CAPÍTULO 38

38. SANGRE DE BACALAO

Demian siguió en completo silencio a aquel demonio más parecido un gólem de piedra sin voluntad, animado por algún poder externo que lo utilizaba como un medio para llevar a cabo tareas primitivas. Mientras caminaba podía escuchar una risita que parecía bailar a su alrededor que le sonaba conocida, incluso le pareció ver los vestigios de una sombra deslizándose con rapidez y aire grácil a su alrededor, como si intentara provocarlo. No obstante, él se limitó a continuar su camino, tratando de ignorar cualquier cosa que le distrajera de conocer a su padre por primera vez.

El corredor que debían recorrer era extenso, pero al fondo alcanzaba a vislumbrar una especie de plataforma elevada y al frente de ella había una planicie con poca iluminación, ante la cual se detuvo el demonio y él siguió su ejemplo. A su alrededor no había más que penumbras y aunque en la plataforma podía distinguir algunos contornos y siluetas, tampoco lograba ver con claridad. Era como si estuviera en medio de un juicio, compareciendo ante un estrado con el foco de atención puesto en él.

Observó con mayor atención por encima de la plataforma, había una especie de trono de piedra al centro y a los lados de éste oteó un par de siluetas de pie, como si estuvieran custodiándolo. Decidió centrar su atención en aquella suerte de trono. Pudo ver el contorno de una figura sentada en éste como si fuera una estatua, sin hacer un solo movimiento, y a pesar de no poder distinguirlo por la oscuridad que lo rodeaba, podía sentir su mirada fija en él. Tenía que ser Dark Angel, su verdadero padre. Le sostuvo la mirada sin decir palabra alguna. Tenía muchas preguntas, pero se contuvo, después de todo era a él a quien le debían explicaciones y quien había sido convocado, no al contrario. Aquel silencio duró unos minutos que parecieron eternos. Demian no desvió la mirada en ningún instante hasta que la silueta a la izquierda del trono realizó de pronto un movimiento. Ésta figura comenzó a acercarse a él, llevando algo en una de las manos, un cáliz al parecer.

—Amo Death Angel. —El demonio hizo una reverencia al detenerse frente a él. Sus ojos eran por completo negros, como si tuviera dos agujeros hacia la oscuridad en vez de cuencas y su piel parecía tallada en hueso—. Su padre está satisfecho de verle por fin.

—¿Por qué no me lo dice él mismo?

—Porque está reposando —respondió el demonio, y al fijarse mejor vio que sostenía un cáliz con un líquido oscuro en su interior. Éste la alzó al notar que lo estaba mirando—. Su padre requiere una pequeña contribución de su parte.

—¿Contribución? —repitió Demian.

El demonio levantó la copa, ofreciéndosela, y él la sostuvo entre sus manos con expresión confusa, observando su interior y luego de vuelta hacia él, esperando que le diera instrucciones o alguna explicación.

—Beba —indicó aquél, señalando la copa con un movimiento de cabeza.

Demian miró de nuevo su contenido, preguntándose qué sería o por qué tendría que tomarlo, pero ante la insistencia del demonio acabó por llevarse el cáliz a los labios, aunque no sin algo de reservas, y dio un trago. En cuanto aquel sabor salado mezclado con un regusto metálico y ácido inundó su garganta, apartó la copa de su rostro y comenzó a toser y dar arcadas, llevándose la mano a la boca.

—¿Qué es esto?

El espectro sostuvo de nuevo el cáliz sin responder y extendió la otra mano hacia él, esperando a que le diera la suya. Demian dudó por un instante mientras trataba de recuperarse de las arcadas, pasó una rápida mirada hacia donde estaba su padre inmóvil y luego hacia su derecha, donde otra sombra flanqueaba el trono.

Su rostro se tensó al descubrir que aquella figura lo observaba desde la oscuridad con unos intensos ojos ámbar. Aquella misma mirada pertenecía a la sombra de sus recuerdos. La que había intentado sofocarlo cuando era apenas un bebé. Los ojos ambarinos brillaron con un destello de reconocimiento y casi podría asegurar que con inquina. Cuando se dio cuenta, ya estaba apretando las manos, tan fuerte que casi podía sentir los dedos clavándose en sus palmas, y el demonio que tenía enfrente lo sacó de su trance, insistiendo con una seña que le diera su mano.

Con un resoplido, Demian extendió el brazo y lo dejó suspendido hacia el frente sin prestar atención. El espectro sonrió mientras palpaba su muñeca descubierta

—Bien, Amo. Esto dolerá sólo un poco.

Demian entornó los ojos, pero antes de poder preguntar a qué se refería, sintió un dolor agudo, bajó la vista y vio que con una garra le estaba haciendo un corte transversal en la muñeca. Antes de que pudiera protestar, la sangre comenzó a manar del corte y el demonio colocó la copa justo debajo para recogerla. Demian no sabía si le desconcertaba más que estuviera recolectando su sangre o que ésta fuera negra. Sangre de demonio. Si aún quedaba duda alguna de lo que era en realidad, aquello terminaba por confirmarlo.

Cuando el cáliz ya estuvo lleno y terminó de mezclarse con el otro líquido que contenía al principio (¿sangre también?), el demonio lo retiró y volteó la mano de Demian hacia arriba para que dejara de escurrir.

—Cerrará pronto —aseguró éste al ver que Demian se había cubierto el corte y aplicaba presión.

—¿Para qué ha sido eso? —lo cuestionó, cada vez más confundido, pero aquel demonio no respondió, tan sólo regresó a la plataforma y extendió la copa hacia Dark Angel, quien primero pareció considerarla, y sin mayor dilación tomó un trago de ésta.

La cara de Demian se contrajo de repulsión. Hubiera deseado marcharse de ahí para no tener que ver aquello, pero al parecer no había terminado, pues el primer demonio volvió a sostener la copa y a continuación se la ofreció al sujeto de ojos ámbar a su derecha. Éste la asió con firmeza y le dirigió una mirada fulminante a Demian justo antes de beber también de la copa. Él no pudo soportar más la repugnancia y acabó por darse la vuelta y marcharse de ahí. Si se proponían pasar la copa por todos los demonios del lugar para que bebieran de su sangre como si fuera una especie de elixir no pensaba quedarse a presenciarlo de ningún modo. Recorrió de vuelta todo el camino por el que lo habían conducido y de nueva cuenta escuchó aquellas risas que parecían seguirlo a una distancia variable, a veces lejos, otras demasiado cerca, y aunque intentaba ignorarlas no pudo evitar sentirse inquieto por lo familiar que le sonaban.

Después de varios minutos caminando en la oscuridad, alcanzó el portal, y cuando éste se abrió, de pronto sintió una presencia detrás de él. Volteó y vio con sorpresa aquellos ojos ámbar frente a él, deslumbrando en la oscuridad. Intentó realizar un movimiento, pero no le dio tiempo. Sintió enseguida una fuerza externa que lo impactaba de frente y lo lanzó con potencia a varios metros de distancia hasta acabar estrellándose contra un muro, quedando inconsciente al instante mientras la puerta volvía a cerrarse.

Tras volver a casa de Lucianne, y asegurarse de que Franktick estaba bien y el oficial Perry seguía inconsciente, intentaron pensar qué harían con este último mientras Lucianne reía como si todo aquello resultara divertido.

—¿Podrías dejar de reír? —exigió Marianne, sintiendo que la sacaba de sus casillas.

—Deberían ver sus caras en este momento. ¡Debieron verlas cuando entraron! ¡Fue glorioso! Hubiera deseado tener una cámara para inmortalizar ese momento —dijo Lucianne con la espalda apoyada en la barrera y el pecho vibrándole de la risa—. Qué lástima que Frank no llegó a atravesar la capa a tiempo, hubiera sido mi escape perfecto.

—¡Provocaste que lo hirieran! ¡Si Samuel no hubiera llegado a tiempo quizá estaría muerto en este momento! ¡¿Y aún así sigues riéndote como si se tratara de un chiste?! —exclamó Marianne indignada.

—Basta —enunció Frank, sentado en las escaleras con la camisa abierta mientras Lilith le limpiaba la sangre de la herida.

—Él tiene razón, no vale la pena que discutas con ella —intervino Lilith—. No en el estado en que se encuentra, de todas formas, no le importa nada de lo que digas.

Marianne chasqueó la lengua y volvió a sentarse con los brazos cruzados.

—Creo que lo importante es ver qué hacemos con él. Aunque por ahora esté inconsciente, cuando despierte aún recordará lo que pasó aquí y también el habernos visto. Puede causarnos problemas —opinó Mitchell, recogiendo del suelo el casquete de la bala que había atravesado a Frank y observándolo con curiosidad.

—Intentaré borrarle la memoria de hoy —decidió Samael, poniéndose de pie.

—¿Estás seguro? Ya lo has hecho una vez, ¿no le terminará afectando si se hace de forma reiterada en la misma persona? —preguntó Marianne.

—No tengo idea… ¿Alguien tiene una mejor opción? —Todos se quedaron callados, excepto por las risas de Lucianne de fondo—. Bien, tendremos que correr el riesgo. —Se acercó al cuerpo inconsciente del oficial Perry y lo sujetó de la cabeza, colocando los pulgares en sus sienes. Mantuvo la concentración alrededor de un minuto y se apartó—. Listo. Hay que sacarlo de aquí antes de que despierte, no recordará nada de lo que pasó hoy.

Mankee y Mitchell se aproximaron para levantar el cuerpo del oficial entre los dos, asegurándose de no dejar nada atrás.

—Aguarden —los detuvo Frank en cuanto pasaron por las escaleras y comenzó a esculcar los bolsillos de Perry hasta sacar unas llaves—. Sin esto ya no podrá entrar.

Los dos chicos continuaron su trayecto para sacar al joven oficial del sótano y mientras el resto los seguía, Angie de pronto tuvo que sostenerse del pasamanos de la escalera y trastabilló unos pasos. Samael alcanzó a sostenerla antes de que cayera y todos se detuvieron, observándola preocupados.

—Un mareo —dijo Angie como si no se tratara de la gran cosa—. Ya pasó.

Los demás intercambiaron miradas sabiendo lo que aquello significaba. Angie estaba al borde de entrar en crisis a falta del don. Quizá le quedaran días o unas semanas cuando mucho, y una vez que aquello ocurriera, el orden natural de las cosas indicaba que Lilith sería la siguiente, luego Lucianne, Frank y por último Marianne.

—Mi hermana también se ha visto debilitada en los últimos días —comentó Mitchell, pero nadie dijo nada. Era como si decir algo al respecto fuera a restarles todavía más tiempo del poco que disponían.

—¿Ahora sí vas a decirme que hacías en ese lugar? —preguntó Samael una vez que volvieron a casa y Marianne se dejaba caer agotada sobre la cama.

—¿Podemos hablar sobre eso mañana? Estoy rendida.

—Creo que sería mejor que lo habláramos de una vez.

—¿Para qué? Estoy bien después de todo, no tienes que preocuparte.

—Estuviste en peligro hoy, pude sentirlo, ¿y así esperas que no me preocupe?

Marianne se incorporó con un bufido.

—Quise devolverle a Demian algo que le pertenecía. Fui a su casa, pero él no se encontraba y el lugar estaba revuelto. El demonio apareció y supongo que pretendía atacarme, pero me escapé. Esperé a que aparecieras y pasó tanto tiempo que decidí enfrentarlo yo misma. Da lo mismo, de todas formas, no lo volví a ver, fue como si hubiera desaparecido. Tú llegaste y te pedí que nos fuéramos. Fin de la historia, ¿ahora sí me dejas descansar a gusto?

—¿Dices que ese demonio te atacó a pesar de estar en tu forma humana? —inquirió Samael—. Pero no tendría por qué interesarse en ti después de haber obtenido el don que necesitaban. No tiene sentido alguno, para ellos los humanos son objetos desechables, no irían a la caza de uno en específico, a menos que tuviera algo que necesitaran.

—¿Sabes? Esta charla sobre si soy o no desechable no es la que querría tener cuando podría estar descansando en este momento —espetó Marianne, alzando una ceja, pero Samael parecía encauzado en su propia línea de pensamiento.

—Piénsalo, las únicas razones por las que haya decidido atacarte son porque ha descubierto que eres una Angel Warrior…

—Lo dudo mucho, hemos sido muy cuidadosos a la hora de transformarnos.

—O que piense que representas algún tipo de amenaza.

—¿Amenaza yo? ¿De qué forma podría representar una para él?

—Eso intento meditar —repuso Samael con la mano en la barbilla y los ojos entornados y cuanto más se acercaba a la respuesta más le preocupaba—. Te has dejado ver con Demian.

—Sólo un par de ocasiones y porque me lo he topado por casualidad, ¿y eso qué?

—Quizá… te considere un distractor —continuó Samael con su cavilación, caminando de un lado para otro—. Después de todo, ya es algo inusual que él continúe interactuando con humanos a pesar de descubrir que es un demonio. Tal vez su sirviente crea que eso está interfiriendo con su proceder y por eso piense que lo mejor sería eliminar a cualquiera que considere un estorbo para sus planes. Y a ti es a quien más veces ha visto cerca de él.

Marianne se quedó callada al tomar conciencia de lo que aquello significaba y Samael se acercó a la ventana de pronto, observando vigilante alrededor por unos segundos hasta cerrarla, pasándole el pestillo y corriendo las cortinas.

—Decidido, a partir de ahora no saldrás a ningún lado sola, ni siquiera a la escuela. Te acompañaré cada vez que me sea posible, si no soy yo, uno de los chicos lo hará, ya sea dentro de la escuela, en la calle o incluso aquí mismo. Si ya intentó atacar una vez, seguro lo hará de nuevo.

—Fantástico, ahora ni siquiera tendré un momento de privacidad. Mi vida no podría ir mejor —protestó Marianne, girando los ojos.

—Lo lamento, pero es necesario, no podemos arriesgarnos a que ocurra algo como la última vez que fuiste atacada porque Frank no mencionó que te había puesto en la mira.

Mientras decía esto, Samael verificaba que la puerta estuviera bien cerrada y se acomodaba al pie de la cama para comenzar su guardia.

—Supongo que eso significa que te quedarás aquí.

—Por el tiempo que haga falta, hasta que al menos ese demonio sea erradicado.

Al menos. Marianne sabía que aquella selección de palabras implicaba que por extensión también Demian estaba considerado en la lista de demonios a erradicar. Hizo una leve mueca y a continuación fue a su armario y sacó las almohadas y cobijas que estaban destinadas a Samael cada vez que se quedaba en su habitación.

—Sólo espero que no se te ocurra introducirte en mis sueños esta vez o mirarme dormir siquiera, ¿de acuerdo? La sola idea es perturbadora —le advirtió ella al entregarle su dotación de cobijas.

—Lo siento… ¿Qué significa perturbador? —preguntó él con los ojos muy abiertos, lo que le devolvía la cualidad inocente e infantil que poseía cuando no se trataba de actuar como un guerrero y guardián.

—Sólo prométeme que no lo harás —repitió ella y Samael asintió con la cabeza—. Bien. Acomódate, yo iré a buscar algo de comer. —En cuanto se aproximó a la puerta, Samael se levantó también de golpe como si tuviera la intención de acompañarla y cumplir con su determinación de no dejarla sola en ningún momento—. ¡Relájate, ¿quieres?! ¡Estoy en casa y tú también lo estás, no me va a pasar nada!

Samael dio un suspiro y volvió a sentarse en el piso, intentando relajarse. Ella fue a la cocina y al abrir la puerta, vio a su padre sentado a la mesa y guardando enseguida una hoja que al parecer había estado leyendo.

—Buenas noches, ¿cómo te fue hoy? —preguntó Noah con una sonrisa mientras escondía el papel bajo sus manos. Marianne se fijó en lo que parecía un sobre debajo de sus brazos, los cuales había colocado encima de la mesa para ocultarlo.

Recordó los misteriosos sobres perfumados sin remitente. Dijo que aquello había acabado, lo prometió, ¿por qué seguía recibiéndolos? Una oleada de ira comenzó a invadirla, y a pesar de que su padre le había pedido que le dijera cada vez que se sintiera así, se sintió incapaz de hacerlo.

—… Todo bien. Estoy agotada, sólo vine por algo de comer y regreso a mi habitación, no aguanto el sueño —respondió ella, intentando parecer indiferente y revisando el refrigerador mientras podía escuchar detrás el inconfundible sonido del papel al doblarse. Tal vez estaría asegurándose de guardarlo bien antes de que ella volteara.

—Estaba pensando, ¿qué te parecería recuperar las cosas que se quedaron en Palmenia? Me parece que aquí hay suficiente espacio para alojarlas, o incluso si prefieren donarlas está bien, pero no deberíamos dejarlas arrumbadas para que acumulen polvo.

—¿Estás buscando una excusa para hacer otro viaje? —soltó Marianne sin poder contenerse, volteando hacia él con una mirada dura, y la expresión de su padre cambió de inmediato al entender lo que quería decir con ello.

—No es una excusa. No pienso marcharme, lo prometí, ¿recuerdas? Sólo pretendía contratar algún servicio de mudanzas para que terminaran de transportar todo hasta aquí —explicó su padre, manteniéndose estoico, y aunque en otro momento hubiera sonado convincente, ella estaba segura de que la nueva carta tenía algo que ver con aquella repentina idea.

Pero no quería decir nada más, no estaba de humor para entrar en una nueva discusión sobre la cuestionable fidelidad de su padre.

—Como quieras —finalizó ella, encogiéndose de hombros—. Eres tú quien lo va a pagar después de todo. —Y tras decir esto, preparó rápido unos emparedados para a continuación subir aprisa sin mirar atrás—. Buenas noches.

Al llegar a su habitación le entregó uno a Samael y ella se sentó en su escritorio, observando el emparedado ya sin ánimos para comer.

—¿Pasó algo? —preguntó Samael mientras daba un gran mordisco a su sándwich. Marianne negó con la cabeza, pero por dentro seguía con aquella sensación de que su padre buscaba alguna forma de faltar a su promesa, y a pesar de haber dicho que no quería saber lo que pensaba, de pronto se encontró pensando en ello.

—¿Sigue en pie tu ofrecimiento de leer la mente de mi padre? —Samael se detuvo a media mordida y apartó el emparedado para alzar la vista hacia ella—. Bueno, no me mires así, sólo dime si lo puedes hacer o no.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión?

—No sé, yo sólo… dije que había cosas que prefería no saber, pero después de hablar con él y enterarme de algunas de esas cosas, pienso que quizá ya no podría ser peor.

Samael permaneció indeciso y pensativo; parecía casi renuente, a pesar de que antes solía insistirle en que podía hacerlo en cuanto se lo pidiera.

—¿Lo harás o no?

—¿Qué es lo que quieres saber en específico?

—Tan sólo si planea volver a marcharse con la excusa de traer el resto de nuestras cosas que se quedaron en Palmenia… sólo para ver a esa mujer.

El sólo hecho de tener que mencionarlo le hacía sentir vulnerable y no se atrevería a hablar de ello con nadie, pero supuso que era lo mínimo que podía hacer. Él asintió, tomó un profundo aliento y se incorporó sin decir nada. Marianne dio un suspiro de alivio y se sintió agradecida de que no la siguiera interrogando.

—Vuelvo en unos minutos —aseguró él, haciéndose invisible y saliendo de la habitación. Marianne se quedó sentada frente al escritorio a la espera, sin poder probar siquiera un bocado de lo impaciente que se sentía. Su vista se posó en varios puntos de su habitación mientras varias posibilidades pasaban por su mente, y después de lo que le pareció una eternidad, aunque no habían pasado ni diez minutos, la puerta volvió a abrirse y Samael apareció con la misma expresión inescrutable con la que había salido.

—¿Y bien? —preguntó ella, dándole pie para que hablara.

Él la miró por unos segundos en silencio y esto le hizo suponer que no le gustaría lo que iba a escuchar. Dio un suspiro y se dirigió a la cama improvisada que había formado con las almohadas y cobijas.

—No tienes nada de qué preocuparte. No piensa marcharse —afirmó él, retomando su sándwich a medio terminar y llevándoselo a la boca.

—¿Y? ¿Eso es todo?

—¿Qué más esperabas? Es lo que me pediste, ¿no?

—Bueno, sí, pero… —No sabía de qué forma justificar que a pesar de lo que había dicho, esperaba un poco más, quizá que hubiera captado alguna otra información de interés, pero se contuvo. Le había pedido que hiciera lo que le tenía prohibido y después de algún tiempo quizá había empezado a entender lo inapropiado que era el acceder a los pensamientos privados de las personas y su petición lo había colocado en una disyuntiva. Se sintió de pronto culpable por haberlo obligado a hacer algo que ella misma consideraba incorrecto tan sólo por un motivo personal, así que decidió dejarlo ahí y no seguir insistiendo—. Está bien, gracias por eso.

Intentó dibujar una sonrisa de agradecimiento y se enfocó también en su emparedado, haciendo lo posible por terminárselo. Samael le dirigió una mirada seria desde su lugar, como si hubiera omitido algo, pero no dijo nada más. Volvió a posar su vista sobre su sándwich y continuó comiendo en completo silencio.

—¿Amo? —La voz le llegaba de lejos, como si estuviera al extremo de una enorme caverna húmeda—. Amo, despierta.

Poco a poco iba sonando más clara y él comenzó a abrir los ojos, como si esperara ser cegado por un golpe de luz, pero el lugar en el que se encontraba era de oscuridad y frente a él fue formándose la silueta de Ende, con sus brillantes ojos plateados observándolo. De pronto recordó lo que había pasado, abrió más los ojos y se incorporó, mirando a su alrededor en busca de la sombra de ojos ámbar.

—¿A dónde se fue? ¿Dónde se metió? —preguntó Demian, caminando en círculos e intentando recordar el camino que lo había llevado hacia donde se hallaba su padre, pero todos le parecían iguales.

—¿De qué hablas, Amo?

—¡El sujeto que estaba custodiando a mi padre! ¡El de ojos amarillos! ¡Estaba saliendo de ahí y de pronto me atacó! —explicó él, sintiéndose perdido en aquel laberinto.

—Tranquilo, Amo. No tienes que preocuparte por él.

—Lo que ocurrió ahí dentro… ¿qué rayos significó? —continuó Demian, repasando en su mente lo que había pasado antes de quedar inconsciente.

Al recordar la copa, alzó la mano para observar su muñeca y notó que el corte ya había cerrado, aunque le había quedado una marca visible.

—Amo, olvida eso por un momento. Hay algo importante que debes saber.

—Espero que lo sea porque en este momento tengo muchas cosas en la cabeza —replicó él sin dejar de mirar aquella marca.

—Seguí a aquella chica —dijo el demonio sin miramientos y Demian se puso tenso—, y descubrí algo que tienes que saber.

—¿De qué chica hablas?

—De esa humana con la que has estado perdiendo el tiempo. Pensé que podía intentar averiguar qué era lo que te interesaba de ella y descubrí más de lo que esperaba.

De pronto la mano de Demian se cerró en torno a su cuello con una fuerza y una velocidad que no se esperaba, levantándolo del suelo con una mirada feroz.

—Escúchame bien. Si llego a enterarme de que le pusiste un solo dedo encima estás muerto. Puedo arreglármelas sin ti, no eres imprescindible. —Su voz sonaba atronadora, pero en control—. Ella no tiene nada que ver con nosotros, así que mantenla fuera de esto. Te lo advierto, no lo repetiré dos veces, si te acercas a ella o si vuelvo a escuchar que la mencionas siquiera, te mataré.

El demonio lo miró con ojos tan abiertos que parecían a punto de salirse de sus cuencas. Le faltaba el aire, pero era la brutalidad que centelleaba en su mirada y la severidad en su voz lo que le hizo darse cuenta de que había sido un error fatal decirle algo así con tanta ligereza. Estaba claro que en lo que respectaba a esa niña no se andaba con juegos y que tampoco escucharía lo que tuviera que decir. No le creería a menos que lo viera con sus propios ojos. Era hora de cambiar de estrategia.

—¿Entendiste?

Ende se limitó a asentir con la cabeza. Demian lo soltó y le dio la espalda.

—No me sigas esta vez.

Apenas dijo esto, desapareció de ahí, dejando al demonio frustrado ante su fracaso. Sólo quedaba una cosa por hacer: debía dejarla expuesta ante él para que se diera cuenta de la verdad. Sería arriesgado, pero no había otro remedio, tenía que ser así.

Demian volvió a casa. Miró el revoltijo que había dejado al marcharse y vio que además el piso se había llenado de hojas e incluso tierra que se habían colado por la puerta abierta. Parecía como si hubiera permanecido así abandonada por varios días. Regresó a su forma humana y decidió que era hora de devolver los muebles a su sitio; nada de lo que había hecho parecía haber servido de algo. Empezaba ya a mover uno de los sillones cuando notó en medio del vestíbulo una prenda que se le hizo conocida. Se acercó más y vio que se trataba de su chamarra que no había vuelto a ver desde aquella noche en que su vida había cambiado. Recordó que se la había dado a Marianne esa vez, ¿cómo había llegado a parar ahí, en el piso? De repente otra idea cruzó por su mente: el registro médico. Revisó los bolsillos hasta dar con los papeles y una expresión de alivio se mostró en su rostro. Se dedicó a pasar las hojas hasta detenerse en una escrita a mano, una nota al parecer, y procedió a leerla con atención.

Pasó varios minutos leyendo y releyendo, escaneando la página con la vista hasta enrollar las hojas y guardarlas de vuelta en el bolsillo mientras colgaba la chamarra y se disponía a subir con decisión las escaleras. Se plantó frente al cuadro de su madre y lo observó por un momento con seriedad, como si estuviera reuniendo el valor para lo que tenía que hacer. Bajó el retrato, colocándolo de espaldas y examinando la parte trasera. Atravesó el marco con el puño cerrado en una de las esquinas. Le había resultado menos difícil de lo que suponía. Comenzó a arrancar la base del retrato hasta dejar la parte trasera del lienzo al descubierto. Pegado con cinta a éste había una pequeña alforja cerrada con un listón. Se detuvo a observarla sin atreverse a tocarla, como si temiera que se deshiciera en sus manos, pero tomó aliento y la despegó del tejido, dejándola reposar sobre su palma, sopesándola. Había algo sólido y compacto en su interior.

Se limitó a sentirlo bajo sus yemas, tratando de imaginarse lo que habría dentro hasta que decidió desamarrar el listón y depositar en su palma el objeto que ahí se guardaba. En su mano cayó una especie de medallón hecho de un extraño material con intrincados grabados que parecían alterarse conforme cambiara su posición, similar a los contenedores de los dones, y en el centro había incrustada una gema que brillaba con un azul intenso, parecida a un zafiro. Demian examinó el objeto con atención, girándolo de distintas formas, intentando ver si escondía algún mecanismo o si podía abrirse, pero era de una sola pieza y lo más que logró descubrir fue que al reverso, en determinados ángulos, parecía dibujarse una curva en forma de S. Frunció el ceño con expresión confusa. No entendía cómo le ayudaría eso, pero era lo único que tenía para aferrarse por lo pronto, así que volvió a colocarlo en la alforja y la guardó en su bolsillo.

A continuación, bajó y miró de nuevo la chamarra que había dejado colgada al final del barandal de la escalera. Se preguntó de nuevo cómo había llegado a parar ahí si era Marianne quien la tenía. Decidió ponérsela y salir de casa. Notó que a diferencia del momento en que había abandonado el lugar, siendo ya de día, apenas estaba amaneciendo. Debió haberse quedado inconsciente toda la noche en la Legión de la Oscuridad… gracias a la sombra de ojos ámbar. Sacudió la cabeza, intentando no pensar más en ello. Ya luego se encargaría de ese sujeto.

Podía tomar el auto y conducir, pero tenía ganas de caminar, así que pasó la reja y fue subiendo las manzanas hasta verse casi a la misma rectitud que la calle por la que solía dirigirse a la escuela. Se detuvo en la esquina. ¿Acaso pensaba ir a clases? ¿O por qué más estaría yendo en esa dirección? Pensó darse la vuelta y regresarse sobre sus pasos cuando vio una cuadra más adelante a Marianne a punto de cruzar la calle, vistiendo el uniforme.

Demian recordó que de ese lado vivía. Pensó preguntarle por la chamarra, así que se dispuso a dar un paso hacia el frente, pero se detuvo. Samael la alcanzó por detrás y se colocó a un lado de ella. Ambos cruzaron la calle mientras platicaban a saber de qué. Sintió una especie de oleada fría que le recorrió el cuerpo y cuando se dio cuenta ya tenía los dientes y las manos apretados. Aquella oleada pasó de frío a caliente, de modo que sentía como si mil agujas circularan por sus venas. Los vio pasar de una calle a otra hasta perderlos de vista, demasiado distraídos como para fijarse en él.

La descarga de adrenalina comenzó a amainar y notó que no sólo el asfalto bajo sus pies se había hundido como si algo muy pesado hubiera caído en su lugar, sino que sus manos habían empezado a decolorarse, a media transformación en su forma de demonio. Las sacudió enseguida y volvieron a recuperar el color. Su cuerpo se relajó. Por un momento había sentido un fuerte impulso por causar destrucción, caos, tal y como Ende le había dicho. Quizá eso significaba que muy pronto sentiría una necesidad irrefrenable por cumplir la misión que tenía impuesta: matar a los Angel Warriors. Daba igual el momento en el que ocurriera, de lo que estaba seguro era que no tenía intención de evitarlo. Había aceptado ya lo que por herencia le correspondía. Aunque sentía que aún le quedaba algo por hacer…, pero no pensaría más en ello. Se dio la vuelta y regresó caminando con firmeza a casa.

Tal y como Samael había dispuesto, Marianne no pasaba un solo segundo a solas desde el momento en que salía de su casa. Casi se sentía como Kristania cuando andaba a todos lados con su par de amazonas.

—¿Ya decidiste qué te pondrás? —preguntó Lilith, camino a la cafetería.

—No, y ni siquiera estoy segura de ir.

—¡Pero queda una semana! ¡Quizá podamos ir juntas de compras o buscar en el sótano o el ático de alguien! —insistió la rubia—. Tú sí irás, ¿verdad, Angie?

—Suena aburrido, pero igual todo me lo parece, así que quizá termine yendo.

—Yo sí pienso ir, así que me dicen para ponernos de acuerdo —intervino Mitchell, apresurándose a abrir la puerta para entrar a la cafetería.

Lilith de inmediato fue corriendo detrás de la barra para guardar sus cosas y colocarse un mandil, lista para empezar a trabajar. Vieron con sorpresa que Franktick ya ocupaba su mesa antes de que alguien más la ganara, así que Mitchell y Angie fueron a sentarse frente a él mientras Marianne se acercaba a Samael para saludarlo.

—¿Todo bien? —preguntó Samael, cargando dos bandejas.

—Otro día sin novedades en el frente —respondió ella, dándole una palmada en el hombro y notó de pronto cómo las chicas de la mesa que estaba atendiendo la fulminaban con la mirada, siseando como si fueran gatas a punto de clavarle las garras, así que hizo una mueca y retrocedió como si temiera que de verdad lo hicieran.

—No eres la única, no tienes idea de la cantidad de veces que me han gruñido si intento siquiera pedirles la orden en vez de Samuel o me atrevo a dirigirle la palabra —susurró Lilith al pasar a su lado—. He pensado en traer un bozal.

Marianne dirigió una última mirada hacia aquellas chicas que ante Samael ponían la mejor de sus sonrisas mientras él se dedicaba a dejar sus órdenes en la mesa, pero que en cuanto él se distraía, la asesinaban con la mirada. Arqueó una ceja, desconcertada, y optó mejor por ir a tomar asiento con los demás.

—¿Nadie lo ha vuelto a ver? —formuló Mitchell viendo el menú del día.

—No desde esa vez —respondió Marianne, tratando de sonar indiferente. Fiel a su determinación de mostrarse honesta con todos, les había hablado de su último encuentro con Demian.

—Debe estar planeando algo —sugirió Frank—. Con ese otro demonio zombi. Estarán planeando de qué otra forma atacarte sin que te des cuenta.

—Ya les dije que él no estaba ahí, él no sabía nada —replicó Marianne.

—O quizá no se ha aparecido porque sabe —dijo ahora Angie.

Marianne no tenía forma de alegarlo, así que fijó la vista en la mesa, fingiendo que veía también el menú. Se mantuvo así por varios segundos hasta que escucharon la campanilla de la puerta y miraron de reojo por costumbre. Vieron a Demian entrar como si nada. Marianne abrió más los ojos al notar que traía puesta la chamarra que había ido a devolverle. Éste miró primero en dirección al cubículo donde estaban y al verlos les dedicó una media sonrisa mientras caminaba hacia la barra. Mitchell enseguida entró en su modo de «actuación normal» y lo saludó con una enorme sonrisa fingida.

Frank se mantuvo pegado del lado del ventanal, observándolo con recelo, pero Demian se limitó a ignorarlo. Pasó la vista hacia el lado opuesto del comedor y notó la presencia de Samael atendiendo una mesa. Su rostro enseguida se ensombreció mientras éste le dedicaba una mirada seria y precavida. Demian volteó el rostro hacia el frente de nuevo y no se detuvo hasta entrar a la cocina. Los demás intercambiaron miradas.

—¡Hola, gran kahuna! —saludó Lilith, exagerando su reacción en cuanto lo vio entrar a la cocina. Mankee de inmediato se puso tenso al escucharla y se quedó con la mano engarrotada en torno a un cucharón de sopa.

—¿Podría hablar con Mankee un minuto? —pidió Demian, haciendo un leve movimiento de cabeza para responder a su saludo.

Lilith miró a Mankee, que parecía a punto de sufrir un colapso en ese mismo instante.

—¡Claro! Igual yo ya iba de salida —aceptó Lilith, tomando el primer plato que tenía a mano sin fijarse siquiera para quién era y se dirigió a la puerta. Mankee la miró suplicante, como si estuviera abandonándolo a su suerte para que caminara solo por el cadalso. Ella se detuvo antes de salir, indicándole con señas y gestos que aguantara, alcanzando Demian a verla de reojo antes de que ella cerrara la puerta.

—¿Qué fue eso? —preguntó Demian, alzando una ceja.

—¡N-nada! ¡Sólo… sabe que he estado bajo mucha presión, así que… intenta darme ánimos! —aclaró él enseguida, tratando de que su mano soltara el cucharón.

—Escucha, te agradezco lo que has hecho por el lugar, sobre todo durante el tiempo que yo he estado… indispuesto —comenzó Demian con un gesto serio que no parecía concordar del todo con lo que estaba diciendo—, pero tengo que recordarte que sólo di aprobación para que Lilith trabajara aquí.

Mankee parpadeó un par de veces, tratando de entender lo que aquello significaba y de apaciguar sus nervios alterados.

—Te… ¿Te refieres a…. que Samuel esté ahí fuera, ayudando?

—No lo quiero aquí, ¿entendido? —expuso Demian con un tono particularmente hosco, su rostro era inexpresivo, pero se podía percibir un halo de malicia en él, como si de pronto saliera a la luz su verdadera naturaleza a través de sus palabras—. Ni tampoco al primo de Mitchell. Son mis nuevas instrucciones. Procura que se cumplan cuando me marche. —La frialdad con que lo dijo, aunada a aquella expresión severa, provocó que a Mankee se le helara la sangre y tan sólo se limitó a asentir, moviendo la cabeza a la vez que su mano se aferraba aún más al cucharón. Demian sonrió como si nada—. Haces un buen trabajo, Mankee. Te mereces un aumento.

Le dio una palmada en la espalda para a continuación salir de la cocina, dejando al nervioso muchacho más tieso que una tabla. En la barra ya estaba de pie Marianne, esperando a que saliera.

—¿Dónde te has metido? —preguntó ella con un matiz de reclamo.

—En la cocina. No sé si te diste cuenta, pero de ahí vengo —respondió él con un tono entre divertido y confuso por su extraña pregunta.

—Tú sabes a lo que me refiero —reiteró ella, dedicándole una mirada severa, aunque contenida—. Dijiste que no te enclaustrarías más y vas y te desapareces otra semana.

—¿De qué hablas? Si apenas ayer nos vimos en el hospital, ¿lo olvidas?

—Eso fue hace más de una semana.

Demian al principio sonrió, pensando que se trataba de una broma, pero al darse cuenta de que iba en serio, contrajo el ceño. Samael se mantenía vigilante desde una de las mesas mientras las chicas a las que atendía reían como si hubiera dicho algo gracioso. Frank tampoco le quitaba el ojo de encima, esperando a que hiciera algún movimiento en falso.

—¿De verdad… no te diste cuenta del tiempo que ya pasó?

—Claro que sí. Sólo quería ver qué cara ponías al pensar que había perdido la noción del tiempo —aseguró Demian, volviendo a sonreír, aunque ya por dentro comenzaba a formularse algunas teorías—. He estado ocupado con algunos asuntos.

Marianne sabía que sus asuntos tenían que ver con la Legión de la Oscuridad, así que prefirió no hacer preguntas al respecto.

—Encontré esta chamarra en el piso de mi casa y lo último que recuerdo es que tú la tenías… ¿cómo llegó hasta ahí?

—Yo… fui a devolvértela… pero no estabas —respondió ella, intentando no mostrarse nerviosa—. La dejé colgada, no sé por qué la encontraste en el piso.

—¿Cómo pudiste entrar?

Ella alzó las cejas, intentando formar alguna palabra y pensar en una respuesta.

—La reja y la puerta estaban abiertas. Pensé que tú lo habías hecho, así que entré. No vi a nadie por lo que dejé colgada la chamarra y me fui —dijo, mezclando en parte la verdad con una pequeña mentira. Demian asintió, aunque no parecía muy convencido. Lo único que era claro para Marianne era que él no estaba enterado de lo que había ocurrido ese día en su casa ni del repentino ataque que había sufrido por parte de Ende y por alguna razón esto le hizo sentir alivio.

—¡Hey, amiiiigo! —intervino Mitchell con aquel tonito fingido que destinaba a su modo de actuación, del cual ni cuenta se daba—. La próxima semana se celebrará el baile de fin de curso, ¿piensas ir?

Aún quedaban unas semanas para que terminaran las clases, pero el baile solía realizarse por esas mismas fechas de modo que coincidiera con el fin de la primavera, y en las siguientes semanas lo único que quedaba eran exámenes y proyectos finales. Demian evitaba esos eventos, pero la idea no le repelía.

—¿Ustedes irán?

—¡Claro! ¡Es mi primer baile, no me lo pienso perder! Aunque… Belgina esté en el hospital y no pueda acompañarnos… pero no hay nada que se le pueda hacer, ¿verdad? —En cuanto dijo esto le dirigió una mirada a Demian alejada de toda actuación. Casi parecía una mirada de súplica. Demian contrajo las cejas, pareciéndole algo extraño.

—… Lo pensaré —respondió, mirando de reojo a Marianne y saliendo de la barra—. Debo irme ahora. Sólo estaba de paso.

—¿Encontraste el registro médico? —preguntó ella, como si intentara retenerlo más tiempo.

—Sí, gracias —finalizó él, dedicándole una sonrisa para a continuación marchar hacia la puerta, no sin antes dirigirle una última mirada a Frank y luego a Samael.

Estos le sostuvieron la mirada hasta que abandonó el lugar. Unos segundos después, Mankee salió de la cocina con expresión contrariada y se dirigió hacia la mesa donde estaba sentado Frank, llamando también a Samael para que se acercara.

—De verdad lo lamento mucho, chicos… pero tendrán que irse —dijo tras jalar una larga bocanada de aire y sin atreverse a mirarlos a los ojos. Los demás reaccionaron desconcertados ante aquella petición.

—¿Nos estás sacando de aquí? —preguntó Franktick, arqueando una ceja—. ¡Miren nada más al inmigrante! ¿Quién lo creía capaz?

—¡N-no! Les juro que no es que yo quiera, es porque… tengo órdenes —aclaró él, avergonzado. Frank se pegó a su respaldo y esbozó una sonrisa torcida.

—Ya entiendo. Él te lo pidió, ¿verdad? —Ante el silencio del muchacho, no hizo más que bufar una risa sarcástica—. Pero claro, ya se me hacía raro que no hubiera hecho nada al vernos aquí.

—¿Estás diciendo que Demian fue quien lo pidió? —preguntó Marianne, frunciendo el ceño con incredulidad.

—Dijo que… eran sus nuevas instrucciones. Que no los quería aquí —confirmó Mankee con voz queda, para evitar que los demás clientes se enteraran.

—¿Pero por qué? ¡Eso no tiene sentido! —repitió Marianne, negándose a creerlo.

—Lo tiene y mucho. Se los he estado diciendo desde el momento en que descubrimos lo que era. Lo de hasta ahora ha sido pura actuación, al menos con este pequeño acto de prepotencia está siendo más congruente —aseguró Frank, poniéndose de pie y descolgando su chamarra de la silla.

—Pero no tienen por qué irse ahora mismo, después de todo él acaba de marcharse, no tiene por qué saberlo —resolvió Mitchell, tratando de dar una solución.

—No quiero sonar más inoportuno de lo que ya… pero si regresa y los ve aquí…

—Entendido, entendido. Total, que ni quería que nos reuniéramos aquí en primer lugar. De mejores lugares me han corrido —refunfuñó Frank, acomodándose la chamarra y marchando hacia la puerta—. Los veo al rato.

—¿Significa que ya no tengo que venir a ayudar? —preguntó Samael como si aún no terminara de entender. Marianne dio un bufido de indignación y se dio la media vuelta.

—Vámonos. Al menos en casa de Lucianne no pueden prohibirte la entrada —rezongó ella, tirando de la manga de Samael y lanzándole una mirada de encono a Mankee.

—¡P-pero no soy yo quien lo ha prohibido! ¡Traten de entenderme, este lugar es lo único que tengo! —se justificó Mankee mientras Samael dejaba en la mesa la bandeja que cargaba en ese momento además de la libretita de pedidos y el lápiz.

—Recuerda eso cuando el lugar se quede sin clientes ante su ausencia —replicó Marianne, haciendo un gesto para señalar a Samael mientras salían de ahí.

—Supongo que ya terminamos aquí por el día de hoy, así que me voy —dijo ahora Angie, poniéndose de pie y marchándose.

—Muy mal. Muy mal. Ahora a ver cómo lidias con las clientas de Samuel porque yo ni loca me paro por ahí —anunció Lilith, meneando la cabeza con desaprobación y yéndose a la cocina mientras Mankee se sentía abandonado a su suerte.

—Bueeeeeno, pues… parece que te has quedado solo mi exótico amigo —comentó Mitchell, dándole unas palmadas de consuelo, y miró hacia las clientes de Samael que ya comenzaban a protestar por su ausencia, así que tomó la libreta y el lápiz que él había dejado y se dispuso a tomar su lugar—. Ten listo el teléfono de emergencias por si se ponen violentas, deséame suerte.

—¡G-gracias! —soltó Mankee, viendo agradecido cómo Mitchell entraba al ruedo.

Por otro lado, en cuanto Demian salió del lugar y condujo un par de calles con las manos empuñadas en el volante se vio por primera vez deseando la presencia de Ende, quien apareció como si hubiera sido convocado por telepatía.

—¿Llamaste, Amo? —Su tono era casi robótico, consciente de que debía interpretar mejor que nunca el papel de sirviente después de lo furioso que lo había puesto.

—¿Cuánto tiempo pasé inconsciente?

—Unos minutos, quizá un par de horas, Amo. ¿Por qué lo preguntas?

—Si fueron sólo un par de horas, ¿por qué ha pasado aquí una semana? —Ende soltó una risita al escucharlo y Demian le dirigió una mirada furiosa—. ¿Dije algo gracioso?

—Lo siento, Amo, es sólo que si estuvieras más familiarizado con la Legión de la Oscuridad como deberías, te habrías dado cuenta. El concepto de tiempo ahí no es el mismo que en la Tierra —respondió el demonio con una sonrisa de suficiencia—. Lo que a nosotros puede parecernos unas cuantas horas ahí, aquí puede traducirse en días o incluso semanas. El tiempo es relativo… Pero como has pasado demasiado tiempo en este lugar es normal que no lo hayas notado.

Demian no respondió, pero de pronto algunas cosas comenzaron a cobrar sentido. Ahora entendía por qué a él le parecía que su padre había dejado pasar demasiados días para mandarlo llamar una vez que lo habían encontrado, quizá para él en realidad no habían pasado más que un par de horas.

—… Si pido una audiencia con mi padre, ¿me la dará?

—Pensé que ya te había visto, Amo.

—Me refiero a solas. Sin sirvientes ni guardias. Sin todos esos demonios que lo rodean. Quisiera hablar con él de unas cuantas cosas que aún no me quedan claro.

—Lo lamento, Amo. Dark Angel es el que impone las reglas y quien decide eso. Pero si tienes alguna duda puedo intentar responderla.

Demian calló, receloso. Había cosas que deseaba hablar con su padre y nadie más, pero de entre todo lo que podría haber preguntado, una sola cuestión se antepuso.

—¿Dónde está mi madre?

La pregunta salió de su boca mucho antes de siquiera planteárselo. No quería sonar vulnerable, pero su voz sonó más afectada de lo que pretendía. Ende mantuvo silencio hasta que meneó la cabeza en negación.

—Y ésa es una de las preguntas de las que no tengo respuesta. Nadie sabe nada de ella, Amo, nunca se le menciona.

Demian se mantuvo impávido, como si su respuesta no provocara en él reacción alguna, o quizá ya estaba preparado para escucharla.

—Eso es todo por ahora. Puedes marcharte —finalizó él con voz inexpresiva.

Ende se limitó a dar un leve asentimiento con la cabeza y desapareció de ahí mientras Demian detenía el auto y sacaba del bolsillo el extraña medallón que había hallado. Le dio vueltas frente al parabrisas de modo que la luz del sol parecía colarse por las estrías que se formaban en su superficie. Las formas que se dibujaban seguían variando conforme cambiaba su posición, pero al reverso siempre se trazaba aquella forma curva. Si tan sólo supiera lo que aquello significaba o para lo que servía. Después de varios minutos, volvió a guardarlo en su bolsillo. Había tomado una decisión: iría al baile de fin de curso.

—No, ya te dije que por más que insistas no pienso acompañarte al centro comercial. Ni siquiera estoy convencida de ir al baile —expresó Marianne, sosteniendo el teléfono con su hombro contra la oreja mientras tecleaba en su laptop—. Sí, ya sé que Angie está apática y que lo que escojas le dará igual, ¿qué te hace pensar que conmigo será diferente? Deberías llevar a tu mejor amiga Kri para que te ayude, así podrían incluso ir coordinadas o hasta ir de siamesas, seguro que eso te gustaría, ¿no? —Se alcanzó a escuchar una risa traspasando el auricular—. ¡No, no estoy celosa! Ya te dije, si voy o no, supongo que ya se enterarán. Nos vemos luego y sólo procura que lo que lleves puesto al menos te cubra.

En cuanto colgó, dejó el móvil en el escritorio y continuó con los ojos puestos en la pantalla mientras Samael la observaba sentado en la cama.

—¿Por qué te niegas tanto a ir? ¿Tan malos son los bailes?

—No son lo mío —respondió ella, encogiéndose de hombros sin despegar la vista del frente. Alguien tocó a la puerta en ese momento e intentaron abrirla, pero estaba cerrada con llave, así que le dirigió una mirada a Samael y éste se hizo invisible sin necesidad de decirle nada.

—Lo siento, ¿interrumpo algo? No sabía que ahora cerrabas con llave —dijo su padre, asomándose cauteloso al interior en cuanto ella abrió.

—Nada. Sólo me cansé de que Loui entrara cuando se le antojara. —Notó que tenía las manos en la espalda, como si estuviera ocultando algo, así que entornó los ojos con curiosidad—. ¿Qué traes ahí?

—Sé que no te agradan los regalos, pero… pensé que sería oportuno cuando supe lo del baile —explicó él, sacando a la vista un paquete alargado que ella miró como si se tratara de una bomba de tiempo.

—Por favor, dime que no es un vestido…

—¡Sorpresa! —dijo con una sonrisa, extendiendo el paquete hacia ella—. Al menos pruébatelo, seguro te quedará bien.

—… No te hubieras molestado —masculló Marianne, tratando de esbozar una sonrisa que le salía torcida ante la perspectiva de lo que encontraría en la caja.

Su padre le revolvió el cabello con un gesto cariñoso y salió de ahí. Pasados unos segundos, Samael volvió a aparecer y miró la caja también con curiosidad.

—¿Qué es? —preguntó él mientras Marianne abría la caja sin mucho ánimo, sabiendo que dentro encontraría un vestido, pero lo que no se esperaba era aquella sensación de deja vu en cuanto tuvo el primer vistazo de éste. El color le parecía haberlo visto antes y de pronto sintió un ligero estremecimiento que le puso la piel de gallina cuando lo tocó, colocando encima la tapa de nuevo.

—¿Podrías salir un momento?

—¿Por qué? No olvides que acordamos que no te perdería de vista.

—Quiero probarme el vestido y no puedo mientras tú estás aquí.

Él no dijo nada, tan sólo torció la boca y terminó por transportarse fuera de ahí. Marianne volvió a abrir la caja y miró la tela de aquel vestido. Sus ojos brillaron con el destello del reconocimiento. Incluso antes de que lo extendiera en el colchón tenía ya la certeza de lo que vería y cuando lo hizo, no pudo más que contener el aliento al descubrir frente a ella el vestido de organza verde con el que había soñado alguna vez.

No pudo evitar sentir curiosidad por saber lo que podría significar. Quizá había una forma de averiguarlo. Entornó los ojos con expresión decidida. Tal vez haría una excepción a su regla de no usar vestidos, pero sería bajo sus condiciones. Lo único que le haría falta eran unas tijeras.

El día de la graduación llegó, y al verla con el vestido, Samael no pudo evitar dedicarle una mirada alarmada al reconocerlo.

—Ese vestido es…

—Diferente al de mi sueño, ¿ves? —le interrumpió Marianne, mostrándole las modificaciones que había hecho en éste. Había cortado toda la parte del frente por encima de las rodillas y se había enfundado en unos vaqueros, de modo que por detrás el vestido le caía como cola, además de que había agregado un chaleco al conjunto. Samael contrajo el ceño y ella intentó sonreírle—. Tranquilo, tengo todo bajo control. Las cosas no serán como en mi sueño porque ninguno de los dos va a permitirlo.

Él asintió, a pesar de no estar muy convencido, y ella le hizo una seña para marcharse. Al llegar a la escuela, varias de las clientas asiduas de Samael en la cafetería enseguida notaron su presencia e intentaron llamar su atención a la distancia. La sala de eventos estaba decorada como si se tratara de un fastuoso baile de principios del siglo pasado, con candelabros, velas y una orquesta en vivo. Al parecer la mayoría había recibido algún memorando con respecto a la etiqueta de la ocasión pues muchos iban vestidos con trajes elegantes y algunos parecían salidos de otra época a pesar de haber sus excepciones.

—¡Viniste! —exclamó Lilith, aproximándose a ella dando brinquitos en cuanto la veía.

Su vestido era corto, de un magenta metálico con holanes que se mantenían tiesos como si el traje estuviera hecho de hojalata. Parecía una princesa intergaláctica del pop a punto de dar un concierto en un tour cósmico. Por detrás de ella iba Angie con un entusiasmo digno de un funeral y un vestido corte imperio color rosa pálido de lo más sencillo que le llegaba a las rodillas, su cabello recogido una coleta sin mayores aspavientos.

—¡Mírate nada más, ese atuendo te queda fabuloso! ¡¿No dijiste que no tenías sentido de la moda?!

—No es algo que yo haya escogido.

—Fue un regalo de parte de su padre —dijo Samael como si nada y Marianne le lanzó una mirada de censura.

—¡Bueno, pues me parece fabuloso!

—Hey, ¿qué tal? —Mitchell se apareció con lo que podrían ser sus mejores galas para sus estándares excéntricos, consistente en un conjunto cuadriculado de fondo púrpura oscuro y líneas multicolores—. Frank se quedó afuera vigilando el perímetro. ¿Alguien quiere que le meta algo de contrabando aparte del licor que ya le pedí?

—Debí imaginar que éste sería el tipo de cosas con las que tendría que lidiar al venir aquí —espetó Marianne, dando un bufido.

—¿Es mi idea o hace demasiado calor aquí? —preguntó Angie con la cara pálida y algo sudorosa. Los demás le dedicaron miradas preocupadas.

—¿Te sientes bien, Angie?

—Debe ser la gente. Hay demasiadas personas aquí reunidas, pronto esto se volverá un hervidero —insistió ella casi con un dejo paranoico.

—Quizá necesites refrescarte un poco, vamos, te acompaño al tocador —sugirió Lilith, tomándola de los hombros y llevándosela de ahí.

—Yo iré por algo de comer, ¿se les antoja algo? Podría aprovechar y alterar el ponche, si entienden lo que quiero decir —decidió Mitchell, yendo hacia las mesas.

—No entiendo por qué no te gusta este tipo de eventos. Parecen divertidos.

—Sí, bueno, en realidad no me interesan mucho.

—Podrías hacer al menos un esfuerzo por disfrutarlo.

Marianne se limitó a dar un resoplido y a cruzarse de brazos. Al edificio entró Demian en ese momento, portando un elegante traje negro sin corbata. Al reconocerlo, algunos chicos lo observaron como si se tratara de una aparición y otros como si no lo hubieran visto por años. Aún así nadie se atrevía a saludarlo y él tampoco parecía interesado en hablarles, sólo observaba atento a su alrededor hasta que alcanzó a distinguir a la distancia a Mitchell merodeando la enorme mesa de los bocadillos.

Dio unos pasos en su dirección, pero se detuvo al detectar del otro lado la presencia de Marianne. Traía un vestido que, a pesar de sus ajustes, la hacía lucir distinta a como era habitual. Sintió una extraña vibración extendiéndose en su pecho. Le tomó unos segundos notar también a su acompañante. Su mirada se ensombreció al instante.

—¿Qué es eso? —preguntó Samael en cuanto pasó junto a ellos un mesero llevando una bandeja con varias copas llenas de líquidos de distintos colores.

—Cocteles de sabores. ¿Quieres probar? —dijo Marianne, tomando dos de color morado y ofreciéndole uno a Samael—. Éste es de uva.

Samael le dio un trago a su copa y lo saboreó por unos segundos. Le gustó tanto que volvió a llevarse la copa a los labios y Marianne esbozó su primera sonrisa de la noche. Demian mantuvo la vista fija en el ángel hasta que de pronto la mano de éste pareció sufrir un leve espasmo, vertiendo el contenido de la copa sobre su camisa.

—¡Cuidado! Esas manchas son difíciles de quitar.

—No sé qué pasó. De pronto la copa se sintió pesada —se disculpó él, buscando la forma de limpiar su camisa.

—Quizá prefieras ir a los lavabos y probar con agua.

—¿Vienes conmigo? —preguntó Samael y ella lo miró alzando una ceja.

—No voy a entrar al baño de chicos. Aquí te espero, no es como si fuera a pasarme algo en medio de tanta gente —expresó ella, señalando hacia los baños, y él hizo una mueca al seguir la dirección de su dedo—. ¡Ve!

Samael dio un suspiro y decidió ir rápido, seguido de cerca por una fila de chicas. Marianne se quedó contemplando a su alrededor sin mucho entusiasmo. La orquesta había empezado a tocar y algunas parejas comenzaron a dirigirse a la pista de baile como si estuvieran en un evento de época. Marianne no pudo evitar poner los ojos en blanco.

—Ésta va a ser una larga noche.

—Debo admitir que eres la persona que menos me imaginé ver con vestido.

Al escuchar aquella voz, Marianne se tensó al instante y sus ojos se posaron justo a su lado izquierdo. Demian estaba de pie, observando hacia el frente como si ya hubiera estado ahí desde hacía rato.

—Incluso llegué a pensar que era más probable ver a Mitchell vestido así antes que tú, pero nunca hay que descartar las sorpresas.

Ella lo miró con una mezcla de desconcierto e incredulidad, preguntándose si debía o no sentirse ofendida por sus palabras, aunque en ese momento no podía pensar claro.

—¿Qué haces aquí? —logró preguntar apenas se sintió capaz de controlar su respiración.

—Es un baile escolar. Yo también soy estudiante de esta escuela por si lo olvidas.

—Qué conveniente recordarlo justo ahora después de tanto tiempo evitándola.

—Creo que he tenido razones de peso —se justificó mientras ella comenzaba ya a recobrar el control sobre sí misma y con ello la indignación que había sentido días antes.

—Las razones que hayas tenido no creo que sean suficientes para explicar el por qué les prohibiste la entrada a la cafetería a Frank y Samuel —soltó ella, consciente del riesgo, pero resultándole imposible mantenerse callada—. Quizá lo de Frank pueda entenderlo, ¿pero Samuel por qué? ¿Él qué te ha hecho? Ni siquiera lo has tratado.

—¿Bailas? —preguntó Demian sin apartar la vista del frente, como si hubiera decidido desechar sus palabras por completo. Ella lo miró con la boca abierta, preguntándose si lo hacía para distraerla.

—¡No! ¿Acaso piensas que con eso vas a distraer mi atención?

—Sólo pregunto, yo tampoco bailo. Pensé que sería interesante probar —respondió él, encogiéndose de hombros.

Ella se reprimió de replicarle que había muchas chicas en el lugar y que podía pedírselo a cualquiera de ellas pues terminó dándose cuenta de que había conseguido distraerla de su anterior reclamo después de todo.

—¡Marianne! ¡Qué emoción verte aquí! —Kristania la abrazó de improvisto por la espalda, provocándole un sobresalto. Iba vestida con una prenda muy similar a la de Lilith—. Hubiera sido una lástima que te perdieras todo esto.

—Fantástico. Justo lo que me faltaba —respondió ella, tratando de zafarse hasta que fue la misma Kristania quien acabó soltándola al ver a Demian.

—¡Oh, Demian, has vuelto! ¡Estaba tan preocupada por ti! —exclamó ella ahora yéndose sobre él y sujetando su brazo—. De verdad que siento mucho por lo que has pasado, ¡debe ser horrible! Pero cualquier cosa que necesites no dudes en acudir a mí, y lo digo con total sinceridad, sin ningún propósito escondido pues entiendo que mis sentimientos no son correspondidos, pero eso no impide que seamos amigos, ¿verdad que no? Puedes apoyarte en mí. Yo no hago caso de lo que dicen los demás, ellos no te conocen.

Marianne los miró horrorizada, temiendo que en cualquier momento Demian pudiera hartarse de ella y actuar por impulso. Su brazo se había puesto tieso, pero acabó girando hacia Marianne sin responderle a Kristania.

—¿No quieres al menos intentar una pieza?

Ambas chicas lo miraron sorprendidas. Marianne notó que su rostro estaba tenso, como si estuviera luchando por controlarse, y se le ocurrió que estaba buscando una forma de quitársela de encima, y aunque se había negado, de pronto se sorprendió a sí misma asintiendo.

—¡Oh, entiendo! Claro, adelante —repuso Kristania, haciéndose a un lado y mostrándose de lo más comprensiva.

Marianne caminó hacia el frente sin poder creer lo que estaba a punto de hacer, ni siquiera podía sentir sus pies a cada paso. Se detuvo en la pista de baile y se dio la media vuelta, encontrándose cara a cara con Demian, que parecía tan azorado como ella a pesar de haber sido el de la idea.

—Como dije no suelo bailar, así que me disculpo de antemano si llego a pisarte.

—Lo mismo digo.

Se quedaron uno frente al otro como si estuvieran decidiendo la forma de empezar, y cuando extendieron los brazos hacia adelante, sufrieron un breve instante de enredo en el que no supieron dónde colocar las manos hasta que un vistazo de reojo les resolvió el pequeño y vergonzoso inconveniente. Demian optó por colocar ambas manos en su talle y ella asentó las suyas sobre sus brazos con torpeza. Intentaron dar un paso, pero estaban descoordinados y no hacían más que tropezar o chocar contra las parejas más próximas. Después de varios «lo siento» y de pasar otras veces más sobre los pies de Demian, ella ya estaba lista para que se la tragara la tierra. Ni siquiera se atrevía a levantar la mirada después de un largo silencio incómodo, pero cuando lo escuchó reír, no pudo evitar alzar la vista y darse cuenta de que sonreía como si la situación le pareciera divertida.

—Parece que tenemos dos pies izquierdos. Supongo que las películas nos mintieron, no cualquiera puede bailar sólo porque lo decida. —Marianne trató de contenerse, pero terminó también esbozando una sonrisa que enseguida reprimió—. Entonces… ¿no planeabas venir?

—No en realidad. Las circunstancias me obligaron —respondió ella, dando un resoplido de resignación.

—Apuesto a que no esperabas terminar en la pista de baile como escape —bromeó él—. Aunque debo admitir que ese vestido te queda bien.

Esto último le salió de forma tan inesperada que hasta él mismo pareció sorprenderse y le siguieron varios segundos de silencio en los que él desvió la vista como si se recriminara por dentro mientras Marianne no pudo evitar sonrojarse.

Samael salió del baño sin haber conseguido limpiar del todo su camisa por lo que lucía una mancha morada en la zona del estómago y había tenido que disimularla cerrando el saco. Comenzó a caminar de vuelta sin notar siquiera la fila de muchachitas que lo seguían de cerca, riéndose y cuchicheando entre ellas. En su camino se topó con Lilith y Angie, que miraban hacia la pista.

—¿Qué ocurre? —preguntó él tras cerrar el último botón de su saco.

—Que el infierno se congeló —respondió Lilith, señalando hacia un punto, y Samael descubrió con sorpresa que Marianne estaba en la pista de baile con Demian.

Desde un punto más alto, en especial uno de los ventanales que bordeaban el edificio a varios metros sobre el suelo, Ende también contemplaba la escena casi asqueado, pero tenía un plan que terminaría con ello. Con un movimiento pasó la mano por la superficie de la ventana, dejándole una fina capa de energía que la cubría y a continuación pasó a la siguiente para realizar la misma acción.

Fuera del terreno de la escuela, Franktick fumaba un cigarrillo mientras rondaba vigilante el lugar. Se colocó de cara a la reja y se detuvo de ésta con una mano mientras con la otra sostenía el pitillo. Por detrás sintió que alguien se le aproximaba y con un rápido movimiento se dio la vuelta y lo tomó de la camisa, alzando un puño de forma amenazante.

—¡Soy yo, soy yo! —exclamó Mankee, colocando las manos hacia el frente para evitar que lo golpeara. Frank lo soltó, girando los ojos y relajándose de nuevo.

—¿Qué haces aquí? ¿Vienes también a prohibirme que esté rondando las inmediaciones de tu cafetería de pacotilla?

—No es justo, sabes que no es mi culpa. Sólo intento sobrevivir en una ciudad que no conozco —expuso Mankee con abnegación y Frank lanzó un bufido en respuesta—… Lilith me comentó lo del baile y que ibas a estar vigilando, pensé venir y ayudar un poco.

—Bueno, pues adelante y haz lo que te plazca, la calle es libre, no es como que pueda prohibirte el estar aquí —replicó Frank sin ceder en su actitud de reproche.

Mankee dio un suspiro de resignación y se quedó mirando con extrañeza hacia un punto más allá de donde Franktick estaba parado.

—¿Es normal que haya alguien parado en el alféizar de una ventana?

Frank volteó para seguir la dirección de su mirada y alcanzó a distinguir una sombra que iba de una ventana a otra en un parpadear. Le bastó un segundo para entender lo que significaba.

—Tenemos que entrar ahí a como dé lugar y avisarle a los demás. ¡Vamos! Saltaremos la reja de un costado, así no nos verán.

En la pista de baile, Marianne y Demian parecían por fin haber controlado sus torpes movimientos al principio y por lo menos mantenerse sin tropezar o chocar con otros chicos, sin embargo, no habían vuelto a hablar ni a mirarse siquiera, y la rigidez de sus articulaciones se mantenía. Ella ya llevaba largo rato preguntándose qué rayos hacía ahí y cómo podía haber aceptado cuando Demian habló.

—¿Qué pensarías si te dijera que no soy lo que aparento? —Marianne alzó la vista hacia él, vacilante—. Tal vez… haya una razón por la que puedo ver a ese ser que ronda a personas por morir. Tal vez es porque… no soy como los demás.

¿Era en serio? ¿Acaso estaba a punto de revelarle lo que era en realidad? De pronto Marianne se sintió nerviosa. Si en verdad se lo decía, ¿ella cómo podía reaccionar? Después de todo, era algo de lo que ya tenía conocimiento, pero que él mismo se encargara de decírselo no era algo que tenía contemplado, ninguno de ellos, de hecho.

—Si te dijera que sé de dónde provengo y que mi padre es un monstruo, ¿me considerarías también uno?

Sí, parecía estar encaminado en esa dirección, ¿sería capaz de soltarle toda la verdad a ella, una humana común y corriente?

—… Metafóricamente hablando, ¿cierto? —fue lo primero que se le ocurrió decir y los labios de Demian se curvaron hacia arriba en una sonrisa de amargura. Aquel gesto la hizo titubear—. Yo ya te dije lo que pienso. Tu padre es quien te crió, no quien te engendró. Aún si por tus venas corriera sangre de bacalao, eso no significa que ya por eso olvidarás cómo respirar y caminar, lo único que hace es expandir tus posibilidades, ahora podrías también vivir bajo el agua, pero es tu decisión.

Demian se le quedó viendo por varios segundos con una mezcla de sorpresa y confusión hasta que terminó soltando una leve risa.

—¿Sangre de bacalao? En serio, ¿de dónde sacas esas cosas?

Marianne hizo una mueca, poniéndose colorada, pero también acabó por soltar una risa al admitir lo ridículo que había sonado. Su mirada se paseó hacia un lado, deteniéndose de pronto en Samael, que la observaba con intranquilidad y comprendió por qué: estaba en la pista de baile, traía puesto el vestido que, aunque modificado, era el mismo con el que había soñado y la orquesta había comenzado a tocar el tema que había escuchado también en su sueño.

Alzó la vista hacia Demian, sintiendo que mudaba de expresión. ¿La sombra podría tratarse de él? La incertidumbre comenzó a crecer en ella y sus extremidades se engarrotaron. Sintió la firmeza de los dedos de Demian que la presionaban del talle, y él le devolvió la mirada. Parecía ansioso por decir algo, pero a la vez indeciso. De pronto una fuerte punzada lo obligó a aflojar una mano y llevársela al pecho. Algo martillaba su interior, tratando de abrirse paso hacia afuera hasta que desapareció de un momento a otro de la misma forma súbita con que lo había sentido. Le pareció extraño, pero decidió tomar aquella oportunidad para hablar.

—Quiero mostrarte algo.

Ella sabía lo que eso significaba, pretendía mostrarle lo que era en realidad. Sintió una revolución en su estómago que subía por su garganta. ¿Qué debía hacer?

No tuvo tiempo para pensarlo. Un estallido tras otro resonó en todo el salón, trayendo consigo fragmentos de cristales rotos que cayeron sobre todos como una fuerte granizada. El estruendo provocó los gritos y el pánico generalizado, obligando a estudiantes y maestros a echarse al suelo o buscar refugio como si hubiera explotado una bomba.

Cuando Marianne abrió los ojos, se dio cuenta de que Demian la había cubierto con su propio cuerpo y aún seguían de pie. Sintió algo caliente cayendo por su mejilla y al limpiarlo con la mano notó que era sangre, pero ella no estaba herida. Alzó la vista y vio que la sangre caía de la mano de Demian; uno de los cristales lo había atravesado. Tampoco se le escapó el detalle de que su sangre era roja.

—¡¿Estás bien?! —preguntó él y Marianne asintió, imposibilitada para hablar; el hecho de ver aquella sangre roja ya era suficiente para desconcertarla. Él pensó que era por el fragmento de cristal que lo atravesaba, así que enseguida se lo sacó de la palma sin mostrar un sólo signo de afectación y miró hacia los ventanales, que ahora eran huecos. De uno de ellos descendió Ende entre gritos horrorizados y multitudes intentando huir de ahí. Demian apretó los dientes en un gesto furioso, casi como un animal salvaje a punto de gruñir—. Sígueme, tenemos que salir de aquí.

—¿Qué…?

Sin darle tiempo de reaccionar, tiró de ella hacia el extremo contrario donde una de las salidas de emergencia se mantenía sellada. En medio del caos del salón, con gente corriendo y gritando de un lado a otro, Samael lo vio tirando de Marianne, que miraba hacia ellos con la confusión reflejada en sus ojos.

—¡Marianne!

Samael intentó abrirse paso entre la turba, pero eran tantos que terminaban cerrándole el paso, impidiéndole llegar a ella. Aquello era demasiado similar al sueño, no podía permitir que le hiciera daño.

En medio de la confusión, Frank y Mankee lograron filtrarse al interior del edificio y llegar junto a ellos.

—¿Qué ocurrió? Vimos una sombra en las ventanas del salón.

—Es ese demonio —señaló Lilith a Ende, que se abría paso entre la gente con la vista fija en un punto en específico.

—¡Tienen a Marianne! ¡Tenemos que ir por ella! —indicó Samael, señalando hacia donde el demonio parecía dirigirse: la puerta de emergencia que antes solía estar sellada.

—¡Detente ya! —exclamó Marianne, obligando a Demian a detenerse en cuanto ambos estuvieron fuera del recinto. Él la soltó, intentando recobrar la compostura.

—Lo siento, yo sólo… necesito mostrarte algo mientras aún haya tiempo… antes de que la persona que ahora tienes en frente desaparezca para siempre.

—¿Desaparecer? ¿De qué hablas?

¿Acaso era ésa su despedida? ¿Pensaba dejar su vida como humano después de todo? Pero aún tenía posibilidades. La sangre…

Demian alzó la mano en la que se le había incrustado el cristal y giró la palma hacia ella. A pesar de que aún estaba manchada de sangre, la herida había cerrado. Aquella era la introducción a lo que sería la revelación completa. De verdad estaba dispuesto a mostrarse ante ella. De repente una idea pasó por su mente: Si él era capaz de revelar lo que era en realidad… quizá si ella hacía lo mismo, las cosas podían ser diferentes.

—No sigas. Antes tienes que saber algo.

—¡Apártate! ¡Ya viene!

Tiró de ella hasta colocarla detrás de él justo cuando Ende salía por aquella misma puerta y se dirigía hacia ellos con pasos firmes.

—Estás cometiendo un error, amo —aseguró el demonio sin mostrar una pizca de miedo o inseguridad—. Esa chica no es lo que crees.

Marianne palideció. Aquel demonio sabía quién era, tenía que ser eso.

—¡Te lo advierto, no te acerques más! ¡Márchate! —insistió Demian, manteniendo a Marianne detrás de él, aunque ella ya comenzaba a retorcer los dedos en el caso de que tuviera que defenderse.

—Bien. Veo que tendré que mostrártelo —expresó Ende con una calma impresionante, confiando en sus acciones, aun cuando su Amo estuviera a punto de perder los estribos ante su insubordinación.

Estiró una mano hacia el frente y Demian ya se disponía a bloquear cualquier ataque cuando vio que detrás de él se aproximaban los demás chicos corriendo, deteniéndose a unos metros con la respiración acelerada.

—¡Déjala ir! —exclamó Samael y Demian les dedicó una mirada de confusión al verlos ahí.

—Descuida, Amo, ahora mismo me deshago de los entrometidos y continuamos con esto —dijo el demonio con aquel tono pasivo y en control.

—¡Eso ya lo veremos! —intervino Frank, colocándose por delante de todos y dando una fuerte pisada en el suelo, que comenzó a retumbar y formarse en ondas como si la tierra cobrara vida propia, dirigiéndose hacia Ende que evitó la embestida dando un salto.

Demian detuvo el montículo justo al tenerlo en frente, mirando a continuación a Frank y al resto con el rostro contraído. Había empezado a conectar los puntos.

Los demás no tuvieron oportunidad de reaccionar; Ende los arrojó a todos con una brazada y volvió a centrar su atención en Marianne, sabiendo que no tenía mucho tiempo para probar su punto. A pesar de la ofuscación que Demian sentía en ese momento, al ver que Ende se preparaba para arremeter, se mantuvo delante de Marianne, pero el demonio no era estúpido, sabía que si se aproximaba estaría más que muerto, así que sólo le bastó un movimiento de la mano y ella salió disparada hacia un lado, estrellándose contra el muro del edificio, arrojándole a continuación una esfera de energía sin perder el tiempo.

—¡No! —exclamó Demian, intentando ir hacia ella, pero Ende se interpuso, tan sólo para ser levantado por el cuello.

—¡Sólo mírala, amo! ¡Observa bien! —le indicó éste, señalando hacia el punto donde la polvareda ocasionada por el impacto empezaba a despejarse. Demian miró de reojo sin borrar su expresión furiosa y de pronto ésta comenzó a cambiar al descubrir lo que la cortina de polvo había dejado tras de sí.

Los chicos también comenzaban a incorporarse y alcanzaron a ver una silueta de pie, plantada en pose defensiva y jadeando con fuerza. Era Marianne sujetando con fuerza su espada y con la coraza cubriéndole la espalda y la nuca para protegerla de la colisión.

Los dedos que presionaban el cuello de Ende fueron aflojándose hasta que Demian dejó caer la mano por completo y se dio la vuelta, mirando a Marianne con perplejidad.

—Tú… tú eres… —musitó él con la vista clavada en ella.

Marianne pasó la mirada hacia sus compañeros y luego volvió a posarla en él, tragó saliva y parpadeó por un segundo mientras bajaba la espada y se enderezaba, permitiendo que la armadura continuara cubriéndola, aunque dejando el rostro al descubierto. Demian abrió más los ojos y dio un paso hacia atrás.

—Supiste todo este tiempo lo que soy en realidad. Todos lo sabían.

No había sido una pregunta, pero aún así, Marianne asintió, esperando por el momento oportuno para exponerle el resto.

—Es lo que quería…

—Me engañaron.

Marianne calló y notó cómo su rostro fue descomponiéndose y transformándose de un desconcierto inicial a un gesto que irradiaba rabia e indignación.

—Me estuvieron engañando todo este tiempo para ponerme una trampa.

—¡No, no se trata de eso…! —intentó explicarse, dando unos pasos hacia el frente, pero una fuerte energía proveniente de él la empujó, viéndose obligada a enterrar la espada en el suelo para detenerse de ella. Samael apareció frente a ella en ademán protector.

Demian levantó el rostro de forma altiva y su piel fue despigmentándose a la vez que el armazón negro se adhería a él. Dirigió una mirada fría a los demás hasta detenerse en Marianne. El odio que se reflejaba en sus ojos apenas podía compararse con la mirada que le dedicó a Hollow al momento de eliminarlo. Era peor que eso, el gesto de alguien traicionado.

—Espero que hayan disfrutado de este período de gracia… porque se acabó.

Al decir esto, desapareció de ahí, seguido por Ende que esbozaba una sonrisa triunfante al ver que su plan había funcionado.

—Hasta pronto, Angel Warriors. La próxima vez será su final —expresó él mientras desaparecía en una cortina de humo.

Los chicos permanecieron en silencio después de eso, hasta que fue Samael quien se atrevió a decir algo, limpiando la mejilla de Marianne.

—¿Estás herida?

Ella meneó la cabeza, con expresión velada.

—No es mi sangre —respondió, también pasándose la mano y viendo la sangre que había quedado impregnada en sus dedos.

Rojo intenso. ¿Podría acaso tener una oportunidad?

Sin embargo, el color fue cambiando hasta quedar negro.

No. Era un demonio.


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