3. LA INVOLUNTARIA ATRACCIÓN DEL ICEBERG
Era extraño comenzar las clases con casi la mitad del salón faltante y la incertidumbre de lo que debían hacer a continuación. A pesar de la ausencia masiva, la maestra decidió no retrasar su plan de estudios ni siquiera por un día y formó equipos.
—…Ustedes tres, los estudiantes de traslado, formarán un equipo.
Vicky alzó la vista al darse cuenta de que señalaba en su dirección y miró primero a Addalynn que seguía tan inexpresiva como siempre y luego al descuidado chico de lentes que por primera vez apartaba la vista de la espalda de Addalynn y miraba hacia el frente.
—Y tú. Tú te les unirás —agregó la maestra, apuntando hacia Marianne. Ella pegó un brinco y miró a los lados.
—¿…Se refiere a mí?
—Así es, formarás equipo con ellos; ahora, ustedes tres… —continuó la profesora, señalando ahora a sus tres compañeras—, serán el segundo equipo; y también se les unirá…
Su mirada volvió a pasearse por el aula, buscando un cuarto integrante para aquel equipo recién formado, pero antes de que pudiera añadir a alguien más, Lilith saltó.
—¡Kri, que diga, Kristania! Que sea Kristania —sugirió ella y sus amigas le dedicaron miradas horrorizadas.
—Está bien, pero será su responsabilidad ponerla al corriente de lo que veamos hoy. Pasemos ahora al tercer equipo…
Lilith se acomodó en su asiento satisfecha de su acción hasta darse cuenta de las miradas que sus amigas le lanzaban.
—¿…Qué? ¡Es Kri! —dijo ella, como si esa fuera razón suficiente. Sus amigas se limitaron a menear la cabeza con incredulidad.
Marianne, por su parte, dio un suspiro al verse atrapada en otro equipo. Vicky le caía bien, pero aún no sabía qué pensar de Addalynn, y lo que era el chico de lentes, prefería ni pensar en él.
—¿Querrían reunirse esta tarde en mi casa? —los abordó Vicky en cuanto terminó la clase, de pie frente a Marianne y tratando también de dirigirse al chico dos asientos aparte, que no parecía siquiera prestarle atención—… Ya saben, para irnos acoplando como equipo y ponernos de acuerdo con la investigación que debemos entregar la próxima semana.
Marianne miró de reojo a Addalynn, que permanecía inamovible en su asiento, y luego hacia el chico detrás de ella. No tenía idea de lo que sería tratar con aquellos dos, pero al menos debía dar de su parte por sacar el equipo adelante con Vicky.
—…Claro, tú di la hora, ya sé cómo llegar a tu casa —respondió finalmente.
—¡Me imaginé que ya sabrías! —replicó ella con una sonrisa más relajada y a continuación extendió un pedazo de papel hacia el muchacho—… Es mi dirección.
El muchacho no respondió ni tomó el papel, únicamente lo observó sin cambiar de posición.
—…Bueno, supongo que a las 5 estaría bien. Los estaremos esperando.
—Ahí estaré —respondió Marianne con una sonrisa para devolverle la confianza. Vicky regresó a su asiento y ella volvió a contraer el rostro, dedicándole una mirada de reproche al chico de lentes que parecía desinteresado; era como si hubiera decidido ignorar a todos.
…
—No voy a decir que te compadezco, porque al menos así tienes una excusa para ir a casa de Demian, pero sin contar a Vicky, te ha tocado un equipo difícil —comentó Angie mientras caminaban en dirección a la salida.
—¿Por qué necesitaría una excusa para ir? Además, podría ser peor, al menos en mi equipo no está Kristania.
—…Sí, eso habrá que agradecérselo a Lilith.
—¿Por qué dices eso? —intervino Lilith como si no tuviera sentido el que no quisieran hacer equipo con Kristania.
Al llegar a la intersección vieron que Mitchell ya estaba en las escaleras esperándolas y Belgina se retrasó a propósito para ocultarse detrás de las chicas. Marianne enseguida notó que ni Samael ni Demian estaban con él.
—¿Dónde está Samuel? —Angie fue la primera en preguntar, ansiosa como siempre por verlo.
—No tengo idea, después de lo que hablamos desapareció y no ha regresado desde entonces.
—¿Cómo que desapareció? ¿No dijo a dónde iba? —intervino Marianne, contrayendo el entrecejo y sacando enseguida su celular para tratar de localizarlo.
—Pierdes el tiempo, yo también ya lo intenté y no contesta.
Marianne bajó nuevamente el móvil dando un resoplido y comenzó a teclear un mensaje. Vicky y Addalynn ya estaban apostadas en la puerta lateral para esperar a Demian mientras varios chicos observaban a la segunda como si estuvieran decidiendo quién iría primero.
—Alguien debería decirles que Demian está en Tae, saldrá más tarde —comentó Mitchell, señalándolas con la mirada. Las chicas voltearon hacia ellas y notaron que los muchachos habían decidido por fin acercarse en grupo mientras Addalynn trataba de ignorarlos.
—¿…Que no pueden dejar a esa chica en paz? Claramente no quiere ni que le dirijan la palabra —dijo Marianne, guardando el móvil de nuevo.
—Ni ellos ni nadie, parece que su círculo social se limita exclusivamente a Vicky —agregó Angie mientras observaban todo con atención. Addalynn solo respondía con monosílabos y una expresión gélida de total desinterés. Y, sin embargo, los chicos seguían haciendo el intento.
—¿Qué estamos viendo? —Lucianne preguntó al unírseles.
—Ese grupo de chicos intentando por todos los medios hablar con Addalynn.
Ella ya se había dado la vuelta, dejándolos con la palabra en la boca, pero ellos persistían.
—…Ya no puedo seguir viendo esto —bufó Marianne, afianzando su mochila al hombro y caminando en aquella dirección, con los demás siguiéndola en fila—… Oigan, si van a esperar a Demian, quizá prefieran hacerlo en otro lado, él no va a salir ahora mismo.
Ante aquella repentina interrupción, los muchachos no tuvieron más remedio que desistir y retirarse. Vicky volteó hacia ella casi agradecida, aunque Addalynn parecía tan ecuánime como siempre.
—Acompáñennos a la cafetería, ahí podrán esperar por él.
—¡Ah, sí! ¡Tenía muchas ganas de conocerla!
Marianne sonrió en respuesta y vio que Loui ya iba saliendo de su corredor.
—…Sigan a los demás, yo ahora los alcanzo —dijo ella, yendo por su hermano.
—¡Adiós, “pastelito”! —gritaron unos niños al pasar junto a Loui, alejándose entre risas. Él ni volteó, mantuvo la cabeza gacha y gesto de enfado.
—¿Acaban de llamarte…?
—¡No es nada, ¿de acuerdo?! Vámonos ya.
—No iré a casa aún, tengo algo que hacer antes.
—Entonces te sigo —resolvió Loui, apurado por salir de ahí.
—No puedes estar con nosotros, ya te lo he dicho muchas veces.
—¿Harás que me vaya caminando solo a casa? —Su hermano la miró con reproche.
—Existe el autobús, ¿sabes? ¿Y la hermanita de Lilith qué?
—Tiene sus propios amigos —espetó Loui, arrugando más el entrecejo.
Marianne lo observó, intentando discernir qué lo tenía así, aunque dada la forma en que aquellos niños lo habían llamado, no era muy difícil adivinar que lo estaban molestando. De alguna manera se sintió culpable. Esa era su escuela después de todo y a pesar de que ella había recibido un trato similar a su llegada, ahora se sentía conforme con su estatus no precisamente por encima de la media, pero al menos tenía amigos.
—…Está bien, pero no molestes ni te metas en nuestra conversación —aceptó Marianne y Loui enseguida fue tras ella.
—¿Y el primo Samsa dónde está?
—…Tuvo algo que hacer. Y deja de llamarlo así.
Cortaron paso por la puerta lateral que daba a la parada de autobús. Apenas iban saliendo cuando escucharon la bocina de un auto sonar con insistencia, como si estuvieran bloqueando la calle. Un coche se acercó a ellos y bajó la ventanilla. Era su madre.
—¡Qué bueno que los encuentro! Pensaba llevarlos a algún lugar a comer.
Marianne levantó una ceja con incredulidad. Su madre nunca había ido a buscarla al salir de la escuela, y si llevaba a Loui era porque trabajaba en su anterior escuela. Después de que le arrebataran el don y estuviera internada en el hospital por tanto tiempo, había dado el trabajo por perdido, pero afortunadamente se lo habían devuelto. Terminaba antes de su horario usual de salida, pero aquella repentina idea de llevarlos a comer a algún lugar parecía obedecer a otro motivo. Después de todo, su padre había dicho que iría a visitarlos todos los días e incluso los llevaría a comer.
—¿Qué esperan? Suban, ¿no está Samuel con ustedes? Que también venga —insistió ella, abriendo la portezuela del copiloto. Había en su extensa sonrisa un destello maniaco que hacía a Marianne sospechar que quizá aquello no fuera más que otra de las represalias infantiles que solía tomar contra su padre cada que algo la frustraba o hacía enojar.
—…Lo siento, yo tengo algo que hacer y Samuel dijo que estaría en la biblioteca de la escuela… pero Loui está más que puesto —dijo ella, dándole un empujón a su hermano y aprovechando la oportunidad de zafarse de él.
—¡Oye! —reclamó el niño, dedicándole una mirada de encono.
—¡…Bien, perfecto, sólo seremos Loui y yo entonces! ¡Como siempre ha sido! —espetó su madre con tono de reproche mientras ajustaba el cinturón de Loui.
Marianne se limitó a poner los ojos en blanco, conociendo ya de antemano sus tácticas pasivo-agresivas.
—¡…Y no llegues tarde a casa! —dicho esto, el auto se marchó, dejando a Marianne sola como inicialmente pretendía.
Tomó aliento con la intención de relajarse y cuando se disponía a cruzar, notó que en la parada estaba sentado el desaliñado chico nuevo. Parecía estar esperando el autobús, aunque miraba fijo hacia un punto lejano que sus lentes no permitían distinguir. Sin embargo, a Marianne no le quedaba la menor duda de que estaba mirando hacia la cafetería, donde Addalynn debía estar en ese momento. Casi le dieron ganas de decirle lo perturbador que se estaba comportando, pero luego recordó lo grosero que había sido y se contuvo. No era su problema, después de todo.
—Pensé que ya te habrías ido.
Marianne dio un respingo y vio a Demian detrás de ella. Traía su bolsa de deporte al hombro y el saco del uniforme amarrado a la cintura.
—Aún no me acostumbro a estos nuevos horarios, no consideré que tendría Tae a última hora.
—No te preocupes, Mitchell nos avisó. Ahora mismo estaba yendo a la cafetería. Ahí están tu hermana y Addalynn, por cierto —respondió ella, mirando de reojo a la parada de autobús para ver si el chico reaccionaba ante la mención del nombre, pero este ni se inmutaba. Tal vez ni siquiera estuviera prestando atención. Demian también volteó con extrañeza y Marianne decidió cruzar la calle—… Bueno, supongo que debes tener prisa, así que mientras más pronto me digas lo que tengas que decir, mejor para ti.
Demian la detuvo de la muñeca y una corriente eléctrica los recorrió al contacto. Marianne lo miró con expresión inescrutable y él le sostuvo la mirada.
—…Quizá sea mejor evitar las multitudes para lo que tengo que decirte.
Una punzada en el estómago. Algo dentro de ella comenzó a arder mientras que, por el contrario, su piel se enfriaba.
—¿…De qué se trata? —preguntó tratando de sonar ecuánime. Hacía lo posible por no apartar la mirada, pero no podía evitar mirar de reojo la mano que la sujetaba.
Demian tomó aliento y se mantuvo serio; sabía que el tema iba a ser incómodo, así que debía prepararse para abordarlo. Incluso sentía un cosquilleo en la muñeca, pero trató de mantener la mano firme.
—Recibí ayer una llamada de tu padre. —Pudo sentir bajo sus dedos cómo se tensaba hasta quedar su brazo engarrotado, pero aun así no la soltó—. Fue justo después de… esgrima. No sabía de qué forma decírtelo con los demás presentes.
Marianne no dijo nada. Estaba muy ocupada tratando de ordenarle a su cuerpo que respondiera y no parecer una idiota mientras pensaba en el asunto de su padre. No era algo de lo que quisiese hablar nunca. Ni con él ni con nadie.
—Me pidió ayuda para encontrarle un lugar dónde quedarse —continuó Demian en vista de que ella no hablaba. Marianne de inmediato se crispó y se soltó bruscamente.
—¿…Qué clase de ayuda? —preguntó ella finalmente, sintiéndose enferma de solo pensar que su padre hubiera sido capaz de aprovechar su posición como tutor legal de Demian para pedirle ayuda económica, lo cual él pareció captar pues enseguida sacudió la cabeza en ademán negativo.
—No, no. No del tipo de ayuda que estás pensando —aclaró él de inmediato—… Solo me pidió encontrarle algún hotel donde pudiera quedarse por un tiempo. De hecho, le ofrecí quedarse en mi casa, pero él se negó.
Debería haber sido un alivio para ella, pero no lo era. Lo único que podía pensar era que ahora Demian conocía la situación que tenía en casa y no quería inspirarle lástima ni que se sintiera con la obligación de ayudarles. Estaba a gusto con su actual equilibrio kármico, no quería que aquello lo echase a perder.
—Solo quería decírtelo —agregó él, llevándose las manos a los bolsillos, dudando si debió decirle, pero consciente de que tenía derecho a saberlo—… Puedes hablar sobre ello cuando desees.
Ella lo miró. Justo lo que temía. La frase que la convertía en una obra de caridad. Ni siquiera soportaba cuando Samael la decía y eso que él era su ángel guardián. Se mordió el labio y apartó la vista en busca de un escape. Y entonces notó que el chico sentado en la parada de autobús se había enderezado un poco, con la vista al frente, aunque su postura indicaba que parecía interesado en lo que ocurría a unos metros de él.
—…Crucemos. Tu hermana espera —dijo ella, dedicando una mirada de disgusto hacia el chico en la parada de autobús y dándose la vuelta para cruzar la calle.
Demian solo miró de soslayo al chico. Parecía ocuparse en sus propios asuntos y, sin embargo, había algo en su postura y expresión que llamaban su atención, pero no hizo ningún comentario y siguió a Marianne.
Al interior de la cafetería, los chicos habían invitado a Vicky y Addalynn a ocupar su mesa mientras Lilith se había volcado a atender las mesas y se mantenía alejada de sus amigos.
Mientras se acercaban a ellos, Vicky parecía relatar una historia muy interesante pues todos la escuchaban con atención.
—…Y entonces gritó “¡Mira, mamá, puedo tocarlo!”. Estaban todos horrorizados, creyendo que caería en cualquier momento. Tenían hasta una red de protección debajo y había helicópteros sobrevolando el lugar; era como una escena sacada de King Kong —contó Vicky mientras los demás reían y Demian de inmediato se puso tenso.
—¿Qué les estás contando?
—¡Ah, saliste por fin! Nada importante, solo la vez que eludiste la seguridad de la feria y escalaste la rueda de la fortuna hasta llegar a la cima.
Demian la miró con reproche mientras los demás sonreían divertidos con la anécdota, sobre todo Mitchell, que tenía una enorme sonrisa de oreja a oreja.
—Así que querías subir al cielo. Esa es la cosa más adorable e irónica que he escuchado en mucho tiempo —comentó Mitchell burlonamente y Demian lo fulminó con la mirada.
—¿Y qué pasó luego? —preguntó Lucianne, animándola a terminar su relato.
—Vicky… —Demian masculló, dedicándole una mirada de advertencia, pero ella lo tomó como un reto y decidió continuar.
—…Dijo que volaría y se lanzó al vacío. Cayó sobre la red de protección y preguntó si lo habían visto volar. Papá lo dejó castigado por varias semanas.
—Bien, suficiente, es hora de irnos —interrumpió Demian, tratando de no mostrar lo avergonzado que estaba.
—¿Por qué la prisa? Nos la estamos pasando muy bien, ¿no se te antoja comer algo? ¡Oh, mira, tengo una moneda! —en cuanto Mitchell dijo esto, sacó una moneda y la paseó frente a él, claramente divirtiéndose a su costa, mientras Vicky se reía y Demian le dedicaba una mirada furiosa.
—¿…También les contaste eso? —dijo él, arrebatándole la moneda a Mitchell.
—¡Oh, relájate! ¡No es para tanto! De haber sabido que tenías complejo de alcancía te hubiera dado mis ahorros del almuerzo —continuó Mitchell, aprovechando la ocasión para molestarlo todo lo que pudiera.
—Nos vamos. Ahora —ordenó Demian, cada vez más irritado ante la idea de que su hermana hubiera estado contando cosas sobre él.
—¿Estás molesto conmigo? —preguntó ella, poniendo la cara más lastimera que le era posible, sabiendo que eso lo suavizaría.
—No te molestes, Demian. Lo de la moneda fue tierno. Y también lo de la rueda de la fortuna, aunque más peligroso —aseguró Lucianne.
—¡Quién diría que eras todo un diablillo travieso! —agregó Mitchell.
—Nunca se estaba quieto, como esa vez cuando fuimos al zoológico…
—Ya fue suficiente. Andando —la interrumpió Demian antes de que siguiera contando más detalles de su infancia.
—¡No seas exagerado, hermano! —replicó ella, haciéndole una seña a Addalynn para que la siguiera—. Vamos, Addalynn, antes de que mi hermano se ponga peor cuando se entere que conté la historia del zoológico y los lobos.
Demian volvió a torcer el gesto y solo de ver la expresión de gozo total de Mitchell pudo confirmar que efectivamente lo había contado, así que tomó aliento para tratar de mantener la calma.
—¡Hasta mañana y gracias por hacernos compañía! —se despidió Vicky para luego centrarse en Marianne—. ¡Y a ti te vemos al rato!
Marianne tan solo asintió mientras Demian le dedicaba una mirada indagadora, a lo que ella respondió con un encogimiento de hombros.
—…Gracias por ocuparse de ellas —agradeció Demian antes de marcharse.
—No es nada, créeme que lo valió completamente… ¿Quién le teme al lobo feroz? —comenzó a tararear Mitchell con una enorme sonrisa socarrona y Demian le lanzó otra mirada asesina.
—…Vete al infierno, Mitchell. Nos vemos luego —finalizó él, dándose la vuelta para marcharse. Le dedicó una mirada a Marianne de paso y esbozó una sonrisa más sutil a su salida.
—Así que vinieron juntos, ¿eh?
Marianne volteó enseguida y notó que la contemplaban con sendas sonrisas cómplices.
—Nos encontramos de casualidad afuera. ¿Pueden dejar de sonreír así? Dan miedo —pidió ella, tomando asiento donde ambas chicas habían estado momentos antes.
—Muy bien, iré a ver qué pasó con nuestras órdenes, ¿desean que les traiga algo más de contrabando mientras estoy en la cocina? —preguntó Mitchell en un intento más por abordar a Belgina, pero esta se limitó a mover la cabeza y a clavar los ojos en su té. Él dio un suspiro resignado y fue hacia la cocina mientras las demás se limitaban a levantar las cejas.
—…No me juzguen, ya saben cómo están las cosas —se excusó Belgina.
—No hemos dicho nada —aseguró Lucianne, moviendo su té con un popote.
—¿Sabes algo de Frank?
—…Cuando se pone en ese plan no hay quien lo saque de ahí, aún cuando sepa que está siendo intolerante —respondió ella con tono afligido, y justo en eso escucharon la campana de la puerta.
—¡…Samuel! —exclamó Angie, sonriendo ampliamente al ver que se trataba de él.
—¡¿Dónde te habías metido?! —lo cuestionó Marianne, mientras él entraba seguido de Frank—… ¿Qué es esto?
—Nos topamos en el hospital, parece que tuvimos ideas similares —explicó él.
—¿Hospital? ¿Qué fueron a hacer ahí?
—No hay tiempo para explicaciones, necesitamos a Mankee —soltó Samael con un tono urgente que les preocupó.
La toma de decisiones fue rápida: Mankee los acompañaría al hospital sin discusiones mientras en su lugar se quedaba Lucianne, siendo la que mejor cocinaba; los demás se quedarían de apoyo excepto Marianne, que insistió en ir con ellos.
—En serio, han podido arreglárselas bien sin mí, ¿por qué me necesitan justo ahora que estoy tan ocupado?
—Menos quejas, extranjero, o alguien podría terminar deportándote —replicó Frank con su usual brusquedad y Mankee apretó la boca. Justo donde más dolía.
—…Eso fue cruel.
—Nadie te va a deportar, ¿de acuerdo? Y tú, deberías trabajar seriamente en tu actitud hacia los demás —intervino Marianne, señalando a Frank.
—El comal le dijo a la olla —reviró él, ganándose un gruñido de parte de ella.
—Silencio, solo tendremos una oportunidad antes de que sea demasiado tarde —interrumpió Samael el intercambio antes de que la discusión se encendiera—. Hasta ahora el estado de esos chicos no es considerado grave en el hospital, pero ellos no tienen idea, no están tratando con simples moretones.
—¿De qué moretones hablas?
—Ya lo verán.
Una vez en la habitación, Frank se colocó enseguida en la puerta para vigilar que nadie más entrara.
—Bien, parece que aún no ha terminado de extenderse —dijo Samael, observando a uno de los chicos mientras Mankee y Marianne se aproximaban cautelosos.
—¿A qué exactamente te refieres? Yo los veo normales… dentro de lo que cabe.
—En el exterior, pero por dentro… —replicó Samael, levantando la bata de uno de ellos y Marianne enseguida se cubrió los ojos.
—¡No hagas eso sin avisar!
—Wow. —Mankee soltó una expresión de sorpresa y Marianne fue destapándose lentamente los ojos, notando aquella mancha oscura que se extendía por todo el estómago del muchacho. Era como brea moviéndose bajo su piel y en constante expansión. Ella apartó finalmente las manos y estiró una hacia la mancha.
—Cuidado —advirtió Samael y en cuanto ella posó el dedo sobre aquella mancha, sintió una descarga que la obligó a retirar la mano enseguida.
—Es energía negativa. ¿Quién lo hizo?
—No tengo idea. Me introduje en sus recuerdos, pero quien lo hizo traía una máscara. No sé si sea el mismo que vio Demian en el gimnasio, pero no tenía forma de humo. Lo único que pude distinguir fueron sus ojos como de lobo.
—¿Qué es lo que esa energía les está haciendo por dentro?
—Tampoco lo sé. Quizá matándolos lentamente o transformándolos en algo más. No creo que debamos esperar a averiguarlo.
Marianne asintió. Cualquiera que fuera el propósito de aquella mancha de energía oscura extendiéndose en sus cuerpos no debían permitir que lo consiguiera.
—¿…Supongo entonces que estoy aquí para de alguna manera liberarlos de esa mancha? —preguntó Mankee no muy convencido.
—Tú tienes un poder especial, eres capaz de purificar a quienes estén siendo invadidos por un poder maligno.
—Pero tú mismo has dicho que no sabes qué se supone que haga esa mancha, ¿cómo sabemos que funcionará igual que con los demás?
—Solo lo sabremos si lo intentas.
Mankee suspiró sabiendo que no habría forma de convencerlo de lo contrario y miró temeroso hacia la extensa mancha negra que iba cubriendo y oscureciendo la piel del muchacho. Tomó aliento para tratar de infundirse valor y acercó la mano hacia el rostro de este, colocándola a la altura de su frente con los dedos unidos y ligeramente flexionados. Se concentró todo lo que pudo hasta que una luz destelló de estos e inundó el cuerpo del chico, pero en cuanto la luz disminuyó, vieron que la mancha seguía ahí, esparciéndose como tinta derramada.
—…No funcionó, ¿qué se supone que hagamos ahora? —preguntó Marianne sin poder dejar de mirar la mancha.
—Quizá estás intentando purificar la zona incorrecta —conjeturó Samael y Mankee dirigió su mirada hacia el abdomen del chico.
—…Odio tener que hacer esto —soltó Mankee con un resoplido. Volvió a poner la mano por encima del estómago del muchacho y repitió el proceso, sin embargo, nada pasó—… Es inútil, ni siquiera así… —Al relajar la mano y bajarla, esta rozó ligeramente la piel del chico y de pronto quedó prendida a ella como atraída por un imán. Bajó la vista, desconcertado, y los tres observaron sorprendidos cómo la mancha comenzaba a ser absorbida por su mano como si fuera una aspiradora, comenzando a ennegrecerse, pero por más que intentaba apartarla, le era imposible—. ¡¿Qué hago?! ¡Ayúdenme!
Marianne y Samael tiraron de él, pero su mano parecía fija e inamovible de aquel punto hasta que finalmente absorbió aquella sustancia oscura y lograron apartarlo del chico. Mankee trastabilló y observó su mano; la mancha negra se movía bajo su piel y por más que agitaba el brazo como si de esa forma fuera a desaparecer, la sustancia acabó por desplazarse a lo largo de éste y desapareció bajo su ropa.
—¿…Qué se supone que haga? ¡¿Qué va a pasar conmigo?! —exclamó él, sintiéndose desesperado ante su imposibilidad de manejar aquella situación.
—Tranquilo, tu propio poder impedirá que te haga daño —aseguró Samael, tratando de calmarlo.
—¡¿Pero acaso no lo vieron?! Se… se metió en mí, y ahora…
Unos golpes de la puerta los alertaron.
—Será mejor que se apresuren, la enfermera está regresando —la voz amortiguada de Frank avisó al otro lado de la puerta y los tres se miraron en silencio.
—…Mankee, tienes que hacerlo —reiteró Samael acentuando su mirada y él miró hacia el resto de los chicos mientras se rodeaba a sí mismo como si empezara a sentir escalofríos.
—…Creo que voy a enfermarme.
—Es psicosomático. Vamos, debes hacerlo pronto, no nos queda mucho tiempo —intervino Marianne, haciendo su parte para convencerlo.
Mankee tomó aliento, dio una larga exhalación y puso manos a la obra. Pasó por cada chico, viendo con impotencia cómo su mano absorbía aquella mancha de sus cuerpos hasta dejarlos limpios. Le llevó un par de minutos su recorrido, tras lo cual terminó agotado con las manos sobre su pecho, como si temiera que algo fuera a brotar de este en cualquier momento.
—¿Eso fue todo? —preguntó Marianne, pasando la vista por todas las camillas para verificar que no se les hubiera escapado nada.
—Sí, creo que ya podemos salir de aquí —aseguró Samael y en eso la puerta se abrió, entrando una enfermera, el momento justo en que el ángel los hizo invisibles.
—¿Qué fue entonces? —preguntó Frank una vez afuera.
—Energía negativa, pero de una clase distinta a la que hemos visto hasta ahora —respondió Samael—. No sabemos qué se suponía que debía hacerle a esos chicos, pero tampoco podíamos esperar a averiguarlo.
—¿Debemos suponer que ocurrirán más ataques de esa índole? ¿Aparte de lo ocurrido en el gimnasio? —inquirió Frank de nuevo alzando una ceja—… Eso claro, si es verdad lo del demonio come-dones.
—¿Por qué no habría de serlo? —lo cuestionó Marianne, poniéndose de inmediato a la defensiva.
—Simple, porque únicamente tenemos la palabra de un demonio —replicó él, cruzándose de brazos y volviendo a su postura inflexible—. Aunque me odien por pensar así, pero quizá y él se lo inventó todo para no tener que lidiar con nosotros. No intento restarle mérito por intentar reintegrarse a la sociedad en las últimas semanas, ¡bien por él! Pero eso no cambia su naturaleza. Tal vez lo del gimnasio fue una recaída y trató de disfrazarlo como un ataque de otro demonio. ¿Y lo de la fiesta? Quizá él mismo con alguna máscara, intoxicado tras su primer ataque en mucho tiempo y deseando más.
—¡Nada de lo que dices tiene sentido! —reclamó Marianne, frunciendo el ceño.
—…Chicos —murmuró Mankee, llevándose las manos al pecho con el rostro contraído.
—¿No lo tiene o tus sentimientos por él te impiden verlo?
—¡…No tengo sentimientos por él! —exclamó ella con mayor vehemencia tras una breve pausa.
—¡Chicos! —interrumpió Mankee alzando más la voz por lo que voltearon hacia él. Se había abierto la camiseta y veía con gesto horrorizado la mancha que se extendía en su pecho, arremolinándose alrededor de este—… Esto no me gusta nada.
Samael lo tomó del brazo y tiró de él hasta adentrarse en el callejón cerrado.
—¿Cómo te sientes?
—…No muy bien —admitió Mankee, con el rostro medio sudoroso y sin color—… Creo… que voy a vomitar.
Dicho esto, encorvó el cuerpo hacia un lado, se detuvo de la pared y comenzó a dar arcadas, expulsando un líquido oscuro que al contacto con el piso bullía y se evaporaba al instante. Los demás no pudieron hacer nada más que observar.
—¿…Qué le ocurre? ¿Es… por la energía que absorbió? ¿Le está haciendo daño?
—Su metabolismo la está expulsando, solo nos queda esperar a que termine.
—Sácalo todo, no dejes nada de esa porquería dentro de ti —expresó Frank, tratando de apoyarlo dándole palmadas en la espalda.
Cuando por fin dejó de dar arcadas, se quedó unos segundos apoyado de la pared con la respiración pesada. La última voluta de aquella sustancia evaporada terminó por deshacerse en el aire.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Marianne y él se dio un pequeño empujón de la pared para enderezarse de vuelta y abrió su camisa de nuevo para mirar su pecho. La mancha parecía haber desaparecido, pero su piel seguía húmeda y, sin embargo, él comenzaba a tiritar.
—…Tengo frío.
Samael tocó su frente y notó que estaba ardiendo, a pesar de que su sudor era frío.
—Tienes fiebre. Será mejor que descanses; con eso debe bastar para terminar de eliminar la energía negativa.
—…Dijiste que no me pasaría nada —reclamó Mankee con los dientes castañeándole y los ojos ardiendo.
—Dije que tu propio poder impediría que te hiciera daño, y es lo que está haciendo al eliminarlo de tu cuerpo. Solo debes tener paciencia y resistir.
Mankee volvió a doblarse, presa de calambres, y entre los chicos tuvieron que sostenerlo para que no cayera al suelo.
—No volveré… a hacer lo que me digan —soltó él en medio de su agonía. Minutos después lo llevaron de vuelta a la cafetería.
Debido a su condición e imposibilidad para retomar su trabajo al menos en lo que restaba del día, decidieron que tendría que cerrar antes de lo previsto e incluso decidieron turnarse para cuidar de él mientras se sintiera enfermo.
—¿Y lo forzaron a absorber toda esa energía negativa él solo? ¡Eso es criminal! —les recriminó Lilith mientras le colocaba a Mankee una compresa de agua fría en la frente; su cuerpo sufriendo de temblores ante los efectos de la fiebre.
—Alguien tenía que hacerlo o quién sabe lo que habría pasado con esos chicos —intervino Marianne al notar el gesto de remordimiento de Samael.
—Pero exponer su salud así, sin estar seguros si en verdad sería capaz de soportarlo está mal, ¿qué tal si el que terminaba invadido era él? ¿Y si su cuerpo no lo soportaba y acababa muerto? Aunque no tenga a nadie en la ciudad y sería fácil deshacerse de su cuerpo ya que no tiene familia que lo reclame ni una estadía legal, eso no significa que pueden usarlo de conejillo de indias —continuó Lilith ante los rostros desconcertados de los demás por lo inapropiado de sus palabras, aún cuando ella no parecía darse cuenta.
—¿…Me voy a morir? —preguntó Mankee, intentando abrir los ojos y escuchando la conversación por partes.
—Ohhh, pobre Monkey. Claro que no, te pondrás bien gracias a mis cuidados especiales que cualquiera puede certificar —aseguró Lilith, sonando como una madre aleccionando a su pequeño hijo—. Ahora, ponte derecho y bebe esto.
—¡…Muy bien, cambio de turno! —se apresuró Lucianne a detenerla en cuanto sacaba un vaso lleno de un brebaje verdoso y viscoso—… Aún quedan muchas cosas por limpiar en la cocina, ¿por qué no ayudan en algo mientras yo cuido de él?
—Yo me quedo también aquí —decidió Frank con una pizca de recelo, colocándose a un lado de la cama en pose de custodio con los brazos cruzados y Lucianne le dedicó una mirada inquisitiva—… Para lo que se ofrezca.
Los demás salieron del calabozo y subieron a la cocina con expresiones pensativas.
—¿Y si permanece así toda la noche cómo le haremos?
—Me quedaré aquí a vigilarlo —decidió Samael, asumiendo la responsabilidad—… Creo que se lo debo.
—Pero no puedes simplemente no aparecerte en casa, mi mamá se preocupará.
—¿Qué tal si tomas el turno de la madrugada? —sugirió Mitchell—. Aprovechando que puedes trasladarte hasta aquí en un santiamén y de paso nadie notará tu ausencia a esas horas. Podemos rifarnos los demás turnos.
Samael aceptó calladamente.
—Yo tengo que reunirme con Vicky más tarde. Tarea de equipo. Así que necesito ir a casa para que mamá no diga que paso demasiado tiempo fuera.
—¡Es cierto, tarea de equipo! Podemos hacerla aquí, ¿no creen? —sugirió Angie, aprovechando que estaban las tres en el mismo lugar.
—Pero falta Kri —dijo Lilith, haciendo un puchero.
—Ella no puede venir aquí justo ahora por varias razones, Lilith —espetó Marianne antes de salir—… ¡Y hagan lo que hagan, no permitan que le dé a beber esa cosa verde!
—¡Hey, no puedes poner en duda mis legendarios remedios medicinales! ¡Son legítimos! —reclamó Lilith mientras ella se marchaba con Samael.
…
Desde que se había deshecho de los empleados, Demian se había acostumbrado a las comidas rápidas y ordenar a domicilio. Pero era diferente teniendo dos chicas en casa que venían de una escuela en la que gozaban de todos los privilegios, y al menos su hermana se la pasaba quejándose de la falta de servicio desde su llegada.
—En serio, un cocinero. Al menos necesitamos un cocinero si queremos vivir remotamente cómodos —insistía ella mientras jugueteaba con su plato de lasaña precocida.
—No necesitamos los servicios de gente ajena a esta casa. Si pones algo de tu parte creo que la podemos llevar bien entre nosotros, lo cual significa que tendrás que hacerte cargo de tu ropa, limpiar y ordenar tu propia habitación, turnarnos incluso para realizar la limpieza…
—No esperarás en serio que me ponga a limpiar TODA la casa —interrumpió ella, extendiendo los brazos a su alrededor—. ¡Tengo quince años, déjame respirar!
—…Muy bien; puede entonces que contrate a alguien que venga únicamente a limpiar cada semana, pero solamente eso. De lo demás nos encargamos nosotros —dijo Demian como última opción y ella pareció tomar aquello como un pequeño triunfo, segura de que más adelante podría convencerlo de más, aunque él no estaba dispuesto a seguir cediendo.
Lo que menos deseaba era más gente rondando por la casa cuando él podía perder el control en cualquier momento. Con Vicky era diferente, con ella se sentía el mismo de antes de que todo se viniera abajo. Y aunque no podía hacer nada por la presencia de Addalynn, al menos ella era tan reservada que ni se hacía notar; eso sin tomar en cuenta su obvio atractivo físico que a tantos llamaba la atención.
—Por cierto, haremos trabajo en equipo al rato. Tomaremos el estudio de papá, espero que no te moleste —avisó Vicky, llevándose el tenedor a la boca.
—¿Es por eso que vendrá…?
—¡Oh, sí! Se supone que también debería venir alguien más, pero no creo que se presente, así que trabajaremos solo las tres. Será mejor así, creo.
Demian simplemente asintió, quedándose en silencio y mirando su lasaña. A pesar de que había querido ser sincero con respecto a la llamada de su padre, no podía dejar de pensar que quizá habría sido mejor no decírselo a Marianne, después de todo, siempre se cerraba cada que alguien tocaba el tema de su dinámica familiar.
—Gracias por la comida —anunció Addalynn, dejando su plato a medio acabar y retirándose del comedor con aquel aire solemne que parecía acompañarla siempre.
Ambos la observaron alejarse sin decir nada hasta que la perdieron de vista y Vicky de inmediato se inclinó en su asiento en dirección a Demian.
—Tienes que hacer algo; sé que tienes algún tipo de influencia en la escuela, tienes que usarla a favor de Addalynn.
—Me parece que ella no necesita ayuda para hacerse destacar, si a eso te refieres —replicó Demian, pareciéndole extraña su petición, considerando que donde la chica pusiera un pie se convertía en el blanco de las miradas.
—¡Ese es precisamente el problema! A ella no le gusta la atención y desde que llegó a la escuela los chicos no dejan de abordarla y seguirla a todos lados. Es realmente molesto y la agobian hasta el límite, ¡tienes que hacer algo!
—¿Y qué esperas que yo haga?
—¡No sé! Habla con ellos para que la dejen en paz. Haz una asamblea solo para hombres o algo así y expónselos —sugirió ella como si fuera pan comido para él.
—…No sé qué clase de “influencia” crees que tengo, pero te aseguro que los chicos no dejarán de hacer lo que deseen solo porque yo se los diga.
—¡Pero puedes intentarlo! Anda, hermano, estoy segura de que algo se te ocurrirá.
Demian suspiró y se levantó, tomando su plato y recogiendo también el de Addalynn.
—¿Vas a acabarte eso o seguirás echándome en cara la mala alimentación a la que las tengo sometidas?
Vicky hizo una mueca arrugando la nariz y empujó su plato en dirección a él para indicar que podía llevárselo. Él únicamente giró los ojos y cargó con los tres platos para llevárselos a la cocina, pero en cuanto se enderezó y alzó la vista, alcanzó a entrever a través de la puerta la cabeza de Addalynn, como si apenas estuviera marchándose de ahí. Quizá los había escuchado.
Decidió no hacer mención de ello y fue a la cocina, aunque seguía pareciéndole una chica extraña.
…
Marianne se detuvo frente a las rejas acompañada de Samael.
—Puedes dejarme aquí. Estoy segura de que si ocurre algún ataque sorpresivo te enterarás.
Samael observaba fijamente la casa con expresión enigmática, sintiendo que algo lo atraía hacia el interior. Marianne levantó las cejas y volvió a mirar en esa dirección.
—¿…Te estás preguntando si estará Addalynn ahí dentro?
—¿…Eh? —Samael reaccionó distraído, como si lo hubieran sacado de un estado de abstracción.
—Ya sabes, la chica que de repente parece captar la atención de todo mundo.
Samael contrajo el ceño confundido, sin dejar de mirar hacia la imponente casa, así que Marianne giró los ojos y dio un suspiro.
—En fin, deberías volver a casa para que mamá no note tu ausencia.
—¿Estarás bien?
—Ya te dije que lo estaré, es solo un trabajo de equipo. Además, Demian está aquí. Estoy segura de que cualquier problema que haya será capaz de resolverlo… y espero que no me salgas con algún comentario tipo Frank de “Eso si no es él quien los causa”, por dios, denle un respiro —se adelantó ella a cualquier respuesta de su parte.
—Confío en ti.
—¿…Pero no en él? —Ella torció las cejas, completando su frase con lo que creía que intentaba decir, pero Samael sonrió con semblante más relajado.
—Si tú confías en él, yo también puedo intentarlo —agregó el ángel y a ella pareció tomarle por sorpresa su respuesta, así que su rostro pasó por distintos gestos, tratando de hallar el adecuado, hasta que acabó asintiendo con expresión solemne.
—…Bien. Nos vemos entonces más tarde —finalizó ella, indicándole que podía marcharse sin cuidado, y él lo entendió, dando un movimiento afirmativo con la cabeza para retroceder unos pasos. Dirigió una última mirada a la casa antes de darse la vuelta y regresar por el mismo camino por el que habían llegado.
Marianne volvió a centrar su atención en la casa, acercándose a la reja y sujetando las barras mientras apoyaba la frente sobre ésta. Demian tenía que enterarse de lo que Samael había visto en los recuerdos de esos chicos; quizá él tuviera alguna idea de lo que estaban enfrentando, después de todo había reaccionado bastante alterado ante la sola mención de los ojos del atacante. Quizá tendría oportunidad de comentárselo después del trabajo en equipo… eso claro, siempre y cuando ni su hermana ni Addalynn estuvieran presentes.
Tomó aliento con la intención de infundirse ánimos para tocar el timbre y en eso sintió la vibración de la reja, como si alguien más se hubiera aferrado a ella. Giró el rostro con curiosidad y vio que se trataba del desgarbado chico de lentes, apoyándose también de la reja y observando hacia el interior.
Marianne frunció el ceño; no podía olvidar lo brusco que se había comportado. Aunque su mala costumbre de aferrarse a sus primeras impresiones había demostrado ser bastante imprecisa, no podía evitar sentir un inmediato rechazo por el chico. Ni siquiera parecía importarle los demás de todas formas, así que ¿por qué habría ella de interesarse también? No se molestó en saludarlo ni dirigirle la palabra, simplemente se soltó de la reja y marchó hacia el intercomunicador, presionando el botón justo debajo de éste. Esperó unos segundos a escuchar el zumbido que indicaba que la reja estaba abierta.
—¿Lo solucionaste?
La inesperada voz la sacó de balance, obligándola a voltear atónita para comprobar que en efecto era el muchacho de lentes quien había hablado. Mantenía la vista fija en la casa y no soltaba la reja, sin embargo, por el rabillo del ojo parecía finalmente prestar algo de atención. Pero por más que hubiera hablado, no estaba segura siquiera de que se dirigiera a ella, o en todo caso entender el significado de su pregunta.
—¿…Qué?
—Tu padre. ¿Lo solucionaste? —repitió el chico. Marianne lo observó incrédula de que se atreviera a preguntarle eso. Ella apretó la mandíbula, pensando que se estaba burlando de ella tras demostrar que los había escuchado.
—¡…Eso no te incumbe! —espetó ella con tono indignado y entonces la reja se abrió. Se echó la mochila al hombro y decidió entrar a zancadas para dejar atrás al muchacho, aunque este no tardó en quedar a un lado de ella; sus largas piernas hacían que cada uno de sus pasos equivaliera a dos de ella.
Cuando llegaron a la puerta, Vicky era toda sonrisa, aunque no pudo evitar que una expresión confusa pasara por su rostro al ver al chico junto a Marianne, pero pronto la disimuló con una sonrisa más extensa.
—…Oh. Siempre sí decidiste venir. Qué bien —soltó Vicky, volviendo a mirar a Marianne, que únicamente se encogió de hombros, indicando que tampoco imaginaba que él se asomaría—… ¡Pero pasen, están en su casa!
—Vicky, lo único que te pido es que tengan cuidado con… —Demian se detuvo en las escaleras al ver a Marianne entrando y antes de que pudiera decir algo, notó que detrás de ellas iba un muchacho que no reconoció al principio, pero luego recordó haber visto en la parada de autobús.
—¡Ah! Sé que dije que sólo vendría Marianne, pero… él también es parte de nuestro equipo —aclaró Vicky antes de que pudiera cuestionarla al respecto—. Él es… uhm… —Hizo pausa por varios segundos, como si intentara recordar su nombre.
—…Dreyson —la ayudó Marianne al ver que el chico ni se molestaba en dar su nombre.
—¡Eso! Él es mi hermano, Demian —continuó ella, volteando ahora hacia Dreyson.
—Mucho gusto —expresó Demian con un ligero movimiento de cabeza, aunque el chico no respondió el saludo, parecía únicamente interesado en echar un vistazo a su alrededor, como si nunca hubiera visto una casa así. Vicky miró a su hermano como si pidiera disculpas por su comportamiento.
—¡…Y ya nos vamos a hacer la tarea! Addalynn está esperándonos en el estudio. Síganme —concluyó ella, poniéndose en marcha y haciéndoles una señal.
—Ten cuidado de no desordenar nada y no rayen la mesa —la instruyó Demian, dedicándole una última mirada a Marianne antes de que entraran en la sala.
Addalynn ya estaba al interior del estudio, leyendo un libro en una larga mesa de caoba cuya superficie relucía de pulida. Las paredes estaban recubiertas de estantes repletos de libros, dejando únicamente un espacio con un ventanal y un enorme escritorio al frente, lleno de documentos. Addalynn alzó la vista por unos segundos y de inmediato volvió a bajarla hacia el libro, aunque únicamente para cerrarlo.
—Llegan tarde.
—Relájate, solo fueron quince minutos. No pasa nada —dijo Vicky, tratando de aligerar las cosas mientras arrastraba su silla junto a ella.
—Levanten las sillas, no las arrastren o arruinarán el piso —indicó Addalynn como si ella misma fuera la dueña del lugar.
Vicky únicamente rió, tratando de seguir las indicaciones de la chica. Dreyson, sin embargo, no lo hizo. Arrastró la silla disponible frente a Addalynn, y un chirrido reverberó por todo el estudio. La chica no dijo nada, ni siquiera lo miró. El muchacho a continuación asentó sobre la mesa una mochila que lucía muy pesada y la deslizó ruidosamente sobre la superficie. Era como si estuviera intentando obtener alguna reacción de ella.
—Ehm… ¿les parece si comenzamos ya la investigación? Yo traigo los libros —indicó Vicky, tratando de poner orden.
—Los libros ya están aquí —intervino Addalynn, señalando la pila que tenía a un lado, de modo que Vicky volvió a tomar asiento, tratando de hallar la forma de organizar aquel singular grupo.
—Por último, tenemos que exponer el trabajo en clase, yo podría hacerlo —Vicky se ofreció cuando ya habían casi terminado.
—Yo puedo encargarme de las diapositivas —dijo Marianne, alzando la mano al ver que los demás se quedaban callados.
—¡Perfecto! Y ya que Addalynn adelantó bastante en la investigación podemos usar la información que ella ha recopilado, y… eh… Dreyson podría… —De nuevo se quedó en silencio; no tenía idea de sus puntos fuertes. Lo único que había hecho desde que llegó era sentarse y contemplar a Addalynn a través de sus lentes y el cabello cayéndole en la cara.
—Que él maneje las diapositivas durante la exposición —sugirió Marianne y ya que él no pareció protestar, decidieron seguir con ese plan.
—¡Bueno, traeré algo para beber mientras estamos aquí! —dijo Vicky, dando un salto de su silla y Addalynn también se incorporó para seguirla sin decir palabra alguna, dejando a Marianne y Dreyson solos en completo silencio, como si fueran dos fantasmas que ignoraran la presencia del otro.
Él mantuvo la vista fija en la puerta por donde habían salido las dos chicas, los brazos laxos sobre la mesa y los hombros encorvados hacia delante. Marianne acabó por dar un resoplido y puso los ojos en blanco.
—…No conseguirás nada actuando así —comentó ella, optando por garabatear algo en su libreta.
El chico no dijo nada, tan solo volteó hacia ella y le dedicó una de esas miradas que parecían transmitirle que se ocupara de sus propios asuntos. Ella le sostuvo la mirada en señal de desafío.
—…Ah, no, a mí no me vas a intimidar con tu juego de miradas psicópatas. Lo único que lograrás obtener con eso será una orden de restricción y el estigma de acosador.
El chico no respondió, tan solo siguió mirándola con aquella expresión hosca hasta que desvió la vista. Ella volvió a girar los ojos al ver que había sido inútil y volvió a enfocarse en sus garabatos. Después de unos segundos, el muchacho por fin habló:
—…Tu padre debe ser un bastardo.
Marianne dejó lo que estaba haciendo y volteó incrédula hacia él. ¿De verdad había dicho tal cosa o había escuchado mal? Él lucía indiferente, tan distante como el primer día. No había dicho eso. No podía. Y entonces el chico le devolvió la mirada.
—¿Lo odias o te repites a ti misma que cambiará?
Marianne abrió la boca como si fuera a decir algo, pero ninguna palabra salió de ella; tan solo se quedó con la boca abierta y los ojos como canicas en una expresión congelada.
—Traje galletas, espero que no les importe, no tenemos cocinero en casa y soy malísima para la cocina.
Vicky entró de nuevo al estudio cargando un plato lleno de galletas y bebidas, seguida por Addalynn que simplemente iba detrás de ella como si fuera su sombra.
—¿Me disculpan? Debo ir al baño —anunció Marianne, empujando su silla de un salto y saliendo de ahí con los brazos agarrotados a los costados. Atravesó la sala hasta llegar al vestíbulo y se detuvo frente a la escalera, sujetando la baranda con tanta fuerza que casi parecía a punto de arrancarla.
—¿Estás bien?
Dio un respingo y alzó la vista. Demian estaba de pie en las escaleras.
—Yo… claro que sí, ¿por qué no habría de estarlo?
Demian dirigió una mirada por detrás de ella, así que volteó, descubriendo que el perchero donde colgaban algunos abrigos se agitaba como si una fuerza estuviera succionándolo hacia arriba. De inmediato soltó el barandal y trató de relajarse, viendo cómo el perchero volvía a su posición estática usual.
—…Sé que suena irónico viniendo de mí, pero deberías controlarte o podrías atraer atención no deseada —dijo Demian, bajando las escaleras hasta colocarse frente a ella.
—Lo sé. Fue solamente un lapso, no volverá a pasar —respondió ella, dando un suspiro y reprochándose a sí misma haber dejado que un simple comentario la afectara.
—¿Es por tu padre?
—…No hablemos más sobre él, ¿quieres? —repuso ella, luchando por rechazar una nueva oleada de coraje.
Demian estaba ahora seguro de que esa era la razón, de modo que optó por guardar silencio. Marianne esperó unos segundos a que se le pasara y trató de cambiar el tema.
—Así que… ¿comías monedas de niño? —soltó ella como si nada y él le dedicó una mirada sorprendida de que lo sacara a colación, aunque enseguida reprimió una sonrisa.
—…Es una tontería, tendría como cinco o seis años y fue a raíz de que Vicky celebrara su cumpleaños —intentó explicar él, decidiendo concederle aquella historia en compensación—. Hubo un mago en su fiesta que hizo varios trucos y a ella le encantaron, así que intenté imitarlo para ella después. Quise hacer el truco de la moneda, pero no lo conseguía, y al ver que ella parecía decepcionada, acabé por tragármela. Y problema resuelto, había desaparecido la moneda. Ella se veía feliz, así que cada vez que me pedía hacer el truco de la moneda, terminaba tragándomela. Hasta que mi padre me vio hacerlo un día y me llevó directo al hospital más cercano. Sacaron 15 monedas de mi interior. El doctor no podía explicarse cómo no había presentado ningún síntoma… aunque supongo ahora que eso se debía precisamente a mi condición.
—Wow, eso fue tan… insalubremente tierno. Nunca imaginé que tuvieras un lado suave —comentó ella, y al ver que él parecía incomodarse con la referencia, intentó rectificar—… Es decir, no por… lo que eres; después de todo, ya has demostrado que puedes romper varias preconcepciones y labrar tu propio camino sin tener que seguir tu supuesto deber y… haz que me calle ya, por favor.
—Descuida. Lo que has dicho es verdad y me lo recuerdo a mí mismo todos los días para mantenerme controlado —respondió él, tratando de sonreír para mostrarle que no le afectaba, aunque ella no pudo evitar reprocharse.
Se había prometido a sí misma no hacer diferencias entre él y los demás para facilitarle la transición, y ahora lo había arruinado con su selección de palabras. Así que en los siguientes segundos se sumieron en un silencio incómodo hasta que un grito proveniente del estudio los forzó a mirarse a los ojos, temiendo lo peor.
Demian fue el primero en reaccionar, corriendo en aquella dirección, y Marianne lo siguió de cerca, preguntándose si sería la sombra de la que él había hablado.
Sin embargo, al cruzar la puerta, lo que encontraron fue a Vicky delante de Addalynn como si intentara bloquearle el paso, mientras esta última tenía el rostro descompuesto y mantenía su cabello recogido hacia el frente. Del lado contrario, Dreyson tenía el rostro agachado, con una mano sujetándose la mejilla y el cabello casi cubriéndole la cara.
—¿Qué pasó aquí?
—…Tocó su cabello —explicó Vicky con un resuello.
Addalynn pareció relajarse nuevamente, soltando su cabello y haciendo un movimiento de cabeza para que volviera a acomodarse a su espalda, tras lo cual levantó el rostro en un gesto altivo.
—…Se acabó el trabajo en equipo por hoy —dijo ella, caminando con decisión hacia la puerta, mientras Vicky bajaba los brazos con un suspiro.
—No sabes cuánto lo lamento, debí advertirles antes —dijo ella, uniendo las manos en señal de disculpas y Dreyson, sin decir nada, tomó su pesada mochila con una mano y salió de ahí con los hombros tensos y sin levantar el rostro.
Pasó en medio de Marianne y Demian sin disminuir su velocidad y ellos lo siguieron con la mirada. Estaban preparados para escuchar que azotara la puerta al salir, pero tan solo oyeron el leve claqueteo de la cerradura al abrir y cerrarse.
—Bueno, pues… supongo que ya no hay nada más que hacer por hoy —comentó Marianne, levantando las cejas en señal de lo loco que le había parecido aquello—. Me llevaré la información y comenzaré a trabajar en las diapositivas en casa.
—¡Lamento en serio que las cosas hayan terminado así! —volvió a disculparse Vicky.
—No te preocupes, sé lo que es lidiar con personas complicadas y egos que chocan, es mi pan de cada día —aseguró ella a la vez que apuntaba algo en un papel y se lo entregaba a Vicky—. Mi correo, para que me envíes la información.
—¡Ah, perfecto, ahora mismo lo hago!
—Te llevo a tu casa —se ofreció Demian, revisando sus bolsillos por sus llaves.
—Uhm… de hecho ya le envié un mensaje a Samuel para que venga por mí.
Demian se detuvo justo cuando ya había sacado sus llaves y con expresión sombría volvió a guardarlas.
—…Claro —dijo, intentando sonar indiferente, aunque su boca parecía tensa.
—¿Quién es Samuel? —preguntó Vicky con curiosidad.
—Es mi… primo —aclaró ella, haciendo una ligera pausa para mirar de reojo a Demian, dado que él conocía la verdadera naturaleza de su relación. La alarma de su celular sonó y ella lo sacó con rapidez—… Es él, está afuera. Supongo que es hora de que me vaya.
—¡Wow! ¿Tan rápido llegó? —exclamó Vicky con expresión asombrada—. ¡Como por teletransportación!
Marianne rió nerviosa ante la referencia.
—Seguramente andaba por el vecindario —lo justificó ella, buscando la mirada de Demian, pero este miraba su reloj.
—Te acompañamos a la salida entonces —se adelantó Vicky a salir del estudio.
—Vayan ustedes, yo aún tengo cosas que hacer.
Demian se dio la vuelta y marchó hacia las escaleras sin mirar atrás ante la mirada confusa de Marianne. Apenas segundos antes se había ofrecido a llevarla y ahora resultaba que no tenía tiempo ni para conducirla a la reja, no entendía cuál era su problema.
Vicky la acompañó todo el camino del jardín hasta la reja, donde se podía ver a alguien de espaldas, y en cuanto escuchó el zumbido de la reja abriéndose, se dio la vuelta.
—Te presento a Samuel. Y ella es Vicky.
—Mucho gusto —saludó Samael con aquella actitud afable propia de él y Vicky respondió con una risita inmediata. Su rostro entero se extendió en una sonrisa de oreja a oreja, enseñando los dientes. Hasta sus ojos y cejas parecían estar sonriendo.
Marianne levantó una ceja al notar aquel repentino cambio y esperó a que dijera algo, pero Vicky se limitaba a mirar a Samael con ojos brillantes y soñadores y aquella sonrisa congelada en su rostro.
—…Muy bien, entonces ya nos vamos. Nos vemos mañana, Vicky —finalizó Marianne después de un rato esperando a que reaccionara. La risueña chica tan solo volvió a reír y los despidió con un agitar de manos; casi parecía haber olvidado cómo hablar.
…
Demian echó un vistazo desde su ventana y los observó alejarse. Por fuera lucía calmado, pero por dentro podía detectar una sensación de lava corriendo por sus venas y su muñeca ardía de nuevo. Necesitaba despejarse pronto.
Quizá salir a caminar serviría. Dejó caer la cortina y se dirigió hacia la puerta, pero en cuanto salió de la habitación, llegó hasta él un tibio aroma dulzón mezclado con especias, uno que desde hacía tiempo ya no se percibía en la casa. Provenía de la cocina; alguien horneaba algo.
Decidió bajar y averiguar qué era. Quizá lo imaginara; su mente estaría evocando aromas del pasado o tal vez el olor que detectaba provenía realmente de una casa vecina y de alguna manera sus sentidos se estarían agudizado. Como fuera, cualquiera de esas opciones era más viable que lo que vio al entrar a la cocina.
Addalynn estaba cocinando.
Vio cómo se desplazaba de una estación a otra de la cocina cortando cebollas, rodajas de tomate, sazonando una salsa, hirviendo pasta, abriendo el horno para verificar la cocción de un corte de carne. No podía creerlo. Permaneció ahí de pie en la puerta en completo silencio hasta que ella se dio cuenta de su presencia.
—…No me gusta que me miren fijamente por tanto tiempo —espetó ella, aunque enseguida continuó con lo que estaba haciendo como si estuviera en su propia cocina.
—Lo siento, es solo… que no pensé encontrarte aquí —respondió Demian tras aquel breve momento de perplejidad—. No tenía idea de que supieras cocinar.
—Nadie me preguntó —respondió ella con un encogimiento de hombros a la vez que sacaba la pasta y le colocaba la salsa encima.
Demian continuó observándola, intentando descubrir lo que pasaba por su cabeza. ¿Por qué de pronto se había puesto a cocinar? Quizá era su forma de agradecer que la recibieran en casa a pesar de sus manías. ¿Y si había escuchado la conversación con Vicky?
—Sigues mirándome —volvió a decir ella sin voltear siquiera. No había un tono de reclamo en su voz, ni siquiera de molestia, sonaba tan distante e inexpresiva como siempre.
—Perdón, sólo me preguntaba… si estabas teniendo algún problema en la escuela. Escuché que… ¿unos chicos te estaban molestando? —sondeó él para dar pie a que ella misma lo dijera.
—La mayoría de los muchachos son siempre iguales. Ven algo que les interesa y se sienten atraídos, pero a la vez intimidados. Necesitan que más chicos se les unan y de pronto se sienten lo suficientemente valientes para perseguirlo. Son cardumen, no pueden hacer nada por sí solos.
Por alguna razón esta analogía le hizo recordar la vez que Marianne lo había comparado con un bacalao… No había sido exactamente así, pero algo por el estilo al menos. Addalynn de pronto dejó de cortar las verduras y asentó el cuchillo a un lado.
—…Tú eres diferente —dijo ella manteniéndose de espaldas y con un tono tal que Demian no pudo evitar sentir un ligero respingo en el interior, aunque después de una pausa ella agregó—: No intentas captar mi atención ni me juzgas por mi manera de ser. Te agradezco por eso.
Acto seguido, tomó de nuevo el cuchillo y continuó picando los vegetales en completo silencio. Demian estuvo un par de segundos sin reaccionar hasta que intentó decir algo que semejara una respuesta amable, pero únicamente alcanzó a balbucir un “Bien” para a continuación salir de la cocina con expresión demudada.
No era más que una idea de su parte. No podía ser de otra forma… pero cuando ella había dicho que él era diferente, el tono y la inflexión de su voz le dieron la sensación de que intentaba decir más de lo que parecía. Como si ella supiera lo que él era en realidad.