hora aún. Regresa ya mismo», retumbó una voz proveniente de aquel vórtice, provocando que un frío estremecimiento recorriera la espina dorsal de todos.

Hollow se enderezó y mantuvo los brazos apretados contra su cuerpo. Dirigió una mirada de rabia hacia los chicos justo antes de introducirse en aquel vórtice y ser absorbido por éste hasta cerrarse.

—¿Qué fue eso? ¿Acaso lo dejamos ir? ¡Lo teníamos ya en nuestras manos! —exclamó Lilith, después de varios segundos de silencio.

—No había nada que pudiéramos hacer, hubo una intervención externa —respondió Samael mientras iban poco a poco retomando el control sobre sí mismos.

—¿Estás bien? —Belgina intentó despertar a Mitchell.

Angie, por otro lado, también se les unió con gesto confuso.

—No encontré el don. Busqué por detrás del árbol, justo donde todos vimos que cayó, pero no había nada. Simplemente desapareció.

—O de alguna forma ese demonio tuvo tiempo de recuperarlo sin que lo notáramos.

Todos intercambiaron miradas escépticas, pero no tenían ninguna otra explicación por el momento, así que optaron por marchar de ahí, aunque Marianne parecía abstraída.

—¿Qué piensas? —preguntó Lucianne al notarlo.

—Esa voz… —expresó ella sin poder evitar que una mueca apareciera en su rostro—. Me da la sensación de que detrás de ella se esconde algo… terrible.

—No eres la única —dijo Samael—. Pero por ahora no hay nada que podamos hacer.

Ella asintió, y tras reunirse todos y verificar que estuvieran en buen estado, centraron su atención en Kristania.

Su cuerpo permanecía en el mismo lugar, inerte mientras careciera del don del que la habían despojado. Marianne se aproximó y se detuvo justo a un lado, observándola como si intentara buscar dentro de ella misma una parte que deseara dejarla así después de lo ocurrido ese día, pero por más que removía en su interior no lograba encontrar esa sensación de resentimiento para sorpresa suya. La realidad era que ahora sólo sentía lástima, y no por el hecho de verla reducida a ese estado, sino por sus acciones tan reprobables.

—¿Cuál fue el don que le arrebataron? —preguntó con voz monótona.

—Según vi cuando lo tuve en las manos decía «Malicia» —respondió Angie.

—¿Significa que sin ese don ahora será… buena?

Todos se miraron con una especie de curiosidad mórbida y Marianne procedió a arrodillarse frente a ella.

—Supongo que lo sabremos en unos minutos. —Colocó las manos sobre el pecho de la chica y dirigió una mirada hacia los demás antes de continuar—. Quizá Mitchell debería quedarse aquí con ella y nosotros marcharnos apenas la reanime.

Nadie tuvo ninguna objeción, así que apenas colocó la chispa de energía que supliría al don por tiempo indefinido, se marcharon antes de que ella reaccionara, dirigiéndose de vuelta al campamento en silencio mientras la noche iba cayendo.

—Quizá deberíamos empezar a prepararnos para la cena.

—Ay, no. ¿Podrían excusarme con los supervisores? No estoy de ánimos para preparar la cena de nadie —externó Marianne al recordar el castigo para los perdedores de la competencia.

—No lo harás. Son los chicos quienes van a prepararla —respondió Lucianne.

—¿Qué? Pero no entregamos todos los elementos de nuestra instrucción…

—Pues los que entregamos estaban completos —agregó Lilith—. Demian recogió lo que Kristania dejó atrás y nos lo dio. Estaba todo lo que pedía su instrucción.

Marianne pestañeó varias veces, tratando de entender lo que eso implicaba.

—¿Incluso el lirio acuático?

—Sí, ¿por qué lo preguntas?

Marianne se quedó callada, preguntándose si Demian lo habría arrancado y si había sido así, ¿por qué lo habría entregado al equipo rival?

—… Por nada. Preparémonos para la cena —dijo al fin, resuelta a olvidar el asunto por el momento, pero decidida a confrontarlo más adelante cuando tuviera oportunidad.

En cuanto se reincorporaron con el resto de los campistas, los muchachos ya habían sido enviados a la cocina para preparar la cena mientras que las chicas se dedicaban a convivir en su respectivo lado del comedor, formando sus grupitos de amigas y algunas actuando altivas por haber ganado la competencia.

El quinteto, por su lado, permanecía bastante callado en comparación, contemplando a su alrededor como si aún no acabaran de alejarse de la pelea reciente, hasta que un par de sombras alargadas las obligó a levantar las miradas. Sela y Tanis se habían plantado en su mesa con los brazos cruzados y miraban a Marianne con especial displicencia.

—¿Dónde está Kristania? —preguntó una de ellas, tal vez era Sela o tal vez Tanis, daba igual, las dos parecían cortadas por la misma tijera.

—No lo sé —respondió ella, intentando ignorarlas.

—Tú hiciste equipo con ella y desde que empezó el rally no la hemos vuelto a ver.

—Así que tú debes saber qué ha pasado —completó la otra, como si estuvieran en sincronía. Las chicas giraron los ojos y Marianne dio un resoplido.

—Se supone que ustedes son sus amigas y ni siquiera saben dónde está, ¿cómo esperan que yo lo sepa?

Ambas chicas entornaron los ojos y continuaron mirándola con desconfianza hasta que les dieron la espalda para regresar a su mesa.

—¿Alguna idea de cómo regresaron ella y Mitchell del bosque? —preguntó Lilith una vez que aquellas se habían marchado y las demás negaron con la cabeza.

—Ya nos lo dirá él en cuanto salga de la cocina.

No tardó mucho en llegar la hora de servir la cena, pero antes hubo una pequeña introducción por parte de Luna, felicitándolas por su triunfo y procediendo a dar un aviso: en vista de que esa noche habría luna llena, después de la cena se trasladarían a la zona del lago para ver las luces acuáticas que en una noche como ésa debían presentarse con mayor intensidad.

—¿Querrás ir después de lo que pasó? —preguntó Lucianne mientras Marianne se quedaba pensativa, consciente ahora de la razón por la que el lago le provocaba un temor inexplicable, y a pesar de que aún sentía aquella opresión en el pecho, también sentía la necesidad de volver y ver desde un sitio seguro aquellas luces; quizá de esa forma podría descubrir qué había detrás de ellas.

—… Aún no sé bien —respondió, atenta a la puerta de la cocina.

Una fila de muchachos salió llevando una bandeja cada uno y comenzando a servir la cena en cada mesa. Entre ellos estaban Samael, Mitchell y Demian. Este último no tenía buen aspecto, parecía agotado o como si estuviera al borde de enfermar.

Samael llegó a la mesa de ellas y comenzó a servirles con el mayor cuidado posible, temblándole la mano al ir asentando los platos, haciendo evidente que era algo que nunca había hecho.

—¿Irás con nosotras al lago después de la cena? —preguntó Angie, ansiosa por hacer conversación con él.

Éste la observó con gesto confundido y luego dirigió una mirada indagadora hacia Marianne. Ella, sin embargo, observaba a Demian con atención, pensando si se acercaba a preguntarle o esperaba a que él mismo se aproximara.

A una mesa de distancia estaba Mitchell, sirviendo la cena con pereza. Se había puesto una red en la cabeza para preservar su tan preciado cabello del calor de la cocina y tenía gesto de preferir estar del otro lado de la mesa en vez de sirviendo, y fue tan sólo al advertir que le hacían señas que pudo enfocar su atención. Asentó los platos en la mesa y tras dejar la bandeja a un lado, se aproximó a las chicas.

—¿Qué pasó con tu hermana?

—Ah, ella. Pues bien, supongo. Estaba bastante tranquila, raro para ella. Dijo que se sentía algo indispuesta, así que la dejé en su cabaña para que descansara. No creo que hoy cause más problemas.

Franktick entró al comedor y se sentó solitario del lado de los muchachos, en la mesa que colindaba con las chicas. Vestía aún la ropa que traía puesta durante la competencia y su actitud pasiva parecía ocultar algo.

—Típico de Frank. Elude cualquier responsabilidad y se aparece a última hora para tomar ventaja —comentó Mitchell, dando un resoplido.

Lucianne dirigió una rápida ojeada hacia el chico. Contrario a los anteriores días en que tenía su atención fija en ella, se notaba distraído.

—Demian no se ve muy bien, ¿estará enfermo? —expresó Lilith al verlo pálido.

Escucharon el estrépito de la vajilla estrellándose contra el piso, y al voltear, vieron a Demian en el suelo, inconsciente. Fue llevado a la enfermería, donde le ordenaron permanecer el resto de la noche a pesar de su reticencia.

—Quizá deberíamos acompañarlo en vez de ir al lago —sugirió Lucianne una vez que salieron del comedor.

—Si están de acuerdo, aunque yo me quedaré unos minutos y después iré a ver las luces. Tú irás conmigo, ¿verdad, nena? Puede ser una vista muy romántica —comentó Mitchell, guiñándole un ojo a Belgina, que permanecía en un estado de despiste total.

—Claro, ¿por qué no? —contestó ella, encogiendo los hombros con despreocupación, a lo que él respondía con una señal de triunfo y las chicas con una mirada de desaprobación.

—Hola, ¿cómo te sientes? —preguntó Lucianne en cuanto entraron a la enfermería.

—No tenían que venir. Ya estoy bien, pero no me permiten salir.

Lilith se acercó a él sin decir nada y colocó la mano sobre su frente.

—No te creas, tienes fiebre. Sería un buen momento para una de mis famosas infusiones de hierbas, ¿no te parece? —ofreció ella con un guiño.

Demian hizo una mueca al recordar el menjunje asqueroso que le había obligado a tomar la última vez.

—No te preocupes, no pretendemos atormentarte, sólo queremos hacerte compañía —aseguró Lucianne, apartando a Lilith antes de que intentara forzar sus cuidados poco ortodoxos en él.

—Gracias, pero como dije, ya me siento mejor.

—¿Algo hizo que enfermaras? ¿Estuviste demasiado cerca del lago quizá? —preguntó Marianne y él la miró como si no se esperara aquella pregunta.

Ella le sostuvo la mirada, esperando escuchar una explicación por el lirio acuático, pero lo único que él hizo fue encogerse de hombros.

—Fue una tontería, estaba bajando del muelle y tropecé con uno de los tablones. Afortunadamente, la orilla no es profunda así que me levanté enseguida.

—¿De verdad eso fue lo que pasó? —reiteró ella, entornando los ojos.

—¿Por qué habría de mentir en algo como eso? —replicó él, alzando una ceja con extrañeza.

Marianne prefirió no seguir insistiendo al ver que él no parecía ir en la dirección que ella pretendía y tampoco deseaba cuestionarlo sobre el asunto enfrente de todos; quizá tendría otra oportunidad más adelante.

—Ya que están aquí… ¿podría pedirles un favor? —agregó él con cierta renuencia—. ¿Podría alguien traerme de la cabaña un frasco que dejé en el buró, a un lado de mi litera?

Los chicos intercambiaron miradas, extrañados ante aquella petición, pero Mitchell se ofreció de inmediato a ir a buscarlo y al regresar con aquel pequeño frasco entre las manos, se lo entregó sin fijarse en lo que era.

—Aquí tienes. Y ahora, si nos disculpan a Belgina y a mí, tenemos unas luces acuáticas que presenciar —se excusó él, tomando a Belgina de la mano y saliendo de ahí antes de que los detuvieran.

—Alguien debería vigilarlos —susurró Lilith y Angie lo tomó como una oportunidad.

—¿Vienes conmigo, Samuel? —propuso ella, aunque casi de inmediato pareció arrepentirse al notar las miradas de todos, aunque decidió no echarse para atrás—. Ya sabes, para vigilar a Mitchell

Samael miró a Marianne en busca de aprobación y ella tan sólo dio un ligero asentimiento, así que acompañó a Angie fuera de la cabaña, aunque no sin antes volver la vista dubitativa hacia ella.

—¿Qué es eso? —preguntó Lucianne al ver que Demian abría el frasco.

—Es sólo para dormir —respondió él, intentando sacar una pastilla del interior, pero Lilith se lo arrebató con presteza y leyó la prescripción.

—Estas pastillas son de dosis muy fuerte. No puedo consentir que las tomes. No, señor. Te diré qué haré. Iré ahora mismo al comedor y no sé cómo, pero irrumpiré en esa cocina y prepararé un té buenísimo para dormir a gusto, ¿te parece? ¡Aquí voy! —expresó Lilith sin darle tiempo siquiera de dar su opinión y salió a toda prisa, dejándole el frasco a Lucianne.

—¿Por qué necesitas tomar pastillas para dormir? —preguntó ella mientras Marianne observaba por encima de su hombro.

—Sólo… porque sí —respondió él, reacio a hablar de ello.

—¿Desde hace cuánto las tomas?

—Desde niño… ¿podrías devolverme el frasco, por favor?

Lucianne estaba a punto de entregárselo, pero Marianne alcanzó a interceptarlo.

—Llevas tomando estas pastillas tantos años, ¿y no crees que eso influya en tus problemas de salud? —intervino Marianne, agitando aquel frasco por lo alto—. Es obvio que esto te ha estado debilitando todo este tiempo. Deberías dejar de tomarlas.

—No creo que seas la más indicada para decirme lo que puedo o no tomar por mi salud. No tienes idea. Mejor deberías ocuparte de tus propios asuntos —expresó él con severidad, ante la mirada abrumada de Lucianne que temía intervenir o decir algo.

Marianne apretó los dientes y empuñó las manos al escuchar la misma frase que ella había usado con él.  Sin embargo, no pudo contenerse por mucho y acabó lanzándole el frasco, que él alcanzó a detener al vuelo.

—¡Haz lo que quieras! ¡Ahógate con ellas si así prefieres! —exclamó airada, tras lo cual salió de la cabaña azotando la puerta mosquitera detrás de ella mientras Lucianne se mantenía estática en el mismo sitio, temiendo que un solo movimiento desatara otra tormenta.

—Perdónala, por favor. No lo dice en serio. Ya la conoces, puede ser muy impulsiva a veces.

Demian no respondió, tan sólo contempló el frasco que tenía en la mano con gesto rígido hasta que dio vueltas a la tapa para abrirlo.

—¿Podrías traerme un poco de agua?

Lucianne asintió con la cabeza y se aproximó a la mesa donde había una jarra con agua. Demian sacó una pastilla del frasco y a punto de llevársela a la boca se detuvo. Observó la píldora por unos segundos con gesto reflexivo, pensando si después de tanto tiempo daría igual si la tomara o no, y decidió devolverla al frasco y colocarlo en el buró.

Lucianne alcanzó a verlo, pero no hizo mención de ello; tan sólo le entregó el agua, recibiendo un seco «gracias» por respuesta.

Marianne caminó furiosa por el campamento, deteniéndose un momento al ver que el primo de Mitchell se introducía de un lado del bosque que no tenían permitido. Pensó que no era de extrañar tratándose de él, así que desvió la vista hacia el camino que conducía al lago. Aún deseaba ver de nuevo las luces, pero no estaba de humor para tratar con nadie más en ese instante, así que continuó hacia su cabaña y se dejó caer en su litera, esperando que se le pasara el coraje.

Estuvo así un par de horas hasta que escuchó varios pasos. Sus compañeras habían comenzado a regresar y a ocupar sus respectivas literas, así que alzó el rostro para ver quiénes ya habían llegado.

Del lado derecho estaba Belgina y en la litera de arriba estaba Angie. Por encima de ella estaba Lilith y era el turno de Luciane en la cama que tomó desde el primer día.

—¿Cómo estuvo lo del lago?

—Bien —respondió Angie con brevedad mientras se preparaba para dormir, el resto de las chicas permaneció igual en silencio, signo que ella interpretó como que aún seguían indignadas por haberles ocultado que Samael vivía con ella.

Se recostó de lado, pensando que tendría que hacer algo pronto para resarcirse con ellas, y en eso escuchó un «pssst» desde donde estaba Lucianne.

—No tienes que preocuparte, no se tomó la pastilla —susurró ella con una sonrisa y Marianne no supo qué responder a eso, de modo que acabó dando un resoplido y arrugando el entrecejo.

—Lo que haya hecho no me importa, como bien dijo, es muy su problema —replicó ella, tratando de mostrar indiferencia, a lo que Lucianne respondió con otra sonrisa antes de acomodarse para dormir.

Marianne intentó conciliar también el sueño, pero al paso de las horas volvió a asaltarla el recuerdo de las luces del lago y el poder hipnótico que ejercían sobre ella. Se preguntaba si existía alguna forma de acercarse sin ser atraída a las profundidades del lago. Incorporó el cuerpo para mirar por la ventana y notó que la luna llena aún podía vislumbrarse en el cielo con claridad. Echó un vistazo hacia las chicas y todas dormían plácidamente.

Al pasar la mirada hacia su lado, donde Belgina reposaba, fijó su atención en los lentes que había dejado en el buró. Una idea repentina comenzó a gestarse en su cabeza. Tomó su móvil y vio la hora. Apenas pasaba de la media noche. Si pensaba llevarla a cabo, mejor sería que tomara acción en ese momento y no después, cuando podría arrepentirse.

Con mucho cuidado abrió el cajón, esperando que el ruido no despertara a nadie, y tras esculcar en su interior, sacó unos lentes oscuros que había tenido a bien llevar.

Acto seguido se vistió con el mayor sigilo posible para salir de ahí sin llamar la atención de las demás, aunque al parecer la pelea contra el demonio les había drenado todas las energías.

En cuestión de minutos salió de la cabaña y el brillo que le brindaba la luna llena parecía ser suficiente para mostrarle el trayecto hacia el famoso lago. Había tenido la precaución de ponerse un saco con capucha y meter las manos a los bolsillos para evitar cualquier roce directo de algún arbusto que pudiera sacarla de sus cabales.

En cuanto se vio cada vez más próxima al declive, procedió a colocarse los lentes oscuros. Era más difícil ver el camino, pero al menos de esa forma se aseguraría de que las luces del lago no ejercieran su influjo en ella.

Al bajar la cuesta y aproximarse al muelle, alcanzó a distinguir una figura de pie en la orilla. Se le hizo extraño que hubiera alguien a esa hora y se alzó los lentes para intentar distinguir de quién se trataba. Apenas lo hizo, las luces de colores que manaban del lago la inundaron de golpe. Era más de lo que se imaginaba.

Se frotó los ojos, procurando no posar su vista en el lago, y trató de enfocarse en la persona que tenía al frente. A pesar de estar de espaldas, pudo distinguir de quién se trataba.

—¿Demian? —murmuró ella, sorprendida de encontrárselo ahí.

No obstante, éste parecía estar atento a las luces, lo cual le hizo pensar que quizá lo habían atrapado como a ella.

Fue acercándose despacio, sin soltarse del barandal para evitar cualquier resbalón que pudiera mandarla de nuevo al agua. Había un aire ausente en su mirada, como si estuviera hipnotizado.

Sabiendo que se hallaba demasiado cerca del lago, se colocó de vuelta los lentes y se aferró con una mano a la baranda mientras se aproximaba a Demian, deteniéndose cerca de él y pasando la mano libre frente a su rostro.

No obtuvo ninguna reacción de su parte; estaba ido. Volvió a agitar la mano con algo más de rapidez para intentar llamar su atención y de pronto él la tomó de la muñeca.

—¿Qué…?  —No le dio tiempo de reaccionar, de un jalón él la apartó del barandal y tiró de ella, intentando empujarla hacia el lago. Ella intentó soltarse, pero la sujetaba tan fuerte que le era imposible, y en el jaloneo, sus lentes terminaron en el agua y se vio a orillas del muelle, lo que la hizo entrar en pánico—. ¡Detente, ¿qué haces?!

Él continuó tirando de ella hasta tenerla balanceando al borde de la orilla, tan sólo sujeta por él hasta que comenzó a aflojar su mano. Al ver que perdería no sólo el equilibrio sino el único soporte que la detenía de caer, se aferró a él.

—¡Reacciona! ¡Demian! —exclamó y éste pareció recobrar la conciencia. Su mirada se enfocó en ella y alcanzó a detenerse del barandal con el brazo libre, quedando ambos pendiendo del borde.

Él parecía aturdido, pero la atrajo hacia él y cayeron sobre las tablas del muelle, tratando de recuperar el aliento después de aquel breve instante de peligro.

—¡¿Qué demonios pasa contigo?! —le reclamó ella en cuanto sintió que la voz le regresaba a la garganta.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él con rostro turbado.

—¡¿Yo?! ¡Podría hacerte la misma pregunta!

—Tienes razón —respondió Demian, observando a su alrededor como si aún intentara descubrir dónde estaba—. Ni siquiera tengo idea… de por qué estoy en este lugar.

Marianne lo observó extrañada, dándose cuenta de que era sincero en su desconcierto, y por alguna razón, se le vino a la mente lo último que Lucianne le había dicho esa noche.

—¿Esas pastillas —pronunció ella con cierta reserva— sirven para evitar algo como esto?

Él le sostuvo la mirada por varios segundos hasta que apareció un destello de reconocimiento en sus ojos.

—Quizá —respondió algo ofuscado—. De niño sufría trastornos del sueño y muchas veces mis padres tenían que despertarme. Nunca recordaba lo que soñaba, pero lo único que sabía era que no quería volver a dormir. Sólo las pastillas me ayudaban a conciliar el sueño y no sentirme desorientado al despertar.

—Eres sonámbulo —apuntó ella, provocando en él una leve mueca entre confuso y consternado.

—Eso parece.

—Bien… Eso explica algunas cosas. Lo que no explica es por qué intentaste empujarme mientras estabas dormido.

Demian volvió la vista hacia ella, como si algo se disparara en su cabeza.

—¿Que yo qué?

—Aunque no lo recuerdas porque estabas sonámbulo y eso —añadió ella, moviendo los dedos para denotarle un sentido enigmático. Él no supo qué responder a eso y terminó llevándose la mano al puente de la nariz en un gesto arrepentido.

—Lo siento si te hice daño, no era mi intención.

Ella notó una aflicción real de su parte y había algo en su rostro que denotaba desconcierto, así que prefirió no seguir agregando peso a su preocupación.

—Y yo lo siento por entrometerme en un asunto de salud que no me concernía.

Demian se mantuvo en silencio, con distintos pensamientos girando en su cabeza en ese momento, pero decidió dejarlos de lado.

—Supongo que de nuevo quedamos a mano.

—¡Qué conveniente! —replicó ella con tono socarrón, lo cual terminó por sacarles una sonrisa a ambos.

—¿Venías a ver las luces?

—Algo así —respondió, mirando de reojo hacia el lago, aunque no por mucho tiempo. Entonces recordó el lirio y volvió a mirarlo—. ¿Por qué lo hiciste?

—¿Hacer qué?

—El lirio. Tú lo tomaste, ¿no? ¿Por qué lo entregaste para completar nuestra instrucción?

—Porque estuviste a punto de obtenerlo. Me pareció lo más justo —respondió él, encogiendo los hombros como si no fuera gran cosa, aunque casi de inmediato desvió la vista con un destello de culpa—. Además… era lo mínimo que podía hacer. De no haber sido por mí… ella no te hubiera hecho eso en primer lugar.

—¿De qué hablas?

—Hice lo que me advertiste que no hiciera. Le reclamé, no pude seguir callando. Y además… cometí el error de mencionar que tú fuiste quien me lo dijo todo —explicó él, evitando su mirada—. No podía imaginar… que intentaría desquitarse contigo. Simplemente no lo pensé.

Marianne lo miró sorprendida, aquella era una respuesta que no se esperaba.

—No tenías forma de predecir lo que haría —respondió, quedándose ambos callados hasta que Demian comenzó a levantarse.

Al ponerse de pie y sacudirse las manos, se detuvo con la palma hacia arriba, contemplándola mientras recordaba aquella sensación eléctrica que había tenido cuando la había ayudado a levantarse en el auditorio. Se preguntó si aquello se repetiría si volviera a hacerlo y dirigió una mirada hacia Marianne.

Ésta ya se disponía a sostenerse de la baranda cuando vio la mano de Demian extendida. Ella pareció dudar, pero terminó aceptando su ayuda y tomó su mano. Él esperó sentir la descarga eléctrica, pero nada ocurrió. Tan sólo sintió su mano fría.

Apenas estuvo de pie, Marianne alzó la vista y notó que él aún no soltaba su mano, como si estuviera esperando algo.

—Ehm… ya estoy de pie, gracias.

Él la soltó al darse cuenta de que aún la sujetaba, sintiéndose avergonzado. Era ridículo esperar por una especie de choque eléctrico tratándose de estática, así que intentó disculparse, pero en cuanto sus miradas se encontraron de repente enmudeció.

Sin entender por qué, Marianne de pronto sintió que sus mejillas comenzaron a arder, lo cual atribuyó a la baja temperatura, sin embargo, no lograba pensar en nada qué decir, su mente estaba en blanco.

Se escuchó el canto de los grillos, la música del silencio. No pronunciaron palabra alguna, tan sólo mantuvieron las miradas fijas en el otro hasta que escucharon unos pasos acercándose al muelle, anulando aquella especie de trance.

Voltearon y vieron a Samael a unos metros de ellos. Él lucía sorprendido de que estuvieran en ese lugar. Demian de pronto dio media vuelta y se marchó de ahí.

—Será mejor que regreses a tu cabaña antes de que alguien más se entere de que andas fuera en horas prohibidas —sugirió él, pasando junto a Samael e ignorándolo por completo mientras éste lo seguía con la mirada.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Marianne al acercarse a él.

—Estaba preocupado. Vi que te dirigías a este lugar y se me hizo extraño, ¿pasó algo?

—No, bueno, sí. En realidad… no es que estuviera en verdadero peligro. A lo que me refiero es… olvídalo —balbuceó ella, sin saber de qué manera explicar lo que acababa de ocurrir, aunque tratándose de Samael no era necesario decir nada pues le bastaba leer su mente para entender a qué se refería… aunque en esas circunstancias tan particulares, ella prefería que no lo hiciera—. Estoy bien, es lo que importa, ¿no?

—Claro.

—Regresemos al campamento —finalizó ella, poniéndose en marcha, seguida de cerca por Samael y evitando voltear de nuevo hacia el lago, con sus aguas iluminadas por misteriosas luces fatuas que iban disminuyendo conforme la luna llena se asentaba.

En cuanto ellos abandonaron el lugar y quedó solitario, un ruido entre los arbustos abrió paso a una figura que había estado esperando todo ese tiempo oculto para poder salir.

Tras contemplar con curiosidad en dirección hacia donde se habían ido, se aproximó con cautela a orillas del lago y se introdujo en el agua luminosa hasta que le llegó a los hombros, sumergiéndose a continuación por unos segundos, volviendo a salir a la superficie con una especie de talega de tela oscura de la cual, a su vez, extrajo un objeto.

El contenedor con el don desaparecido.

Lo acercó a su rostro para mirarlo con mayor detalle.

—¿Qué tienes de importante que tanto te desean? —murmuró con interés, pasando el dedo por las líneas de su cubierta, contemplando fascinado su adquisición. Franktick sonrió con un brillo especial en los ojos mientras devolvía el objeto a la bolsa.


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