Capítulo 17

17. EL HALCÓN Y EL TELÉFONO

No había abierto el sobre. Lo tenía ahí, sobre su escritorio, el nombre de su padre a la vista mientras ella se mantenía sentada al frente con la espalda recta y la mirada fija en él, como si intentara ver a través del papel sin tener que tocarlo. Quería y a la vez no quería abrirlo; temía la información que podría encontrar en él.

La mujer del perfume lavanda estuvo ahí, en el hotel, sabía dónde hallarlo. ¿Por qué entonces no acudió con él presente? ¿Viajó a la ciudad únicamente para dejarle aquel sobre? No tenía sentido. Quizá era de la ciudad. Si acudió al hotel sabiendo que él no estaría para así deslizar la carta bajo su puerta con la esperanza de que él la viera al volver, significaba que mínimo ya se habían encontrado ahí con anterioridad. La sola idea le repugnó. Mentiroso. Le había mentido al decir que aquello había acabado.

“Pero ahora es libre de hacer lo que le plazca” lo justificó una parte de su mente. ¡No! Esa no era una excusa. No cuando esa mujer había sido, al parecer, una constante mucho tiempo antes de su separación. Aquello le enfadaba sobremanera. Tanto como para mantenerse clavada en la silla y fueran necesarias palancas para poder removerla de ahí.

Pero no podía seguir posponiéndolo por siempre. Ya se había pasado toda la tarde atormentándose con ello. Se obligó por fin a apartarse del respaldo y colocó las manos a ambos lados del sobre, sin atreverse aún a tocarlo. Echó un vistazo hacia la puerta como si temiera que alguien fuera a entrar en ese momento y la interrumpiera; imaginó a su padre de pie en el umbral, observándola con una mezcla de culpabilidad y a la vez de decepción por su desconfianza al tomar algo de él a sus espaldas.

…Al diablo. No era ningún ángel y no sentiría remordimiento alguno por ello. Era hora de abrirlo. Decidida, tomó el sobre entre sus manos y abrió la solapa con un chasqueo que la tomó desprevenida. El sobre estaba abierto ahora, el paso más difícil estaba dado ya, solo le quedaba sacar la carta y leerla.

Con la vista fija en aquella hoja plegada en su interior, acercó la mano a la abertura del sobre con tanta cautela que tal pareciera que esperaba que una ratonera se cerrara en torno a esta en cuanto introdujera los dedos. El aroma a lavanda que se desprendía del papel era tan marcado que probablemente terminaría por cogerle animadversión.

“Ya no lo retrases más”, pensó ella, sujetando por fin la hoja entre sus dedos y cuando ya estaba por sacarla del sobre, la puerta se abrió, obligándola a cerrarlo de nuevo y colocar un libro encima. Con el corazón acelerado, volteó hacia la puerta, tratando de ocultar su nerviosismo.

—…Eres tú. No vuelvas a entrar de esa forma, casi me causas un infarto. —Marianne dio una larga exhalación al ver a Samael entrando.

—Lo siento. Necesitaba hablar contigo.

—¿Cómo te fue con Angie? ¿Seguiste mi consejo o simplemente dejaste que siguiera pensando que tiene alguna oportunidad?

—¿Oportunidad? —repitió Samael con expresión perdida.

—…Olvídalo. Solo cuéntame qué pasó. Necesito distraerme un momento.

—Quedamos en el Retroganzza, pero parecían estar muy ocupados, moviendo y cambiando cosas de lugar, así que fuimos a otro lado…

—¿Están remodelando la cafetería? A Demian no le va a gustar nada cuando se entere.

—Mankee tampoco parecía muy contento.

—Sí, bueno, él es su “príncipe”, bien podría hacer algo para imponer su voluntad, pero más parece que la que da las órdenes es esa chica que dice ser su prometida.

—Ella es peculiar —agregó Samael, recordando la forma extraña en que se había dirigido a él.

—Por decirlo de alguna manera. Bien, entonces fueron a otro lugar, ¿y entonces qué?

—Era una cafetería del centro. Estuvimos hablando un rato, comiendo hamburguesas cuando de pronto…

—¿Algún tema en específico?

—Pues… fueron varios. Me estuvo preguntando cosas; sobre mí, sobre Addalynn…

—Wow, se animó a preguntarlo. ¿Estás seguro de no haber dicho o hecho algo que pudiera seguir ilusionándola?

—Dije lo que me dijiste… más o menos —respondió él, ya no tan seguro, y ella meneó la cabeza, suponiendo que había enredado todo—. Pero eso no es lo que necesitaba hablar contigo. Al principio dudaba en decírtelo porque Angie no quería que lo hiciera, pero creo que debes saberlo.

Marianne arrugó el entrecejo con curiosidad y giró su silla hacia él. Samael pensó por un momento la manera de decírselo y ella comenzó a impacientarse.

—…Adelante, estoy esperando.

—Cuando estábamos ahí… de pronto Angie vio a su padre. Se puso muy nerviosa diciendo que él no tomaría bien si la viera sola con un amigo en vez de varios o algo así entendí. Sin embargo, él no la llegó a ver; su atención estaba puesta únicamente en la persona que lo acompañaba. —Hizo una pausa para ver cómo lo iba tomando Marianne y ella se limitaba a asentir, esperando a que él terminara su relato. Por la reacción de Angie y conociendo a Marianne, sabía que lo que vendría a continuación le afectaría, así que trataba de pensar en la manera de suavizarlo—… Prométeme que lo tomarás con calma.

—¿…De qué hablas? ¿Por qué tendría que tomarlo con calma? ¿De qué se trata?

—Solo promételo.

—¡Solo dilo entonces!

—…La persona que estaba con él era tu madre.

Marianne estuvo callada por lo que parecieron varios minutos, tan solo mirándolo con expresión demudada. Samael esperó a que fuera ella misma la que hablara, pero no lo hizo; empezó a preguntarse incluso si lo había entendido o escuchado siquiera. Entonces oyeron el sonido de la puerta principal.

—¡Ya llegué! —anunció Enid. Los ojos de Marianne se abrieron más y Samael comprendió enseguida lo que haría.

—Espera, Marianne…

Ella saltó de pronto de su silla y antes de que Samael pudiera hacer algo para impedirlo, ya estaba fuera de su habitación, corriendo por el pasillo hacia las escaleras y deteniéndose en lo alto de éstas.

—¡¿Estás saliendo con el padre de Angie?!

Su madre volteó con un sobresalto tras colgar su abrigo en el perchero y la vio ahí en las escaleras, la respiración agitada y mirada colérica. Tardó unos segundos en reaccionar y darse cuenta de que Loui la observaba desde la sala con expresión confusa, por primera vez ignorando la pantalla del televisor.

—…Loui, sube a tu habitación; tu hermana y yo tenemos que hablar. —El niño no contestó, continuó mirándola como si tuviera ante él a una impostora—… ¡Loui, haz lo que te digo!

Él finalmente se levantó, apagó el televisor y abandonó la sala, llevándose consigo el transmisor, dedicándole una mirada a su hermana mientras subía las escaleras, aunque ella mantenía la vista fija en su madre, con ojos encendidos y airados.

—…Bien, ¿por qué no bajas y hablamos de esto tranquilamente? —dijo Enid en cuanto Loui estuvo fuera de la vista.

—¿Desde hace cuánto? —preguntó Marianne sin moverse de su sitio.

—Por favor, no hagas esto más grande de lo que en realidad es.

—¡¿Desde hace cuánto?!

—Apenas y hemos salido un par de veces. No es nada serio, ¿de acuerdo? Aceptó ser mi abogado y fue un gran apoyo, así que solo… nos estamos conociendo…

—¿Abogado? —Marianne se sentía cada vez más indignada de las implicaciones que aquello suponía—. ¿Has estado saliendo con el abogado que llevó tu divorcio?

Su madre dio una exhalación para no dar paso a la frustración.

—No de la forma que te imaginas. Solo como amigos, nada más.

—¿Cuándo pensabas decírnoslo? —insistió Marianne con el cuerpo tan tenso que no podía ni mover un dedo.

—Yo solo… quería dejar pasar un tiempo, que se acostumbraran a la idea, y luego…

—Qué rápido dejaste de amar a papá —la interrumpió ella nuevamente y su madre la miró estupefacta.

—…No sabes lo que dices.

—¿Por qué entonces tendrías que salir con alguien más? ¿Por aquello de “un clavo saca a otro clavo”? ¡Eso no es más que una estupidez! ¡La idea de que necesites recurrir a un reemplazo para poder superar un rompimiento me parece patético y un autoengaño!

—Cuidado con tu lenguaje, jovencita; no olvides que soy tu madre.

—¡A veces es como si necesitara recordarte que lo eres! —dicho esto, se dio la vuelta y se fue corriendo de regreso a su habitación sin darle oportunidad a su madre de responder. Samael permanecía adentro esperando a que ella volviera, y en cuanto la vio entrar con aquella mirada hosca, supo que era hora de marcharse—… No me digas nada, no puedo ni quiero hablar en este momento. Solo… déjame sola.

Samael asintió y desapareció, dejándola sola con su coraje contenido. Tenía ganas de arrojar algo al piso y destrozarlo, pero no quería actuar como una niña haciendo rabieta, así que permaneció de pie en medio de su habitación, envolviéndose con sus brazos y dando fuertes exhalaciones para calmarse.

Si su madre era capaz de empezar a salir enseguida con alguien más, ¿qué más daba ya lo que encontrara escrito en aquella carta? Su padre era un infiel mitómano y su madre no había tardado en encontrar un reemplazo; nada podía ser peor que eso. Así que, apenas logró enviar la orden a sus extremidades de moverse, volvió a su escritorio y se sentó, resuelta a acabar con eso de una buena vez. Apartó el libro que había colocado encima del sobre y esta vez no vaciló en sacar la carta. La mantuvo a la altura de sus ojos, viendo la breve nota escrita con aquella estilizada caligrafía, y tras cerrar los ojos, inhaló profundamente para armarse de valor. El aroma a lavanda invadió sus sentidos y trató de no pensar en ello para evitar otra ola de rabia. Abrió nuevamente los ojos y procedió a leer.

 

“Para cuando recibas esto, estaré de camino a casa. Hubiera querido que también vinieras, pero estoy consciente de que ahora te resulta imposible y ya has tomado una decisión. Tan solo espero sinceramente que no haya sido una decisión forzada por tu situación. Me preocupo por ti, sobre todo en un día como este; sería muy duro tener que pasar por ello de nuevo. Donde quieras estar es lo de menos, pero no olvides nunca que también aquí tienes una familia. Seguiré al pendiente de ti, aunque las puertas estén cerradas.

Recuérdalo,

H.”

Marianne bajó la carta, dejando caer los brazos sobre el escritorio y sintiéndose absolutamente confundida. Leyó y releyó el mensaje pareciéndole cada vez más críptico. No tenía idea alguna de lo que significaba en su totalidad, pero si de algo estaba segura era de que lo de su padre con esa mujer no era algo casual, sino que los unía una relación de aparentemente más tiempo. Y si lo había interpretado correctamente, la “decisión” que él había tomado significaba quedarse con ellos, así que quizá su padre decía la verdad cuando dijo que todo había acabado ya. La mujer dejó la nota y se escabulló antes de que él regresara al hotel porque se suponía que no debía estar ahí. Pero aun así… “también aquí tienes una familia”. ¿Cómo se supone que debía tomar eso? ¿De forma literal o figurada? La sola idea de que su padre tuviera una familia secreta de sus tantos viajes realizados a lo largo de los años le enfermaba. ¿Sería capaz de confrontarlo con respecto al tema? No tenía manera de saberlo, y se hallaba tan turbada con los acontecimientos recientes que no podía pensar en nada más.

Domingo por la mañana era un momento que muchos estudiantes aprovechaban para seguir durmiendo, y aunque Lucianne estuviera acostumbrada a levantarse temprano, seguía en cama cuando el ruido de unos golpecitos en la ventana la despertó. Primero entreabrió los ojos pensando que quizá seguía soñando pues no era posible que alguien estuviera tocando a su ventana estando en un segundo piso, pero luego lo volvió a escuchar. Algo se había estrellado contra el cristal sin la fuerza ni el tamaño suficiente como para romperlo. Se desperezó y se frotó la cara para obligarse a despertar, preguntándose quién sería a esa hora. Por un momento pensó en Frank, y consideró en tomarse unos minutos para al menos arreglarse un poco, pero cuando llegó a la ventana vio que era Perry.

El joven oficial había arrojado ya otro guijarro que se estrellaba contra el cristal justo en el momento que ella se asomaba, provocándole un ligero sobresalto. Lucianne abrió confundida la ventana y bajó la voz lo más que podía.

—¿…Qué haces arrojando piedras a mi ventana? Tenemos puerta por si no lo habías notado.

—Supuse que no querría que su padre despertara para lo que tengo que decir —susurró él, aunque lo suficientemente fuerte para que lo oyera. Lucianne notó que iba vestido normal, aunque la patrulla estaba aparcada en la acera—. O quizá prefiera acompañarme al cuartel antes de que él se dé cuenta. He cobrado mis favores.

Ella seguía tan adormilada que no entendió al principio, pero luego recordó la petición que le había hecho y sus ojos se abrieron más.

—…Bajo en unos minutos —dijo ella, volviendo a cerrar la ventana y sacando lo primero que encontró en el armario, tratando de hacer el menor ruido posible para no despertar a su padre.

El oficial Perry permaneció en el pequeño jardín alejado de la puerta y la ventana principal, con las manos en los bolsillos y dibujando círculos en la tierra con los zapatos mientras ella bajaba. No quería crearse falsas expectativas, solo era un favor que le estaba haciendo. Aunque se sentía bien el recuperar algo de la confianza entre ellos, rota meses atrás después de aquellos desagradables sucesos.

Escuchó de pronto ruido detrás de él y su instinto policiaco lo hizo darse la vuelta, colocando la mano donde normalmente traía la pistola a pesar de no llevarla en ese momento. El no sentir el arma lo hizo vacilar, y en cualquier situación de riesgo aquello podría resultar fatal, sin embargo, no vio a nadie a su alrededor. Quizá finalmente el trabajo lo estaba volviendo paranoico. Oyó entonces el leve sonido de la puerta al abrirse y cerrarse y Lucianne salió luciendo fresca y reposada a pesar de ser las 6 de la mañana.

—Papá no despertará hasta dentro de 2 o 3 horas, ¿crees que pueda estar de vuelta para entonces?

—Aunque no hayamos encontrado la información que necesitas, prometo traerte de vuelta justo a tiempo —aseguró él, conduciéndola al auto y abriéndole la puerta. Pronto se pusieron en marcha y abandonaron el silencioso y aún durmiente vecindario, dejando atrás también al único otro ser despierto en esa calle.

Apartándose de la camioneta aparcada en la acera contraria, Frank observó la patrulla alejarse, con las manos empuñadas y la mandíbula tensa; se dio la vuelta y se marchó por donde había llegado.

El viaje al cuartel de policía les tomó veinte minutos. A pesar de ser domingo, algunos se quedaban de guardia en caso de que se reportara algún incidente.

—…Y el día de hoy les tocó hacer guardia a Timmy y Jimmy. Son los especialistas en sistemas que te comentaba que me debían unos favores.

—¿Son hermanos o algo así? —preguntó Lucianne y Perry rió.

—No, pero ya los verás. Son todos unos personajes.

En vez de ir por la entrada principal, entraron por el edificio del departamento de investigaciones en el que apenas había un guardia, que en cuanto vio al oficial Perry, se limitó a mover la cabeza a manera de saludo y se apartó para cederles el paso.

Atravesaron un largo y vacío salón hasta llegar a una puerta sellada. Perry sacó unas llaves de su bolsillo y las introdujo en la cerradura, pero estas no funcionaron. Dio un resoplido como si ya se esperara algo así y golpeó a la puerta.

—Santo…

—…y seña.

Dijo una voz seguida de otra en perfecta coordinación detrás de la puerta.

—Vamos, saben quién soy, no tenemos tiempo para sus jueguitos.

—¡Santo y seña! —repitieron ahora las voces al unísono y Perry volvió a emitir otro bufido de impaciencia.

—…Soy una tetera pequeña y fuerte. Abran la puerta ya.

—Esa no es la contraseña completa…

—…y tampoco enunciada de manera correcta —volvieron a completarse las frases.

—O lo haces bien o no abrimos —terminaron a coro.

Perry miró de reojo a Lucianne, que solo presenciaba aquel intercambio en silencio, sin saber cómo tomar todo aquello. El oficial cerró los ojos e hizo una mueca, armándose de valor para lo que tenía que hacer. Tomó aliento y comenzó a canturrear de forma atropellada.

—Soy una tetera pequeña y fuerte…

—No estás bailando.

—Llevas dos intentos, la tercera es la vencida.

El joven oficial alzó la vista hacia la esquina de la puerta y vio una pequeña cámara con una luz roja encendida. Los malditos estaban observándolo y únicamente hacían todo ese numerito para fastidiarlo al verlo llegar con una chica. No pudo más que tragarse el orgullo y darles lo que querían con tal de no perder más tiempo.

—…Soy una tetera pequeña y fuerte, esta es mi asa y este es mi pico; si me calientan silbaré; viértanme y vacíenme —repitió él desde el principio, haciendo los movimientos requeridos, lanzando una mirada mortal hacia la cámara. La puerta por fin se abrió y un par de jóvenes vestidos con jeans de mezclilla e idénticas chamarras aparecieron frente a ellos.

—¡Perry, qué sorpresa!

—¿A qué debemos el honor de tu visita?

Los dos muchachos sonreían, perfectamente conscientes de la humillación que le habían hecho pasar. El de la izquierda portaba una etiqueta con el nombre de Timmy y el de la derecha una que decía Jimmy, y si no fuera porque el primero tenía los ojos marrones y el segundo los tenía azules, bien podrían pasar por mellizos o al menos hermanos. Tenían incluso el mismo corte de cabello y usaban el mismo tipo de lentes.

—Muy graciosos. Hagamos esto de una vez, ya saben a lo que vengo.

—¿No nos presentas…

—…a la señorita? —se turnaron ambos, mirando a Lucianne con una gran sonrisa.

—Es Lucianne Fillian… Como en la hija del comandante Fillian —respondió Perry con un tono de advertencia.

—Ohhhh, la hija del jefe —dijeron a coro, dando un paso hacia atrás como si de repente les hubieran apuntado con una pistola—. Mejor no tentar a la suerte.

—Mucho gusto también… creo —dijo Lucianne.

—Mejor ahorrémonos todo esto y pasemos a lo que sigue; estamos cortos de tiempo —sugirió Perry, haciendo una seña para que todos entraran.

—Ah, claro, imagina lo que diría el jefe Fillian…

—…si se enterara que te has llevado a su hija a escondidas…

—…a tan tempranas horas de la mañana…

—…y que ha sido captado en video…

—…que puede accidentalmente filtrarse en la red oficial.

Ambos voltearon con sonrisas maliciosas y Perry entornó los ojos con los dientes apretados.

—…De acuerdo, ahora yo les deberé un favor a cada uno, ¿satisfechos?

—¡Oh, no, mi valiente oficial!

—Esto requerirá de mucho más que simplemente sacarnos de un apuro.

—Por ejemplo, hace un mes que no tengo tiempo de lavar mi ropa.

—Y sería agradable de vez en cuando comer algo más que no sean donas y pizza fría.

—Por un mes completo.

—Fines de semana incluidos.

Los dos tomaron aire al mismo tiempo para terminar a coro.

—Empezando desde mañana.

—O… tal vez alguien podría hacerle una llamada anónima a mi padre y decirle que un par de técnicos descarados han estado usando las instalaciones del departamento de investigaciones como su propio centro de entretenimiento. Quizá se me podría perder por ahí un lápiz labial o alguna prenda más íntima que los ponga en dificultades. Conozco todos los rincones y contraseñas que maneja mi padre, incluso los más escondidos, y podría tal vez alguien dejar ahí alguna evidencia que conduzca hacia ustedes. Para que lo tomen en consideración.

Los dos muchachos la miraron con ojos muy abiertos mientras Perry no podía evitar sonreír ante el cambio de circunstancias.

—…Ella da miedo.

—No hay que hacerla enojar.

—Adelante. Solo sígannos —terminaron sus frases una vez más, como parecía ser su costumbre, y se pusieron en marcha.

—Sí que están perturbadoramente coordinados —comentó Lucianne, observándolos casi con fascinación.

—Tenemos la teoría de que son la misma persona de distintas dimensiones, pero uno encontró la entrada a esta y ya no puede regresar. Nos falta aún decidir quién de los dos es el visitante —murmuró Perry mientras los seguían a unos metros de distancia—… Por cierto, aquello fue excelente.

—¿Te parece? Intenté canalizar a mi prima. Después de tanto tiempo conviviendo se me tenía que quedar algo, aunque estoy segura de que a ella se le hubiera ocurrido algo más cruel y contundente.

—Lo que dijiste fue perfecto —aseguró Perry y por un momento se sintió como en los viejos tiempos, cuando podían hablar con entera confianza sin tener sus muros arriba.

—Si lo que les preocupa es el tiempo…

—…tenemos ya todo conectado con las bases de datos de las escuelas en la ciudad.

Lucianne observó el área de sistemas compuesto de varios procesadores interconectados entre sí y a su vez convergiendo en un dispositivo central que proyectaba todo sobre una pantalla en la pared, del tamaño de una pizarra.

—Solo necesitamos saber el nombre del profesor…

—…y el halcón se encargará de extraer todos los datos concernientes a él que encuentre en las bases de datos.

—¿El “halcón”? —inquirió Lucianne.

—Así le llaman al sistema principal —aclaró Perry.

—Y de verdad necesitamos un nombre.

—No podemos simplemente buscar al azar.

—Ah, sí, claro… su nombre —dijo ella comenzando a temer la información que encontrarían ahí—. Es el profesor Tobías Leiffson.

Los dos técnicos pusieron enseguida manos a la obra mientras Perry parecía meditar acerca del nombre.

—…Me parece haber escuchado ese nombre antes.

—¡Tenemos coincidencias! —exclamaron ambos a coro y de inmediato la pantalla comenzó a llenarse de datos además de una foto reciente del profesor. Perry lo observó atentamente por unos segundos hasta que pareció reconocerlo.

—¿Él es el profesor acosador del que hablabas? Es amigo de tu padre; incluso me parece que hace años le dio una clase o algo así.

Lucianne no dijo nada; sabía que era al menos conocido de su padre desde que lo vio con él durante la reunión en la escuela, pero no tenía idea del tipo de relación que tenían.

—En la actualidad la única escuela en la que está laborando…

—…es el Instituto Saint Pearl.

—Esa es mi escuela —dijo Lucianne sin despegar la vista de la pantalla—… ¿Podrían revisar las anteriores, sus clases, cualquier incidente que haya tenido entonces?

—La última escuela en la que trabajó fue hace un año en la preparatoria Redmington…

—…y antes de eso fue consultor académico en la Instituto superior de Arkelance por más de veinte años.

—Y ahí impartió algunos cursos —Perry se unió también al intercambio entre los técnicos y estos le echaron una mirada como si hubiera interrumpido su dinámica muy bien establecida—… El jefe ha mencionado algunas veces las clases de criminalística que tomó con él.

—¿Podrían ver la base de datos en Redmington? Busquen todo tipo de reporte que pueda haber quedado asentado —pidió Lucianne, concentrándose de nuevo en la pantalla.

—Parece tener un registro limpio…

—…a excepción de un solo reporte el año pasado.

—¡Ese! Abran ese.

Siguiendo sus órdenes, abrieron el archivo y en la pantalla se desplegó un reporte con dos fotografías en los extremos: el del profesor en uno y el de Frank en otro. Perry enseguida miró a Lucianne al reconocerlo, aunque ella mantenía la vista fija en la pantalla.

—Según esto, el reporte no fue para él, sino para el estudiante Franktick Krunick…

—…por agravio a un profesor.

—¿Dice la razón?

—Discusión por una nota baja —respondieron ambos a coro. Lucianne no estaba satisfecha, pues aquello era lo mismo que le habían estado diciendo.

—¿…Hay forma de averiguar si fue modificado o si hubo algún reporte anterior a ese que haya sido eliminado del sistema?

—Cada que alguien entra y modifica algo deja alguna firma que queda grabada en el archivo del historial…

—…pero no siempre es posible rastrearlo si supo enmascarar muy bien su dirección IP.

—Pero aun así queda registrada su incursión, ¿no?

—Puedes apostarlo, hija del jefe —respondieron al mismo tiempo mientras tecleaban algunos códigos como si sus dedos volaran sobre el teclado.

Ella necesitó tomar aliento, esperando que hallaran algo más aparte de lo que ya sabía. La pantalla entonces cambió, quedando en blanco.

—Nada. El reporte no fue modificado…

—…ni hubo otro que haya sido eliminado antes.

—Es legítimo —finalizaron a coro.

—…No es posible —murmuró Lucianne, mordiéndose la uña.

—El estudiante dejó la escuela poco después de eso…

—…así que ya no hay más información a la que se le pueda vincular.

—¿…Dejó la escuela? ¿No fue expulsado?

—Según está asentado en el reporte, el profesor decidió no presentar cargos…

—…y fue sancionado en la escuela, pero no fue expulsado.

Lucianne frunció el ceño. No tenía sentido que, si le preocupaban tanto sus notas como para agredir a un profesor, decidiera de buenas a primeras abandonar la escuela a pesar de habérsele concedido una segunda oportunidad.

—¿…Podrían revisar los registros del Instituto Arkelance? Por si encuentran algo raro o al menos… que llame la atención.

Los muchachos se pusieron enseguida a ello mientras Lucianne seguía dándole vueltas al asunto en su cabeza. Debió haber un acuerdo antes de siquiera haber sido asentado el reporte, de eso estaba segura, pero la razón escapaba aún de su entendimiento.

—¡Mira nada más a quién nos venimos a encontrar!

—¡El señor brownie parece estar en todos lados!

—¿Eh? —Lucianne miró hacia la pantalla confundida y únicamente vio varias filas de códigos que no significaban nada para ella.

—Los registros del Instituto relacionados con el buen profe sí que han sido consultados varias veces, aunque no modificados.

—Y ni más ni menos que por toda una leyenda.

—¿De qué hablan?

Ellos resaltaron una parte del código que decía simplemente metabrownie209.

—Es el nombre de usuario que utiliza uno de los más escurridizos hackers de la ciudad.

—Ni siquiera nosotros hemos logrado rastrearlo.

—Y eso ya es decir mucho.

—Pero da unas buenas retas en el “Imperio de los dioses” online.

—El jefe nos mataría si supiera que jugamos en el mismo equipo.

—¡Pero es que su capacidad de enfoque y destreza es increíble!

—Gracias a él llevamos un récord de cero batallas perdidas y casi el máximo nivel…

—…con el que podremos crear nuestros propios mundos y nuevos niveles en el juego.

—¡Es una leyenda, les digo!

Lucianne no hizo comentario alguno. Sabía que Frank era hacker y apostaba lo que fuera a que aquel era su usuario, pero no pensaba decir nada que pudiera perjudicarlo. Lo que no entendía era qué había estado buscando en los registros del Instituto Arkelance sobre el profesor Leiffson. Solo le dejaba más dudas acerca de la verdadera razón del conflicto que habían tenido un año atrás.

Cuando salieron finalmente de ahí, Lucianne caminó callada e inmersa en sus pensamientos mientras Perry le abría la puerta del auto.

—No me dijiste que el amigo del que hablabas era él.

Lucianne salió de su ensimismamiento y volteó hacia él. Sus manos se mantenían al volante y la vista hacia el frente. Podía detectar la decepción en su gesto y tono, pero no tenía a nadie más a quien acudir.

—…Lo siento. Supuse que no querrías ayudarme si sabías que tenía que ver con él.

—¿No pensaste que te ayudaría solo porque me lo pidieras? —Lucianne no respondió, así que él dio un suspiro y se detuvo en cuanto estuvieron frente a su casa—… Que tenga un buen día, señorita Lucianne.

Ella volteó, dándose cuenta de que ni la miraba. Había vuelto a su actitud estrictamente formal. Le dolía, pero no podía hacer nada aparte de disculparse; tenía derecho a sentirse ofendido por haberlo usado de esa manera, aún cuando no fuera realmente su intención.

—…Lo siento —repitió antes de salir del auto y entrar sigilosamente de vuelta a su casa.

Demian observaba el celular que había hallado, pensando qué hacer con él. Tras comprobar el número, supo que pertenecía al padre de Marianne, y como no tenía forma de informárselo, sabía que debía hacérselo llegar a ella… pero dada su tendencia a mostrarse esquiva en lo que se refería a su padre, tenía sus reservas al respecto. Después de reflexionar por un rato, tomó su propio celular y comenzó a teclear un mensaje, pero en cuanto seleccionó el contacto de Marianne para enviárselo, titubeó de nuevo con indecisión, y justo cuando pretendía obligarse a apretar el botón de enviar, escuchó la voz de Vicky desde el piso de abajo.

—¡¿Bajarás a desayunar?! ¡Addalynn preparó waffles, tus favoritos!

El dedo de Demian se detuvo a unos centímetros de la tecla y finalmente decidió descartar el mensaje, apartando el teléfono.

—¡…Bajaré en un minuto! —dijo para luego volver la vista al celular hallado.

Quizá sería mejor salir a despejarse un poco. Apartó la silla del escritorio y de pronto el celular comenzó a sonar. Él se quedó en pausa, a medio levantar, observando el aparato en el escritorio mientras vibraba con cada tono. En la pantalla se mostraba que la llamada entrante provenía de un número desconocido. Vaciló sobre lo que debía o no hacer, hasta que finalmente tomó el celular y oprimió el botón para contestar. Permaneció en completo silencio, simplemente escuchando.

Interferencia al principio, estática, y luego una delicada voz femenina.

—Creo que me vio. —Demian trató de contener la respiración para no delatarse, aunque realmente no podría pronunciar palabra alguna, aunque quisiera. Hubo un instante de silencio en ambos lados de la línea, solo se escuchaba estática, hasta que la voz volvió a hablar—. ¿Noah?

Tras su distracción momentánea, Demian se obligó a aclararse la garganta y decir algo.

—¿…Hola?

Silencio. Interferencia. Estática y por último el sonido de la comunicación cortada. Demian apartó el celular de su oído y observó la pantalla con desconcierto, con el mensaje de llamada finalizada apareciendo en esta.

La voz… Estaba seguro de haberla escuchado antes, pero no recordaba dónde ni cuándo. Por eso se había quedado mudo al principio, le sonaba conocida, incluso familiar.

—¡El desayuno se va a enfriar! —gritó Vicky de nuevo y él se llevó el celular al bolsillo, decidiendo que sería mejor entregárselo a Marianne personalmente, y mientras más pronto, menos posibilidades de que lo malinterpretara (tras tenerlo un día).

Mientras salía de su habitación y caminaba por el pasillo, escuchó sonar el timbre de la entrada. Decidió que quienquiera que fuera, su hermana podría encargarse de ello y continuó su camino. Al bajar la escalera vio a Vicky abrir la puerta, intercambiar unas palabras con alguien y luego girarse en dirección a él.

—…Alguien vino a verte.

—Voy de salida. Di que venga más tarde o algo —dijo Demian, pero conforme llegaba al pie de la escalera, la vista hacia la puerta fue aclarándose de modo que vio a alguien esperando ahí de pie. Se detuvo al ver que era Mankee—… ¿Qué haces tú aquí?

—Por favor, solo escúchame. No quería que nada de esto pasara, ni pretendía engañarlos, lo juro —dijo Mankee colocando las manos al frente para indicar que no se marchara y lo dejara con la palabra en la boca.

Demian permaneció de pie con postura rígida y mirada huraña.

—¿Dónde dejaste a tus sirvientes? ¿Están rodeando la casa para irrumpir intempestivamente en cuanto nos acerquemos a dos metros de distancia?

—No. No harán tal cosa, lo prometo.

—…Pero SÍ están rodeando la casa.

—…No precisamente —respondió Mankee haciendo una mueca, y tanto Demian como Vicky se asomaron por detrás de él hacia el jardín del frente. Todo el espacio desde la reja hasta la entrada de la casa estaba ocupado por dos hileras de sirvientes con sus sables enfundados y vestidos con sus túnicas típicas—… No entrarán aquí, lo prometo.

—¿Ni siquiera tu novia o prometida o lo que sea?

—Ella no vino; se quedó en la cafetería dirigiendo los… —se obligó a callar, pensando que le molestaría enterarse de las remodelaciones sin su consentimiento.

—Continúa lo que ibas a decir; ya no importa de todas formas. El lugar ahora es tuyo, pensé que lo había dejado claro.

—Por favor, no digas eso. No puedo ver el lugar como mío cuando ni siquiera aceptaste pago alguno.

—No quiero tu dinero —replicó Demian cortantemente.

—…Creo que mejor los dejo solos —dijo Vicky, huyendo ahí para no verse inmiscuida en la discusión. Demian no se movió de su sitio y se mantuvo con los brazos cruzados, dejando claro que no sería él quien hablara, y Mankee observó incómodo al interior desde el umbral de la puerta.

—Uhm… ¿puedo pasar?

Demian giró los ojos y sin decir nada se dirigió hacia la sala, lo que él tomó como una respuesta afirmativa, y tras hacer una pequeña reverencia a una presencia invisible, entró y procuró cerrar la puerta para evitar que sus sirvientes lo siguieran.

—Que sea rápido, tengo cosas que hacer.

—…S-Sí, de acuerdo, rápido —dijo Mankee, sintiéndose tan abrumado que lo único que lograba era sentir dolor de cabeza—… Lo siento. De verdad lamento la forma en que ocurrieron las cosas, pero en mi defensa, de verdad pensé haber escapado de ese yugo. Solo quería un nuevo comienzo.

—¿…Yugo? Eres el maldito príncipe de una nación entera.

—Bueno… tanto como nación… En realidad, es más como un pequeño reino, no es muy extenso. Además, si lo piensas bien, no es tan distinto de rechazar el puesto de príncipe de las tinieblas.

—¿En verdad crees que es el mejor momento para traer eso a colación? —replicó Demian, levantando una ceja con gesto nada complacido. Mankee tragó saliva, consciente de que quizá se había extralimitado, y rápidamente optó por echar un vistazo alrededor para evitar mirarlo a los ojos.

—…Es una casa muy bonita —dijo él, tratando de cambiar de tema.

—Apuesto a que no es ni la décima parte de tu opulento palacio repleto de sirvientes.

—¡Por favor, lo estoy intentando! ¡De verdad lo intento! —dijo Mankee con un resoplido, llevándose las manos al cabello de la frustración—… ¿Qué puedo hacer para que me perdonen no haberles dicho desde el principio quién era en realidad? No podía con la responsabilidad que tenía sobre mis hombros, y en cuanto cumplí los dieciocho años comenzaron los preparativos de una boda que yo no deseaba para ascender a un trono que tampoco quería. Me entró pánico. Y luego todos esos rituales que estaba obligado a realizar como príncipe heredero… y Latvi… —pronunciaba su nombre casi con un dejo de terror, tiritando de escalofríos—… Decidí huir a unos días de la boda y la coronación. Conseguí que unos piratas aceptaran introducirme a un barco carguero como polizonte a cambio de todo el oro que llevaba encima. Claro que en un pirata nunca se puede confiar. Esperaron a que se corriera la voz de mi desaparición pues sabían que devolver al príncipe sano y salvo les reportaría una recompensa aún mayor; no se preocupaban de lo que yo pudiera decir de ellos, después de todo era el príncipe fugitivo que sería capaz de cualquier cosa por escapar. Así que siguieron de cerca el barco y en cuanto atracó en el puerto y me esfumé, debieron buscar ayuda de las autoridades de inmigración diciendo que yo era un criminal peligroso, de esa forma se aseguraban su cooperación sin llamar tanto la atención. Fue difícil al principio vivir de forma humilde, prácticamente con las manos vacías, pero lo prefiero mil veces a regresar ahí y esclavizarme a una vida que no quiero, así que sí, de cierta manera me sentía un esclavo.

—Pobre Mankee. ¿Esperas que sienta lástima por ti? —dijo Demian sin mostrarse conmovido en absoluto.

—No, yo solo… deseo que me entiendan —respondió Mankee, encorvando la espalda en ademán de derrota. Demian no dijo nada alrededor de un minuto, lapso en el que comenzó a reconsiderar su actitud.

—…No voy a aceptar ni un centavo por la cafetería. Lo sabes, ¿verdad? —comentó Demian y Mankee se limitó a asentir con la mirada hacia el piso—. No es por dinero. Fue prácticamente un regalo de mi padre y es especial para mí.

—Lo sé, también lo es para mí.

—Pero también estoy consciente de que últimamente no he hecho más que pasarme unos minutos para luego marcharme de nuevo. En ese sentido, el lugar es más tuyo y te has responsabilizado por él más de lo que podrías haberlo hecho por tu propio reino. Así que no veo por qué no puede continuar así. No necesitamos los ingresos del lugar, pueden hacer con ellos lo que quieran… aunque con el oro que aparentemente poseen dudo que también lo necesiten del todo.

—¿Estás queriendo decir que…?

—Cuando dije que podías quedártela, lo decía en serio. Lo único que pido es que no intenten cambiar su esencia; eso es lo que la hace especial.

—Ah… sí. Con… respecto a eso… —balbuceó Mankee, arrugando la frente—… Quizá Latvi se haya tomado algunas libertades… que no le correspondían. —Demian no dijo nada ni se movió, tan solo continuó mirándolo de aquella forma que parecía atravesarlo—… No… ¡No es tan malo como parece! Quizá quieras ir a echarle un vistazo mañana.

—…O quizá puedes empezar a usar tu estatus para hacer valer tus decisiones. Eres el príncipe, ¿no? Si no puedes luchar contra ello, al menos sácale algo de provecho. —Mankee se limitó a asentir con una mueca; era más fácil decirlo que hacerlo. Demian consultó su reloj—… Si eso era todo, creo que ya terminamos. Yo tengo que salir.

—¡Ah, sí, claro! Entonces… ¿estamos bien? —preguntó Mankee con reserva.

—Depende de las condiciones de la cafetería cuando pase a verla mañana —finalizó Demian, encaminándose hacia la puerta, pero apenas abrió y dio unos pasos afuera, una docena de sables apuntaron hacia él, que enseguida le dedicó una mirada de advertencia a Mankee mientras este reía nervioso y hacía señas a sus hombres para que bajaran las armas.

Recostada en la cama, Marianne leía la carta una vez más. Ya prácticamente se la había aprendido de memoria, pero volvía a ella como si estuviera intentando desentrañar algún mensaje escondido entre líneas. No había bajado a cenar ni tampoco a desayunar después de haber discutido con su madre, pero sabía que tarde o temprano tendría que dar su brazo a torcer, y dados los gruñidos de su estómago, al parecer sería antes de lo que deseaba.

—¡Saldré a hacer las compras! —gritó su madre desde abajo y Marianne se incorporó levemente, aguzando el oído. Apenas escuchó el sonido de la puerta, se apresuró a asomarse por la ventana y alcanzó a ver a su madre cruzando la esquina. Aquella era su oportunidad de bajar y ver qué había para comer.

Usó la escalera de servicio para bajar a la cocina y se puso a revisar el refrigerador. Desde la sala le llegaba el sonido del televisor y los gritos de su hermano, probablemente jugando alguno de sus videojuegos. Finalmente decidió hacerse un emparedado y mientras se lo comía, seguía dándole vueltas a la carta. Si esta probaba la decisión final de su padre (escogerlos a ellos sobre aquella mujer), entonces no entendía por qué le había pedido el divorcio a su madre. Los adultos eran complicados.

No tardó en acabarse el emparedado, y una vez satisfecha su hambre, era hora de volver a su habitación, pero antes pensó en echarle un vistazo a su hermano para asegurarse de que todo estaba bien.

Salió por la puerta y atravesó el comedor hasta tener una vista más clara de la sala. Samael y Loui estaban en medio de una batalla de “Imperio de los dioses” a modo de dos jugadores, y mientras el ángel se mantenía concentrado en su lado de la pantalla y sus dedos manipulaban el control con increíble destreza sin inmutarse siquiera, el niño se la pasaba brincoteando, lanzando gritos y agitando su control de un lado para otro como si con eso fuera a corregir el rumbo del juego. Finalmente, la partida terminó, dejando a Samael como vencedor mientras Loui se derrumbaba derrotado sobre el sillón.

—¡¿Cómo te hiciste tan bueno de la noche a la mañana?! ¡¿Únicamente por leer el instructivo?! ¡No es justo, yo también quiero convertirme en experto solo por leer algo una sola vez!

—¿Te encuentras bien? —preguntó Samael al notar la presencia de Marianne.

—…Lo estoy, gracias por preguntar —respondió ella, tratando de minimizar el asunto.

—¿Ya terminaste de arruinar la familia con tus acusaciones o aún te quedan más bajo la manga? —dijo Loui, mirándola con rencor.

—No hice ninguna acusación, al menos no una falsa. Que tú prefieras hacerte al ciego por conveniencia es diferente.

—¡La-la-la, no te escucho! —Loui tomó de nuevo el control de la consola y volteó hacia la pantalla—. ¡Quiero la revancha, juguemos otra vez!

Marianne puso los ojos en blanco y se dirigió a las escaleras.

—¿Quieres hablar? —preguntó Samael antes de que se marchara, sosteniendo aún el control.

—Ya te dije que estoy bien —respondió ella, haciendo un gesto con la mano para que lo dejara pasar—. Tú sigue jugando. Yo estaré en mi cuarto haciendo algo de tarea. Patéale el trasero a ese gusano.

—¡Ni creas que te dejaré ganar otra vez! —exclamó Loui tras iniciar un nuevo juego.

Samael dirigió una última sonrisa a Marianne antes de volver a concentrarse en la pantalla. Ella se dispuso a subir las escaleras y a medio camino escuchó que tocaran a la puerta. Como dudaba que alguno de los dos se moviera de la sala tras comenzar un nuevo juego, no tuvo más remedio que regresar sobre sus pasos.

—¡Ya voy! —En efecto, ninguno de los dos se movió de la sala, totalmente inmersos en el juego, así que ella giró los ojos y abrió la puerta sin entusiasmo, y cuando levantó la vista y vio a quien tenía al frente, no pudo evitar contraer el ceño confundida—… ¿Tú?

Después de conseguir que aquella docena de hombres saliera de su propiedad escoltando a Mankee como si estuvieran en medio de un desfile, Demian pudo al fin ocuparse de lo suyo. Salió a pie, pues podía llegar caminando a casa de Marianne, y de todas formas no tenía planeado ir a ningún otro lado después.

Casi al llegar, caminó a lo largo de la casa y miró de reojo hacia las ventanas por si alguien se asomaba, pero en ese momento todas estaban cerradas. Continuó hacia la esquina, pero al llegar a un ángulo que le permitía visualizar el frente, se detuvo al ver que ella ya se encontraba en la puerta con alguien más. Enseguida retrocedió y se pegó a la pared de costado antes de siquiera darse cuenta de que no tenía motivos para esconderse, pero siguió ahí, asomándose cautelosamente por el borde.

Delante de Marianne, Dreyson estaba parado con la espalda derecha y las manos metidas a los bolsillos de aquellos jeans que formaban parte de su nuevo guardarropa. De forma similar a las poses de modelos de revistas.

—¿Cómo supiste dónde vivo? —preguntó ella tras salir de su sorpresa inicial.

—Está en los expedientes de la escuela —respondió él como si fuera de lo más normal husmear en documentos privados.

—Pero ¿qué…? ¿Por qué estás aquí?

—Estuve pensando en lo que dijiste el otro día sobre estar utilizándote, y tienes razón, quizá lo estaba haciendo —dijo Dreyson mientras ella mantenía su expresión cauta—. Por eso decidí venir y solucionarlo.

—Mmmh… bien —respondió Marianne, considerándolo otro de sus comportamientos extraños—. Es muy… amable de tu parte que hayas venido a disculparte por eso… cuando pudiste hacerlo mañana en la escuela, pero bastaba con…

—Sal conmigo —dijo Dreyson abruptamente. El ceño de Marianne se contrajo hasta que sus ojos se redujeron a rendijas.

—¿…Cómo dices?

—Eres la única persona con la que he tenido algún tipo de conexión desde que llegué. No te intimidas fácilmente y eso me gusta. Así que salgamos. Ahora mismo. Tenemos todo el día por delante.

Marianne continuó mirándolo incrédula con la boca abierta, tratando de decidir si lo decía en broma o se trataba de alguna clase de juego.

—¡…Oh, por dios, me han invitado a salir! ¿Qué haré? ¿Qué me pondré? ¡Oh, ya sé! Cerraré la puerta y haré como que esta conversación no ocurrió. Vete a casa, Dreyson. —Y cerró la puerta sin darle la oportunidad de decir nada más.

Él parecía confundido ante su reacción y volvió a tocar. Marianne abrió de nuevo y lo miró con impaciencia.

—Hablo en serio. No tienes nada que perder.

—…Pffff, escucha, no me importa qué tan sincero seas, no saldré contigo y nada me hará cambiar de opinión —respondió ella cada vez más exasperada, empujando la puerta con la intención de cerrar de nuevo, pero Dreyson la bloqueó con el pie.

—Quizá me quede aquí parado frente a tu puerta hasta que aceptes, si no hoy, al menos algún otro día, no tengo ninguna prisa. ¿Qué dices entonces? —dijo él con una media sonrisa, a lo cual ella respondió entornando los ojos. Tras unos segundos en silencio, finalmente respondió.

—…Nop. Será mejor que te sientes. Y cuidado con el sol —finalizó ella, consiguiendo cerrar por fin la puerta.

Demian tuvo que reprimir una risa mientras Dreyson parecía realmente perplejo ante su inesperada respuesta, aunque acabó riendo y meneando la cabeza. Hizo el ademán de tocar la puerta de nuevo, pero un ruido lo detuvo y volteó, descubriendo a Demian en la esquina. Este hizo una mueca ante su descuido y decidió que no tenía caso seguir ocultándose. Se apartó de la pared y avanzó unos pasos como si apenas estuviera llegando.

—¿…Esperas algo? —preguntó Demian, deteniéndose a unos metros de la entrada con postura despreocupada. Dreyson solo lo miró de arriba abajo y se enderezó, apartándose de la puerta.

—…Ya me iba.

Demian reprimió otra sonrisa ante su marcha y recorrió los pasos que le separaban de la entrada.

Marianne soltó un bufido de exasperación, dándole la espalda a la puerta, y notó que Samael y Loui la observaban desde la sala con el juego pausado.

—¡¿…Qué?!

Los dos se limitaron a arquear las cejas y el niño quitó la pausa del juego. Ella dio otro resoplido y ya se disponía a subir las escaleras cuando volvió a escuchar golpes en la puerta, de modo que regresó de mala gana y abrió una vez más.

—¡¿Ahora qué?! —Al ver a Demian frente a la puerta, titubeó por un instante—… Lo-Lo siento. Pensé que era… ya no importa.

—Parece que tenías visita.

—No fue nada. ¿Qué estás haciendo aquí?

Demian revisó en su bolsillo y se aseguró de que el celular seguía ahí.

—¿Sabes si a tu padre se le perdió algo recientemente?

—¿Cómo sabes que…? —Él extrajo el celular de su bolsillo y lo colocó frente a ella—… ¿De dónde lo sacaste?

—Lo encontré ayer… en el cementerio —respondió él, estudiando su reacción para saber si debía o no entrar en más detalles.

—¿Qué? —dijo ella, tomando el celular con expresión cada vez más confusa—. Pero ¿cómo acabó ahí?

—No sé, yo solo lo encontré cuando iba de salida, junto a una lápida. Fue una sorpresa al recogerlo y ver que tenía llamadas perdidas tuyas.

Marianne siguió observando la pantalla del celular sin atreverse a revisar su contenido ni responder, con extrañas ideas comenzando a rondar por su mente.

—¿…Todo bien o hay algún problema con el celular?

—No, no. Yo misma se lo entregaré a mi padre en cuanto tenga la menor oportunidad.

—Hay… algo más —decidió él continuar pese a su vacilación inicial—… Esta mañana hubo una llamada de un número desconocido.

Marianne pensó de inmediato en la mujer con la que se había topado en el hotel, pero no podía decir nada al respecto. Tan solo levantó la mirada hacia Demian y vio su expresión cautelosa, esperando a su reacción.

—¿Respondiste? ¿Dijo algo? —preguntó, tratando de mostrarse lo más casual posible, pero él percibió su tensión y dudó unos segundos antes de contestar.

—Lo hice… pero no escuché nada. Era solo estática e interferencia.

—…Bien. Gracias por traerlo —dijo ella con un intento de sonrisa que no salió tan natural como esperaba—. Fue una suerte que lo encontraras. Lo creíamos ya perdido definitivamente.

—No fue nada… Bueno, debo regresar. Solo vine a entregarte eso. Iba a esperar hasta mañana, pero supuse que lo necesitaría antes por su trabajo.

—…Claro, su trabajo. Te lo agradezco nuevamente.

Él se despidió mientras salía del porche y daba la vuelta a la esquina. Una vez que lo perdió de vista, ella volvió a sacar el celular y lo observó fijamente, tomando una decisión. Tenía algo que comprobar.

Entró de nuevo a la casa y se apresuró hacia las escaleras.

—¿Todo en orden? —preguntó Samael, desviando por un momento su atención de la pantalla para comprobar su estado de ánimo.

—Perfectamente —respondió ella, pasando de largo.

El ángel la siguió con la mirada hasta que subió las escaleras, tiempo suficiente para que Loui aprovechara su distracción y acabara con su ejército.

—¡Sí! ¡Corona recuperada! ¡Sigo siendo el campeón! —celebró Loui mientras Samael apenas y volvía la vista a la pantalla para darse cuenta de que había perdido.

—…Otro juego —pidió él, asiéndose a los controles para empezar de nuevo.

Apenas llegó a su habitación, Marianne se acomodó en su escritorio donde había dejado el sobre, y dedicó ahora su completa atención al celular de su padre.

Sabía que era incorrecto, pero era algo que necesitaba hacer. Con un movimiento rápido del pulgar comenzó a revisar los contactos registrados en el teléfono, pero no halló nada fuera de lugar. Tenía sus teléfonos, el de su madre, tenía el de Demian y otros nombres seguidos de referencias que apuntaban a su trabajo actual. Nada extraño. Ningún nombre sospechoso o alguna palabra que pareciera en clave. Revisó también sus mensajes, tanto recibidos como enviados, pero únicamente tenía guardados los de ellos. Decidió entonces buscar en el registro de llamadas y ahí estaban las llamadas perdidas que ella había hecho, tal y como Demian había dicho. Pero la última llamada recibida esa mañana captó su atención, era un número no registrado.

Volvió a pensar en la mujer, pero no le veía el sentido a que su número no estuviera registrado, a menos, claro, que él hubiera previsto una situación así, que alguien de la familia pudiera indagar en él. Podía ser distraído en apariencia, pero también debía ser bastante precavido en tales asuntos como para haberlo podido mantener oculto de ellos por tanto tiempo.

Su dedo se mantuvo por encima de la tecla de llamada, preguntándose si alguien respondería al ver que provenía del teléfono de su padre. ¿Qué diría entonces? No podía imaginarse a sí misma advirtiéndole a una desconocida que se mantuviera alejada de su padre; en todo caso lo mismo tendría que hacer con el padre de Angie. Al final, la curiosidad pudo más: presionó el botón de llamada y permaneció muy quieta, esperando a que respondieran. Pasaron unos segundos con el tono de marcado hasta que un mensaje pregrabado le anunció que el número al que intentaba llamar no existía. Intentó una vez más sin éxito hasta que terminó depositando el aparato a un lado del sobre.

Un teléfono desechable. Tenía que ser eso. El motivo por el cual tuviera que recurrir a tales métodos escapaba de su razón, pero le daba mala espina. Como si estuviera huyendo de algo. De qué forma su padre se habría involucrado con una mujer así, no tenía idea… pero ya no quería seguir pensando en ello. Ya no podía más. Necesitaba un descanso. Así que guardó la carta en el interior de uno de sus pesados libros de cálculo y salió, llevándose el celular con ella.

Más tarde esa noche, Loui se había instalado solo en la sala con otro videojuego más y el transmisor a un lado suyo, aunque no hubiera obtenido ningún resultado hasta ahora. Aún confiaba en que tarde o temprano algo ocurriría, pero podía ser realmente cansado a veces.

Concentrado como estaba en la pantalla, al principio no escuchó el sonido de estática proveniente del transmisor hasta que escuchó un exasperado “¡Contesta, maldita sea!”. De inmediato pausó el juego y volteó hacia el aparato como si hubiera oído hablar a un muerto. Normalmente él era quien se comunicaba con los tres bravucones todas las noches para verificar que estuvieran haciendo sus rondas tal y como les había ordenado, pero no habían tenido ningún reporte para él. Hasta ahora.

—¿Qué noticias hay, comando beta? —preguntó Loui, recuperando el control sobre sí y sosteniendo el transmisor.

—Movimiento sospechoso en bodega abandonada cerca de la costa. Se escuchan cantos y entró un encapuchado.

Loui sintió una corriente de adrenalina corriendo por su cuerpo. Sabía lo que significaba aquello, una oportunidad de demostrar su valía. Apagó el juego y se dirigió a las escaleras, llevándose el transmisor consigo.

—¡Iré a dormir!

—¿Tan pronto? —preguntó su mamá, asomándose desde la cocina—. Son apenas las ocho, normalmente a las diez tengo que estar obligándote a que te vayas a dormir.

—Tengo mucho sueño. Estuve todo el día jugando —dijo él, confiando en que aquella excusa funcionaría. Una vez en su habitación, volvió a levantar el transmisor mientras abría su ventana y parecía hacer unos cálculos visuales—. Dame la ubicación exacta y estaré ahí en unos minutos.

Había unas cuantas ventajas que sacar de su estatura y complexión; consiguió deslizarse sigilosamente por el tubo a un lado de su ventana y se perdió en la noche. Para llegar a la costa le tomó diez minutos en el autobús, pero finalmente consiguió encontrar el sitio indicado. Era un edificio abandonado que debió haber funcionado como un gran almacén en otros tiempos, cubierto ahora de grafiti, con ventanas rotas y muros descascarados. Rodeó el lugar y se dirigió al fondo, donde se apilaban varias cajas de desechos. Ahí se encontraba el niño con cabeza de cepillo, observando la bodega con un par de binoculares y oculto entre pilas de basura.

—¿Cuál es el informe hasta ahora? —preguntó Loui en cuanto se sintió a salvo detrás de aquellas cajas.

—Hace media hora que están ahí dentro. Se escuchan voces, risas e invocaciones. Nadie más ha vuelto a entrar o salir.

—Suena más bien como una fiesta o reunión secreta.

—Escucha, enano, he hecho lo que pediste, reportarte cualquier actividad extraña o persona encapuchada sospechosa. Por lo que a mí respecta, mi trabajo aquí ha terminado, así que toma tu mugre juguete y sigue jugando a los detectives tú solo. Yo me voy a casa —dijo el chiquillo, entregando su transmisor.

—Tú no te vas a ningún lado —espetó Loui de forma rotunda y el muchacho cabeza de cepillo no pudo evitar volver al mismo punto en contra de su voluntad—. Te quedarás hasta que salgan de ahí u ocurra algo.

—…En algún momento estarás distraído y cuando eso ocurra, no querrás saber lo que te espera —refunfuñó el chiquillo y Loui le dedicó una mirada severa.

—…Haz silencio —reviró él sin dejarse intimidar, haciéndolo callar en el acto.

Las desvencijadas puertas traseras se abrieron y ambos se ocultaron lo mejor que pudieron para observar. Un grupo de personas salieron entre risas, vistiendo unas especies de batas con capucha, que al quitárselas dejaban a la vista que no eran más que adolescentes comunes.

—¿Habrá otra sesión mañana por la noche?

—Sin duda, y habrá que traer más velas negras. Que alguien consiga una copa como de esas que usan en la iglesia; quizá con unas cuantas gotas de sangre las cosas se pongan más interesantes —respondió uno de los chicos mientras los demás reían y compartían impresiones hasta que otro de ellos les pidió de pronto guardar silencio y señaló hacia el frente del edificio. Una figura a contraluz iba aproximándose.

—…Yo me largo de aquí —dijo el chico cabeza de cepillo, aprovechando la distracción para escabullirse entre los desechos y cajas apiladas antes de que Loui pudiera hacer algo al respecto. Él se mantuvo en su escondite, observando también con fascinación la figura que se aproximaba, hasta que esta finalmente llegó al final del camino y se detuvo a unos metros del grupo de adolescentes. Tenía un suéter gris de capucha y las manos metidas en los bolsillos del frente.

—Si vienes por la sesión, llegas tarde, acaba de terminar. Pero habrá otra mañana, por si quieres unirte —informó el cabecilla y el recién llegado únicamente ladeó la cabeza de forma inquietante. Las risas pronto se disiparon y el grupo se sumió en un silencio perturbador ante aquella presencia que se interponía entre ellos y el camino que los conduciría fuera de aquel terreno—… Pues nos vamos, por hoy se acabó. Andando.

Los muchachos intentaron dar un rodeo a la figura que les bloqueaba el paso, y de pronto esta giró bruscamente la cabeza en su dirección, con un movimiento que les heló la sangre. Antes de que pudieran reaccionar, el encapuchado saltó sobre el muchacho de en medio y lo retuvo contra el piso mientras el resto del grupo gritaba. Algunos intentaron escapar, otros acudir en ayuda de su compañero, el alboroto era tal que ni se dieron por enterados del momento en que fueron arrojados al piso y contra las paredes, la mayoría perdiendo la conciencia. La figura se inclinó más hacia el muchacho que tenía inmovilizado con su peso, y bajo la capucha no se vio más que el brillo de unos ojos dorados y una sonrisa que se ensanchaba ante una caza exitosa.

Loui contempló la escena, aturdido y conteniendo el aliento al darse cuenta del peligro que corría. Había sido completamente imprudente el haber acudido ahí. ¿Qué podía hacer? Nada, solamente mantenerse quieto y procurar no llamar la atención. Y mientras la figura encapuchada arremetía contra sus indefensas víctimas, el niño hizo lo único que se le ocurrió de utilidad en el momento: sacar su teléfono y grabar.


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